El falso hermafrodita (1)
Demanda de Margarita Malaure por Recurso Estraordinario a S. M.
«Señor: Margarita Malaure, postrada humildemente á los pies del trono de V. M., solicita amparo contra un infortunio sin ejemplo, que habiéndola condenado á vivir hasta ahora sin saber quienes eran sus padres, la pone hoy en la necesidad de declarar cual es su sexo. Oculto el sello que lo distingue á la vista perspicaz de los facultativos, creyeron que no se hallaba impreso por no haber podido observarlo; y he aquí el orígen de la desgraciada historia de acontecimientos que va á oir V. M.
«Apenas vió la luz del dia, cuando tuvo la desgracia de perder á sus padres: bautizada por el cura de Pourdiac, debió a la generosidad de este virtuoso párroco los primeros cuidados de la vida, y sea por negligencia de su nodriza, ó por debilidad de su temperamento, ó por algun esfuerzo estraordinario de la naturaleza, desaparecieron de tal manera en ella los signos que caracterizan su sexo, que fue imposible distinguirlos: la causa de esta metamórfosis es la conocida entre los médicos con el nombre de Prolapsus uteri.
«La esponente no recuerda haberse visto jamás en otro estado, y así se acostumbró a él sin dificultad, pues no habiendo tenido nadie el cuidado de curarla cuando niña, creyó que todas las mujeres eran lo mismo: sea ésta una prueba del pudor que conservó, aun entre las personas de su sexo. En 1686, á la edad de veinte y un años, cayó enferma en Tolosa en casa de una señora á quien servia: conducida al hospital, el médico apercibió con sorpresa su estado, y equivocando su cálculo, la tomó por hermafrodita, pareciéndole aun, que prevalecia en ella el sexo varonil sobre el de mujer. Este descubrimiento se hizo público, y aunque todo el mundo ansiaba verla, jamás consintió en satisfacer la curiosidad á espensas del pudor; y lejos de darse en espectáculo, como esas gentes que corren por todas partes, y forman grangería de una imperfeccion de la naturaleza, ella solo le ofreció á los que debian reconocerla por órden de los Magistrados. Este recato natural, sus inclinaciones, sus modales, todo la daba á conocer por un instinto secreto, que pertenecia al sexo femenino; pero el parecer de los facultativos la fue contrario, y consultados los vicarios generales, se la obligó á vestir el traje de hombre. No es posible, Señor, espresar la repugnancia con que lo llevó: inclinada mas bien á los impulsos secretos de la naturaleza, que á las decisiones de los médicos, miraba á aquellos como infalibles, mientras en lo íntimo de su corazon acusaba á las últimas de ignorancia, aunque sin razones para justificarla.
«La esponente no podia vivir en una posicion tan violenta; toma pues el partido de marcharse á Burdeos, donde volviendo á su traje de mujer, le pareció haber recobrado el sexo que tan injustamente se le arrebatára: bien avenida con los cargos humillantes del sexo débil, estuvo hasta el año 1691 sirviendo á una señora de dicha ciudad, pero la desgracia la perseguia: fue reconocida y denunciada á los vicarios generales; la hicieron vestir de nuevo el traje de hombre, y la obligaron á restituirse a Tolosa; allí se la puso en prision, suponiendo abuso en haber vestido de mujer, y seguidos unos cortos trámites, dio el Tribunal en 21 de julio un decreto, reducido á que la esponente se llamase en lo sucesivo Arnaud de Malaure, y fuera vestida de hombre, con prohibicion de usar el traje de mujer, bajo pena de azotes.
«En tal situacion, sin saber ningun oficio para procurarse los medios de subsistencia, y alejada del servicio doméstico por el horror que inspiran los hermafroditas, en cuya clase la habian colocado, se vió obligada á errar mendigando de pueblo en pueblo; pero teniendo siempre consideracion á su sexo, y creyendo que el pudor seria su mas bello adorno, se condujo con la mayor prudencia, y se hizo respetar por su recato de ciertas gentes, que se creen dispensadas de toda atencion con esta clase de vagamundos. Quiso ocultar la opinion que la habia juzgado en Tolosa; pero la fama que llevaba á los pueblos por donde transitaba, esparcia las señales que podian hacerla reconocer.
