Rubén Darío, espectador y náufrago de los ciclones de 1910
Erick Blandón, University of Missouri
La discusión sobre si Rubén Darío vivió o no de espaldas a la historia no termina de zanjarse aun en el país donde nació y murió. Se ha insistido en que aunque en algunos momentos de su vida distrajo su atención de las cosas del espíritu y del arte para opinar, no siempre coherentemente, en los asuntos políticos de su tiempo, esencialmente fue un poeta. En Nicaragua, como se sabe, su nombre es motivo de orgullo nacional, tanto para los que creen que fue un sublime sacerdote de la poesía, como para quienes consideran que junto al guerrillero Augusto C. Sandino encarna la esencia de la nacionalidad nicaragüense. Mi punto de partida, para entrar en la discusión, es su protagonismo en los hechos históricos que sacudieron a México y Nicaragua en 1910. Es importante notar que tanto la reacción de Darío contra Roosevelt por su famoso “I took Panama”, como toda su producción textual vinculada a la relación de Estados Unidos y América Latina, está siempre motivada por su interés nacional y personal. Ahora sólo quiero recordar que Darío estuvo vivamente interesado en la construcción de una ruta interoceánica en Nicaragua como alternativa al Canal de Panamá, y que la intervención militar norteamericana en su país fue un factor crucial en las múltiples crisis que lo afectaron los últimos cinco años de su vida, según veremos en la necesaria lectura en detalle de algunos hechos de la historia que haremos en este artículo.
Se ha dicho innumerables veces que frente al zarpazo de los Estados Unidos en 1898 contra los últimos vestigios del colonialismo Español, principalmente en el Caribe, Darío se reencontró con sus raíces culturales hispanoamericanas, dejando a un lado el decadentismo que marcó su obra hasta Prosas profanas y Los raros (1896), para devenir ─no sin ambigüedades─ poeta comprometido con el destino de Iberoamérica ante la amenaza anglosajona, en Cantos de vida y esperanza/ Los cisnes y otros poemas (1905). Esa línea americanista habría de continuarla en El canto errante (1907), para llegar a reconciliarse definitivamente con el paisaje, la historia y la cultura de su tierra natal enEl viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical (1909), así como en Poemas del otoño y Otros poemas (1910), hasta culminar en la apoteosis del progreso desde la perspectiva triunfalista de la burguesía bonaerense en Canto a la Argentina, escrito en el mismo 1910. A partir de ahí, dice Ángel Rama, comienza el último quinquenio de su vida con una “revisión autobiográfica” (8), y un declive en su poesía.
Varias cosas se podrían argumentar en torno a ese esquema de la evolución literaria de Darío, pero me limito a señalar que si bien es verdad que después de Canto a la Argentina no se registran mayores novedades en su poesía, su trabajo como escritor no cesa, sino que se cimienta como lugar de enunciación frente al intervencionismo de los Estados Unidos en los asuntos de Nicaragua, principalmente a través de su prosa periodística. Aquí quiero llamar la atención particularmente hacia el año 1910; sobre todo a su incidencia en el posicionamiento de Rubén Darío frente al Estado nicaragüense y a la intervención militar de los Estados Unidos, porque es a partir de ese año que se redefine el Estado en Nicaragua, y se constituye la imagen de Darío como símbolo del orgullo nacional nicaragüense. Nadie ignora que esa construcción simbólica no está exenta de disputa: los hay que censuran su proclamado apoliticismo, mientras otros lo proclaman héroe de la lucha antiimperialista o más moderadamente, prócer civil de la soberanía nacional. Aunque las opuestas interpretaciones políticas que se han dado a su obra y a su quehacer desde diferentes ángulos no se limitan a Nicaragua, aquí las resaltamos puesto que es allí donde su nombre adquiere una operatividad ideológica. De un lado tenemos la visión más convencional que sostiene que “Rubén Darío no fue un militante político. Fue fundamentalmente y exclusivamente un poeta” (Ycaza 15). Del otro, la que afirma que siendo liberal “se negó pertinazmente a mezclarse en banderías políticas” (Schick 17), “aunque tenía gran confianza en el progreso, en la ciencia y en el saber como instrumentos seguros de liberación del individuo y de la colectividad” (19). Ambas perspectivas, mutatis mutandis, han fundamentado la construcción de una imagen del poeta ajeno a la historia y consagrado exclusivamente al arte por el arte. Una tercera interpretación, compartida por marxistas como el cubano Roberto Fernández Retamar, y por católicos conservadores como Pablo Antonio Cuadra ─quien atacó de manera beligerante el decadentismo y la propuesta modernizadora del liberalismo que profesó Darío─, sostiene que a partir de 1898, el poeta de Azul se interesó y reaccionó ante los problemas históricos de España e Iberoamérica. Basado casi exclusivamente en la producción poética que inaugura con Cantos de vida y esperanza, Retamar dice que ante el intervencionismo de los Estados Unidos Darío “escribe el primer gran poema político de la literatura latinoamericana en este siglo: ‘A Roosevelt’, donde resuena uno de los más fuertes “No” de nuestra poesía.” (180-1). Cuadra por su parte vincula la reacción de Darío con la lucha antiimperialista de Sandino, en los años veinte y treinta. Dice que si la primera intervención de los Estados Unidos en Hispanoamérica, al alborear el siglo, “levanta la protesta lírica de Rubén Darío” (26), más tarde, ante ese intervencionismo, se levantarán las armas campesinas de Augusto C. Sandino, como solución de continuidad del grito de Darío: “Sólo se puede llegar a Sandino si ha llegado hasta la conciencia del campesino la Oda a Roosevelt o la Salutación del optimista” (30, itálicas en el original). Casi no hace falta agregar que esa ha sido la imagen de Darío que la revolución sandinista en los años ochenta hizo suya, ostentándolo como legado simbólico junto a Augusto C. Sandino.
