Introducción a tres artículos de José A. Baragaño*
Duanel Díaz, Princeton University
En un artículo publicado en el Diario de la Marina el 24 de noviembre de 1959, Jorge Mañach lamentaba la proliferación de “inmoralidades nuevas”, la “anarquía de los elementos marginales” y las “novedades escandalosas”, que ve como una consecuencia inevitable pero indeseable de la revolución. En nombre de la “disciplina espiritual” y de la “moral”, Mañach criticaba lo incitante de los desnudos de los anuncios de películas, la quiebra de la cortesía y de “las formas todas”, así como el derrumbe de “las jerarquías más acreditadas” y “un auge de cierto existencialismo breñal.” “En las letras se quiere que hasta la poesía sea convulsa, descarnada, explosiva. A los valores de reposo, se sustituyen los valores frenéticos.” – afirmaba.
“Una generación: ni dividida ni vencida”, artículo publicado en Lunes de Revolución el 7 de diciembre de 1959, es en buena medida una réplica a tales señalamientos. “El presente es nuestro”, frase que Baragaño opone a ese “crítico del pasado” que no llega a nombrar, alcanza a resumir lo que podemos llamar el espíritu de Lunes; ese estilo donde la arrogancia juvenil se confunde con el radicalismo vanguardista El suplemento cultural del diario Revolución promovió, a partir de una exacerbada pugna generacional, una “nueva literatura cubana” que, en palabras de Piñera, debía ser “un acto tan fehaciente como lo es la Reforma Agraria o como la nacionalización de empresas extranjeras.” El nuevo escritor contaría, según Piñera, con todas las libertades para su expresión “pero al mismo tiempo no perderá de vista la realidad so pena de girar sobre sí mismo como hace un astro muerto en el espacio.”
Era esa, en opinión de los “jóvenes airados de 1959”, la falta cometida por los escritores de Orígenes. A la visión conservadora de aquellos, nutrida por un pensamiento católico – Maritain, Claudel, Bloy-, estos oponían la estridencia vanguardista – Miller, Breton, Picasso –; a la nostalgia patricia por cierta grandeza criolla del siglo de los fundadores, “un nuevo siglo XIX” que incluyera todo lo marginado por aquella mirada blanca y aristocrática; a la concepción poética de Lezama, informada por los misterios católicos, el deseo de que la poesía expresara la belleza convulsa de la revolución. La vida no estaba ya, como para Rimbaud y luego para Breton, en otra parte; ahora estaba aquí y ahora; allí y entonces: en el torbellino de la Revolución.
De lo que se trataba, para los de Lunes, era de hacer tabula rasa, en el libro de la literatura cubana, del capítulo Orígenes, para buscar otros orígenes en aquella generación a la que los origenistas se opusieron: la de los años veinte, cuando el ideal de reunir vanguardia artística y vanguardia política animó la formación de una cultura política e intelectual de izquierdas, y el comunismo cubano tuvo su etapa heroica, romántica, con las emblemáticas figuras de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena y Pablo de la Torriente Brau – a quien, significativamente, estaba dedicado el artículo de Baragaño sobre la “responsabilidad literaria”. El lapso entre las dos revoluciones, la del 33 y la del 59, era para los jacobinos de Lunes una especie de tiempo muerto al que contrapusieron el aliento vital e histórico que pasaba como una chispa de la generación de Mella y Villena a la de Fidel Castro y Rolando Escardó.
A los de Orígenes aludía Baragaño, en este otro artículo publicado unas semanas después (“De la responsabilidad literaria”, 11 de enero de 1960), cuando rechazaba esos “mitos sobre la posición y tarea del escritor” que en los “últimos veinte años” han sido “la razón fundamental de la parálisis espiritual de la literatura cubana”. Las posteriores referencias de Baragaño, en el mismo escrito, a una literatura nostálgica, pasatista y muerta, no pueden entenderse sino como tácitas críticas a los origenistas. De un lado: una literatura colérica y rebelde, que encara de manera raigalmente revolucionaria los conflictos del hombre contemporáneo; del otro, el apoliticismo, la torre de marfil, la “irresponsabilidad de la poesía”, cómplice, consciente o inconscientemente, de aquel orden burgués que la Revolución ha venido a destruir.
