La
pavorosa transparencia. La poética de José Mario
Diana Álvarez Amell
Los poemarios Muerte del amor por la soledad y No hablemos de
la desesperación, el primero publicado en La Habana en 1965
y el segundo en Madrid en 1970, anuncian en sus títulos una
continuidad estética, en tanto que ambos aluden a sentimientos extremos
de la condición humana. Entre las fechas de publicación de
Muerte
del amor..., el último libro que publicó en Cuba, y No
hablemos..., el primero después de exiliarse en España,
sobrevinieron cambios fundamentales en la vida de su autor, el poeta cubano
José Mario, fallecido en Madrid en octubre de este año. Mediaron
las duras circunstancias personales de la censura oficial del gobierno
y la clausura de su editorial independiente El Puente, el internamiento
por nueve meses en un campo de trabajos forzados, conocidos en Cuba por
las siglas UMAP, y su salida definitiva del país en 1967 para establecerse
en Madrid.
Tanto estos títulos, como también El grito (1960),
su primer libro de poemas, y De la espera y el silencio (1961)
y La torcida raíz de tanto daño (1963), aparecidos
los dos últimos bajo el sello El Puente, conminan
al lector a adentrarse en las antárticas de las experiencias humanas
alumbrado por la luz de la melancolía y la desesperación
--la poesía se propone así como medio expresivo de los sentimientos
intensos, productos de la angustia humana. Lejos de estar conformada
por un romanticismo trasnochado como podría temerse por el contenido
de sus títulos, la poesía de José Mario elabora una
poética sobria que alcanza un difícil equilibrio estético
gracias a la meticulosa atención prestada a la composición
de una forma verbal precisa como medio para que se manifieste ese yo angustiado
cuya interioridad es la única temática sostenida en estos
poemas. La suma de la expresión concisa y la articulación
comedida de los sentimientos exacerbados es uno de los sorprendentes logros
estilísticos de su poesía. No obstante la emoción
exasperada que preconizan los títulos, en la lectura se descubre
una poesía en donde el cuidado escrupuloso de la forma expresiva
es un muro de contención. La estética formal del poema
no avala los sentimientos hiperestésicos, sino que conforma una
poética depurada del enunciado de la desesperación.
La inflexión poética contiene con una reserva púdica
la revelación de los sentimientos y distancia la poesía de
José Mario del confesionalismo desbordado mediante ese equilibrio
verbal que logra el enunciado sobrio del sentimiento de la angustia,
dotada ésta de dignidad formal. Las confesiones de la separación,
la pérdida del amor, la sensación de abandono y la desesperación
no son motivos que se distingan en general por la dignidad, ni en el discurso
literario ni menos en la vida real, por algo los confesionarios cristianos
han sido espacios reducidos, demarcados por el susurro y la oscuridad.
El otro extremo del espacio confesional es el creado por el escándalo
efectista de los programas de televisión, en donde los invitados,
por otra parte personas anónimas, exhiben su intimidad ante la pantalla
cuando hablan de sus problemas en la simulación televisada.
José Mario elige el lenguaje minado de la confesión personal
como el espacio propio para un discurso poético del yo que articula
tanto su dolor como la oquedad de sus días. Para llevar a
cabo este ejercicio literario en el que se pronuncia el decir poético
ceremonioso y luminoso a la misma vez en que se configura la geografía
de la desesperación humana, José Mario retoma la sintaxis
y la semántica de la poesía lírica española
del Siglo de Oro en los mejores ejemplos de San Juan de la Cruz y Quevedo,
éste último poeta invocado como influencia al final de Muerte
del amor..., en donde el poeta señala “Es justa casi siempre
la palabra en estos 13 poemas escritos con intervalos de 5 a 10 días
en el curso de tres meses y presentados aquí intactos” estableciendo
simultaneidad entre el tiempo personal y la estructura literaria.
El logro de su poesía se halla en la ecuanimidad entre la expresión
de la intimidad personal en crisis y la estética del minimalismo
formal. Sin recurrir a la descripción, ni a los recursos poéticos
más convencionales, ya que se evita incluso el lenguaje figurado,
los poemas de José Mario componen una elegía sobre
la inevitable infelicidad del deseo humano en Muerte del amor...
y, en últimas instancias, de la condición humana en No
hablemos...
La poética que desarrolla José Mario en estos libros, si
bien tributaria del romanticismo por su introspección en el yo concentrado
en el crepúsculo sentimental --la soledad, la desesperación--
escoge una semántica escueta. Rehuida la exclamación,
la intimidad se muestra como un paisaje interno de formas mínimas
en donde no se declama, sino se enuncia. Si su filiación romántica
surge de la mirada inamovible cuyo tema único es la desolación,
secuela del deseo, su dicción poética rechaza la retórica
exclamativa en la expresión de las situaciones límites en
los sentimientos humanos. La mesura, distanciada de la exaltación
expresiva, despoja a la poesía de José Mario de todo vestigio
de lamento edulcorado.
Detenida con una fijeza inalterable en la exposición de los sentimientos,
su poesía se vale de la expresión ceñida, sin grandes
concesiones hechas a las anécdotas que provocan la intensidad de
la reacción sentimental. Cuando éstas ocurren en No hablemos....,
la despedida, la lejanía en otra ciudad del cuerpo deseado, el deambular
por una ciudad que se desmorona, más que confesiones de situaciones
personales, parecen incidentes emblemáticos de cuando la violencia
de la fractura social interviene destructiva en la intimidad de la vida
personal aumentando el desgarramiento interno. Este conferir a lo
episódico el emblematismo de la historia, hace que se mantenga un
fundamento oscilante de la expresión poética obsesiva del
yo interior, sin que se ceda un ápice a la particularidad
incidental que transformaría el discurso poético en un striptease
sentimental.
