Regresar a
La azotea de Reina

La aceptación de los límites1

por Carlos Victoria

     En una época en que la poesía, al igual que otros géneros literarios, se ha impregnado para bien o mal de un incurable exhibicionismo, de una avidez febril por trazar nuevas pautas, resultaría injusto que pasara inadvertido un libro como Caverna fiel, de Reinaldo García Ramos,2 cuya virtud esencial parece ser el decoro.

     No decoro en la aceptación de recato falaz, de disfraz mojigato, sino en el sentido más profundo de dignidad y respeto, en la sabia aceptación de ciertos límites imprescindibles para que la palabra no pierda su autenticidad.  Sobre todas las cosas, Caverna fiel es un libro de madurez de un poeta que ha convertido la vida en reflexión, y desea compartir con el lector sus modestos hallazgos.

     viñetaLa primera parte, Lecciones y discursos, abarca de una forma sutil distintas etapas del desarraigo: desde el  intento de sublimar lo imposible de asir (London Kid), pasando por una leve sátira sobre la deshumanización de los que no entienden la postura penosa de los desarraigados (Funcionaria a la entrada del mundo), hasta "consejos" sobre el arte de asumir con elegancia las pérdidas, no sólo la más evidente del país de origen (es un poeta exiliado el que nos habla), sino las otras más complejas de afectos, entornos, conquistas materiales y aspiraciones irrealizables.

     "Y sobre todo no declares en falso", dice un verso importante de Regla del descuento, uno de los seis poemas de esta primera sección.  A la larga, nos sugiere García Ramos, lo único que puede salvar al desarraigado es su sinceridad.

     Con la segunda parte, Baladita del crack, el cruel retrato de un drogadicto atrapado en su ciclo destructivo, García Ramos revela una faceta insospechada dentro de su obra.  Tanto en su libro anterior, El buen peligro,3 como en el resto de los poemas de Caverna fiel, el lector se desliza por una travesía de imágenes y escenarios que a pesar de un ocasional desgarramiento transpira quietud y nobleza.  Aun en las sátiras, como es el caso del poema a la funcionaria, se percibe un humor refinado que amortigua la mordacidad.

     Lo peculiar en esta pequeña balada, dividida en seis partes, es que sin abandonar el patente decoro que distingue este libro (y es válido repetir decoro, sin temor a los ecos engañosos que pueda despertar la expresión), García Ramos realiza una vivisección feroz del personaje y del ambiente sórdido en que transcurre su estrecha existencia.  En el poema no aparecen cuestionamientos morales, pero tampoco lamentaciones ni reflexiones compasivas.  El mundo de las drogas está descrito y sintetizado en toda su mezquindad espiritual, y aun más, en su irremediable vacío.

     "Vino una furia clara... y se llevó sus dientes, su sonido, como un camión de sanidad que recogiese las bolsas amarradas".  Versos duros que transparentan una visión casi aséptica de la caída de un ser humano a un pozo sin fondo.

     Pero es en la sección final, Huella intacta, donde el libro realmente emprende vuelo; donde los versos nos entregan la clave misteriosa de los valores que sustentan esta poesía, y que pueden enunciarse en una sola palabra: permanencia.

     En estos seis últimos poemas (y subrayo de paso la constancia del número seis: una manera de ceñirse a un orden, de dominar a través de la sujeción a las cifras un mundo fragmentado por el azar), García Ramos rescata el tema que parece ser común a la buena poesía de todos los tiempos, desde el Eclesiastés hasta la fecha: la búsqueda de un asidero vital en un entorno frágil, amenazado por los perpetuos cambios que culminan en el más temible, la muerte.

     Resulta significativo que todos los poemas de esta parte final estén dedicados a escritores y pintores: más significativo aún resulta que tres de estos seis artistas, amigos del poeta, hayanviñeta muerto.  Huella intacta, como su mismo título evoca, enfatizado además por la cita de Thomas Merton ("the heart of an eternal silence"), procura inventariar las cosas que para el poeta son duraderas, y hace a la vez un llamado, en primer lugar a sí mismo, a preservarlas con fidelidad.