Por ello Baragaño rechaza todo apoyo al nuevo régimen que no se funde en aquellos valores revolucionarios. En lo que constituye una tácita respuesta a las declaraciones de Mirta Aguirre en “Pólvora en salvas” (Hoy domingo, 13 de diciembre de 1959), sobre la gratuidad de discutir ahora qué fue Orígenes, toda vez que, según la doctora comunista, “lo que importa saber es si los que allí estaban, están hoy o no junto a la Reforma Agraria”, Baragaño sostiene que es preciso “inscribirse dentro de las angustiosas preguntas del hombre contemporáneo que el existencialismo, el surrealismo, el marxismo han utilizado, y que constituye su empuje revolucionario.” Baragaño asume, así, en cierto modo el papel del Trotsky de Literatura y revolución. En aquel libro fundamental, el propósito no era otro que definir los campos, esclarecer la frontera entre el ‘nosotros’ de la revolución y el afuera de los poputchiki. Estos, los “compañeros de viaje”, eran escritores que aprobaban a la revolución, pero desde una perspectiva que no les permitía comprenderla en su totalidad. Portadores de ideologías reaccionarias, nacionalistas, religiosas o pequeño-burguesas, ellos no podían expresar verdaderamente a la revolución, aun cuando lo intentaran en sus escritos celebratorios, a menos que asumieran absolutamente la nueva concepción del mundo, materialista y proletaria, de Octubre.
Mientras los comunistas de Hoy llaman a los intelectuales cubanos a abandonar la posición del “compañero de viaje” para “integrarse” completamente a la revolución asumiendo su ideología rectora, aquí es Baragaño quien reivindica, frente a “fellow travelers” como Lezama y Vitier, el campo de lo revolucionario. Pero si para los de Hoy, mucho más cerca, a pesar de su estalinismo, de la posición de Trotsky, este campo está estrictamente definido por la ideología marxista-leninista, para los de Lunes lo está sobre todo por un Zeitgeist que la incluye pero no se limita a ella. En “El absurdo y la rebeldía del escritor” (1 de febrero de 1960), Baragaño afirma la compatibilidad de la actitud de quienes ponen su literatura “al servicio de la ideología revolucionaria” con la de aquellos otros que, como Henry Miller, denuncian “la alienación del hombre contemporáneo”.
Pero desde la perspectiva de Literatura y revolución, filosofías como el existencialismo y el surrealismo, reivindicadas en el magazine dirigido por Cabrera Infante, serían vistas como reflejos de la bohemia pequeño-burguesa. Y ese fue, bien lo sabemos, el destino posterior de Lunes de Revolución, que en la doxa marxista dominante desde 1971 quedó anatematizado como caso ejemplar de aquella rebeldía antiburguesa que, reaccionaria en una sociedad socialista, resulta incompatible con la verdadera revolución, propia de los intelectuales que comprenden su lugar a la sombra de la clase obrera.
Una generación: ni dividida, ni vencida
José A. Baragaño
El mundo moderno ha conocido muchas generaciones derrotadas. Muchos gritos, aullidos desde el hondón del ser que no han tocado lo espléndido del día. La sociedad moderna ha significado, por la conjunción de intereses caníbales que la constituyen, un rechazo feroz de la individualidad creadora. En definitiva, la palabra de Rimbaud y Lautréamont, su revuelta, surge contra un vencimiento, un aniquilamiento de la tesitura que tomaba aquella vida que los rodeaba. Después los poetas, los artistas y los intelectuales, han intentado, en numerosas ocasiones, vencer la muralla de la bobería, de la maldad, del terror contra la actividad intelectual. Aquellas revoluciones artísticas y literarias comenzaron por negar: la negación como vía capaz de conducir a la afirmación total de los verdaderos valores. Algunos se fatigaron, otros continuaron, para construir la vigorosa mitología viva de la poesía moderna; desvanecer el resultado terrible del rechazo de la sociedad hacia el poeta, que excitó esta voluntad creadora sin detención progresiva.
