Piñera, 1959
Duanel Díaz, Bucknell University
Se necesitaba una literatura nueva, tan osada como la revolución misma, tan fehaciente como la propia reforma agraria. En 1959, Piñera asumió de lleno el papel de comadrona de esa nueva literatura. Fue profeta, agitador de consciencias, tábano. Su iconoclastia era más genuina que la de sus jóvenes discípulos de Revolución, pues carecía del énfasis del novato o el converso; la había practicado desde los años de Poeta y La isla en peso. Piñera era capaz de reconocer la importancia que la poesía de Lezama había tenido en 1936, pero también su obsolescencia dos décadas después. Sus artículos están libres de la insolente ingenuidad de un Baragaño o un Padilla, pero no dejan títere con cabeza. Piñera no sólo arremete contra el “baquerismo” y el Diario de la Marina, sino también contra aquellos que habiéndose mantenido neutrales durante el batistato, ahora criticaban al gobierno revolucionario (Medardo Vitier), así como los que pretendían montarse en el carro (Fernando Ortiz).
Estos artículos de Piñera en Revolución ofrecen una invaluable vista del campo literario de entonces, ese campo de Marte donde la batalla entre los vanguardistas de Revolución y los marxistas de Hoy coexistió con un sinnúmero de alianzas y conflictos intestinos. Frente al extraño pacto de comunistas y católicos que se vislumbraba en la Nueva Revista Cubana, Piñera retoma su infatigable crítica a la “literatura respetuosa.” Así como la revolución había superado la “muerte civil” que sufrían los escritores durante la República, debería superar la literatura de salón, respetuosa, ornamental, retórica, conformista. La literatura no debía ser inocuo Juego Floral, sino uno en el que fuera la vida, como una ruleta rusa. Las imágenes de violencia, de clara estirpe vanguardista, abundan en estos artículos de Piñera: los jóvenes escritores han de asumir su papel de “conquistadores,” actuar con la valentía de los piratas de antaño.
Ahora bien, ¿cómo esperar que todos esos intelectuales a los que el gobierno revolucionario había dado trabajo, de los que Piñera ofrece una lista en uno de sus artículos, tuvieran autonomía suficiente para llevar a cabo semejante tarea? Esa utilidad de los escritores que Piñera reclamaba frente al filisteísmo burgués, ¿no derivaría necesariamente en servidumbre al nuevo Estado? ¿Cómo fundar una literatura irrespetuosa mientras se consagra a la revolución como un nuevo absoluto? Se diría, recordando la famosa réplica de Lezama a Mañach en 1949, que Piñera pretende conciliar la sede y la fede. Si tras la revolución del 30 los hombres de la Revista de Avance habían naufragado en la politiquería y el periodismo, ahora era posible involucrarse en ese espacio público, pues el mismo se había dignificado, ya no representaba una traición a la causa de la literatura. Como la realidad y la imaginación, en la revolución sede y fede vendrían a ser uno.
Que las cosas iban a ser de otro modo se hizo evidente en 1961, en aquellas reuniones donde la intervención de Piñera se ha convertido, por cierto, en leyenda a menudo exagerada y tergiversada. Aun después de aquellos sucesos, Piñera insistía en resolver la contradicción, cuando definía así, en su polémica con Fernández Retamar, la situación de los escritores de la nueva generación: “Conscientes de que literatura y política están profundamente relacionadas y compenetradas, están en magníficas condiciones para expresar la realidad de la vida que bulle en torno a ellos. Ni hablar de literatura panfletaria. Esa era procedente (y nosotros no la hicimos) en la época de la reacción. En esta de la Revolución, basta con la literatura por sí misma. ¿Y por qué por sí misma? Porque ahora la Literatura es un apéndice de la Revolución, una rama más del árbol revolucionario? (“Notas sobre la vieja y la nueva generación,” La gaceta de Cuba, 1 de mayo de 1962).
La metáfora refleja bien la dualidad en juego: si la literatura es parte orgánica de la revolución, no puede tener límites, como el movimiento revolucionario mismo; sin embargo, si la revolución, siendo la raíz de todo, el alfa y omega, es ella misma el Límite, la literatura ha de ser respecto a ella lo que la filosofía a la teología en los tiempos medievales. En los años siguientes, la contradicción no puede resolverse sino en este último sentido. La obra de Piñera (Presiones y diamantes, Dos viejos pánicos, Una broma colosal) dará cuenta, en clave más o menos alegórica, del inevitable triunfo del principio de realidad. Los años felices de Revolución (en 1959, treinta y tantos artículos en el periódico, varias colaboraciones en Lunes, todas ellas pagas) parecían un interregno soñado. Gran conocedor de los románticos franceses, Piñera pudo haber recordado aquella frase de Víctor Hugo en su Diario, a propósito de las jornadas de 1848, según la cual la revolución es un “día de fuego, años de humo.”
“Más tarde, en los tiempos “heroicos” y tumultuosos que advinieron, he quedado pasmado, una y otra vez, ante el monstruo que todos hubimos de engendrar (sigo manteniendo que todo eso ha sido una monstruosidad), y he llegado al convencimiento de que el hombre consigue hacer de sí mismo cuanto le viene en gana. Así como un pintor parte de una simple línea para llegar a la totalidad de la figura humana, así también el hombre con una simple idea, alocada idea, absurda, pueril y a la vez profunda, puede instaurar la iniquidad,” escribe el narrador de Presiones y diamantes.
Expulsado de la sede, sólo le quedó la fede; la literatura, única, mínima salvación. Ciertamente, la nueva “muerte civil” era peor que aquella denunciada en 1955. Se cumplía, así, un terrible destino. “Si alguna vez tuviste bellos días, tardes apacibles, amables conversaciones; si en un instante magnífico viste crecer la rosa y colorearse el aire; si decir “buenos días” era algo perfectamente natural; si… para qué seguir cuando el corazón se ha secado. En tu diccionario personal no aparece la palabra salvación. Y en cambio, fueron sustituidas las demás por una sola, “condenado,” infinitamente repetida.” Como a Rosa Cagí en los altares del Amor, a Piñera le tocó ser santo laico en el altar de la Literatura. Sus artículos revolucionarios de 1959, este Piñera optimista, demasiado optimista, iluminan el tamaño de su pasión.
Los artículos de la presente entrega los publicó Piñera en Revolución. Exceptuando el último de ellos, contra el Diario de la Marina – que firmó con su nombre, Virgilio Piñera – los demás publicó como «El Escriba».
“La reforma literaria,” 12 jun. 1959, p. 2.
“La Nueva Revista Cubana,” 27 de junio de 1959, p.2.
“Las plumas respetuosas,” 13 de julio 1959, p. 17.
“El baquerismo literario,” 27 de jul. 1959, pp. 21–23.
“Hablemos de excesos,” 31 de jul. 1959, p. 7.
“Balance cultural de seis meses,” 31 ag. 1959, p. 18.
“El ‘caso’ Baragaño,” 2 sept. 1959, p. 2.
“Aviso a los conformistas,” 22 sept. 1959, p. 2.
“Más miscelánea,” 16 oct. 1959, p. 2.
“La historia de la revolución,” 11 de noviembre de 1959, p.2
“Cambio de frente poético,” 24 nov. 1959, p. 2.
“En la Marina se ahogan,”24 de nov de 1959, p.