Infringen en el espacio interno los rituales de la vida personal en crisis
y la fragmentación de la intimidad debido a la violencia pública.
El contexto histórico, la ciudad que se destruye lentamente, ejerce
su violencia al acendrar los sufrimientos personales. Aparecen así
las constantes de la vida colectiva cubana de casi medio siglo, la despedida,
la separación, la carta, el aeropuerto como sitio de la despedida
final. De tal modo, la esfera pública inflige con su violencia
incisiones en la conciencia individual. Los rituales cotidianos son
episodios en la meditación sobre la crueldad con que también
se experimentan los sucesos diarios: “Las llagas las ampollas la piel
quemante las uñas listas / para ser sacadas de ti
a no sabes dónde:/ Sales al mediodía del colegio como
quien hubiera señalado / la cita” (No hablemos...
pág. 34).
Los poemas de José Mario constituyen una poética casi tan
casta como desdichada, cuya contención ciñe los sentimientos
del individuo en crisis. Aunque esta poesía tiene como eje
temático la neurosis del yo, la conjunción de lo que en un
principio parecería una disyuntiva, la angustia sin fin y la evidente
preocupación por la frase minimalista, termina por privilegiar la
forma al dirigir la atención hacia el modo del decir poético.
Igual de significativa es la afirmación, inequívoca en su
poesía, de la autonomía de la individualidad. El epicentro
del sistema poético de José Mario se halla en ese yo
cuya presencia única es insustituible y que sólo después
es un actuante social. La individualidad como reducto real
de la conciencia personal es una de las conclusiones que expresa en el
primer poema de No hablemos... titulado “Arte poética en
homenaje a Atis”, cuando señala, “Uno comienza por ir destruyendo
la realidad para quedarse/ con sus sentimientos”. Desde la
dedicatoria a Delfín Prats, poeta cubano, y la cita inicial de Safo,
poeta de la ausencia y del amor no correspondido en los fragmentos poéticos
que de ella se conservan, se formula ahí la intención de
potenciar la palabra para construir un poema sobre la urgencia del deseo
y la proximidad plausible de la muerte. Las situaciones que se yuxtaponen
como coordenadas coinciden, no en la cronología histórica,
sino en la expresión poética de los sentimientos particulares.
Es una alta ambición literaria -- y valiente para los tiempos que
le tocó padecer a José Mario-- que asume los azares de la
vida cotidiana siempre filtrados por el prisma de una individualidad tan
obsesiva como imprescindible.
Diana Álvarez Amell,
de origen cubano, escribe sobre literatura y artes plásticas.
Graduada de Cornell University, es profesora de literatura hispánica
en Seton Hall University, Estados Unidos.
Los
primeros años
Isel Rivero
"¿...Sería
que lo dejaron como Moisés, metido en una cestita en el río?
Si te fijas, las fotos buscan el ángulo de su perfil clásico.
Todos estos demagogos no han tenido una infancia estable y se creen que
el mundo debe de ser su teatro. Me recuerda a Hitler y sus interminables
discursos."
--D. Z. de D., E.P.D.
(Durante las "ceremonias" de los paredones)1
Quizás fuera en la primavera de 1960 cuando José Mario y
yo nos conocimos. No recuerdo precisamente el mes ni el día.
Sí recuerdo la simpatía mutua que sentimos, que emanaba
de la misma lucha. Creo que fue en una de esas tardes interminables
en las que el M. L. (ya se le decía "el Máximo Líder")
se explayaba hablando, haciendo gala de un virtuosismo oral poco común,
transmutado en horas y horas de parábolas bíblicas, durante
alguna movilización en algún lugar de la isla, reclamando
toda la atención no sólo de la isla, sino también
de otros continentes. Nosotros dos, José Mario y yo, para
escapar del agobio de las radios, de los televisores que transmitían
en vivo cada punto, cada coma de su verborrea, estuvimos hablando largo
y tendido de la encerrona, de no tener espacios para publicar nuestros
trabajos. Ni siquiera Lunes de Revolución, el semanario
cultural del periódico Revolución, nos abría las puertas.
Sería en el antiguo hotel Hilton, rebautizado "Habana Libre", donde
intercambiamos poemas. Allí, donde se concentraban periodistas
de todo el mundo que no le perdían el rastro al M. L.
José Mario le daba los últimos toques a El grito.
Yo había terminado La marcha de los hurones y tenia 19 años.
El poema era crítico con lo que el gobierno planteaba y había
sido escrito en el centro mismo del poder, el Instituto Nacional de la
Reforma Agraria (INRA). El M.L. tenía sus oficinas en
el último piso de aquel edificio. Allí, en los ascensores
y en el sube y baja de los mismos y en las infinitas reuniones de estrategia
no económica, yo había conocido al poeta Rolando Escardó,
al geógrafo Antonio Núñez Jiménez, al Che Guevara,
a Natalia ("Nati") Revuelta Clews, una amiga del M. L., y a los séquitos
de guardaespaldas, todos del Movimiento 26 de Julio, pues para ese entonces
ya el M.L. había condenado a la historia al Directorio Revolucionario.
Se apreciaba el idioma inglés que yo conocía bastante bien.
Allí también, en el despacho de Oscar Pino Santos, Director
del Departamento de Producción, escuché la noticia del accidente
aéreo en que había perdido la vida, de forma misteriosa,
el comandante Camilo Cienfuegos.
Después de una pausa en que hice de brigadista para la campaña
de alfabetización, a través de amigos conseguí salirme
del INRA, donde comenzaba a ser percibida como “desviacionista” y crítica
de la revolución, en momentos en que se demandaba total obediencia
y ninguna pregunta o duda, dudas y preguntas que yo verbalizaba ingenuamente,
con las que provocaba la indignación de cierta gente, entre ellas
un ingeniero agrario francés que había tenido una explotación
de vacas lecheras en Oriente y las había donado al M. L. Este
ingeniero agrario ya me había recomendado ir a recibir clases de
"instrucción política", que no eran otra cosa que adoctrinamiento
forzado. Fue así que, gracias a Fermín Borges y a Miriam
Acevedo, entré a trabajar en el Teatro Nacional con Fermín,
quien en aquel momento era Director de Artes Dramáticas; creo que
así se denominaba su cargo. José Mario participaba
ya en los seminarios de dramaturgia del Teatro Nacional.
