Fragmentos del Diario del Teniente Coronel Eduardo Rosell y Malpica

Introducción

Francisco Morán, Southern Methodist University

Eduardo Rosell y Malpica     El Diario de Eduardo Rosell y Malpica es uno más de los tantos diarios de patriotas mambises que no han merecido la atención de los historiadores e investigadores que se han enfocado en las Guerras de independencia de Cuba. Más aún; cabría decir que esa atención – reducida casi siempre, cuando más, a unas pocas notas al pie de página – ha sido prácticamente nula. En el caso del diario de Rosell esto podría justificarse, hasta cierto punto, en el sentido de que del mismo solo existe – hasta donde sabemos – una sola edición, y no reviste la misma importancia que los de Martí, el de Máximo Gómez, y otros que han sido más favorecidos por los estudiosos. Pero habría que preguntarse, entonces, si – por no citar más que un caso emblemático – el Diario de soldado de Fermín Valdés Domínguez, el más cercano de los amigos de Martí, después de Mercado, no merece una atención mayor de la que ha recibido.
     Los diarios de guerra – y el de Rosell y Malpica es una prueba de ello – son, en efecto, diarios de guerra. En sus páginas – no escritas con las pruebas de galera en mente – se ventilan dudas, se pasan chismes, se revelan (quizá más que en ninguna otra forma textual de la época) las fricciones, contradicciones y profundas diferencias entre los jefes militares, así como los sentimientos más íntimos. Por esta razón, los diarios de guerra resultan problemáticos, un obstáculo, cuando se trata de ofrecer una visión de los acontecimientos militares. Porque, aún si esas visiones que nos ofrecen las diferentes historias apuestan por una mirada más compleja, menos esquemática de los hechos, al reducir por lo general sus fuentes a los grandes textos, olvidan la importancia de traer a la discusión esas observaciones y comentarios escritos en momentos de descanso, o por guerreros de a pie, o por oficiales que el canon de la historia ha simplemente marginado.
     Al incluir ahora breves fragmentos del diario de Eduardo Rossell, lo que me propongo es, por una parte, demostrar lo que he dicho antes acerca de las batallas que tienen lugar en la intimidad de la escritura, y, al mismo tiempo, suscitar – espero – un interés mayor en este diario que, puedo asegurar, deparará no pocas sorpresas al lector curioso. Es por eso que prometemos regresar a él. Baste por ahora – y a manera de anticipo – decir que Rosell fue, posiblemente después de Enrique Hernández Miyares, el amigo más íntimo de Casal. Y esto, hasta el punto de pedir que a su muerte los enterraran juntos. Y así fue. A Casal lo enterraron en el panteón de la familia Rosell-Sauri, y más tarde, cuando Eduardo Rossell muere en combate, fue, en efecto, inhumado junto a Casal. Puesto que, como lo evidencia la investigación realizada por Jorge Luis Sánchez en el cementerio – recogida en su documental Dónde está Casal – los restos del poeta desaparecieron del lugar, los que allí aparecieron, entonces, deben corresponder a los de Rosell. Pero Casal acompañó a Eduardo Rosell, quien lo evoca en su Diario en repetidas ocasiones. Volveremos, pues, a esas páginas en las que las alusiones a Casal, a Oscar Wilde, la literatura, crean un extraño y fascinante contrapunto con el discurso expedicionarios cubanos reunidos en Nassau de la guerra.
    En el "Prefacio" al Diario de Rosell, Benigno Souza nos dice que este "perteneció por línea materna a una antigua familia cubana, y por la paterna era hijo de español, de catalán; se tituló ingeniero en una universidad americana y después se graduó de abogado en esta de La Habana; poseía su familia, y aún lo posee hoy, desde hace luengos años, el valioso ingenio Dolores, en el fertilísimo valle de Macurijes; muy raro ejemplo de una propiedad de esta índole, de un ingenio, conservándose durante tantas generaciones en una misma familia" (hay que recordar que Souza dice esto en 1949) (15).
     Rosell comenzó su diario el 19 de agosto de 1895, cuando, continúa Souza, "pasajero del Orizaba, marchaba hacia New York a ponerse a las órdenes de la Junta Revolucionaria." Conoció así, "en una palabra, [a] todo el Estado Mayor Revolucionario," es decir, a figuras como Estrada Palma, Enrique J. Varona, Manuel Sanguily, Manuel de la Cruz, Eusebio Hernández, etc (16). La última anotación de su diario es del 31 de enero de 1897, tres días antes de morir en combate, en Ohito, muy cerca de Guanamón. El coronel español Pavía que dirigió el ataque sorpresa, al encontrar el cadáver "lo identificó como al Jefe de Estado Mayor de Betancourt." En su diario, Rosell había expresado que si moría le entregaran el mismo a su familia en la calle Merced, cosa que hizo Pavía expresando que cumplía "el voto respetable de un hombre muerto en el campo de batalla" (citado por Souza, 18).