El viaje a la ciudad de México que Rubén Darío no llegó a realizar en 1910 ha dejado, para beneficio de inventario, centenares de páginas escritas por los protagonistas y testigos de la travesía que de París a Veracruz y Xalapa, y de ida y vuelta a La Habana, hizo entre agosto y noviembre.(1) Aparte de las anécdotas que dan cuenta del suceso, el viaje permite una lectura en clave de naufragio, si vemos a Darío como a quien eligió la vida de un navegante arriesgado que anhela la seguridad de un puerto en tierra firme. Va a emprender –en el último trimestre de ese año– un viaje que deviene naufragio y punto de partida hacia su ocaso vital, pero tambiénmomento decisivo en su posición política. El hueco que dejó su ausencia en la foto de las celebraciones del Centenario de la independencia de México, no se puede explicar sin conocer los vientos que propulsaron el desastre que acabó con el proyecto nacionalista y la imposición en Nicaragua de un gobierno conservador prohijado por los Estados Unidos.(2)
Quien se detiene a revisar los géneros literarios –diario, cartas, artículos de periódicos, cuento, novela y biografía– a partir del período apuntado, se da cuenta de que Rubén Darío se pronuncia desde la historia, sin dejar de ser un artista tocado por el decadentismo, ni abandonar la búsqueda de nuevas experimentaciones en su escritura artística.(3)
La incidencia de su fallido viaje se refleja en su novela autobiográfica El oro de Mallorca, de 1913, donde no están ausentes los rescoldos de los desengaños ni de la pobreza en que lo sumió la irresponsabilidad del gobierno de su país – aunque no aluda a ellos directamente – y en la que la figura de Darío se deja entrever en la melancolía del personaje Benjamín Itaspes. En otra narración, “Huitzilopoxtli. Leyenda mexicana” – publicada en La Nación de Buenos Aires en 1914 – combina elementos míticos del México antiguo con la realidad de la situación revolucionaria; experimento que algunos han visto como pieza inaugural del realismo mágico, e iniciador del cuento de la revolución mexicana.(4) Aquí nos centraremos en el Diario que llevó entre julio y septiembre de 1910, auxiliándonos de las cartas y telegramas que escribió aludiendo a lo sucedido antes, durante y después del viaje. Los artículos de periódico en los que describe al tiempo que denuncia la situación política de su país, nos sirven para valorar su posicionamiento en torno a la intervención de Estados Unidos en los asuntos de Nicaragua. Tenemos que regresar una y otra vez a La vida de Rubén Darío escrita por él mismo, en 1912, porque ahí hay detalles de las incidencias de su travesía y estadía en Veracruz, que no incluyó en las crónicas anteriores. Ése es, por otra parte, un libro que –dictado de memoria– se nutre de otros textos.(5) Igualmente útiles son las entrevistas que brindó a su paso por La Habana.
Alan Girard, sostiene que cuando un individuo decide llevar el día a día de sus actos “es porque su situación se tambalea y necesita encontrar las bases de un nuevo equilibrio” (35), de manera que el diario de Darío vendría a ser lo que Maurice Blanchot, describe como “bitácora en el cual se inscribirían, día tras día, los aciertos y desaciertos de la navegación” (53). Sabemos que hacia 1910 la incertidumbre de Rubén Darío como miembro del servicio exterior de Nicaragua había llegado al extremo de cerrar la legación en Madrid y trasladarse a París, por no poder afrontar los gastos oficiales, ni recibir del gobierno el sueldo correspondiente.(6) Vive uno de sus períodos de mayor estrechez, casi exclusivamente de lo que gana como corresponsal de La Nación, de Buenos Aires.
La revisión de su vida que Darío inició en 1910 arranca con el Diario y coincide con el comienzo de una etapa definitiva de su existencia, en la que, como ha señalado Ángel Rama, va a experimentar desengaños, incertidumbre material y limitaciones económicas, un período que será de profunda duda existencial y quiebra espiritual. Para Rama el Diario no es más que “un mero registro secretarial de sus desplazamientos, carente de interés pero revelador de esta nueva inclinación autobiográfica” (8). Esto lo hace perder de vista que en esa suerte de collage Rubén Darío anota detalles de aparente intrascendencia e incluye, facturas, telegramas y cartas que pudieran serle útiles en el futuro para cubrirse la espalda contra posibles cargos de sus detractores. Cierto, no es un diario íntimo que registre zonas espirituales sólo observables para el sujeto que lo escribe. Aquí asistimos al periplo que se inicia desde que recibe la noticia del nombramiento, y que incluyen los trámites más corrientes, tales como la remesa de dinero, las diligencias bancarias, la compra de los boletos, la reservación de la cabina, la fecha de salida y el nombre del vapor, La Champagne.
Es sabido que fue Darío quien puso en movimiento el plan para que se le asignara esa misión, al escribirle a su viejo amigo, Federico Gamboa, subsecretario de Relaciones Exteriores del gobierno mexicano, expresando su deseo de visitar la ciudad de México, a la que llama “una de las ‘capitales literarias’ del idioma” (citado en Torres 671, itálicas en el original). De ahí surge la idea de que esa secretaría instruya a su representante en Managua “para que sugiera al gobierno de Nicaragua el nombramiento” (671). Una vez que el 15 de julio de 1910, el Ministro representante en Paris, Crisanto Medina, comunica a Darío la decisión del Presidente José Madriz, comienza a escribir el Diario, que se convierte así en una especie de archivo, del que podrá disponer con abundancia de pruebas, si es que hace falta probar algo en el futuro.(7)
La confianza en que su nombre está por encima de las banderías le hace dormirse sobre sus laureles, una vez que el domingo 21 de agosto su vapor deja el puerto de Saint-Nazaire, y se hace a la mar. Así, cuando dos días después se entera por los periódicos de que el Presidente de Nicaragua renunció y salió huyendo con su familia, perseguido por numerosas fuerzas militares, no expresa ninguna inquietud; y continúa normalmente sus actividades de viajero que gusta de socializar en las comidas. Al parecer, por su mente no pasa la posibilidad de que el nuevo gobierno que ha tomado las riendas del país, decida invalidar su nombramiento por los vínculos que lo unen a los dos gobernantes del régimen depuesto. Conoce muy bien a los elementos que se oponen al proyecto liberal del que él ha sido representante y referencia cultural. Son fuerzas tradicionalistas alentadas por los Estados Unidos, contra las cuales públicamente se ha manifestado, denunciando la intervención norteamericana en la llamada “revolución conservadora” que depuso a Zelaya, y que ahora derroca a José Madriz.
Rubén Darío confía en la buena ventura de su nombre. No toma en cuenta que la injerencia norteamericana que él ha fustigado puede inclinar la balanza en su contra, y olvida que él no goza de la simpatía de las personas que en su país apelan a la intervención militar de los Estados Unidos.(8) El más furibundo detractor suyo en Nicaragua, el gramático conservador Enrique Guzmán, no desperdicia la ocasión de su nombramiento para atacarlo duramente en los periódicos. Desde la caída de Zelaya, Darío cerró filas junto a éste en su denuncia de la ilegalidad del proceder del secretario de Estado norteamericano Philander Chase Knox, publicando un artículo titulado “La antidiplomacia. Una nota de Mr. Knox”,(9) en el que se hace eco del malestar que la violenta salida de Zelaya ha generado en Centro América, y anuncia nuevos escritos para demostrar que la justicia y razón están de parte de Nicaragua y del presidente depuesto.(10) El 27 de mayo Darío publicó, en el Paris Journal, “Las palabras y los actos de Mr. Roosevelt”, un artículo en el que defiende las obras progresistas del gobierno liberal, y denuncia que con el fomento de la injerencia norteamericana se ha montado una conspiración en contra del Estado nicaragüense, sin que Nicaragua haya hecho nada “a los Estados Unidos que pueda justificar su política” (148). En el momento de publicarlo, Darío prevé la repercusión política que ese artículo puede tener, y no oculta su satisfacción y orgullo por el medio en que ha aparecido. Sabe que es un escrito de combate con el cual, además de fustigar a Roosevelt, limpiará su nombre de las imputaciones que recibió de quienes lo tildaron de claudicante cuando publicó su poema “Salutación al águila”.(11) Antes, en 1909, en El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical tiene palabras de encomio para los gobernantes liberales Zelaya y Madriz; sin embargo, al enterarse de que las fuerzas pro-norteamericanas han triunfado, se queda impertérrito.
