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La expresión americana


Los dos Borges: enigmas de una vida en sueños, en desagravio  

Yania Suárez, La Habana

     Una distracción. Hace apenas un mes hemos presenciado una distracción en el celo editorial que, hasta la fecha, se ha sabido poner en lo referente a la obra del argentino Jorges Luis Borges. Este descuido, si bien eleva a la cifra de Dos los libros publicados en total sobre el tema en el país, debilita el argumento de excelencia que solo podía defender la cifra metafísica del Uno.
     Hasta ahora, el puesto de “libros sobre/de Jorge Luis Borges” ha sido ocupado en soledad por la conocida antología Páginas escogidas, que, aunque tarde, difundió con provecho entre los jóvenes la obra del autor argentino. Hoy conocemos que hay otro inquilino, desde hace muy poco tiempo. Las Páginas escogidas tendrán que marchar a partir de ahora mal acompañadas por la supuesta biografía Los dos Borges, vida, sueños, enigmas,1 a cargo del chileno Volodia  Teitelboim, reeditada para el público cubano por la editorial Arte y Literatura. Un equívoco.
     Se trata de un libro que recomiendo sólo a los lectores entendidos en la materia que presenta. De lo contrario, el lector que a través de él intente acercarse al tema, si logra pasar más allá de la página cuarenta y nueve, quedará persuadido de no lidiar jamás con la obra de ese tal Borges que ahí se presenta, víctima de una gran confusión.
     El equívoco al que me refiero es generoso y fecundo. Su primera expresión corresponde al rótulo oral que el autor ha difundido para el libro y que por comodidad ha pasado al comercio común: una biografía. Los dos Borges es, según nos dicen, una biografía de Jorge Luis Borges.
     Entiendo que este género, no ajeno a la ficción, ha conocido innumerables variaciones desde  Tomas Moro, o desde que el Dr.  Samuel Johnson se dispuso un día a relatar sencillamente los hechos de la existencia de los poetas ingleses y terminó escribiendo esa rara obra de inspiración ensayística sobre poesía anglosajona que conocemos hoy como Lives of the Poets, o desde que Boswell decidió no perder durante diez años una palabra pronunciada por Samuel Johnson. A partir de entonces se han hecho biografías de todo tipo: moralistas, herederas de las vidas de santos, descriptivas (alejando al género de la ficción), de inspiración sicoanalítica (acercándolo a ella). Y probablemente se han roto todas las reglas en el devenir histórico. Sobre todo después de la vanguardia, es probable que todas las convenciones se hayan trasgredido. Todas, menos una. Hay algo que, por muchos cambios que el género conociera, los biógrafos no han dejado nunca de hacer: hablar de la vida del sujeto. Regularmente, con el alma limpia de dogmatismos, me atrevo a afirmar ante cualquier autoridad que de eso se trata una biografía. Y en ese sentido, para conseguir su propósito, los biógrafos regulares se han apoyado en un par de recursos elementales, manidos quizás, demasiado usados, quizás, pero que siguen dando muy buenos resultados: hablar de los hechos y referir la cronología de esos hechos - o, para conferirle mayor libertad: la precisión temporal. No hay biógrafo que haya prescindido de decirnos qué ocurrió y cuándo. El libro de Volodia Teitelboim está ahí para desmentir este supuesto.
     No podemos negar que comienza con el nacimiento, o la niñez de su objeto y termina con la muerte. Pero en el intermedio, a la altura de la página ochenta y ocho, olvida esa fea costumbre de poner fechas y se deja llevar por otro tema, por el tema que le incumbe a su obra, de manera que el conocedor de Borges notará el comienzo de descuidos que redundan en anacronismos y el lector laico, conocerá una molesta sensación de atemporalidad de la que no podrá zafarse, al menos mientras mantenga abierto dicho libro. 
     Puede pensarse que esto es inevitable. La vida de Borges carece de interés. Fue más bien monótona, marcada por hábitos triviales y - con un par de excepciones -, sin movimientos significativos que no estuvieran relacionados con su actividad intelectual. Borges, hay que decirlo todo, invirtió la mayor parte de su tiempo en leer (sobre todo) y en escribir. Fue un hombre sedentario, lo cual, visto de lejos es aburrido. Eso no facilita las cosas, desde luego, para un biógrafo. La inexistencia de hechos de sangre, o delictivos, o el atractivo de la cárcel, como Wilde, o el tormento de Proust, o el atletismo, o el espionaje, como Heminway, puede poner en una posición embarazosa al que tenga que contar algo sobre esa vida opaca. Un hombre sentado en una silla, el crujir de las páginas cuando lee, no es demasiado dramático. Podemos pensar entonces que por fuerza el narrador de esa clase de vida sedentaria tendrá que sumergirse en aquello que sí fue divertido, dinámico: su actividad intelectual (escritos, conferencias), las circunstancias de esa actividad intelectual (amigos, grupos, revistas, colaboradores, la literatura del momento). Podemos pensar: es éste el único hecho que justifica una biografía sobre Borges. Y desde este punto de vista, es lógico que la exposición de esa actividad intelectual burle a ratos la sucesión temporal, porque así pasa cuando se habla a veces de las ideas, porque una idea puede repetirse con igual intensidad durante veinte años y etcétera. Paulatinamente, Los dos Borges: vida, sueños, enigmas, irá ocupándose de borrar esta peregrina imaginación nuestra. La literatura de Borges y sus circunstancias tampoco es cosa que detenga mucho a Teitelboim.
     Y no me refiero a pequeños, comprensibles descuidos. No busco impactar con una frase rápida - y de ser así, exagerar no sería necesario. Encontraremos un exposición de las circunstancias y de la obra de Borges o bien deficiente, cuando aparece, o simplemente insuficiente, cuando no aparece. Muy lejano a las pesquisas biográficas o cualquier otra cosa que se le parezca.
     Aquí el autor considera nimio detalle, por ejemplo, la existencia de Bioy Casares. El amigo y colaborador de Borges desde la década del 30 hasta su muerte, coautor del libro Seis problemas para Don Isidro Parodi, y otros cuentos, y antologías, y guiones cinematográficos, y responsabilidad en revistas de corta duración que emprendieron junto, y etcétera. Este escritor, quiero decir, estuvo al lado de Borges trabajando durante su mejor etapa, compartiendo en mucho su visión estética, y sus avatares literarios y tuvo el buen gusto, además, de existir. Cuenta con testigos fáciles de localizar, de manera que hasta la fecha, excluirlo en un análisis de la vida y obra del sujeto es una operación muy costosa que casi nadie se ha atrevido a practicar. Teitelboim, una vez más nos demuestra que en verdad no es para tanto: a Bioy le corresponderán de su libro una página (81) y un par de imprecisiones.2
     Con igual distracción o con igual suspicacia, se detiene apenas en dos acontecimientos – hasta ahora insoslayables
del panorama literario argentino de la época, y en los que Borges supo poner mayor interés que su biógrafo chileno: Victoria Ocampo y la revista Sur; la labor de mecenazgo de esa mujer y de los intelectuales que se reunieron en torno a la revista – según tengo entendido, la revista literaria más cara y más vendida en Latinoamérica y una de las más serias de su momento; de proyección internacional, pero que en Argentina nucleó a un grupo de intelectuales con ideas estéticas más o menos comunes y del que Borges fuera figura prominente. Olvidar estos hechos es equivalente a tratar la literatura cubana de la misma época – o de Virgilio sin mencionar a Rodríguez Feo, por ejemplo. Pero tampoco Teitelboim lo ve de esta manera: a Victoria corresponderá si acaso una mención distraída y a su revista, siquiera un acápite. Hay otros asuntos más perentorios que, en su momento, Teitelboim correrá a informarnos. 
     No voy a copiar la lista completa de insuficiencias, porque ciertamente éstas son considerables. Al punto de que se podría pensar en publicar un suplemento compensatorio de este libro llamado Lo que no se dijo, como un making off que en realidad fuera la película. Mencionaré que, además, no se habla de que Borges colaboró con un número considerable de revistas, de su silencio poético durante más de diez años; por otra parte, apenas se mencionan lo policial en su obra, ni sus traducciones, ni siquiera se ofrece una lista clara de sus libros publicados. Ese campo, que algunos manuales ortodoxos titularían Vida y Obra, no preocupa al autor.

