La
permanencia de una memoria recobrada
¿cómo una isla
puede contener tantas certezas
y a la vez días
retráctiles
y lurdos
como los primeros días
sin prisa del mundo?
Las rémolas de Egolo,
Chago
Armada
Héctor Antón *
Desde la insurrección del 59 se registran contadas excepciones
de proyectos culturales desarrollados al margen de la ofensiva
institucional desatada por el naciente socialismo cubano. Ello no
impidió la existencia de brotes de autonomía
artística verificados en el proceso de radicalización
política hasta el presente. Sin embargo, tentativas como Pensamiento Crítico
(1967-1971) o Ediciones El Puente
(1960-1965) se gestaron dentro de la nomenclatura cultural de la
Revolución. Mucho más difícil se vuelve palpar un
desafío creativo al esquema institucional sin replegarse a la
disidencia abierta.
Una bonanza de la censura
La negativa que recibió el artista Ezequiel Suárez para
exhibir su muestra El Frente Bauhaus
en la galería 23 y 12 del
Vedado fue el detonante. Renuentes a entablar un litigio institucional,
Sandra Ceballos
y Ezequiel decidieron montar la exposición en la
casa donde compartían el arte y la vida. Espacio Aglutinador
irrumpe en la primavera de 1994. En un ambiente regido por la vuelta al
oficio y la restauración del paradigma estético, los
autores de esta iniciativa optaron por mostrar en un contexto privado
lo que les diera la gana y cuando lo estimaran conveniente. Pero eso no
los convirtió en opositores políticos de la noche a la
mañana. Si ambos permanecen aún en Cuba, confirma que no
pretendían articular un dossier herético para ganarse una
rápida visa-USA.
Ezequiel y Sandra se propusieron “trocar la esterilidad en virtud”. La
contracandela se inspiró en propugnar un arte deseoso de
conciliar ética y estética. Claro, sin responder de modo
panfletario a la inconformidad política e indigencia
económica que se respiraba en la Isla. Ninguno de los fundadores
de Aglutinador abandonó
del todo la dinámica eventual de
las artes visuales diseñada por las instancias
hegemónicas.
La apertura y continuidad de Espacio
Aglutinador devino una fiesta sin
los pliegues y barnices que caracterizaba a una buena parte de la
generación de los noventa. La exhibición de Ezequiel
Suárez tuvo un espíritu contestatario abiertamente
ochentiano. De ello dan fe los letreros en los que se podía
leer: The Desarrollo Center of Artes
Visuales is una mierda o The
Peter Ludwig Show in El
último bastión fue
una
mierda. Justo con la “ola de sentimientos apasionadamente
Bauhaus”,
prevalecía el
ansia de mostrar la obra de artistas “vivos o
muertos, residiendo dentro o fuera de Cuba, jóvenes o viejos,
conocidos o desconocidos, promovidos o casi olvidados, modestos o
pedantes”. Al reemplazar la estrategia política de choque por el
compromiso artístico, la subversión de la idea se
colocaba en una extensa y fértil “tierra de nadie y de todos”.
Recordar es volver a sufrir
Con cierto retraso acaba de llegar a nuestras manos un catálogo
que recoge diez años de trayectoria de Aglutinador (1994-2004).
Patrocinado por la Fundación
Príncipe Claus de Holanda
para la Cultura y el Desarrollo, el material se ha distribuido
silenciosa y gratuitamente desde su presentación en el marco de
la Novena Bienal de La Habana
(2006). Pero este recuento de una
historia reciente prueba que la historia del arte contemporáneo
hecho en Cuba apenas ha cambiado. Se mantiene el éxodo de
artistas, críticos y curadores vencidos por el desencanto.
Figuras de reputación internacional como Santiago Sierra, Teresa
Margolles o Coco Fusco no han sido atraídas por los
organizadores de nuestras bienales para rebasar la clandestinidad de
sus intervenciones habaneras. Aunque de estos “azarosos desencuentros”
tampoco han logrado escapar los mismos Sandra, Ezequiel o Ernesto Leal.
