Discursos transversales: la recepción de Rubén Darío en Nicaragua
Erick Blandón Guevara; Managua: Banco Central de Nicaragua, 2011
José Clemente Carreño Medina, University of Missouri-Columbia
Discursos transversales es el resultado de una investigación exhaustiva en la que Erick Blandón deconstruye los diferentes discursos que en Nicaragua han moldeado como única, uniforme y monolítica la figura de Rubén Darío. El autor demuestra que estos discursos obedecen a los intereses de la élite letrada ―particularmente los vanguardistas― que se empeñó en construir una comunidad homogéneamente mestiza, hispano hablante y católica, excluyendo a las otras etnias, lenguas, y culturas que conforman la realidad heterogénea de Nicaragua. Este nuevo libro da continuidad al análisis crítico que desde el 2003, con Barroco Descalzo, el autor ha venido desarrollando en torno a la supuesta identidad nicaragüense construida por esa élite, la cual usó al personaje principal del teatro colonial El Guegüense como prototipo, y a Rubén Darío como símbolo del mestizaje racial y cultural.
Discursos transversales sigue la ruta teórica iniciada por los anticolonialistas Aimé Cesaire y Franz Fannon, así como la de los postcolonialistas hispanoamericanos Enrique Dussel, Santiago Castro-Gómez o Aníbal Quijano. Bajo este marco epistemológico descentralizador, Blandón cuestiona la crítica literaria, que basándose exclusivamente en su poesía, construyó y consolidó la imagen que hoy prevalece de Rubén Darío como pasatista, esteticista y ajeno a los problemas de su tiempo. Una espada con una cruz por empuñadura, representa en la cubierta la violencia epistémica que, según el autor, estaba en el horizonte de expectativas fascistas del Movimiento de Vanguardia que hizo la recepción de Rubén Darío en Nicaragua. Desde una perspectiva deleuzeana, Blandón fagocita el concepto de heterogeneidad de Antonio Cornejo Polar, así como la teoría de la recepción de Hans Robert Jauss, para articular la recepción que de Darío hizo el Movimiento de Vanguardia en Nicaragua, entrecruzando la historia cultural y la historia política con la biografía de Rubén Darío y los géneros periodísticos que frecuentó desde los catorce años hasta el final de su vida.
El cómo y por qué se ocultó la subjetividad múltiple y contradictoria del gran poeta para hacerlo devenir una figura monolítica, es quizá una de los aportes principales que Blandón elabora para abrir una brecha inédita en los estudios darianos. El autor, sin desatender la obra poética, trabaja sobre los diferentes géneros literarios y periodísticos que Darío frecuentó, con especial énfasis en las crónicas, muchas de las cuales provienen del libro Crónicas desconocidas que recién editó el alemán Günther Schmigalle.
El libro, prologado por Leonel Delgado Aburto, de la Universidad de Chile, está dividido en seis capítulos, más un anexo con textos inéditos o desconocidos de Darío. Delgado Aburto, en el prólogo, destaca el giro que Blandón ha dado con su crítica a los estudios tradicionales sobre Darío, al resaltar su singularidad ambigua y contradictoria, agregando que este análisis deslocalizador restituye lo moderno en Darío por encima de lo nacional, que fue en lo que hizo énfasis la recepción nicaragüense. El capítulo I “Máquinas al asedio,” es realmente una introducción que explora por qué Rubén Darío es visto en Nicaragua como un símbolo racial, además de “orgullo nacional” junto a Augusto C. Sandino. Las distorsiones y torsiones de que ha sido objeto la figura y obra de Darío por las distintas corrientes ideológicas que se han disputado el poder desde 1916 hasta la fecha, son estudiadas en esta sección.
En el capítulo II “Silencios y olvidos,” Blandón reflexiona sobre los efectos de la tan anhelada modernidad que no sólo Nicaragua sino en toda Latinoamérica se buscó sin éxito después de las independencias del siglo XIX. El intento de europeizar racial y culturalmente al país, fue una constante de la élite nicaragüense que demandaba el olvido y el desprecio de todo lo que no fuera español y católico. La tensión inter-étnica que azotó a Nicaragua durante los llamados “Treinta años conservadores” (1858-1893) tuvo su clímax en 1881 con la matanza de los indígenas en Matagalpa y con la expulsión de los jesuitas. Blandón reflexiona sobre la posibilidad de que esos hechos históricos, que fueron la expresión de la lucha de la “civilización contra la barbarie” en Nicaragua, incidieran en la formación del joven Darío. Lucha en la que el poeta se manifestó a favor de la “civilización” asumiendo las posturas liberales que nunca abandonó. La matanza de los indios así como la expulsión de los jesuitas, fue un episodio que tanto la élite, Darío incluido, intentó borrar de la memoria de la nación con silencios y olvidos.
