“La Patria adentro: Natura política de Virgilio Piñera”(1)

“cada palma derramándose insolente en un verde juego de aguas”
“La isla en peso” (44) (2)

A mis hermanos, Gerardo Calderón Juliá e Israel Ruiz Cumba

Juan Carlos Quintero Herencia, University of Maryland

 

     La obra de Virgilio Piñera ofrece materiales para apreciar cómo cierta geografía insular afecta las poéticas en las islas. La posibilidad de apalabrar poéticamente, en el caso particular de Piñera es, con insistencia, un frágil pacto corporal con una geografía relacional, no se trata con exactitud de una relación con una geografía “natural.” Esa geografía del poeta aparece en varios textos como una metáfora para las posibles relaciones electivas y afectivas de un autor con la tradición o las tradiciones que le acercan las aguas. En ese sentido, lo que importa de esta isla son las zonas de contacto y de metamorfosis de lo evidente, los puertos, la noche, las corrientes, el platanal, la playa y sobre todo, esa paradójica mutación que dichas zonas desatan en el cuerpo del poeta; esa extraña capacidad de mimesis corporal ante las aguas o el paisaje donde el cuerpo del poeta se transforma de acuerdo a la comunicabilidad posible, o a los criterios desplegados ante el embate de los “influjos” en las costas. Así de la geografía, a la isla piñeriana que levantan sus poemas, le queda apenas la grafía del cuerpo. Más que geografía, en Piñera, la naturaleza isleña es atracadero y el cuerpo, entendido como dársena, es el espacio privilegiado al momento de experimentar las imágenes. Así, la isla, los paisajes isleños desde donde Piñera piensa las posibilidades culturales y políticas de la escritura literaria, no aspiran a copiar las formas o las lógicas de lo natural halladas en su entorno. La isla en Piñera es una escritura de posibilidades, un archivo de resistencias o de entregas de un cuerpo poético empeñado en reconfigurar los poderes del sensorio isleño.
     En uno de sus últimos poemas, titulado “Isla,” el sujeto poético se entrega a su inevitable devenir insular:

Se me ha anunciado que mañana
a las siete y seis minutos de la tarde,
me convertiré en una isla,
isla como suelen ser las islas. (236)

     Escrito el año de su muerte (1979), “Isla” es un poema premonitorio, quizás un canto de rendición ante la contundencia contaminante de la isla. Sin embargo, la transformación en isla del sujeto poético, en este poema, evita cualquier genuflexión moral. Parecería que para este poeta, en específico, darle cuerpo en el poema a su teoría política, implica localizar y meditar en torno a la materialidad histórica de la isla. Esta meditación ocurre en ocasiones importantes de cara al mar o con el cuerpo vuelto hacia el paisaje isleño. Ya sea en “en peso” o “en el duro” la política-poética piñeriana es un asunto perceptivo que se desata en el litoral. Ante la mar, en el litoral caribeño, poéticas matrices ejercitan devenires del espacio, ensamblan lugares, articulan dondes (me diría el escritor puertorriqueño Eduardo Lalo) para el cuestionamiento de sus sitios. Pero también estas poéticas construyen lugares de indistinción entre el espacio y las subjetividades que habitan la isla. A la costa caribeña cierto sujeto poético va a dudar de su unicidad, a complicar y complejizar su supuesta relación armónica con el entorno cultural.  De cara al archipiélago, en efecto, ciertos poetas hacen política desde la tesitura elemental de su lengua; allí repiensan la confusión y la metamorfosis des-espiritualizada de los cuerpos isleños, trabajando con su cercanía, sus hábitos, exponiéndose inclusive a sus efectos. En específico, Piñera ante la mar parece preguntarse: ¿Qué son capaces de hacer estos cuerpos en medio de una polis sumergida? ¿Cómo pueden seguir respirando con tanta naturalidad?
     El poeta que imagina, el poeta que genera imágenes con el cuerpo vuelto hacia el archipiélago, lidia con la sujeción histórica que le ofrece la cultura en la orilla. La mar es para estos poetas un reto perceptivo, no meramente un límite, un contorno.  Las aguas además no son una dimensión o fuerza que se ajusta al lugar que ocupa el mar. El saber poético, si se quiere, de cara al mar, enfrentado a su archi-pélagos, con el cuerpo expuesto a la verdad del mar, no es un conocer que se resuma en la contemplación o en el conteo de los atributos compartidos de las islas. El archipiélago cuando es tropical es la alta mar para las redundancias trópicas, la mar donde el trópos (del griego, cambiar, trocar, voltear) se agita, (se) expone (a) la heterogeneidad de sus figuras, donde materializa, incluso sobre la tierra, la potencialidad metamórfica de las aguas. El poeta en condición archipiélaga abraza el reto corrosivo de las aguas marinas. ¿Qué tipo de saber maneja esa literatura en estos litorales? ¿Cuáles serán las imágenes que desplegarían algunos reclamos políticos, ciertos reclamos de justicia, que singularicen históricamente a una comunidad de sentidos en el Caribe?
     El archipiélago ( ) es la intermitencia sensorial que habilitan las consecuencias de una variada saturación de momentos históricos, momentos abiertos, situaciones rotas, rajaduras epistemológicas, oleadas de sentido, resacas también de la nada y de los fragmentos, donde una comunidad caribeña se presenta y trabaja con lo que las aguas han grabado en su cultura ( ).
En esta estela, la experimentación con las lógicas sensoriales frente al mar, en el imprescindible poema “La isla en peso” (1943), es inseparable de un ejercicio de cuestionamiento del ethos cultural y político de la isla:

