Los dos Borges: enigmas de una vida en sueños, en
desagravio
Yania Suárez,
La Habana
Una distracción. Hace apenas un mes
hemos presenciado una distracción en el celo editorial que,
hasta la fecha, se ha sabido poner en lo referente a la obra del
argentino Jorges Luis Borges. Este descuido, si bien eleva a la cifra
de Dos los libros publicados en total sobre el tema en el país, debilita
el argumento de excelencia que solo podía defender la
cifra metafísica del Uno.
Hasta ahora, el puesto de “libros sobre/de
Jorge Luis Borges” ha sido ocupado en soledad por la conocida
antología Páginas
escogidas, que, aunque tarde, difundió con provecho entre
los jóvenes la obra del autor argentino. Hoy conocemos que hay
otro inquilino, desde hace muy poco tiempo. Las Páginas
escogidas tendrán que marchar a partir de ahora mal
acompañadas por la supuesta biografía Los dos Borges, vida, sueños, enigmas,1 a cargo del chileno Volodia
Teitelboim, reeditada para el público cubano por la editorial
Arte y Literatura. Un equívoco.
Se trata de un libro que recomiendo
sólo a los lectores entendidos en la materia que presenta. De lo
contrario, el lector que a través de él intente acercarse
al tema, si logra pasar más allá de la página
cuarenta y nueve, quedará persuadido de no lidiar jamás
con la obra de ese tal Borges que ahí se presenta,
víctima de una gran confusión.
El equívoco al que me refiero es
generoso y fecundo. Su primera expresión corresponde al
rótulo oral que el autor ha difundido para el libro y que por
comodidad ha pasado al comercio común: una biografía. Los dos Borges es, según nos
dicen, una biografía de Jorge Luis Borges.
Entiendo que este género, no ajeno a la
ficción, ha conocido innumerables variaciones desde Tomas
Moro, o desde que el Dr. Samuel Johnson se dispuso un día
a relatar sencillamente los hechos de la existencia de los poetas
ingleses y terminó escribiendo esa rara obra de
inspiración ensayística sobre poesía anglosajona
que conocemos hoy como Lives of the
Poets, o desde que Boswell decidió no perder durante diez
años una palabra pronunciada por Samuel Johnson. A partir de
entonces se han hecho biografías de todo tipo: moralistas,
herederas de las vidas de santos, descriptivas (alejando al
género de la ficción), de inspiración
sicoanalítica (acercándolo a ella). Y probablemente se
han roto todas las reglas en el devenir histórico. Sobre todo
después de la vanguardia, es probable que todas las convenciones
se hayan trasgredido. Todas, menos una. Hay algo que, por muchos
cambios que el género conociera, los biógrafos no han
dejado nunca de hacer: hablar de la vida del sujeto. Regularmente, con
el alma limpia de dogmatismos, me atrevo a afirmar ante cualquier
autoridad que de eso se trata una biografía. Y en ese sentido,
para conseguir su propósito, los biógrafos regulares se
han apoyado en un par de recursos elementales, manidos quizás,
demasiado usados, quizás, pero que siguen dando muy buenos
resultados: hablar de los hechos y referir la cronología de esos
hechos - o, para conferirle mayor libertad: la precisión
temporal. No hay biógrafo que haya prescindido de decirnos
qué ocurrió y cuándo. El libro de Volodia
Teitelboim está ahí para desmentir este supuesto.
No podemos negar que comienza con el
nacimiento, o la niñez de su objeto y termina con la muerte.
Pero en el intermedio, a la altura de la página ochenta y ocho,
olvida esa fea costumbre de poner fechas y se deja llevar por otro
tema, por el tema que le incumbe a su obra, de manera que el conocedor
de Borges notará el comienzo de descuidos que redundan en
anacronismos y el lector laico, conocerá una molesta
sensación de atemporalidad de la que no podrá zafarse, al
menos mientras mantenga abierto dicho libro.
Puede pensarse que esto es inevitable. La vida
de Borges carece de interés. Fue más bien
monótona, marcada por hábitos triviales y - con un par de
excepciones -, sin movimientos significativos que no estuvieran
relacionados con su actividad intelectual. Borges, hay que decirlo
todo, invirtió la mayor parte de su tiempo en leer (sobre todo)
y en escribir. Fue un hombre sedentario, lo cual, visto de lejos es
aburrido. Eso no facilita las cosas, desde luego, para un
biógrafo. La inexistencia de hechos de sangre, o delictivos, o
el atractivo de la cárcel, como Wilde, o el tormento de Proust,
o el atletismo, o el espionaje, como Heminway, puede poner en una
posición embarazosa al que tenga que contar algo sobre esa vida
opaca. Un hombre sentado en una silla, el crujir de las páginas
cuando lee, no es demasiado dramático. Podemos pensar entonces
que por fuerza el narrador de esa clase de vida sedentaria
tendrá que sumergirse en aquello que sí fue divertido,
dinámico: su actividad intelectual (escritos, conferencias), las
circunstancias de esa actividad intelectual (amigos, grupos, revistas,
colaboradores, la literatura del momento). Podemos pensar: es
éste el único hecho que justifica una biografía
sobre Borges. Y desde este punto de vista, es lógico que la
exposición de esa actividad intelectual burle a ratos la
sucesión temporal, porque así pasa cuando se habla a
veces de las ideas, porque una idea puede repetirse con igual
intensidad durante veinte años y etcétera.
Paulatinamente, Los dos Borges: vida,
sueños, enigmas, irá ocupándose de borrar
esta peregrina imaginación nuestra. La literatura de Borges y
sus circunstancias tampoco es cosa que detenga mucho a Teitelboim.
Y no me refiero a pequeños,
comprensibles descuidos. No busco impactar con una frase rápida
- y de ser así, exagerar no sería necesario.
Encontraremos un exposición de las circunstancias y de la obra
de Borges o bien deficiente, cuando aparece, o simplemente
insuficiente, cuando no aparece. Muy lejano a las pesquisas
biográficas o cualquier otra cosa que se le parezca.
