“No me hagas preguntas capciosas”: Conspirando con Ena Lucía Portela

Saylín Álvarez Oquendo

 

     Cuatro novelas y numerosos cuentos publicados, así como importantes premios en el ámbito nacional e internacional, y una avalancha de estudios realizados por  académicos de prestigiosas universidades del mundo, han convertido a la cubana Ena Lucía Portela (La Habana, 1972) en un nombre de obligada referencia en nuestra literatura contemporánea. Como afirma cierto personaje de sus propias ficciones, la gran escritora, en virtud de su oficio, sería una «consumada farsante», una «sublime embustera». Y a mucha honra, que no quepa duda. En la vida real, sin embargo, Portela es apenas una de las figuras más prominentes de las letras cubanas de todos los tiempos, y con esto habrá de conformarse por el momento... aunque no suene tan espectacular.
     Un recorrido por su obra arroja resultados bastante jugosos. Su primera novela, El pájaro: pincel y tinta china, le valió en 1997 el Premio Cirilo Villaverde que concede la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). En 1999 publica el volumen de cuentos Una extraña entre las piedras. Ese mismo año conquista el Premio de Cuento Juan Rulfo, de Radio Francia Internacional, con el relato «El viejo, el asesino y yo». En 2001 publica La sombra del caminante, novela que con justicia merece el título de obra maestra. En 2002 ve la luz Cien botellas en una pared, que obtuvo el Premio Jaén de Novela que otorga la Caja de Ahorros de Granada (España), y ganaría en 2003 el Prix Littéraire Deux Océans-Grinzane Cavour (Francia). En 2006 aparece la colección de cuentos Alguna enfermedad muy grave. Y en 2007 su novela Djuna y Daniel le valió en Cuba el Premio de la Crítica. Publicada en nueve idiomas y en más de una veintena de países, Portela fue seleccionada en mayo de 2007, en el marco de la celebración de Bogotá Capital Mundial del Libro, como uno de los 39 escritores menores de 39 años más importantes de América Latina. En estos días se dedica por entero a La última pasajera, su quinta novela.
     Volviendo a tiempos más serenos, recuerdo que lo que nos unió en un principio fue la lentitud. A Ena – porque cuando aquello nadie la llamaba «Portela», creo – le cayó bien mi ritmo de caracol, y yo nunca había conocido a nadie que se desplazara tan lentamente como ella. Si a la salida de las clases coincidíamos en la puerta de la Facultad de Artes y Letras, emprendíamos la larga marcha por las calles del Vedado en busca de alguna pizza chancletuda para engañar el estómago. Era la época del hambre, los especialísimos 90s. Y nuestra amistad transcurría a lo largo de caminatas sin prisa, de conversaciones cósmicas en los bancos de la Avenida Paseo, de visitas a su madriguera en la esquina de 23 y 4, previa sesión de gritería a bocajarro, esperando que algún vecino piadoso abriera la desvencijada puerta si Ena no me oía...
     No sé qué habríamos pensado si alguien nos hubiera dicho que 15 años más tarde estaríamos metidas en esta conspiración con forma de entrevista. Conspiración que empezó a gestarse en los Estados Unidos, siguió su rumbo hacia Cuba y doblando el Cabo de Buena Esperanza fue a parar a Mozambique, ese otro extremo del mundo que se me abrió gracias a un tal (e inseparable) Luís Madureira. En Maputo se cocinaron estas preguntas, con el Índico bien metido en mis ojos, el portuñol musical de nuestra pequeña Leila, y los ecos de las vuvuzelas sudafricanas que revientan los tímpanos, como para que nunca se olvide que éste ha sido el año del primer Mundial de Fútbol en África. La entrevista ya respondida la revisaría en las nubes, sobrevolando el Sahara en un viaje de por lo menos 14 horas que me llevaba a Lisboa, desde donde finalmente habría de enviar el texto al otro lado del Atlántico. Conspiración galopante y trotamundos, fue un placer infinito aventurarme en ella. He aquí a Ena Lucía Portela. He aquí sus espléndidas respuestas.

 

SAYLÍN ÁLVAREZ OQUENDO: Has mencionado tu «leyenda negra de niñita desobediente, indisciplinada, anarcosindicalista y con cierta abominable tendencia a la crueldad verbal» (1) durante tus estudios en la Universidad de La Habana. ¿Cuántos caminos te cerró o te abrió esta leyenda? ¿Le debe algo la Ena Lucía Portela de hoy a sus años universitarios?

ENA LUCÍA PORTELA: Oh, sí. Vaya si le debe. ¿Te acuerdas de que por aquellos tiempos remotos algunos profesores que daban clases en tu grupo, que eran unos chamaquitos nobles y pacíficos, se ponían a veces a despotricar del mío, [a decir] que éramos los bandidos de Río Frío? ¿Y cómo nos llamaban? ¿Te acuerdas...?

SAO: «El grupo de Ena», ¿no? Como si estuvieran hablando de una pandillita, una cuadrilla, una secta, vaya, los alza’os...

