Santo Domingo furtivo: ecos y derivas de la producción cultural dominicana del siglo XXI
Néstor E. Rodríguez, University of Toronto
En comparación con la producción cultural de Cuba o Puerto Rico, la dominicana se conoce tan poco en los circuitos académicos que raya en la invisibilidad. Piénsese, por ejemplo, en el contexto de la academia norteamericana, donde se concentra la mayor parte de los departamentos de lengua española y culturas hispánicas del mundo. El examen de los currículos de esos departamentos en las principales universidades de Estados Unidos y Canadá revelará un porcentaje ínfimo dedicado al estudio de la producción dominicana. Asimismo, una rápida ojeada a las principales publicaciones académicas del hispanismo en los últimos diez años pone en evidencia la limitada salida de artículos en torno a textos dominicanos.
No vaya a pensarse que exagero. La Revista Iberoamericana publicó en 2003 un número especial dedicado al Caribe con el título de “Representaciones de la nación: lengua, género, clase y raza en las sociedades caribeñas.” El volumen, a cargo de Bladimir Ruiz, cuenta con una docena de artículos, siete de ellos dedicados a la producción cultural cubana, mientras que sólo uno examina la dominicana. Como académico especializado en el estudio de las letras antillanas soy un gran admirador de la literatura cubana, pero me cuesta pensar que en un número especial de una de las revistas más leídas del hispanismo dedicado al Caribe más de la mitad de los artículos estén dedicados a Cuba. Tal parece que en la selección del profesor Ruiz prevaleció el elemento mercantil del academicismo por encima de criterios intelectuales de equidad.
Sin duda hay mucho trabajo por hacer para sacar a la producción cultural dominicana de su relativa invisibilidad crítica, pero a pesar de lo desalentador del panorama en los últimos años se han observado señales positivas. Prueba de ello es la portentosa producción de artistas dominicanos que en su mayoría no rebasan los cuarenta años, y que junto a la obra de un puñado de figuras emblemáticas cuya producción alcanza su punto álgido en la década del noventa han transformado la escena cultural dominicana, principalmente desde la literatura, toda vez que han despertado el interés de la crítica especializada.
De este conjunto de “novísimos” hay que destacar la obra de Homero Pumarol (1971), Rita Indiana Hernández (1977), Juan Dicent (1969), Rossalina Benjamín (1979) y la de los autores que participan de esta muestra: Ariadna Vásquez Germán (1977), Rey Andújar (1977) y Alejandro González (1983). A la par de la atención que ha empezado a recibir la obra de estos autores, gravita la producción incesante de “pesos pesados” de las letras dominicanas, como lo son Marcio Veloz Maggiolo, Ángela Hernández, José Alcántara Almánzar, Pedro Antonio Valdez, Josefina Báez, León Félix Batista, José Mármol y la magistral y singularísima Aurora Arias, quien da realce a esta selección con un cuento inédito.
Buena parte de la crítica especializada que se ha dado a la tarea de recuperar el considerable archivo cultural dominicano proviene de una novel generación de académicos que ha tenido el tino de identificar esta cantera. En ella han hallado el terreno fértil para poner a prueba muchos de los presupuestos teóricos de los estudios postcoloniales, el neomarxismo, la ecocrítica y los estudios queer. La creciente nómina de nuevos “dominicanistas” incluye las osadas lecturas de académicos como Danny Méndez, Violeta Lorenzo, Ramón Victoriano-Martínez, Christopher McGrath y Lorna Torrado, cuyo trabajo se exhibe aquí. De la mano de estos críticos y con la persistencia de los propios creadores comienza a despabilarse la cenicienta de las letras del Caribe hispano.