“Como de camino hacia un parque:” Conversando con Reina María Rodríguez
Julio Ramos, University of California at Berkley
Francisco Morán, Southern Methodist University
Un lector
Néstor Rodríguez, University of Toronto
En abril de este año, Reina María Rodríguez vino a los Estados Unidos a participar en un Congreso organizado por Brown University. Uno de los propósitos del congreso fue el de reconocer precisamente la trayectoria de la escritora, quien también hizo presentaciones en Princeton University y en la University of New York (CUNY). Conversando con ella por teléfono surgió la idea de esta entrevista, especialmente para La Habana Elegante. Luego de contactar a algunos colegas y amigos suyos (además de un lector que prefirió mantener su anonimato) le enviamos las preguntas que ella fue respondiendo según el tiempo se lo permitía. Queremos, por tanto, agradecer a todos aquellos (y por supuesto también a Reina María) que hicieron posible la entrevista.
Julio Ramos
Imagínate que te habla un joven lector que desea conocer mejor a los poetas. ¿En qué consiste la labor de los poetas? ¿Qué hace con el tiempo un poeta?
Reina María
Siento que escribir es coser cada palabra, cada hilván, rematar un desprendimiento, porque algo se zafa y se zafa. Tal vez, esto sea un proceso agotador, porque como escribí en un texto usando una frase de Virginia, me siento siempre "prendida con alfileres" y a veces, los alfileres no tienen puntas, como en un cuento suyo. Trato de hincar, de remover esas fibras de un tejido y eso se lo debo a mi madre, la gran costurera. Cada palabra, para mí, está conectada a la sensación, buscando otra frase suya, muy querida, "la sensibilidad de las impresiones." Eso lo veo ahora mas claro en el poema "Celine y las mujeres" de El libro de las clientas, donde a partir de una puntilla antigua que cosía la madre de Celine y el cesto de la costura de mi madre o su máquina, una traición se estaba cosiendo en la familia entre mi padre y ella.
Julio Ramos
Desde que nos conocimos, hacia comienzos de la década del 90, he querido preguntarte sobre la relación entre tu poesía y la ciudad que habitas, La Habana, sus diversos quehaceres y ritmos de vida. ¿No nos sería posible pensar tu poesía como un punto de cierre de aquel notable discurso moderno cubano que postulaba el “impuro amor de las ciudades”?
Reina María
El tiempo de un poeta es para su ocio, para moverse entre el pasado y su virtualidad, nunca sale de alli, de esos recovecos. Escribo todo el tiempo, debería romper, perder fragmentos, pero es tanta la pérdida real, que los poemas no alcanzan, ni los diarios tampoco, para rellenar todo el fondo. Es un trabajo a tiempo completo, una enfermedad: la elefanteasis, le llamo. Ayer vi una lagartija en un cristal; detrás, un arbol cortado por la mitad del tronco. Los planos estaban superpuestos. Me gustan esas diferencias de planos, porque desde mi visión se juntan, aunque no tengan la misma jerarquía, y porque no la tienen, busco juntarlos, coserlos. Cuando escribí en prosa y con fotos, Variedades de Galiano todo empezó por un parque al fondo, junto al cristal que separaba el parque Fe de una cafetería; un vagabundo que me enseñaba "sus partes" me dio terror de que rompiera el cristal y avanzara hacia mí, entonces, el texto me protegió de él, de la realidad, y me salvó (porque siempre busco salvaciones simbólicas, y asumo el texto como la casa, como la protección). De ahí que la cuidad que siento como un útero (traté de describirlo en otro momento en Páramos, con "Luz acuosa") se me avalanza, y el texto me sirve de refugio, de escondrijo. No obstante, aunque el cristal nos separe con su fragilidad, la ciudad se vuelve un ser, una voz, y la necesito.