Aquí el autor considera nimio detalle,
por ejemplo, la existencia de Bioy Casares. El amigo y colaborador de
Borges desde la década del 30 hasta su muerte, coautor del libro
Seis problemas para Don Isidro Parodi, y otros
cuentos, y antologías, y guiones cinematográficos, y
responsabilidad en revistas de corta duración que emprendieron
junto, y etcétera. Este escritor, quiero decir, estuvo al lado
de Borges trabajando durante su mejor etapa, compartiendo en mucho su
visión estética, y sus avatares literarios y tuvo el buen
gusto, además, de existir. Cuenta con testigos fáciles de
localizar, de manera que hasta la fecha, excluirlo en un
análisis de la vida y obra del sujeto es una operación
muy costosa que casi nadie se ha atrevido a practicar. Teitelboim, una
vez más nos demuestra que en verdad no es para tanto: a Bioy le
corresponderán de su libro una página (81) y un par de
imprecisiones.2
Con igual distracción o con igual
suspicacia, se detiene apenas en dos acontecimientos – hasta ahora
insoslayables – del
panorama literario argentino de la época, y en los que Borges
supo poner mayor interés que su biógrafo chileno:
Victoria Ocampo y la revista Sur;
la labor de mecenazgo de esa mujer y de los intelectuales que se
reunieron en torno a la revista – según tengo entendido, la
revista literaria más cara y más vendida en
Latinoamérica y una de las más serias de su momento; de
proyección internacional, pero que en Argentina nucleó a
un grupo de intelectuales con ideas estéticas más o menos
comunes y del que Borges fuera figura prominente. Olvidar estos hechos
es equivalente a tratar la literatura cubana de la misma época –
o de Virgilio – sin
mencionar a Rodríguez Feo, por ejemplo. Pero tampoco Teitelboim
lo ve de esta manera: a Victoria corresponderá si acaso una
mención distraída y a su revista, siquiera un
acápite. Hay otros asuntos más perentorios que, en su
momento, Teitelboim correrá a informarnos.
No voy a copiar la lista completa de
insuficiencias, porque ciertamente éstas son considerables. Al
punto de que se podría pensar en publicar un suplemento
compensatorio de este libro llamado Lo que no se dijo,
como un making off que en
realidad fuera la película. Mencionaré que,
además, no se habla de que Borges colaboró con un
número considerable de revistas, de su silencio poético
durante más de diez años; por otra parte, apenas se
mencionan lo policial en su obra, ni sus traducciones, ni siquiera se
ofrece una lista clara de sus libros publicados. Ese campo, que algunos
manuales ortodoxos titularían Vida
y Obra, no preocupa al autor.
Llegados a este punto, con tanta
ausencia, se impone entonces preguntar ¿qué le preocupa?
¿de qué habla entonces este libro que pretende pasar por
una biografía? ¿qué precioso tesoro está
dispuesto a ofrecernos a cambio de la vida de Bioy, Ocampo y aún
hasta de la de Borges mismo? ¿qué revelación
inaudita nos espera? Y finalmente: si no es una biografía
entonces ¿qué es?
Un tribunal. Los
dos Borges, vida, sueños y enigmas, ha sido escrito menos
para informarnos o entretenernos, que para opinar. Este libro,
según discierno, se dedica a construir, proponer, y luego
amonestar una imagen de Borges. La confusión parte del hecho de
que utiliza el prestigio del género biográfico como
estrategia para construir esa imagen, para elaborar ese personaje que
se llamará Borges y que compartirá con el personaje real
algunos hechos específicos su vida, mal interpretados, con un
objetivo que no aventuraré pero cuyo efecto es a ratos
denigratorio. En realidad, se trata de una figuración que
está basada menos en los acontecimientos reales y en su
interpretación rigurosa (su enunciación, al menos) que en
la opinión que a Volodia Teitelboim le mereciera el sujeto.
En la Habana, en la presentación del
libro, Teitelboim dijo haberlo escrito para explicar y explicarse de
qué manera un “monstruo sagrado” como el sujeto en
cuestión, un escritor de la altura de Borges, pudo ser tan
asquerosamente conservador en relación a la sociedad y tan
malvado con relación al presente. Los dos Borges pretende entonces
comprender desde un punto de vista sicológico ese
fenómeno inaudito anteriormente referido.
Me permito una observación previa al
análisis del libro: comprender, en literatura (y en casi todo lo
demás), es crear. Si un autor muestra la suficiente
inconsciencia con respecto a esta premisa y además, tiene una
idea previa de su objeto de análisis, entonces corre el riesgo
de elaborar mera propaganda, es decir, construirá una imagen
más o menos arbitraria basada en sus propios prejuicios cuyo
único objeto será la perdurabilidad, no el rigor.
Comprender una vida, sus ocultos mecanismos,
es inscribirse instantáneamente en el par aristotélico de
veracidad y verosimilitud. Tengo para mí que el entendimiento
cabal de una vida no está dado, no a un biógrafo, ni
siquiera al sujeto al que esa vida pertenece. El exégeta que
pese a ello se proponga llevar a cabo esta tarea,
tendrá que
empezar por darle coherencia ficticia – verosimilitud – a una historia
que de suyo no la tuvo y además es irrecuperable. El atractivo
de este ejercicio de creación está dado entonces por el
balance entre la verosimilitud y la veracidad, es decir: con los
acontecimientos conocidos y reales, encontrar un relato coherente,
lógico y bello en la medida de lo posible. De esta manera no se
llegará a la verdad, probablemente, pero sí al rigor y al
ingenio, que ya es bastante.
Volodia Teitelboim, esclavo inconsciente de
este principio, lo salva de una alegre manera: para ganar en
verosimilitud sacrifica la veracidad todo cuanto sea necesario. Para
que su personaje encaje en el diagnóstico sicológico que
él creó, omite los hechos incómodos, lee de una
manera muy particular los textos que menciona, y, como dije, no teme al
anacronismo ni a la imprecisión.
Sin embargo, decir que sólo la
construcción de una imagen pudo ser la causa de sus omisiones,
sería reducirlo y desatender otras señales que emite la
obra misma. Las negligencias en las que incurre Teitelboim tienen otra
curiosa dimensión, puesto que alcanzan una forma muy particular
que descubre al autor. A medida que avance la lectura (si esto es
posible) empezaremos a notar que hay omisiones que que no
esperaríamos de un lector familiarizado con la obra de Borges.
De las setenta y tres notas que ofrece todo el
libro (de casi trescientas veinte páginas), no más de
quince, veinte cuando más, constituyen referencias a textos del
argentino – incluidas las entrevistas. Nada más.
Mientras tanto, el resto de las piezas de
Borges que se citan, o bien silencian su origen cabal, o bien aparecen
parafraseadas sin mayor advertencia. Como si diera por sentado que los
textos de Borges (Poema conjetural, La biblioteca de Babel, por
ejemplo) son tan conocidos por todos que no es necesario aclarar la
referencia, ni remitir a hechos tan evidentes como la revista Sur para entendernos; como si no se
concibiera que alguien pudiera no conocer a Borges (y con esto,
involuntariamente, le rinde tributo; de una manera discreta, contenida,
como prefería el propio Borges que fueran los elogios).