ELP: Exacto. «El grupo de Ena», como si yo fuera la cabecilla. Pero no. ¡Vil calumnia! Verdad que yo durante ese lustro (1992 – 1997) en nuestra alegre Facultad de Artes y Letras hice básicamente lo que me dio la gana, y que me encantaba sostener opiniones heterodoxas y ser la «abogada del diablo», entre otras fechorías. Pero jamás le dije a nadie lo que tenía que hacer. Los chiquitos de mi grupo simplemente consideraron, algunos más y otros menos, que después de todo quizá no fuera tan mala idea que cada cual se comportara siguiendo su libre albedrío, lo que trajo como resultado ciertos problemitas de «gobernabilidad». Y al final de la jornada, como era de esperarse, vino el pase de cuentas.
     Aquel motín, presuntamente liderado por mí, no me abrió ningún camino, ¿qué te crees? Al contrario, me los cerró todos. O casi. A mí me hubiera gustado quedarme en la Facultad como profesora de griego, o de literatura griega, o algo por el estilo. Ya había sustituido en un par de ocasiones a una de las profesoras de Letras Clásicas cuando ella asistía a congresos en el extranjero y me cuadraba una pila dar clases, hacer que aquellos tarecos polvorientos de 25 siglos atrás resultaran amenos y divertidos. Pero me plancharon con el argumento, échate esto, de que yo carecía de «humildad», lo cual significa en buen romance que no aceptaba ucases de nadie. Y mi point, a saber: que yo era la mejor graduada de mi promoción y que era inteligentísima, brillante, un cerebrito de primera, como ya te podrás imaginar, je je, sólo reforzaba el argumento de ellos: que no tenía «humildad».
     También salió a relucir, claro, el asunto de la política. Yo no era propiamente anarquista, por muy bien que me cayeran Alexander Berkman y Emma Goldman –la verdadera, no la de Doctorow –, por más que me hubiese deslumbrado Orwell con su estremecedor Homenaje a Cataluña. Pero igual no era comunista, ¡vade retro!, y me vanagloriaba de no serlo, y me la pasaba burlándome del gobierno y haciendo chistes «contrarrevolucionarios». Para más folclor, viajé a los USA como escritora antes de discutir la tesis, me tiré lindas fotos a la entrada de la Casa Blanca y junto a la Campana de la Libertad en Filadelfia, y le traje de regalo una bandera americana a una chiquita de mi grupo que era anexionista. Afoqué demasiado. Entre eso, la carencia de «humildad» y el mal de Parkinson que me habían diagnosticado en agosto de 1993 (y que nunca me ha impedido ser moi même en todo mi esplendor), me cerraron las puertas no sólo de nuestra Facultad, sino también las de la Casa de las Américas, las del Instituto de Literatura y Lingüística, las de la Fundación Alejo Carpentier y de no sé cuántas instituciones más.
     Finalmente la doctora Graziella Pogolotti, quien prefiere la autenticidad, sea cual sea, al oportunismo, o al menos es la imagen que tengo de ella, me ofreció trabajo como editora en la redacción de narrativa de Ediciones Unión, la editorial de la UNEAC, donde permanezco hasta hoy con chapilla de inventario. Es una pinchita de lo más easy, técnica, sin poder de decisión sobre nada, que me deja muchísimo tiempo para leer, pensar y escribir. Ahí nunca he tenido rollos y me llevo divinamente con todos, aunque tal vez eso se deba un poco al hecho de que trabajo aquí, en mi cueva, y apenas frecuento la oficina. Bien mirado, es el rincón idóneo para mí, que, contra lo que pudiera parecer, no soy guarosa.
     En la Facultad de Artes y Letras de la UH, resumiendo, hay ciertos especímenes con horizontes muy limitados que se creen que su mundillo es El MUNDO y que al impedirte hacer una carrera académica te destruyen. Eso creyeron que estaban haciendo conmigo en el verano de 1997. Y ya tú ves, Say, en un final resultó que me hicieron tremendo favor. Por eso los voy a llevar suave en mi autobiografía, ja. Quizá ni los mencione.

SAO: Tú menciónalos, menciónalos, que sólo por el favor que te hicieron merecen pasar a la posteridad, ¿cómo los vas a privar de esa gloria?... Mientras tanto, sigamos rodando por la Colina: en tu novela en proceso, La última pasajera, el personaje de Shimi es profesor de la Facultad de Filosofía de la UH y lo expulsan por proponer cambios en el sistema de enseñanza y por apoyar «la libertad de cátedra, la autonomía universitaria y otras bellezas». ¿Hasta qué punto esta línea argumental de La última... se hace eco de un nuevo proceso de castigos y purgas ideológicas en el ámbito académico cubano?

ELP: Bueno, las purgas y castigos por motivos ideológicos realmente nunca se han eliminado ni del ámbito académico ni de ningún otro ámbito en Cuba. Así que no se trata de un nuevo proceso, sino de más de lo mismo. Aunque entiendo por qué me preguntas eso.
     Lo que pasa es que nosotros, quiero decir, tú, yo y nuestras respectivas tribus, vivimos una época de excepcional apertura en el ambiente universitario. No sólo porque nuestra Facultad siempre fue algo más laxa en esas cuestiones que el resto de la Colina, el «hueco negro» adonde iban a carenar los bateados por razones políticas de Derecho, de Filosofía o de Matemática, sino también porque ellos, los especímenes de mente estrecha de que te hablaba antes (y que, complaciendo peticiones, habré de mencionar en mi autobiografía, je je), quedaron muy aturdidos y traumatizados con el derrumbe del bolo soviético en 1991, y con la perra crisis que sobrevino a posteriori. Había, como quien dice, desconcierto en las filas del enemigo. Sólo por eso llegué con vida a la graduación pese a mi mala conducta. En los 80s algo así hubiera sido impensable. ¡De la patada en el culo no me hubiese librado ni Dios! Y más tarde, con el ascenso al poder de Hugo Chávez, tan dadivoso con el petróleo del pueblo venezolano, volvió la cerrazón.
     Yo hice amistad con varios profesores de Artes y Letras que también estaban inconformes con «la cosa», tú sabes, aunque no se atrevieran a manifestarlo abiertamente, y me han contado que aquello no es hoy ni la sombra de lo que fue en nuestros años felices. Nada, mi amiguita, que tuvimos suerte. Claro que no había ninguna autonomía, ni libertad de cátedra ni la cabeza de un guanajo, pero al menos no te botaban por expresarte como si vivieras en un país libre.

SAO: ¿Escribirás entonces esas memorias sobre los 7 años que pasaste en la universidad, como sugieres en una de las notas al pie del volumen El viejo, el asesino, yo y otros cuentos (2)? De ser así, ¿por qué elegir este período de tu vida y no otro?

ELP: Pues sí, tengo el malvado propósito de escribirlas. Lo de los 7 años viene porque antes de matricular en Artes y Letras pasé una temporadita en la Facultad de Matemática. Esa época se presta mucho para ser narrada, pues fue muy movida, incluso vertiginosa.
     Pero eso no implica, Say, que no me interese escribir también sobre otros momentos o circunstancias de mi vida. Por ejemplo, sobre mi paso por el legendario Pre de Ciencias Exactas Mártires de Humboldt 7, la escuelita para «niños prodigio» allá en San Antonio de Los Baños, donde nos «formaban» con un rigor extremo, punto menos que sádico, a los futuros físicos y matemáticos que después estudiaríamos en la RDA y luego echaríamos a andar la central atómica de Juraguá, un proyecto que fue cancelado, lógicamente, en 1989, tras la caída del Muro. O sobre mi estancia en el Centro Iberoamericano de Trasplante y Regeneración del Sistema Nervioso, que tuvo mucho de película de terror. O sobre mis peripecias como extranjera indocumentada en un barrio de la periferia de París (algo crudo, aunque sin llegar a los extremos del Sector 13, pues la verdad no recuerdo que nadie anduviera con ametralladoras por la vía pública). O sobre aquellos diez minutos en los que me sentí a punto de pasar al infinito dentro de un avión de la Continental que sobrevolaba en círculos cual aura tiñosa el aeropuerto de Newark, en New Jersey, sin poder aterrizar por la espesura de la niebla y sin combustible suficiente para dirigirse a algún otro aeropuerto. En fin, que historias trepidantes son las que se sobran.

SAO: Ena, quien te conoce por tus novelas y tu cuentística quizá no pueda imaginarte incursionando en otras modalidades narrativas, digamos, menos ficcionales. Sin embargo, acabas de hablar de memorias y hasta de una autobiografía... Y pienso ahora en aquel hermoso testimonio que escribiste en 2008: «Alas rotas», en una de cuyas notas al pie prometes contarnos tu experiencia de más de una década con el mal de Parkinson (3). ¿Harías esto en un testimonio más largo, exclusivo sobre el tema, o lo recogerías todo en esa posible autobiografía? ¿Crees que te sería difícil el salto a este tipo de géneros no ficcionales?