El 31 de agosto, nueve días después de la última entrada, registra el telegrama de cinco palabras que ese mediodía, en alta mar, ha dejado en la oficina del telégrafo: “así redactado: ‘Fígaro – Habana – Les saludo – Darío’”. (Diario 186). Por el tono, percibimos a un sujeto que se alista para salir a la luz pública a representar el personaje de Rubén Darío, que él mismo ha construido, y para lo que convoca a la prensa que habrá de dar cobertura a su paso por La Habana. Las intermitencias del Diario, marcadas por la falta de anotaciones de varios días, las complementan los periódicos y revistas que cubren en Cuba las “breves horas” que el poeta permanece en el puerto.(12) De esa información periodística es posible inferir los preparativos que Darío realiza para su presentación en público, lo que lo llevará a desempeñar, alternativamente, distintos roles.
El viernes 2 de septiembre el barco en que viaja Darío ancla en La Habana. Anota que ha recibido un telegrama de Veracruz que, como es usual, adjunta al diario. Lo suscriben admiradores que le piden aceptar un homenaje que le tienen preparado. Seguidamente consigna que “antes de saltar a tierra, un repórter de La Discusión” sostiene una conversación con él (Diario 186). No da detalles de lo hablado.(13) El reportaje, por el contrario, ofrece pormenores de la charla que se centró en la situación política de Nicaragua, y revela el escenario preparado por Darío, en el que se propone representar al diplomático.
Como era de esperarse, el periodista quiere saber si lleva preparado un poema alusivo al Centenario de México, pero Darío se despoja de su aura de poeta. Se ha preparado para actuar en un escenario donde lo público debe ser exteriorizado, y se propone dejar pruebas de que su proceder es conforme a lo que se espera del representante de un país ante otros Estados. Su respuesta entonces no va dirigida al periodista y al público que lo sigue por poeta, sino a quienes lo observan como funcionario público, y para ellos adopta la pose de diplomático.
Ya sabemos que al momento de ser designado para viajar a México, Darío no fungía como Ministro de Nicaragua ante el rey de España por decisión propia ante la falta de salario y presupuesto, pero en la primera parte de la entrevista responde como si nunca hubiera dejado esa función, porque su escenario en ese instante así se lo demanda. Y al desmarcarse de su quehacer poético, declara que en esta ocasión no ha tenido tiempo de celebrar con versos la fiesta mexicana del Centenario (Augier 250). ¿Pudo esa declaración afectar el acendrado sentimiento nacionalista de los personeros del gobierno mexicano, que cedieron ante las presiones de Estados Unidos para no dejarlo pasar de Veracruz? Lo probable es que en México se esperara un poema dedicado a la Independencia como el dedicado a la Argentina, y por el cual obtuvo una fuerte suma de dinero.(14)
El entrevistador capta el guiño y abandona el tema de la poesía para encarar a quien tiene en frente, en pose de diplomático; y le dispara una pregunta aparentemente inesperada: “¿Sabe usted que el doctor Madriz no ocupa ya la Presidencia de la república de Nicaragua?” (Augier 250). La noticia lo descoloca y lo perturba. Un efecto de realidad lo obliga – en el instante – a recomponer el escenario anterior, para crear uno nuevo, en el que asume el rol de espectador frente a la historia. Se interesa por saber en detalle lo que han transmitido los cables, y sólo entonces se da verdadera cuenta de lo que ocurre. Sin medir las consecuencias declara incapaz al nuevo gobierno: “Yo siento, más que nadie, la revolución de mi país, pues más que nadie comprendo que constituye un insuperable obstáculo para el progreso del mismo, que en largo tiempo conseguirá reponerse del mal estado económico en que está” (Augier 250). Y luego, aunque trata de no pronunciarse respecto a la participación de los Estados Unidos, afirma: “Sí le diré, que deploro mucho que haya sido en los Estados Unidos donde se ha fomentado la revolución que ha derrocado a mi adicto el Presidente Madriz” (Augier 250). En resumen, mantiene firme su lealtad al gobierno depuesto, pero no renuncia al cargo que ostenta. Y de súbito cambia de nuevo el escenario. Ha abandonado la investidura de funcionario público y se representa como poeta, porque piensa que su misión le ha sido encomendada por esa cualidad que sólo él puede ostentar. Se le ve autorizarse en la pose de espectador “como instancia extraterritorial” (Blumenberg 63). Mira en el mar enfurecido naufragar al político, y se lanza a rescatar al único que debe sobrevivir: el poeta.
Hans Blumenberg recuerda que Zaratustra en la escena del naufragio se preguntaba, a caballo sobre una ola, dónde había quedado su destino, y al no encontrar respuesta “[s]e echa al tumulto“(29). Darío, luego de anotar en el Diario los saludos y visitas protocolares, consigna que en La Habana fue a “la oficina del cable” (186) a pasar un telegrama, para responder “al recibido a bordo” (187)(15), agradeciendo el homenaje que le ofrecen, el cual aceptará “si tiempo no impide” (187). No es hasta ahora que prevé las posibles dificultades que podían presentarse, aunque no lo atribuye a causas políticas sino al itinerario de la agenda oficial que supone deberá seguir. Y, también por primera vez, pide instrucciones al gobierno de Nicaragua: “Dirijo al Ministro de Relaciones Exteriores el siguiente despacho: “Relaciones – Managua – Salgo mañana Veracruz – Espero órdenes. Darío” (187). Como se sabe, no recibe respuesta de Nicaragua, y al día siguiente, sábado 3 de septiembre, parte en La Champagne con destino al puerto de Veracruz. Allí van también los delegados de Cuba, con los que se relaciona, sin dejar constancia en el diario de la información que da en La vida.
La opinión de “los diplomáticos que iban a bordo” (127) coincide, en su mayor parte, con sus declaraciones publicadas en el periódico La Lucha. Pero el juicio contundente sobre lo que piensa de los nuevos gobernantes de su país, que agrega en la autobiografía, nos pone ante un sujeto que pasivamente se dejó guiar por quienes ignoraban la materia de la que estaban hechos quienes lo dejaron en la estacada. El domingo 4, “[a] las cuatro de la tarde” (Diario 187), llega a Veracruz en medio de los honores militares que los buques de guerra hacen a La Champagne. Es recibido por una muchedumbre entusiasta, pero allí mismo percibe los indicios de que su situación se halla en un impasse. Casi al instante le comunican que va a ser recibido en calidad de “huésped de honor” del Gobierno mexicano, y no como representante oficial de Nicaragua. El “Gobernador Militar de la Plaza” lo visita para comunicarle que ha recibido un telegrama en el que Justo Sierra en el que le pide instar a Darío a permanecer en Veracruz hasta el arribo del enviado de la Secretaría (188)(16). Forzado por las circunstancias, Darío queda a merced de sus amables anfitriones veracruzanos que espontáneamente le expresan su simpatía y solidaridad. El mismo día de su arribo hay una velada en su honor, que agradece con una metáfora náutica evocando el legendario incendio de los navíos de Hernán Cortés en aguas veracruzanas: “Yo cortésmente quemo mis naves y dejo mi corazón en Veracruz” (Diario 189)(17).
