La poesía de Irene López-Kuchilán: Presentación de su poemario Antes que se me olvide
Irene López-Kuchilán debutó en el cine en El extraño caso de Rachel K, y protagonizó novelas como Horizontes, Lengua de Pájaro y La Ninfa Constante. Codirigió el serial El Hombre que vino con la lluvia, y dirigió los cuentos Para Esmé con Amor y Escualidez y Después de los Días. Varios de los cortometrajes y videos que ha dirigido han sido comprados por Channel Four, Canal+, y se han exhibido en el National Film Board of Canada, en el Chicago Latino Film Festival, el New York Latino Film Festival, etc. Ha hecho crítica de cine para publicaciones como Hora H, de Sao Paulo y Museum, de Buenos Aires. Ha actuado en The Defenders, Witchblade, Kojak, Celeste in the City, Laughter on the 23rd floor, Twice in a Lifetime y The Eleventh Hour. Vive en Miami donde trabaja como editora. Antes de que se me olvide, de la editorial Aduana Vieja, es su primer libro de poemas.
Antes de que se me olvide. Prólogo de Reina María Rodríguez. Epílogo de Emilio de Armas.
Irene López-Kuchilán. Valencia: Aduana Vieja, 2012
Jorge Camacho, University of South Carolina-Columbia
Hace justamente un mes, de paso por Miami, asistí al lanzamiento de un libro de poemas: Antes de que se me olvide, de Irene López-Kuchilán. El lugar era un café de Coral Gables donde los autores acostumbran leer sus poemas, comentarlos con el público, y charlar con sus amigos. Un lugar acogedor que se agradece bajo el sol de Miami. Pero lo mejor de la tarde no fueron los tragos, ni la compañía tan animada, sino los poemas de López Kuchilán, que leídos en su voz resonaban como puñetazos en las paredes.
Porque Antes de que se me olvide es un libro duro, de poemas como puños, que nadie puede leer sin asombrarse. Un libro que emana la urgencia del que va a morir o del que sabrá que tendrá que olvidar, y “antes” de que alguna de estas cosas ocurra, como diría Martí, tiene que “echar sus versos del alma.” También es un libro lleno de furia (la furia del divino Aquiles) ya que a diferencia de los poemas de Martí, los versos de Kuchilán son como piedras o pedazos de ella misma que lanza a la cara de un “tú,” testigo, amante, cómplice de angustias y felicidades, que recurre este poemario.
Para que se tenga una idea de lo que decimos, léanse estos versos del poema que da título al libro: “Y en la fiesta de luceros que mi casa suele dar de madrugada / perdonaste mi oficio redentor de puta /que no cobra a extranjeros si es que mueren… / Tú, impostor de New York, / prisionero de downtown Miami, /siervo de inmundicias PUBLIX.”
Es el amante que no tiene nombre, sino espacios que condensan toda la bajeza, la suciedad y la podredumbre. Espacios que denotan su imposibilidad de escapar, ya sea de su propia persona o de las paredes que lo rodean. Esto nos dice también que Antes de que se me olvide es un poema hecho de espacios verdaderos, humanizados por la alegría y el dolor, que sobreviven en la memoria como balsas o islas solitarias después de la catástrofe.
¿Dónde encontrar esos pedazos? ¿En qué creencias sostenerse después que lo perdemos todo? La Habana, Miami, Nueva York, Ixtlán y la catarata del Niágara en Canadá son algunos de los lugares-refugios, de esta geografía errante donde quedaron esas huellas que la memoria ahora proyecta como si fuera una pantalla por donde pasa la vida. Dice Lopéz Kuchilán: “Me empapé con su sangre, /corté parte de mi propia carne / y la volqué en el altar del rito en llamas. /Y así perdí su piel marchita / el aroma del espasmo de su nombre /la pátina, el rumor del que acaricia / una memoria despojada de sonrisas” (“Extravío”).
Hacía tiempo que no leía poemas de esta crudeza, poemas que evocaran tanto dolor con palabras que parecen escritas con las vísceras. La imagen que aparece en la portada del poemario, del pintor Humberto Castro, es un fiel reflejo de este sentimiento, una mujer, metamorfoseándose en árbol con las costillas pegadas a la carne. Tal vez no sea una casualidad que ésta sea también la historia de Dafne, la bella ninfa, que huyendo del amor de Apolo, le pidió a su padre que la protegiera y este la convirtió en un árbol de laurel. Huir del amante, y convertir la piel en madera siempre es una buena forma de escapar al eros. Pero nada tienen de mitológico estos poemas, sino de cotidiano, del día a día, lleno de recuerdos con el amante que se fue. Se trata de un volver atrás en el tiempo para salvar y perpetuar lo bello y grande de un amor frustrado. Es un homenaje al sentimiento que ambos compartieron y que nunca pudieron detener. Aquí otros versos de “Lluvia reversible:”
Mesas, camas donde nunca antes comí o dormí, tendías,
urgiendo no más que un candil.