Nuestro país ha conocido lo mismo. Nuestra gran frustración histórica del pasado permitió y muchas veces exigió el adocenamiento de los intelectuales. El aullido rencoroso de nuestros intelectuales no se hizo audible, quedó en sorda protesta, o en cómplice aceptación del status terrífico de aquella sociedad. No nos corresponde condenarlos, pero tenemos la necesidad y el derecho de juzgarlos, nosotros que por primera vez podemos hablar en este país donde se nos negó todo: medios de difusión y de subsistencia, derecho a pensar y a trabajar. Esa negación partía del privilegio absurdo que existió en los centros de aceleración de las ideas; de la actitud ridícula de los aristocratizantes intelectuales y de los que hablaron de “valores consagrados”, en una nación donde todos los valores, políticos, morales y sociales estaban averiados hasta el tuétano.
Nuestro aullido, el de los nuevos, los que ahora – aunque hayamos trabajado con fuerza en el pasado – por primera vez podemos expresarnos a “la luz del día”, no será en vano. Tenemos la posibilidad de destruir el rechazo, de traspasar con una densidad muy poderosa en nuestro material literario, toda la capa de bobería que cubría la actividad intelectual en el país. La época de las biografías, de los ensayos sobre personajes famosos, de los premios literarios y de los críticos-profesores ha terminado, a pesar del esfuerzo que hacen algunos por continuarla. Para nosotros la época de la pasión, la exactitud crítica lacerante, y la poesía verdadera ha comenzado. La Revolución Cubana al extirpar el colonialismo, el vasallaje, permite a los escritores enfrentarse con la realidad desnuda, posserla, penetrarla, reducirla a su verdadero contenido, a su patente dimensión.
Analizar el pasado, denunciar lo denunciable, sublimar lo sublimable, nos corresponde. Es estúpida la actitud que considera obra del resentimiento la posición crítica, primerísima actividad de quien pretenda realizar una obra válida, o por lo menos revolucionaria, útil a la transformación de la conciencia nacional. ¡Aquí todo era bueno! Este país estaba dividido entre los malos que no aparecían por ninguna parte, y los buenos que se encontraban en todas partes ¡Privilegio de la bobería! Porque si a alguien corresponde una labor esencial en este momento es a los poetas y a los intelectuales; una labor de batalla y de grandeza, sin límites. Toda Latinoamérica espera nuestra verdad; no ha conocido más que la verdad histórica y política de nuestros dirigentes, pero necesita la verdad intelectual que legítimamente le corresponde.
Nuestro grito ha de ser en profundidad, en acercamiento de los territorios, del fuego central de esta gran vitalidad revolucionaria que sacude a Cuba. Sin ese fuego central, sin el gran mito de la rebeldía, la gran tensión de la rebeldía, cualquier ensayo es reacción: reacción contra la revolución que avanza fuego líquido hacia el establecimiento de su verdad concreta. Es necesario destruir los falsos valores, descarnar el esqueleto, lavarlo con el agua de la crítica, para ofrecer la verdad poética que a nuestra generación corresponde. En la política se ha terminado ese proceso: ¿es posible que en la vida espiritual el temor impida que los problemas se enfrenten? Sería un vencimiento final para nuestra generación el no cumplir esa realidad, volver las espaldas a la necesidad de las necesidades en este momento la acción de la crítica y la crítica de la acción.
Nuestra generación no puede ser dividida. Hay una misma realidad histórica que nos une, y nos proyecta; nuestro proyecto es la responsabilidad ante la difícil situación del pueblo cubano, que tiene la alternativa de su definitiva salvación o su aniquilamiento. Los intelectuales debemos tomar las armas si es necesario para defender lo que bajó de las Sierras. Lo demás sería cobardía. Los que combatieron en las Sierras son de los más puros de nuestra generación, son nuestros, hay una identidad de objetivos entre ellos y nosotros. Nuestro grito tiene la razón suficiente de su necesidad inobjetable. Por eso no puede haber división entre las jóvenes actitudes intelectuales ante el proceso nacional cubano en este gran momento de definiciones.
Cuando el doctor Fidel Castro ante las cámaras de Televisión afirma que los intelectuales, además de los campesinos y de los obreros, se han identificado con la Revolución, con sus defensores, habla, ciertamente, de la actitud de apoyo sin reservas que nosotros hayamos podido tomar. Pero esa actitud de defensa y apoyo exige aún más: necesita que se haga patente con obras definitivas, con instrumentos de definición nacional, con textos continuos, proyectados hacia el mundo, en que nuestra palabra también sea la palabra de la Revolución Cubana.