Se ha dicho que la memoria selectiva de Darío dejó grandes lagunas en la autobiografía. Los episodios que sí se cuidó de registrar en La vida son muchas veces experiencias, reales o imaginadas, que le sirven para dar constancia, mediante desplazamientos y condensaciones, de los fugaces e inestables momentos de gloria. El viaje a la ciudad de México se malogró por razones políticas, como el hecho de que el gobierno pronorteamericano de Nicaragua no ratificara su nombramiento, más los enredos palaciegos del régimen de Porfirio Díaz(18) quien, no queriendo contrariar al gobierno de los Estados Unidos, da instrucciones para que Darío no llegue a la capital. Los dobleces del gobernante mexicano quedan al descubierto en el telegrama que le dirige el miércoles 7 de septiembre, lamentando “que se haya interpuesto en su viaje alguna causa que me priva del gusto de estrechar su mano” (Diario 190-1).
El “huésped de honor” está enterado de la agitación que su ausencia ha provocado en la ciudad de México entre el estudiantado, que sale a la calle a dar vivas a Nicaragua y a Rubén Darío, y a manifestarse en contra de los Estados Unidos y del propio Díaz, hechos a los que en La vida dará una connotación política que había evitado en el Diario, en sus cartas y artículos: “Por primera vez después de treinta y tres años de dominio absoluto, se apedreó a la casa del viejo cesáreo que había imperado. Y allí se vio, se puede decir, el primer relámpago de una revolución que trajera el destronamiento” (129). Francisco Monterde, también dice que la ausencia de Darío en la fiesta del Centenario “influyó mucho en el movimiento que ese mismo año se iniciara, apenas un mes después” (302).(19) Por su parte, Alfonso Reyes ve un “egocentrismo muy explicable” (23) en el nuevo matiz que Darío da a las protestas que suscitó su ausencia en la capital mexicana, aunque cierra su escrito con un dato que refuerza el movimiento figurativo de la autobiografía: “También los amigos me han recordado que noche hubo que el pueblo en masa esperó la llegada de Rubén Darío, en la Estación del Ferrocarril Mexicano” (26). Contribuye así a confirmar eso que Darío plasma en La vida: la satisfacción que experimenta al comprobar que su nombre había llegado “indefectiblemente” a las multitudes de Hispanoamérica, al extremo de verse, en las palabras de Reyes, como “origen de sucesos que se venían germinando ya de tiempo atrás y que obedecieron a causas más complejas y más vitales” (23).
Lo que sigue en el Diario son datos en los que informa de sus movimientos en Veracruz. El domingo 11, estando en Xalapa, es el último día que registra el Diario, el cual se cierra abruptamente con puntos suspensivos. En La vida narra que en Veracruz salió de México, presionado con amabilidad y con una ayuda financiera del gobierno,(20) en un movimiento metafórico que lo deja varado entre el mar inestable y la tierra firme en la que actuará como “espectador no implicado” (Blumenberg 17), mientras permanezca en La Habana con la promesa de una pronta visita a la ciudad de México. No obstante, las referencias a los dos meses que espera en Cuba tienen un carácter sinóptico y denotan la amargura debida a la secuencia de humillantes frustraciones que le dejó el “ciclón” (La vida 129) de su país, primero; y de México después, como veremos luego. Son los periódicos y revistas cubanas, los que dan noticia de esa visita a la isla, donde se comporta políticamente como un discreto espectador que observa el arte de la prudencia igual que, como lo señala Reyes, hiciera también en Veracruz (22-3).(21)
Una vez en su hotel, el poeta concede una entrevista a La Discusión, en la que de entrada manifiesta que no sabe cuándo se irá de Cuba ni hacia dónde. En esas declaraciones denota incertidumbre con respecto al futuro de Nicaragua, pero muestra una actitud conciliadora hacia los Estados Unidos, y sumisa con el gobierno de México. Se muestra extrañado por la acción del gobierno de Nicaragua, y explica que ha estado alejado de la política, y que si había últimamente colaborado con el ex presidente liberal José Santos Zelaya, ayudándole en París a la preparación de un libro fue “[p]or motivos completamente amistosos y personales” (Augier 266). Es verdad que los artículos y crónicas a que se refiere denotan simpatía personal hacia Zelaya, pero en ellos queda expuesta, sin asomo de duda, la connotación ideológica y política que lo vinculaba al líder liberal. Su nacionalismo es claro, pero procura el entendimiento armonioso de los países de la América latina con la América anglosajona. Preocupado por el tinte que se les ha dado a las demostraciones de simpatía popular de que fue objeto en Veracruz, dice: “Se ha querido dar a esta manifestación, color político. Le ruego diga que todo esto tiene un aspecto intelectual y que es al poeta al que se ha agasajado” (267). Finalmente, explica que cuando se ha referido a los Estados Unidos, como en su artículo reciente “Las palabras y los actos de Mr. Roosevelt”, lo ha hecho en procura del entendimiento entre las dos Américas; aunque en privado, como ya vimos, escribiera que esperaba que no se dijera más que él adulaba “al Águila Norteamericana” (en Jirón Terán 314):
Ignoro el rumbo que tomarán los asuntos políticos de mi país, pero deseo hacer saber que yo no soy un enemigo de los Estados Unidos. Tanto mis antiguos versos a Roosevelt, cuanto mi artículo publicado en Paris Journal, y las ideas que expreso en mi Canto a la Argentina, demuestran mis simpatías para una unión cordial intelectual entre los dos platillos de la balanza del continente.
En cuanto al Gobierno mexicano, deseo hacer constar que se ha conducido respecto a mí con toda la corrección que ha sido en él habitual. (en Augier 267, itálicas en el original)
El aislamiento en que ha vivido en su cuarto del hotel, sumido en la depresión y el alcohol, no le ha impedido enterarse de las versiones que circulan en la prensa, según se desprende del artículo “Los asuntos de Nicaragua”, escrito en noviembre de 1910, cuando todavía permanece en La Habana, y al cual volveremos después. En La vida, su memoria aviva la tormenta que no amainó en Cuba. Echa de menos las atenciones oficiales que recibiera cuando no había sido puesta en entredicho su representación diplomática; olvida las múltiples demostraciones de simpatía que le hicieron sus admiradores cubanos, y los homenajes que él mismo declinó. Usa la metáfora de “ciclones políticos” para aludir al derrocamiento de Madriz en Nicaragua y a la recomposición del poder con un gobierno que, en 1912, sostienen los Estados Unidos,(22) así como a la caída de Porfirio Díaz ocurrida dos meses después que él saliera de Veracruz, seguida de la Revolución Mexicana. Decide entonces su retorno a París cuando ve cancelada la posibilidad de visitar la ciudad de México en calidad de “huésped de honor” del gobierno de Porfirio Díaz. Es decir, cuando se ve hundido en deudas de las que lo rescata la bondad de los amigos que también le ponen en las manos los billetes para el transatlántico (Bazil 15-16).