«Algunas gracias de su sexo con que la naturaleza la dotára, llamaban hácia ella la atencion del público, y daban cierto realce á su aventura; y la imaginacion, que se complace siempre en formar sus ilusiones, para hacer la historia mas maravillosa, la atribuía atractivos que no poseía, de manera que se la miraba con un horror mezclado de curiosidad, como á hermafrodita, y con placer, como á una persona digna de atraerse las miradas del público. La espondente presenta certificados de las autoridades, para justificar la regularidad y decencia de su conducta en la vida errante, que la obligó á abrazar la necesidad. Sabia que el frágil vidrio en cuya conservacion estriba el honor de las doncellas, estaba tanto mas dispuesto á quebrarse, cuanto un género de vida la esponia á los continuados ataques de la seduccion y del poder. Su subsistencia dependia de las limosnas; y en esta posicion, en que mas ocupa la miseria que el decoro, apenas puede conservarse ileso el honor, cuando el espíritu no se halla tranquilo, y cuando las privaciones obligan á pensar de contínuo en cubrir las necesidades que atormentan á una víctima del infortunio.
«La condicion de la esponente era deplorable: obligada á obedecer un fallo, cuyo error condenaba la naturaleza, era mirada por muchos filósofos como una de estas quimeras, á las que la fábula dio nombre, y por el público crédulo, como un verdadero mónstruo.
«Es, Señor, una cuestion muy controvertida, si hay verdaderos hermafroditas; pero es cuestion mas de curiosidad que de interés presente. La opinion mas segura es, que si la naturaleza parece estraviarse alguna vez en la produccion del hombre, no llega al estremo de formar metamórfosis ó semejanzas perfectas de los dos sexos, ó mezclas que puedan dejar subsistir perpétuamente el sexo, que el dedo del Todopoderoso imprimió en el nacimiento; y aun en la concepcion no cambia jamás; no hay nadie en quien ambos sean perfectos, que pueda á la vez engendrar en ellos como las mujeres, y fuera de ellos como los hombres: la naturaleza no puede confundir perpétuamente ni sus verdaderas señales, ni sus verdaderos sellos: da siempre un carácter distinguido, y si le encubre por algun tiempo en la infancia, se desarrolla por sí mismo con la edad. Es fuerza, sin embargo, conceder que se han visto á las veces personas de una constitucion tan particular, que merecen alguna escusa los que no pueden desenvolver la verdadera especie; pero nada hay en la suplicante que la asemeje á tales séres, y si hay algo de prodigioso en la historia de sus variaciones, se podrá decir que es solo el error de tantos médicos y cirujanos de diferentes universidades del reino como la han visitado, quienes, por resultado de sus observaciones, solo no han demostrado mas verdad su ignorancia.
«La recurrente tiene la estatura de una mujer; el aire ordinario de dulzura que está pintado en el bello sexo, las inclinaciones, el gusto, los modales, y hasta las enfermedades habituales de la mujer. Liberal la Providencia, la ha hecho partícipe de dos fuentes destinadas á alimentar los frutos de la fecundidad. ¿Y se podrá dudar de su estado? Aunque desfigurada por la mutacion esterior a que se ve reducida, puede decirse que desde el momento en que se la ve, la primera idea que presenta es la de su verdadero estado, se ofrece á los ojos como una mujer, y solo puede cambiarse de opinion por el recuerdo de una fábula autorizada.
«Nada mas triste que su posicion. Creerse mujer en el fondo de su alma, contemplarse con placer en este estado, y tenerse que presentar como hombre, la hace padecer los tormentos mas atroces. La naturaleza resiste al cambio que los tribunales han sancionado, y la hacen aparecer como una hermafrodita, como una especie de mónstruo sobradamente raro, para conciliarlo con la especie humana, y que compone una clase aparte, mirada con horror hasta por los mismos irracionales. Sumida en una horrible incertidumbre, mil veces la suplicante se ha preguntado á sí misma: ¿Eres mujer, eres hombre ó que eres? No hay pena mas cruel, nada mas triste, que el estado de no tener ninguno. Con dificultad podrian espresarse las violentas agitaciones de su imaginacion ingeniosa en atormentarla: cada nueva idea la causaba un nuevo dolor, se sucedian unas á otras y se comunicaban su fuerza é intensidad. Pero su suerte está próxima a fixarse definitivamente, y todo la hace esperar que ha llegado el momento, que la naturaleza con un fallo irrevocable triunfe del que los hombres apoyados en apariencias engañosas, en cálculos poco meditados.
