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La más verbosa


Las comidas cubanas entre el gesto de lo imposible y el reino de la metáfora
 
Rita Martin

     Publicado en 1997, Las comidas profundas es un libro que pudo llegar antes o tal vez un poco después y que, no obstante, llega justo a tiempo. En otras palabras, con este libro el poeta, narrador y ensayista Antonio José Ponte (1964) llena un vacío dentro de la literatura cubana, en tanto el saber (y sabor) de la comida, parte fundamental de cualquier cultura, establece en éste un conocimiento de la cultura cubana desde la imaginación y la carencia. La palabra se despliega en este libro entre sobrias descripciones que buscan la diferenciación: la filosofía que se encuentra detrás de las comidas profundas, o cubanas, repensadas desde una escasez que supera el racionamiento y alcanza la ausencia misma de los pucheros, o “la marcha de calderos vacíos.”(Ponte 35)
     Quizás ésta sea una de las razones por las cuales los platos se desplazan del pasado hacia el presente -- y viceversa -- a través de las siete breves partes (¿capitulillos, fragmentos?) que constituyen Las comidas. Divisiones que recomponen y reactualizan un lugar imaginario dentro de las que el número siete, símbolo imaginario de infinitud, establece una concordancia con la espacialidad también infinita y atemporal de El Lugar De Donde Vienen las Comidas Sabrosas.1  El lugar se identifica con Cuba. (Ponte 22) Tal identificación parece ser resultado de la geografía insular o de una realidad socioeceonómica específica. Me expreso entre posibilidades, ya que, a pesar de que pareciera que Ponte desea definir o clasificar todo lo que toca en sus comidas profundas, en realidad el montaje de este texto funciona por ambigüedad. Procedimiento que transfiere Las comidas a un nivel otro de sugerencias. Sugerencias estas que potencian la multiplicidad de lecturas no sólo disímiles sino también contrapuestas.
     En el entretejido de este breve libro -- de difícil clasificación entre la narrativa o la ensayística y aún la poesía -- resulta fundamental el escenario y la ambientación del personaje protagónico, dado que escena y ambiente preanuncian las líneas centrales de este texto especulativo. Así en Las comidas profundas un escritor carga en sus hombros un pasado y un presente sociohistórico y literario de capas yuxtapuestas (¿palimpsesto?) que le exigen escribir “sobre la mesa de comer. La mesa está cubierta con un mantel de hule, el hule con dibujos de comidas: frutas y carne asada y copas y botellas, todo lo que no [tiene]” y se sienta “a la mesa vacía y tap[a] con la hoja en blanco los dibujos de comidas,” en tanto emborronea acerca “de comidas en la hoja.” (Ponte 7)
     Si bien el texto guarda de la ensayística la constancia especulativa, obsérvese que, de la narrativa, éste conserva la recreación de un personaje protagónico: un escritor ante el desafío de reflexionar sobre una ausencia: las comidas. De la poesía, que se juzgara lejana ya que la prosa es la forma elegida, Las comidas almacenan metáforas que aseguran infinitas conexiones y crean un cuerpo (texto o tejido) resistente. Así lo que parecía ser un libro sencillo sobre las comidas se desplaza al mismo acto de comer y, de este modo, alcanza la escritura y el deseo del sujeto, o vicecersa. Me detengo en este tópico en el que comida y escritura conforman una unidad deseosa porque, a mi entender, ésta es una materia recurrente de Las comidas profundas, el centro mismo del discurso o discurrir de este libro en el que ambas, comida y escritura, aparecen fusionadas para dar lugar, a partir de ellas, a una serie de infinitas conexiones.
     Regrésese a la escena donde no ocurre nada como no sean las traslaciones temporales y el deseo del sujeto por escribir sobre lo que no se tiene. El escritor no tiene ni tan siquiera un escritorio. Su escritorio es la mesa de comer cuya funcionalidad se pone en duda. En ella sólo quedan manteles con dibujos de comidas imposibles de digerir por el sujeto, a menos que éste se decida a darse una engullida de una imagen por medio de la mente. Y esta sorprendente decisión del sujeto señala que el sitio donde reinan las palabras es igualmente una enorme boca: el lugar por el cual estas son almacendas y a la vez transmitidas hacia el afuera. “Conversar de comidas” dice Ponte “es como alimentarse entre viejos esquimales. Nos viene a la boca una papilla masticada ya por otros y, al tragar, lo único que persiste es el sabor de las palabras.” (35)
