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La más verbosa



Puntos de encuentro entre literatura y música en lo cubano

Cristóbal Díaz-Ayala*


     Pudiera pensarse que en un país tan dado a lo musical como el nuestro, estas reuniones deben haber sido muy frecuentes, pero no es así. Y estamos hablando de las ocasiones en que la literatura acude a lo musical, para usarlo como  referencial de un ambiente, de una época, bien sea a los efectos de historiar o novelar. No vamos referirnos al caso contrario, cuando la música toma prestado el documento literario, para completar lo estrictamente musical, que de otra manera sería sencillamente instrumental. Por supuesto, por definición toda letra de una canción, por vulgar o cursi que sea, es un documento literario; malo, pero existente.
     Pero esto último  es harina de otros costal, que quizás tratemos otro día. Vamos a ver qué pasa cuando lo literario se topa con lo musical. Gracias a  los cronistas de Indias, comenzando por el Almirante Cristóbal Colón y siguiendo con el padre Bartolomé de Las Casas y Fernando de 0viedo, tendremos breves descripciones del areyto, el baile y canto religioso de los aborígenes cubanos. No pasará mucho más en el siglo XVI, en que documentos oficiales y crónicas nos hablarán de tierras, ganado, oro, esclavos y otras cosas importantes. Poco tiempo había para musicar, y si alguno se dedicará principalmente a la música militar y la religiosa. No hay espacio de holgar en este azaroso siglo de piratas, asaltos, naufragios e incendios. Pero precisamente serán los piratas los que darán motivo a la existencia de un cuerpo literario que dará pequeña, pero alguna importancia, a lo musical.
     Nos referimos al poema épico Espejo de paciencia, que seguimos aceptando mientras no se pruebe lo contrario, como escrito en la primera década del siglo XVI por Silvestre de Balboa y Troya de Quesada, canario acriollado en Puerto Príncipe, que lo dedica a contar el rescate del obispo Fray Juan de las Cabezas y Altamirano de manos del pirata francés Gilberto Girón, y la muerte del mismo. Cuando va relatando en sus décimas el retorno del obispo, y en la prolija descripción de la flora y fauna que salen al paso del ilustre prelado, al detalle de frutas y animales, de ríos, selvas y montañas, incluye dos décimas en que interviene lo musical:

Después que la silvestre compañía
Hizo al Santo Pastor su acatamiento,
Y cada cual le dio lo que traía
Con amor, voluntad, gozo y contento,
Al son de una templada sinfonía,
Flautas, zampoñas y rabeles ciento,
Delante del Pastor iban danzando,
Mil mudanzas haciendo y vueltas dando.

Era cosa de ver las ninfas bellas
Coronadas de varias laureolas.
Y aquellos semicapros junto a ellas
Haciendo diferentes cabriolas.
Danzan con los centauros las más bellas
Y otros de dos en dos cantan a solas;
Suenan marugas, albogues, tamboriles,
Tipinaguas y adulfes ministriles.

     Las estrofas anteriores, habían ido describiendo la llegada a Yara, del sacerdote salvado, pasando entre prados, frutas, peces, y gentes reales o fabulosas que le saludan y veneran, pero estos últimos versos son como el climax del recorrido; aquí se habla de baile y canto, se mencionan flautas, y otros instrumentos de cuerda o percusión; hasta nos relatan el rústico bailable que van haciendo a lo largo del camino, en resumen, es la primera descripción de un guateque cubano, perfectamente enlazado en la trama dramática de la obra.
     Como se sabe, el Espejo se divide en dos cantos; el primero, que narra el regreso del Obispo de su secuestro, y el segundo, en que los cubanos asaltan y matan a los piratas, trayendo la cabeza de Girón como colofón de su hazaña: el poema nos cuenta que los vencedores regresaron a Bayamo, donde les esperaban el Cabildo, los Regidores, los frailes y toda la clerecía; en fin, todo el pueblo:

Encuentranse con ellos en Manegua,
Ameno sitio, rico de labranzas,
Donde al corto camino ponen tregua
Mientras duran abrazos y alabanzas.
Luego caminan la pequeñ legua
Con músicos a coros y mudanzas,
Hasta que todos vieron del Bayamo
El ameno lugar que tanto amo.

     O sea, segundo guateque mencionado, ahora para celebrar la muerte del pirata. El poema termina contando la misa con Te Deum en la iglesia de Bayamo, allí cantará Guerrero:

Con la dulce voz de que se precia
Con los cantores de su gran capilla,
A este motete dió principio y gracia,
Cual el famoso músico de Tracia.