«Vino, señor, á Paris la esponente, como centro de las ciencias, para consultar los profesores mas célebres, y no bien la vió Helvetius, doctor en medicina, cuando sin trabajo alguno reconoció lo que realmente era; y Saviard, cirujano tutelar del hospital, en cuyas manos se puso, restableció de tal modo lo que estaba descompuesto, que descifrado el enigma que ocasionaba la descomposicion, no se puede ya poner en duda su estado de mujer. A vista pues, de los certificados auténticos que posee la esponente, pide se la devuelva el sexo que la diera naturaleza, el nombre que recibiera en el bautismo, y el traje que las leyes civiles y canónicas la obligáran á llevar eternamente: reclama su estado y los caracteres que le designan, estado y caracteres que el Tribunal la arrancó desmintiendo á la naturaleza. La suplicante podria en verdad apelar de este decreto al parlamento de Tolosa, mas su pobreza no la permite volver á hacer tan largo viaje, sin esponerse á nuevas desgracias. Su pudor es todavía otro obstáculo mas invencible: obligada si va á Tolosa á comparecer en traje de hombre, pues el decreto del Tribunal debe ejecutarse, á pesar de la apelacion, no puede ir con este verdadero disfraz sin chocar con el decoro, sin mostrar las órdenes de la Policía, y lo que es mas, sin incurrir en las censuras de la Iglesia. Su modestia sufriria aun mucho mas por un nuevo registro y un nuevo exámen, al que infaliblemente debiera sujetarse, y despues de todo era muy de temer, que aquellos médicos y cirujanos, mas celosos de su reputacion que del descubrimiento de una verdad que convencia su ignorancia, tratasen de sacrificarla negándose á declarar su estado de mujer. Su amor propio ofendido, ¿qué venganza no seria capaz de aconsejarles?
«Enteramente disipado el error que produjo el decreto del tribunal de Tolosa, estando la recurrente sin padre, sin domicilio, en estrema indigencia; ¿no deberán ser competentes para ella los jueces del lugar donde se encuentra, mucho mas, no habiendo parte pública, ni particular que se interese en impedir se destruya el decreto de que se apela? Espera pues, la suplicante de la justicia soberana de V. M., que por la plenitud de su poder, la dispensará de los procedimientos supérfluos, acordándola un decreto que asegure su estado.
«Por todas estas razones, y atendiendo, Señor, á la singularidad de la peticion que no podrá modelarse á otra de su especie: A. V. M. suplica, se sirva revocar y anular el decreto del tribunal de Tolosa de 21 de julio de 1691, como dado sobre un error de hecho, respecto al estado personal de la recurrente; mandando que vuelva á tomar su cualidad, su primer nombre, y su traje de mujer; y si para satisfacer las formas judiciales, fuese del agrado de V. M. avocar á sí y á su consejo la apelacion de aquella sentencia, puesto que por las consideraciones arriba espresadas, la es imposible interponerla ante el parlamento de Tolosa, ó mandar comparecer á la espondente ante otros jueces; dígnese V. M. designarlos en Paris, atribuyéndoles la jurisdiccion competente; y entre tanto continuará sus plegarias al cielo por la conservacion de los dias de V. M. == Margarita Malaure.
El Rey nombró en efecto una comision, facultándola para juzgar en su nombre. Este Tribunal mandó que dos médicos y dos cirujanos reconociesen á Margarita Malaure, y en vista de sus declaraciones enteramente contestes entre sí, y conformes á las presentadas en juicio por la interesada, revocó la sentencia del tribunal de Tolosa, mandando que Margarita Malaure usase de este nombre, que le habia sido dado en el bautismo, y vistiese el traje de mujer, debiendo ser considerada como tal en lo sucesivo. Dada cuenta al Rey, se sirvió aprobar esta sentencia, y la jóven Margarita, víctima por tanto tiempo de la ignorancia de los facultativos, apoyada en un descuido de los primeros años de su infancia, recobró las consideraciones de mujer, que tanto deseaba y tanto merecia. Pasemos á hacer algunas observaciones sobre la materia de que se trata en esta causa.