Para escribir el artículo “Los asuntos de Nicaragua”,(23) se apoya en los apuntes del Diario, y se refiere a lo divulgado “en las columnas de los periódicos de Cuba, en todos los de Centro América, y en muchos de los Estados Unidos” (65), de los que dice, ninguno ha tratado el tema “con conocimiento y sin entregarse a hipótesis más o menos fantásticas” (65). Por eso se propone hacer para sus lectores argentinos “un relato sencillo y sincero de lo ocurrido” (65). El escenario es otro, y Darío cambia los papeles que representó en su entrevista con La Discusión cuando de paso por La Habana, rumbo a México, confesó estar retirado de la “lírica” a causa de sus obligaciones oficiales. Comienza por presentarse viviendo una vida de retiro en París, dedicado exclusivamente a sus labores periodísticas y literarias, cuando recibió la visita del ministro de su país en Francia, que llegaba a comunicarle su designación “como enviado especial y ministro plenipotenciario en Méjico (sic) durante las fiestas del Centenario y de la Independencia” (65). Hace una breve referencia a “la desorganización de la cancillería de Nicaragua” (66), por no haberle enviado las cartas de retiro pese a haber dimitido desde cuando gobernaba José S. Zelaya, y después ante el gobierno de José Madriz; pero así y todo comenta: “Yo me puse a las órdenes del gobierno de Nicaragua” (65). Ante la opinión pública nunca confesará que esa misión la había cortejado él mismo a través del sub secretario de Relaciones Exteriores de México, Federico Gamboa.(24) En el artículo citado, Darío dedica varias líneas a informar de los preparativos que, según la prensa, se hacían con vistas a su recibimiento en México: “Para el hombre de letras, el cariño del pueblo mejicano pronunciándose con intensidades desacostumbradas” (67); y agrega que [l]a prensa parisiense había también recogido la noticia” (67) de su nombramiento y partida. En otras palabras, se le ve salir de Europa con la seguridad de que su empresa en México será colmada con los éxitos que hace prever su condición de poeta aclamado en América Latina. No obstante, al referirse al momento en que leyó la noticia de la renuncia del presidente de su país, asegura que tuvo “la incertidumbre más fundada sobre la veracidad del despacho telegráfico” (68), una inquietud que no aparece en el Diario, pero que ahora revive al preguntarse: “¿Eran válidas mis credenciales una vez derrotado el gobierno del doctor Madriz?” (68). Es posible que si en el Diario no aparecen estas interrogantes es porque surgieron después de leer la polémica diplomática que saltó a la palestra pública sobre la legitimidad de su representación, y de la que no estuvo ausente el Derecho Internacional,(25) como él mismo dice: “Era el objeto de las más enconadas discusiones el recibimiento hecho a la misión nicaragüense. Debatíase en la prensa la legalidad o ilegalidad de la no admisión de mis credenciales, en vista de la caída del gobierno del doctor Madriz” (71). Al final del artículo es evidente el efecto que ha producido en él lo que se debate en la prensa mexicana sobre la legitimidad del gobierno que hizo el nombramiento, el cual “no puede anularse o retirarse sino por otro gobierno legítimo (71).
Luego, al referirse al factor estadunidense, lo hace nuevamente con prudencia: “comencé a leer con uniformidad en gran número de publicaciones, artículos atribuyendo a presiones gubernativas, motivadas en indicaciones de la cancillería de Washington, mi detención en Veracruz primero y mi viaje a Xalapa después” (71). En este aspecto no deja de mencionar que los delegados de Estados Unidos fueron objeto de hostilidades, en una manifestación que no tenía “más orígenes que el afecto y la gran cultura del pueblo de Méjico” (71). En tales circunstancias, refiere que decide salir hacia La Habana, con el respaldo del gobierno mexicano y del propio presidente, que reconoció su voluntad y deseo “de evitar dificultades que pudieran abocar a un conflicto internacional” (71). Termina el artículo diciendo que no sabe si vuelve a México. Será en 1912, como ya se dijo, que se distancie definitivamente de la figura de Porfirio Díaz, cuando lo llame “viejo cesáreo” y recuerde que las protestas que acabaron con su dominio de treinta años se iniciaron con motivo de su fallido viaje. (La vida129)
Antes, a finales de noviembre de 1911, envía una carta a Manuel Ugarte, en la que se ocupa de lo ocurrido en México, y menciona “los comentarios que a este respecto hicieran, respectivamente, The Times de Londres, y la prensa de los Estados Unidos de América” (en Jirón Terán 317). Se muestra resuelto a romper la situación de impasse en que se encuentra como diplomático, por causa del nuevo gobierno de su país que “en su violenta organización” (317), sigue sin enviarle la “carta de retiro como Ministro ante la Corte de España” (317). Como reacción ante los desplantes de un régimen que apenas tras el viaje a México, le ha propinado el primero de los golpes que le infligiría en los pocos años que le restan de vida, toma la determinación de renunciar a la ciudadanía nicaragüense para adquirir la de Argentina, donde se ha sentido respetado y apreciado. Es verdad que esa decisión está impulsada por el orgullo y la dignidad personal heridos; pero, al tomarla, Darío expresa su punto de vista – con la franqueza relativa que le permite una carta privada que podía llegar al público – de tal manera que despeja las dudas en cuanto a su compromiso con el proyecto nacionalista que se había ido a pique en su país. A partir de ahí, define su posición –firme aunque sin estridencias – frente a la política de los Estados Unidos en Nicaragua:(26)
[D]ado, que según aseguran los diarios y afirman los orígenes de la revolución nicaragüense que ha colocado al nuevo Gobierno, Nicaragua será una dependencia norteamericana. Y como yo no tengo la voluntad de ser yankee, y como la República Argentina ha sido para mí la Patria intelectual, y como, cuando publiqué mi Canto a la Argentina, la prensa de ese amado país pidió para mí la ciudadanía argentina, quiero, debo y puedo ser ciudadano argentino.
Como usted, mi querido amigo, ha hecho por nuestra América Latina mucho, le comunico mi determinación.