La explicación de este fenómeno
aparece rápido. Ni siquiera hace falta salir de los
límites del libro para dar con ella. Porque el autor, hay que
decirlo, no es avaro en referencias sobre sí mismo.
De sus páginas podemos extraer que el
biógrafo vivió en la cercanía de su personaje, y
hasta es probable que alguna vez haya compartido con otros escritores
de su generación algún reproche hacia él. Hay
innumerables señales que apuntan al hecho de que, en el momento
de redactar su pretendida biografía, aún no había
tomado distancia de su objeto: Borges, para él, era aún
una figura cercana. Por eso no se detiene en eventos más que
conocidos, por eso no considera necesario aclarar sus citas (no
justifico el descuido, le añado una variable): porque
está dialogando con un contexto específico para el que
Borges es una figura demasiado visible.
El hecho de que Los dos Borges haya aparecido en
1996, es contingente. Este libro se debe al espíritu de los
ambientes literarios latinoamericanos (sudamericanos, principalmente)
de los años sesenta. Época de los inicios de la guerra
fría, las discusiones sobre literatura y compromiso, las
profusiones de fe y la nutrida izquierda. Época en que, entre
otras, se solía repudiar a Borges en coro por su posición
excéntrica y distante de las agonías de su tiempo.3
El libro funciona como una réplica
más - o como un resumen - de aquel debate que se iniciara
allá por los años sesenta4
y que incluyó a Jorge Luis Borges, muy a su pesar. Una
discusión cardinal (de izquierdas y derechas) que le granjeara
al argentino innumerables enemistades – desde el Cono sur hasta Suecia.
Su autor, Volodia Teitelboim, un marxista leninista de la tercera
internacional, no oculta sus simpatías: critica a Borges por no
ser semejante a Volodia Teitelboim.
En la repudiada posición política de Borges de aquellos
tiempos basa sus amonestaciones y la construcción de su
personaje, el cual será sometido a interpretaciones y juicios
como los siguientes:
“Es un introvertido esencial. – nos explica una y otra vez - En ese
reino [literario] el monarca ciego ejerce todos los poderes. Pero
cuando se comunica con el exterior, el profano encontrará una
persona rarísima, que un día políticamente dice
una cosa y a la mañana siguiente lo contrario. Le parece muy
normal ser contradictorio y tal vez goza desconcertando al
prójimo” p. 261.
“… un artista fragmentado que al salir a la calle era penosamente
inhábil. Se le escapaba una sociedad que nunca logró
penetrar. Ello explicaría su nomadismo ideológico, los
cambios bruscos, los excesos verbales y los arrepentimientos de un ser
errátil” p. 89.
Expliquemos, o, para rebajarnos hermenéuticamente, describamos,
en qué consistieron los nomadismos políticos de ese ser
errátil:
La adolescencia de Borges trascurrió en
Ginebra, paralela a la primera guerra mundial y al inicio de la
revolución bolchevique. A los veinte años, fue un
entusiasta del comunismo, de los ideales de igualdad social, de las
afirmaciones nacionalistas – argentinas en su caso – y de la vanguardia
poética. Se sabe que hizo un par de poemas inéditos
dedicados a la revolución de Lenin. Se sabe que de regreso a la
Argentina, inauguró un movimiento de renovación en la
poesía argentina llamado Ultraísmo; que negó a
Lugones y a Darío y redactó tres libros de ensayos5 de inspiración criollista,
renovadora y belicosa. Se sabe, además, que apoyó la
reelección de Hipólito Irigoyen, el caudillo, en mil
novecientos veinte y siete. Se sabe que a finales de los años
veinte algo ocurrió y Borges cambió de opinión.6 Si miramos el primer Borges y,
digamos, el que empieza a publicar a partir de 1932 (con Discusión) la diferencia es
notable. A primera vista parecen dos escritores distintos.
El Borges que aparece a partir de entonces se
muestra básicamente como un escéptico y un hedonista en
materia literaria. Proscribe los tres libros de ensayos de su juventud;
reconoce la influencia de Lugones en su poesía anterior, y
revela esa manera de hacer y pensar la literatura gracias a la cual hoy
hablamos de Borges (Teitelboim y yo). Políticamente,
también se separa de cualquier entusiasmo. Entiende la
política como una representación poco rigurosa, un juego
carente de interés que no vale la pena seguir en sus avatares.
Esto no significa que se convierte en un alienado, ajeno a todo lo que
ocurre a su alrededor (como, a ratos sí y a ratos no, quiere
hacernos ver Volodia): aunque nunca siguió atentamente las
variaciones de la escena política y nunca leyó un diario,
en aquella época ocurrieron acontecimientos relevantes a los que
Borges no fue ajeno: el auge del Tercer reich, el Nacional socialismo,
la ocupación de París. Éstos fueron criticados por
él en varios artículos desde revistas argentinas. Y
consecuentemente, a partir de 1945, y hasta 1955, con el gobierno de
Juan Domingo Perón, figuró en las listas de intelectuales
antiperonistas destacados. Fue esta quizás la etapa de mayor
actividad política del autor: llegó a presidir incluso la
Sociedad Argentina de Escritores (SADE), baluarte del antiperonismo en
su momento. No obstante, como él mismo repitiera en muchas
ocasiones, esa labor fue concebida por él como una actividad
civil – y hasta personal -, no política. Ni siquiera entonces
permitió que sus opiniones al respecto penetraran demasiado en
su literatura (aunque se encuentran signos de ella en Deustches Requiem, Tlön Uqbar Orbis Tertius, por ejemplo).
Borges siguió siendo el escéptico que estaba más
interesado en la lectura de Stevenson o de las sagas escandinavas, que
en una página de periódico. Escribió durante esa
etapa, décadas del 30’, 40’, en mi opinión, sus mejores
textos como narrador y ensayista.
En 1955, el fin de la dictadura de
Perón coincide con su pérdida de la vista. Se
trató de dos hechos simultáneos que, supongo,
contribuyeron a alejarlo aún más del presente socio
político: terminaron entonces sus agonías sociales
inmediatas y empezó una personal, relevante – aunque el autor
nunca hizo concesiones al patetismo, ni se lamentó de su
enfermedad: estaba ciego. Trazó líneas generales para su
conducta política: nunca sería antisemita, comunista,
escritor de literatura comprometida ni admirador de dictadores, y
después, se distanció.