La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta. (37)

     “Isla en peso” es una extensa meditación debida a la productividad que inauguran ciertos síntomas. Pues ¿cómo rodea un cáncer? ¿Cuál es la forma que adquiere este pensamiento obligado por las aguas? Acosado por la metástasis acuática, el mar en “Isla en peso” parece invadir y destruir los tejidos de la isla. Este extraordinario poema es, entre otras cosas, un imposible manual de resistencia atea, anti-populista cuya apuesta política se decide en la confección de algunas imágenes con propensiones sinestéticas fuertes, o a través de versos atravesados por sinestesias plenas. Para el lector, enfrentar la omnipresencia de las aguas es simultáneamente lidiar con el ofuscamiento perceptivo que la imagen piñeriana ofrece como horizonte: “El perfume de la piña puede detener a un pájaro” (38); “Una mano en el tres puede traer todo el siniestro color de los caimitos;” “Si hundieras los dedos en su pulpa creerías en la música” (39).
     Son muchas las lecturas de este poema que insisten en esa circunstancia maldita como otra figuración del aislamiento malsano o del encierro insular, perdiendo de vista, quizás, que el peculiar rodeo perceptivo de las aguas no se circunscribe a la costa. Lo sobresaliente, en “La isla en peso,” es la recurrencia del agua “por todas partes.” El acoso de las aguas se nos presenta como una omnipresencia isleña. En efecto, “La isla en peso” es, también, la bitácora de un mandato sensorial, subjetivo ante la mala dicción, la maldición del agua por todas partes. Ante el sitio acuático a la isla, “Isla en peso,” es la contracción de un imaginario poético ante “la mala dicción” de ese cuerpo acuático. Mala dicción que les imposibilita a los isleños contemplar el más allá de posibilidades que también desata el mar, el más acá que en la oscuridad manifiestan los cuerpos de su propio deseo:

Todavía puede esta gente salvarse del cielo,
pues al compás de los himnos las doncellas agitan diestramente
los falos de los hombres.
La impetuosa ola invade el extenso salón de las genuflexiones.
Nadie piensa en implorar, en dar gracias, en agradecer, en testimoniar,
La santidad se desinfla en una carcajada. (39-40)

     El poema de Piñera es una contracción ética sobre la gloria insular, contorsiona los sentidos y los significantes asediados por el agua, como un modo de posibilitar otro cuerpo político y cultural. Se contorsiona el cuerpo y la dicción maldita para darle paso a otro mar tropical, para exponer otro cuerpo o para secar la generalización líquida de lo maldito, de lo mal dicho. Toda maldición es siempre una dicción, una descarga, una performance verbal en búsqueda de un efecto específico. Mal-decir, decir mal es lo que la contracción poética busca recomponer de otro modo, ahora sin la totalidad expansiva de las aguas. Sin embargo, esta recomposición sensorial no aspira ni a diagnosticar ni a colocarse por encima ni en las afueras de la comunidad isleña. La maldición, la mala-dicción que el sujeto piñeriano busca afrontar es, en primer lugar, una condición segregada por el cerco de una mismidad tropical que plaga la cultura de la isla y en la cual el poeta está seriamente implicado:

El trópico salta y su chorro invade mi cabeza
pegada duramente contra la costra de la noche.
La piedad original de las auríferas arenas
ahoga sonoramente las yeguas españolas,
la tromba desordena las crines más oblicuas.