Segun Aristóteles, hermafrodita es un yerro de la naturaleza. Ninguno de ellos es perfecto; es decir, no hay ninguno en quien no domine uno de los dos sexos. Se citan sin embargo dos hermafroditas casados, que tuvieron hijos uno de otro como hombres y como mujeres, según se vé en la disertacion de Mr. Loffhagon en las noticias literarias del mar Báltico, 1704, pág. 105. Pero esto sin duda es fabuloso; y lo que se puede decir de los hermafroditas, es, que con el sexo dominante, tienen débiles apariencias y señales imperfectas del otro; de modo que es necesario ponerlos en la clase de hombres, y hacerles vestir su traje, si prevalece el sexo masculino sobre la mala conformacion del otro, y en la clase de mujeres, y vestirlas de tales, si prevaleciere este. De aquí se sigue que hay dos especies de hermafroditas, y que no hay quien tenga el uso de los dos sexos.
Ha habido personas que eran verdaderamente hombres, pero no se conocian como tales, por no presentar su sexo. San Agustin refiere, que en tiempo de Constantino el grande, una jóven italiana se hizo hombre; es decir, que por algun movimiento violento, descubrió el misterio. Ambrosio Paré, cuenta de María Germain, que habiendo hecho un grande esfuerzo para saltar un foso, se volvió hombre en el mismo acto. Se debe presumir, que ésta y la italiana habian siempre sido hombres, y que su sexo sepultado hasta entónces, salió de la tumba. ¡Cuántas mujeres bailarian de continuo, y harian esfuerzos violentos, si tuvieran la esperanza de tan lisonjera transformacion!
Hay mujeres que pasan por hermafroditas, aunque realmente sean mujeres, por tener caracteres equívocos de hombre, de que suelen abusar: las hay que tienen el rostro, la barba, la voz y las inclinaciones de hombre, sin que por eso dejen de ser mujeres.
Pablo Zachias, médico romano, que compuso un tratado de cuestiones médico-legales, coloca en el rango de los hermafroditas, á los que naturalmente son neutros; es decir, los que no tienen ningun sexo y se llaman eunucos, ambiguos. No coloca a los hermafroditas en la clase de los mónstruos; porque el mónstruo es una descomposicion enorme que llama læcio enormis; pero cuando por mónstruo se entiende un prodigio contra el órden de la naturaleza, puede decirse que esta definicion conviene á un hermafrodita, y á un eunuco (2). Rebate la opinion de los que creian, que Adan era hermafrodita; heregía que tuvo su orígen bajo Inocencio III á fines del siglo XII, fundada sobre el paso del primer capítulo del Genesis v. 27. Et creavit Deus hominem ad imaginem suam, ad imaginem Dei creavit illum, masculum et fæminam creavit eos. «Crió Dios al hombre á su imagen, le crió a la imágen de Dios, «y les hizo varon y mujer.» De aquí infieren que crió á Adan hermafrodita; pues criándolo así, lo crió á su imágen, porque Dios lo produce todo sin ayuda de otro. Cuando formó á Eva la sacó de Adan; lo que prueba según los hereges, que el sexo de aquella estaba en este; además, habiendo Dios criado de todos los animales un individuo de cada sexo, mal hubiera criado á Adan solo á no haber reunido en él los caracteres de ambos.