     Llegados a este punto, con tanta ausencia, se impone entonces preguntar ¿qué le preocupa? ¿de qué habla entonces este libro que pretende pasar por una biografía? ¿qué precioso tesoro está dispuesto a ofrecernos a cambio de la vida de Bioy, Ocampo y aún hasta de la de Borges mismo? ¿qué revelación inaudita nos espera? Y finalmente: si no es una biografía entonces ¿qué es?
 
     Un tribunal. Los dos Borges, vida, sueños y enigmas, ha sido escrito menos para informarnos o entretenernos, que para opinar. Este libro, según discierno, se dedica a construir, proponer, y luego amonestar una imagen de Borges. La confusión parte del hecho de que utiliza el prestigio del género biográfico como estrategia para construir esa imagen, para elaborar ese personaje que se llamará Borges y que compartirá con el personaje real algunos hechos específicos su vida, mal interpretados, con un objetivo que no aventuraré pero cuyo efecto es a ratos denigratorio. En realidad, se trata de una figuración que está basada menos en los acontecimientos reales y en su interpretación rigurosa (su enunciación, al menos) que en la opinión que a Volodia Teitelboim le mereciera el sujeto.
     En la Habana, en la presentación del libro, Teitelboim dijo haberlo escrito para explicar y explicarse de qué manera un “monstruo sagrado” como el sujeto en cuestión, un escritor de la altura de Borges, pudo ser tan asquerosamente conservador en relación a la sociedad y tan malvado con relación al presente. Los dos Borges pretende entonces comprender desde un punto de vista sicológico ese fenómeno inaudito anteriormente referido.
     Me permito una observación previa al análisis del libro: comprender, en literatura (y en casi todo lo demás), es crear. Si un autor muestra la suficiente inconsciencia con respecto a esta premisa y además, tiene una idea previa de su objeto de análisis, entonces corre el riesgo de elaborar mera propaganda, es decir, construirá una imagen más o menos arbitraria basada en sus propios prejuicios cuyo único objeto será la perdurabilidad, no el rigor.
 
     Comprender una vida, sus ocultos mecanismos, es inscribirse instantáneamente en el par aristotélico de veracidad y verosimilitud. Tengo para mí que el entendimiento cabal de una vida no está dado, no a un biógrafo, ni siquiera al sujeto al que esa vida pertenece. El exégeta que pese a ello se proponga llevar a cabo esta tarea, tendrá que empezar por darle coherencia ficticia – verosimilitud – a una historia que de suyo no la tuvo y además es irrecuperable. El atractivo de este ejercicio de creación está dado entonces por el balance entre la verosimilitud y la veracidad, es decir: con los acontecimientos conocidos y reales, encontrar un relato coherente, lógico y bello en la medida de lo posible. De esta manera no se llegará a la verdad, probablemente, pero sí al rigor y al ingenio, que ya es bastante.
     Volodia Teitelboim, esclavo inconsciente de este principio, lo salva de una alegre manera: para ganar en verosimilitud sacrifica la veracidad todo cuanto sea necesario. Para que su personaje encaje en el diagnóstico sicológico que él creó, omite los hechos incómodos, lee de una manera muy particular los textos que menciona, y, como dije, no teme al anacronismo ni a la imprecisión.
     Sin embargo, decir que sólo la construcción de una imagen pudo ser la causa de sus omisiones, sería reducirlo y desatender otras señales que emite la obra misma. Las negligencias en las que incurre Teitelboim tienen otra curiosa dimensión, puesto que alcanzan una forma muy particular que descubre al autor. A medida que avance la lectura (si esto es posible) empezaremos a notar que hay omisiones que que no esperaríamos de un lector familiarizado con la obra de Borges.
     De las setenta y tres notas que ofrece todo el libro (de casi trescientas veinte páginas), no más de quince, veinte cuando más, constituyen referencias a textos del argentino – incluidas las entrevistas. Nada más.
     Mientras tanto, el resto de las piezas de Borges que se citan, o bien silencian su origen cabal, o bien aparecen parafraseadas sin mayor advertencia. Como si diera por sentado que los textos de Borges (Poema conjetural, La biblioteca de Babel, por ejemplo) son tan conocidos por todos que no es necesario aclarar la referencia, ni remitir a hechos tan evidentes como la revista Sur para entendernos; como si no se concibiera que alguien pudiera no conocer a Borges  (y con esto, involuntariamente, le rinde tributo; de una manera discreta, contenida, como prefería el propio Borges que fueran los elogios).