     Y precisamente con estos versos, termina el poema. Primero lo popular, y luego lo religioso.Desgraciadamente el resto del siglo y el siguiente, el XVIII, íbamos a estar muy ocupados ayudando a España a terminar la conquista de América, peleando o contrabandeando con corsario y piratas, para dedicarnos a escribir, y menos sobre música.
     Habría que esperar al siglo XIX., con el habanero Manuel de Zequeira y Arango (l764-l846), considerado el primer poeta cubano en el tiempo, para que se produzca un mínimo encuentro de letra y música; será en dos de sus “Décimas” , en que toma la forma disparatada, muy de nuestros juglares populares, (quizás influencia africana) de usar esta redacción casi surrealística:

Yo ví por mis propios ojos
(Dicen muchos en confianza)
En una escuela de danza
Bailar por alto los cojos;
Hubo ciegos con anteojos
Que saltaban sobre los zancos,
Y sentados en los bancos
Para dar mas lucimientos
Tocaban los instrumentos
Los tullidos y los mancos.

Dejó luego el abanico
Una negra conga y sucia,
Y entre ella y el Rey de Prusia
Bailaron el zonzorico:
Un musulmán de Tampico,
Que era ciego con carbón
Dibujó a la perfección
Lo que observó en el estrado,
Y en un círculo cuadrado
Le envió el mapa a Salomón.

Curiosamente, se escribía más de los géneros musicales posiblemente nacidos en Cuba en España, que en la isla: los grandes escritores españoles del siglo de Oro hablan y usan en sus versos la gayumba, la chacona, el zarambeque, mencionado por Villaviciosa en l66l.
     Los viajeros que nos visitan en el siglo XIX, sí hacen muchas veces menciones en sus libros de viajes o crónicas, a aspectos de nuestra música vengan de la lejana Europa o de los Estados Unidos. Pero esto no es literatura, sino historia de la música. En ese aspecto algunas de sus observaciones son importantes, Gooodman, un pintor escocés que estuvo en Cuba entre l864 y 1869, en su obra Un artista en Cuba nos dejó importante información sobre la música, los bailes y carnavales.


El norteamericano Dr. Wurdeman, que pasa cinco inviernos en Cuba entre l838 y l844, describe en sus memorias un baile popular visto en las afueras de Matanzas en que pueden identificarse elementos de la genuina rumba cubana (Garden of Eden or Pictures of Cuba); y mejor todavía, otro norteño, James Steele (Cuban sketches, l885) describe graciosamente una rumba con vacunao, el sexual movimiento en que se unen las pelvis de ambos bailadores en el guaguancó.
     La Condesa de Merlín, la bella y talentosa cubana que desenvuelve gran parte de su vida en París, al escribir las Memorias de un viaje a Cuba, l841, describe de esta forma el bolero cubano: “son aires melancólicos que llevan perfectamente el sello del país”.Y esta simple nota,al parecer inadvertida hasta ahora por nuestros musicólogos, echa por tierra la teoría de que el bolero surgió en Oriente casi a fines del siglo XIX; ya estaba mucho antes endulzando la vida de los habaneros, tocado por los caleseros en sus tiples.
     Los autores cubanos del siglo también escriben sobre la música: Serafín Ramírez publica en l89l La Habana artística, apuntes históricos, y Laureano Fuentes Matons en l893, Las artes en Santiago de Cuba. Ramírez, muy prejuiciado contra lo afrocubano, prefiere hablar de música clásica; pero sí resalta el carácter de bailador sempiterno del habanero, aunque protesta de la africanía del danzón. Fuentes Matons de soslayo habla del bolero, pero también en forma desdeñosa. Esteban Pichardo en su Diccionario casi razonado de vozes y frases cubanas, 1836, por lo menos reconoce la existencia del punto cubano, creado ya desde el siglo anterior, habla más extensamente de la danza, y define la guaracha como baile de la gentualla casi desusado.