No puedo mirar con estos ojos dilatados.
Nadie sabe mirar, contemplar, desnudar un cuerpo.
Es la espantosa confusión de una mano en lo verde,
los estranguladores viajando en la franja del iris. (41)

     Es la misma agua, el agua de todos los días, la que por todas partes ha hecho indistinguible un objeto del otro. Esta obligatoriedad ética y sensorial de las aguas idénticas a sí mismas se explaya sobre los habitantes y los panoramas de la isla y no reduce su campo de acción al litoral. De cara a la natura isleña, el sujeto poético piñeriano desata indagaciones implacables. Ante la densidad de sentidos, incluidos los éticos que sujeta la natura(3) insular, las indagaciones piñerianas persisten en revelar la indistinción, la indiferencia, la identidad entre la fauna y flora isleña y el ethos isleño:

Es preciso que de una vez
descubramos la palma
que tiene negro el penacho.
Nuestros muertos en su cimera
esperan ser enterrados.
Allá arriba están en sus lamentos
que el viento propaga implacable.

En la sabana todo parece verde,
pero esa palma, ¡oh, esa palma! (105)

     Estas son las estrofas iniciales del poema “Palma negra.” De nuevo, la indistinción entre las cosas y la particularidad natural del paisaje por igual separa los signos del paisaje del orden sensible, como los camufla hasta tornarlos imperceptibles. Peor aún, este camuflaje que hermana el negro con el verde es lo que hace invisible a la palma. Esta imposibilidad perceptiva es ética y políticamente nefasta pues evita que la comunidad lidie con la negatividad ineluctable, con los itinerarios de duelo que demandan los muertos. “Palma negra” es un inquietante poema del revelador año de 1962, pues en este año Piñera fecha además sus poemas, “En el duro” y “Los muertos de la patria.” Más aún sobre un “árbol terrible” también se posan los muertos en el poema “Los muertos de la patria:”

Vamos a ver los muertos de la Patria.

Verlos con nuestros ojos dilatados por la vida.
Hay que tocarlos con nuestras manos.
Están como aves posadas en el árbol terrible,
donde el viento no suena,
y en donde la noche misma
se aleja vencida por la Nada. (103)

     Todos estos poemas comparten la enigmática proposición ya establecida en “La isla en peso” en torno a la imposible tarea de discernir en la natura isleña un cuerpo del otro, una naturaleza de la otra, un signo o un objeto separado de aquello que lo rodea. Las correspondencias absolutas entre identidades son figuraciones insistentes para el acabóse, para la repetición vacía de lo idéntico, en tanto escriben entre los vivos la redundancia mortífera de lo eterno igual:

Vamos a ver los muertos de la Patria.

En la pradera del silencio los árboles,
las aves, los saludos
son también muertos que a muertos corresponden.
Fusiles, metralletas y las manos empuñadoras
son sueños arrugados que soñara
Un muerto nacido al mundo de los muertos. (103)

     El poema “En el duro,” por su parte, levanta un encuentro y una conversación con una cara habanera en la Avenida del Puerto. Este poema termina con la inscripción del endurecimiento del mar. Este encuentro con el indescriptible rostro habanero anota, sin embargo, una definición, un deslinde, entre el sujeto y la mar. “En el duro” las aguas del mar han abandonado su ubicuidad metamórfica, propia de “Isla en peso,” y devienen cristalización retórica, genuflexión de absolutos. El mar “En el duro” es todavía un espacio indiferenciado, indiferente pero ahora su imagen no acicatea confusiones sino que es la forma misma de la rigidez:

Mi socio, no sé lo que está pensando,
pero yo sé lo que pienso;
este mundo está en el duro
y ojalá se nos deshiele;
porque de no ser así,
nos matará la dureza;
ya las palabras son balas y las miradas hogueras.