     La explicación de este fenómeno aparece rápido. Ni siquiera hace falta salir de los límites del libro para dar con ella. Porque el autor, hay que decirlo, no es avaro en referencias sobre sí mismo.
     De sus páginas podemos extraer que el biógrafo vivió en la cercanía de su personaje, y hasta es probable que alguna vez haya compartido con otros escritores de su generación algún reproche hacia él. Hay innumerables señales que apuntan al hecho de que, en el momento de redactar su pretendida biografía, aún no había tomado distancia de su objeto: Borges, para él, era aún una figura cercana. Por eso no se detiene en eventos más que conocidos, por eso no considera necesario aclarar sus citas (no justifico el descuido, le añado una variable): porque está dialogando con un contexto específico para el que Borges es una figura demasiado visible.
     El hecho de que Los dos Borges haya aparecido en 1996, es contingente. Este libro se debe al espíritu de los ambientes literarios latinoamericanos (sudamericanos, principalmente) de los años sesenta. Época de los inicios de la guerra fría, las discusiones sobre literatura y compromiso, las profusiones de fe y la nutrida izquierda. Época en que, entre otras, se solía repudiar a Borges en coro por su posición excéntrica y distante de las agonías de su tiempo.3 
     El libro funciona como una réplica más - o como un resumen - de aquel debate que se iniciara allá por los años sesenta4 y que incluyó a Jorge Luis Borges, muy a su pesar. Una discusión cardinal (de izquierdas y derechas) que le granjeara al argentino innumerables enemistades – desde el Cono sur hasta Suecia. Su autor, Volodia Teitelboim, un marxista leninista de la tercera internacional, no oculta sus simpatías: critica a Borges por no ser semejante a Volodia Teitelboim.
En la repudiada posición política de Borges de aquellos tiempos basa sus amonestaciones y la construcción de su personaje, el cual será sometido a interpretaciones y juicios como los siguientes:

“Es un introvertido esencial. – nos explica una y otra vez - En ese reino [literario] el monarca ciego ejerce todos los poderes. Pero cuando se comunica con el exterior, el profano encontrará una persona rarísima, que un día políticamente dice una cosa y a la mañana siguiente lo contrario. Le parece muy normal ser contradictorio y tal vez goza desconcertando al prójimo” p. 261.

“… un artista fragmentado que al salir a la calle era penosamente inhábil. Se le escapaba una sociedad que nunca logró penetrar. Ello explicaría su nomadismo ideológico, los cambios bruscos, los excesos verbales y los arrepentimientos de un ser errátil” p. 89.

Expliquemos, o, para rebajarnos hermenéuticamente, describamos, en qué consistieron los nomadismos políticos de ese ser errátil:

     La adolescencia de Borges trascurrió en Ginebra, paralela a la primera guerra mundial y al inicio de la revolución bolchevique. A los veinte años, fue un entusiasta del comunismo, de los ideales de igualdad social, de las afirmaciones nacionalistas – argentinas en su caso – y de la vanguardia poética. Se sabe que hizo un par de poemas inéditos dedicados a la revolución de Lenin. Se sabe que de regreso a la Argentina, inauguró un movimiento de renovación en la poesía argentina llamado Ultraísmo; que negó a Lugones y a Darío y redactó tres libros de ensayos5 de inspiración criollista, renovadora y belicosa. Se sabe, además, que apoyó la reelección de Hipólito Irigoyen, el caudillo, en mil novecientos veinte y siete. Se sabe que a finales de los años veinte algo ocurrió y Borges cambió de opinión.6 Si miramos el primer Borges y, digamos, el que empieza a publicar a partir de 1932 (con Discusión) la diferencia es notable. A primera vista parecen dos escritores distintos.
     El Borges que aparece a partir de entonces se muestra básicamente como un escéptico y un hedonista en materia literaria. Proscribe los tres libros de ensayos de su juventud; reconoce la influencia de Lugones en su poesía anterior, y revela esa manera de hacer y pensar la literatura gracias a la cual hoy hablamos de Borges (Teitelboim y yo). Políticamente, también se separa de cualquier entusiasmo. Entiende la política como una representación poco rigurosa, un juego carente de interés que no vale la pena seguir en sus avatares. Esto no significa que se convierte en un alienado, ajeno a todo lo que ocurre a su alrededor (como, a ratos sí y a ratos no, quiere hacernos ver Volodia): aunque nunca siguió atentamente las variaciones de la escena política y nunca leyó un diario, en aquella época ocurrieron acontecimientos relevantes a los que Borges no fue ajeno: el auge del Tercer reich, el Nacional socialismo, la ocupación de París. Éstos fueron criticados por él en varios artículos desde revistas argentinas. Y consecuentemente, a partir de 1945, y hasta 1955, con el gobierno de Juan Domingo Perón, figuró en las listas de intelectuales antiperonistas destacados. Fue esta quizás la etapa de mayor actividad política del autor: llegó a presidir incluso la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), baluarte del antiperonismo en su momento. No obstante, como él mismo repitiera en muchas ocasiones, esa labor fue concebida por él como una actividad civil – y hasta personal -, no política. Ni siquiera entonces permitió que sus opiniones al respecto penetraran demasiado en su literatura (aunque se encuentran signos de ella en Deustches Requiem, Tlön Uqbar Orbis Tertius, por ejemplo). Borges siguió siendo el escéptico que estaba más interesado en la lectura de Stevenson o de las sagas escandinavas, que en una página de periódico. Escribió durante esa etapa, décadas del 30’, 40’, en mi opinión, sus mejores textos como narrador y ensayista.
     En 1955, el fin de la dictadura de Perón coincide con su pérdida de la vista. Se trató de dos hechos simultáneos que, supongo, contribuyeron a alejarlo aún más del presente socio político: terminaron entonces sus agonías sociales inmediatas y empezó una personal, relevante – aunque el autor nunca hizo concesiones al patetismo, ni se lamentó de su enfermedad: estaba ciego. Trazó líneas generales para su conducta política: nunca sería antisemita, comunista, escritor de literatura comprometida ni admirador de dictadores, y después, se distanció.
     Pocos años más tarde empezaría a ser aclamado internacionalmente gracias al premio Formentor, 1961 - cuyo subtítulo podría ser “nadie es profeta en su tierra”- ; comenzaría a dictar conferencias en el extranjero, a recibir honores de instituciones en los cuatro puntos cardinales del planeta, etc. En ese entonces, regresa a la poesía con mayor asiduidad, si bien comienza, según lo veo, a atenuar de manera general la intensidad de su obra. En estos momentos disminuyó notablemente su participación en la vida política (si antes lo fue poca). Supongo que el auge de la literatura comprometida contribuyó en algo a que Borges enfatizara su distanciamiento de la realidad política.7 Y digo esto porque la ética de Borges fue equivalente a la ética de un esteticista. Volodia Teitelboim insiste en considerarla nula, entre otras cosas porque emplea la acepción vulgar del término: ética, igual a “moral”. Pero lo cierto es que Borges sí tuvo intereses éticos muy marcados tanto en su creación como en  la manera de asumir el hecho estético. Los valores que defendió Borges no son difíciles de detectar.8 
     Por una idea de justicia estética, censuraba que las opiniones de un autor – políticas y de cualquier índole – afectaran la aceptación pública de su obra, por una parte, y por la otra que interfirieran en algo en la creación. Él entendía, o al menos así dijo que lo experimentaba él, que la creación debería ocurrir  “como un sueño”,9 en el que la participación del autor no fuera notable  (famosamente advertía, por ejemplo, sobre la popularidad que alcanzó la poesía de Lorca después del asesinato de su autor, y de la inestabilidad y fracaso parcial de la novela Kim porque su autor, Kipling, se vio obligado a afectarla con una profusión de fe patriótica). Una obra sometida a las opiniones de su autor era una fábula, decía Borges. La función de la literatura, creía, era entretener y no disciplinar al lector – lo opuesto a la literatura comprometida defendida por Teitelboim. Borges no cuidó, por ello, su imagen política, ni se sometió a los dictados de ningún partido,10 y hasta puedo especular que fue éste uno de los móviles que lo llevó a morir a Ginebra: su deseo de no convertirse en el nombre de una calle ni en pretexto de brindis patrióticos. En eso consistió su ética “estética” – como le gustaría decir a Teitelboim - y con ella fue consecuente hasta un punto bastante admirable.
En 1976 visita Chile, ocupado por Pinochet y compañía, donde hace un elogio del dictador y recibe el Doctor Honoris Causa de la Universidad Católica de Chile; elogia también, eventualmente, el curso de los acontecimientos en la Argentina (éstos apuntaban, pero él lo ignoraba, a una de las peores represiones que conociera Sudamérica). Años más tarde, cuando pudo escuchar en Madrid el testimonio de las víctimas de la dictadura, cuando sus amigos le informaron del estado de las cosas, sobre todo en su país, Argentina, Borges declaró públicamente en contra de Videla, a favor de las Madres de la plaza de mayo, reconoció su error, etc., (siempre insistiendo en que no le interesaba  la política, su posición era la de un “caballero”),11 y además declaró contra la guerra de las Malvinas – aunque eso fue otra excentricidad.