Pocos años más tarde
empezaría a ser aclamado internacionalmente gracias al premio
Formentor, 1961 - cuyo subtítulo podría ser “nadie es
profeta en su tierra”- ; comenzaría a dictar conferencias en el
extranjero, a recibir honores de instituciones en los cuatro puntos
cardinales del planeta, etc. En ese entonces, regresa a la
poesía con mayor asiduidad, si bien comienza, según lo
veo, a atenuar de manera general la intensidad de su obra. En estos
momentos disminuyó notablemente su participación en la
vida política (si antes lo fue poca). Supongo que el auge de la
literatura comprometida contribuyó en algo a que Borges
enfatizara su distanciamiento de la realidad política.7 Y digo esto porque la ética
de Borges fue equivalente a la ética de un esteticista. Volodia
Teitelboim insiste en considerarla nula, entre otras cosas porque
emplea la acepción vulgar del término: ética,
igual a “moral”. Pero lo cierto es que Borges sí tuvo intereses
éticos muy marcados tanto en su creación como en la
manera de asumir el hecho estético. Los valores que
defendió Borges no son difíciles de detectar.8
Por una idea de justicia estética,
censuraba que las opiniones de un autor – políticas y de
cualquier índole – afectaran la aceptación pública
de su obra, por una parte, y por la otra que interfirieran en algo en
la creación. Él entendía, o al menos así
dijo que lo experimentaba él, que la creación
debería ocurrir “como un sueño”,9 en el que la participación
del autor no fuera notable (famosamente advertía, por
ejemplo, sobre la popularidad que alcanzó la poesía de
Lorca después del asesinato de su autor, y de la inestabilidad y
fracaso parcial de la novela Kim
porque su autor, Kipling, se vio obligado a afectarla con una
profusión de fe patriótica). Una obra sometida a las
opiniones de su autor era una fábula, decía Borges. La
función de la literatura, creía, era entretener y no
disciplinar al lector – lo opuesto a la literatura comprometida
defendida por Teitelboim. Borges no cuidó, por ello, su imagen
política, ni se sometió a los dictados de ningún
partido,10 y hasta puedo
especular que fue éste uno de los móviles que lo
llevó a morir a Ginebra: su deseo de no convertirse en el nombre
de una calle ni en pretexto de brindis patrióticos. En eso
consistió su ética “estética” – como le
gustaría decir a Teitelboim - y con ella fue consecuente hasta
un punto bastante admirable.
En 1976 visita Chile, ocupado por Pinochet y compañía,
donde hace un elogio del dictador y recibe el Doctor Honoris Causa de la
Universidad Católica de Chile; elogia también,
eventualmente, el curso de los acontecimientos en la Argentina
(éstos apuntaban, pero él lo ignoraba, a una de las
peores represiones que conociera Sudamérica). Años
más tarde, cuando pudo escuchar en Madrid el testimonio de las
víctimas de la dictadura, cuando sus amigos le informaron del
estado de las cosas, sobre todo en su país, Argentina, Borges
declaró públicamente en contra de Videla, a favor de las
Madres de la plaza de mayo, reconoció su error, etc., (siempre
insistiendo en que no le interesaba la política, su
posición era la de un “caballero”),11 y además declaró
contra la guerra de las Malvinas – aunque eso fue otra excentricidad.
Las contradicciones que conturban el
ánimo de Volodia son básicamente las siguientes: el
cambio que de hecho separa dos etapas en la trayectoria de Borges
(aunque nuestro biógrafo no lo vea así), ocurrido entre
el final de la década del veinte y los inicios del treinta, y
las declaraciones que hiciera a favor de las dictaduras sudamericanas
en los setenta (mientras, dicho sea de paso, Volodia Teitelboim estaba
siendo víctima de Pinochet).
Lo primero no podría verse como una
simple contradicción, dado que fue una transformación o
afirmación - o madurez - de índole mucho más
profunda, que tuvo sólo como una consecuencia muy lateral la
mera mutación política.
En primer lugar, no fue un cambio radical y
súbito. Cualquier lector, como dije antes, pudiera afirmar lo
contrario si se enfrenta a dos textos de cada etapa; la primera,
efusiva y entusiasta; la segunda, contenida y meditada. Cualquiera,
excepto un biógrafo. El cambio de Borges, si miramos un
poco
más de cerca, no ocurrió de la noche a la mañana -
como pretende hacernos creer Volodia. Hay una continuidad. Entre
una y otra etapa hay huellas comunes evidentes que se mantienen y
consolidad posteriormente: su preocupación por el tiempo, la
individualidad, por ejemplo. Una de las variables enigmáticas es
que a partir de entonces comienza un silencio poético y una
actividad crítica considerable cuya exploración
sería necesaria para discernir, al menos, aquello que
ocurrió con el escritor12
en aquel momento de transición. Me pregunto si no sería
mucho pedir para un biógrafo medianamente ágil que
enfrentara este cambio de etapa de una manera un poco más
detenida que cualquier lector; que mencionara al menos, que sugiriera,
que algo importante y profundo debe haberle ocurrido a nuestro autor y
que en la obra puede rastrearse. Como ya irá sospechando el
lector, no son estos los requerimientos que satisface el
biógrafo presente en Los dos
Borges.13 A lo sumo,
leeremos (s.e.p.) una rápida hipótesis sobre una causa, –
la causa universal que, como Tomás de Aquino, Volodia Teitelboim
encuentra en todo lo de Borges - y una larga e intermitente
amonestación durante todo el libro por dicha razón.
Así mismo, tampoco encontraremos una referencia siquiera a la
labor crítica que a partir de entonces el argentino
comenzó a desarrollar en revistas como La Prensa, La Nación, Crítica, Síntesis, y luego en El hogar14 y la mencionada revista Sur, entre otras.
La perspectiva de Borges, nítida a
partir de entonces; el escepticismo y el sentido lúdico – que
incluía como instrumento a la razón, aunque Volodia lo
tache de irracional - que reveló y que constituyen los ejes de
toda su obra posterior, y, en fin, la afirmación del Borges que
conocemos hoy, aquí es expresada en términos tan vagos
como cambios de izquierdas a derechas, frustración,
alineación, encierro, y, por su puesto, contradicción.
Semejante a la idea que algunos detractores, que han leído
más sus entrevistas que su obra, han puesto en
circulación para un público que también lo conoce
de oídas.
Con respecto a lo segundo - sus declaraciones
excéntricas, su visita a Chile -, es interesante el hecho de que
ni sus más connotados detractores han dudado de que a Chile lo
llevó su ignorancia política fundamentalmente (sus
más connotados partidarios opinan que fue el arrojo),15 el desconocimiento de lo que
estaba sucediendo, y, sobre todo, los pronósticos de lo que
podría suceder. Pero también pudo ser su vocación
compulsiva de estar contra todas las banderas, de ir a contracorriente,
su “juego suicida” – como se quejaría Monegal -, como si
quisiera asegurarse su impopularidad como figura pública.