Ahora que los tímidos, los obcecados, los débiles empiezan a poner los bajidos de los peros contra la Revolución, nosotros tenemos que hacer más poderoso el aullido desesperado de nuestro sí, porque no hay más destino para cuba que el destino presente; después de esto viene el diluvio de sangre, si no unimos todas nuestras fuerzas para salvar, para colaborar a salvar la realidad revolucionaria. El sistema de cobardía y de venta ante los grandes intereses financieros y de compromiso con el latifundio es tan destructor para la vida intelectual como para la vida social. Ahora mismo algunos de los enemigos de la Revolución Cubana se horrorizan ante las leyes contra los criminales de guerra; los que no se horrorizaban ante el asesinato del pueblo cubano; los que no condenaron nunca los acontecimientos de Guatemala, ni la miseria general de los proletariados del mundo.
A nosotros nos corresponde la oportunidad extraordinaria de que los más importantes constructores de la Revolución Cubana pertenecen a nuestra generación: hacen la coherencia extraordinaria de la nueva República cubana. Podemos identificar nuestra rebeldía con la rebeldía desesperada de nuestra sociedad, con la dirección creadora que ha tomado el destino nacional. Esa dirección creadora ha partido de un sentido crítico tremendo, de una voluntad que no se ha detenido ante las barreras de las componendas históricas. El mismo espíritu nos alienta, y quien no esté dispuesto a sumirse en una crítica profunda, en una dimensión defensiva y ofensiva ante los agresores de la Revolución, sencillamente, no pertenece a nuestra generación.
Hace poco un crítico del pasado se quejaba de que la poesía de la nueva generación tendía a lo desesperado, lo poderoso, lo lacerante. ¡Están muy enquistados esos señores! El pensamiento en este momento exige un ir a las raíces, un radicalizarse continuo, sin beaterías ni cobardías, eliminando todo falso escrúpulo, y la nitidez burguesa, que empalaga las ideas y detiene la acción del pensamiento. La palabra debe ser manejada como una ametralladora. Una palabra bien dicha siempre hace blanco. El punto de mira de la Revolución apunta a todo lo corrompido. La poesía es iluminación, pero reacción de ácidos feroces; la poesía es símbolo, pero símbolo compresor de todas las verdades humanas. Ese sería el sentido de nuestro grito en el minuto de la gran Revolución.
Nuestra generación no puede ser vencida ni dividida. La oportunidad de su vencimiento sería el vencimiento de la Revolución, y la Revolución no se dejará vencer. Nuestra generación no podrá ser dividida, porque una división significaría la separación de nuestro proyecto de la realidad que está ahí: la poderosa realidad revolucionaria. Nuestro grito, su desesperación, termina en verdadera iluminación, en fiebre creadora, como estamos creando todos los días al destruir un pasado estúpido. Nuestra alianza con todos los agredidos, sean de España o de Argelia es una demostración de nuestro concepto universal de la Revolución, de la vocación humana de nuestro intento.
Nuestro derecho a negar está reivindicado de hecho, a negar lo que admite negación, a afirmar lo poco que admite afirmación, aunque después seamos negados o afirmados en el futuro: el presente es nuestro. No creo demasiado en las actitudes que pretenden hacer un sistema de las generaciones; pero acepto ferozmente la voluntad de transformación de las generaciones: el sentido de su aullido. Ante los que quieren adulterar el sentido de esta Revolución, nuestra voz tiene que recorrer el mundo defendiendo su verdad. Ante los que pretenden permanecer en sus pellejos secos y estúpidos debemos destruir los falsos prestigios. Ante los que quieren hacer de la poesía un criado de la tontería, debemos resaltar el sentido verdadero de la poesía. Ahí es donde se encuentra la verdad de nuestro grito.
Ni vencidos ni divididos: debemos hacer de nuestro grito la palabra de la Revolución.
Lunes de Revolución, p. 15
Diciembre 7, de 1959
De la responsabilidad literaria
(Para Pablo de la Torriente Brau: un escritor responsable hasta la muerte)
José Álvarez Baragaño
Entre nosotros han circulado mitos sobre la posición y tarea del escritor, que por aluvión inexplicable de circunstancias, tuvieron un gran aliento en los últimos veinte años. Ha sido, además, esa profusión de falsedades la razón fundamental de la parálisis espiritual de la literatura cubana, incapaz de raíz de enfrentarse con los problemas nacionales y con la crisis general del hombre. Parece pertenecer a la generación que se ofrece desde el nuevo horizonte establecer el sentido que tomará la crisis, y conturbar en favor de la realidad espiritual de nuestro tiempo las proyecciones que hoy conserva nuestra literatura.