Usted sabe lo que yo he amado el Río de la Plata y yo sé que allí todo el mundo aprobaría mi preferencia por el Sol del Sur ante las Estrellas del Norte (371)
Para las fuerzas que en Nicaragua alientan la anexión a los Estados Unidos, Rubén Darío lleva el estigma liberal del nacionalismo;(27) aunque las diferencias ideológicas desaparecen cuando los liberales en el país depusieron su nacionalismo y se sometieron a la fatalidad;(28) pero Darío resiste, aunque con frecuencia cambie su posición de espectador implicado en a espectador ajeno a la política. Así, poco después de recordar que “[s]u renombre en naciones extranjeras enorgullecía a la patria” (El oro 41), en 1914, se ve obligado a escribir al agente de Nicaragua en Washington, Pedro Rafael Cuadra, una carta en la que asume el papel del espectador que, viendo de lejos el naufragio de la nave del Estado, trata de rescatar del oleaje la única pertenencia que cree y espera poder salvar a esas alturas: los salarios retenidos para aliviar las necesidades básicas de su mujer y su hijo.(29) Lo hace poniendo en juego, una vez más, el arte de la prudencia, hábilmente combinado con la ironía de presentarse como un pensador inútil ante un gobierno compuesto mayoritaria e ideológicamente por los mismos hombres, cuya “incultura” – recordemos – denunció en La vida (127).
Finalmente, el gobierno jamás pagó los salarios a Darío, ni él adoptó otra ciudadanía; aunque mantuvo el temor de que su país se convirtiera en colonia de los Estados Unidos, e hizo pública la denuncia de la presencia militar norteamericana y sus secuelas, en “El fin de Nicaragua”,(30) donde presenta un escenario de guerra civil, matanza e incendios, y explica las razones últimas de dicha intervención militar:
Y los Estados Unidos con la aprobación de las naciones de Europa –y quizá de algunas de América…–, ocuparán el territorio nicaragüense, territorio que les conviene, tanto por la vecindad de Panamá, como porque entra en la posibilidad de realizar el otro paso interoceánico por Nicaragua; por las necesidades comerciales, u otras, y así se aprovecharán los estudios ya hechos por ingenieros de la marina norteamericana, como el [del] cubano [Aniceto García] Menocal. Y la soberanía nicaragüense será un recuerdo en la historia de las repúblicas americanas (en Barcia 264).
En 1911, Darío asume en Paris la dirección literaria de Mundial Magazine, y ahí publica una serie de artículos dedicados a cada una de las repúblicas hispanoamericanas, dirigidos particularmente a los lectores europeos. Su objetivo es incentivar la inversión de capital y para ello da información prolija sobre la naturaleza y la economía de los respectivos países. El título de cada uno lleva el nombre del país correspondiente. En enero de 1913 continúa la serie con el que titula “Nicaragua”. El texto, que tiene un sentido de urgencia, comienza por describir la situación de ruina del país, y el peligro de que sea anexado a los Estados Unidos; y alterna la información sobre el caos que ha generado la intervención militar, con las bondades naturales del país:
Nicaragua acaba de pasar por una de las crisis más tremendas de su vida política. La sangre y la muerte han puesto espanto en los ciudadanos, una vez más; han revivido antiguos odios inmotivados; la miseria y el hambre han esparcido sus horrores en el país debilitado. ¡Y cuán buena y generosa tierra para el trabajo, para las iniciativas industriosas! No entraré en el liso y pantanoso terreno político. Pensadores y viajeros de juicio creen en que la penetración pacífica del vecino potente concluirá con su nacionalidad. (Mundial 807)
Es obvio el tono irónico que emplea para referirse a la presencia militar de los Estados Unidos como “penetración pacífica” si tenemos presente que apenas el año anterior se había producido el desembarco de tres mil marines armados. El artículo está acompañado por datos económicos e ilustrado con fotografías que no se corresponden con el estado ruinoso de que se habla al principio; quizá porque el propósito es llamar la atención de Europa hacia un país donde, él piensa, es posible hacer negocios si no se deja en manos de los Estados Unidos. Merece especial atención una fotografía del monumento al “Héroe de Nicaragua”, que entonces se hallaba en un parque de Managua, y que hoy se conoce como “la estatua de Montoya”. Es el homenaje a un soldado que murió defendiendo las fronteras en una de las disputas bélicas que el gobierno de Zelaya animó con su retórica nacionalista, por lo cual en ese tiempo Montoya devino epónimo liberal de la soberanía nacional. Esa ilustración que cierra el artículo nos permite ver la intervención de Darío en el diseño y diagramación de la página. Se trata de la escultura en bronce de un joven campesino que porta un fusil con la mano izquierda, mientras que con la derecha señala hacia el norte, donde avizora al invasor. Al pie del pedestal se halla la escultura en mármol de una mujer abatida que representa a la patria. La alegoría de la disposición de lucha frente al extranjero invasor, y la del dolor representado en la figura femenina, refuerza el sentido de resistencia implícito en el escrito. El texto, como los otros de la serie, lleva una breve historia del país, e informa sobre la economía y los productos de exportación; describe la infraestructura del transporte interno, y hace un recuento de las conexiones portuarias con el resto del mundo, en gran parte atribuidas al gobierno de Zelaya. Si bien aquí procede como un publicista del antiguo régimen, procura adoptar la objetividad del periodista imparcial, cediendo la voz a su fuente Les richesses de l’Amérique Central, de Desiré Pector. Cuando Darío asume la voz narrativa es para hacer guiños sobre la realidad presente o alertar sobre la posibilidad de que Nicaragua pierda la autodeterminación formal, y que con el resto de países de Centro América se convierta en un anexo de los Estados Unidos, pudiendo quedar así alejada del comercio con Europa, que para él es la panacea para el retraso de América Latina:
Los Estados Unidos son los más fuertes importadores, y esto es una amenaza constante económica para todo Centro América, en espera de la absorción, o anexión política, y las tarifas proteccionistas anti-europeas que resultarían de ella. (812)
Concluye llamando la atención sobre el cambio de nombre de la moneda, a la que se le había dado uno ajeno a la historia y cultura locales; pero, más importante aún, denuncia el control de las aduanas por funcionarios de Estados Unidos que así garantizaban los intereses de la banca de su país. Darío puso en la vitrina del comercio europeo los recursos naturales y la infraestructura que podían interesar a los inversionistas, pero también dejó al desnudo los riesgos que implicaba la intervención norteamericana. Lo hace a través de un juego en el que alternan las máscaras del periodista que cede su voz a una tercera persona, y la del sujeto implicado en la historia que recurre a la primera persona plural o singular en la que el individuo, ora se funde en el colectivo, ora habla desde su más íntima subjetividad. Tal estrategia discursiva es, como se sabe, muy propia de Darío cuando entra en temas polémicos, como por ejemplo cuando debió enfrentar la reacción de los tradicionalistas que lo atacaban por sus experimentaciones métricas.(31)
El artículo “Nicaragua” pudo tener una repercusión decisiva en el destino del país, porque para esa época el gobierno de Nicaragua estaba solicitando al de los Estados Unidos la tutela que ejercía en Cuba a tenor de la Enmienda Platt. Es posible que la resonancia de la voz de Rubén Darío hubiera sido determinante para que la opinión pública internacional incidiera en el capitolio de Washington. El espíritu entreguista del gobierno de Nicaragua fue condenado en América Latina, y rechazado por el propio Congreso de los Estados Unidos en Julio de 1913, donde el senador Joseph L. Bristow, de Kansas, comentó: “Los nicaragüenses vienen a Washington a pedir que les pongamos cadenas y nosotros estamos afanados en salvarlos de nosotros mismos” (citado en López Irías 62); pero los funcionarios del gobierno conservador no abandonaron por completo su propuesta, porque pensaban que esa era la única manera de impedir el retorno al poder de los liberales (60-4).