Julio Ramos
Desde la década del noventa, tu escritura poética no ha cesado de explorar el desgaste de las cosas, su agotamiento, su inexorable caída en desuso. Cuando caen fuera de circulación, las cosas recobran – en tu poesía—el potencial de un modesto encantamiento, como ocurría, por cierto, en la obra de aquellos otros grandes poetas de la vida material como lo fueron Gil de Biedma y varios de los heterónimos de Fernando Pessoa. ¿Me permites preguntarte sobre la “poética del desgaste” de la vida material, su relación con la palabra poética y la experiencia urbana contemporánea?
Reina María
Hay dos momentos en lo que escribo: el de la esperanza y el de la desilusión. Y voy de uno al otro en el mismo texto, alternándolos; como voy de un lenguaje a otro, el de querer y el de no querer; el de aproximacion y el del alejamiento; siempre con el peso del "yo" promiscuo y su incapacidad para desahacerse de “ella”. Por eso, Julio, caben las dos cosas en esa “poética del desgaste”, como la llamas: el tiempo del encantamiento (ya pasó) y el tiempo del desencantamiento, donde una frase de Witold Gombrowicz me mata; no la voy a citar textualmente, pero es algo así como buscar un lenguaje para ese momento donde uno no se ha percatado de que usa todavía el mismo de la juventud cuando ya está en el tiempo de morir. Ese desgaste de las cosas y del cuerpo, lleva consigo un desgaste mayor, el de la palabra que se va convirtiendo en un garabato, no en un dibujo. Un garabato que no alcanza con su imposibilidad para armar algo. Intento buscar, así como lo afiladas que están mis rodillas por el paso de los años, el paso de ese afilamiento en el texto, y eso es más que un desgaste; es un desgaste del conocimiento que nunca se puede fijar (como no se pueden fijar los muros de las casas, los repellos, la confianza).
Francisco Morán
Quiero retomar la última pregunta que te hace Julio Ramos y preguntarte por la relación entre esa “poética del desgaste” y la profesión de “ruinólogo” que se ha adjudicado Antonio José Ponte. ¿Cuáles serían, en tu opinión, los puntos de coincidencia y/o de divergencia de ambas miradas convergiendo sobre la ciudad, sobre el cuerpo?
Reina María
Tal vez tengamos mucho que ver Ponte y yo, y no solo en tantas otras cosas en las que tenemos que ver durante tantos años de amistad, pero la diferencia en cuanto a la escritura está en su artesanía, en su búsqueda de una sintaxis, de armar un tono y fluir con él. Entre sus ruinas, él perfecciona un trayecto, lo traza y por él avanza; en cambio, yo no soy más que una escribidora, nunca podría contar Las mil y una noches, no tengo oído ni tendría paciencia. Ponte estaba entre las ruinas, tiene una teoría sobre ellas; yo las sufro. Ponte pone orden con su intervención para reflejarlas; hace un trazado, dibuja un mapa; yo las consumo. Ese “impuro amor de las ciudades” está en mis textos, desafiando los ruidos, los gritos, la deseperación del día a día que me traga. No es con orgullo que digo esto; no es un privilegio. Soy también las ruinas, el error, lo frágil: tal vez la fortaleza que hay en lo frágil. Él es fuerte en sí mismo; puede ver hacia afuera las ruinas, entrar y salir, percatarse, contarlas. Cuando había que hablar de la escasez, él escribió un libro maravilloso; no solo la anécdota de lo que no había; no solo el testimonio de lo que faltaba. En Las comidas profundas, está el hambre, pero está el concepto del hambre, su idea, así como en Corazón de Skitalitetz dos viejos buscan el concepto de libertad. Para mí, llegar a la idea es muy difícil; carezco de una lógica que me permita seguir hasta el final y no fugarme.
Francisco Morán
Otra pregunta que quisiera hacerte tiene que ver con tu escritura, o; mejor todavía, con tu estilo. Así como Julio Ramos propone una “poética del desgaste” en tu escritura, yo a mi vez propondría otra del “zurzido,” del “parche,” una “costura del descosido,” si me permites la expresión. Ese “modesto encantamiento” de que habla Ramos a mí me parece más un sobrecogedor desencantamiento. ¿Qué piensas tú de esto?