Las notas que se incluyen están tomadas de la edición original del Diario y, por tanto, pertenecen a Benigno Souza. Otro detalle de interés: observe el lector el enlace que hemos incluido en la mención en el diario de Francisco Javier Cisneros. El enlace en cuestión es a una página colombiana donde puede leerse una interesante información sobre Cisneros que, me atrevería a decir, es casi desconocida para la mayoría de nosotros.  

Diario del Teniente Coronel Eduardo Rosell y Malpica

(1895-1897)

I

En camino

Prefacio y notas del Dr. Benigno Souza

La Habana, 1949

Fragmentos

 

Nueva York, enero 31 de 1896.

     Ante todo, debo decir, que la consulta de Varona con Don Tomás fue para deliberar, si después de la oposición que le hizo la noche anterior, debía presentar su renuncia de la dirección del Patria. Se le convenció de que no.
     Diré que la referencia hecha ayer a los jefes por Varona, en su discusión con Sanguily, provino de un llamamiento a la disciplina militar que en la Junta de antes de anoche hizo Portuondo, Ministro de Relaciones Exteriores, para conservar el orden.
     Esta noticia y las demás que anoto las conozco por Juan Antonio Lasa, a quien se la contó uno de los Agramonte, presente en la sesión del 29, pues aunque los periódicos de hoy dan cuenta del meeting no publican felizmente los detalles. Según los periódicos se le dio un voto de confianza a Don Tomás, en la votación se contaron tres votos en contra, el del Dr. Eusebio HernándezHernández, el del Dr. Negra y Carlos García Vélez, por cierto que a éste nos contó alguien que el General lo había reprendido por este motivo; a propósito de X., debo decir que Yero, a quien vi en la Delegación, me negó rotundamente que antes de ausentarse de la casa de éste hubiese dejado dicho que se adhería por completo a las resoluciones que allí se adoptaran; que por el contrario defendió a Don Tomás cuando lo llevaron al comedor, para enterarlo de los motivos de la reunión, y que allí les manifestó que de ningún modo estaba conforme en aquel momento con aquellos medios oposicionistas. ¿Cuál de los dos decía verdad, él o X? Me merece Yero más confianza.
     Volviendo a los detalles que he podido adquirir dicen que el Dr. Hernández estuvo tan exaltado que Sanguily lo trató de brutal, que a Don Tomás le dijo horrores, que igual hizo con Gonzalo, diciéndole que antes atacaba al Delegado y que ahora lo defendía. Que a Trujillo le negó el uso de la palabra, gritándole que siempre había desconfiado de él, y con este motivo volvió a apostrofar a Don Tomás, preguntándole con qué derecho aquel señor, de quien todos desconfiaban, estaba tan enterado de los secretos de la Junta.
     Dicen que como Portuondo empezara su discurso diciendo que no había por qué afligirse puesto que era aquello sólo una pequeña pérdida, muchos de los concurrentes tomaron entonces sus sombreros y se marcharon, lo que fue indudablemente una falta de educación. Portuondo así se los dijo, manifestando que en más de una ocasión había hecho estrados ante personas más importantes que las que allí estaban presentes. Dicen que Calixto le echó la culpa a Don Tomás y aunque parece que éste asintió, no quiero creerlo.
     Parece que se colaron en la reunión más de ochenta personas, cuando sólo se había citado a unas veinte.
     Entre los, más virulentos, según dicen, se encontraba el Dr. Negra, el cual entre otras cosas, se puso en ridículo, desmayándose; después de una tentativa de boxeo con un tal Smith, que fue el perito reconocedor del Hawkins. Este, por su parte se disculpó diciendo que a él no le habían manifestado para lo que iba a servir el barco, ni tampoco que se intentaraTomás Estrada Palma cargarlo con tanto peso y con tanta gente, pues sólo se le consignó para ver si el Hawkins serviría como remolcador, pues se le tenía destinado para trasbordos.
     ¿Quién llegará nunca a averiguar la realidad de los hechos, y conocer a quién le cabe la responsabilidad? Por lo pronto se ha formado un Tribunal de Investigación. Se dice también que se pagó por el reconocimiento del barco la cantidad de setecientos cincuenta pesos, cuando es sabido que estos trabajos los hace cualquier perito por veinte y cinco o cincuenta pesos.
     El Kawkins costó doce mil quinientos. Ahora, después de la catástrofe, todo el mundo asegura que sólo valía dos mil pesos. ¿Por qué no quiso aceptar Calixto el Horsa que le propuso Emilio? Dicen que Calixto y Emilio no tienen muy cordiales sus relaciones. Como se comprenderá, hay infinidad de opiniones sobre todo esto, pero todos están contestes[sic] en que Sanguily salvó la situación, y en que estuvo muy elocuente.
     Mi opinión particular es que el arreglo sólo será momentáneo. Que ya la disidencia existe y estallará cualquier día por algún fútil motivo. Si Don Tomás renuncia, no se encontrará a nadie a propósito para sustituirlo. Varona es hombre de gabinete, más a propósito para el estudio; a Pierra, sin tener estas capacidades, le pasa lo mismo que a Varona. El Dr. Hernández, a más de que no sabe el inglés, se ha puesto muy en evidencia con sus últimos ataques. Manuel Sanguily es demasiado discutidor y apasionado; hoy sostenía que el paso dado por el Congreso nos perjudica grandemente, pues no tenía otro objeto sino defender la propiedad yanqui, lo cual nos imposibilitaba para quemarla cuando nos fuera conveniente. Todo esto sin tener en cuenta que la beligerancia nos traería tales y tan indiscutibles ventajas que hasta podríamos comprometernos a pagar toda clase de indemnizaciones, con tal de que fueran justas. ¡Qué lastima de carácter el de Manuel!