Teníamos José y yo una actitud independiente, crítica,
pero todavía le dábamos tiempo al tiempo. Pensaba yo
que el M. L. no estaba siendo informado de los desmanes de sus tropas,
tales como la destrucción de la incipiente industria ganadera en
Camagüey o el sacrificio de los sementales, que habían costado
un par de millones de dólares, en aras de la fábula de los
panes y los peces o, en un caso muy divulgado con fines publicitarios,
como símbolos de los latifundios.
El contacto entre José
y yo fue eléctrico, inmediato, y nos reforzó la determinación
de publicar nuestros libros. Enseguida pusimos manos a la obra.
José se movía con soltura en los medios habaneros y había
apalabrado una editorial, nada menos que la imprenta de la central sindical
nacional, la Confederación de Trabajadores de Cuba Revolucionaria
(C.T.C.R.).
En realidad, nuestras conversaciones se asemejaban a los diálogos
que se sostienen debajo de un bombardeo, pues poco a poco veíamos
cómo subían unos y bajaban otros; quiero decir, dirigentes,
políticos. Hoy unos eran amigos, mañana eran enemigos
al servicio del imperialismo o "espías de la CIA" (la Agencia Central
de Inteligencia de los Estados Unidos). Y las cosas se desmoronaban,
como por ejemplo la triste historia de Pastorita Nuñez, encargada
de la Vivienda, cuya cabeza rodó muy temprano. Digo temprano,
porque no le dieron tiempo a poner en práctica sus planes para construir
viviendas populares.
La agitación era perenne. Armar y entrenar a la ciudadanía
era una prioridad. Se crearon las milicias revolucionarias en cada
puesto de trabajo. Todo esto al compás de un rítmo
frenético, presto vivace, donde las consignas (por ejemplo, "¡No
seremos el prostíbulo del Caribe!" o "¡Patria o Muerte!",
entre muchísimas otras) se combinaban con movilizaciones inmensas,
marchas desaforadas a la Plaza Cívica (perdón, de la
Revolución), nacionalizaciones e “intervenciones” (que eran expropiaciones
de la pequeña y mediana empresa, ya que los dueños de los
grandes latifundios ya habían “emigrado” hacia otros predios).
Entre tanta agitación había poca productividad. Durante
el primer año, fue como si el tiempo hubiera dejado de existir.
Buscábamos identificar el modelo que se estaba siguiendo; pero no
lo encontrábamos. Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, en su visita
a La Habana, admitieron que el M. L. estaba haciendo una revolución
a la caribeña, nadie había visto nada igual, tan original.
Desde luego, Tropicana, el "paraíso bajo las estrellas", a donde
llevaban a todo visitante ilustre, estaba ahí, siguió estando
ahí y aún esta ahí. Más tarde,
por ejemplo, en Nicaragua se copió el modelo cubano con la Declaración
de Managua, calcada de la Declaración de La Habana, entre otras
muchas cosas. La única pista que tenia era mi vivencia directa
de cómo operaba el régimen. La única pista que
teníamos era el comparar notas, porque debo recalcar que entonces
aún había confianza en expresar lo que se pensaba.
Aún era posible tener amigos. La única pista era la
lectura. Y todavía se podían conseguir libros extranjeros,
franceses sobre todo, mejicanos y argentinos, en la Librería La
Tertulia, de Reinaldo Gómez Vallina, un reducto de paz, inteligencia
y cordura en medio de la confusión. Igualmente, en la Biblioteca
Nacional también se podían encontrar valiosas publicaciones,
pues aún no se había instalado la censura, es decir, la selección
de libros que no se podían leer y eran “decomisados”.
Mirando hacia aquellos años, creo que quien mejor supo dar la voz
de alarma fue Emma Pérez desde la revista Carteles, donde
había escrito una serie de artículos sobre la Revolución
Rusa. Todavía se podía publicar periodismo independiente
también.
Sin embargo, el individuo comenzaba a desaparecer y a integrarse en una
masa homogénea, que respondía siempre a coro y daba el sí
como una novia acorralada. El M. L., reiteradamente, preguntaba a
los miles de gentes que se congregaban en sus movilizaciones si estaban
de acuerdo con esto o aquello, y mágicamente las respuestas eran
siempre positivas. ¡Todos estaban de acuerdo! El miedo,
claro, comenzaba a despuntar, porque estas movilizaciones eran decretadas
desde los puestos de trabajo. Y se tomaba nota de quien no iba.
El Primer Encuentro de Poetas de Camagüey, cuyo organizador fue Rolando
Escardó, quien también muere en un extraño accidente
de carretera, sólo unas semanas antes del evento, terminó
de forma escandalosa cuando el coronel Alberto Bayo, de origen español,
que había participado en España en los años republicanos
y en la posterior Guerra Civil, lanzó una invectiva en contra de
lo que llamó "elementos decadentes", entre los cuales mencionó
a los intelectuales homosexuales. Había que extirpar la carcoma
que se estaba infiltrando en la pureza revolucionaria, tal era el lema
del señor Bayo, un tipo obviamente frustradísimo. Esta
invectiva sonaba como los postulados de la moral burguesa más recalcitrante,
de la cual todos queríamos liberarnos, y no había equivalencia
entre moral burguesa y revolución. Hasta entonces. Excepto
para aquellos afortunados que habían leído los comentarios
de Wilhelm Reich sobre el totalitarismo y los trabajos de Sigmund Freud,
quien siempre pareció sospechoso a la burguesía cubana, por
sus ya conocidas teorías sobre el subconsciente y la represión
sexual. He mencionado antes en otros escritos que la conducta,
tanto de Nicolás Guillén como de Lolo Soldevilla, fue ejemplar.