La refutacion de esta heregía está encerrada en el mismo versículo. En primer lugar, Moises dice, que Dios crió macho y hembra, luego habla de dos personas, que son Adan y Eva: añade, que los bendijo y les habló de esta manera: «creced y multiplicaos, y llenad la tierra, y sujetadla, y dominad sobre los peces del mar y las aves del cielo, y todos los animales que hay sobre la tierra.» Dios habla aquí en plural y no puede menos de referirse á Adan y Eva. Si pues el oráculo divino pone aquellas palabras antes de la formacion de la mujer, debe éste considerarse un trastorno de órden sumamente familiar en la historia, cuando el escritor se halla fuertemente inspirado, y se deja llevar de los vuelos de la imaginacion. En segundo lugar, es un grosero error pretender fundar, sobre el doble carácter del hermafrodita, la semejanza con la imágen de Dios: Dios es un sér incorpóreo, por consecuencia el hombre no puede asemejársele en el cuerpo: esta semejanza está fundada en el alma, que siendo espiritual é inmortal, recibió de la bondad Divina los caracteres de su imágen. En tercer lugar, de que Dios no criase á Eva al mismo tiempo que crió á Adan, no se sigue que éste debiera ser hermafrodita: todo lo contrario en nuestro concepto, pues que si Adan reunia las facultades de atender por sí solo á la procreacion del género humano, inútil hubiera sido la existencia de su compañera. El corto intervalo que medió desde la existencia de Adan hasta la formacion de Eva, destruye el fundamento de tan absurda heregía, y solo prueba la dependencia en que quiso colocar á la mujer. Últimamente, es un error el decir que Dios sacó de Adan el sexo femenino, pues solo dicen las sagradas letras, que de una costilla suya formó a la mujer: et ædificavit Dominus Deus costam quam tulerat de Adam in mulierem. Gen. cap. 2., v. 27. Nada hay indiferente en los majestuosos cimientos de nuestra generacion, y si Dios formó a Eva de una costilla de Adan, fue para demostrar la indisolubilidad del matrimonio, y la union que debe reinar entre los que viven en mutuo consorcio: erunt duo in carne una.
«Los hermafroditas han sido mirados con horror en muchos pueblos de la antigüedad. En Aténas se les arrojaba al mar; en Roma ó se les echaba al Tiber, ó se les abandonaba en islas desiertas, y Rennefort en la relacion de sus viajes dice: que en Surate (3) hay muchos hermafroditas, que con traje de mujer, llevan el turbante de hombre para distinguirse y manifestar que tienen los dos sexos. Los Griegos llaman á un hermafrodita Andrógynos (4).
Pero prescindiendo de estas curiosidades, y concretándonos á lo que mas importa á un canonista y á un jurisconsulto, examinemos las cuestiones y los preceptos legales á que puede dar lugar el estado de un hermafrodita.
¿Podrá éste contraer matrimonio? Primera cuestion. Segunda. ¿Podrá entrar en religion? Si oimos á los tratadistas, que fundados en los principios de la moral religiosa, resuelven ambos problemas, deberemos decir, que si el hermafrodita tiene las señales que la naturaleza ha estampado en cada sexo, y las tiene en uno de ellos sin mezcla ni confusion segun el sentir de profesores inteligentes, puede casarse como hombre ó como mujer, atendida la distincion con que la naturaleza le ha ya caracterizado. En cuanto á la entrada en religion diremos, que el hermafrodita puede ser fraile, supuesto que se halle colocado en la clase de hombres, pero no se le puede permitir entrar en convento de monjas, al que está colocado en el rango de mujer, si hubiese apariencias de que en cierto modo podria abusar del otro sexo.
Cuando por órden de la autoridad se asigna á un hermafrodita, segun las distinciones mas marcadas el sexo á que debe pertenecer, le está prohibido el vestir traje del opuesto, y de hacerlo incurriria en las penas que marcan las leyes al que se disfraza. Si el hermafrodita, caracterizado ya, llega á abusar de las apariencias del otro sexo, se hace tambien digno del rigor de las leyes. Pablo Zachias hace mencion de una mujer escocesa; á quien por semejante abuso se la castigó con el suplicio del fuego. Rochefort en su diccionario cuenta de una criada á quien se condenó á ser enterrada en vida por haber abusado de la hija de su amo, hasta el punto de hacerla embarazada. Montaigne en sus viajes cita un hecho análogo no menos deplorable. En Paris se recuerda aun cierta condena igual, impuesta a un hermafrodita, por sentencia del Parlamento; y si nuestros lectores quieren recoger mayor número de ejemplos de esta clase, nos referimos á los anales de los tribunales de Francia.