     En el poema final, La mano de madera, en mi opinión el mejor del libro, la imagen de ese "objeto algo oscuro", de esa "presencia devastada, con sus dedos que apuntan hacia el techo, a la pradera de otras nubes, a los dibujos de la cal, que nunca cambian", expresa con firmeza y elocuencia esa aspiración a la invariabilidad.

     A lo largo del libro, protegido en su caverna fiel, el poeta juzga el mundo exterior como el consabido lugar de tránsito, pero su visión no está empañada por el rencor ni el rechazo; la luz que viene de afuera deslumbra, pero no ciega; hay adentro suficiente sombra para filtrarla.  Alimentado con valores que para él resultan indestructibles, el poeta se siente capaz de escribir versos que resistan "el brutal incendio de las ruinas", "los años, las persecuciones y las guerras", "los laberintos polvorientos", e incluso "las desapariciones necesarias".

     Con este poemario breve y decantado, donde cada palabra adquiere peso, García Ramos deja una huella que prevalecerá intacta en la labor poética de este interminable exilio cubano.

Miami, abril de 1994

Notas

1 Publicado en Catálogo de Letras, Nº 3  (Miami, 1995), página 2.

2 Editorial Verbum, Madrid, 1993, 56 páginas.

3 Editorial Playor, Madrid, 1987, 68 páginas.
 

5 preguntas a Reinaldo García Ramos

Por Luis de la Paz

     Este escritor cubano es de hablar pausado, así también es su andar, y creo advertir que su obra literaria lleva la marca de la sobriedad, del paso seguro. Su poesía parece describir un trazo preciso que cala la sensibilidad del lector. En su juventud Reinaldo García Ramos se unió al mítico grupo literario El Puente, que  marcó una pauta en la poesía cubana de los años sesenta. Luego, en la peor etapa del stalinismo cubano, al cerrarse todas las puertas a los escritores honestos (los otros no cuentan, naturalmente), se integró a las filas de los que escribían en el silencio y compartía sus poemas con amigos muy íntimos. Finalmente logró salir de la isla durante el éxodo del Mariel en 1980. En el exilio ha publicado los libros de poesía El buen peligro (1987), Caverna fiel (1993) y En la llanura (2001). En Cuba dio a conocer Acta (1962).

1.-Cuando se habla con usted no se puede dejar de aludir al grupo literario El Puente. Cuéntenos un poco de ese movimiento, con el cual comienza como escritor.

--Desde fines de 1961, varios escritores muy jóvenes (muchos teníamos menos de 20 años de edad) comenzamos a agruparnos en torno a José Mario Rodríguez, que recién había publicado El grito y nos hizo ver los peligros que entrañaban para nuestra obra las políticas excluyentes que ya Reynaldo García Ramosse perfilaban en el nuevo gobierno. Entendimos así que, si no publicábamos cuanto antes, las incipientes estructuras que surgían en el campo de la cultura nos dejarían sólo dos opciones: la sumisión o el silencio.  En cambio, nosotros aspirábamos a expresarnos con independencia; rechazábamos el adocenamiento exigido por los funcionarios de la naciente burocracia.  No buscábamos desentendernos de lo que ocurría en el país a nivel social y político, pero queríamos dejar sentado nuestro derecho a escribir sin tesis preconcebidas.  De ahí el gran mérito de José Mario, que fundó entonces las Ediciones El Puente y corrió con muchos de sus gastos: dio así a ese grupo muy heterogéneo de jóvenes la posibilidad de publicar sus primeros libros (al grupo pertenecieron, por ejemplo, autores tan disímiles como Nancy Morejón, Isel Rivero, Miguel Barnet y Belkis Cuza Malé, entre otros).  Yo publiqué en El Puente mi primer libro (Acta) en 1962.  La antología Novísima poesía cubana, I, que preparamos Ana María Simo y yo, apareció ese mismo año y fue el primer intento de presentar coherentemente a los poetas del grupo. Pero El Puente no fue una escuela literaria: en los textos de esa obra es fácil comprobar la multiplicidad de estilos y de intereses estéticos que tenían los autores antologados.  Éramos un grupo de jóvenes entusiastas, creadores recién formados, que ante el cataclismo del país compartían esperanzas y temores y buscaban proteger su libertad de expresión.  Luego cada cual encontraría por su cuenta un rumbo propio. Las Ediciones El Puente sucumbieron en 1964.