Mientras en el mundo entero la literatura contemporánea ha sido signo de revuelta y cólera intelectual, se ha pretendido entre nosotros crear valores literarios, establecer límites eternos, constituir una literatura estable en un mundo inestable; forjar una proyección literaria nostálgica que carece de sentido tanto para el pasado con el que no puede entrar en contacto, como para el futuro al que nada ofrece. Se trata de un caso de irresponsabilidad histórica difícilmente justificable, y que no tiene más legalidad que la de su propia existencia, porque obedeció a no se sabe qué poderosa corriente escapista del pensamiento, a qué conjura de las derechas empeñadas en ocultar al hombre cubano sus conflictos, y separarlo de las grandes contradicciones actuales.
No se trata de que nosotros participemos de ninguna de las posiciones comprometidas de lo literario; todo compromiso es una atadura que deteriora la creación intelectual, y que por lo tanto el hombre libre quiere superar; es algo que va más allá de esa fórmula manida, llevando la marca de la rebelión y la conciencia de encontrarnos en un momento histórico que requiere la acción de un tipo o de otro. Porque aún en el caso de la poesía fuese superior a la historia, la poesía se encuentra dentro de la historia, y es inconcebible que una literatura pueda vivir de la contemplación beatífica de los momentos individuales estéticos o de las realizaciones de un pasado mediocre.
La poesía aparte de todo lo que pueda ser como poesía en sí, es también un instrumento de combate, un acto de cólera, en una definición furiosamente individual del tremendo destino del hombre. Pero ningún hombre vive un destino ajeno al de su tiempo; el hombre está inscrito en la suma de sus acontecimientos, que son los de la historia política, social, económica y cultural. La literatura del sueño y del “absurdo” también está instalada dentro de una situación histórica, porque es el absurdo y el sueño de hombres que viven en un momento y en un lugar. Todas las formas literarias son legítimas siempre que obedecen a ese estar, a ese vivir un tiempo histórico, una masa dialéctica de conflictos que nadie puede superar. La pretendida superación de esos conflictos no es otra cosa que la timidez de quienes no quieren aceptar su encrucijada espiritual, y se pierden detrás de una cortina de humo que es una lamentable mediocridad.
El término de “responsabilidad” como base de la actividad literaria se debe a una figura fundamental del pensamiento moderno, Jean Paul Sartre, que ha comprendido con su profunda cultura filosófica y su pensamiento disparado desde todos los ángulos, la situación de la sociedad contemporánea. Esa responsabilidad sin “dramatismos ni patetismos” no se encuadra en ninguna actitud partidista ni se resuelve en el sentimentalismo pseudo-proletario de alguna literatura oficial; por el contrario, tiene un valor ontológico e histórico de gran envergadura que no puede ser negado por nadie, y que es dentro de algunas posibilidades de discusión el único destino cierto del arte contemporáneo; su legitimidad queda demostrada por el interés que pusieron los “existencialistas” en Giacometti y Artaud, -- dos artistas aparentemente alejados de esa “responsabilidad”.
Sin detenernos demasiado en un juicio sobre la posición de Sartre, queremos traer nuestra atención de nuevo hacia el problema de la literatura y la poesía en Cuba. Hemos dicho que la misma ha permanecido desvinculada de la gran trayectoria del pensamiento contemporáneo. Aquí se ha hecho mucha labor de divulgación, se ha traducido a los poetas más importantes, se ha leído y se ha hablado de la gran poesía, pero todo eso en el plano de la confusión – la gran pasión de los reaccionarios cubanos. La instauración del confusionismo no ha obedecido a un fenómeno gratuito, por el contrario, creemos que surge de esa dirección de las derechas empeñadas en mantener el país en una inmovilidad del pensamiento, de manera que no ofreciese respuestas adecuadas a sus propios problemas.