Pero todo lo anterior es usar una forma literaria, el ensayo, para hablar de la música.No es lo que buscamos.
     El XIX es un siglo de escritores costumbristas en la literatura española, y también los hubo en Cuba. Quizás el más destacado lo fuera José Victoriano Betancourt (Guanajay, l8l3-México, l875) Sin embargo,entre sus Artículos de costumbres, solo hemos encontrado uno en que  mencione con alguna extensión nuestra música: es el titulado Velar un mondongo publicado en l838.
     Los arrendatarios y propietarios de las estancias y sitios de labor colindantes, se reúnen bien en el cumpleaños de alguno de ellos, bien en las pascuas para disfrutar de algún placer tras las diarias fatigas. Júntanse a este efecto las familias bajo la casa de guano que se eligió para la reunión, y ya se adivina que para llenar tantos estómagos se necesita matar un lechón y una ternera.
     Así comienza la fiesta en que se usarán las entrañas de ambos animales para preparar el mondongo. Llega Pepe, campesino trovador que arrea maloja dos o tres días al año, y lo restante de él se anda de estancia en estancia cantando y tocando el güiro… sabe décimas para dar celos, para despreciar, para enamorar…. el tiple lo puntea Ño Silvestre…. se levanta, toma el tiple y se ponen a tocar y a cantar que aquello es cosa de oirse; tocan y cantan hasta que se concluye la limpieza del mondongo y se entrega a la cocinera..
     Luego que concluyen la limpia del mondongo, se trasladan a la sala, que adornan con veinte taburetes forrados de cuero, unos se sientan, otros se ponen de cuclillas y principia el zapateo, baile lleno de animación, honesto a veces, picante otras, pero siempre divertido. Se ve un diestro zapateador hurtar la vuelta al que baila, y sucederle escobillando para atrás y para adelante con admirable presteza, obteniendo en premio que alguno de los presentes le arroje al paso un pañuelo cifrado con sus iniciales y varios bordados alegóricos; mientras la compañera, de ojos negros y graciosas formas, de suelto y garboso talle, viva, ligera, recogiendo airosamente con la punta de los dedos su túnica de muselina, a veces persiguiendo al hombre (que así llaman al bailador), otra huyéndole, escapándose después para cruzar por sus espaldas y esperarle a la vuelta del frente, se asemeja a un pez que meneando la cola parece volar entre dos aguas sin que la vista pueda seguir sus movimientos, y que torna con igual rapidez al punto de donde partió. A esta bailadora la reemplaza enseguida alguna guajira desmadejada, que se mueve por resorte, con los brazos caídos y la cabeza baja, formando su desgaire un contraste divertido con las frenéticas zapatetas de su turbulento compañero, quien con la mayor destreza se enlaza y desenlaza los pies con un pañuelo atado por sus puntas que le arrojó algún tunante; y así pasan la noche con algunos intervalos para tomar café…
     Quien recuerde haber visto bailar nuestro zapateo, tendrá que convenir en la veracidad y elegancia de la descripción anterior.Casi nos llega al oído la música, y al olfato el olor a café recién colado.