2.-Usted fue uno de los directores de la revista Mariel. ¿Cuál cree que fue el mayor aporte de esa publicación a la cultura cubana en el exilio?

--Fui uno de los tres integrantes del Consejo de Dirección de la revista Mariel en su primera etapa (1983-1985); los otros dos eran Reinaldo Arenas y Juan Abreu.  La revista fue un proyecto mucho más maduro y orgánico que el valioso esfuerzo realizado por El Puente.  Sin embargo, ambas tentativas respondían a la misma necesidad visceral: la urgencia que cada autor sentía por dar a conocer su obra ante un medio poco receptivo o francamente hostil; es decir, el intento de afirmarse como escritores y no ser anulados.  La revista Mariel aportó a la cultura cubana del exilio muchos ingredientes estimulantes; pero el más importante fue el bagaje de nuevas experiencias y puntos de vista que traíamos de la isla y que no habíamos podido expresar hasta entonces. Hubo un contraste evidente entre ese bagaje y el tono usual de la cultura del exilio, pues en muchos casos expresábamos vivencias y sentimientos, actitudes políticas, estéticas y existenciales que no se parecían a las expresadas por los escritores que habían estado más tiempo fuera de Cuba.  Pero entendíamos que ese contraste nos enriquecía culturalmente a todos: queríamos entregar nuestro mensaje tan peculiar, pero también insertarlo en la tradición literaria cubana.  De ahí que en cada número de Mariel rindiéramos homenaje a figuras destacadas de nuestras letras con las que teníamos obvia afinidad, como Lezama, Piñera, Poveda, Labrador Ruiz, etc. 

3.-Acaba de aparecer En la llanura, su más reciente obra. Háblenos de ese libro.

--Mi libro En la llanura (Miami, La Torre de Papel, 2001) recoge 15 poemas escritos en Nueva York entre 1993 y 1999. En esos años tuve muchas pérdidas personales (amigos que murieron, sobre todo a consecuencia del sida), pero también pude concluir una etapa de maduración y precisar mis objetivos poéticos.  De ahí que el libro tenga, por un lado, un tono elegíaco; y, por otro, intente expresar una firmeza de vida, una continuidad en las convicciones a largo plazo. Es un libro un tanto metafísico, pero también conectado con ciertos episodios de nuestra experiencia histórica, pues alude a momentos como la caída de la URSS en 1989 y a la imagen de Rimbaud, que fue traficante de armas en Harar en 1891.

4.-¿Qué hay nuevo en su poesía más reciente, que no estuviera en su producción anterior? 

--Tengo la esperanza de que este último libro sea mejor que los otros, pero corresponde a los críticos responder esa pregunta, si les interesara hacerlo. El autor debe limitarse a exponer su mensaje con sumo cuidado, no a elogiarlo.  La autovaloración es un ejercicio anodino.

5.-Después de vivir una parte importante de su vida en Cuba usted sale al exilio y se establece en Nueva York. Dos décadas después se traslada a Miami. Díganos sus impresiones sobre ese “romper” con un sitio y comenzar en otro, y el impacto emocional que provoca alejarse de un sitio en el que se ha dejado una huella. 

--Nadie que haya vivido en Nueva York puede decir con honestidad que esa ciudad lo dejó indiferente. Uno puede odiarla o amarla, pero no desatenderla. Viví allí 21 años, y desde luego, no salí ileso; su ambiente, sus opciones y sus personajes me transformaron.  En Nueva York viví los años más entusiastas de mi exilio, los más productivos hasta ahora, pero también los más angustiosos. Cuando llegó el momento de abandonar esa ciudad, lo hice sin pesar, pues ya ella me había enseñado todo lo que podía enseñarme.  Miami, en cambio, me permite renovar mis esperanzas, vivir a ritmo más sosegado y con menos dinero, reconectarme con mi idioma, mi cultura natal, mi gente. Además, ahora vivo más cerca de la naturaleza, a media cuadra del mar, y ese mar se ha convertido en mi mejor amigo.

Diario Las Américas
31 de marzo del 2002

 

Regresar a
La azotea de Reina