     El espacio de la mente, o el sitio donde reinan las palabras más sabrosas, aquellas que recuerdan las comidas, es el encargado de enlazar la carencia -- o la invisibilidad -- a la imaginación y al deseo. La sucesión de la cadena sigue in crescendo cuando la fusión entre la escritura y el deseo manifiesta, junto al apetito voraz por las comidas, la avidez por encontrar lo ausente, por revivirlo. La esperanza de recuperar lo ausente es siempre una expresión de erotismo y renacimiento. Asunto al que Ponte también le dedica algunos pasajes. La insistencia en los encadenamientos que suscita la fusión entre escritura y comida conducen a la relación entre escritura y ausencia. Esta unidad se manifiesta diluida en este libro dedicado a escribir sobre lo que no se tiene, y que, en esta propuesta, descubre la filosofía que intenta explicar la frustración del sujeto y de la escritura de éste en el vacío. El vacío se manifiesta material: la carencia de las comidas y la hoja en blanco que el escritor debe rellenar. Entre las comidas y la hoja de papel surge un espacio en blanco que señala tanto el papel antes de ser usado como la barriga vacía del sujeto que “le ayudan a pensar [al que escribe] que toda comida es sustitutiva, que comer es siempre metaforizar, tender un puente.” (31)
     “Todo empezó por carencias,” señala Ponte (36) y la carencia de la comida determina la invisibilidad de la misma. Ponte es consciente que emprender una búsqueda, desde la literatura, de signos invisibles y permanentes dentro de la historia cubana tiene un antecedente en los escritores origenistas. Escritores para los que la poesía -- entiéndase la literatura -- es apoyo para discernir “‘un modo de ser’ cubano” asunto al que Cintio Vitier (1921) estudia desde su Primera Lección de Lo cubano en la poesía (1957). Un análisis que dicho autor realiza a través de la “peculiaridad de la naturaleza de la Isla” porque, explica Vitier, “el fondo natural es decisivo para entender las configuraciones del carácter, el sentimiento y el espíritu.” (13)
     Ponte, sin embargo, prefiere otra apoyatura para discurrir sobre Las comidas profundas: Lezama Lima (1910-1976). Podría él haber dado preferencia a Virgilio Piñera (1912-1979), el narrador cubano por excelencia de la carencia , el hambre y la escatología. Podría haberse sentido tentado por Vitier, dado que uno y otro consideran fundacionales aquellos versos de Espejo de paciencia (¿1608?) de Silvestre de Balboa (¿1590-1600?); que señalan lo que no se tiene “aquellas hicoteas de Masabo / que no las tengo y siempre las alabo” (Vitier 32; Ponte 12). Se debe reconocer, sin embargo, que el interés de Vitier es mostrar el carácter naciente del cubano. Asunto éste por el que se detiene “en los vítores y cornocupia indiana” y en los versos “de alegría venatoria.” (30) Mientras Vitier indaga “el carácter suave, con tendencia a la burla y la religiosidad vaga, ductil, que no atribuye menor importancia a los problemas dogmáticos” (17), Ponte examina aquellos momentos que anuncian la existencia de una nostalgia ante una carencia: una metáfora que tiende un puente entre pasado y presente.
     Lezama Lima, sin embargo, no sólo es un escritor de abundancias, nunca de carencias, sino que toda su obra persigue conquistar una especie de platonismo armónico que no se rescata en Las comidas. ¿Dónde se encuentra Lezama Lima entonces? ¿Acaso tan sólo en los comentarios a ciertas citas del poeta de “Muerte de Narciso”? Respondo negativamente a esta última pregunta. Considero que la presencia lezamiana es potencia que Ponte domina y con la que da paso, por un lado, a la abertura misma de Las comidas profundas que, por una parte, comienza con un gesto imposible: escribir sobre lo que no se tiene. Por la otra parte, Ponte desenfunda nuevamente su poema-ensayo (o narración-ensayística) como un cuerpo resistente en el que la metáfora es materia sustitutiva de valor cognoscente. En mi opinión, en este segundo gesto resuenan aquellas palabras de Lezama que apuntan:
 