Y desparramamos juntos los escombros,
postergando anocheceres
con toques de queda cada vez más sordos.
¡Qué no hubiera dado por curarte con la aurora!
Por traer cada vez
las esquinas permutadas,
bendecirlas y tratarlas;
y que el aura,
la alquimia galopante,
y el día más temido
se añorasen.
Las K que derivan de Kafka
Reina María Rodríguez
La versatilidad de Irene Kuchilán; lo variopinto; lo que no tiene límites o frenos para cambiar de jerarquías, se impone en este libro, con un atrevimiento temático que rompe la estabilidad de un sentimiento tradicional: ¿dónde está el amor?, se pregunta, mientras hace recorridos por lugares, paisajes, películas, a veces con naturalismo: “corté parte de mi propia carne” dice, (De “Extravío”), siempre intentando una ruta, o algo que fije ese devenir.
Irene K. ha captado la imagen como concepto, la imagen proveniente del cine, del teatro, de sus lecturas, para acercarla en su recorrido interior a la palabra que no conforma una metáfora, sino que se convierte en otra imagen en progresión, sujeta al texto y al “yo” que lo mantiene en una deriva constante, entre una consecuencia tras otra; desde una acción tras otra: “desoí… escudriñé… convertí…” actuando, saliendo de lo anecdótico, del conversacionalismo – aunque, siempre su primera intención podría ser conversar, comunicar, comentar –, para transmitir un dolor, sus múltiples pérdidas, convirtiendo ese hecho, ese primitivo dolor, esa acción, en oración, y con estas frases simples, directas, como mantras, renunciando a las palabras que no pretenden otra cosa que sentir, al repetirlas, rescatarlas en su eficacia como bálsamos.
Como un río que fluye atravesando la propia existencia, las asonancias usadas a propósito, contra todos los temores: “saludaba y despedía algarabías,” Irene K. se enfrenta a los pronósticos y ha puesto en su sintaxis (trastocada, enfática), en su pulso abierto, la necesidad que tiene de que nos percatemos de algo. Lo que por momentos parecería más ligero o casi trivial de cada ruta, salta hacia una evidencia sobre algo que nos sobrecoge: las palabras de Meister Eckhart cuando remata un poema con ellas: “el único espacio trascendente/ siempre estuvo/ en la misma dirección.” Con ese atrevimiento nos muestra también, cómo todo lo que parece inalcanzable, profético, sale de lo más insignificante, de “la sensibilidad de las impresiones,” como quería Virginia Woolf. Es muy difícil ser una mujer, una actriz, un árbol. Es muy difícil saltar de todas esas cosas para ser una persona. Irene K. se metamorfosea en cada uno de los personajes vividos, de los sitios tomados, en todos cuantos ha añorado ser, para ser un ser: la niña, la madre, la mujer, aspirando ante todo a ser una persona completa. “Soy una persona,” grita, desde cualquiera de estos múltiples escenarios. También como quería María Luisa Bombal, la novelista chilena, al decir que una escritora es mucho más que una mujer que grita, Irene K. cumple con este imperativo, al ser más que un cuerpo desollado, herido, camuflajeado en la sinestesia constante de “un tinte malva que sangra”(De “Gama inaccesible”).
Con ese “yo” que atraviesa tantas rutas, avisándonos que allí se encuentra una hormiga, un corazón, una araña; entre ese drenar de todas esas formas humanas que simplemente es, se queda quieta. Deja entonces de metamorfosearse y se envuelve también en el lenguaje de aquellos que la acompañaron: los amantes idos; sus delirios de asir lo más cotidiano y sincero junto a un amor que se va hacia su doble en el sueño. Todo su recorrido por los textos es doble: en el que no está, viene el futuro; en lo que no se vive, viene la vida devuelta a ella como un espectro de lo que pudo ser. Su vigilia es constante. Salta de la metafísica y la depresión para hacer aquella escritura material que pedía también Marguerite Duras.
Esta escritura que a primera vista parece directa, baja por capas y capas de cebolla adentrándose en cuestiones diminutas que se vuelven de primera necesidad, como, repito, las cosas insignificantes que verdaderamente significan. Así llega a un párrafo donde se pregunta: “¿dónde está la lista de los pasos, / la letra de la marcha del conjuro, / donde queda el faro incandescente/ para el tramo del paisaje de lo oscuro?” Allí, la búsqueda se detiene de su crucigrama y toma conciencia del tiempo que le ha tocado, del dónde está, de cómo fue, de qué le falta por atravesar con ese mismo conjuro bajo el que ha andado hasta ese tramo final de paisaje y de tiempo. Es allí donde su escritura se vuelve política.