Por otra parte, individualidades visibles durante el primer Aglutinador
como Alberto Casado, siguen excluidos de la agenda de la
institución-arte en Cuba. Este cronista de sucesos marginales
asociados al kitsch
político, recrea el fenómeno de la
censura en la esfera cultural. En la década que transcurre,
Casado se ha debatido entre la soledad y el aislamiento. Como una
legítima rareza de los noventa, se halla lejos del zorreo local
en busca de recibir una migaja global. Suponemos que ha preferido tomar
distancia para evitar cualquier tipo de contaminación.
Pese a la estrechez de ofertas legitimadoras contempladas en el mainstream oficial, nos
hemos quedado con las ganas de ver surgir
muchos aglutinadores a lo largo y ancho de la Isla. La galería e-mail de Lázaro Saavedra es un ejemplo que
los nuevos artistas
cubanos deberían tener en cuenta a la hora de enarbolar sus
quejas. Este proyecto tomó impulso a raíz de la
polémica electrónica que suscitó la
aparición televisiva de personajes representativos en el terreno
de la cultura en los años setenta.
Con la eticidad antisolemne que lo caracteriza, Saavedra creó un
espacio de transgresión virtual dispuesto a entronizar el poder
de la imaginación. Mediante esa arma de lucha que es el humor
político, se perseguía satirizar una puesta en escena
recurrente en el mapa intelectual cubano: la noción de simulacro
que emana de las discusiones “a puerta cerrada” en materia de
política cultural.
Es fácil detectar que una diversidad antielitista
predominó en una casa del Vedado transformada en galería
de actitudes. Allí dejaron su huella un pintor “simple y
cósmico” proveniente del boom
de los 80 en Nueva York como Ross
Bleckner, una celebridad local a la manera del cartero y pintor naïf Benito
Ortíz o tatuadores de oficio que lograron
exhibir su trabajo como arte al lado de José Bedia,
Lázaro Saavedra o Carlos Garaicoa, entre otros reconocidos
productores visuales. Incluso, el subestimado humor gráfico tuvo
su momento de esplendor en las cuatro exposiciones consagradas a
Santiago Armada (Chago).
Según reconoce hoy Ezequiel Suárez, conocer a Chago fue
una gran experiencia, pues se trataba de un hombre cuya humildad era
capaz de igualar la dimensión de su talento creativo. Chago
Armada era uno de esos artistas sin estrategias que su calidad de outsider lo situaba en
desventaja ante las ambiciones de un renovado
elenco de creadores visuales. Para los gestores de Espacio Aglutinador,
ese grupo encargado de llenar el vacío dejado por el exilio
masivo de los ochenta fue desacertadamente identificado como “la
promoción de la mala hierba”. Acorazados entre cuatro paredes,
ellos procuraban ser la mala hierba de verdad, sin el apoyo de
fertilizantes tropológicos.
Entre el 94 y el 95, Sandra y Ezequiel concibieron piezas dedicadas a
once artistas cubanos que habían expuesto por ese tiempo en su
espacio. Con una mezcla de diversión y experimento, fue una
manera de establecer un diálogo más cercano entre
curadores y expositores. Una de ellas la ejecutó Ezequiel
Suárez al intervenir la muestra Inside
Havana (1995) de Carlos
Garaicoa. Cada artista que se
va es un fragmento que se pierde
consistió en subir a un andamio para romper el techo con una
lanceta de hierro. La acción aludía a ese proceso de
desgarramiento de las naciones que no consiguen detener sus flujos
migratorios. Esta serie de homenajes a creadores vivos sin el requisito
de la vejez es uno de los segmentos peculiares que recoge el
catálogo donde confluyen la extrañeza y el
sarcasmo.
En su interés por fundir las distintas ramas del arte, la
literatura también animó las tardes-noches de este
pequeño espacio. No olvidemos que era una época donde la
escasez de papel mantenía engavetada a un grueso de la
producción literaria cubana. En 1996 se efectuaron lecturas
organizadas por el narrador Ronaldo Menéndez. Otra vez el cruce
de poéticas disímiles se hizo patente. De esta manera,
podían ser invitados Luis Marré o Carlos Alberto
Aguilera, Cleva Solís o Rolando Sánchez Mejías,
Manuel Vidal o Ismael González Castañer. Tras el abismo
estético y generacional que los separaba, latía una
necesidad de concederle al tiempo de la palabra un sitio en el espacio
de la imagen. Ello facilitó sacar a la luz esas “crónicas
del periodo especial” imposibles de publicar en suplementos o revistas
oficiales.
