Puntos, comas y paréntesis
MISCELÁNEA
Por EL ESCRIBA*
En pocos días más tendremos en La Habana a Sartre. Para nosotros, escritores, esta visita es tan importante como la reciente de Mikoyan para nuestra economía. No es el caso que Sartre tenga la facultad de hacernos mejores escritores, pero es el caso que Sartre está facultado para pincharnos. Por supuesto, el único pinchazo que se negaría a dar será ése basado en la idiota pregunta: Maestro, ¿cómo estima usted que debemos escribir? Esa pregunta idiota se la hizo Gerard Phillipe, a Carlos Fuentes y a Miguel Ángel Asturias. Reconozcamos que todavía estamos en esa fase que es sentirnos empequeñecidos ante los maestros extranjeros que nos visitan. En ocasiones, tales maestros lo son menos que nosotros; en otras, lo son sobresalientemente pero nuestro complejo de inferioridad acaba por entontecerlos. Evitemos, pues, entontecer a Sartre. Tal extremo lo pondría furioso. Él viene a Cuba a conversar de igual a igual, a esperar, de parte de nosotros, preguntas difíciles ― sobre su obra y sobre la nuestra ― (si es que conoce a fondo nuestra producción, cosa que dudo) ― y a no sentirse en esa posición desairada, que es la del maestro frente al discípulo.
A propósito de preguntas, se me ocurren algunas. ¿Qué piensa usted de su teatro? ¿Es cierto que usted enjuició su obra teatral en una conferencia en la Sorbona? ¿Es su teatro más filosofía que teatro? ¿Pasaría lo mismo con sus novelas? Cuéntenos exactamente su rompimiento con Camus. Díganos su parecer sobre la novela-objeto. ¿Qué opina del arte dirigido? ¿Estima usted que el llamado arte realista soviético ha dado obras de importancia? ¿Qué admite y qué rechaza usted del comunismo? Estas y otras preguntas podremos hacerle a Sartre. A su vez, él nos devolverá los disparos, y habremos tenido la rara ocasión de enfrentarnos con un hombre inteligente.
Transcribo: “Un artista es, ante todo, un hombre. Puede reflejar en su obra, ya los comparta, ya los rechace, los amores, los odios, las pasiones, las creencias y los prejuicios de su tiempo, a condición de que el arte, sagrado, sea siempre la finalidad y no el medio”.
Esto es nada menos que de uno de los apóstoles de Arte por el Arte, es de Gautier. Sin embargo, es justo. Cuando el arte es un medio produce cosas como esta: “Propiedad, hija del egoísmo ― tu nombre me hiere a la vez el oído y el corazón. ― La humanidad estará más feliz y más ufana cuando ― unidos bajos las leyes de la fraternidad ― hagamos de la tierra entera. ― una sola propiedad.” Esto es del poeta obrero Pierre Lachambeaudie (1829) ¿Quién se acuerda de él o quién lo conoce? El arte como fin en sí mismo produce cosas como ésta: “Dime, ¿tu corazón a veces se ausenta, Agata, ― lejos del negro océano de la ciudad inmunda ― hacia otro océano donde el esplendor refulge ―, azul, claro, profundo como la virginidad? Dime, ¿tu corazón a veces se ausenta, Agata? Esto es de Baudelaire y pertenece a ese libro invicto que se llama Las Flores del Mal. La única propaganda en arte es la bondad del producto.
Así como la Revolución plantea la disyuntiva sagrada: Revolución o Muerte, así también nosotros planteamos: Literatura o Muerte. Si a la Revolución se la desvirtuase, moriría; si a la Literatura se la pusiese a producir slogans pretendidamente literarios, moriría igualmente. El escritor está en el deber de crear para el pueblo, el escritor debe reflejar en sus obras los problemas nacionales, pero a condición de no quedarse en la nuda propaganda. Bajo esta cómoda postura se refugian muchos pretendidos escritores que, por el solo hecho de hacerla, pasan por tales. Si el obrero tiene autonomía en su trabajo, no veo por qué no habría de tenerla el escritor en el suyo. Si el escritor no es un pelma, si, por el contrario, es un ser dotado de una conciencia vigilante, obtendrá, por medios netamente artísticos expresar el sentir de su tiempo. Y si es el caso la vigilancia sobre el escritor, sería a ejercerla sobre aquellos que se limitan a denunciar, sin arte alguno, la explotación del hombre por el hombre. Para denuncias nada más, están los empleados municipales: para denuncias, pasadas por el tamiz mil veces más fino del Arte, están los escritores.
Se ha llegado a una confusión tan mayúscula en esto del arte mal llamado arte social, que basta a un pretendido escritor seguir mostrencamente las milenarias reglas de la escritura, y las no menos milenarias de un argumento para que nos endilguen unos cientos de páginas donde el aburrimiento, la chatura, la falta absoluta de imaginación, son las marcas predominantes. Si el Arte por el Arte es cosa de matarse de risa y de matar a sus cultores, el Arte sin el Arte puede llevar al embrutecimiento por aplastamiento de la imaginación a todo un pueblo.
* Virgilio Piñera.
Revolución, núm. 373, 19 de febrero de 1960, p. 2