     X. no sirve; tiene cerebro femenil en las cuestiones políticas, como lo prueba su famoso argumento de los bodegueros. Gonzalo de Quesada es muy joven, es casi un niño. Emilio Núñez me figuro, aunque puedo estar equivocado, que es poco Martí junto a Gonzalo de Quesada y Angelina,  la esposa de estequerido en Nueva York; sin embargo creo podía servir; conoce el país y hasta ahora es el único que ha trabajado con provecho. Francisco Javier Cisneros, también, quizás; aparentemente reúne toda clase de cualidades, pero aparte de los resabios que deben quedarle de la guerra pasada, hay quien dice que es un déspota, y que por los muchosFrancisco Javier Cisneros, retrato de Urdaneta disgustos personales que ocasionaría, grandes males podrían sobrevenir.
     ¿A quién poner entonces? Cualquiera que fuera hombre de palanca serviría para el caso, si la Constitución del Partido Revolucionario no fuera tan mala; para mí y para otros, entre ellos Pedro Betancourt, en eso está el quid y todo el mundo se estrellará en ese puesto; por lo menos, Don Tomás, contenta a todo el mundo, y se evitan así escandalosas violencias. El Partido Revolucionario lo fundó Martí para José Martí; era una obra casi maestra, dada sus cualidades; pero faltando él es una (ilegible) y por desgracia no todos son José Martí. ¡Qué remedio queda! ¿Modificar los estatutos del Partido? ¿Sería posible? Yo creo que no, en nuestras circunstancias actuales, el tiempo apremia, y la formación de nuevas bases, más democráticas, tomaría mucho tiempo.
     No veo más solución al problema sino esperar, y entre tanto yo aconsejaría a los que dignamente aspiran al puesto que se apresten a obtenerlo de las elecciones de Abril; todas las demás cosas, meetings, protestas, juntas, sin contar con que son ridículas, resultan antipatrióticas.
     Por lo pronto el proyecto de formar una especie de consulado de cuatro, como se anunció en casa del Dr. Menceal me parece un disparate. Si la cosa trabaja mal con uno, ¿cómo sería con cuatro? Estos repartos de mando han dado mal resultado, desde el remoto tiempo de los romanos.
     Me decía Cosme esta noche que los disidentes (llamábalos así no encontrando otra palabra más adecuada), por ver si conquistaban a Sanguily, le ofrecieron la delegación. Por otra parte, me aseguró el mismo Cosme, que Sanguily ha sido nombrado oficialmente por nuestro Gobierno Sub-Delegado, pero no lo ha querido aceptar.
     A todas éstas se vuelve a hablar de que seremos postergados de nuevo. Soy tan pesimista que me inclino a creer sea cierto, aun cuando Vicente me ha asegurado que Don Tomás, con quien habló sobre el particular, le dijo que todo eso era completamente falso, y de todos[sic] modos saldríamos los primeros, con o sin Calixto.
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Nueva York, 11 de marzo, 1896

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     Hoy llegó un tal Pérez (1) del Estado Mayor de Maceo, para curarse de una herida, bastante grave, probablemente perderá un brazo de resultas de ella.
Martí     La única distracción que he tenido en estos días ha sido un rato de charla con Leandro Rodríguez. Como es antiguo conspirador, y ya viejo, conoce muchas personas y muchos detalles de todos nuestros jefes y nuestras guerras. Él puede decirse que era el Delegado aquí durante la Guerra Chiquita y hoy me confesó que tenía los papeles referentes a ella. Si escapo con vida de esta Revolución voy a ver si me los deja leer; no creo que resultara mala obra el historiar ese período de nuestras luchas, por lo menos sería original, pues que yo sepa, nadie lo ha hecho hasta ahora.