Los intelectuales que mantenían el “apoliticismo” de la literatura, la irresponsabilidad de la poesía y la neutralidad del pensamiento, fueron siempre instrumentos conscientes o inconscientes de las fuerzas opresoras que la Revolución se ha encargado de destruir. Pero esa irresponsabilidad permanece, se pretende que hacer una declaración de “dientes para fuera” a favor de la Revolución, que escribir un artículo sobre la Reforma Agraria o la soberanía nacional, constituye una toma de conciencia del proceso político e histórico. No es así. Una toma de conciencia de nuestra encrucijada exigiría no solo una definición a favor de la Revolución, sino también inscribirse dentro de las angustiosas preguntas del hombre contemporáneo que el existencialismo, el surrealismo, el marxismo han utilizado, y que constituye su empuje revolucionario. Es un sueño pensar que partiendo de Santo Tomás y de Santa Teresa, de Maritain y Claudel se puede inscribir una conciencia revolucionaria en nuestro proceso literario. La Revolución tiene su fundamento en los pensadores revolucionarios y nada más.
Somos de los que piensan que la nueva toma de conciencia se hubiera hecho necesaria, aunque la Revolución hubiera tardado un poco. Es sabido que la Revolución Cubana ha sorprendido a los observadores porque tiene algo de gran deslizamiento histórico, del avanzar brusco de un pueblo. La situación cubana estaba madura para la Revolución, pero eso no implica que la Revolución tenía que producirse “ahora” y no “después”; otros pueblos cuyos conflictos han llegado al máximo no se han producido revolucionariamente hasta el presente. Sin embargo, la literatura cubana hubiera tenido que tomar una posición revolucionaria, porque su estado lo exigía y lo exige; el alejamiento del país de sus intelectuales no obedece a otra cosa que a la incapacidad de dar un pensamiento revolucionario de parte de la gran totalidad de la actividad literaria nacional.
El tiempo de la responsabilidad intelectual es el nuestro, con Revolución y sin Revolución. En un pueblo agobiado por una opresión política y económica sin paralelos era absurdo mantener los ojos fijados en el pasado colonial, en los “señores barrocos” y en los conflictos de esos “señores”, que muy poco tienen que ver con los terrores de nuestro pueblo que está integrado y porque la “cultura” en el sentido de la Revista de Occidente tampoco conmueve la realidad contemporánea, creemos que con Revolución o sin Revolución, a estas alturas los intelectuales y los artistas se hubieran visto obligados a tomar una posición responsable ante nuestros conflictos.
No recomendamos una literatura de la mediocridad, ni una literatura que olvide la tremenda voluntad de lo político; no conocemos una mayor denuncia del desgarramiento humano que la poesía de Rimbaud y Lautreamont. Creemos que el enfrentamiento radical con las realidades espirituales suscita soluciones definitivas y profundas que conllevan un grado de responsabilidad. Lo que desechamos es esa poesía que Quevedo llamaba “florida, yedrada y fontanera” que no conduce a ninguna solución – en el sentido de dirección –, espiritual ni política ni material. Que es una pura anulación, centrarse en el vacío, actuar como un émbolo sin sentido entre paredes de piedra-pómez. De esa actitud proponemos se separe la literatura cubana.
Esa nueva dirección puede partir de Lautreamont, de Maiakovsky, de Artaud, de Trakl; no importa, pero debe tener una base angustiada y dirigida hacia una nueva realidad, cualquiera que esta sea. Pero es imprescindible que de la pálida contemplación de un pasado mediocre, del hundimiento en un pintoresquismo opaco, saltemos a la pura dimensión del ser, a la práctica de la realidad del ser a través de la cultura política y literaria, abandonando la “podrida mirada hacia atrás”. La poesía cubana hablará desde su centró o no hablará.”
Lunes de Revolución, p. 3
Enero 11 de 1960
El absurdo y la rebeldía del escritor
José A. Baragaño
Hace días fuimos sorpresivamente invitados a tomar parte de un conversatorio sobre el compromiso del escritor, junto con el escritor mexicano Carlos Fuentes, y los compañeros del periódico Revolución y de Lunes, Lisandro Otero, Pablo Armando Fernández y Guillermo Cabrera Infante. Nos ponemos ante el “papel en blanco” para escribir algunas cosas que dijimos allí, y, sobre todo, para escribir lo que el tiempo no nos ha permitido decir.