Tal determinación afectó personalmente a Darío, quien fue tratado en vida como un enemigo político por los conservadores de Nicaragua. Es verdad que no militó en partido alguno, pero cuando tuvo que pronunciarse adoptó la posición nacionalista que impulsaba el gobierno liberal de José Santos Zelaya primero, y después el de José Madriz. No vaciló en usar el prestigio continental de su nombre para ponerlo al servicio de los ideales políticos que abrazó. Hemos visto que Darío adaptaba sus poses y representaciones de poeta o de político, según fuera el escenario en que le tocara actuar y según le conviniera a su yo en la interacción con otros.(32) Pese a sus constantes reclamos de que él sólo era un hombre de letras que buscaba la relación armoniosa entre los países del continente americano, cuestionó la legitimidad del gobierno impuesto por la intervención norteamericana. Casi no hace falta recordar que frente a la divisa de la Doctrina Monroe “América para los americanos”, Darío había hecho suya la famosa frase del argentino Roque Sáenz Peña, “América para la humanidad”, que está en la base de su oposición al comercio exclusivo con los Estados Unidos, y del temor de que la influencia de la cultura anglosajona afectara el legado de la cultura grecolatina en los países de Iberoamérica.
Al final de sus días quería volver a la Argentina, donde avizoraba la comodidad y la calma, la seguridad y la serenidad del puerto en el que ansiaba concluir la travesía después de los naufragios, pero su salud empeora y carece de los recursos económicos necesarios. Se ve forzado a viajar a su país donde deja tras sí las ruinas del progreso liberal, porque el huracán enredado en sus alas no lo arrastra hacia el futuro como al ángel de la historia en la novena tesis de Walter Benjamin,(33) sino a un atascamiento temporal, en el cual va a morir, al comenzar el año de 1916. Irónicamente, cuando pierde todas las batallas por la paz mundial, la armonía continental, el progreso liberal, el bienestar familiar, y la vida misma, el régimen conservador que se ensañó en él, también se apropió – en connivencia con los letrados y la Iglesia – su imagen para disciplinarla y hacer de ella el símbolo cultural de la nación intervenida. En el ocultamiento de los ultrajes que recibió por su indeclinable voluntad de oponerse a la ocupación extranjera puede estar el origen de la ansiedad letrada que, contra las evidencias, sostiene en Nicaragua que Rubén Darío no intervino en política porque fue exclusivamente un poeta. El rechazo de Darío a la influencia cultural anglosajona dio pie a que desde el lado nacionalista se le considerara precursor de Augusto C. Sandino. El principal elaborador de esta tesis, Pablo Antonio Cuadra, ve que ─ como Darío ─ Sandino muere no como guerrero, sino buscando la paz (71). Aunque la preocupación de Cuadra es la preservación de la herencia colonial de España, amenazada por la influencia cultural de los Estados Unidos en los años en que se levanta Sandino, su propuesta fue compartida por la revolución sandinista, que consagró a Rubén Darío prócer de la independencia cultural latinoamericana. Así quedó resuelto el nudo gordiano de considerar antiimperialista una posición que las más de las veces fue conciliadora aunque firmemente latinoamericanista.
Notas
1. Cf. Augier, y Mejía Sánchez. Estudios.
2. El gobierno de los Estados Unidos vio en el de José Santos Zelaya una amenaza para sus intereses geopolíticos en la región, habida cuenta la apertura del gobernante a otras potencias capitalistas, particularmente Francia, por lo que auspició su derrocamiento mediante la traición de un militar del partido liberal y la connivencia de las fuerzas conservadoras. Después que el Secretario de Estado de los Estados Unidos Philander Chase Knox envió a Zelaya, en 1909, la conocida “Nota Knox”, que obligó a aquél a abandonar el poder, Darío cerró filas junto a Zelaya quien salió hacia el exilio en Europa, donde ambos se encontraron y cruzaron correspondencia para denunciar internacionalmente la política internacional de los Estados Unidos, así como las arbitrariedades represivas que llevaba a cabo el gobierno impuesto y sostenido por las fuerzas militares norteamericanas. Ambos redactaron “La refutación al Presidente Taft”, que Zelaya suscribiera y que se publicó –traducida por Darío– en inglés francés y español, y en la que se rebaten los argumentos de la diplomacia norteamericana para justificar su participación en el derrocamiento del gobierno de Zelaya. Al salir éste del poder asumió la presidencia de la República un liberal moderado, José Madriz, que mantiene el nombramiento de Darío como ministro ante el Rey de España, pese a que ya se había trasladado a París.
3. Casi es innecesario recordar que los temas de la actualidad política, social y económica Darío los abordó desde su más temprana edad en las crónicas periodísticas, en las que se muestra siempre alerta en defensa de la integridad cultural y territorial de América Latina. Sobre los reproches de la crítica por el supuesto escapismo de Darío, Cf. Browitt 250; y Karen Poe Lang 126-144.
4. Cf. Raimundo Lida, 255; Ernesto Mejía Sánchez, “Un cuento desconocido de Rubén Darío; también Ruth S. Lamb.
5. Obviamente el título de la autobiografía de Darío está en deuda con La vida de Giambatista Vico contada por él mismo, que según Sprinker “es un texto sobre textos, un libro que se origina en otros discursos”. Cf. Sprinker 120.
6. Cf. Torres Bodet Cap. IX. Nota 2: 222-3; también Edelberto Torres 644-6.
7. Crisanto Medina detestaba a Darío y no ahorraba intrigas para desacreditarlo como diplomático, por razones que el propio Darío explica: “El señor Medina no disimula que mi presencia en París no le es grata, y que yo no soy de su simpatía. Sus razones tendrá. No ha de ser una de ellas el que mi abuelo haya muerto, y no en duelo, a manos de su señor padre” (en Jirón Terán 243). En otras dos cartas de 1909 Darío relata las inquinas de Medina y las peripecias que ha tenido que hacer para enfrentar la situación ruinosa de su embajada en Madrid como Ministro de Nicaragua. Cf. Jirón Terán 304-7.
8. En su relato autobiográfico, dos años después, dice que no dio mucho crédito a la noticia de que había caído por la fuerza el gobierno liberal que lo había seleccionado para que fuera su representante circunstancial (La vida 127).