En nuestra España, fundados los jurisconsultos en que aquel esceso es comparable al crímen de sodomía, no es difícil conocer la pena que merecen los que incurren en un vicio de tamaña trascendencia. Las leyes de partida ordenan, que debe ser quemado el criminal y su cómplice. Las leyes recopiladas designan la misma pena y la confiscación de bienes, admiten la prueba privilegiada, y establecen que la accion para acusar sea pública.
Bastaria esta breve noticia á llenar los deseos que la redaccion se ha propuesto en la publicacion de esta causa; pero para completar el cuadro, concluirá con estampar tal cual ha llegado á sus manos un fragmento de un célebre abogado francés, en defensa de cierta persona vestida de hombre, de quien se sospechaba fuese mujer y aun hermafrodita: lo que no llegó á descubrirse, no tanto por los esfuerzos del orador, como por haber huido de la prision el procesado, evitando con la fuga el reconocimiento mandado por el juez.
«Magistrados: es bien triste obligar al hombre á hacer una justificacion de su conducta, cuando ha medido sus acciones al nivel de la mas exacta probidad, tiene concebida sobre el honor la idea mas exacta y delicada. Jamás la virtud, si bien vaya acompañada de la elocuencia, podrá borrar todas las impresiones de la calumnia. Obligar á defenderse, es comprometer por algun tiempo la honradez, y dejarla en duda: la misma necesidad de apología supone ofensa en el honor. Si la estimacion que disfrutamos forma aquella vida preciosa en que se complace el hombre en su imaginacion, la defensa á que se le obliga supone su vida en peligro, esponiéndole a perder sus mas preciosos goces. ¡Cuán humillante no es este reconocimiento! ¡A qué quedarian reducidos los hombres mas irreprensibles, mercede á la malignidad humana, si vivieran espuestos á los ataques de la calumnia!»
«El recurso de la inocencia en tan triste coyuntura, está reservado á las almas grandes, á aquellas que resisten el torrente impetuoso de las acriminaciones que le destruye, chocando con su inocencia, y que no permiten en su corazon la entrada la entrada á discursos injuriosos, desnudos de toda prueba, y sin mas apoyo que la malignidad.»
«El señor D… hablará solo al Tribunal, revestido de aquel carácter que constituye la exactitud en los principios de un juez recto, despreciando altamente las opiniones de un vulgo tan inconstante é infundado en sus juicios. Se ataca su estado y sus costumbres, y la censura que se hace de éstas, se funda tan solo en la duda de su estado; pero él dará a conocer lo que es, y la calumnia quedará confundida.»
«Es indudable que la naturaleza se aparta á las veces de sus reglas ordinarias, permitiendo cierta confusion esterior, que impide á primera vista distinguir sensiblemente el sexo que ella ha querido designar. Hombres hay, cuyos caracteres se ocultan á la vista, y solo aparecen en ciertos momentos, pasados los cuales vuelven á encubrirse: otros se ocultan tambien bajo las apariencias de mujer; pero ni estas apariencias, ni aquella periódica ocultacion de las formas esteriores, hacen variar al hombre de naturaleza: el diamante encubierto en la arena, es siempre diamante.»
«El señor D… tiene el carácter y el sello de hombre; y si uno y otro se hallan encubiertos alguna vez, no dejan por eso de asegurarle su estado y de ponerle al abrigo del odio de los que se lo disputan. Además, si desde que tiene uso de razon se consulta á sus afecciones naturales, se le ve siempre con las inclinaciones de hombre. La fuerza de la complexion, el amor al trabajo, el desprecio de los peligros, la facilidad en esponerse a las fatigas mas penosas, la serenidad en el curso de su vida, para arrostrar toda suerte de infortunios, no pueden menos de distinguirle del sexo débil. Él piensa, obra, se conduce como un hombre, tiene todas las cualidades de tal: y si es así, ¿qué duda legítima podrá admitirse bastante fuerte, para violar sus derechos personales, y autorizar un reconocimiento que el pudor resiste?