Le recordaron al coronel Bayo la trágica muerte de Federico García
Lorca, y además le recordaron a otros artistas renacentistas, como
Leonardo y Miguel Angel.
Pero ese exabrupto del coronel Bayo ya había sido anunciado.
A Fermín Borges lo habían destituido por su "conducta impropia",
es decir, por ser abiertamente homosexual. Lo sustituyó la
Profesora Mirta Aguirre, ex miembro del Partido Socialista Popular (Comunista),
quien de cierta forma era más inteligente y tolerante que la Directora
del Teatro Nacional, Isabel Monal. Digo abierta y tolerante, porque
cuestionó la dialéctica de algunos jóvenes comprometidos
con la revolución, que tachaban a Fuenteovejuna, de Lope
de Vega, de obra contrarrevolucionaria.
Sí, hablamos de todo eso José y yo, y le confesé,
ya entrado el otoño de 1960, que tenía planes de marcharme.
Al Teatro Nacional se habían desplazado ciertas personas cuya única
virtud era observar lo que hacían los otros y controlar las conversaciones
telefónicas desde la central del Teatro. En la víspera
de mi partida ocurrió el famoso retorno de Carlos Franqui de Moscú.
Franqui era el director del periódico Revolución,
órgano del gobierno, y era también amigo personal del M.
L. También en la víspera recogimos los ejemplares de
nuestros libros en la imprenta. Y allí, mientras Carlos Franqui
ensalzaba las virtudes del sistema comunista, de las fábricas y
el poderío industrial soviético, del metro de Moscú,
nosotros empezamos a distribuir los libros. José Mario se
ofreció a seguir distribuyéndolos después de mi partida
del país. Eso tenía sus riesgos; La marcha...
era un poema crítico. En él, los hurones corren hacia
un suicidio colectivo.
Esa noche, José estaba decidido a que el proyecto editorial continuara.
Nos acompañaba el pintor José Manuel Villa (¿qué
habrá sido de él?), quien se ofreció a ayudar con
la tipografía, la diagramación y otras cosas técnicas.
En diciembre de ese año, Virgilio Piñera, escritor cubano
que ya era conocido fuera de Cuba y que había pertenecído
al grupo de las revistas Orígenes y Ciclón,
nos mencionó en una corta crítica de fin de año en
el semanario Lunes. Aparte de mis cartas a los directores
de Lunes en que los acusaba de formar una "piña" y de ser
exclusivistas, esa mención de Virgilio fue la única vez que
nuestros nombres aparecieron en el semanario.
Pero Lunes, a pesar de todo, fue un semanario liberal, nada que
ver con lo que vino después, desde el diario Juventud Rebelde
al suplemento El Caimán Barbudo, órganos que fueron
portavoces del dogmatismo más rancio de los años sesenta.
1 La autora
alude a los juicios públicos y televisados que el nuevo gobierno
celebró en 1959, en los cuales se condenó al paredón
de fusilamiento a numerosos militares del régimen de Fulgencio Batista
y a muchas otras personas. (Nota de R.G.R)
Isel Rivero (La Habana, 1941)
ha publicado, entre otros, los poemarios La marcha de los hurones
(1960), Tundra (1963) y El banquete (1981). Salió
de Cuba en 1960.
Un
puente, un gran puente…
María Isabel Alfonso
Tuve conocimiento de la existencia de José Mario y del grupo o generación
de El Puente al leer un prólogo a una antología de
poesía cubana, en el cual se les mencionaba casi de pasada.
Por un buen tiempo no encontré otras referencias a dicho grupo.
Mucho después conocí la excelente poesía de Reinaldo
García Ramos, y a través de los generosos testimonios del
propio poeta, supe que él había sido parte de la aventura
literaria de El Puente. Comenzó entonces para mí
otra aventura no menos fascinante: acaso la de develar qué voces
habían dado lugar a una de las experiencias más auténticas,
y a la vez olvidadas dentro del panorama literario cubano.
En el estudio crítico Los estados nacientes. Literatura cubana
y posmodernidad, Roberto Zurbano
explica que durante la década de los sesenta la literatura cubana
atravesó una etapa de “polémicas, encuentros y desencuentros
éticos, estéticos e ideológicos [en que] el canon
literario se vio precisado a abrirse -- desplazándose mucho más
allá de sus fronteras tradicionales – hacia la convulsa realidad
sociohistórica del momento” (1). Sigue explicando el crítico
que este estado de cosas favoreció la emergencia de una poesía
laudatoria y didáctica que daría al traste con la esterilidad
característica de los años setenta o “década oscura”
(2). “Los poetas – aclara Zurbano – asumieron varios modos de evitar dicha
situación. Los temas mitológicos o universales salvaron
los versos de Miguel Barnet y Nancy Morejón, respectivamente” (3).
Sin embargo, lo que no aclara el crítico es que esos “varios modos
de evitar dicha situación” – especialmente en el caso de Morejón
y Barnet – pudieron existir gracias a la labor unificadora de José
Mario y las Ediciones El Puente. Es precisamente bajo ese
sello que la poeta publica sus Mutismos (1962) y Barnet, Isla
de güijes (1964).