Cualesquiera que hayan sido las causas,
juzgarlo en un tribunal de la opinión pública por sus
declaraciones es menos interesante que indagar en las razones que tuvo
para actuar así un hombre, por lo demás, inteligente.
Esta indagación pasa obligatoriamente por su poética, su
perspectiva ética, las contingencias del contexto que lo
impidieron o amplificaron. Es un camino que Teitelboim emprende de
manera muy superficial. Sus opiniones personales le ocupan demasiado
tiempo usurpando el espacio que podría ocupar, con
interés, la interrogación.
No quiero decir con esto que Borges no se
contradijo. Sí lo hizo. En algunas declaraciones
políticas, e incluso en algunas observaciones literarias que se
encuentran dispersas en su obra (y que no nota Teitelboim). Quiero
decir que Teitelboim no puede alcanzar este hecho. Su reproche de que
Borges prefiriera “el círculo o el laberinto a la línea
recta”, así lo ilustra. La contradicción es un expediente
regular de un pensamiento complejo (o la fuente del desarrollo, como
quiera verlo el chileno). Recuerdo aquellos derechos que Baudelaire
reclama a propósito de Poe: “En la enumeración numerosa
de los derechos del hombre – decía el poeta – que la sensatez
del siglo XIX ha recomenzado con tanta frecuencia y tanta complacencia,
han sido olvidados dos bastante importantes: el derecho a contradecirse
y el derecho a marcharse”.16 No son de fácil
aceptación por un prejuicio atávico, pero son parte del
juego. Incluso del juego riguroso. Otra cosa, la otra cara de la
contradicción, es la ignorancia o el descuido. Pero aún
así es más frecuente de lo que pudiera suponerse. Por
ejemplo, Volodia Teitelboim, en la página ciento setenta y
dos afirma:
“Muchas de sus mejores páginas las escribió -
digámoslo así – después de enceguecer”
Mientras que en la doscientos cincuenta y siete:
“Lo que escribió después registra textos deslumbrantes y
repeticiones visibles (…) como si la falta de irrigación, de
exigencias, y lecturas más frescas lo encerrara en archivos del
pasado (…) aunque de repente se convierta en un brillante cliché
de sí mismo, en un Borges que imita otro Borges
¿Corrió el riesgo de transformarse en su fotocopia?”
En la página doscientos seis:
“En Francia – hacia donde miraba de preferencia el escritor argentino…”
Y sólo cuatro páginas más tarde cita y avala a
Pedro H. Ureña:
“[Ureña] Critica en el argentino sus aversiones y
apasionamientos genéricos por literaturas muy específicas
(…) «Borges tiene aberraciones terribles: detesta a Francia y
España; todo lo inglés le parece bien»” p. 212
En la página ochenta y siete:
“Desde el punto de vista filosófico se declara idealista. En el
principio fue el verbo. El pensamiento precede al mundo, que
sería una complicada creación del espíritu cuya
condición de Dios forjador, demiurgo, alma universal, principio
activo del cosmos, autorizaría al pensador para negar la
existencia de la realidad”
Mientras que en la trescientos quince:
“Borges no hizo misterio de su ateismo”
o puede exceder sus propios límites:
“En su concepción literaria está presente el principio de
la contradicción. El escritor no oculta su interés por
los teólogos, pero a la par simpatiza con los heresiarcas”.17 P. 182.
………………
Este libro que distraídamente han
llamado Biografía, pero que se parece más a la
propaganda, consigue la rara virtud de ser simple y confuso al mismo
tiempo. De lo segundo ya he mencionado algunos expedientes regulares:
no teme al escamoteo, la imprecisión, el anacronismo, el cambio
súbito – menos a la perseverancia – y todo esto para conseguir
un personaje de una base sicológica muy elemental.
Sí, la indagación que lleva a
cabo el autor para exponer a Borges es de inspiración
sicoanalítica, y dentro de eso, freudiana, y dentro de eso, su
variante de comercio común. El chileno procura un centro
aglutinador que funcione como justificación de casi todo lo que
a Borges se refiere (y de casi todo lo que no se comprende mucho) y lo
encuentra en el esquema popular de la vida sexual y sus traumas.
¿Qué podría ser sino la libido para sellar
cualquier discusión? Sexo y política, como le hubiera
gustado a Myrna Minkoff.
Se trata de otro lugar común que
circula con relación a Borges y se ha popularizado, al igual que
los otros, entre quienes lo conocen de oídas.
Tres hechos en la vida de Borges han
facilitado el éxito de este tipo de diagnósticos
sicológicos. El primero fue su iniciación sexual, al
parecer traumática. En Ginebra, siguiendo la ancestral costumbre
de los caballeros, Don Jorge, Padre, llevó a su hijo adolescente
a un burdel para que empezara a ser un hombre. Al parecer el muchacho
no pudo consumar el acto porque lo turbó la idea de que
quizás su padre hubiera estado con la misma mujer. A partir de
entonces se especula sobre la posibilidad de un trauma sexual en el
escritor ya adulto. Esta hipótesis conoció su popularidad
después de muerto el autor, por las indiscreciones de un
sicoanalista y sobre todo, en los años noventa, por la
publicación de un libro intitulado Borges a contraluz.
La autora del libro revelador, Estela Canto,
no es otra que la Beatriz Viterbo del Aleph;
así solicita ella ser reconocida – “Beatriz Viterbo c’est moi”,
-: y así lo creo yo. Algunos estudiosos dejándose llevar
por la prudencia han puesto en duda este hecho. Dicen que no se debe
asegurar el título a Estela Canto porque no consideran prueba
suficiente que el cuento esté dedicado a ella. Yo creo, en
cambio, que existe una evidencia mayor para afirmarlo: solamente
Beatriz Viterbo reclamaría con orgullo el título de
Beatriz Viterbo. Sin entristecerse. Un personaje vanidoso,
insustancial, y hasta grosero, pero eso sí, amada por Borges y
por tantos otros a los que esclaviza. Solamente ella pudo no reconocer
la ironía que un Borges perdidamente enamorado, pero Borges,
supo poner en una carta a su caprichosa amada:
“Lunes 5
I miss you unceasingly (te echo de menos incesantemente) …
Esta semana concluiré el borrador de la historia que me
gustaría dedicarte: la de un lugar (en la calle Brasil) donde
están todos los lugares del mundo. Tengo otro objeto
semimágico para ti, una especie de caleidoscopio” (…)
Si antes de la publicación
del libro Borges a contraluz
se leía en el cuento El Aleph
una caricatura: la de Borges, la del propio autor burlándose de
sí mismo; ahora se leen dos: la de Estela Canto. Solamente ella
misma pudo revelar la existencia de esa carta.
