Poesia Cubana Contemporânea
Dez poetas
Selección, prefacio y notas de Pedro L. Marqués de Armas
Traducción al portugués: Jorge Melícias (edición bilingüe)
Lisboa: Editorial Antígona, 2009
237 págs.
Francisco Morán, Southern Methodist University
De las trece antologías que el poeta y ensayista Pedro Marqués de Armas incluye en los títulos consultados para su antología Poesia cubana contemporánea. Dez poetas (español-portugués), siete de ellas se publicaron entre 2002 y 2007. Esto, unido al hecho de que los mismos se editaron todos fuera de la isla, sugiere no solo que el interés en la poesía se ha mantenido, sino que también crecido. Pero hay algo más que llama la atención y que no puede disociarse de esta difusión internacional: muchos de los poemarios individuales que también consultó Marqués de Armas tampoco se publicaron Cuba. No se trata, por cierto, de un detalle de menor importancia. Atrás quedaron los tiempos en que se creía – o se nos hacía creer – que al exiliarse los poetas cubanos enmudecerían, bien por no contar con el apoyo institucional de la cultura oficial, bien porque alienados de esa patria – identificada con la geografía de la isla – que supuestamente alimentaba su escritura, por fuerza esta no podía sino extinguirse. Recuérdese que en “Responde tú,” Nicolás Guillén identifica la pérdida del espacio físico de Cuba – su excepcionalidad – con la del idioma y, consecuentemente, con la mudez: “Tú que partiste de Cuba, / responde tú, / ¿dónde hallarás verde y verde, / azul y azul, / palma y palma bajo el cielo? / Responde tú, / Tú que tu lengua olvidaste, / responde tú, / y en lengua extraña masticas / el güel y el yu, / ¿cómo vivir puedes mudo? / Responde tú.” El sarcarmo del yo no puede ser más obvio: le está pidiendo cuentas – conminando a responder – a alguien a quien sabe o cree mudo. Esta partición tiene su origen en el triunfo revolucionario de 1959, tal y como lo refleja el poema de Guillén. La revolución cubana abrió una zanja entre el pasado (que pasó a ser la colonia y la llamada pseudo-república) y el presente, tanto como entre quienes se quedaron y/o no pudieron irse (el adentro) y los que se fueron y/o se sintieron forzados a escoger el camino del exilio (el afuera).
La virtud de la introducción de Marqués de Armas estriba en la concisión con que sigue la tensión entre historia y poesía, ya presente en la colonia, y la manera en que la misma se trenza al debate de la identidad nacional. Esta introducción resulta tan útil para el lector no familiarizado con la poesía cubana como para aquellos que sí lo están. A los primeros, además de la correspondiente introducción a los poetas antologados, les presenta a grandes rasgos las etapas y figuras más relevantes de la poesía cubana. A los segundos – y particularmente al comentar la obra de los autores que integran la selección – les propone una lectura que llama “progresiva,” de no pocas de los mejores textos que la poesía cubana actual puede ofrecer. Esa progresión se explica en términos de un redescubrimiento y renovación de la tradición poética cubana, “abriéndola,” afirma Marqués de Armas, “a las nuevas corrientes internacionales y devolviéndole un carácter cosmopolita, resueltamente moderno y no insularizante.” Desde aquí se vertebra un itinerario poético que complejiza, continúa Pedro, “las relaciones entre poesía e historia, surgiendo estilos diversos: conceptuales, experimentales, neobarrocos, neo-marginales, entre otros.” Estos nuevos estilos se los persigue a través de la obra de los diez poetas que integran la antología: José Kozer, Reinaldo Arenas, Reina María Rodríguez, Ángel Escobar, Rolando Sánchez Mejías, Ismael González Castañer, Antonio José Ponte, Omar Pérez, Damaris Calderón, Alessandra Molina. Lo que Marqués de Armas sorprende en todos ellos – cualesquiera que sean sus estilos – es una ética de la escritura poética. Estos poetas no pueden escuchar la pregunta que hacía Guillén simplemente porque están ocupados en hablar, en escribir. El estilo sosegado de unos, o el barroquismo o la angustia de otros, no responden ya a la obligación de certificar un origen nacional. El compromiso último no es con la ideología, sino con el lenguaje, que es donde se ganan y se pierden gozosamente todas las patrias. No es casual, entonces, que la antología cierre con los poemas de Alessandra Molina, de quien nos dice Marqués de Armas que “no mira tanto a la existencia como al lenguaje mismo.” Se trata justamente de esto; de una vuelta a los pozos e intemperies de la palabra.
La pregunta que quizá se haga el lector – como me la hice yo mismo – sea la de por qué diez poetas. Uno echa de menos la escritura de Carlos Aguilera, de Rogelio Saunders, de Juan Carlos Flores, e incluso del propio Marqués de Armas. No estoy mencionando – quiero insistir en esto – nombres que podrían, sino que deberían estar en cualquier antología de la poesía cubana actual. Desde luego, al hacer este señalamiento estoy consciente también de que ninguna antología satisface completamente el criterio de todos sus lectores, así como que no siempre el antologador cuenta con una libertad absoluta a la hora del pase de lista. Dicho esto, las ausencias – aunque importantes, sigo insistiendo – no disminuyen el valor de esta selección.