La existencia de la editorial transcurre entre los años 1961 y 1965,
aunque ya desde 1960 aparecen dos publicaciones “en que se expresaban las
dos primeras voces del grupo de jóvenes escritores independientes
que poco después crearían las Ediciones El Puente”
(4): La marcha de los hurones, de Isel Rivero, y El grito,
de José Mario. Estos textos, y los que vendrían después,
constituyeron un espacio alternativo a la retórica ideologizante
de los primeros años de la Revolución (5). Vale aclarar que
la editorial no proclamaba ni defendía su supervivencia a través
de la negación del momento histórico en que se dirimía
su existencia. Mucho más compleja era su postura, puesto que
significaba una opción de compromiso con los tiempos, a través
justamente de la reivindicación de la libertad estética del
individuo. Escribir no significó para ellos la adopción
de un lenguaje oficialista que exaltara la inconmensurabilidad de la epopeya,
sino un acto liberador a través del cual el escritor tenía
derecho también a expresar, por qué no, la angustia y la
incertidumbre propias de la existencia humana, y también la de verse
abocado casi sorpresivamente a una coyuntura histórica sin precedentes
en los marcos referenciales más inmediatos, como fue el fenómeno
de la revolución cubana. Es por eso que el absurdo, lo irreal,
un existencialismo desgarrado, o una preocupación por la incertidumbre
del presente son tópicos recurrentes en muchos de los textos publicados
por El Puente.
En agosto de 1962, algunos de los integrantes de las Ediciones son convocados
por la UNEAC con el objetivo de encargarles la formación de la Brigada
Hermanos Saíz. A partir de ese momento, algunos de los jóvenes
de El Puente se dedican a trabajar durante cuatro meses en un proyecto
de estatutos y el primer número del periódico de las Brigadas.
Como expresa Ana María Simo, “la preocupación central era
que los jóvenes, todos, participaran y no se conformaran con ser
elementos socialmente pasivos" (6). Así, en uno de sus puntos los
estatutos proponían que los miembros pasaran parte del año
trabajando en fábricas o granjas. En otro punto se abogaba por el
establecimiento de nexos entre los escritores y otros jóvenes que
no fueran necesariamente creadores ni artistas. Los estatutos incluían
también la formación de un taller literario y de actividades
que combinaran diferentes manifestaciones estéticas, en que “la
literatura, en fin, saldría a la calle, pero sin ceder posiciones,
[pues] la demagogia literaria no era la única vía para alcanzar
un radio de acción” (7). De esta forma, si bien El Puente
existía más como editorial que como grupo con una poética
explícita y homogénea, había de fondo cierta cohesión
que para nada desplazó el enraizamiento de sus integrantes en la
experiencia sociohistórica del momento.
En 1964, las Ediciones se incorporan a la UNEAC, pero abogando por
mantener su autonomía. En el mismo año, realizan el primer
concierto de feeling y poesía en El Gato Tuerto, al
cual sucedería otro en diciembre. También se aúnan
los trabajos para el Resumen literario El Puente, revista que nunca
llegaría a salir de la imprenta. Aunque los recitales fueron
un éxito, existía, al parecer, cierto consenso por parte
de algunos sectores burocráticos en cuanto a que tanto el feeling
como la posición de los “novísimos” no estaba a tono con
el discurso oficialista, asemejándose más a posturas decadentes
y aburguesadas que al perfil del “hombre nuevo” que intentó suplantar
la vieja moral.
Sería acaso por esa visión y por ese deseo de andar con los
tiempos que dos posiciones fueron asumidas por tales sectores: las del
silencio y el ataque. Durante su existencia, El Puente fue
completamente ignorado por publicaciones como Lunes de Revolución.
Y el silencio fue sustituido por el ataque, paradójicamente, una
vez que las Ediciones dejan de existir en 1965.
Hay que reconocer que fueron tiempos de debate. Lo sui géneris
del momento que se vivía, la inestabilidad propia de la primera
fase de la revolución, traía aparejada una especie de intento
de reajuste y de prueba de fuerzas en el campo ideológico.
Primero fue más bien un “llamado de conciencia”, que bajo el título
“Nos pronunciamos” fue publicado en el primer número de El CaimánBarbudo.
Los firmantes del manifiesto (Luis Rogelio Nogueras, Guillermo Rodríguez
Rivera, José Yanes y Víctor Cassaus, entre otros) rechazan
“la mala poesía que trata de ampararse en palabras ‘poéticas’,
que se impregna de una metafísica de segunda mano para situar al
hombre fuera de sus circunstancias” (8). Si bien no mencionan las
Ediciones,
se trata de una alusión obvia a los poetas de los primeros años
de la revolución.
A este ataque sobrevendría uno mucho más explícito,
el de Jesús Díaz a través de La Gaceta de Cuba.
Se trató de una encuesta motivada por una polémica que había
cobrado gran fuerza por aquellos años, acerca de la existencia y
co-existencia de generaciones literarias. Ante la pregunta “¿Cómo
define usted su generación?” responde Díaz: “Simplemente
no la definiría. No está estructurada (...) Su primera manifestación
de grupo fue la editorial ‘el Puente’, empollada por la fracción
más disoluta y negativa de la generación actuante. Fue un
fenómeno erróneo política y estéticamente.
Hay que recalcar esto último, en general eran malos como artistas”
(9). Al ataque sobrevino la respuesta de Ana María Simo, quien esgrimió
razones como las ya aducidas para demostrar que El Puente no había
permanecido de espaldas a la realidad, tal como intentaba hacer ver Jesús
Díaz. Simo llama la atención sobre el tono libelesco
de Díaz, que había utilizado términos como “empollar”,
los cuales aludían cubana, indirecta y peyorativamente, a la condición
homosexual de muchos de los miembros de las Ediciones. Explica Ana
María que si algo falló en las Ediciones fue el emplear
la mayor parte del tiempo en la elucidación de problemas administrativos
y no en la formulación de una estética de grupo (10).
Deja bien claro también en su respuesta, que “históricamente
[su] tarea era la de mantener abierta una oportunidad de expresión
para los jóvenes escritores, sin discriminaciones de escuela literaria”
(11). A la respuesta de Simo sigue la contrarrespuesta – por supuesto
conclusiva – de Díaz, quien se empeña en poner en evidencia
una serie de supuestas contradicciones encontradas en la lúcida
y brillante contestación de Ana María.