Volviendo entonces al principio, a la respuesta categórica de quien “nunca jugué a las muñecas”; nunca tuvo la infancia que otras tuvieron de quien siempre creció jugando a otras verdades, a otras mentiras; jugando más allá de la estafa con la que se sintió estafada, Irene K. vuelve su voz fuerte, no se doblega a las inclemencias de lo real, lucha por apoderarse de los fragmentos que tiene, que le quedan y juntándolos, nos demuestra que el arte siempre puede, que la escritura arrasa con los conjuros, con los destinos y se vuelve escritura ella misma; tiempo de cobrar ese impuesto a lo que fue convertido en letras, en muñecas de carne y hueso como fueron las que pretendieron ser siempre reinas, ser siempre vírgenes, ser siempre alguna cosa más que lo que la realidad les brindaba, respondiendo quizás a “Todas íbamos a ser reinas,” con la pregunta, “¿cómo íbamos a ser reinas?”
Miami, 26 de abril 2012
Selección de poemas de Antes de que se me olvide
La pantalla inanimada
En el pálido desierto de Antonioni
un influyente ciudadano K,
entre tuercas bailando a la deriva
de tiempos más modernos,
robaba bicicletas
al grito de Koyaanisqatsi.
Y Mefisto jugaba para no llorar
por La Vida de los Otros.
Mi olfato no ha sido mutilado,
declaraba,
y daba igual,
pues el viento traslada mis secuencias
a la tela no oficial,
a la premiación del festival postrero,
incorporando al guión interactivo
ruidos, luces y colores,
que otra moviola,
desde muy lejos, teje.
Por eso ayer volviste.
No lo esperaba desde aquel viernes 28
en que Martí,
depositado en el olvido,
asomaba su abrumada frente.
Y conmemoramos nacimientos,
no partidas,
con un abrazo más,
remando la pesada agua entre los cuerpos
que no dejaba decir
GRACIAS.
Ayer,
en nuestro otoño post vida,
un verde brillante llenó
la pantalla inmaculada
de mis ojos cerrados.
Con sonido sumergido,
los latidos entre risas me mostraron
las claves inauditas,
las únicas posibles,
para la próxima cita,
al fin,
a la hora que yo llegue.
Orillas de Heredia
Las cataratas del Niágara preñan de nostalgias mi otra tierra,
las arrastra a Bay of Fundy, salándolas mejor;
ahí una ola diferente me revuelca
arrojándome al Gran Lago,
despeñándome en la roca superior,
y me lanza hacia la Isla de un Tesoro
donde el mapa me dirija un poco al norte
y me halle aquel coral envuelto en marihuana de puntiagudos arrecifes,
tan usuales en playitas como aquella de la calle 16.
El eco me regala letras de canciones que no quiero traducir
por culpa de la rumba mamada en los balcones desdeñados,
vociferando desquites,
los perfectos,
para infecciones de historias clavadas en los cuerpos
que se mueven al ritmo de otros dueños
sin permiso de rescate,
sumergiendo una y otra vez bautizos
en cada idioma,
en cada mística posible
para alguna, cualquier vez treparnos,
cual papalote que se niega a despedirse,
al fénix que grita HOLA en el horizonte despejado.
Antes de que se me olvide
Cuando la arena traspasa exactamente la ranura de los tiempos,
¿qué importa el vodka?
Durante la noche en que filmamos ceremonias
de un Rey Yoruba destronando a viejos dioses
pospusimos veinte años acuarianos
por los patios y azoteas que corrieron
Habana Vieja-Cayo Hueso-Loma del Burro express.
Y en la fiesta de luceros que mi casa suele dar de madrugada
perdonaste mi oficio redentor de puta
que no cobra a extranjeros si es que mueren
por causas ya no más justificadas;
al poeta de cabellos rojos,
al bardo innombrable,
al artesano de cine mexicano,
el de los ojos azules importados
de cuyo nombre, ¿cómo acordarme?
Tú, impostor de Nueva York,
prisionero de downtown Miami,
siervo de inmundicias PUBLIX,
inquilino en mi alcázar de South Beach,
serás perpetuamente
Toni Morrison, Marguerite Yourcenar,
Lam, Borges, Chinatown
vibrando al son de la corneta
de esa conga oriental que mojaba tus ojos,
templándome al delirio de un samba,
amándonos en rock;
porque ese inconfesable instante
desde el Malecón,
te miré de lejos
y supe que la noche del reencuentro,
tu TE AMO arrodillado frente a todos
en el sitio español de Coral Gables,
me habían maldecido para siempre
y ya te cerraría los ojos,
aunque nadie comprendiera
la fuga del mar de Varadero,
en barcas del Danubio y L’Estartit;
las arenas calcinadas mancilladas,
las mentiras, las venganzas,
tu buscarme una y otra vez,
con planes de matarnos
que robabas de un bolero
donde otro, antes que tú,
veló a la novia idolatrada,
haciendo de tu sino resguardar intactos
la pasión, lo soez y lo sublime,
lo penúltimo de nuestros besos infinitos
entre sábanas ensangrentadas
cada vez con más olor a mierda.