Creo que la maravilla del poema es que llega a crear un cuerpo, una sustancia resistente enclavada entre una metáfora, que avanza creando infinitas conexiones, y una imagen final que asegura la pervivencia de esa sustancia, de esa poiesis.” (Órbita de Lezama Lima  57)

     El primer gesto que he mencionado, aquel de convertir en posibilidad lo imposible, gesto con el que se abren Las comidas, proviene de una idea anunciada por Lezama en su ensayo “Después de lo raro, la extrañeza” (1945). Un pensamiento al que el poeta de Trocadero regresa en 1960 cuando, al escribir “A partir de la poesía,” expresa: “Me ronda de nuevo esta frase mía, que es como el resumen de todo lo dicho: lo imposible al actuar sobre lo posible engendra un potens, que es lo posible en la infinidad.”(50)
     Hablando con lengua de Lezama podría decirse que uno de los méritos fundamentales de Las comidas profundas radica en vincularse con la idea de que un espacio frustrado crea asimismo un potens creativo, una resistencia de la poeisis y de la imaginación. El espacio aislado: el escritor “escribe en una celda acerca de comidas” (31) se transforma en la mente, espacio donde ocurren los viajes que, por un lado, indican traslación y resistencia de la imaginación y, por el otro, confirman la conciencia de que lo posible se realiza en los terrenos de lo imposible. Así la carencia de las comidas y, por ende, en muchos casos el desconocimiento de las mismas, es el hecho que permite atraparlas, conocerlas y comenzar a desentrañar la sombra como esencia de “todas las metáforas de las comidas cubanas.” (31)
     En Las comidas profundas la disolución de la escritura y la comida ocurre ante la imagen de lo ausente. Es la imagen de la carencia o imposibilidad de comer, la que posibilita el desplazamiento de la conciencia histórica del poeta-narrador-ensayista hacia el pasado, una vez más hacia el origen. La carencia de la comida se diluye en la escritura de Ponte y esta maceración le permite llegar a otros libros fundacionales como Paradiso (1966) con el propósito de revisitar las comidas pretéritas (¿preteridas?). No hay esfuerzo por parte del poeta-narrador-ensayista en darles otros nombres -- sería un trabajo en balde que, además, conspiraría contra la síntesis del poema-narración-ensayo. El arrojo de Las comidas radica en nombrar aquello que escasea y en esta acción denominativa convertir la ausencia en una presencia. “Resulta tan mitológico comer, que los alimentos” señala Ponte “deberán aparecer por ensalmo, recitados.” (35)
     La capacidad sustitutiva de la metáfora, y en consecuencia de la imaginación, discute los límites de lo real y lo imaginario. En este libro se metaforiza la comida para hacerla una realidad. Pero esta metaforización no sólo se opera en el terreno de la mente de un poeta que “escribe en una celda acerca de comidas” (31), sino que se concreta en hechos. Como los hechos, se supone, son verificables, Ponte recurre a apuntes de escritores como Montale, Woolf y Apollinaire sobre testimonios de anécdotas gastronómicas ocurridas bien en Londres, París o San Petersburgo. El lector de estos testimonios, sin embargo, conserva casi siempre una desconfianza sobre la verosimilitud de los argumentos de los poetas. El lector de estos sabe -- o cree saber -- de un viejo juicio: cuando el poeta habla de la realidad, la embellece, es decir, la falsea, la encubre. En otras palabras, el poeta miente.
     Este prejuicio contra la palabra poética determina que Ponte se centre en una anécdota de la más concreta realidad. Un hecho ocurrido en Cuba a inicios de la década del noventa, aproximadamente entre los años 1992 y 1993. El suceso no es una tradición oral reciente; el mismo puede ser encontrado como la conclusión de una investigación en los archivos de la policía. En esos años “muchos compradores del mercado negro en La Habana comieron, sin saberlo, frazadas de piso” (28), metáforas sustitutas del pan con bistec (la hamburguesa criolla). El trabajo culinario sobre las frazadas es inusitado: la frazada era cortada en cuatro partes. Las partes se sumergían en tanquetas de zumo de limón durante días. Una vez que se conquistaba la carne de la tela, llegaba el momento de “cubrir lo falso: se pasaba por huevo batido y pan rallado, se freía en grasa donde antes se cocinara carne verdadera” (29). “Moralismos aparte” continúa Ponte “la historia de la carne falsa habla también de búsquedas de metáforas mediante la comida.” (30) Y las comidas sustitivas, afirma el poeta:

no sólo pretenden pasar por más nobles, procuran ir más allá. Hablan del buen tiempo pasado, de hermosos días idos y establecen una relación entre ese ayer y hoy. En un momento en que peligran todas las identidades, parece quedar claro que somos los mismos de antes, persistimos aún gracias a viejos hábitos. Lo que ningún estado, por policial que sea, logra llevar a esquema de identificación, lo que no cabría en un expediente, el gusto, un montón de simpatías y rechazos, nos hace iguales a quienes fuimos en mejores tiempos. Y algo, sospechosamente la identidad que creemos ser por encima de cualquier circunstancia, sobrevuela, no se conforma con ayer y hoy. Porque metáfora es relación, el arco que viaja de A a B, nunca A ni B por separado. (30-31)

     La anécdota mencionada demuestra que la realidad necesita falsearse -- mejor, metaforizarse -- a sí misma para ser veraz o real. La metáfora sustituye la naturaleza perdida y ella misma se constituye en naturaleza que ha entrado, por el deseo y la imaginación en el reino de lo real; es decir, el reino de lo imaginario. Las comidas profundas expresan una y otra vez que la carencia, ese sentido de desarraigo, no sólo es un padecimiento del sujeto sino un texto fundacional, un puente entre la frustración y la excrecencia de la tierra.
     Retórnese a Lezama Lima por última vez en este comentario, no por deseo de quien escribe, sino por la elección de Ponte de que sus comidas giren una y otra vez sobre una cita de aquél. Me refiero a la revisitación de la frase de Lezama de que al comer el cubano se incopora el bosque (20). De la cita lezamiana, Ponte atiende el verbo incorporar y su preferencia no es casual ni gratuita, dado que, al usar este verbo Lezama Lima aceptó el riesgo de la resistencia y a través de la metáfora logró subvertir el signo. Expliquemos de qué se trata. Ponte señala:

En la Cuba de los años setenta incorporarse no podía ser otra cosa que volverse sumando
de organizaciones políticas, entrar a la obligatoriedad del servicio militar o marchar a
cortes de caña. La propaganda gubernamental repetía ese verbo, no ha dejado de repetirlo. Designaba con él a la desaparición del individuo por requerimientos históricos. No debía existir otra meta personal que la de convertirse en un grano del tazón donde vendrían a comer fuerzas mayores, sobrehumanas.
En las páginas de su novela, [se refiere a Paradiso] José Lezama Lima subvirtió tal estado de la cosas. Desde su propia hambre, desde la marginación y la pobreza, confió en que el hombre era la boca principal. Soñó que toda la naturaleza servía al apetito del hombre y que al comer, el bosque le penetraba la boca. (21).
   
