Meditación en el Canal*
Tulio M. Cestero
En la primavera de 1913, al diplomático dominicano que presentaba sus credenciales, hubo de preguntar el Marqués de San Giuliano, Ministro de Relaciones Exteriores de Italia, por la influencia del Canal de Panamá en los destinos de su nación.
Este recuerdo punza en el ánimo, en la serena mañana de enero, grávida de aromas del trópico, cuando el Santa Luisa con las barras y estrellas de la Unión se adelanta al Júpiter que le precede, con el oro y la gualda de España en la popa, y entra en las Esclusas de Gatún.
Antes de que se confundieran por la voluntad del pueblo de los Estados Unidos, las aguas de los dos Océanos, la voz admonitoria del Secretario de Estado Knox, resonó en los ámbitos del Mar Caribe previniendo a las naciones ribereñas del gran camino cuales deberes les impone: Orden y hacienda sana. Ni revoluciones ni deudas, motivos fáciles de ingerencias enropeas, de acrecimiento de la influencia europea en los aledaños del Canal. Pero entonces imperaban en nuestra tierra pasiones estridentes, torpes apetitos. Tristes días! No para formar columna pues servían las ajenas espaldas sangrantes para encubrir ambiciones!
$ 400.000,000 en hierro, piedras, sudor, fuerzas de la naturaleza sumisas a la inteligencia humana, proclamaban en el Canal la decisión, la energía, la virtud del yanqui para hacer. Mente audaz de conquistador propuso esta hazaña a Felipe II que, imbuido en la erección de la mole sombría del Escorial, no había de cortar ese nudo de Dios sin permiso de Monseñor el Obispo. Bolívar la proyectó cuando convocaba las creaturas de en espada a sentar en el Istmo de Darién la Unión de Hispano América y a libertar y garantizar a las Antillas. Pero la empresa requería la riqueza de un gran pueblo, un máximo pensamiento nacional, y las Repúblicas latinas, del Río Grande a Magallanes, permanecen como las describiera Lugo en la ocasióa solemne de la Conferencia Pan Americana de Buenos Aires: distantes pabellones que se envían melancólicos besos desde sus mástiles ailados ymientras, prevalece el factor geográfico en la gravitación de las Antillas hacia el Norte.
Jefferson, oráculo de su gente, anuncia en 1808 con respecto a México ya Cuba: Consideramos sus intereses y los nuestros como unos mismos y juzgamos que es de nuestro interés excluir toda influencia europea en este hemisferio. John Quincy Adam, Secretario de Estado en 1823, señala así a Cuba y a Puerto Rico: Estas islas por su posición local son apéndices naturales del continente americano y el Presidente Grant
favorece en 1869 en mensaje al Congreso, la adquisición de Santo Domingo que gobierna la entrada del Mar Caribe y el tránsito del Comercio en el Istmo… En el caso de una guerra extranjera, nos dará el mando de todas las islas impidiendo que algún enemigo las posea como un lugar de cita, en nuestras propias fronteras. Esa política de predominio en el Caribe no se tuerce ni ceja; si yerra cuando conviene en la concurrencia de Inglaterra en el proyecto del Canal, resurge con
vigor excluyente para partir el Istmo y señorea el Canal. Es fundamental, superior a la polémica periodística de los partidos. Tanto Republicanos como Demócratas sustraen la Doctrina de Monroe de toda interpretación o medida por poderes extraños en Congreso o Liga de Naciones, lo que significa mantener incontrastable la hegemonía de Estados Unidos en este Hemisferio.
En Europa un pequeño pueblo industrioso sufre por siglos los embates de las conscupiscencias imperialistas: el belga en cuyos llanos se han enfrentado sucesivamente ingleses y franceses, holandeses y españoles y franceses e e ingleses. Sin embargo él tuvo
siempre orden y prosperidad y cuando el feudalismo oprimía las naciones intosas, ya organizaba la democracia en gremios altivos, independientes hasta el heroísmo. En América, una isla ha sido cosa trasferible entre metrópolis rivales: Santo Domingo. El azar de las armas en campos lejanos a las combinaciones diplomáticas la trasiegan de España a Francia o la olvidan como presa fácil a los ataques del inglés. A belgas y a dominicanos les apesadumbra lo que al par les constituye ventajas: la posición geográfica. Las consecuencias de la gaerra de 1914 han roto los nexos convencionales de la neutralización, por donde, la seguridad de Bélgica, depende ahora de sus alianzas militares. ¿Cómo desligar hoy la suerte de la República Dominicana [de] la representación de la de su único vecino omnipotente?
A los dominicanos les abruma además otro factor: el peligro de la constante invasión haitiana, peor cuanto menos agresiva pues la masa inerme que traspone la frontera trae con su ignorancia y sus atavismos el naufragio de lo que fue el nervio de nuestra guerra separatista y es nuestra razón de ser: la raza y la cultura hispánicas. Fue nuestra y debe continuar adscrita a la bandera de la República Dominicana, la representación de la civilización cristiana en la Isla.
Sería por ello grave error debilitar más nuestra posición complicándola con sentimientos que si bien legítimos del dolor de la ocupación militar norteamericana, resultarían adversos a nuestras responsabilidades en el Mar Caribe, es decir, a nuestros derechos y deberes. El mandato de esta hora es: cooperación con Estados Unidos. Libres, independientes, en el territorio que demarcó la sangre de los abuelos y en el cual soberanamente la ley dominicana aplicada por dominicanos obligue y garantice a nativos y extranjeros, sí, y amigos de Estados Unidos sinceramente, francamente, no por miedo ni servilismo, sino por mutuo provecho, para defensa común y con respeto y justicia recíproca.
Desde la altura de la Florida hasta las Bocas del Orinoco, frente a la Costa Firme Venezolana, se extiende una cadena de islas, en la cual Santo Domingo es llave, pilar, baluarte sobre el Atlántico. Por la acción económica aglutinante de Estados Unidos, las de ellas que todavía son colonias europeas, han de cobijarse bajo la bandera de la Unión, y así, el Mar Caribe será específicamente un lago americano. ¿Por qué no ha de tener para los dominicanos un valor real propio su posición privilegiada en esa salida hacia Europa y de quince naciones de América Letina y de cinco Estados de la Unión, y sustentar en ella la integridad territorial y la independencia? Lo primero es, pues, fundar el orden interno, en un sistema político económico que asegure a todos tranquilidad y bienestar, régimen democracia no de caudillos, para que jamás sea la República causa ni ocasión, ni pretexto de disputas internacionales. Luego, la cuna de la cultura moderna en el Nuevo Mando, Santo Domingo, puede y debe ser elemento dinámico en las relaciones de los dos continentes americanos, en el desarrollo de la civilización americana, en el imperio pan-americaao y vincular su existencia soberana en el Mar Caribe al honor y al interés de Estados Unidos y a las simpatías y al interés de la América Latina.
Civilización o muerte nos enseñó Hostos en 1901. El Canal de Panamá nos repite el dilema, con cuanto en tan magna obra expone la aptitud, la voluntad, el poder del gran pueblo, dueño de las fuerzas compulsivas que mueven las formidables compuertas de hierro, hinchen las aguas bajo las quillas en las esclusas y guardan cada ruta con cañones de 16 pulgadas para que transiten pacíficamente los productos de los pueblos...
Civilización o muerte, lección imperativa de ambos maestros!
A bordo del Santa Luisa, Canal de Panamá, Enero 5 de 1921.
(Envío del Autor).
* En Repertorio Americano 25. Vol. II. Domingo 10 de julio de 1921. pp. 352-353.