En Borges a
contra luz – libro del que Teitelboim extrae más de una
idea -, Viterbo cuenta la historia de su noviazgo con el escritor
allá por los años cuarenta, revela cartas, etc; pero
sobre todo asegura que Borges nunca quiso tener relaciones prenupciales
con ella. Estaban a punto de casarse (o eso creía él);
ella puso como condición que debían conocerse
“bíblicamente” antes del matrimonio y, al parecer, Borges se
negó. Suficiente evidencia para que a partir de entonces se
diera por cierta la sospecha de que Borges nunca tuvo contacto sexual
con mujer alguna. Aquel día en que su padre lo llevó al
burdel de Ginebra y no pudo, se dice, lo inhibió para siempre.
Sumado a esto, se considera también
para el diagnóstico la cercanía de la madre, Leonor
Acevedo de Borges. Una mujer longeva y, al parecer, autoritaria, que
acompañó al hijo durante toda su vida,
protegiéndolo desde niño por causa de la enfermedad
hereditaria que amenazaba con dejarlo ciego, y más tarde
actuando como secretaria del escritor, enfermera y lazarillo en cada
uno de sus viajes.
A partir de estas evidencias, Volodia
Teitelboim no sólo extrae una hipótesis posible para
explicar el comportamiento de Borges, sino que convierte el problema
sexual en el eje único de la estructura sicológica de su
personaje. De esta manera reduce todas sus motivaciones, vida,
sueños y enigmas, a una variable: la libido reprimida – esa
variable que incluso su promotor, Sigmund Freud, entendió
más tarde que estaba demasiado sola en la tierra y se
compadeció de ella, como Yahvé se compadeció de
Adán, y la hizo acompañar por la pulsión de la
muerte.
Todo – es decir, todo lo que no olvida
mencionar de Borges, tendrá aquí como motivación
el trauma sexual. Enriquecido, además, por irregulares
interpretaciones:
“Él no respondía al llamado de la selva” – nos advierte
Volodia en su caracterización de Borges - (…) En lugar de
los encuentros de la carne acudió durante miles de días y
noches a la cita amorosa con la página. Allí, más
allá del sexo, era un hombre potente. (…) Cubrirá el
vacío con sustitutos (…) Sus libros estarán
encargados de asegurarle la posteridad. Ya que las cosas se dieron
así, hablarán por su progenitor con más elocuencia
que los hijos que no pudo hacer nacer de un vientre de mujer. La
carencia del amor pleno, sin embargo, se agazapa, siempre,
acechándolo (…) Las máscaras se le interiorizan
inconscientemente, dando a su personalidad un carácter elusivo
(…) ” P.254.
Cito extensamente porque creo que nunca antes
se había comparado a Borges con Buck y eso es importante, puede
llegar a ser revelador en cualquier momento y, además, porque
las conclusiones estéticas que de ello derivan sólo es
posible expresarlas con las palabras que encontró el autor:
“De ahí que su literatura en más de un
párrafo dé la impresión delicuescente de una
vuelta en el aire (…) Contrastará la vaguedad titilante con un
engañoso aparato de exactitud erudita, citando libros
inexistentes, inventando biografías. Equivale a una inconsciente
táctica de autodefensa, a una cortina de humo y a una coartada
de valor estético. Una maravillante (sic) fantasía
remplaza la realidad y aquella se convierte en realidad” p. 255.
No ha sido fácil, confieso, interpretar las impresiones
delicuescentes y las vaguedades titilantes que en más de una
ocasión ha producido la obra de Borges en el autor. He de
admitir que he mentido acerca de algo, he trabajado antes a favor de la
organización de un discurso que no es precisamente el orden
natural que de suyo, cualquiera, encontraría en el libro. A
partir de ahora, me disculpo de antemano, se leerá una mayor
consecuencia con la letra y el espíritu de la obra:
“Su relato a veces da la impresión de estar desprovisto
de carnalidad (…) Responde a una lógica muy subjetiva que
generalmente destierra la “historia histórica”. Prefiere el
hecho o el personaje transformados en mito. Se deleita en la
composición de fugas literarias. Tal vez en el fondo de su
escritura, por el entrelíneas (sic) se arrastra silenciosa una
desesperación recubierta con manto suntuoso. Escribir para
él fue en buena parte un recurso compensatorio. Quizás
sentía mucho déficit vital. Desterrado de la
realización amorosa” p. 89
Efectivamente, cualquiera que escribiera con
una lógica subjetiva, y, además, desterrando la historia
“histórica”, estaría desesperado. Yo lo estaría.
Es esta la clase de interpretación que encontraremos, de manera
general y, a veces, particular, para la vida y obra de Borges.
Teitelboim insistirá en señalar la vida sexual del autor
como única causa de su comportamiento literario, estético
y civil (o político). En los primeros casos, ensayará
elucidaciones tan deficientes como la anterior – un poco más, un
poco menos – pero con varias constantes: debido a su trauma sexual, el
Borges que propone se refugia en la creación literaria como
terapia sicológica (así consta en un capítulo “La
escritura como terapia sexual”). Será un personaje recoleto,
incapaz de comunicación mundana, que en pleno delirio construye
un universo fantástico (“El hombre alienado inventa así
una vida paralela expresada en una literatura que no es exactamente la
vida de todos los días ni de todos los hombres sino la
expresión de un hombre - libro” p. 253). Y esto dará paso
a una de las rarezas estéticas que Volodia Teitelboim,
repetirá, se encuentran en la obra del argentino: la
negación de la realidad. (“Borges no necesitaba matar la
realidad. Simplemente la negaba”, p. 257). Declarará este rasgo
de Borges para derivar rápidamente su falta de interés en
la política, no con intenciones de hacer una
evaluación estética. Pero como una cosa no puede
desligarse de la otra, se verá inmerso en un conflicto.
Me he preguntado a qué se
estaría refiriendo, ya que el epíteto de negador de la
realidad se resiste a cualquier escritor, en sus cabales o no. Si se
trata de la elección genérica predominante en Borges -
i.e.: el fantástico -
en ese caso, habrá que concluir que el chileno no concibe que el
fantástico sea tan convencional como el realismo y esté
tan cerca de la realidad – empleemos el término en su sentido
más elemental, como lo empíricamente observable,
descifrando al biógrafo - como el realismo. Si se está
refiriendo a sus ensayos, donde juega con algunas ideas de algunos
filósofos, en ese caso, hay que recordar que Borges era,
fundamentalmente, un escéptico.
