Virgilio Piñera
Juan Carlos Flores
Animal de tiro o de parábola
Cargaste todo el peso, en omóplatos lo propio
y añadido:
polvo y polen y lo que no se ha reducido en círculos.
Extraño mercader,
tus paños el más exacto, alucinado mapa del país
y espejo no acto para los cazadores de fantasmas.
Algo ejemplar: aún te vieron sonreír de orilla a orilla
con la malicia de un niño o de un ratón ante la adversidad
entregarte al prohibido, devorante amor anfibio
como una dama impúdica, como querías
como que todo al final no es más que una gran broma,
un carcajearse escamado entre las sales.
Oscar Wilde tuvo su estancia gélida, el aislamiento
pudo ser la tuya.
A la hora anunciada por los especialista en posteridad
te convertiste en una isla, isla hundida
en que profundo y olvidado mar oscuro.
Dispersas están las cosas que fueron prometidas,
así en la cita bíblica: debajo de la casa un tesoro,
un alimento.
Nos decían que no, que no nos acercáramos
nos mandaban a leer a Pita, a Guillén, a cualquiera
de los otros
nos decían que no y tuvimos que escoger, que
adelantarnos
a estrella o muro empezar la partida, el naipe de los
desorejados,
aunque tuviéramos que introducir toda la escala
en el dormitorio paladar de los prudentes.
Hombre, mujer, isla o coágulo que anuda el paraíso:
Entre líneas andamos buscando, preguntándonos.