Reina María
Me encanta el término “costura del descosido”, el zurcido, el parche, porque mi madre nunca ha querido que le digan costurera, nunca le ha gustado arreglar, cambiar unas mangas que otro puso. Creo que al contrario de ella, para hacer su opuesto también, su reverso, yo quise remendar: una vida, una casa, una sintaxis, “prendida con alfileres”. Te mandaré un texto que escribi sobre eso.
Otro lector
¿Por qué insistes en escribir novela? ¿Qué te ha llevado a eso, y qué opinas de lo que has conseguido en ese género? Califica a los siguientes escritores, que, a juzgar por las referencias a ellos encontrables en tu obra, te han sido decisivos: Virginia Woolf, Anaïs Nin, Roland Barthes, Marina Tsvietáieva. ¿Qué admiras y qué no te convence, o qué le objetarías a cada uno?
Reina María
Virginia es la gran poeta, la inmensidad, la tela abierta, el mar. Marina es aquello que se balbucea, lo que nunca está a término o atado: lo roto, lo irrecuperable, la incapacidad (un paréntesis, un guión, una piedra, una tormenta, alegría y dolor, imán, agujero), y Barthes el vericueto por donde entrar, la calle, la inteligencia. Traté de aprender con él, solo con la pequeña diferencia del subdesarrollo, del pseudo todo en el que vivo, y la realidad de que mi azotea no sea Bayona. Anaïs Nin fue una época; su vitalidad en mis treintas, ya no es casi nada, un soplo, una ilusión; una máscara de aquellas relaciones que tuvo. Siempre quise copiar vidas, buscar semejanzas, establecer esos bocetos y comparaciones; tener prestada la vitalidad que me faltaba.
Néstor Rodríguez
Desde Paideia, pasando por las peñas en la azotea y, más adelante, la Torre de la Casa de Letras te has afanado por forjar un espacio autónomo para la literatura desde La Habana. A casi tres décadas de insistir en esta ambición, ¿qué huellas, qué aleccionamientos, ha dejado esta utopía en Reina María Rodríguez?
Reina María
Querido Néstor, me da mucha alegría que me hagas esa pregunta, porque has conocido de cerca y participado en esos espacios también. Respondiendo a tu pregunta, me han dado la experiencia de lo difícil que se hace conseguirlos, luchar por ellos, ¡sostenerlos! Paideia fue un espacio muy especial porque éramos jóvenes y se mezclaron varias disciplinas en él: teatristas, filósofos, poetas, pintores, algo en verdad ¡raro! Luego la azotea fue un espacio de intimidad, de amistad, de conversaciones interminables, de noches que fueron infinitas. Después de la desbandada, cuando todos se habían ido, la Torre ha querido ser un lugar para la literatura a través de las lenguas, un espacio para la resistencia, sin propaganda, sin tecnología, un taller. Siempre estoy cansada, pero a la vez deseosa de ver la presentación de un libro allí, de un autor traducido por los propios escritores y desconocido en Cuba. No me importaron nunca las cantidades, sino las intensidades, solo con que salgan unos pocos ejemplares (hemos tenidos hasta doscientos diez) cosidos y rifados en una lata, ¡me siento feliz! Pero no es fácil lograrlo; ha sido una guerra contra el cansancio, contra las imposibilidades y la desidia. Así y todo, la Torre de Letras, por donde han pasado traductores, editores, poetas, conferencistas tiene ¡nueve años y medios ya! Lo peor de todo es el éxodo constante, la fuga, tener que rearmar un espacio sin sustituir a sus ocupantes, porque el material humano no se sustituye ¡jamas!, el deseo de cazar a otros jóvenes escritores, porque el artista es un corredor de fondo: si no llega su relevo, no existe. Una boca traga a otra boca, (como en Cosmos, de Witold Gombrowicz), la boca de Lena, la boca de Katasia, un escritor se va tragando a otros, llevándolos con él. Veo estos lugares, en mi utopía (con tantos errores como han tenido, con tantas dificultades para existir) como pequeños templos, donde nada va en sentido de un término, de una finalidad, sino en proceso, en trayecto como de camino hacia un parque. ¡Mil gracias! Un abrazo.