     Pero Cuba tenía mucho más en ese siglo que el zapateo y el punto cubano; en sus fiestas como hemos visto los afrocubanos bailaban la rumba, y esta era asequible a los turistas que nos visitaban; desde principios del siglo XIX teníamos la danza, la contradanza, y más adelante se le van agregando la guaracha, la canción, el bolero, el son y casi a fines del siglo, el danzón. ¿Por qué si Cuba era conocida universalmente como un país musical, si los habaneros tenían fama de bailadores, no había mas huella escrita? Porque la presencia africana pesaba mucho en esta música, y Cuba no había podido resolver el problema de la esclavitud. Para hablar de la música había que hablar del negro, y esto era mover el avispero.
     No es casualidad que los dos novelistas importantes de este siglo que aborden el tema musical, sean antiesclavistas: Anselmo Suárez Romero y Cirilo Villaverde. El primero nace y muere en La Habana (l8l8-l878) Escribe su novela Francisco,  (un esclavo negro) basándose en lo vivido por el autor en el pequeño ingenio Surinam que heredó de su padre  y donde vivió hasta l839, y se dedica al magisterio, pues no quiso seguir siendo partícipe en el sistema esclavizante.La obra se escribe además con el estímulo de Domingo del Monte, para producir un documento para el antiesclavista cónsul inglés destacado en la habana, Mr. Madden. Como documento inédito circuló así muchos años en la Habana, hasta su publicación en Nueva York en l880. Aparte de sus méritos literarios y sociopolíticos como novela antiesclavista, nos interesa por ser una de las primeras novelas en que la música deja de ser una referncia circunstancial, más o menos descriptiva, una pincelada ambiental, para constituir un tema que influye en los protagonistas, se interrelaciona con ellos, aparte de aportar datos interesantes desde el punto de la antropología musical.
     Así cuando habla de los caleseros, o sea, los esclavos que conducían este particular tipo de coche de caballos, tipíco de Cuba, dice: "Cantan sus canciones, de las que luego sacan los músicos de color las danzas y los valses de Cuba más risueños; o bailan el zapateo, o tocan punto con el tiple plañidero." Y agrega que Francisco, el protagonista que era calesero, tocaba el tiple y cantaba primorosamente El llanto, canción de moda de la época, tercera década del siglo XIX.
     Cuando describe a los esclavos trabajando en el corte de caña dice: los negros cantaban sin embargo a su manera: uno se entonaba primero y los otros respondían con un estribillo conocido de todos; aquel nada más variaba la letra. O sea, el canto responsorial, característico de muchas de nuestras formas musicales, comenzando con el son.
     De la combinación ingenio o cafetal (instalación productora) y barracón (morada de los esclavos) como ámbito de producción musical, dice: Cada ingenio, cada cafetal, tiene sus canciones particulares, que se diferencian no tan solo en sus tonos sino en la letra; unas sirven para solemnizar aquellos días en que está contento el corazón, las Pascuas de Navidad, de Resurrección, del Espíritu Santo, el día en que reparten las esquifaciones (ropa) y las frazadas, los bautizos, los matrimonios, el principio de la molienda y de la recolección del café, el Año Nuevo, Los Santos Reyes; otras acompañan a los entierros, las grandes y pesadas faenas, los castigos inmoderados, el frío y el calor excesivos; en el primer caso mas bien se grita que se canta; en el segundo las modulaciones de la voz son tristes y lúgubres; ni se oye apenas al guía ni  los que responden, y es necesario no ser hombre para oir esos cantares y no saltársele a uno las lágrimas…
     Pero hay tonadas que no varían, porque fueron compuestas allá en Africa y vinieron con los negros de nación; los criollos las aprenden y cantan, así como aquellos aprenden y cantan las de éstos; son padres e hijos, no lo extrañemos. Lo singular es que jamás se les olvidan; vienen pequeñuelos, corren años y años, se ponen viejos, y luego cuando sólo sirven de guardieros, las entonan solitarios en su bohío….se acuerdan de su patria aún próximos a descender al sepulcro. Pero si Italia es en Europa el país privilegiado de la armonía, la tierra de los minas lo es en Africa; la música de estos negros llega al alma, habla al corazón; principalmente aquellas canciones que entonan en memoria de los difuntos.
     No recuerdo si algunas de estas interesantes observaciones de Suárez Romero fueron recogidas por Fernando Ortiz en alguno de sus libros esenciales sobre lo afrocubano, pero ciertamente aportan  información bien interesante, de primera mano, aparte de su función en crear el entorno en que se desenvuelve la trama.
     Pero en otras partes de Francisco, el uso de lo musical es aún mas directo; la presencia de lo musical, del ritmo, se convierte casi en un protagonista más en esta escena:

En el corte de caña había dos negros viejos que la acarreaban del suelo a las carretas, minas de nación, los cuales, a causa de su edad, guiaban comunmente el canto de los demás; apesadumbrados con los males de Francisco, eran dignas de oirse sus tonadas; su voz temblorosa, el monótono estribillo de los que le acompañaban, el ruido de los machetes que caían y se alzaban a compás y los diversos sones y diferencias de las tonadas lastimeras, difundían en el aire una suave melodía. Como quien despierta de un sueño horroroso, y percibe en el silencio de la noche los acordes de un arpa, así oyó Francisco aquellas modulaciones dulces y queridas; recordó los días felices de su infancia, felices porque era libre:…y echando un velo sobre la servidumbre que le había arrebatado tantos goces y sobre las desgracias que lo trabajaban, miró a sus compañeros sonriéndose; después murmuró en voz baja el mismo estribillo con que respondían a los dos ancianos, desde el Avemaría hasta que se desmayó… 
 
     Obsérvese que en esta novela escrita cerca de l839 se rompe la versión estereotipada del afrocubano como tocador de tambores, como bailador, y sí hay el retrato de un ser humano y sus sentimientos. Hay muchos más momentos de la misma en que la música ha de intervenir. En otra ocasión, el mayoral obliga a Francisco a bailar con una esclava vieja y fea, al compás de los tambores y del canto de una melodía cuya exigua letra rescata para la historia esta novela:

Mayorá, tá viní,
Chapea, chapea negrito


De la misma forma se rescata otro sonsito:

Panchito, vamo la Bana ¡oh!
Tumba, tumba, caguazo;
Yo no tiene zapato;
Tumba, tumba caguazo.   

Y por supuesto, hay la descripción detallada, con interesantes detalles, de un toque de tambor:

Dos negros mozos cogieron los tambores y, sin calentarlos siquiera, comenzaron a llamar, como ellos dicen, mientras los demás, o encendían en el suelo una fogata con paja seca, o bailaban cada cual por su lado. Al toque, los guardieros de aquí, de allí, de acá, los negros que servían en las casas, los criollitos todos se juntaron en los bohíos. Entonces fué menester calentar los tambores; para eso encendían la fogata; así se endurece el cuero que cubre una de sus cabezas, la más ancha,  y adquiere sonoridad, y rebota la mano, y retumba mejor el sonido en lo hueco del cilindro; es la clavija del instrumento; sin candela no se oye bien, no se oye lejos por las fincas a la redonda; no aturde, no dá alegría, no hace saltar. La negrada cercó a los tocadores; dos bailaban solamente en medio, una negra y un negro; los otros acompañaban palmeando y repitiendo acordes el estribillo que correspondía a la letra de las canciones con que los viejos les guiaran; tal vez alguno, deshecho por brincar, salíase del tumulto, y aparte de todos mataba su deseo hasta más no poder, hasta bañarlo el sudor, hasta que molido de cansancio y jadeando, casi falto de resuello, se les incorporaba nuevamente y seguía su canto. Los varones iban sacando a las hembras (nosotros diríamos citar); un pañuelo echado sobre el cuello o sobre los hombros, hacía las veces de convite, y las negras no se esquivaban; jamás desairan a los compañeros; la que se para en el tambor, debe bailar con cualquiera, con el que se le presente, no anda escogiendo como las blancas, no aguarda al novio, ni éste toma celos de ahí; verdad que puede tener y cansar a cuatro o cinco compañeros, al hermano, al hijo, al padre, al amante, y sale contenta así; y los hombres lo mismo; luego, de ellas pende el mudar a la que está en el puesto, salir de entre las demás y cruzarle por delante; entonces la otra se quita y nadie lo interpreta mal. ¿Y qué figuras hacían los bailadores? Siempre ajustados los movimientos a los varios compases del tambor; ahora trazaban círculos, la cabeza a un lado, meneando los brazos, la mujer tras el hombre,el hombre tras la mujer, ambos enfrente, pero nunca juntos, nunca cerca, como si huyeran de exprofeso de encontrarse;o poníanse cara a cara, y empezaban a virar, a girar rapidamente, y al olerse abrían los brazos, y los extendían, y daban un salto, y sacaban la caja del cuerpo hacia afuera. Los varones, en tomando calor, alzan un pie en el aire y siguen sus piruetas con el otro, y cogen tierra entre las manos y la esparcen por el suelo, o cantan y palmean a la vez. A montones llovían pañuelos y sombreros de los que en torno miraban sobre los diestros bailadores; agotados los pañuelos y sombreros, quien, acaso por congraciarse, tirábales al encuentro un collar de cuentas, a ver cuál lo levantaba antes, si el hombre, si la mujer, en el mismo baile,sin perder el compás. El tambor, para los negros de nación y para los criollos que con ellos se crían, los enajena, les arrebata el alma; en oyéndolo, parece que están en el cielo.