Entender la traumática
historia de las Ediciones El Puente es entender por qué sobrevinieron
luego períodos grises o negros en la literatura cubana. Lo
que resulta realmente fascinante en toda esta polémica es que las
Ediciones
proponían la creación de un espacio otro, que se articulara
con la dinámica del nuevo estado de cosas, manteniendo a la vez
la posibilidad de la autonomía creativa. Una aceptación pluralista
de tal postura hubiera acaso hecho posible la existencia de otras estéticas
junto al "conversacionalismo" a ratos laudatorio de la década de
los 70. La respuesta de Ana María, así como la propia
existencia de El Puente, reciben como contra-respuesta la instauración
de una ideología panfletaria que permearía el campo literario
de los años venideros y que enclaustraría a la literatura
cubana –-al menos por una década -– dentro de los estrechos límites
del dogma. En realidad, de lo que se trataba era de lo contrario;
lo que las Ediciones propugnaban era la coexistencia de creatividad
literaria y compromiso con los tiempos dentro de un espacio de libertad
creativa. La historia de El Puente terminó como era
de esperarse: José Mario fue enviado a los campos de trabajo forzado
(UMAP) después de su encuentro con el controversial Allen Ginsberg
en La Habana, para terminar, junto a otros, abandonando el país.
Por otra parte, con el cierre de las
Ediciones, fueron confiscados
textos que se encontraban en fase de publicación (12).
No se ha valorado justamente la importancia de las Ediciones El Puente,
ni en el momento de su existencia, ni durante sus estertores, ni en los
tiempos que corren (13). Recientemente tuve la suerte de hojear las pruebas
de plana de uno de los textos confiscados al cierre de la editorial, con
anotaciones hechas a mano por José Mario. Nunca antes parecieron
más a tono los versos de José Lezama Lima:
En medio de las
aguas congeladas o hirvientes,
un puente, un gran puente
que no se le ve,
pero que anda sobre su
propia obra manuscrita…
Notas
(1) Zurbano, Roberto. Los
estados nacientes. Literatura cubana y posmodernidad. La Habana:
Letras cubanas, 1996, pág. 36.
(2) En 1959 Roberto Fernández
Retamar y Fayad Jamís publicarían la antología Poesía
joven de Cuba, en la cual, según palabras de Retamar,
“la poesía [penetraba] en la vida cotidiana a alimentarse de ella”
(Retamar citado por León de la Hoz en La poesía de las
dos orillas. Cuba (1959-1993). Madrid: Libertarias, Prodhufi,
1994, pág. 18). Alude Retamar a los tópicos presentes en
la antología: prosaísmo, tono conversacional, violencia,
efusión sentimental, y preocupación social y política.
Se publican por este tiempo “Himno a las milicias” (1961), de Baragaño,
“Por esta libertad” (1962), de F. Jamís, y “El libro de los héroes”
(1964), de Pablo A. Fernández.
(3) Zurbano, Roberto. Ob.
cit., pág. 40. (“Los poetas”, vale aclarar, que intentaron “evitar
dicha situación”, no fueron solamente Miguel Barnet y Nancy Morejón.
Súmese a tal intento la obra del resto de los escritores publicados
por ediciones El Puente).
(4) Rivero, Isel. “El grito,
de José Mario.” Linden Lane Magazine. Vol. XX, no. 5, June-December,
2001, pág. 29.
(5) Como uno de los mejores
esfuerzos de este primer período de El Puente debe verse
la publicación de la antología Novísima poesía
cubana, (La Habana: Ediciones El Puente, 1962), preparada por
Ana María Simo y Reinaldo Felipe (García Ramos). Aparecerían
aquí textos de Francisco Díaz Triana, Georgina Herrera, Joaquín
G. Santana, José Mario, Ana Justina, Isel Rivero, Miguel Barnet,
Mercedes Cortázar, Belkis Cuza Malé, Santiago Ruiz, Nancy
Morejón y Reinaldo Felipe.
(6) Simo, Ana María.
“Encuesta generacional (II). Respuesta a Jesús Díaz.” La
Gaceta de Cuba. Año 5, no. 51, junio-julio, 1996, págs.
4-5. (pág. 4, énfasis de la autora).
(7) Ibíd.
(8) “Nos pronunciamos”,
en: El Caimán Barbudo. Enero, 1966, pág. 11.
(9) Díaz, Jesús.
“Encuesta generacional.” La Gaceta de Cuba. Año 5, no. 50,
abril-mayo, 1966, pág. 9.
(10) Simo, Ana María.
Ob. cit., pág. 4.
(11) Ibíd.
(12) Ejemplo de ello es
la Segunda novísima de poesía, con prólogo
y selección de José Mario.
(13) Un comentario relativamente
reciente de León de la Hoz me parece más a tono con la visión
derogatoria de los primeros años que con una lectura imparcial que
intente de una vez poner las cosas en su sitio. Dice de la Hoz (en 1994):
“Al final El Puente se cayó agitado por los aires tumultuosos
de la isla, la gestión de este grupo pasó a ser de un estimulante
espacio para los noveles escritores a un molesto puestecillo para las distintas
generaciones, en las que no contó con los aliados suficientes para
soplarles al oído la dura verdad de los tiempos que se vivían,
tiempos de unidad y de supervivencia, de entusiasmo y compromiso, de fallas
e injusticias…” (de la Hoz, Ob. cit., pág. 25).
María Isabel Alfonso
(La Habana, 1972). Cursó la carrera de Filología en la Universidad
de la Habana. Ha realizado investigaciones sobre varias figuras de la literatura
cubana, entre ellas Gastón Baquero. Prepara su Doctorado en
Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Miami. Salió
de Cuba en 1995 y reside en Miami.