ELP: Según los antiguos griegos, que eran muy bichos y no se enmarañaban la vida por gusto, en literatura existen sólo tres grandes géneros: la lírica, la épica y el teatro. Más o menos lo que llamaríamos hoy poesía, narrativa y dramaturgia, incluyendo en esta última los guiones de cine, de teleseries, etc. Y si hablamos de narrativa, pienso que la frontera entre ficción y no-ficción es bien difusa. En mis novelas y relatos hay un sinfín de elementos autobiográficos no muy tapiñados, obvios para quienes me conocen en persona, amén de personajes, espacios y anécdotas con referentes clarísimos en la vida real. No creo, pues, que vaya a resultarme particularmente difícil, al menos en lo que atañe al oficio, escribir mi autobiografía.
     Y por supuesto que contaré allí mi experiencia con el mal de Parkinson, que tiene tanto de tragedia como de comedia. Fíjate que «Alas rotas» lo escribí por encargo para la revista Soho, que es de gran tirada – se edita en Colombia y se distribuye en varios países del área, incluidos los USA –, donde he publicado otros festivos artículos sobre cuestiones de suma trascendencia, v.g. por qué los tipos lampiños son más sexies que los peludos... (no es que yo opine eso realmente, vamos, nada más se trataba de llevar la contraria al consenso dominante). Por cierto, si quieres morirte de la risa, échale un vistazo a la caricatura con que ilustraron lo del síndrome parkinsoniano, que salió en el glamouroso número 100. Es desternillante, créeme.
     Pero no sólo hablaré de eso, sino de mi experiencia humana en general. Y que no se horroricen los lectores, plis, que no les voy a pitchear por la cabeza ningún mamotreto ampuloso y rimbombante. Jamás he sido solemne y no empezaré a serlo justo en mi autobiografía. Juro que habrá chismes a tutiplén, revelaciones insólitas con nombres, apellidos, lugares y fechas exactas, suspenso, humor de todos los colores y, desde luego, sexo, violencia y lenguaje de adultos, je je. ¡Se van a dar banquete! Ahora tengo 37 años, por lo que todavía puedo esperar, creo, unos añitos más antes de meterme de lleno en esa aventura con pinta de réquiem, de despedida, de, como diría Conan Doyle, «último saludo en el escenario». Quizá no muchos, pero sí algunos. Mientras tanto, vayan a manera de aperitivo los cientos de apuntes, observaciones y comentarios personales firmados por una tal ELP, alias «La Pequeña Escritora», que aparecen a pie de página en las ediciones críticas de la primera antología de mis cuentos, El viejo, el asesino, yo y otros cuentos, y de mi novela Cien botellas en una pared, ambos libros publicados por la editorial Stockcero en 2009 y 2010 respectivamente.

SAO: Has escrito ensayos sobre novelas cubanas contemporáneas a las tuyas (El Rey de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez; Todos se van, de Wendy Guerra; Río Quibú, de Ronaldo Menéndez...), y has dicho en uno de ellos (Río Quibú, de 2008) que «La mejor prosa cubana de ahora mismo, en términos generales, no está en la narrativa sino en el ensayo». ¿Es que la cuentística y la novela que se han producido por estos años carecen, en tu opinión, de solidez; o que ha habido un despunte de la ensayística que sobrepasa lo conseguido en la narrativa?

ELP: Verás, en los últimos años he leído ensayos muy bien escritos por autores cubanos. No voy a mencionar nombres por si las moscas, para que no se me vaya a quedar nadie afuera – algunos ensayistas son un poquito susceptibles y se ofenden si alguien, por pura distracción, los pasa por alto –, pero ciertamente son una pléyade. En general me gustan, aunque no siempre comparta sus opiniones sobre literatura, filosofía, historia, política, etc. Porque no sólo es que sepan redactar, ya sabes, poner una palabra detrás de otra como Dios manda, sino que tienen, cada uno de ellos, un estilo propio que los haría reconocibles aunque no firmaran sus textos.
     Con la novela y el cuento, en cambio, no sucede lo mismo. Señalo la buena prosa de Ronaldo Menéndez en Río Quibú y en otra novela suya anterior, Las bestias, precisamente por lo excepcional que es. Puntualicemos: por lo excepcional que es en la narrativa cubana que a mí me interesa. Conste que estoy a favor de la buena prosa y en contra del desaliño, pero igual no creo que sea la corrección gramatical y sintáctica lo que le otorga solidez a una novela o a un cuento. Lo fundamental, a mi juicio, es que haya una historia fuerte, verosímil, auténtica, sin escamoteos ni poses ni envaramientos, y estructurada en forma inteligente. Es el caso, por ponerte un ejemplo, de la novela El Rey de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez. Está claro que ese texto requiere un buen editing, pero al mismo tiempo no hay duda de que lo merece. Disfruto más leyendo a Pedro Juan en sus mejores momentos que a otros narradores cubanos contemporáneos que seguramente lo superan como prosista. Y no me parece que esta sea una de mis opiniones heterodoxas. Porque si la areté, o sea, la condición de excelencia, de la narrativa fuera la prosa de alto vuelo, nuestra lengua no sería la de Cervantes, que era tremendo locote escribiendo, sino la de Quevedo.

SAO: ¿La ensayística cubana de los últimos años se ha ocupado de la obra de Ena Lucía Portela? Saliendo del sector académico, ¿otros novelistas han escrito sobre tu obra de la misma manera que tú has hecho con novelas contemporáneas a las tuyas?

ELP: Sí, cómo no; otros se ha ocupado con gran ahínco, dentro y fuera de la academia.
     En lo que atañe a estudios académicos, la bibliografía acerca de mis narraciones es bien copiosa. Yo te diría que hasta demasiado. Hay estudiosos por ahí que dan la impresión de que lo único que se leen en la vida, aparte de los libros teóricos de moda, son textos narrativos de la Pequeña Escritora, para después entretenerse encasquetándoles a dichos textos las teorías que leyeron anteriormente. Vaya, como si resolvieran un puzzle o algo así. Y se ganan premios y todo haciendo eso, no vayas tú a creer.
     ¿No sabías que soy postmoderna, postlacaniana, queer, travesti literaria, feminista en el clóset, caníbal (¡jo, esa me gusta!), postrevolucionaria, autorreflexiva, iconoclasta y otras cuarenta mil lindezas que parecen nombres de enfermedades contagiosas? Pues lo dicen ellos, los académicos, que son muy perspicaces, no sólo aquí en la UH, sino en los departamentos de Letras Hispánicas de las más variopintas universidades de este planeta. Bueno, tú debes saberlo, pues eres uno de ellos. Sí, tú mismitica, no intentes negarlo, señora Álvarez Oquendo de la Universidad de Madison, Wisconsin, que encabezas esa bibliografía pasiva por tu apellido con A.
     En cuanto a otros novelistas cubanos que hayan ensayado sobre mis narraciones están, al menos que yo recuerde, Abilio Estévez, José Manuel Prieto, Amir Valle, Alberto Garrandés, Emilio Comas y Jorge Luis Arcos (conocido sobre todo como poeta y ensayista, pero que ahora mismo está escribiendo una novela, al igual que nuestra querida Luisa Campuzano). Ellos, a diferencia de algunos trasnochados colegas tuyos, no escriben en jerigonza, de modo que puedo entender lo que dicen sobre lo que digo, lo cual me resulta muy edificante. Lo malo es que de momento no puedo escribir sobre ninguno de ellos, aunque me cuadren sus libros, porque figúrate, ¿qué va a pensar la gente?, podría parecer que nos ha dado por apiñarnos en una de esas vocingleras SBMD, esto es: Sociedad de Bombo Mutuo al Descaro.

