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Gestos como el de Jorge Luis - y
el de otros muchos amigos fuera y dentro de Cuba- son los que nos permiten
mantener no sólo constantemente informados a todos los lectores
de la revista acerca del acontecer cultural de la Isla, sino también
-y esto es lo más importante- a continuar construyendo un puente
sobre las aguas turbulentas. Éste es, pues, un modesto homenaje,
tanto a la obra de Fidelio Ponce como al espíritu recuperador de
Jorge Luis Sánchez. En el espacio virtual de la ciudad, la
cegadora luz solar se extingue por breves momentos, para que podamos sentir
y acompañar las sombras corrosivas de Fidelio Ponce aún....
LAS SOMBRAS CORROSIVAS DE FIDELIO PONCE
AUN
Doc./41 min/Color Vídeo Betacam SP
Productora ICAIC/2000.
Con: Teherán Aguilar/Yuri Redonet/Delmiro
del Risco.
Asesoría de la Producción: Frank
Cabrera.
Grabación del Sonido: Ricardo Pérez.
Música: Frank Fernández.
Producción: Carlos de la Huerta.
Edición: Pedro Suárez.
Fotografía: José Manuel Riera.
Guión y Dirección: Jorge Luis Sánchez.
Sinopsis
Fidelio Ponce de León,
el marginal y autentico pintor que integró la generación
que revolucionó la plástica cubana en la segunda década
del siglo XX, es recordado por ancianos que lo conocieron, algunos lo recuerdan
con cariño, otros con malestar, develando ellos las contradicciones
de uno de los más irreverentes pintores cubanos de todos los tiempos,
quién para curar su tuberculosis irremediable, cambiaba sus cuadros
por un ámpula de estreptomicina. Mientras esto pasa, hipócritamente
es objeto de manipulación turística y falsificación
por mercaderes que lo aborrecen, pero a costa de él viven.
Sombras al sol
Dean Luis Reyes, Juventud Rebelde
La luz en Cuba es un
fogonazo de color blanco. En cualquier mediodía de
julio o agosto se vuelve un fluido espeso, tangible, que asfixia.
Mientras se enseñorea sobre nuestro mundo, todo lo vivo desaparece
y quedamos convertidos en seres macilentos que deambulan y se pierden en
la niebla quemante de la luz.
Desde el centro de esa
hoguera pintó a Cuba Fidelio Ponce de León. Su mirada
fue capaz de revelar la angustia del paisaje humano sumergido en la horrible
asepsia de la luz, que desdibuja y hace graves los contornos de la gente,
como leves sus vidas y ocres sus días. Ajeno al verde fulgor
de la campiña, a los dorados atardeceres marinos, las polícromas
mulatas y las sombras quietas del arroyo de la sierra que recorrían
la pintura nacional de su tiempo, Ponce hizo suyo todo el mediodía
de la isla, esa inquietante sospecha de no existir.
Todo ese desasosiego
fluye en las imágenes de Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce
aún, filme escrito y dirigido por Jorge Luis Sánchez que,
en primer lugar, rehuye cualquier definición genérica estricta:
si es o no un documental resulta estéril discusión.
En todo caso, es testimonio de esa neurosis suya al forcejear con la realidad
documentada y la fabulación sobre la realidad, demostrada por el
autor en sus ya maduros cortometrajes ¿Dónde está
Casal? (1990) y El fanguito (1990).
Jorge Luis guarda fidelidad
a sus inquietudes de antes; obsesionado por los
márgenes sociales, por los espacios preteridos, distintos, tan de
continuo mal mirados desde un supuesto orden social, la figura de Fidelio
le ofrece todos los argumentos para trascender el enfoque didáctico,
tan anclado en la epidermis, o la fría enumeración olorosa
a curriculum vitae en la que suelen desembocar los filmes sobre personalidades
de nuestra historia.
Más que iconoclasta,
Ponce fue un desajustado que tuvo por vida la transgresión de todo
comportamiento civil, en un delirio pasado por miseria material, hambre
y abandonos que en poco se diferencian de la de tanto desclasado.
Y su pintura fue el manifiesto de cómo vio la época dolorosa
de inequidad donde habitó.
Sánchez reconstruye
este periplo a través de falsos testimoniantes -- actores no profesionales
en su mayoría, pero que en general consiguen una
autenticidad asombrosa-- que desempolvan a un Ponce contradictorio y múltiple,
aderezado todo con imágenes de la época y una subtrama contemporánea
que echa luz sobre la prostibularia esencia de un mercado del arte donde
se trastocan las jerarquías y resonancias de una obra en virtud
del trapicheo monetario obediente a hipócritas modas.
Es por aquí donde
Sánchez revela una tesis militante -- que no alcanza el
desarrollo cabal, como tampoco trenza cuanto debiera con otras zonas del
filme -- donde actualiza el legado bizarro de Ponce: más que un
transgresor, fue un incómodo traductor del dolor humano, el suyo
propio. Podría percibirse entonces la convivencia de dos filmes
distintos, pero el rostro del pintor sobre una valla publicitaria de 23
y 12 o en el anuncio comercial de antaño son tan elocuentes como
las anécdotas referidas sobre el carácter de un creador que
pudo pintar burgueses regordetes y ser rico, pero prefirió pintar
su angustia y la de otros para morir tuberculoso. Hoy nos vuelve
a acosar tamaño dilema.
Jorge Luis pone en tensión
océanos de elementos visuales y sonoros que cargan a ratos la obra
de informatividad, pero elevan su rango plástico a cimas hace rato
no exploradas por nuestro cine -- tan "correcto" las más de las
veces-- y que confinan el continente verbal a un segundo plano. Así,
la creación de atmósferas es tan meticulosa y detallista,
amén de elocuentemente
barroca y verosímil, que deja boquiabierto, el uso de la profundidad
de campo o el contrapunto sonoro- visual, los asincronismos se yerguen
cual planos narrativos autónomos; la dirección de arte consigue,
desde la utilería hasta el uso de la luz, una inquietante ambigüedad
que nos sitúa en los umbrales de un mundo lírico habitado
por las visiones personales casi fundidas de Ponce y Sánchez.
La identificación es tal que al cineasta se le escapa una conmiseración
explícita que, de haber sido eludida en pos de un tono menos enfático,
incurriría en traición emocional.
El tiempo fílmico,
el discurrir dramático apela al reposo de la cámara, a violentar
la cárcel del cuadro cinematográfico con un hormigueo interior
y un montaje fragmentador que otorgan a la visualidad de la obra cierta
enviadiable espesura. Hay un ímpetu experimental, de ecumenismo
expresivo cuya ambición comunicadora no me queda clara, pero que
dota al todo de un misterio densamente poblado por tantos enigmas como
senderos para llegar a la revelación.
Donde el filme casi
levita al apresar una poesía delirante y conmovedora es en las secuencias
que, cual subjetivas de Fidelio, hacen brotar de la isla toda su luz, esa
donde el pintor busca sus modelos famélicos, que son la extensión
de sí mismo, que son sombras humanas zozobrando. Así
se me queda Fidelio-Jorge Luis, arrobado por el sol que está ahí
afuera, cuajando de arrugas mi rostro encandilado, mi cuerpo que es una
sombra corroida sobre la acera. Ah, si Fidelio me viese.
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