La pregunta por el sentido del compromiso del escritor moderno, con quien está y con quien no está comprometido es cosa corriente, cosa de todos los días; algo así como un ruido al que nos vamos acostumbrando, tanto que se hace imperceptible, y de pronto nos vuelve a preguntar, lo que se había hecho cuotidianidad continúa siendo audible. Es quizás este uno de los temas que nos permite decir menos cosas originales. Se ha hablado tanto sobre el asunto que difícilmente alguien pueda añadir algo que no incida en los argumentos de otro muy cercano o muy lejano. Es uno de esos lugares comunes que se repiten continuamente, porque en realidad nunca han sido convertidos en algo verdaderamente común, completamente cuotidiano, y busca la manera de emprotarse, de asimilarse o confundirse en y con la realidad.
Se habla y se ha hablado mucho sobre lo que es y lo que puede ser una literatura revolucionaria sobre esa tierra inciden los intereses y los “valores” de las diferentes posiciones ante el problema social. No es extraño que las clases dirigentes, a través de sus ideólogos conscientes o inconscientes, traten de separar todo sentido o contenido revolucionario de la obra literaria – en el caso extremo en que el único contenido posible para la obra de arte sea revolucionario, los valores – intereses de la reacción tienden a negar la necesidad de un contenido, abogando por una literatura gratuita, sin contacto con el hombre, pudriéndose en su propia perfección.
Pero entrando en el campo de las posiciones auténticamente revolucionarias se posibilitan dos actitudes. La primera; concebir la rebeldía, lo que algunos llaman la “revuelta”, del escritor desde su terreno, constituyendo una forma de combatir la alienación del hombre contemporáneo, expulsado hacia campos que no atañen a su verdad. La segunda: constituir la literatura en un instrumento de combate al servicio de la ideología revolucionaria, haciendo abstracción de todo intento de lo maravilloso o del desgarramiento poético. Esa dualidad, esa doble autenticidad, nos parece conductora hacia una posición ideológica capaz de transformar al hombre y a la sociedad.
Sin embargo, una teoría de problemas de índole social hace posible una u otra actitud. Ningún fenómeno social – la literatura no deja de ser un acontecimiento social – se produce en un alejamiento de los datos fundamentales que conforman su época. En unos momentos es posible la responsabilidad, y en otros esa misma responsabilidad se enfrenta con la barrera que imponen los poderosos Estados y clases dirigentes, constituyendo una limitación para ejercer una presión sobre la cultura capaz de provocar una explosión. A veces la literatura tiene que esperar por la revolución para hacerse consciente y completamente revolucionaria. Porque la repetición de slogans, de posiciones políticas manidas, no es labor de la literatura que por su esencia tiende a arrancar desde el fondo de la realidad, desde la absoluta profundidad del hombre.
La diferencia de esas actitudes es la que separa al rebelde del revolucionario; al que se opone a un estado de cosas desde su situación casi indefensa, y al que cuenta con un equipo, con una clase o partido, que le permiten transformar la realidad, transformar la vida, interpretar y transformar el mundo. El rebelde no puede transformar el mundo, y da poca importancia a las interpretaciones; le basta con condenar la situación histórica en la que está hundido.
Esa rebeldía puede tomar la forma del delirio, en el caso de Baudelaire, escuchamos: “Si un poeta pidiese al Estado el derecho de tener algunos burgueses en su cuadra, se produciría un gran asombro, en tanto que si un burgués pidiera un poeta asado, el hecho sería completamente natural”. Cros anatematizaba al burgués diciéndole que el poeta podía, perfectamente, el poeta que moría de hambre, meterle cuatro balas en la cabeza. Esa explosión tiene un sentido. El poeta acosado, “suicidado por la sociedad”; por una sociedad que vive en el nihilismo, sin una concepción del mundo fuera del lucro capitalista, no puede encontrar los medios para destruir, suplantar esa sociedad, y recurre a la “revuelta”, a un nihilismo de otra naturaleza, que en definitiva terminará por deteriorar el sistema social.
Y es cierto que la sociedad actual. La sociedad de los monopolios, de la banca, parece diseñada para ahogar todo sentimiento poético por trivial que sea, porque la poesía tiene su origen en la libertad absoluta, si no es por su propia naturaleza la expresión más absoluta de esa libertad. De ahí que “epater le bourgeois” es una forma de combatirlo, o, por lo menos, lo ha sido en un momento de la historia. ¿Qué posición se concibe para un hombre como Henry Miller, perdido en el salvajismo dramático de la sociedad norteamericana, si no es su radical rebeldía, su literatura, su poesía abrupta y demoledora? El escándalo puede ser un medio para poner a tambalearse a una sociedad constituida sobre el puritanismo hipócrita y el silenciamiento de todas las ideologías revolucionarias.