«Es constante que el corazon y las cualidades morales del hombre de honor son tan diferentes como las físicas en el cuadro comparativo con la mujer virtuosa: sus principios, sus sentimientos, son distintos, y hasta las reglas que conducen el honor de los dos sexos en su diversa carrera, lejos de hallarse inscritas en las mismas tablas, son por lo general opuestas entre sí. La vida dura y laboriosa es la herencia del hombre; por el contrario, la vida dulce y tranquila forma las delicias de la mujer. La timidez que deshonra al hombre, lejos de deshonrar á la mujer, hace honor á sus sentimientos delicados: los mas pequeños detalles, las minuciosidades mas lijeras de la economía doméstica, envilecerian al hombre que se ocupase de ellas, y sin embargo es la ocupacion mas honorífica de la mujer. La Escritura Santa en dos palabras describe en el libro de los Proverbios el carácter particular que forma el distintivo de los dos sexos: Accingere gladio tuo super femur tuum, potentissime. Digiti ejus apprehenderunt fusum. Armas ciertamente bien distintas: la una marcial, la otra doméstica, y ambas suficientes para marcar los genios opuestos, las necesidades distintas, las pasiones diversas, la conducta, las obras, hasta los pensamientos apartados entre el hombre y la mujer.
«En el proceso hemos probado que el señor D… miró siempre la rueca con horror y la espada con placer. No niega, sin embargo, que hubo un tiempo en que ignoró su estado; y en que hallándose ocultos los caracteres que lo distinguen, vistió el traje de mujer; pero esto sucedió en los dias de su infancia; y según declaraciones de personas respetables y piadosas, luego que con la entrada de la pubertad desarrollada la naturaleza, descubrió sus verdaderos distintivos, se le vió tomar los vestidos de hombre.
«Se dirá tal vez, que el oponerse al reconocimiento de su persona, ordenado por el juez, induce á dudar sobre su verdadero estado. El señor D… responde á esta objecion, que ha creido violar el pudor dándose en espectáculo á la justicia. ¿Quién se dirá obligado á obedecer un mandato de la autoridad en oposicion á la moral y las buenas costumbres?
«Aunque el estado del señor D… es indudable, puede hallarse sin embargo encubierto bajo apariencias engañosas, y los profesores mas prácticos podrian equivocar su juicio, cimentado en la momentánea inspeccion ocular. Por otra parte, un reconocimiento de esta naturaleza, podria alterar notablemente su constitucion, haciéndole padecer crueles martirios, para descubrir lo que la naturaleza ha ocultado, para socabar el tesoro que ella sepultó. El señor D… se veria cuando menos á ser la fábula del público, sirviendo de diversion á todo el mundo. Tales son las consideraciones que le han obligado á hacer resistencia: el interés de la moral, el peligro de la operación, la estima de su opinion; consideraciones todas las mas sagradas y dignas de la atencion del Tribunal, de cuya justificacion espera que pesándolas en el fiel medidor de la justicia, harán revocar el auto de reconocimiento, conservando al señor D… el estado á que pertenece, y respetando en él los derechos invulnerables de la propiedad personal.»
Notas
(1) Deseando la Redaccion dar á los lectores una idea de esta causa curiosa á la verdad, y economizar al mismo tiempo las páginas de la obra que necesita para otros procesos de mayor celebridad; se limitará a presenciar lo más esencial de aquella, la demanda y la sentencia; añadiendo al fin algunas observaciones acerca de la materia; para reunír bajo un mismo punto de vista todo lo útil de una cuestion tan singular.
N. de la R. E.
(2) Sunt enim eunuchi, qui de matris utero sic nati sunt. Math. c. XIX. v. 12.
(3) Ciudad del indostan ingles en la India.
(4) Androgynos era en la fábula una especie de gente que tenia dos caras, cuatro brazos y cuatro piernas; eran propiamente dos personas en una y tan poderosos que osaron hacer la guerra al mismo Júpiter, quien los venció y separó habiéndoles quedado á ambos el deseo de unirse, lo que, segun Platon, es el orígen del amor.
Una Sociedad Literaria de Amigos Colaboradores. Colección de las Causas mas Célebres, los mejores modelos de alegatos, acusaciones fiscales, interrogatorios y defensas en lo civil y lo criminal del foro francés, inglés y español. Parte Francesa. Tomo V. Barcelona: Imprenta de Ignacio Estivill, 1834. pp. 159-170.