     Las contradicciones que conturban el ánimo de Volodia son básicamente las siguientes: el cambio que de hecho separa dos etapas en la trayectoria de Borges (aunque nuestro biógrafo no lo vea así), ocurrido entre el final de la década del veinte y los inicios del treinta, y las declaraciones que hiciera a favor de las dictaduras sudamericanas en los setenta (mientras, dicho sea de paso, Volodia Teitelboim estaba siendo víctima de Pinochet).

     Lo primero no podría verse como una simple contradicción, dado que fue una transformación o afirmación - o madurez - de índole mucho más profunda, que tuvo sólo como una consecuencia muy lateral la mera mutación política.
     En primer lugar, no fue un cambio radical y súbito. Cualquier lector, como dije antes, pudiera afirmar lo contrario si se enfrenta a dos textos de cada etapa; la primera, efusiva y entusiasta; la segunda, contenida y meditada. Cualquiera, excepto un biógrafo. El cambio de Borges, si miramos un poco más de cerca, no ocurrió de la noche a la mañana - como pretende hacernos creer Volodia.  Hay una continuidad. Entre una y otra etapa hay huellas comunes evidentes que se mantienen y consolidad posteriormente: su preocupación por el tiempo, la individualidad, por ejemplo. Una de las variables enigmáticas es que a partir de entonces comienza un silencio poético y una actividad crítica considerable cuya exploración sería necesaria para discernir, al menos, aquello que ocurrió con el escritor12 en aquel momento de transición. Me pregunto si no sería mucho pedir para un biógrafo medianamente ágil que enfrentara este cambio de etapa de una manera un poco más detenida que cualquier lector; que mencionara al menos, que sugiriera, que algo importante y profundo debe haberle ocurrido a nuestro autor y que en la obra puede rastrearse. Como ya irá sospechando el lector, no son estos los requerimientos que satisface el biógrafo presente en Los dos Borges.13 A lo sumo, leeremos (s.e.p.) una rápida hipótesis sobre una causa, – la causa universal que, como Tomás de Aquino, Volodia Teitelboim encuentra en todo lo de Borges - y una larga e intermitente amonestación durante todo el libro por dicha razón. Así mismo, tampoco encontraremos una referencia siquiera a la labor crítica que a partir de entonces el argentino comenzó a desarrollar en revistas como La Prensa, La Nación, Crítica, Síntesis, y luego en El hogar14 y la mencionada revista Sur, entre otras.  
     La perspectiva de Borges, nítida a partir de entonces; el escepticismo y el sentido lúdico – que incluía como instrumento a la razón, aunque Volodia lo tache de irracional - que reveló y que constituyen los ejes de toda su obra posterior, y, en fin, la afirmación del Borges que conocemos hoy, aquí es expresada en términos tan vagos como cambios de izquierdas a derechas, frustración, alineación, encierro, y, por su puesto, contradicción. Semejante a la idea que algunos detractores, que han leído más sus entrevistas que su obra, han puesto en circulación para un público que también lo conoce de oídas.
 