     Hay textos que solicitan una vuelta de tuerca y el de Ponte es uno de ellos. Por esta razón me gustaría añadir al puchero de las comidas cubanas una sinonimia, ya que para el cubano la palabra bosque encuentra un equivalente en la palabra monte. Es decir, el bosque y el monte tienden a ser el mismo espacio. Creo que Lydia Cabrera (1900-1991) gustaría de afirmar, parafraseando a Lezama Lima, que al comer, el sujeto cubano también se incorpora la religión afrocubana. Una religión en la que algunos de sus orishas son representados por piezas de hierro y en la que abundan ofrendas de frutas y comidas a los dioses. Una religión cuyos dioses se encuentran en lo vegetal, en lo mineral, en ese espacio del monte donde el creyente está seguro de que puede hablar y encontrar a sus dioses.
     Esta vuelta de tuerca de las palabras bosque (incoporación de la comida de la tierra) y monte (incorporación de los dioses terrestres) fusiona los signos invisibles y sustituye la realidad de la propaganda gubernamental por la realidad del sujeto, cuya identidad se encuentra no sólo más allá de pasados y presentes, sino más allá de los riesgos del olvido. Esta fusión de la tierra donde se entretejen las raíces de los dioses y las comidas, y se fermentan a la vez el alcohol y la excrecencia señala, igualmente, que el cubano no hace distinciones. Asunto éste que establece o bien que todo sea sagrado, o bien que todo sea excrecencia. Una experiencia cultural o hábito detrás del cual se oculta una amenaza que transita en un arco del pasado hacia el presente. Al incoporarse el bosque (o el monte) los cubanos se comen no sólo la tierra y sus dioses, se tragan a sí mismos. Compleja metafísica simbolizada en el ajíaco dentro del que, según las palabras de Ponte, “nos [cocemos], chocamos con otros, intercambiamos jugos, nos fragmentamos hasta ser desleídos,” en tanto, remata: “El sol entra en los cuerpos, nos comemos la tierra y la tierra, que es cabal, seguramente nos devolverá el favor.” (42 y 44) No hay dudas, el desmontaje cultural y crítico se ha cumplido en Las comidas profundas. En la relación con la escritura de estas profundidades metafísicas que proceden de la comida, o de la boca del sujeto, la carencia y el hambre se convierten en la posibilidad de la lucidez y en la resistencia del sujeto. Un sujeto que examina el vuelo infinito y sucesivo de la metáfora enclavada en lo imaginario: el terreno de lo real y lo posible.

Nota

1 Véase el significado de la numerología tanto en la geometría griega como en la literatura y teología cabalística.
 
Bibliografía

Frankel, Ellen y Betsy Platkin Teutsch, Eds. The Enciclopedia of Jewish Symbols. New Jersey:
    Jason Aronson Inc., 1992.

Lezama Lima, José. “A partir de la poesía. Las eras imaginarias. Madrid: Editorial
    Fundamentos, 1971. 31-53.

---. “Después de lo raro, la extrañeza.” Imagen y posibilidad. Ed. Ciro Bianchi Ross. La
    Habana: Editorial Letras Cubanas, 1981. 163-71.

---. “Órbita de Lezama Lima: Entrevista con Armando Álvarez Bravo.” José Lezama Lima:     Recopilación de textos. Ed. Pedro Simón. La Habana: Casa de las Américas, 1970. 42-67.

Ponte, Antonio José. Las comidas profundas. Vaudchrétien, Francia: Éditions Deleatur,     1997.

Vitier, Cintio. “Primera lección.” Lo cubano en la poesía. (1957) La Habana: Letras Cubanas, 1970.



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