La
labor editorial de José Mario en El Puente
Silvia Cezar Miskulin
He estudiado la historia cubana de los años '60 y mi primer contacto
con la obra de José Mario ocurrió cuando hice mis cursos
para la Maestría en Historia en la Universidad de São Paulo,
Brasil. En esa ocación, investigué el semanario
Lunes de Revolución y el modo en que el establecimiento de
la política cultural oficial había dado lugar al cierre de
esa publicación en 1961. La lectura de los textos de Pío
Serrano (1999) y Jesús Barquet (1994) me revelaron entonces
la existencia de las Ediciones El Puente y la labor editorial que
José Mario había realizado en Cuba en los '60.
La importancia de las Ediciones El Puente en la conformación
de un espacio de publicación para los poetas y los escritores jóvenes
después del triunfo de la revolución me llevó a elegir
las Ediciones El Puente como tema de mi investigación
para el Doctorado. En esa investigación intentaré comprender
el proceso de formación de la editorial, su carácter independiente
en el contexto del campo intelectual cubano de la época, y la razón
del cierre de El Puente por el gobierno en 1965. Estoy investigando
también el surgimiento de El Caimán Barbudo en 1966,
la publicación de la Unión de Jóvenes Comunistas que
sería una contraposición al trabajo autónomo de las
Ediciones. El director de El Caimán Barbudo, Jesús
Díaz (1966), atacó muy fuertemente a El Puente en
las páginas de La Gaceta de Cuba, como “ la fracción más
disoluta y negativa de la generación actuante”, en momentos en que
el cierre de El Puente ya era una realidad, intentando de ese modo
lograr que su propia publicación llenara el vacío dejado
en el medio cultural de la juventud por la clausura de las Ediciones.
El surgimiento de la editorial fue una iniciativa de José Mario,
quien percibió la necesidad de un espacio para los jóvenes
escritores que jamás habían publicado antes del triunfo de
la Revolución y que además tenían textos inéditos.
Antes de la creación de El Puente, José Mario empezó
su labor como editor publicando su libro El grito, conjuntamente
con La marcha de los hurones, de Isel Rivero. Publicado por
la Imprenta de la Confederación de Trabajadores de Cuba Revolucionaria
(CTC-R), El grito fue considerado la primera manifestación
del grupo de jóvenes poetas que se reunirían posteriormente
alrededor de las Ediciones. En la solapa de su libro Clamor Agudo,
José Mario reconoció que El grito “es un libro molesto
para muchas gentes, menos para mí”, lo cual revela el carácter
polémico que desde el principio tuvieron sus publicaciones. La labor
de José Mario en El Puente permitió que numerosos
jóvenes, mujeres y negros publicasen sus libros de poesía,
cuentos o teatro por primera vez. La creación de la editorial posibilitó
también a José Mario publicar sus propios libros de poesía
y teatro infantil. Muchos de los escritores publicados en El Puente
tenían un origen social humilde y no habían tenido oportunidad
de dar a conocer sus obras antes de la labor de José Mario.
La publicación de la antología Novísima poesía
cubana en 1962, realizada por Ana María Simo y Reinaldo Felipe,
tuvo extrema importancia para los doce poetas incluidos, todos los cuales
habían nacido alrededor de 1940. En el prólogo, esos autores
fueron denominados los "novísimos" de la literatura cubana. El prólogo
se caracteriza, primero, por criticar la poética de Lezama Lima
y de los origenistas, muy volcados hacia sí mismos y, por otro lado,
rechazar la poesía de propaganda, como dos vertientes que deberían
ser superadas en la literatura cubana. Se expresó la intención
de formar un movimiento poético que buscara una poesía preocupada
por el ser humano, sus contradicciones y su existencia. Mucho después,
esa poesía fue denominada por Jorge Luis Arcos (1999) “la veta existencialista
del efímero grupo El Puente”. Posteriormente, Guillermo Rodríguez
Rivera (1984), escritor que participó en la primera época
de El Caimán Barbudo, clasificó la poesía del
grupo El Puente como intimista y hermética, puesto
que ignoraba la existencia del momento revolucionario. Algunos poemas
de El Puente trataban temas íntimos, pero había poetas
que hacían referencias explícitas a la revolución.
La aparición de la Novísima marcó definitivamente
la entrada del grupo en el campo cultural cubano. La publicación
de poemas de Isel Rivero y Mercedes Cortázar, autoras que ya se
habían exiliado, fue muy criticada, como reconoció algún
tiempo después el propio José Mario en la revista Mundo
Nuevo (1969). La importancia dada en el prólogo al poema de
Isel, La marcha de los hurones, como expresión de un sentimiento
colectivo de impotencia, fue también cuestionada por José
Mario (1969) como una exageración de Ana María Simo y Reinado
Felipe, pues era el sentimiento de una parte del grupo, y no de todos.
El hecho de publicar poetas exiliadas revela en qué medida El
Puente intentó luchar por la libertad de creación y por
la innovación.
Tras la repercusión alcanzada por la Novísima, las Ediciones
pasaron a ser distribuídas y, posteriormente, editadas bajo el patrocinio
de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Fue
también el poeta Nicolás Guillén, Presidente de la
UNEAC, quien después comunicó a José Mario que no
se permitiría que la editorial continuara sus actividades. Las razones
del cierre de la editorial están muy relacionadas con su carácter
independiente, pero lo que detonó el conflicto fue la visita
a La Habana en 1965 del poeta norteameriano Allen Ginsberg, quien había
sido invitado a participar en el jurado del Concurso de la Casa de las
Américas. En esos meses, José Mario estaba preparando la
publicación de una revista, el Resumen Literario El Puente,
y tenía intenciones de que se tradujera el poema Howl (Aullido)
de Ginsberg para que apareciera en la nueva publicación. Las relaciones
que establecieron José Mario, Manuel Ballagas y otros escritores
de El Puente con Ginsberg y las declaraciones de éste contra
las depuraciones y las persecuciones de homosexuales en Cuba constituyeronn
el punto final de las Ediciones y también provocaron la expulsión
de Ginsberg de la isla. José Mario se vio imposibilitado de sacar
los libros que ya se encontraban en la imprenta, como la Segunda Novísima
de Poesía Cubana, con selección y prólogo suyos.