9. La Nación 1, de abril de 1910. Agradezco el dato y copia del texto al Dr. Günther Schmigalle.
10. Se refiere a la “Refutación al Presidente Tafft” de la que, como ya dijimos fue coautor y traductor.
11. Se lo envía a su amigo dominicano Fabio Fiallo, con una carta donde le dice: “Te remito un artículo que he publicado hoy en el diario de la élite intelectual de París. Ahora no dirá Blanco Fombona que yo adulo al Águila Norteamericana” (en Jirón Terán 314).
12. Ángel Augier acompaña su extenso ensayo de dos apéndices, en uno de ellos recoge las crónicas y reportajes que suscitó Rubén Darío cuando iba de paso hacia México, y durante los casi dos meses que permaneció en La Habana de regreso a Europa, que aquí citamos como Augier.
13. Hay implícitas equivocaciones de Darío, que se evidencian al contrastar lo que publica el periódico y lo que él anota en el diario. El periódico al que pertenece el entrevistador no es La Discusión sino La Lucha. Darío le informa que recibió el nombramiento para la misión que cumple, el 15 de agosto, aunque en el Diario apunta que fue un mes antes, el 15 de julio; y la gente que se halla retenida es principalmente de los medios de comunicación, que protestan porque no se les deja pasar a verlo.
14. Cuando Darío regresó de Veracruz a La Habana escribió un poema para conmemorar el centenario de México, que Alfonso Reyes consideraba “–de lo más infortunado que hizo–“ Cf. Reyes 19. Parecidos comentarios hace de este poema Max Henríquez Ureña. Cf. Augier 215-216.
15. Alude al mensaje que en nombre de “sus admiradores veracruzanos” le enviaron Diódoro Batalla, José Ma. Pardo y Jorge Ruiz. Cf. Diario 186.
16. Justo Sierra era titular de la cartera de Instrucción Pública.
17. En El Oro de Mallorca, la voz narrativa –en tercera persona– reaviva otra experiencia, la del retorno a Nicaragua en 1907, en la que se deja llevar por la multitud, y pudo sentirse como Cortés: “Había vuelto a su país natal y su llegada fue la de un conquistador” (41).
18. De acuerdo con Torres Bodet: “Los escritores, y, sobre todo, los estudiantes, atribuían la cautela del gobierno de Díaz no a una mera consideración diplomática de orden protocolario, sino a una docilidad excesiva frente a la cancillería de Washington” (92).
19. El artículo de Monterde proviene de la versión taquigráfica de una conferencia dictada en la Escuela de Ciencias de la Educación de la Facultad de Humanidades, de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, el 16 de enero de 1967. Cf. Monterde, 301.
20. Cuando al fin pudo salir de La Habana y volvió a Paris, el gobierno mexicano le asignó un estipendio de 500 francos mensuales que cesó con los cambios introducidos por la revolución mexicana, dejándolo, según escribiera Federico Gamboa, “en una situación especial” (En Jirón Terán 329). Esta suma de dinero salía del presupuesto de Instrucción Pública y se justificaba con el encargo de que “continúe estudiando en Europa cómo se hace la enseñanza literaria en los países de origen latino, y escriba una obra como resultado de ese estudio”. Cf. Reyes 25.
21. Es dable suponer que Reyes alude al arte de prudencia, teniendo en cuenta que Darío debió ser un lector aplicado del Oráculo manual y arte de prudencia, de Baltasar Gracián, a quien en las famosas “Palabras liminares” de Prosas profanas cita entre sus clásicos castellanos de cabecera.
22. Esa recomposición implicó, desde 1910, diferentes operaciones políticas, militares, económicas y culturales, las que fueron aseguradas por los 3000 marines norteamericanos que desembarcaron en el país en 1912. Así, mientras expertos de Estados Unidos diseñan el sistema monetario en 1911, los banqueros estadounidenses obtienen el derecho a comprar el 51% de las acciones del Banco Nacional, y postulan y someten a referéndum del Secretario de Estado de su país, el nombre del recaudador de impuestos que habrá de designar el Presidente de Nicaragua para que, con lo recolectado, pague un empréstito a la firma Brown Brothers Co., de los Estados Unidos. Cf. Pérez-Baltodano 381.
23. Publicado en La Nación, el 7 de diciembre de 1910, según nota de Mejía Sánchez, Estudios 65.
24. Gamboa, en su propio diario, el 1 de octubre de 1910, hizo alusión a “las notas desafinadas” que empañaron la celebración, entre las que lamenta la ausencia de la “cabeza genial de Rubén Darío, legítima gloria americana” (en Mejía Sánchez, Estudios 73). No obstante, en el clímax de la controversia, acosado por los periodistas que exigían una explicación del impedimento que obligó a Darío a ausentarse, Gamboa dio la nota cómica con una jerigonza: “Es una verdad reconocida que todo problema de derecho internacional debe plantearse de manera que las premisas correspondan exactamente a la realidad de los hechos, para que así pueda científicamente asegurarse…” (En Torres 703).
25. Al respecto, los diarios El País y El Imparcial de México sostuvieron el 3 y 5 de septiembre respectivamente, una polémica con citas de tratadistas del derecho internacional para dirimir si se debía reconocer a Darío como el representante oficial de su país o si esa representación cesaba al cesar el gobierno que lo había delegado, aun cuando el que se hallaba en el poder no había sido reconocido por el de México. Cf. Mejía Sánchez, Estudios 36-42.
26. Entre el 27 y el 30 de octubre 1910 representantes del nuevo gobierno firmaron con representante de los Estados Unidos, Thomas Dawson, un pacto mediante el cual, quedó anulada la voluntad política de la clase gobernante de Nicaragua Cf. Pérez Baltodano 371. En 1913, los sucesores de dicho gobierno propusieron un nuevo tratado a Estados Unidos en el que se dispone que, “El Gobierno de los Estados Unidos de América pueda ejercer el DERECHO DE INTERVENIR para la preservación de la independencia de Nicaragua y el sostenimiento de un Gobierno adecuado…”, el cual no fue aprobado por el Senado de los Estados Unidos (López Irías 60, énfasis en el original).
27. La reorganización del Estado se hizo en base a los acuerdos firmados por representantes del gobierno de los Estados Unidos y de Nicaragua. Entre ellos el de celebrar elecciones, escogiendo a un candidato del partido conservador, el cual se debía comprometer a no permitir “bajo ningún pretexto al elemento zelayista en su administración” Cf. Pérez-Baltodano 372.
28. Esta situación la comentó Zelaya en carta que dirigió desde Bruselas a Rubén Darío. (En Ghiraldo, El archivo, 243-4).
29. Carta inserta en Pedro J. Cuadra Ch. 56-7.
30. Publicado en La Nación, el 28 de septiembre de 1912. Cf. Barcia, 264.
32. Sobre el concepto de escenario empleado aquí Cf. Castillo del Pino 18.
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