Y aquí reside el problema principal de
sus detractores: lo toman en serio. Miden con gravedad todo lo
que Borges dijo sea sobre política o sobre alguna
categoría filosófica; protestan y con severidad reclaman
compensaciones o emiten graves dictámenes y se les escapa que el
sentido lúdico del argentino contamina casi todo lo que
escribió o dijo. Borges, la mayor de las veces, jugaba. Sus
detractores lo elevan a la categoría de filósofo, o lo
rebajan por mal filósofo. Sin percatarse de que éste es
un elogio descomunal para Borges y un tributo sincero al rigor
intelectual de sus juegos literarios. El argentino no hizo
filosofía. No hubiera podido porque ni aspiraba a la verdad, ni
concedía a leer un libro que no lo entretuviera. Precisamente el
encanto de Borges está en la perspectiva lúdica y
hedonista que propone. Y ese juego tiene de base su escepticismo.
Borges no afirma ni niega la realidad ni
cualquier otra cosa que se le parezca, porque como escéptico,
duda. Supongo que la impresión delicuescente que nota Volodia en
la escritura borgesiana se debe a las características de su
prosa dubitativa. Una prosa clara, precisa, pero donde las ideas en
lugar de ser exclamadas se ponderan, y en lugar de haber conclusiones
hay sugerencias y preguntas. A esto no alcanza el asertivo y
rápido Volodia, cuya prosa es perfectamente opuesta al estilo de
Borges: irreflexiva, confusa y entusiasta. Y cuyo esquema está
elaborado en términos de afirmación o negación,
nada más.
El atributo de ficción que Borges
adjudicaba a cualquier cosa, era más el juego de un
escéptico, que la confirmación de un “idealista”
convencido.
Por otra parte, a riesgo de cansar al
indulgente lector, podríamos recordar que el argentino se
declaró en más de una ocasión
“aristotélico” en lo tocante al problema de los universales.
Esto es: descreía (que no es lo mismo que negar) no sólo
de la realidad, sino de cualquier noción abstracta, en cuanto
son generalizaciones creadas para la comodidad del pensamiento y no
para la verdad. En todo caso, Borges tendía a creer en la
existencia de los individuos. No de la realidad, sí del libro
rojo del estante.
Pero sería en vano detenernos en esta
clase de consideraciones porque en el reeditado libro Los dos Borges, enigmas de una vida en
sueño o sueños del enigma de una vida, nunca las
encontraremos ni siquiera esbozadas. Si alguna vez el autor se
refiriere de pasada la simpatía de Borges por el individuo, por
ejemplo, es para tacharlo de “individualista”.
Volodia Teitelboim está más
interesado en expresar sus propias opiniones que en interrogar las de
Borges. A cada paso encontraremos el esquema: imagen de Borges,
justificación sexual, y consecuente amonestación:
Para el Borges negador de la realidad:
“Porque la realidad real sí existe, no importa que se
disfrace de reino mítico. También se encuentra
allí imponiendo su jurisdicción y sus normas” p. 183
Para el Borges encerrado entre libros y alienado:
“O tal vez se encontraba distraído leyendo sentado en
un banco del dédalo de la Biblioteca de Babel. O estaba ocupado
mirándose en el espejo de la eternidad. O tratando de escribir
ese verso o esa línea única que lo haría
sobrevivir. No tenía pupila para los desamparados” p.251
Para el público lector, con lirismo:
“Este abigarrado planeta donde existe de todo, ricos y
hambrientos, diluvios y sequías, catástrofes diarias,
luchas incesantes, crímenes menores y mayores, le resulta ajeno
e inexplicable” p. 89
Es curioso que Teitelboim haya leído –
porque así consta en el capítulo XX – de una manera tan
estéril el ensayo de Borges La
muralla y los libros. Ahí podemos aprender sobre la
pluralidad de motivaciones que coexisten en una persona para cometer un
solo acto, ni siquiera para llevar a cabo una vida de ochenta
años. En este ejercicio ejemplar Borges intenta justificar un
acto o una emoción de un hombre remoto: la orden del emperador
Shi Huang Ti de construir la muralla china y quemar todos los libros
del imperio. Borges encuentra al menos diez motivaciones posibles para
ese hecho.
Las reducciones, las negligencias de Teitelboim, son, en fin,
cuantiosas: se podría citar cómo declara la muerte del
narrador, identificando a Borges con el narrador de sus cuentos y la
voz de sus poemas; se sorprendería el lector con el
descubrimiento de un Borges nietzschano. Pero no creo que valga la pena
abundar en estas distinciones olvidables.
De su redacción, sirva para ilustrarla
los párrafos citados y el índice. Algunos títulos
de sus capítulos son: El
presente es siempre tembloroso. Nada puede el hombre cuando llega el loco
amor. No un marciano,
sí un borgiano. Maradona
de los versos. Preguntas
escabrosas. Dictador y dictado.
Rueda como una esfera. La existencia también como acto de
utilidad pública. El
otro yo del Doctor merengue. Titulero
engañoso.
De su propósito, sabemos al final: en
vista de la notoriedad que ha alcanzado la obra de Borges, no
permitir que la fama, el tiempo y la distancia, borren la imagen que de
él tuvieron Volodia Teitelboim y sus contemporáneos.
“El mismo Borges advirtió sobre sus dos rostros. Uno es el que
proyecta con su obra. Otro, el extraliterario” p.313
Admite – o se resigna a – la
grandeza del primero: el Borges que él llama”literario”, es
decir, su obra, es memorable. Sin embargo:
“Hay muchos que recomiendan una operación de
dicotomía ¡Prestemos atención sólo al
escritor! ¡Prescindamos del otro Borges! La última
propuesta choca con la realidad. Porque Borges no fue un silencioso ni
un entrevistado para cada muerte de obispo. Se volvió con el
tiempo en un declarante continuo y universal” p. 314
Lo lamentable es que este argumento invertido
inauguró la divulgación de la obra de Borges en Cuba
después de un largo silencio que se cuenta en décadas. En
febrero de mil novecientos ochenta y siete, unos meses después
de la muerte del autor, la revista Caimán
Barbudo publicó por primera vez un cuento de Borges (Ulrica), precedido de un
artículo que protestaba por las excentricidades políticas
de su autor, pero que concedía, finalmente y para beneficio del
lector cubano, méritos literarios a la obra. El título de
ese artículo preliminar, firmado por Volodia Teitelboim,
advertía de su contenido: Borges
o la contradicción.
abril, 2005.