     Con respecto a lo segundo - sus declaraciones excéntricas, su visita a Chile -, es interesante el hecho de que ni sus más connotados detractores han dudado de que a Chile lo llevó su ignorancia política fundamentalmente (sus más connotados partidarios opinan que fue el arrojo),15 el desconocimiento de lo que estaba sucediendo, y, sobre todo, los pronósticos de lo que podría suceder. Pero también pudo ser su vocación compulsiva de estar contra todas las banderas, de ir a contracorriente, su “juego suicida” – como se quejaría Monegal -, como si quisiera asegurarse su impopularidad como figura pública.
     Cualesquiera que hayan sido las causas, juzgarlo en un tribunal de la opinión pública por sus declaraciones es menos interesante que indagar en las razones que tuvo para actuar así un hombre, por lo demás, inteligente. Esta indagación pasa obligatoriamente por su poética, su perspectiva ética, las contingencias del contexto que lo impidieron o amplificaron. Es un camino que Teitelboim emprende de manera muy superficial. Sus opiniones personales le ocupan demasiado tiempo usurpando el espacio que podría ocupar, con interés, la interrogación. 

     No quiero decir con esto que Borges no se contradijo. Sí lo hizo. En algunas declaraciones políticas, e incluso en algunas observaciones literarias que se encuentran dispersas en su obra (y que no nota Teitelboim). Quiero decir que Teitelboim no puede alcanzar este hecho. Su reproche de que Borges prefiriera “el círculo o el laberinto a la línea recta”, así lo ilustra. La contradicción es un expediente regular de un pensamiento complejo (o la fuente del desarrollo, como quiera verlo el chileno). Recuerdo aquellos derechos que Baudelaire reclama a propósito de Poe: “En la enumeración numerosa de los derechos del hombre – decía el poeta – que la sensatez del siglo XIX ha recomenzado con tanta frecuencia y tanta complacencia, han sido olvidados dos bastante importantes: el derecho a contradecirse y el derecho a marcharse”.16 No son de fácil aceptación por un prejuicio atávico, pero son parte del juego. Incluso del juego riguroso. Otra cosa, la otra cara de la contradicción, es la ignorancia o el descuido. Pero aún así es más frecuente de lo que pudiera suponerse. Por ejemplo, Volodia Teitelboim, en la página ciento setenta y dos  afirma:

“Muchas de sus mejores páginas las escribió - digámoslo así – después de enceguecer”

Mientras que en la doscientos cincuenta y siete:

“Lo que escribió después registra textos deslumbrantes y repeticiones visibles (…) como si la falta de irrigación, de exigencias, y lecturas más frescas lo encerrara en archivos del pasado (…) aunque de repente se convierta en un brillante cliché de sí mismo, en un Borges que imita otro Borges ¿Corrió el riesgo de transformarse en su fotocopia?”

En la página doscientos seis:

“En Francia – hacia donde miraba de preferencia el escritor argentino…”

Y sólo cuatro páginas más tarde cita y avala a Pedro H. Ureña:

“[Ureña] Critica en el argentino sus aversiones y apasionamientos genéricos por literaturas muy específicas (…) «Borges tiene aberraciones terribles: detesta a Francia y España; todo lo inglés le parece bien»” p. 212

En la página ochenta y siete:

“Desde el punto de vista filosófico se declara idealista. En el principio fue el verbo. El pensamiento precede al mundo, que sería una complicada creación del espíritu cuya condición de Dios forjador, demiurgo, alma universal, principio activo del cosmos, autorizaría al pensador para negar la existencia de la realidad”

Mientras que en la trescientos quince:

“Borges no hizo misterio de su ateismo”

o  puede exceder sus propios límites:

“En su concepción literaria está presente el principio de la contradicción. El escritor no oculta su interés por los teólogos, pero a la par simpatiza con los heresiarcas”.17  P. 182.
 
………………

     Este libro que distraídamente han llamado Biografía, pero que se parece más a la propaganda, consigue la rara virtud de ser simple y confuso al mismo tiempo. De lo segundo ya he mencionado algunos expedientes regulares: no teme al escamoteo, la imprecisión, el anacronismo, el cambio súbito – menos a la perseverancia – y todo esto para conseguir un personaje de una base sicológica muy elemental.
     Sí, la indagación que lleva a cabo el autor para exponer a Borges es de inspiración sicoanalítica, y dentro de eso, freudiana, y dentro de eso, su variante de comercio común. El chileno procura un centro aglutinador que funcione como justificación de casi todo lo que a Borges se refiere (y de casi todo lo que no se comprende mucho) y lo encuentra en el esquema popular de la vida sexual y sus traumas. ¿Qué podría ser sino la libido para sellar cualquier discusión? Sexo y política, como le hubiera gustado a Myrna Minkoff.
     Se trata de otro lugar común que circula con relación a Borges y se ha popularizado, al igual que los otros, entre quienes lo conocen de oídas.
     Tres hechos en la vida de Borges han facilitado el éxito de este tipo de diagnósticos sicológicos. El primero fue su iniciación sexual, al parecer traumática. En Ginebra, siguiendo la ancestral costumbre de los caballeros, Don Jorge, Padre, llevó a su hijo adolescente a un burdel para que empezara a ser un hombre. Al parecer el muchacho no pudo consumar el acto porque lo turbó la idea de que quizás su padre hubiera estado con la misma mujer. A partir de entonces se especula sobre la posibilidad de un trauma sexual en el escritor ya adulto. Esta hipótesis conoció su popularidad después de muerto el autor, por las indiscreciones de un sicoanalista y sobre todo, en los años noventa, por la publicación de un libro intitulado Borges a contraluz
     La autora del libro revelador, Estela Canto, no es otra que la Beatriz Viterbo del Aleph; así solicita ella ser reconocida – “Beatriz Viterbo c’est moi”, -: y así lo creo yo. Algunos estudiosos dejándose llevar por la prudencia han puesto en duda este hecho. Dicen que no se debe asegurar el título a Estela Canto porque no consideran prueba suficiente que el cuento esté dedicado a ella. Yo creo, en cambio, que existe una evidencia mayor para afirmarlo: solamente Beatriz Viterbo reclamaría con orgullo el título de Beatriz Viterbo. Sin entristecerse. Un personaje vanidoso, insustancial, y hasta grosero, pero eso sí, amada por Borges y por tantos otros a los que esclaviza. Solamente ella pudo no reconocer la ironía que un Borges perdidamente enamorado, pero Borges, supo poner en una carta a su caprichosa amada:
 
“Lunes 5

I miss you unceasingly (te echo de menos incesantemente) … Esta semana concluiré el borrador de la historia que me gustaría dedicarte: la de un lugar (en la calle Brasil) donde están todos los lugares del mundo. Tengo otro objeto semimágico para ti, una especie de caleidoscopio” (…)

