CAFÉ “EUROPA”
Obispo esquina a Aguiar
El Fígaro, Habana, 1899
Ocupa un área de dos casas, lo que no bastará dentro de muy poco tiempo, a la extensión necesaria de su circuito, obligándole a ensanchar, como un conquistador su territorio. Su puesto estratégico, por decirlo así, la confluencia de la calle del Obispo, arteria central de la Habana y la de Aguiar, una de las venas transversales que arrojan más afluentes de seres a Obispo, se abre como un caravanserail hospitalario a todas las excitaciones del apetito y a todos los goces del gourmetismo. Es un café y no es solo un café. En competencia con el aromático Moka cuyo perfume satura olorosamente los muros tapizados y el suelo marmóreo del Europa, mil otras fruslerías de aceptación en la Habana — del Europa — llenan las mesas mostradores del fondo, los anaqueles, las vitrinas y los aparadores, alzados éstos últimos en pendants con las puertas del café, que repliegan sus hojas sobre Aguiar.
Una concurrencia numerosa, a ciertas horas de la noche y a ciertas horas de la mañana, llena las mesas del café Europa diariamente, a tal punto que el parroquiano, entra por una puerta y sale por la otra sin haber podido sentarse por hallarlo todo ocupado. Cierto también que se desquita al paso tomando del mostrador un puñado de galleticas, modeladas en forma de barritas, muy sabrosas, siempre calentitas y que están gratuitamente a disposición de los dedos golosos del público.
Esta observación, cogida al paso, me lleva a hablar de los otros productos que en el café Europa hacen competencia al café. El café Europa, es una especialidad para la Repostería. En este género y en este ramo es difícil echarle la fuente encima. Bombones exquisitos, toda variedad de dulces, desde el croquante que alza orgulloso su torre de mazapán, sus blasones de caramelo, sus lagos de crema y sus lastines de cabello de ángel, que pudieran servirse en el banquete de los dioses de la fortuna, hasta las fuentes de natillas que cubiertas de polvo de canela semejan troqueles de oro nielados de bronce, la variedad y la suculencia es enorme. También el café Europa tiene el monopolio de los lunchadores. El lunch es la comida de los que no tienen tiempo para comer y quieren comer; de los que tragan a escape todas las satisfacciones que puede ofrecer la comida mejor condimentada. Y en esto es en lo que tampoco encuentra rival el café Europa.
Siempre a cualquier hora del día o de la noche en el mostrador de vidrio y mármol que se abre en Europa por Obispo hay estacionados grupos de señoras y señoritas consumiendo algún plato de apariencia ligera y de realidad reconfortante.
Los aplausos al «chef de cuisine» y al gran repostero que oficia en el café Europa con su gran delantal y su alta mitra, ambos de un blanco de nieve, son continuados e innumerables.
Otra especialidad del café Europa son sus vinos, importados de las mejores casas de España, Francia y Alemania.
La boga del favorecido establecimiento es muy completa. El concurrente asiduo sale de allí siempre satisfecho del buen servicio, de la amabilidad del propietario y dependientes, de la limpieza en el servicio, de la excelencia de lo que compra y de las mil y mil atenciones que siempre halagan, atraen y retienen.
La situación topográfica del café Europa, es, como hemos dicho, excelente. ¿Pero sería bastante esto para atraer la parroquia si otras condiciones no ayudaran a la boga que hoy tiene?
Saber tratar a la gente de modo que quede contenta y vuelva es el gran secreto en todas las cosas y en todos los negocios que dependen del público.
Y este secreto lo posee como pocos el dichoso propietario del floreciente café Europa, del cual ofrecemos algunos grabados a los lectores de EL FÍGARO.
Ya que hemos hablado del café, queremos decir algo de su dueño: el inteligente y muy modesto joven cubano Juan Suriol. Muy pocos saben que ha nacido en Cuba. Viéndosele en la carpeta de su establecimiento, día y noche, pues es el primero que se levanta y el último que se acuesta, abnegado y sufrido, sin desmayar en el trabajo, ajeno en la apariencia a otro móvil que no sea el de acaparar fortuna, diríase que era un simple burgués, nacido en país lejano, que acaparaba para ir a gastar sus ahorros entre los suyos. Hijo de un noble catalán, tuvo la doble fortuna al nacer en Cuba, de ser cubano y recibir una ejemplar educación: no la que hace del joven imberbe, un refinado, enervando sus potencias morales, sino la que hace al hombre aprender a ganar el pan con el sudor de su frente desde los primeros años. Inteligencia despejada y temperamento de artista, Suriol no se ha limitado solamente a ser un buen hombre de negocios, sino que ha logrado ser un dilettanti artístico en la más lata acepción de la palabra. Toca al piano con delicadeza exquisita trozos selectos de música; pinta con brío los bellos paisajes de Cuba; dibuja, copia con gran soltura al creyón y a la tinta; es un amateur fotográfico y para remate esculpe de un modo notable. ¿Cuándo ha aprendido Suriol todas esas cosas? La respuesta se tiene pensando en el gran aforismo: Querer es poder. Suriol quiso y pudo.
Al poco tiempo de firmado el Protocolo que puso fin a la contienda entre España y los Estados Unidos, cuando las expansiones del cubano no podían ya ser sospechosas, Suriol, alma de cubano agradecido, concibió la idea de hacer un regalo al bravo soldado que había tenido durante la guerra la suprema dirección de los cubanos. Sobre ricas pastas cinceló de modo magistral un escudo cubano y se lo envió al Generalísimo. Este sintió con el artista y le escribió una carta sentidísima y afectuosa, que es hoy uno de los más preciados recuerdos en el rico joyel de Suriol. Su bolsillo ha estado siempre propicio a ayudar a los pobres. En estos tiempos en que el patriotismo y la caridad del cubano se han sometido a pruebas durísimas, Juan Suriol ha sido uno de los más pródigos y del café Europa salen constantemente grandes cargamentos de víveres para las fuerzas cubanas y gruesas sumas de dinero para invertirlos en ropas y medicinas. Sin embargo, nunca lo ha ostentado. “Cumplía con los impulsos de mis sentimientos — nos ha dicho con gran modestia — y no he querido nunca que la prensa divulgara mis actos.”