Notas
1 Los dos Borges: Vida,
sueños, enigmas. Volodia Teitelboim, Ed. Arte y
Literatura, La Habana, 2004.
2 En la página 165 se menciona el cuento
antiperonista La fiesta del monstruo
escrito a cuatro manos entre Bioy y Borges. Teitelboim desconoce esa
participación de Bioy Casares y atribuye la autoría
exclusivamente al segundo.
3 Hay que decir que la posición de Volodia no es la
más radical, si la comparamos con algunas efusiones del momento.
Quizás por la cercanía de Neruda – que siempre tuvo la
debilidad ideológica de considerar a Borges un gran escritor -,
el tono que alcanza Teitelboim se puede llamar “moderado”. Un
buen resumen de las críticas a Borges, puede leerse en el libro AntiBorges (Ediciones B, Buenos
Aires, 1999). Véase también, Calibán (Calibán y otros ensayos, Ed.
Arte y Literatura, 1979)
4 Se extendió y cobró fuerzas más
tarde, en la etapa de las dictaduras sudamericanas, principalmente a
mediados de los setenta. Aún hoy escuchamos sus ecos.
5 Inquisiciones
(1925), El tamaño de mi
esperanza (1926), El idioma de
los argentinos (1928).
6 Emir Rodríguez Monegal
apunta para este momento su decepción por el comienzo del
gobierno de Uriburu, expresada en el texto Nuestras imposibilidades – que
Borges incluyera en Discusión
y veinte años después retirara para la reedición
del libro. En ese momento, para Monegal, Borges se revela como un
“moralista político”. Borges y
la política, E.R. Monegal, en Revista Iberoamericana, N. 100-101,
1977.
7 Son ilustrativas las declaraciones y aclaraciones al
respecto que preceden a El Informe de
Brodie.
8 Con respecto a su dimensión extraliteraria,
recomiendo el artículo de Juan Gelman, Borges o el valor, donde, a propósito,
recuerda que Borges fue uno de los pocos intelectuales argentinos que
defendieron a Cortázar cuando murió y toda la izquierda
local lo repudió porque había decidido vivir en Francia.
9 "No escojo mis sujetos, ellos me escogen a mí. Y
cuando escribo, vivo en una especie de sueño. Antagonista de la
literatura comprometida, no quiero que mis opiniones interfieran en
ella. Por lo demás, todos mis lectores saben que soy contrario
al comunismo, al fascismo, al nacionalismo... Deseo ser conciente con
mi propio sueño, no con una realidad cambiante". dijo en una
conferencia en la Universidad de Columbia, en 1971. Jorge Luis Borges: Desde la Penumbra,
entrevista realizada por Enrique Loubet Jr., enviado especial de
Excélsior, NY. 20 de Abril, 1971.
10 El citado hecho de su militancia en el Partido
conservador, fue asumido como una broma. Monegal atribuye esta
simpatía a la influencia de su madre, hermana y personas que lo
rodeaban.
11 Por no olvidar: su relación con la democracia fue
difícil. No aceptaba el imperio de la mediocridad que de ella
derivaba y al mismo tiempo descartaba también la otra
opción de la realidad (la dictadura). Durante un tiempo
jugó con la idea de “una dictadura de caballeros”, broma esta
que ha sido tomada en serio por aquellos que quieren relacionarlo con
la ultraderecha. Después que supo de la experiencia del gobierno
militar argentino, reconoció públicamente la democracia
como un mal menor.
12 Después de Cuaderno
de San Martín, 1929, Borges, conocido como poeta, no
publicará otro libro de poesía hasta catorce años
más tarde; la compilación titulada Poemas (1923 – 1943).
13Con lo cual nos sentimos libre de sospechar que no es
éste cambio el que inspira el título. Solo al final del
libro encontraremos la respuesta del misterio.
14 La única referencia a ella es errónea: “En
la revista Hogar no
perdía ocasión para satirizar a Marinetti”. p. 159.
Borges satirizó a Marinetti en El
Hogar una vez porque fue a Argentina como enviado de Mussolini.
Mientras tanto, no perdió ocasión para hablar de
literatura, reseñar muchas novelas, etc. Teitelboim hubiera
revisado su calificativo de “Antinovela” hacia Borges, de haber
leído estas colaboraciones.
15 No porque fueran partidarios también de la
dictadura, sino poquer Borges con esa visita a Chile perdió el
premio Nóbel de literatura, y al parecer lo sabía. “Yo
sabía que me estaba jugando el Nóbel”, dijo
después a un periodista. E.R. Monegal abunda en este tema en su
libro Borges, una biografía
literaria: según él el autor visitó Chile
con la noticia de que se había acabado el comunismo, con la
amenaza de perder el popular y bien remunerado premio, y con la
ilusión ingenua de que el pueblo de Chile lo quería. El
hecho de que por ello perdiera el remunerado y popular premio, fue
confirmado años después por el impertérrito Arthur
Lundkvist, académico sueco ferviente detractor de Borges, en una
entrevista concedida a Volodia Teitelboim: “Soy y seré un tenaz
opositor del Premio Nóbel de Literatura a Borges por su apoyo a
la dictadura de Pinochet” (Cap. XXVIII ¿Por qué no el
Nóbel? es el capítulo de este libro que recomiendo). En
el discurso de Borges de aceptación del doctorado, se pueden
leer referencias a la pólvora (de Alfred Nóbel) vs.
la espada. María Kodama, la viuda, después ha
contado una anécdota que ni siquiera es necesaria: un periodista
de Suecia llamó a Borges para advertirle que si visitaba Chile,
perdería para siempre la posibilidad del premio “Entonces
él le contestó que había dos cosas que un hombre
no puede permitir y, dijo, esas dos cosas son: Ni amenazar ni ser
amenazado, ni chantajear ni ser chantajeado, entonces por lo tanto
él no hubiera pensado en ir a Chile, pero después de lo
que el periodista le decía su deber era ir a Chile”, Conversando con María Kodama en
España, en revista Baquiana,
junio, 2004.
16 Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Ed. Fontamara.
México D.F., 1998. Las itálicas son suyas.
17 Algunos heresiarcas, hay que admitirlo, los más famosos,
solían ir por el mundo figurando de herejes, es verdad,
sancionados por la ortodoxia, pero también eran teólogos.
18 En puridad, el prime texto exonerador apareció en la
revista Casa (#158
septiempre-octubre 1986). Fue una esquela mortuoria
anónima donde se le perdonaban a Borges, difunto, sus pecados
políticos así como también se admitía su
entrada en el panteón de grandes autores que debían ser
publicados cuanto antes.
|