¿No le parece, mi socio?
--me dijo y me tocó el pecho;
yo lloraba como un niño,
y el mar se fue endureciendo. (111-112)

     Un espacio cristalizado por la decantación guerrera, sólo es capaz de diseñar un litoral bipolar, donde apenas existen ellos o por eliminación nosotros. Esta mar del 1962 es el subrayado bélico de una sensorialidad dedicada a suprimir la aparición de las diferencias. De igual forma, la búsqueda imposible de la ubicua “palma negra,” escondida en el verdor negativo de la sabana, es por igual, certificada como entorpecida, por un sensorio incansable en la exhibición narcisista de su universalidad, idéntica a la palma, y por su supuesto idéntica a sí misma. La existencia de la palma negra es idéntica a su invisibilidad, de ahí su desaparición en el paisaje. En verdad la palma negra son todas las palmas de la isla:

Si no es ésa, si no es aquélla,
si el zapatero del barrio
jura por todos los santos
que su perro la ha olfateado;
si la señora de la esquina
caracolea sin descanso
dando voces a su Pedro 
que está allá arriba en la palma;
si el telón de fondo verde encabrita los caballos,
¿cómo dar caza a la palma? (106) 

     Sentir, mirar, palpar bajo estas condiciones naturales, en medio de este hábitat donde todo es igual, es una operación por igual fútil como inconsecuente. Seguir usando el cuerpo del mismo modo, ejercitarlo desde la disciplina de lo idéntico, no nos hará sensible el desastre ético y político que arrastra toda naturalización que cancela las diferencias tornándolas identidades. Nada puede ser perceptible, incluso nada será inteligible donde inclusive las realidades enemigas deban amigarse bajo la mismidad patriótica, fusionadas siempre en alguna Totalidad Suprema, totalidad siempre espiritual y moral, representada siempre en mayúsculas llámese el Paisaje, la Tierra, la Patria. El poema por lo tanto, un poema en condición archipiélaga, estos poemas de Piñera, son la exposición crítica de esta sensorialidad amalgamada, incapaz de registrar diferendos o criterios, intimidada, en casos particulares, por el poder marcial de los vencedores. La política de Piñera es una poética empeñada en el derrumbe sensorial de toda concepción que fetichice, o espiritualice la vida y el espacio isleños. La cubanía presentada como acto de nigromancia o sujeción moral es un horizonte terrible que el sujeto poético piñeriano, una y otra vez, expone. En Piñera toda cubanidad entendida como genuflexión y ñoñería moral, o como naturalización heroica del sacrificio supremo, se sabrá avasallada por una poética inclemente que nunca esconde lo que los cuerpos son y lo que los cuerpos dicen. Allí donde esta cultura del poder despliega sus mortandades con la naturalidad de quien ya proyecta monumentos, el sujeto poético arremete exponiéndola como lo que es, una cultura de muerte, una instalación azarosa que ha adquirido su definición mejor justo cuando en ella parpadea la verdad de su sinsentido:

Y tú
—muerto tirado en esa zanja,
con un zapato como casco guerrero en tu cabeza—
¿qué mago consultaste para estar ahora
de cara al Tiempo y con la Patria adentro?

Vamos a ver los muertos de la patria. (104)

Notas

1. El siguiente texto fue leído, el 9 de noviembre de 2012, en el panel “Contra y por la palabra: Poesía y política en Virgilio.” Este panel fue parte de The Accursed Circumstance: Virgilio Piñera Centennial Conference at Stony Brook University. Este ensayo es un fragmento de un estudio mayor sobre poéticas y políticas en el Caribe hispano.

2. Virgilio Piñera, La isla en peso. Obra poética. 37. Cito en adelante por esta edición.

3. Natura: vetusta palabra que prefiero ante estos paisajes de Piñera en vez de la escueta “naturaleza,” pues más que un sinónimo del ser o la esencia de las cosas, en el vocablo “natura” todavía se arrastran los sentidos de disposición, calidad, orden y propensión de las cosas y los cuerpos de este mundo.

Obra citada

Piñera, Virgilio. La isla en peso. Obra poética. Comp. Antón Arrufat. Barcelona: Tusquets Editores, 2000.