     Si antes de la publicación del libro Borges a contraluz se leía en el cuento El Aleph una caricatura: la de Borges, la del propio autor burlándose de sí mismo; ahora se leen dos: la de Estela Canto. Solamente ella misma pudo revelar la existencia de esa carta.
     En Borges a contra luz – libro del que Teitelboim extrae más de una idea -, Viterbo cuenta la historia de su noviazgo con el escritor allá por los años cuarenta, revela cartas, etc; pero sobre todo asegura que Borges nunca quiso tener relaciones prenupciales con ella. Estaban a punto de casarse (o eso creía él); ella puso como condición que debían conocerse “bíblicamente” antes del matrimonio y, al parecer, Borges se negó. Suficiente evidencia para que a partir de entonces se diera por cierta la sospecha de que Borges nunca tuvo contacto sexual con mujer alguna. Aquel día en que su padre lo llevó al burdel de Ginebra y no pudo, se dice, lo inhibió para siempre.
     Sumado a esto, se considera también para el diagnóstico la cercanía de la madre, Leonor Acevedo de Borges. Una mujer longeva y, al parecer, autoritaria, que acompañó al hijo durante toda su vida, protegiéndolo desde niño por causa de la enfermedad hereditaria que amenazaba con dejarlo ciego, y más tarde actuando como secretaria del escritor, enfermera y lazarillo en cada uno de sus viajes.

     A partir de estas evidencias, Volodia Teitelboim no sólo extrae una hipótesis posible para explicar el comportamiento de Borges, sino que convierte el problema sexual en el eje único de la estructura sicológica de su personaje. De esta manera reduce todas sus motivaciones, vida, sueños y enigmas, a una variable: la libido reprimida – esa variable que incluso su promotor, Sigmund Freud, entendió más tarde que estaba demasiado sola en la tierra y se compadeció de ella, como Yahvé se compadeció de Adán, y la hizo acompañar por la pulsión de la muerte.  
     Todo – es decir, todo lo que no olvida mencionar de Borges, tendrá aquí como motivación el trauma sexual. Enriquecido, además, por irregulares interpretaciones:
 
“Él no respondía al llamado de la selva” – nos advierte Volodia en su caracterización de Borges -  (…) En lugar de los encuentros de la carne acudió durante miles de días y noches a la cita amorosa con la página. Allí, más allá del sexo, era un hombre potente. (…) Cubrirá el vacío con sustitutos (…)  Sus libros estarán encargados de asegurarle la posteridad. Ya que las cosas se dieron así, hablarán por su progenitor con más elocuencia que los hijos que no pudo hacer nacer de un vientre de mujer. La carencia del amor pleno, sin embargo, se agazapa, siempre, acechándolo (…) Las máscaras se le interiorizan inconscientemente, dando a su personalidad un carácter elusivo (…) ” P.254.

     Cito extensamente porque creo que nunca antes se había comparado a Borges con Buck y eso es importante, puede llegar a ser revelador en cualquier momento y, además, porque las conclusiones estéticas que de ello derivan sólo es posible expresarlas con las palabras que encontró el autor:

 “De ahí que su literatura en más de un párrafo dé la impresión delicuescente de una vuelta en el aire (…) Contrastará la vaguedad titilante con un engañoso aparato de exactitud erudita, citando libros inexistentes, inventando biografías. Equivale a una inconsciente táctica de autodefensa, a una cortina de humo y a una coartada de valor estético. Una maravillante (sic) fantasía remplaza la realidad y aquella se convierte en realidad” p. 255.

No ha sido fácil, confieso, interpretar las impresiones delicuescentes y las vaguedades titilantes que en más de una ocasión ha producido la obra de Borges en el autor. He de admitir que he mentido acerca de algo, he trabajado antes a favor de la organización de un discurso que no es precisamente el orden natural que de suyo, cualquiera, encontraría en el libro. A partir de ahora, me disculpo de antemano, se leerá una mayor consecuencia con la letra y el espíritu de la obra:

  “Su relato a veces da la impresión de estar desprovisto de carnalidad (…) Responde a una lógica muy subjetiva que generalmente destierra la “historia histórica”. Prefiere el hecho o el personaje transformados en mito. Se deleita en la composición de fugas literarias. Tal vez en el fondo de su escritura, por el entrelíneas (sic) se arrastra silenciosa una desesperación recubierta con manto suntuoso. Escribir para él fue en buena parte un recurso compensatorio. Quizás sentía mucho déficit vital. Desterrado de la realización amorosa” p.  89

