Escrituras de desencuentro en la República Dominicana
Néstor E. Rodríguez
Editora Nacional República Dominicana, 2007, 195 p.
Luis Pulido Ritter, Universidad Europea de Viadrina Frankfurt/Oder, Alemania
El profesor universitario y poeta dominicano Néstor E. Rodríguez nos ha entregado un texto analítico de gran alcance para comprender a la vez la cultura dominicana, donde se cruza lo político, lo literario y lo económico, y la representación de la literatura como espacio de desencuentro “entre ciertos relatos normalizadores de la nacionalidad y modelos más lábiles de de identidad cultural” (17). Es decir, el autor se propone desmontar a través de una mirada crítica las bases sobre la cual se ha erigido el edificio de la nacionalidad dominicana, una base que ha sido y es excluyente y racista con respecto a los negros y, especialmente, en lo que toca a los haitianos, sin dejar de ser tampoco una estrategia discursiva de control político y cultural ejercida sobre los propios dominicanos. Es un texto sobre la historia intelectual de esta isla, no obstante, se extiende a todo el Caribe, a toda la América Latina, una historia infame que se arma a través de una idea de nacionalidad hispanista, católica y racista, idea que también podemos encontrar con variaciones tanto en Panamá, como en México, en Costa Rica, y en Colombia.
En el transcurso de seis capítulos, elaborados diacrónicamente, pero manteniendo siempre el pulso de su objetivo, que es mostrar el discurso de la exclusión en la Republica Dominicana, el autor nos presenta, siguiendo a Derrida, la idea de archivo como el espacio donde el poder de la narratividad de la nación dominicana, el de la ciudad letrada (Ángel Rama), ha de ser controlado, preservado y vigilado. Se trata de un archivo que se va elaborando desde el siglo XIX, y que encuentra su "justificación" histórica ante la ocupación de la isla por la República de Haití, 1822-1844, y que tiene su fundación narrativa en Enriquillo (1882), de Manuel de Jesús Galván que, según el autor, desarrolla ampliamente los elementos que marcarían el decurso del archivo, a saber, la negación de la herencia africana y la exaltación del sentimiento hispánico y el catolicismo. Y a partir de aquí, con el trujillismo (que el autor no llega a designar del todo como fascista, a pesar de tener rasgos comunes con esta forma política) la dictadura cambia el nombre de Santo Domingo por el de Ciudad Trujillo, y, con sus “Arcontes”, Peña Battle, Emilio Rodríguez Demorizi y el ex-presidente Joaquín Balaguer, se re-crea el archivo de la exclusión y el racismo a partir de los años cuarenta. En fin, se re-crea esa dominicanidad, que es una nacionalidad que lleva la mancha de que en su nombre se haya cometido y justificado una matanza, un genocidio en el río Dajabon, “mejor conocido como Masacre” (99), y que permite precisamente ese archivo que se fue elaborando desde el siglo XIX. Y aquí, este régimen, el trujillato, no solo comparte "algo" o "mucho" con el fascismo, sino también con el nazismo, la versión genocida del fascismo, con la diferencia de que no construyó campos de concentración para el genocidio sistemático. Pero esto no le impidió elegir a sus víctimas, ya diseñadas en ese archivo, como hicieron los antisemitas con los judíos en Alemania.
En los próximos capitulos, sobre todo a partir del capítulo tercero, "Escritura e Identidad desde los márgenes de la ciudad trujillista', el autor analiza a aquellos poetas que, a pesar de haber sidos funcionarios del régimen en el servicio exterior como Manuel del Cabral, autor de Trópico Negro (1942) y Hernández Franco, de Yelidá(1942) – llama, por cierto, la atención que ambos textos fueron publicados mientras cumplían sus funciones en el extranjero – comienzan a remover el archivo que, por otra parte, le permitía justificar el genocidio a Balaguer por la llamada «dominicación de la frontera» (65) de los años treinta. Y este cuestionamiento del archivo, aún cuando los mencionados autores se alinearon posteriormente con la ideología cultural del régimen, se basó en la introduccción del tema negro. Por su parte, la poetisa Aída Cartagena Portalatín introduce el tema de la mujer, punto que también socava a la ciudad trujillista, pues su archivo también se agenció el poder en la construcción 'homo-hegemónica' (106) de la nación. No fueron ellos los primeros en tener una postura iconoclasta con respecto a ese infame archivo, pero ya aquí comienza abrirse la puerta, a desconfiguarse el espacio homogéneo de la dominicanidad que, a partir de los años setenta y ochenta, encuentra a sus má radical desarticulador en Manuel Rueda (1920-1999), inaugurándose así lo que el autor designa como 'literatura extramuros', el espacio rizomático, donde entrarían otros autores y textos, tanto de la isla (Arias y Hernández) como de la diáspora (Julia Álvarez, Torres Saillant). Se produce entonces un re-planteo crítico del archivo al desterritorializarse esa idea de la dominicanidad, con la entrada del género, la cultura popular, la diáspora, etc. En este sentido es importante notar el diálogo crítico de Néstor Rodríguez con Torres Saillant al señalar que este último "no logra deshacerse del todo del aparato conceptual", por estar endeudado todavía en la búsqueda "de una dominicanidad esencial" (158). Se destaca así el hecho de que ese archivo persiste, incluso en aquellos que reclaman una originalidad, una esencia de lo nacional desde una perspectiva aparentemente iconoclasta. Pero, sin embargo, han habido y hay textos literarios que han mostrado desencuentros con la idea dominante de la dominicanidad, con respecto al lenguaje de ese archivo "latinoamericano" que incluye la ideología fundacional del mestizaje, del indio y del español, es decir, la raza (no importa si elaborada en términos culturales o específicamente raciales). El libro de Néstor E. Rodriguez, en fin, resulta iluminador, y provee herramientas para enfrentarnos con las variaciones nacionales de ese archivo que, en la República Dominicana, terminó demostrándonos no solo la potencialidad criminal de semejante construcción cultural, sino también lo que es aún más deplorable, la ejecución y la justificación cínica de un genocidio que pesa sobre la historia moderna de las repúblicas criollas-nacionales.