SAO: Ejem ejem... Creo que la señora Álvarez Oquendo prefiere cambiar de tema... A ver, Enita, las alusiones a la mítica escritora norteamericana Djuna Barnes pueden rastrearse en varias de tus obras anteriores a la novela Djuna y Daniel, empezando quizás por el cuento «Una extraña entre las piedras» (cuya protagonista se llama nada más y nada menos que Djuna, y menciona repetidas veces a «la otra Djuna»), hasta llegar a Cien botellas... (donde aparece una foto de Barnes y Thelma Wood colgada en el cuarto de la escritora Linda Roth, quien compara a su amante, Alix Ostión, con Wood). ¿Cómo pasaste de estas referencias ocasionales a la decisión de escribir una novela sobre la vida de Djuna Barnes?

ELP: El primer libro que publiqué fue el tomito flaquito de cuentos Una extraña entre las piedras, donde aparece, claro, el relato que mencionas. Pero el primero que escribí, y que por diversas y coloridas razones tardó un par de años en salir de la imprenta (salió en Cuba a fines de 1999, varios meses después que Una extraña..., y en España a comienzos del año siguiente, con un prólogo donde Abilio habla de mis ojos azules), fue la novela El pájaro: pincel y tinta china. Y ahí, si mal no recuerdo en el mismísimo capítulo 1, deslicé una cita de «Una noche entre los caballos», cuento de Djuna Barnes. Así que en efecto, desde el principio, e incluso desde antes del principio, DB me estuvo rondando, haciéndome guiños, sacándome fiesta. Hacia 1998 ya yo había devorado casi toda su obra – en traducciones españolas o argentinas; las versiones originales vinieron más tarde – y estaba, por decirlo así, bajo un fortísimo impacto.
     Pero que un narrador escribiendo acerca de otro que de algún modo le es afín puede ser una aventura literaria fascinante más allá de las citas ocasionales no lo descubrí sino hasta 2000, cuando choqué con «Tres rosas amarillas», tú sabes, ese cuento magistral de Raymond Carver donde el Chéjov americano relata los últimos días de la vida de Antón Chéjov. Y me di a la tarea de escribir un cuento sobre DB. ¡Cogí tremendo embullo! Tenía hasta el título: «En mi opinión, todos son unos hijos de puta» (que más adelante sería el título del capítulo 1 de Djuna y Daniel). Pero qué va. Aquello se desbordaba por todas partes, no había forma de cerrar el dique. Carver fue un poeta enorme y un cuentista fuera de liga; yo, para mi desgracia, no. La narración breve nunca se me ha dado así como así (hace años que escribo cuentos sólo por encargo para revistas y antologías). No me quedaba más remedio: tenía que novelar.
     Y resulta que las biografías imaginativas de personajes célebres lejanos en el tiempo y en el espacio, que son novelas históricas donde la ficción ha de colarse a través de las hendijas de la historia real, exigen un trabajito de la puñeta. Para reconstruir los escenarios perdidos – en este caso el Quartier Latin de entreguerras – sin incurrir en anacronismos, hay que leer un tongón de libros, tomar centenares de notas, viajar a las ruinas, etc. ¿Y quién rayos iba a financiarme todo eso? ¿Conoces tú por casualidad alguna amable fundación que otorgue becas a escritoras caribeñas excéntricas que pretenden ocuparse de temas propios, por no decir exclusivos, de sus colegas norteamericanos o europeos? Archivé el proyecto, pues, en espera de tiempos mejores.
     Hasta que a finales de 2002 tuve un golpe de suerte: mi novela Cien botellas... ganó el Premio Jaén. No es uno de los premios más suculentos que se conceden en la Madre Patria, pero tampoco es cáscara de piña. Al menos para mí, que soy tan proleta como la misma DB. De cualquier forma, alcanzaba para poner la bola en movimiento. ¡Bárbaro!, me dije. Y alante Ifá con los tambores.

SAO: ¿Qué une a El bosque de la noche (Nightwood) y a Djuna y Daniel, a Djuna Barnes y a Ena Lucía Portela?

ELP: Aunque nuestros respectivos perfiles distan mucho de ser idénticos, entre DB y yo hay varios puntos de contacto. Algunos son muy obvios; otros, no tanto.
     Ante todo está la sátira, el placer (malévolo, según dicen) de caricaturizar a personas de la vida real en textos de ficción con cierta crueldad y sin asomo de culpa. La sátira en nuestros días no es un género literario, como lo fue para los antiguos romanos, sino más bien una cuestión de tono. Y goza de esa prerrogativa, la del destripamiento y el degüello del prójimo. Descalificarla per se, tal como quisieran algunos mojigatos que le tienen ñao, equivale a negar siglos de cultura. Claro que de todos modos los autores satíricos siempre se han metido en líos, puesto que las víctimas del destripamiento y el degüello no suelen sentirse muy complacidas. Mientras mejor lo haces, más líos. Ojo a la biografía de Mijaíl Bulgákov, uno de los satíricos más incisivos de todos los tiempos, o para no ir muy lejos, a la de nuestro Reinaldo Arenas. Pasaron las de Caín. Si tú publicas una sátira y nadie quiere por lo menos estrangularte, juégatelo al canelo que no lo hiciste bien.
     La traviesa DB, alias «Madame Vitriolo», también tuvo que enfrentar un carajal de problemas por esa gracia. Como yo, arrastró enemistades sicilianas durante años y años. Y como yo, cometió un yerro nada común entre los satíricos: el de dar por sentado que esos tipejos que te dicen con absoluta seriedad «Soy importantísimo, soy el centro de todo, el universo gira en torno a mí...» son muy seguros de sí mismos y, por tanto, les va a resbalar que los caricaturicen, cuando por lo general sucede todo lo contrario y no hay que leer a Freud para saberlo; basta con tener algo de calle. Ese perro me mordió a fines de 1997. A DB la había mordido 60 años antes, tras la publicación en Faber & Faber de El bosque de la noche, y es de ahí que parte la principal de las líneas argumentales de Djuna y Daniel. ¿Se puede ser satírico y ser, a la vez, un poco ingenuo? Evidentemente sí. DB jamás entendió de bajezas, ni de mezquindades, ni de hipocresía, ni de puñaladas traperas. Nunca armó campañitas de descrédito en contra de un colega, ni mucho menos reclamó la intervención de la censura. Jugaba limpio. Era una buena persona.
     ¿Otras afinidades entre ella y yo? Veamos: la predilección por la noche, el interés en los fracasados, monstruos, marginales, perdedores y bichos raros, el concepto liberal de la bisexualidad, el culto a Emily Brontë, el horror al comunismo (DB casi nunca opinaba en política, pero cuando lo hizo fue tajante: ¡Comunismo no!), la urgencia crónica de dinero, la vocación de soledad bordeando la misantropía, la negativa a acatar el liderazgo de nadie, el amor por los gatos, el aura dark, etc.