¿Podría expresarse eficazmente – digo eficazmente – un escritor norteamericano contra la alienación furiosa del hombre norteamericano por la propaganda, la literatura mal intencionada y, cierto cinematógrafo, y otras formas culturales degradadas en los Estados Unidos, conscientemente, con el propósito de atentar, de inutilizar, y de degradar al ciudadano? No lo creo. De ahí que considero una obra como la de Miller como expresión fundamentalmente revolucionaria. La misma angustia, el mismo aislamiento se puede producir de una forma o de otra en la España de Franco donde ninguna expresión es posible, o en la Francia plena de “grandeur” del General Charles de Gaulle.
De ahí que haya una literatura del absurdo. La vida no puede ser socialmente considerada como una expresión pura, como una forma absoluta; la vida de un hombre se produce en un tiempo y en un lugar, y, además, la vida de cada hombre se produce dentro de la circunstancia especial, desgarradora, de cada hombre. Para alguien que analice correctamente lo que sucede a diario en New York, en Londres o en París, si se deja llevar por sus propias experiencias, por su situación en y para el mundo la vida no puede parecer menos que absurda. Y ese absurdo tiene su legitimidad. Está el hombre separado de todo sentido, ¿para qué vive un hombre? ¿para qué vivía un hombre en la Cuba de Batista si analizaba concretamente su cuotidianidad? Para nada, la vida de entonces en Cuba era puro absurdo, salvo para los que comprendieron la posibilidad revolucionaria. Pero no todos los hombres están en situación de comprender cuando una coyuntura revolucionaria se produce, y menos aún cuando son esos hombres los que tienen que provocar con su acción la realidad revolucionaria.
Una obra como la narración de Kafka: la Colonia Penitenciaria, es en toda su realidad una premonición del fascismo, de toda la inhumanidad del fascismo. Y hay en esa imaginación, en ese “no perdonar” de la imaginación, una condenación de la inhumanidad de la vida. Porque el escritor, como el pintor, se da cuenta de la inhumanidad de la vida en una sociedad determinada, comprendiendo la voluntad esencial del hombre de hacer de la vida un hecho humano. De liberar la humanidad del hombre, borrando su enajenamiento, estableciendo el reino de una realidad verdaderamente real.
El compromiso del escritor: la necesidad del escritor, lo que hace de un poeta un poeta, y de un novelista un novelista, es la aceptación de su rol de libertador de esa fuerza de identificación con la verdadera realidad. Aboliendo el término “compromiso”, que en cierta forma y personalmente nos parece inadecuado, quizás por la referencia Gidiana que entraña, podemos decir que la necesidad histórica del escritor es incorporarse al proceso revolucionario permanente que va a la suplantación de la vida inhumana, de la vida absurda, por la vida verdadera y humana, humanizando la historia para surgir la verdadera historia del hombre.
Ese compromiso con la revolución transformafora se hace patente para el escritor cubano, de manera absolutamente auténtica por primera vez en América. El escritor cubano se encuentra situado dentro de una pulsación histórica, dentro de una transformación única y, en cierta forma, privilegiada; por eso su palabra, hoy y a esta hora, tiene un significado fundamental para el futuro desarrollo de la cultura en América, y teniendo en cuenta el enorme bloque social que representa, para el mundo de la cultura la voz del intelectual cubano, si éste cumple su destino, será de gran importancia.
¿Con quién es el compromiso del escritor? Con su esencial sinceridad, con su imaginación, con su fuerza creadora, con su pueblo, con la revolución libertadora de todas las alienaciones, que abre la poderosa garra posada sobre la espalda del hombre. Con el esfuerzo del hombre por humanizar la vida.
Lunes de Revolución,
Febrero 10 de 1960.
*Las fotos que acompañan este artículo, y en una de las cuales vemos a Baragaño en un café, y en la otra junto a Guillermo Cabrera Infante, se reproducen aquí con el permiso de Manuel Díaz Martínez, a cuyo archivo pertenecen las mismas. Por otra parte, los titulares que se insertan pertenecen a la página original de los artículos.