     Efectivamente, cualquiera que escribiera con una lógica subjetiva, y, además, desterrando la historia “histórica”, estaría desesperado. Yo lo estaría. Es esta la clase de interpretación que encontraremos, de manera general y, a veces, particular, para la vida y obra de Borges. Teitelboim insistirá en señalar la vida sexual del autor como única causa de su comportamiento literario, estético y civil (o político). En los primeros casos, ensayará elucidaciones tan deficientes como la anterior – un poco más, un poco menos – pero con varias constantes: debido a su trauma sexual, el Borges que propone se refugia en la creación literaria como terapia sicológica (así consta en un capítulo “La escritura como terapia sexual”). Será un personaje recoleto, incapaz de comunicación mundana, que en pleno delirio construye un universo fantástico (“El hombre alienado inventa así una vida paralela expresada en una literatura que no es exactamente la vida de todos los días ni de todos los hombres sino la expresión de un hombre - libro” p. 253). Y esto dará paso a una de las rarezas estéticas que Volodia Teitelboim, repetirá, se encuentran en la obra del argentino: la negación de la realidad. (“Borges no necesitaba matar la realidad. Simplemente la negaba”, p. 257). Declarará este rasgo de Borges para derivar rápidamente su falta de interés en la política, no con intenciones de  hacer una evaluación estética. Pero como una cosa no puede desligarse de la otra, se verá inmerso en un conflicto.
     Me he preguntado a qué se estaría refiriendo, ya que el epíteto de negador de la realidad se resiste a cualquier escritor, en sus cabales o no. Si se trata de la elección genérica predominante en Borges - i.e.: el fantástico - en ese caso, habrá que concluir que el chileno no concibe que el fantástico sea tan convencional como el realismo y esté tan cerca de la realidad – empleemos el término en su sentido más elemental, como lo empíricamente observable, descifrando al biógrafo - como el realismo. Si se está refiriendo a sus ensayos, donde juega con algunas ideas de algunos filósofos, en ese caso, hay que recordar que Borges era, fundamentalmente, un escéptico.
     Y aquí reside el problema principal de sus detractores: lo toman en serio. Miden con gravedad  todo lo que Borges dijo sea sobre política o sobre alguna categoría filosófica; protestan y con severidad reclaman compensaciones o emiten graves dictámenes y se les escapa que el sentido lúdico del argentino contamina casi todo lo que escribió o dijo. Borges, la mayor de las veces, jugaba. Sus detractores lo elevan a la categoría de filósofo, o lo rebajan por mal filósofo. Sin percatarse de que éste es un elogio descomunal para Borges y un tributo sincero al rigor intelectual de sus juegos literarios. El argentino no hizo filosofía. No hubiera podido porque ni aspiraba a la verdad, ni concedía a leer un libro que no lo entretuviera. Precisamente el encanto de Borges está en la perspectiva lúdica y hedonista que propone. Y ese juego tiene de base su escepticismo.
     Borges no afirma ni niega la realidad ni cualquier otra cosa que se le parezca, porque como escéptico, duda. Supongo que la impresión delicuescente que nota Volodia en la escritura borgesiana se debe a las características de su prosa dubitativa. Una prosa clara, precisa, pero donde las ideas en lugar de ser exclamadas se ponderan, y en lugar de haber conclusiones hay sugerencias  y preguntas. A esto no alcanza el asertivo y rápido Volodia, cuya prosa es perfectamente opuesta al estilo de Borges: irreflexiva, confusa y entusiasta. Y cuyo esquema está elaborado en términos de afirmación o negación, nada más. 
     El atributo de ficción que Borges adjudicaba a cualquier cosa, era más el juego de un escéptico, que la confirmación de un “idealista” convencido.
     Por otra parte, a riesgo de cansar al indulgente lector, podríamos recordar que el argentino se declaró en más de una ocasión “aristotélico” en lo tocante al problema de los universales. Esto es: descreía (que no es lo mismo que negar) no sólo de la realidad, sino de cualquier noción abstracta, en cuanto son generalizaciones creadas para la comodidad del pensamiento y no para la verdad. En todo caso, Borges tendía a creer en la existencia de los individuos. No de la realidad, sí del libro rojo del estante. 
     Pero sería en vano detenernos en esta clase de consideraciones porque en el reeditado libro Los dos Borges, enigmas de una vida en sueño o sueños del enigma de una vida, nunca las encontraremos ni siquiera esbozadas. Si alguna vez el autor se refiriere de pasada la simpatía de Borges por el individuo, por ejemplo, es para tacharlo de “individualista”.
     Volodia Teitelboim está más interesado en expresar sus propias opiniones que en interrogar las de Borges. A cada paso encontraremos el esquema: imagen de Borges, justificación sexual, y consecuente amonestación:
     Para el Borges negador de la realidad:
 
 “Porque la realidad real sí existe, no importa que se disfrace de reino mítico. También se encuentra allí imponiendo su jurisdicción y sus normas” p. 183

Para el Borges encerrado entre libros y alienado:

“O tal vez se encontraba distraído leyendo sentado en un banco del dédalo de la Biblioteca de Babel. O estaba ocupado mirándose en el espejo de la eternidad. O tratando de escribir ese verso o esa línea única que lo haría sobrevivir. No tenía pupila para los desamparados” p.251

Para el público lector, con lirismo:

“Este abigarrado planeta donde existe de todo, ricos y hambrientos, diluvios y sequías, catástrofes diarias, luchas incesantes, crímenes menores y mayores, le resulta ajeno e inexplicable” p. 89

     Es curioso que Teitelboim haya leído – porque así consta en el capítulo XX – de una manera tan estéril el ensayo de Borges La muralla y los libros. Ahí podemos aprender sobre la pluralidad de motivaciones que coexisten en una persona para cometer un solo acto, ni siquiera para llevar a cabo una vida de ochenta años. En este ejercicio ejemplar Borges intenta justificar un acto o una emoción de un hombre remoto: la orden del emperador Shi Huang Ti de construir la muralla china y quemar todos los libros del imperio. Borges encuentra al menos diez motivaciones posibles para ese hecho.
Las reducciones, las negligencias de Teitelboim, son, en fin, cuantiosas: se podría citar cómo declara la muerte del narrador, identificando a Borges con el narrador de sus cuentos y la voz de sus poemas; se sorprendería el lector con el descubrimiento de un Borges nietzschano. Pero no creo que valga la pena abundar en estas distinciones olvidables.   

     De su redacción, sirva para ilustrarla los párrafos citados y el índice. Algunos títulos de sus capítulos son: El presente es siempre tembloroso. Nada puede el hombre cuando llega el loco amor. No un marciano, sí un borgiano. Maradona de los versos. Preguntas escabrosas. Dictador y dictado. Rueda como una esfera. La existencia también como acto de utilidad pública. El otro yo del Doctor merengue. Titulero engañoso.

     De su propósito, sabemos al final: en vista de la  notoriedad que ha alcanzado la obra de Borges, no permitir que la fama, el tiempo y la distancia, borren la imagen que de él tuvieron Volodia Teitelboim y sus contemporáneos.

“El mismo Borges advirtió sobre sus dos rostros. Uno es el que proyecta con su obra. Otro, el extraliterario” p.313

     Admite – o se resigna a – la grandeza del primero: el Borges que él llama”literario”, es decir, su obra, es memorable. Sin embargo: 

“Hay muchos que recomiendan una operación de dicotomía ¡Prestemos atención sólo al escritor! ¡Prescindamos del otro Borges! La última propuesta choca con la realidad. Porque Borges no fue un silencioso ni un entrevistado para cada muerte de obispo. Se volvió con el tiempo en un declarante continuo y universal” p. 314

     Lo lamentable es que este argumento invertido inauguró la divulgación de la obra de Borges en Cuba después de un largo silencio que se cuenta en décadas. En febrero de mil novecientos ochenta y siete, unos meses después de la muerte del autor, la revista Caimán Barbudo publicó por primera vez un cuento de Borges (Ulrica), precedido de un artículo que protestaba por las excentricidades políticas de su autor, pero que concedía, finalmente y para beneficio del lector cubano, méritos literarios a la obra. El título de ese artículo preliminar, firmado por Volodia Teitelboim, advertía de su contenido: Borges o la contradicción.

abril, 2005.