SAO: ¿El haber escrito un libro basado en la vida de Djuna Barnes te ha abierto puertas en el mercado editorial de los Estados Unidos? ¿Te las ha cerrado ante los lectores cubanos el hecho de que no aparezca la Cuba actual en esta novela?

ELP: El mercado editorial de los USA (me refiero al de lengua inglesa, pues también hay editoriales que publican libros en español, v.g. Stockcero), por algún misterioso motivo que no alcanzo a descifrar, suele ser de muy difícil acceso para los escritores latinoamericanos, aborden el tema que aborden, ya sea Cuba, DB o los marañones de la estancia. Ya no son los tiempos del Boom. A lo que parece, no interesamos mucho. O por lo menos tal ha sido mi experiencia hasta ahora – aun cuando he tenido un poquitico más de suerte que otros – y la de tantísimos colegas nacidos al sur del Bravo y cuya primera lengua es el español.
     Para que te hagas una idea: la primera edición en español de Cien botellas... salió por Random House Mondadori en 2002 y no fue sino hasta 2009 que mi agente para los foreign rights, luego de dar más vueltas que un trompo, logró colocar esa novela en una editorial norteamericana. Saldrá dentro de un par de meses por la Texas University Press con el título One Hundred Bottles y una cubierta preciosa. Ya la están anunciando. Y yo feliz, claro. Pero aun si One Hundred Bottles fuera un éxito rotundo, me temo que no será fácil colocar Djuna y Daniel en su estela, ya que se trata de dos libros muy distintos entre sí. Sospecho que Djuna..., que salió en España por Mondadori apenas en 2008, también habrá de peregrinar durante equis tiempo antes de hallar su nicho en los USA.
     La traductora ya la tenemos, es una de las que participaron en la traducción al inglés de la antología de cuentos de jóvenes escritores latinoamericanos El futuro no es nuestro, compilada por el escritor peruano Diego Trelles Paz (libro que ha sido muy bien acogido por la crítica en Argentina, Bolivia y Chile hasta el momento, y cuya lectura te recomiendo, no por mí, a quien ya conoces, sino por Juan Gabriel Vázquez, Daniel Alarcón, Ronald Flores, Santiago Roncagliolo, Antonio Ungar y otros magníficos narradores de nuestra generación). Ahora andamos a la caza de un editor. Lo que no se puede perder es la fe.
     En cuanto a los lectores cubanos, te chismografío que acá en la ínsula ya se han hecho dos ediciones de Djuna... y que los ejemplares han durado en las librerías lo que un merengue en la puerta de un colegio. ¡Y hasta le dieron el Premio de la Crítica, ja! Para que le otorguen ese premio a un novelín escrito por mi simpática personita es imprescindible, como podrás imaginarte, que haya maravillado por lo menos a varios miembros del jurado. Pero eso se entiende, ¿tú no crees? Quiero decir, me parece normal que a los lectores que viven el deplorable día a día de Cuba les agrade refrescar de vez en cuando con historias de allende los mares...

SAO: Pero claro que se entiende, ¡no digo yo! Ahora cuéntame, habanera empedernida, ¿por qué consideras a Jerusalén, simplemente, tu «otra ciudad» (4)?

ELP: Es que soy habanera empedernida y jerosolimitana de corazón. Pero eso no es tan raro como tal vez pudiera parecer. Hay una diáspora de millones de personas en muy diversos lugares del mundo que por múltiples razones quizá nunca se animen a emprender la Aliyah, o sea, el retorno a Palestina, pero que igual consideran a Jerusalén su «otra ciudad». Es la capital histórica del pueblo hebreo, la ciudad de David, la de Salomón, y es muy justo, por tanto, que sea la capital de Israel – como de facto lo es desde hace más de tres décadas, aun cuando la ONU se niegue a reconocerle ese estatus –, refugio a todas luces necesario en un mundo donde nada nos garantiza que Auschwitz no se repetirá.
     Esto que te digo es anatema en Cuba, donde el antisemitismo es doctrina oficial (aunque en realidad a la mayoría de los cubanos les importa un chícharo el rollo del Medio Oriente, pues para rollos, jodiendas y conflictos hay más que de sobra con los de acá), y es políticamente incorrectísimo en ciertos medios de otros países. Le llaman «propaganda sionista» y cosas peores. Pero eso no me quita el sueño. Porque mi oficio, fíjate, no es la política, requetemenos la corrección, y en esta vida cada quien es libre, o debería serlo, de opinar como se le antoje.

SAO: En un texto de homenaje que escribiste en 2009 para el fotógrafo Daniel Mordzinski (5), le dices desde La Habana: «Sería maravilloso que me fotografiara en mi otra ciudad, que también es suya [...] Allá nos veremos entonces. Ya sabes, te espero. El año próximo en Jerusalén». Como el teniente Leví, personaje de tu personaje en Cien botellas..., ¿también mascullas un «no aguanto más esta mierda» antes de lanzar la frase «El año próximo en Jerusalén» y en el fondo no acabas de irte, y en el fondo quizás es muy tarde?

ELP: Sí, claro, a veces me entran esos arrechuchos de que me largo y no regreso. Aunque, a diferencia del detective Ariel Leví, a esa hora ya me da lo mismo Jerusalén que Reykjavík, Gaborone, Kuala Lumpur o el quinto infierno. Cualquier desgraciada city que no sea ésta.
     Figúrate tú, muchacha, entre el calor infame, lo caro que está todo, el arroz que no hay, los ciclones, el techo que se filtra y no se puede reparar porque es de viga y losa, los exterminadores de mosquitos – que son una puñetera plaga y joden más que los propios mosquitos –, las tormentas eléctricas, las escandaleras de los vecinos, los medicamentos «en baja», los cambios súbitos de voltaje que te revientan la computadora, la escasez de agua que tal parece como si viviéramos en el Sahara, el reguetón a todo volumen, lo violenta que se ha puesto la calle, las mil dificultades para acceder a Internet, la burocracia laberíntica, la esquizofrenia generalizada y arriba, pa’ ponerle la tapa al pomo, el Comandante Inmortal saliendo del sarcófago en camisita de cuadros para echarnos miedo con la guerra nuclear o qué sé yo cuál delirio, ¿cómo no van a darme ganas de vender el cajetín?
     Pero no puedo ni quiero dejar a mi madre sola acá, en medio de toda esta locura. Ella me aconseja que huya mientras pueda – o sea, mientras el mal de Parkinson no me deje clavada en un sillón de ruedas –, pero se trata de una anciana que se pasó la vida trabajando y que ahora habita en el mundo del dolor, sobreviviendo a base de calmantes, y no tenemos en la isla a ningún otro familiar que nos tire un cabo, así que me quedo y ya está.
     Y sí, como bien dices, es decir, como rumia el desventurado teniente Leví oteando La Habana desde su atalaya en el piso 20, quizás en el fondo ya sea muy tarde. No sé. En realidad nunca pienso en eso. ¿Para qué? Si con angustiarme resolviera algo...