     Estuvimos hablando mucho de Martí; según Leandro, Calixto lo calificó de una especie de Manuel Sanguily, por otro estilo, pues no le daba por criticar, sino por alabar. Era indudablemente, un político, pero demasiado ambicioso. En el 85 porque vio que el Dr. Hernández era preferido, no quiso contribuir con sus trabajos, apartándose por completo de ellos, a pesar de que era el Presidente del Comité Revolucionario de New York. Tenía un don especial para halagar a todo el mundo, y por eso hay quien se entusiasmara tanto por él. Él al principio quiso militar en la Autonomía, pero como allí encontró hombres de talla, con los que no lucía, y como por otra él necesitaba figurar, apeló al pueblo, a quien leManuel Sanguily, el verdadero apóstol era fácil cautivar por aquello de que en el reino de los ciegos el tuerto es rey. En esto me parece injusto, pues juzgo tal el negarle su incondicional patriotismo y sobre todo su gran fe. Si apeló al pueblo fue por lo sano que es éste en general, porque es el verdadero elemento de todo cambio y porque es el único, a quien no favorecían las dádivas del gobierno ni se vendía por ambiciones mezquinas.
     Que Martí era un visionario no cabe duda, pero eso es inherente a todo gran revolucionario, y más a un Apóstol, como llegó a ser él. Aunque yo opino que más Apóstol y más que él al menos con más riesgo ha sido en teoría Manuel Sanguily; por desgracia suya se limitaba a escribir. Como prueba de las visiones de Martí me dijo que él conservaba un librito memorándum suyo, que lo retrata de cuerpo entero. En una fecha, dice: “gran entrevista con los hombres del Camagüey”; en otra: “Gran conferencia con los periodistas de Nueva York”; “Entrevista importantísima con un gran inventor de torpedos”, etc., etc., y él (Leandro Rodríguez) que entonces en el 85 podía decirse que vivía con Martí, sabe perfectamente que la entrevista camagüeyana había sido una simple visita de cortesía hecha al Marqués de Santa Lucía; que la conferencia periodística se reducía a la conversación con algún repórter a caza de noticias, y la patriaconsulta sobre los torpedos no tenía más base sino la conversación de uno de los chiflados que andan siempre inventando de todo. Esto da idea del poco sentido práctico de la vida, que tenía nuestro hombre.
     Pero sin embargo no le faltaba la práctica de exagerar mucho, para hacer creer por lo menos algo, según él, hasta Sadi Carnot le había hecho serias promesas de ayudarle y apoyarlo y esto entusiasmaba a los ignorantes; cuando pasaba los grandes apuros era cuando había algunos de esos levantamientos que él conseguía hacer en Cuba, y que no se atrevía a apadrinar por temor a que fracasaran ni a repudiar por si los coronaba el éxito. Le sucedía entonces lo que a aquel cazador de los cuentos de Ingerson que vio entre unas malezas un bulto y no quería tirarle por temor de que no fuera un ciervo, siendo una de sus terneras, hubiera deseado entonces tal habilidad que si fuera una tetera no la matara su tiro, y en cambio que no se le escapara si era un ciervo. Esto sucedió a Martí con los levantamientos del Purnio y Las Lajas, mientras en Cuba los reformistas y conservadores se lo atribuían mutuamente.
     Convinimos los dos que Marti había tenido el gran talento de morir a tiempo, y que nunca tomó mejor decisión que la de ir a Cuba. Con su desembarco justificó todas sus audacias, y con su muerte se evitó los sinsabores que después le hubieren sobrevenido, al mismo tiempo que cayó en el apogeo de su gloria; ésta nadie se la discutirá pues se la ha asegurado su martirio (2).