No es casual que los textos de las muestras personales o colectivas
estuvieran a cargo de críticos alejados de esa
hermenéutica pedantesca teñida de academicismo donde el
juicio se diluye en el aparataje terminológico. Ningún
vocero de la “metáfora instruida” fue convocado para justificar
enredo alguno. Un ejemplo de esa transparencia analítica lo
confirma el ingenio de Juan Antonio Molina para adentrarse en el
hermetismo de un Work in progress.
El final de su nota aclara: “Cuando
el espectador se lanza contra el cuadro y comienza a patearlo y
escupirlo, Luis Gómez despierta en medio de una
exposición de Luis Gómez. Está rodeado de
espectadores sonrientes, de espaldas a los cuadros, conversando y
tomando mojitos. Se cuentan los últimos chismes, se dicen frases
inteligentes. De vez en cuando alguien se le acerca, le estrecha la
mano, lo felicita o le pica un cigarro”.
El catálogo incluye fragmentos de palabras escritas por Gerardo
Mosquera, Orlando Hernández, Eugenio Valdés Figueroa y
Osvaldo Sánchez. Sus colaboraciones tuvieron una recompensa
especial: que los únicos editores fueran Sandra y Ezequiel.
Estos últimos realizaron ejercicios críticos
frecuentemente agudos donde los matices lúdicos nunca
banalizaban la seriedad de las propuestas.
La pieza Aglutinador-Laboratorio
(2002) que cubre la portada del
catálogo (firmada por René Quintana y Sandra Ceballos) es
una elección fallida de su editora. Se trata de una
colección de zapatos diferentes dispuestos en el suelo y
anárquicamente ordenados. Ello constituye un repaso de ese
instalacionismo de los falsos procesos que revela el facilismo del arte
contemporáneo. Hubiera sido más
saludable escoger una
obra dotada para connotar simbólicamente un “Cuerpo de Guardia”
enemigo de los productos visuales aburridos. Para ilustrar dicho statement, estaban los
aportes de Tania Bruguera, Santiago Sierra,
Eduardo Aparicio, Gabinete Ordo Amoris o el propio Ezequiel.
Pero la fuerza de Aglutinador
se concentraba en el ánimo de
hacer lo que no hacían las instituciones y los sujetos que
colaboraban para ellas. Un suceso de este tipo se concretó en la
instalación-performance de Ángel Delgado realizada en
octubre de 1996. Allí el artista destapó la caja de
madera donde guardaba sus memorias íntimas de la cárcel.
Recordemos que había cumplido seis meses de prisión por
el delito de escándalo público. Defecar encima de un
periódico Granma fue
su mancha y la intimidad de un recinto
privado le permitió exorcizar los demonios. Ese mea culpa
plasmado por el crítico Orlando Hernández en una breve e
intensa nota era suficiente para aceptarlo todo y seguir agazapados en
la complicidad del silencio.
Lo triste es que Ángel nunca consiguió lavar su falta ni
siquiera inscribiendo sus huellas en pompas de jabón a pocos
metros del lugar donde había ensuciado un emblema de la patria.
Desde hace un buen tiempo Ángel Delgado enterró la
ilusión de ganarse la confianza de la jerarquía
institucional. En la actualidad vive y trabaja en la Ciudad de
México. Su resistencia a la política es una de las
reliquias totalitarias que conforman esta suerte de antología.
¿Epílogo?
Espacio Aglutinador ha
sido trinchera artística de los
inconformes. Es cierto que su incidencia en el panorama
artístico de la Isla ya no es igual que a finales de los
noventa. La casa vieja que poblaron de simulacros irreverentes Sandra
Ceballos y Ezequiel Suárez parece consumirse en la permanencia
de una memoria recobrada. Quienes velaban por aquellos excesos de
independencia ya pueden dormir tranquilos.
Este catálogo resulta el testimonio de una pugna contra el miedo
y los voluntarismos que nos asedian. Su demonio exige ser leído
bajo una sombra ajena al ruido de la publicidad impuesta. Solo nos
resta celebrar la sobrevida y dejar el vicio de pensar en lo imposible.
En definitiva, la gravedad no reside en la desaparición de una
alternativa vista como “un margen sostenido por el gesto”, sino en la
pobreza de émulos que oscurece el alcance de su legado.
* Periodista y crítico de arte
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