SAO: Recientemente tu firma del documento «Orlando Zapata Tamayo: Yo acuso al gobierno cubano» armó bastante revuelo en los medios internacionales. ¿Qué opinas de toda esa atención de la prensa extranjera por un lado y del habitual mutismo de la prensa cubana por otro?

ELP: Mira, la libertad de expresión yo me la cogí por mi cuenta hace bastante rato. Porque ese derecho, mi cielo, si tú esperas a que te lo den... ¡Juas juas!, espéralo sentada en un taburete. Así que en mi mensaje de adhesión a la campaña «OZT: Yo acuso...»  en esencia no dije nada que no hubiese dicho, escrito y publicado antes, lo cual se puede verificar en Internet. Al firmar, pues, yo sólo estaba siendo coherente. Verdad que eso de la coherencia no se usa mucho entre los intelectuales del patio, pero no creo que el asunto haya sido noticia fuera de la ínsula por tal razón, sino porque en el mensajito de marras hice explícita mi discrepancia con la declaración de apoyo al régimen que días antes había emitido el Secretariado de la UNEAC a nombre de toda su membresía.
     La UNEAC, según sus propios estatutos, es una organización «no gubernamental». Suena muy democrático, ¿no? Ah, pues entonces el Secretariado carece de potestad para emitir declaraciones políticas a nombre de todos sus miembros sin consulta previa, como si fuera el Partido Comunista. Puede pergeñar sus panfletos aplaudiendo los desmanes de la dictadura contra los opositores pacíficos y luego recolectar firmas que los avalen, como hizo en 2003, cuando la Primavera Negra. Entonces hubo quienes se prestaron para bailar en aquella comparsa, y también hubo, como yo, quienes no se prestaron. Pero en 2010 el nuevo Secretariado decidió agilizar el trámite, creyendo tal vez que nadie osaría discrepar en público. Y ahí yo decidí que nanay, que EN MI NOMBRE NO. ¿De cuándo acá esa frescura? En general no me entusiasma que se trate de usurpar mi voz. Y esto fue noticia, como te decía, porque muchas personas fuera de Cuba creen, al parecer, que la UNEAC tiene alguna relevancia en la sociedad cubana actual y que el solo hecho de ser miembro implica obligatoriamente algún tipo de compromiso con el régimen, lo cual, desde mi punto de vista, es una apreciación errónea. Un mito, vamos. Fíjate que el manifiesto «OZT: Yo acuso...» tuvo otros firmantes afiliados a la UNEAC, artistas de la plástica y escritores, v.g. Tania Bruguera y Ángel Santiesteban, quienes también estaban siendo coherentes. Y hubo músicos que no firmaron, pero que hicieron declaraciones independientes de un contenido bastante ajeno al oficialismo. Que la mayoría de los «uneacos» permaneciera en silencio no significa nada. La mayoría de nuestro pueblo permanece en silencio. Por ahora.
     Sin embargo, pienso que toda esa atención por parte de la prensa extranjera fue positiva a los efectos de la campaña «OZT: Yo acuso...». Porque uno, miembro o no de la UNEAC, al firmar desde aquí se arriesga a que le rallen un par de cocotazos –peligro que por estos lares viene en convoy con la libertad de expresión –, de manera que debe estar muy convencido de que lo que hace está bien, y esa convicción puede, quizá, atraer a más firmantes. Entre la avalancha de comentarios, en conjunto muy admirativos, recuerdo que me hizo mucha gracia uno que decía algo así como: «No tengas miedo, Ena, que somos más que ellos y les vamos a ganar...» ¡Ja! ¿No está simpático?
     Aunque sí te confieso, acá inter nos, que me resultó un poco incómodo que me elogiaran tanto por mi gran valentía (¡a mí, que les tengo pavor a las cucarachas!) sólo por firmar un manifiesto, mientras Guillermo Fariñas estaba jugándose la vida en una huelga de hambre y las Damas de Blanco eran brutalmente acosadas en la calle. Eso por no hablar de la madre de Orlando Zapata, Reina Luisa Tamayo, quien sigue ahora mismo bajo el fuego, allá en Banes, acorralada por una jauría de degenerados a las órdenes del régimen que le impiden visitar la tumba de su hijo. Y ella no desiste, no desiste, no desiste... Viendo ésas y otras cosas, ¿cómo coño iba yo a no firmar apenas recibí el mensaje de Enrisco?
Sobre la prensa cubiche... Oye, Say, ¿de qué tú hablas? Aquí no hay eso.

SAO: Ño, se me fue la musa ahí... Pero sigamos, Enita, sigamos: según los fragmentos que has adelantado de La última pasajera, ésta parece ser tu novela más política y reveladora de la situación que se vive en Cuba actualmente. Hablas de purgas en la universidad, de grupos socialdemócratas pacíficos e ilegales, de arrestos arbitrarios de ciudadanos, de amenazas de «segurosos» y golpizas en plena calle, de abusos y represiones en las cárceles, de citas a «mítines de repudio», de denuncias en la prensa extranjera y sus consecuentes represalias en el terreno nacional, de los «quedados» en giras artísticas, de compras de claves de Internet y un largo etcétera. ¿De qué forma influyeron en la génesis y escritura de tu novela sucesos como la Primavera Negra de 2003, la existencia de grupos como las Damas de Blanco o el trabajo periodístico en Internet de blogueros como Yoani Sánchez?

ELP: Supongo que te refieres al fragmento largo que publiqué en el número 51 (el último, creo) de la difunta revista Encuentro con el título «¿En serio que no tienes miedo?», cuya traducción al inglés apareció en la revista británica Index on Censorship, que se ocupa de temas relacionados con la libertad de expresión y eso... Ah, y quizá también al fragmentico que salió hace unos meses en Martí Noticias junto con la entrevista que me hizo Armando de Armas a raíz de lo de «OZT: Yo acuso...». ¿Van por ahí los tiros, no?

SAO: Exactamente, por ahí mismitico van.