 

Notas

1. Coronel Federico Pérez Carbó

2. Leandro Rodríguez, nacido en Güines, donde fue Alcalde después del cese de la dominación española, fue efectivamente uno de los hombres civiles de la Guerra Chiquita; tal vez uno de los más destacados, pero, como todo el mundo, juzgaba de hechos que solo conoció a medias, y por tanto, juzgaba mal. Desde la publicación por Gonzalo de Quesada, hijo, de la elocuentísima carta dirigida por Martí al general G6mez en el año 85, se conocen de sobra los motivos de la ruptura del Apóstol con Gómez y con Maceo, y no fueron ésos que señala Leandro, sino otros, los determinantes de la abstención en cooperar Martí a los planes de los dos Caudillos. Son exactas, sí, sus notas sobre el optimismo de Martí; estado de ánimo que explica cómo pudo aquel poeta levantar montañas para realizar su obra. Sin fe, es decir, sin creer en el milagro, no se podía intentar tan fantástica empresa, empresa que a todos parecía insensata, entre ellos, a muchos prohombres de la Revolución pasada.
     En cuanto a lo que dice de Martí y Sanguily, Calixto, acertadísimo; Sanguily, cuya característica mental fue, entre otras grandes cualidades, su agudo sentido crítico, era difícil que abrigara fe en movimientos armados; no los creía viables, de ahí, su no participación activa en la conjura del 95, y cuya abstención por esta causa, ha sido señalada con gran exactitud por José M. Carbonell, en su devota biografía del tribuno habanero. Naturalmente, Martí, ídolo de los tabaqueros, de los humildes, de "esos humildes y esos tabaqueros, a quienes debe en gran parte su independencia Cuba" (Máximo Gómez), no los iba a conquistar señalándoles las dificultades de su obra.
    Como se ve, no era admirador Leandro de Martí, y no hacía más en eso que seguir la corriente; porque Martí, adorado por el pueblo de la emigración, seguido por los llamados sus discípulos, Gonzalo de Quesada y otros de algunos grandes Jefes, era desdeñado y aún zaherido por algunos pontífices del viejo separatismo. En lo de la aspiración autonómica de Martí no hacía más que repetir lo de la carta famosa de Collazo.