Notas

1 Los dos Borges: Vida, sueños, enigmas. Volodia Teitelboim, Ed. Arte y Literatura, La Habana, 2004.

2  En la página 165 se menciona el cuento antiperonista La fiesta del monstruo escrito a cuatro manos entre Bioy y Borges. Teitelboim desconoce esa participación de Bioy Casares y atribuye la autoría exclusivamente al segundo.

3 Hay que decir que la posición de Volodia no es la más radical, si la comparamos con algunas efusiones del momento. Quizás por la cercanía de Neruda – que siempre tuvo la debilidad ideológica de considerar a Borges un gran escritor -, el tono que alcanza Teitelboim se puede llamar “moderado”.  Un buen resumen de las críticas a Borges, puede leerse en el libro AntiBorges (Ediciones B, Buenos Aires, 1999). Véase también, Calibán (Calibán y otros ensayos, Ed. Arte y Literatura, 1979)

4 Se extendió y cobró fuerzas más tarde, en la etapa de las dictaduras sudamericanas, principalmente a mediados de los setenta. Aún hoy escuchamos sus ecos.

5 Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926), El idioma de los argentinos (1928).

6 Emir Rodríguez Monegal apunta para este momento su decepción por el comienzo del gobierno de Uriburu, expresada en el texto Nuestras imposibilidades – que Borges incluyera en Discusión y veinte años después retirara para la reedición del libro. En ese momento, para Monegal, Borges se revela como un “moralista político”. Borges y la política, E.R. Monegal, en Revista Iberoamericana, N. 100-101, 1977.

7 Son ilustrativas las declaraciones y aclaraciones al respecto que preceden a El Informe de Brodie.

8 Con respecto a su dimensión extraliteraria, recomiendo el artículo de Juan Gelman, Borges o el valor, donde, a propósito, recuerda que Borges fue uno de los pocos intelectuales argentinos que defendieron a Cortázar cuando murió y toda la izquierda local lo repudió porque había decidido vivir en Francia.

9 "No escojo mis sujetos, ellos me escogen a mí. Y cuando escribo, vivo en una especie de sueño. Antagonista de la literatura comprometida, no quiero que mis opiniones interfieran en ella. Por lo demás, todos mis lectores saben que soy contrario al comunismo, al fascismo, al nacionalismo... Deseo ser conciente con mi propio sueño, no con una realidad cambiante". dijo en una conferencia en la Universidad de Columbia, en 1971. Jorge Luis Borges: Desde la Penumbra, entrevista realizada por Enrique Loubet Jr., enviado especial de Excélsior, NY. 20 de Abril, 1971.

10 El citado hecho de su militancia en el Partido conservador, fue asumido como una broma. Monegal atribuye esta simpatía a la influencia de su madre, hermana y personas que lo rodeaban.

11 Por no olvidar: su relación con la democracia fue difícil. No aceptaba el imperio de la mediocridad que de ella derivaba y al mismo tiempo descartaba también la otra opción de la realidad (la dictadura). Durante un tiempo jugó con la idea de “una dictadura de caballeros”, broma esta que ha sido tomada en serio por aquellos que quieren relacionarlo con la ultraderecha. Después que supo de la experiencia del gobierno militar argentino, reconoció públicamente la democracia como un mal menor.

12 Después de Cuaderno de San Martín, 1929, Borges, conocido como poeta, no publicará otro libro de poesía hasta catorce años más tarde; la compilación titulada Poemas (1923 – 1943).

13Con lo cual nos sentimos libre de sospechar que no es éste cambio el que inspira el título. Solo al final del libro encontraremos la respuesta del misterio.

14 La única referencia a ella es errónea: “En la revista Hogar no perdía ocasión para satirizar a Marinetti”. p. 159. Borges satirizó a Marinetti en El Hogar una vez porque fue a Argentina como enviado de Mussolini. Mientras tanto, no perdió ocasión para hablar de literatura, reseñar muchas novelas, etc. Teitelboim hubiera revisado su calificativo de “Antinovela”  hacia Borges, de haber leído estas colaboraciones.

15 No porque fueran partidarios también de la dictadura, sino poquer Borges con esa visita a Chile perdió el premio Nóbel de literatura, y al parecer lo sabía. “Yo sabía que me estaba jugando el Nóbel”, dijo después a un periodista. E.R. Monegal abunda en este tema en su libro Borges, una biografía literaria: según él el autor visitó Chile con la noticia de que se había acabado el comunismo, con la amenaza de perder el popular y bien remunerado premio, y con la ilusión ingenua de que el pueblo de Chile lo quería. El hecho de que por ello perdiera el remunerado y popular premio, fue confirmado años después por el impertérrito Arthur Lundkvist, académico sueco ferviente detractor de Borges, en una entrevista concedida a Volodia Teitelboim: “Soy y seré un tenaz opositor del Premio Nóbel de Literatura a Borges por su apoyo a la dictadura de Pinochet” (Cap. XXVIII ¿Por qué no el Nóbel? es el capítulo de este libro que recomiendo). En el discurso de Borges de aceptación del doctorado, se pueden leer referencias a la pólvora (de Alfred Nóbel)  vs. la espada.  María Kodama, la viuda, después ha contado una anécdota que ni siquiera es necesaria: un periodista de Suecia llamó a Borges para advertirle que si visitaba Chile, perdería para siempre la posibilidad del premio “Entonces él le contestó que había dos cosas que un hombre no puede permitir y, dijo, esas dos cosas son: Ni amenazar ni ser amenazado, ni chantajear ni ser chantajeado, entonces por lo tanto él no hubiera pensado en ir a Chile, pero después de lo que el periodista le decía su deber era ir a Chile”, Conversando con María Kodama en España, en revista Baquiana, junio, 2004.

16 Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Ed. Fontamara. México D.F., 1998. Las itálicas son suyas.

17 Algunos heresiarcas, hay que admitirlo, los más famosos, solían ir por el mundo figurando de herejes, es verdad, sancionados por la ortodoxia, pero también eran teólogos.

18 En puridad, el prime texto exonerador apareció en la revista Casa (#158 septiempre-octubre 1986). Fue una esquela mortuoria anónima donde se le perdonaban a Borges, difunto, sus pecados políticos así como también se admitía su entrada en el panteón de grandes autores que debían ser publicados cuanto antes.



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