ELP: Me lo imaginaba. Esos fragmentos, en efecto, sugieren que La última pasajera trata sobre política. (Bueno, ya hay quien ha dicho que la estoy escribiendo así a petición de mis editores en Europa, de jinetera que soy. Tú sabes, la misma aburrida cantaleta de siempre, que igual te la zumban los «castristas» de acá que los «anticastristas» de allá, porque la vileza, la imbecilidad y el resentimiento carecen de ideología.) Pero no. Error. Una de sus líneas argumentales, rigurosamente inédita por ahora, tiene algo de thriller político, esa clase de historia con espionaje, conjuras, servicios de inteligencia, negociaciones a puertas cerradas y tal, que parte del presupuesto –muy acertado en mi opinión– de que lo crucial en política es lo secreto, lo que acaece tras bambalinas y se le oculta al gran público. Pero ésa, como la historia de Shimi, el profe, o la de su hermano Dudu, el bailarín, es sólo una línea entre varias que confluyen hacia un mismo centro.
     La última... es fundamentalmente, o más bien lo será cuando esté concluida, una novela noir, donde alguien investiga una serie de asesinatos espeluznantes que acontecen en las noches del Vedado, aquí en La Habana, entre febrero y noviembre de 2007, y que, al menos en principio, nada tienen que ver con la política. Te digo «al menos en principio» porque está claro que todo lo que pasa bajo un régimen totalitario siempre tiene que ver con la política en algún sentido. Los fragmentos que he ido publicando hasta la fecha en revistas por aquí y por allá – hay unos cuanticos más aparte de los que mencionas – son de aquellos, pues, que no entregan ni comprometen en modo alguno la historia principal, que es de lo más intrigosa y misteriosa, ya tú vas a ver.
     La idea de La última... se me ocurrió hacia fines de 2006, mientras escribía un extenso relato homónimo que, al igual que me sucediera en 2000 con el cuento sobre DB, se desbordaba por doquier. Aunque éste sí logré cerrarlo. Me lo habían encargado para la antología de cuentos negros Havana Noir, que se publicó en los USA en 2007 (el original en español lo publiqué en Crítica, la revista de la Universidad de Puebla de los Ángeles, en México, ese mismo año), y nada como tener garantizados los derechos de autor, je je, para que la Pequeña Escritora desarrolle ipso facto unas formidables dotes de cuentista.
     Después de esa primera idea, como quien dice el «núcleo duro» de la historia, mi vida se complicó terriblemente. Vino el Pavongate o «guerrita de los e-mails» con todas sus repercusiones, mi artículo en Babelia sobre Reinaldo Arenas que tanto irritó a algunos por aquí (¡de pronto se cayeron de la mata de que Fidel Castro no es precisamente mi persona favorita!), todo aquel remandingo de Bogotá 39 que duró más de lo que mi paciencia podía soportar, sucesivos encontronazos con psicópatas de diversa calaña, etc. Entre un embrollo y otro, no fue sino hasta mediados de 2008 que tuve ya completo el esquema general de La última.... Luego hubo otras interrupciones, aunque menos ruidosas, como el trabajo en Stockcero, que fue arduo pero lo disfruté muchísimo. Nada, que hasta hace unos meses no he tenido apenas tranquilidad para dedicarme a full time a esta novela.
     Y respondiendo a tu pregunta por fin, te diré que la disidencia organizada en grupos, asociaciones y partidos, el periodismo independiente y el movimiento blogger han influido (e influyen) en el proceso de creación de La última... en la medida en que existen, y cada vez con mayor visibilidad, acá en Cuba, por más que los voceros del régimen se empeñen en minimizarlos o hasta ningunearlos. Hoy por hoy cualquier pretensión de narrar la ínsula sin incluirlos de algún modo sería, pienso, muy deshonesta. Y si un pecado en esta vida no se puede permitir el noir, en tanto narrativa realista, es la deshonestidad. Eso no es invento mío. Lo dice Raymond Chandler en su espléndido ensayo The Simple Art of Murder, que, como ya sabemos, es la Biblia.
     El fragmentico que adelanto ahora aquí en La Habana Elegante, «Los delincuentes como nosotros», es el último que publicaré antes de que salga el libro. El último en español, quiero decir, porque en inglés todavía me queda un compromiso pendiente con una revista norteamericana. Quizás resulte un poco menos «político» que aquellos otros que motivaron esta pregunta. Quizás no. En definitiva, ¿qué importa? Se trata, en cualquier caso, de que los lectores conozcan algo más de cerca a Jeli Newman, la silenciosa hermanita de Shimi y Dudu, narradora y protagonista de la novela.

SAO: ¿Se publicará en Cuba La última pasajera?

ELP: Pues claro que sí. Algún día. O al menos eso espero, pues me parece que va a tener demasiadas páginas como para circular en forma de Samizdat en las actuales condiciones económicas de acá y muchos lectores no tienen computadoras en sus cuevas.
     Al margen de que tantísimos cubanos carecen de acceso a las nuevas tecnologías, sobre todo en el interior del país, debo reconocer que sigo siendo una romántica del papel. No desdeño, por supuesto, el soporte digital, que tanto ha contribuido a abrir espacios para la libertad de expresión entre nosotros en estos últimos años. Pero tampoco me gustaría un mundo sin papel, sin libros, revistas y periódicos de papel, sin el olor, el sonido, la textura del papel... Creo que DB habría estado de acuerdo conmigo en esto.
     Y hablando de Samizdat, ahí te va un chismecito fresquecito...

SAO: ¡Chisme, chisme, y con sabor a publicación clandestina! A ver qué me traes, Enita...

ELP: Ya anda revoloteando alegremente por La Habana el número 1, impreso en papel, de Voces, la revista de... Bueno, de nadie en particular. O más bien de todos: bloggers, académicos, escritores... Donde no hay libertad de imprenta, no puede haber machón editorial. Sería como ponerse uno mismo la soga al cuello. Porque el papel, en virtud de su antigüedad y su prestigio milenario como transmisor de criterios, opiniones y puntos de vista no siempre a tono con los intereses del poder, aun cuando tuviera un menor alcance, es más delictivo y está más penalizado que el ciberespacio. De modo que Voces, aunque también se puede leer en Internet, es de todos y listo. Cada uno de nosotros (Orlando Luis Pardo Lazo, Claudia Cadelo, Reinaldo Escobar, Yoani Sánchez, Miriam Celaya, Ernesto Morales, el Yoss... y muchos más) es responsable, naturalmente, de su propio texto. Ahora, ¿de quién fue la idea luminosa, quién coordinó y, el mayor atrevimiento, quién imprimió? ¡Fuenteovejuna, señor!

SAO: ¡Ja ja! ¿Quién le iba a decir al Lope que se tropicalizaría de esta forma? Oye, ¿y es pura impresión mía, o te estás divirtiendo de lo lindo con esa escurridiza revista nueva?