Nótese que Suárez Romero usa frases cortas, puntuación prolija de comas, punto y coma y punto, que van dándole un ritmo irresistible al relato. Este recurso será usado, mucho después, por Carpentier en Ecué Yamba-O y por Cabrera Infante en Tres tristes tigres. Es con esta obra, Francisco, que nuestra música empieza a tomar un lugar importante en nuestra literatura novelística; y obsérvese que este comienzo se produce con la música netamente afrocubana, con mas inclinación a lo negro, la música aún desconocida en los grandes salones y en bailes, la música que hacen los afrocubanos en los barracones, en los bateyes de centrales, en la secretividad de sus cabildos o en las pocas oportunidades en que pueden bailar por las calles, como sucede en Día de Reyes.

     Antes de usarla en Cecilia Valdés, ya Cirilo Villaverde había decorado sus relatos con breves alusiones musicales. En su obra Excursión a Vuelta Abajo, editada en dos partes entre l838 y l844, hace referencias breves a las costumbres musicales de los campesinos, el uso del zapateo   
como forma bailable, y el ¡Ay!, que así es como se conocía por aquellos tiempos lo que hoy llamamos punto cubano o punto guajiro, como forma cantable popular. Más adelante, cuando va recorriendo a caballo los sitios de Granadillo, camino de Bahía Honda, observa a Alguna que otra guajira de candoroso aunque tostado rostro vimos, que coronada de flores, ya vagaba sin tino ni dirección segura a gran distancia de su albergue, ya se arrimaba contra una cerca mirando con languidez el camino, como en expectativa amorosa, ya corría tras las gallinas, ya sentada al pie de una palma real en dulce abandono, daba su voz al viento cantando sus décimas.
     En otro viaje a Vueltabajo, cerca de Guanajay, escucha el grito y canto monótono de los arreadores de bueyes, posiblemente los guías de las carretas con caña de azúcar y los metedores de caña, o sea los esclavos encargados de alimentar con ésta el tandem de la central azucarera.
Posiblemente, en ambos casos, sean tonadas afrocubanas.
     También incluye Villaverde en esta obra una historia que supuestamente le hace un guajiro cerca del pueblo de San Diego de Núñez, de una incursión de piratas hecha posiblemente en esa zona a principios del siglo XIX. Los “musimanes” como llama a los piratas logran capturar a un grupo de vecinos y les obligan a organizar una fiesta en que acabada la cena uno de los piratas cogió el tiple de los campesinos y se puso a cantar y bailar una música desconocida para ellos, acompañado por sus compañeros “con las manos, las tablas y las piedras” y con grito de “Ole, ole”. O sea, que no era solamente por la Habana, que nos entraban nuevos géneros musicales para enriquecer nuestra cultura…
     Casi al final del libro, nos cuenta que hay en el pueblo de San Cristóbal “maromas”(payasos) y peleas de gallo, y que la música (sin precisar en que consistía ésta) que amenizó las mismas se trasladó después a la posada del pueblo, donde tocaron contradanzas. Son pequeños detalles de información, pero importantes ante la ausencia de datos que tenemos de toda esta época. Por ejemplo, nos enteramos que había música en las peleas de gallo, costumbre que al parecer se perdió después en Cua, y que sin embargo perdura en México, donde la música en el palenque donde se celebran las peleas de gallos, siguen siendo una actividad musical importante; y por otra parte, ante la tesis un poco deteriorada ya de que la contradanza nos llegó desde Haití, a principios del siglo XIX, nos encontramos la contradanza siendo usada y por tanto conocida, de los vecinos de un pequeño poblado, San Cristóbal.
     Aunque publicada en su forma definitiva en 1882, la Cecilia Valdés recoge el panorama cubano de 1812 a 1831. Si Suárez Romero retrató la esencia de la música afrocubana, de lo negro, Villaverde en la suya, pintó los bailes de la alta sociedad y también los bailes de la llamada gente de color, los llamados bailes de cuna. Digamos que fue el relator de lo blanco y mulato de la Habana de aquella época. Así ambas novelas se complementan para darnos una visión abarcadora de la Cuba dieciochesca.
     Vayamos a la Cecilia Valdés. En el final del capítulo III, el autor, describiendo a la Cecilia adolescente y sus correrías por La Habana Vieja, dice: …andarse de calle en calle y de plaza en plaza: cuándo en pos de la incitativa música de un baile; cuándo los tambores de los relevos…
     En el próximo capítulo cuando nos describe la celebración de la feria del Angel, en los alrededores de la iglesia del mismo nombre, habla de las casas de baile, en las que en la sala se bailaba, en el comedor tocaba la orquesta y en el patio se jugaba con los naipes al juego de monte. Al describir en específico en donde se va a desarrollar la acción, nos detalla la formación de la orquesta: siete negros y mulatos músicos, tres violines, un contrabajo, un flautín, un par de timbales y un clarinete. El clarinetista es precisamente Pimienta, el pretendiente mulato de Cecilia, personaje importante de la novela. Pero lo interesante es que Villaverde nos ha brindado la composición de una orquesta cubana de aquellos tiempos, cosa que no hicieron ni Serafín Ramírez ni Laureano Fuentes Matons en sus obras!   
     El novelista nos sigue describiendo este baile de cuna, como se les llamaba, sin que pueda precisarse en qué sentido se usaba esta palabra, aunque se especula pudo ser tomada del hablar de los gitanos, en que significa rincón o esquina, y en ese sentido peyorativo se usaba para identificar los bailes organizados por afrocubanos, sobre todo coincidentes con ferias religiosas, y celebrados en casas modestas. Si Suárez Romero nos describió un toque de tambores de esclavos celebrado con la noche como único techo, las pobres ropas de aquellos desdichados, y se concentró más en la coreografía y gestualidad de los bailadores, Villaverde tendrá oportunidad de describir moblaje, manjares y bebidas ofrecidas a los concurrentes, y vestuario de los participantes. Si en el toque había solo esclavos negros, aquí habrá de todos los matices del negro al marrón, y algunos blancos, pero no blancas.Y también nos cuenta que se tocaban las sentimentales y bulliciosas contradanzas cubanas. Así añade un detalle curioso:

Podía advertirse que cada vez que entraba una mujer notable por alguna circunstancia, los violines, sin duda para hacerle honor, apretaban los arcos, el flautín o requinto perforaba los oídos con los sones agudos de su instrumento, el timbalero repiqueteaba que era un primor, el contrabajo, manejado por el después célebre Brindis, se hacía un arco con su cuerpo y sacaba los bajos más profundos imaginables y el clarinete ejecutaba las más difíciles y melodiosas variaciones. Aquellos hombres, es innegable, se inspiraban, y la contradanza cubana, creación suya, aún con tan pequeña orquesta, no perdía un ápice de su gracia picante ni de su carácter profundamente malicioso-sentimental.