Según dijo José Mario (2000) muchos años después,
habían surgido rumores acerca de la homosexualidad de varios escritores
del grupo El Puente y también sobre la supuesta creación
de un movimiento Black Power, debido a la presencia de muchos negros
en ese grupo. Esos rumores contribuyeron al cierre de la editorial.
Lo que siguió fue la persecusión y la prisión de José
Mario, Ana María Simo, Manuel Ballagas y otros miembors del grupo.
José Mario (2000) ha narrado cómo fue detenido 17 veces y
permaneció nueve meses en uno de los campamentos de las Unidades
Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) en Camagüey, hasta
que logró irse del país y establecerse en Madrid. Las UMAPS
fueron campos de trabajo forzado que el gobierno utilizó para detener
a los que eran considerados disidentes y homosexuales. La conducta sexual
impropia era una de las razones que dieron lugar al encarcelamiento de
miles de jóvenes en las UMAPS. En el documental Conducta impropia,
de Néstor Almendros y Orlando Jimenez Leal (1984), José Mario
y Ana María Simo, ya en el exilio, presentaron impresionantes testimonios
sobre la represión de la que habían sido víctimas
y afirmaron que esa represión se había debido a sus preferencias
sexuales y al papel que habían desempeñado en la dirección
de El Puente.
Los relatos y las reflexiones sobre la política cultural cubana
analizan, en general, los años '60 en Cuba como una época
de amplias libertades y pluralidades en el campo intelectual. Por otro
lado, con relación a los años '70, los críticos son
unánimes en demostrar el endurecimiento y la rigidez de la censura
de los años grises, sobre todo después del Congreso de Educación
y Cultura de 1971. El caso del cierre de Lunes de Revolución
y de las Ediciones El Puente, y la existencia de las UMAPS, demuestran
que la libertad de expresión no fue tan amplia en los '60 como se
afirma y que la censura y la persecución de los homosexuales ya
estaban inscritas en la política cultural oficial cubana desde los
primeros años de la Revolución.
La decisión de guardar silencio sobre las Ediciones El Puente
en Cuba es un hecho que pude constatar en la isla en 2002, cuando traté
de llevar a cabo mi investigación para el doctorado. Apenas se escribe
ni se habla de la existencia de dichas Ediciones en la cultura cubana de
los '60 y el tema constituye, hasta hoy en día, un tabú.
Ciertos escritores importantes, que permanecieron en la isla, no siempre
reconocen públicamente que sus primeros libros salieron por El
Puente. Por otra parte, Nancy Morejón (2002), que obtuvo el
Premio Nacional de Literatura en Cuba en 2001, ya ha hablado de su participación
en las Ediciones y del estigma que le quedó por muchos años:
“Yo viví acomplejada muchos años... (...) porque éramos
considerados algo así como seres endiablados. Te digo que a mí
todavía en un Consejo Nacional de la UNEAC me da trabajo levantar
la mano para decir algo, porque me parece que va a salir alguien y me va
a decir: ´Cállese usted, porque los de El Puente`...
Ahora te lo puedo contar, pero antes no se hablaba de esas cosas...”
He sentido mucho en Brasil el fallecimiento de José Mario hace unos
días, en Madrid, que constituye una gran pérdida para la
cultura cubana y también para mí, quien admiraba su obra
sin haberlo conocido personalmente. Ojalá algún día
su labor editorial, dentro y fuera de Cuba, y su obra escrita, sean reconocidas
en la isla como importantes contribuciones al desarollo de la literatura
cubana.
Bibliografia
Almendros, Néstor;
Jiménez-Leal, Orlando. Conducta Impropia. Madrid, Payor,
1984.
Arcos, Jorge Luis (org.).
Las palabras son islas. Panorama de la poesía cubana.
Siglo XX. La Habana, Letras Cubanas, 1999.
Díaz, Jesús.
“ Encuesta generacional” en: La Gaceta de Cuba, año V, n.50.
La Habana, abril-mayo 1966, p. 9.
GRANT, María. “En
los sitios de Nancy Morejón” en: Opus Habana, v.VI, n.1.
Havana, 2002.
Mario, José. “ Novísima
Poesía Cubana” en: Mundo Nuevo, n.38. París, ago.
1969, pp. 63-69.
--------“La verídica
historia de Ediciones El Puente, La Habana, 1961-1965” en: Revista
Hispano-Cubana, n.6. Madrid, jan-abril 2000, pp. 89-100.
Rodríguez Rivera,
Guillermo. Ensayos Voluntarios. La Habana, Editorial Letras Cubanas,
1984.
Serrano, Pío. “Cuatro
décadas de políticas culturales” en: Revista Hispano-Cubana,
Madrid, n.4, mayo-septiembre 1999, pp. 35-54.
Barquet, Jesús. “Cinco
notas para el estudio de la poesía cubana contemporánea.”
México, La crónica, n.18, 1-5 sept. 1994, pp.
26-28.
Silvia Cezar Miskulin (Sao
Paulo, 1971) es Doctora en Historia de la Universidad de Sâo Paulo,
Brasil. Su tesis para la Maestría en Historia, "La cultura
y la política en Cuba: los debates en Lunes de Revolución.",
se publicará en 2003. Prepara un estudio sobre las políticas
culturales en Cuba en los años '60 y '70, centrado en las Ediciones
El Puente y El Caimán Barbudo. |