ELP: Oh, sí. Gozo y retozo. Este número 1 quedó muy fino, con un diseño volaísimo. Y no incluye un solo texto que no sea, como mínimo, interesante. También colaboraron autores que no residen acá en la isla: Emilio Ichikawa, Iván de la Nuez, Jorge Ferrer y varios otros. Hay 3 posts del blog de Juan Abreu que no tienen desperdicio. En fin, me encanta Voces. Claro que sería preferible que no fuera cimarrona. Coordinar una revista consume energía, tiempo, neuronas. Las personas que se ocuparon de eso merecen, por lo menos, reconocimiento, que se les dé su crédito. Además, la publicación de una revista que no contiene mensajes de odio ni incitaciones a la violencia, sino más bien todo lo contrario, no debería ser un acto ilegal. Pero figúrate, Say, hoy día en Cuba casi nada es lo que debería ser. Así las cosas, ¿por qué no divertirnos con lo que tiene Voces de travesura?

SAO: ¡Pues bárbaro con el hacha! Ya sabía yo... Si te conoceré bien, yaguasa... Y bueno, retomando el noir que salió a relucir hace un rato, en el prólogo a la edición de Stockcero de Cien botellas..., Iraida H. López cataloga ese libro tuyo como «novela policial posmoderna», al mismo tiempo que rastrea tu interés patente en el género desde una novela anterior: La sombra del caminante. ¿Estarías de acuerdo con que la crítica en general te catalogara como representante del género negro? ¿Qué te diferenciaría de otros cultivadores del neopolicial cubano como, por ejemplo, Leonardo Padura?

ELP: Sí, cómo no, estaría de acuerdo. Y a mucha honra. Otros escritores cubiches tal vez te responderían: Oh no no, qué espanto, ¿cómo te atreves, boniato?, eso es un – y aquí vendría la horrenda palabreja que tanto les gusta –: «encasillamiento».
     Nuestra ciudad letrada es muy timorata. Confunde sátira con libelo; se ruboriza ante las escenas de sexo explícito, la escatología, las «palabras groseras», etc., y tiende a considerar el noir, junto con la ciencia ficción y otros infelices que no se han metido con nadie, como una especie de subgénero deleznable. En esto último se combina la ignorancia con ciertas ínfulas de elitismo totalmente injustificadas. Vamos, ni que ser lomolector de En busca del tiempo perdido convirtiera a alguien en Marcel Proust. Pero qué se va hacer... (aquí la Pequeña Escritora suspira con tristeza). El noir es popular; ergo, es bazofia. De tal juicio no escapa ni la Santísima Trinidad: Hammett, Chandler y Ross MacDonald. Por eso yo, aunque me cuadran cantidad las novelas de Thomas Harris, you know, el creador de Hannibal Lecter, nunca lo digo en público, je je, para que los sabios no me regañen.
     Sobre mis diferencias con otros cultivadores del noir en Cuba, específicamente con Leonardo Padura, que es un peso pesado – quizá el escritor cubano más importante de ahora mismo –, has de saber que ése es justo uno de los temas de discusión que Iraida, mi editora literaria en Stockcero, les propone a los alumnos de Letras Hispánicas de las universidades norteamericanas. Dejemos, pues, que los muchachos hagan su homework ellos solitos.

SAO: Bueno, que se las arreglen como puedan. Ahora ven acá, dime ¿cómo figuraría en tu historial la publicación de Cien botellas... en edición cartonera, con la cubierta pintada a mano sobre cartón reciclado, por una editorial jovencísima radicada nada menos que en África, la cual venderá tu libro en Mozambique? ¿Por qué has cedido los derechos de la traducción al portugués de tu multipremiada novela a la desconocida Kutsemba Cartão, sin recibir un solo centavo a cambio?

ELP: Verás, hay quienes aseguran que yo soy aquello que decía el Tosco: «Una bruja sin sentimientos, una intelectual...», ¿te acuerdas?

SAO: ¡Jo, cómo no voy a acordarme!

ELP: Pues no es cierto. Ahora mismo siento una gran admiración por ti y por Luís, que pudiendo estar muy cómodos en los USA, están en África, impulsando a costa de mil sacrificios un valiosísimo proyecto social – uno verdadero, ajeno a cualquier lavatín de cerebros –, en un país paupérrimo y devastado por varios años de guerra civil.
     Kutsemba Cartão es muy joven, verdad, casi una chamaquita. Pero es la primera editorial literaria alternativa fundada en Mozambique… ¡y en toda África! Y eso lo han hecho un par de soñadores sin muchos recursos, con el único propósito de poner libros, tan caros en general, al alcance de la mayoría de los mozambiqueños, vendiendo cada ejemplar al mismo precio – simbólico tratándose de libros –  de una cerveza, sin quitarle nada a nadie y sin ganar un mísero quilo prieto partido por la mitad. Hay que tenerle mucho amor a la literatura y mucha fe al ser humano para proponerse algo así.
     Entre cubanos no faltará quien vea el asunto con escepticismo, por culpa de esa muela bizca demagógica de la «solidaridad», tú sabes, que nos ha endilgado el régimen durante más de medio siglo. Pero creo que tampoco faltará quien se percate de que los dos soñadores no sólo están haciendo algo muy positivo por el prójimo y por la cultura de los libros, sino también de que son, en el sentido prístino del término, pioneros, o sea, de los que van delante tratando de abrir una brecha por la que otros habrán de transitar – porque si Kutsemba Cartão logra sostenerse y progresar, y ese éxito es adecuadamente difundido, ya veremos surgir otras editoriales cartoneras en el más aperreado de los continentes –, y de que merecen apoyo y colaboración en su empeño.
     Por lo pronto, tanto para mí como para nuestro entusiasta compinche de Porto, el escritor y traductor Marcelo Correia Ribeiro, es un honor que tú y Luís se dispongan a lanzar este año en Maputo una bella edición artesanal de Cem garrafas numa parede.
     Y un detallito língüístico: me fascina la polisemia de la palabra kutsemba. Eso de que en lengua changana o tsonga signifique no sólo «esperanza» y otros campesinos del mismo campo semántico, sino también «gozadera», por lo que Kutsemba Cartão vendría siendo algo así como «¡A gozar con el cartón!», ja, tiene tremendo swing.

SAO: Candela, Ena, que me has sacado los colores con tanto elogio a Kutsemba, hija. ¡Gracias! Y bueno,  pa’ matar el gallo, ¿después de La última pasajera, qué?

ELP: Pues no sé, niñita. No me hagas preguntas capciosas.

16 de agosto de 2010

Notas

1. Ena Lucía Portela, Cien botellas en una pared, Ed. Iraida H. López, Stockcero, 2010, p. 84 (nota 21).

2. ELP, El viejo, el asesino, yo y otros cuentos, Ed. Iraida H. López, Stockcero, 2009, p. 7 (nota 14).

3. Id..., p. 123 (nota 1).

4. ELP, Cien botellas..., p. 165, (nota 1).

5. ELP, «¡Bonjour Daniel, besos pa’ ti!» En: Otro Lunes, Revista Hispanoamericana de Cultura, No. 9, 2009. http://www.otrolunes.com/hemeroteca-ol/numero-09/html/otros-miran/otros-miran-n09-a08-p01-2009.html