El capítulo III, “Espectador y náufrago” es un relato trágico del manoseo que la clase gobernante de Nicaragua infligió a Darío. Blandón usa como primera fuente el “Diario” personal en el que Rubén Darío describe las desventuras y frustraciones de su viaje a México para la celebración del centenario de la independencia. La caída del Presidente José Madriz impulsada por Washington más la intervención de los Estados Unidos en los asuntos de su país, fue una herida de la que Darío no logró recuperarse; pero a la que tampoco se resignó, aunque ello lo llevó al naufragio en sus últimos años de vida. Aquí se expone cómo a pesar de que los discursos nacionalistas como el de Pablo Antonio Cuadra han convertido a Darío en “prócer de la independencia cultural” (67) por el rechazo del poeta a la intervención estadounidense, su visión ante el poderío norteamericano es ambivalente. Ciertamente ve en “los yanquis” una amenaza a la herencia cultural grecolatina de Nicaragua y Latinoamérica, pero también los ve como un modelo a seguir en muchos aspectos como el periodismo. Según Blandón: “Defendió ‘el lujo del arte’ como necesidad en un país donde abundaba la riqueza, y vio en el ‘triunfo del gran periodismo’ el primer gran indicio significativo de ese nuevo estado de abundancia” (68). Blandón muestra a ese Darío contradictorio al que se ha querido negar para presentarlo coherentemente antimperialista; también alega que su lejanía física de Nicaragua, no le impidió a través de sus crónicas periodísticas estar al tanto de la vida política de su país como comúnmente se ha manejado. Esto, explica el autor, puede atribuirse a “su indeclinable voluntad de oponerse a la ocupación extranjera […]” (70) y puede ser también “el origen de la ansiedad letrada que, contra las evidencias, sostiene que Rubén Darío no intervino en política porque fue exclusivamente poeta” (71).
En el capítulo IV “El cuerpo devorado,” Blandón analiza el montaje que el gobierno conservador y la Iglesia católica llevaron a cabo para apropiarse de la imagen y prestigio internacional del poeta durante su agonía y después de su muerte en 1916. Esta interpretación resulta iluminadora si se pretende leer de manera crítica el discurso con que se enterró a Darío como Príncipe de la Iglesia, obviando sus prácticas heterodoxas, el ocultismo y el espiritismo entre otras. Aquí también escudriña el episodio obsesivo de Rosario Murillo, la esposa con quien fue forzado a casarse, pero con quien casi nunca convivió. Obsesión que encontró apoyo de la Iglesia y del gobierno impuesto por la intervención norteamericana, con la finalidad de convertir a Rubén Darío en un símbolo cultural hispano-católico, ajeno a su propuesta modernizadora. En este mismo capítulo, el autor estudia la recepción que de Darío hace el Movimiento Vanguardista nicaragüense en la década de 1930, el cual encabezado por Pablo Antonio Cuadra, haría, según Blandón, “[u]na lectura que transforma a Rubén Darío en falangista […]” (88). Ese lugar de enunciación fascista no había sido cuestionado hasta ahora en Nicaragua. Se trataba de ponerlo en consonancia con el espíritu pasatista y regenerador de la Generación del 98 en España.
En el capítulo V “Poética del mestizaje,” Blandón deconstruye el discurso normativo del mestizaje que el Movimiento Vanguardista desarrolló como fórmula de blanqueamientos de los múltiples cruces raciales existentes en Nicaragua, a fin de crear la identidad nicaragüense a partir de “un devenir otro –español o blanco- purificado por la occidentalización” (117). De esta manera, todo lo que no era tocado por la limpieza de sangre blanca o española, era considerado como un obstáculo para el desarrollo cultural del país. La figura de Pablo Antonio Cuadra, cabeza intelectual de los vanguardistas, fue crucial en la estructuración y difusión del discurso del mestizaje, quien pretendía reconstruir en las Américas el antiguo imperio español como el fin de continuar el exterminio de la barbarie. Un discurso aparentemente terso que encubría la violencia epistémica, que justifico la instauración de una dictadura personal en Nicaragua. Así hicieron hablar a Darío desde un lugar de enunciación ajeno a sus propuestas modernizadoras, derivando de su poesía una poética del mestizaje, que devino discurso nacional, el cual atravesaría transversalmente lo que realmente dijo, escribió y pensó Darío. Blandón cuestiona ese discurso porque, alega, que da por sentado que la identidad mestiza, ha sido asumida por el inconsciente nacional, una aporía, si se resalta como hace el autor, la heterogeneidad constitutiva de Nicaragua. Por eso hace énfasis en la genealogía eurocéntrica de corte falangista de ese pensamiento, cuando dice: “Los vanguardistas definieron a la literatura nicaragüense como greco-latina, católica y mestiza; y monumentalizaron a Darío como su origen, además de orgullo racial del mestizaje” (101). Tal concepción se estrella con un problema fundamental: los ancestros africanos de la mayoría de los nicaragüenses, incluido Darío y los mismos vanguardistas. La construcción y manipulación llevada a cabo por la élite letrada para ignorar el ancestro africano, es tal vez uno de los debates mejor elaborados por Blandón para actualizar la crítica sobre el pensamiento de Darío.
Finalmente, el capítulo VI “Salida del museo,” más que conclusión, es una invitación a desmitificar la figura de Darío y el discurso eurocéntrico del Movimiento Vanguardista, que propone una nueva recepción no colonial. La lectura unilateral letrada lejos de acercar a los nicaragüenses a conocer mejor la vida y obra de una de las máximas figuras literarias de nuestro continente, ha provocado que el nombre de Rubén Darío sea “un constructo letrado vacío de significado para un 65% de la población […]” (126), según datos que arroja la encuesta que llevó a cabo el autor en su investigación para este libro. Ésta es tal vez la importancia de la propuesta de Blandón: hacer una relectura y relaboración más allá de los discursos transversales que petrificaron la imagen de Rubén Darío vaciándolo de significado.
Blandón se concentra en su análisis en la prosa de Darío, crónicas y artículos periodísticos poco vistos o recién encontrados por los investigadores especializados, como el alemán Günther Schmigalle. En suma, Discursos transversales es un planteamiento que rejuvenece los estudios de la obra de Rubén Darío, poniendo en el centro su pensamiento, casi siempre ignorado por la crítica que privilegió las novedades métricas y musicales de su poesía. Aunque el autor no desatiende la obra poética, es de esperarse que haya de su parte una lectura, igualmente desmonumentalizadora, de la poesía de Rubén Darío.