     La mención a Claudio Brindis (l800-l872), destacado músico padre del famoso violinista Claudio Brindis de Sala, es la primer vez en la novelística cubana que se menciona aunque sea en forma incidental, un músico real. Y no serán frecuentes estas alusiones, aún en el siglo siguiente.
     En el siguiente capítulo V, continúa el relato del baile, con la entrada triunfal de Cecilia Valdés al mismo, Villaverde sigue aportando datos interesantes de nuestra historia musical; alguien pide que se toque un minué de corte, y el autor nos adierte que: "Este baile serio y ceremonioso estaba en desuso en la época en que hablamos; pero por ser propio de señores o gente principal, la de color de Cuba la reservaba siempre para dar principio a sus fiestas."
     Nos dice el relator que serían las diez de la noche cuando el baile estaba en su apogeo, se bailaba con furor…aquel mover incesante de pies, arrastrándose muellemente junto con el cuerpo al compás de la música…Y agrega un sorprendente dato: "Por sobre el ruido de la orquesta con sus estrepitosos timbales, podía oirse en perfecto tiempo con la música el monótono y continuo chis, chas de los pies: sin cuyo requisito no cree la gente de color que se pueda llevar el compás con exacta medida en la danza criolla."
     Si sustituimos las tres últimas palabras de este párrafo, “la danza criolla” por “el chachachá”, la descripción le vendría de perillas a este otro género musical del siglo XX.
     El baile continúa en el capítulo VI. Es posible que Villaverde, que había publicado antes algunas de sus novelas en forma de folletines que salían periódicamente en publicaciones de la época, conservase la costumbre de espaciar su obra en capítulos, que hoy llamaríamos episodios usando el término telenovelístico. Aquí toparemos con otra valiosa información sobre la historiografía de nuestra música: En un momento del concurrido baile, uno de sus asistentes hace un brindis, que precede con el grito de “Bomba,” tras el cual dedica una décima al cumpleaños de una de las asistentes. Al parecer esta interjección, equivalente al “zambomba” usado en España con el mismo fin, era usual en las fiestas de la época antes de hacer alguna ofrenda declamatoria. Esta costumbre se perdió en Cuba, pero sigue vigente en Puerto Rico, en que se usa en los bailes jíbaros de seis, existiendo una forma de éste, llamado precisamente seis bombeado, en que la música se interrumpe cada cierto tiempo, para que los asistentes improvisen y digan una cuarteta, a veces galante, dedicada a alguna dama, o humorística.
     En la Segunda Parte de Cecilia Valdés, Capítulo III, Villaverde describirá con lujo de detalles de personajes, trajes, peinados,etc un baile en la Sociedad Filarmónica. Allí hará alusión nuevamente a un músico auténtico de aquella al que identifica como el “célebre violinista Ulpiano”, sin mas detalles, y alude a la danza cubana, “tan plañidera como voluptuosa, pues que procede del corazón de un pueblo esclavizado” y hace su apología:

La cubana danza sin duda se inventó para hacerse la corte los enamorados. En sí el baile es muy sencillo, los movimientos cómodos y fáciles, siendo su objeto primordial la aproximación de los sexos, en un país donde las costumbres tienden a su separación; en una palabra, la comunión de las almas. Porque el caballero lleva a la dama casi siempre como en vilo, pues que mientras con el brazo derecho la rodea el talle, con la mano izquierda le comprime la suya blandamente. No es aquello bailar, pues que el cuerpo sigue meramente los compases; es  mecerse como en sueños, al son de una música gemidora y voluptuosa, es conversar intimamente dos personas queridas, es acariciarse dos seres que se atraen mutuamente, y que el tiempo, el espacio, el estado, la costumbre ha mantenido alejados. El estilo es el hombre, ha dicho alguien oportunamente; el baile es un pueblo, decimos nosotros y no hay ninguno como la danza que pinte más al vivo el carácter,los hábitos, el estado social y político de los cubanos, ni que esté en más armonía con el clima de la Isla.   

    No se le escapa nada al lente costumbrista de Villaverde. En el capítulo V, cuando Leonardo desciende de la las escaleras de piedra del palacio de la Filarmónica, a la salida de un baile,

Lo primero que hirió sus oídos fué el repiqueteo de las espuelas de plata de los caleseros en las sonoras piedras del portal, bailando el zapateo al son del tiple cubano. Tocaba uno, bailaban dos, haciendo uno de ellos de mujer; y de los demás, quiénes batían las palmas de las manos, quiénes golpeban la dura losa con los puños de plata de los látigos sin perder el compás ni cometer la más mínima disonancia. Algunos de ellos cantaban las décimas de los campesinos, anunciando por esto, por el baile y por el tiple que todos eran criollos.

     En el capítulo XI aparece brevemente el personaje de Dolores Santa Cruz, la negra esclava que con su trabajo y economía había logrado libertarse, comprar casas y esclavos, dedicándose a la reventa de carnes y frutas, pero que terminó perdiéndolo todo, hasta la razón, en un pleito. Así la describe Villaverde:

..y desde entonces, vestida de harapos, y adornada a la Hamlet recorría día y noche las calles apoyada en un palo largo, de que pendía una jaba, gritando desaforadamente  por las esquinas: ¡Po! ¡po!  Aqúi va Dolores Santa Cruz. Yo no tiene dinero, no come, no duerme. Los ladrones me quitan cuanto tiene. ¡Po! ¡po! ¡Poo!

     Bastó esta breve referencia y otra similar al final de la novela para inspirar al maestro Gonzalo Roig y sus libretistas  para incorporar a la Dolores Santa Cruz como personaje que interpreta dos tangos congos en la zarzuela homónima estrenada por Roig en 1932.
     Nuevamente en el capítulo XVII nos topamos con otro baile de “la gente de color” como les llama el autor usando el eufemismo de la época, ahora a celebrarse en la calle de Jesús María en su encuentro con la Calzada del Monte. En este caso el baile era de etiqueta o de corte, más solemne que el democrático de cuna descrito antes. Como siempre, nos descriibe vestuario, entorno del sarao, y sitúa entre los participantes al poeta Plácido, con quien baila Cecilia, y tambíen con Brindis, que surge nuevamente en la novela, y nos presenta a Cecilia hablando de contradanzas con el músico y compositor popular de aquella época, Vuelta y Flores, cuyo nombre correcto es en realidad Tomás Buelta y Flores.
     En la tercera parte de esta extensa obra, en su capítulo II, ya fuera de la ciudad y en el cafetal La luz, la novia de Leonardo tendrá ocasión de escuchar a los esclavos:

La subida o aparición de Isabel en los tendales fué la señal para que el negrito del molino alzase la voz argentinada y aguda con la canción, tan ruda como sencilla, improvisada quizás la noche anterior, la cual principiaba con esta especie de verso: La niña sen va, y terminaba con este otro, repetido en coro por todos los demás negros: Probe cravo llorá. Entre la primera letra y el estribillo o pie insertaba el guía, no obstante que  criollo, nacido en cafetal, frases en congo puro, a que también contestaba el coro con el obligado probe cravo llorá.
Inútil fuera pedir armonía, siquiera música a una canción ni civilizada ni salvaje del todo; pero si parecía asaz monótona a oídos delicados, también es verdad que el tono y la letra rebosaban en melancólico sentimiento.

     Es una descripción de la forma responsorial del canto, que usado en España aunque menos, y mucho en Africa en sus ceremoniales religiosos, fué rapidamente adaptado por los afrocubanos a sus necesidades, comenzando el uso del español mezclado con las lenguas africanas que se mantendrá hasta nuestros días en la música popular cubana. Se nota que Villaverde no evalúa esta música en la forma que lo hacía Suárez Romero, quizás mas habituado a esos cantos por su larga estadía en su ingenio, en contacto con sus esclavos.
     En resumen, estos encuentros del acontecer musical y la novela o el ensayo, han sido provechosos para ambas partes; para la primera, importante información histórica sobre nuestra música, tan huérfana de ella, nos ha llegado; y para la literatura, es una nueva dimensión, un nuevo color, una nueva emoción para captarnos como pueblo.


* Cristóbal Díaz de Ayla nació en Cuba en 1930, se tituló primero como Licenciado en Derecho Administrativo y Derecho Diplomático y Consular y más tarde Doctor en Derecho Civil y Doctor en Ciencias Sociales y Derecho Público. También cursó estudios de periodismo.
     Radicado en Puerto Rico desde los años 60, se ha convertido en el mayor documentalista de la música cubana y experto en la historia y evolución de la música del Caribe hispano. En 1981 publicó un libro clave: Música cubana; Del Areyto a la Nueva Trova, que tuvo una tercera edición aumentada en 1993. Ha escrito numerosos artículos sobre su tema favorito, la Música Popular, para periódicos y revistas de las Américas y España.
     En 1988 publicó Si te quieres por el pico divertir: Historia del Pregón musical latinoamericano.
     Trabajador incansable por establecer verdaderos datos históricos sobre el origen de la música popular, desde 1979 ha sido productor y animador del programa radial Cubanacán para la emisora de la Universidad de Puerto Rico.
     Díaz Ayala ha ofrecido diversas conferencias para especialistas y coleccionistas de música popular en Washington, Toronto, Rochester, Santander, Bilbao, San Juan, Medellín, Mérida y Curasao. Ha participado activamente en varios Festivales de Música del Caribe en Cartagena, Colombia. En 1991 fue invitado al curso sobre "Historia de la música cubana" en la Universidad de Miami. En 1994 ofreció una conferencia en el Primer Festival Internacional de Boleros en Valencia, Venezuela.
     Publicó en 1994 el primer volumen (1898-1925) de Cuba canta y baila: Discografía de la música cubana. Por dicho libro obtuvo en septiembre de 1995 el premio ARSC (Association for recorded sound collections) a la investigación histórica de sonido grabado.
     En 1996 participó en la Primera Cumbre Tropical del Festival Bilbao Tropical y en 1998 en el Evento Teórico organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander dentro de la primera edición del Festival ENCLAVE DE SON.
     En el año 1999 realizó la selección y el trabajo bibliográfico de la obra discográfica y documental que con una extraordinaria presentación lleva por título 100 CANCIONES CUBANAS DEL MILENIO, y que contiene 4 CD y un libro. Una producción de J. Pujol Baulena para ALMA LATINA.
     Premios y honores: el premio INTRE (1981, 1985 - 1986, y 1988 - 1989) otorgado por el Instituto Teleradial de Puerto Rico por el programa de radio Cubanacán. Medalla del Festival del Caribe, Cartagena, Colombia, 1994, que le confirió la ARSC (Association for Recorded Song Collectors). Premio a la Discografía de la música cubana a la mejor investigación en el campo de la grabación de música folklórica.
     Díaz Ayala donó a la Florida International University su colección privada que incluye, entre otros tesoros: 5000 libros y revistas, 28 000 LP's, 17 000 álbumes de 78 rpm y 1500 de 45 rpm. Añádanse a esto 1000 CDs y 3000 fotos.



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