Infortunios de Alonso Ramírez (1690), o del naufragio que le abrió a América el mundo

José Francisco Buscaglia Salgado, State University of New York at Buffalo

Para Reinaldo Funes Monzote y Reynier Pérez Hernández, hermanos de la costa

 

    El hallazgo del documento dando parte del matrimonio de Alonso Ramírez con Francisca Xaviera Ribera de Poblete en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México el domingo 8 de noviembre de 1682, que en 2009 hice público por primera vez en mi introducción a la edición cubana de las obras históricas de Carlos de Sigüenza y Góngora que tratan sobre las Antillas, prueba sin lugar a duda la existencia del protagonista de los Infortunios de Alonso Ramírez, obra publicada en la Ciudad de México durante el verano de 1690.(1) (Ver la ilustración 1) Igualmente pone fin a un siglo de debates en torno a la posibilidad de que las historias entrelazadas y los relatos en conflicto que recogen los Infortunios puedan ser exclusivamente fruto de la imaginación de Sigüenza. Ese hecho también coloca a Ramírez a bordo del galeón de Manila en 1684 y no en 1682 como se indica en el relato. Más que nada, el hallazgo de esta tan esperada prueba nos permite declarar sin lugar a equivocaciones que tenemos en nuestras manos una relación que, aunque poco transparente, intenta establecer por medio de la documentación detallada la veracidad histórica de los hechos referidos en el testimonio de quien innegablemente fue el primer americano que sabemos a ciencia cierta consiguió darle la vuelta al mundo.
     La historia de los Infortunios da comienzo en San Juan de Puerto Rico desde donde Alonso, un joven de casi trece años, se hace a la mar en busca de la forma de "pasar la vida con descanso".(2) Su fatídica estrella le acompañaría en todas sus trabajosas andanzas por Nueva España obligándole en un acto de máxima desesperación a embarcarse en el galeón de Manila para exiliarse en las Filipinas. Allí le sonreiría la suerte hasta el día en que cayó en manos de piratas ingleses. Ellos le llevarían en una ruta de pillaje, violación y canibalismo por el Mar del Sur de China hasta lo que es hoy Vietnam y Taiwán, pasando por Sulawesi, Timor y Australia, hasta llegar a Madagascar para bojear el Cabo de Buena Esperanza y cruzar el Atlántico. Entonces sería puesto en libertad por sus captores para continuar, según palabras de Sigüenza en el título de la obra, "navegando por sí solo y sin derrota hasta varar en la Costa de Yucatán, consiguiendo por este medio dar vuelta al Mundo". La historia insólita del náufrago llegaría a oídos del virrey de Nueva España, Gaspar de la Cerda Silva Sandoval y Mendoza, Conde de Galve, quien le mandaría a buscar para pedirle parte. Luego de la audiencia el virrey le ordenaría a Sigüenza que hiciese relación escrita de las hazañas de Ramírez.

Un americano por Rey del Orbe

     Ya que, por definición, todas las historias de circunnavegación convierten al lugar de partida y regreso de su protagonista en una especie de ónfalos moderno, en el sentido de la noción imperial romana del Umbilicus Urbi, u ombligo del mundo, el texto de Sigüenza es también la primera relación colonial-moderna que desplaza a Europa como el eje central de todo movimiento civilizador y punto de donde emana todo poder o saber. Es así como, echando mano de la imagen y de la increíble hazaña supuestamente realizada por Alonso Ramírez, este texto breve y de modesta impresión ensalza de forma diestra, y mejor que ningún otro escrito de la Era de la Navegación, la grandeza a escala planetaria de un sujeto americano. No es de sorprender, pues, que la relación de la insólita hazaña de este español-criollo-americano de baja extracción social que le dio la vuelta al mundo acabe, a su vez, dándole vuelta al mundo para ponerlo de cabeza. Si fue idea del Conde de Galve dejar constancia de los hechos para sacarle partido en la corte de Madrid, en México metieron mano en la masa de esta historia no sólo Ramírez y Sigüenza, sino también el censor Francisco de Ayerra Santa María, paisano de Ramírez e íntimo de Sigüenza. Entre los tres se las arreglaron para hacer de esta relación una fuerte denuncia del modelo hegemónico mercantil e imperial emergente entonces y representado por Inglaterra. Una primera lectura revela cómo estos volcaron la Leyenda Negra sobre el enemigo inglés, y fueron los primeros en levantar el pendón con la imagen de la Virgen de Guadalupe como reina del orbe.  De esto trataré primero por ser pieza tanto más jugosa ahora que se ha logrado establecer la historicidad del personaje. Luego pasaré a señalar una serie de conjeturas y nuevas posibilidades de lectura que curiosamente comienzan a develarse en virtud de todo y cuanto queda oculto en las intenciones de este triunvirato criollo, y más específicamente tras el genio y la figura de Ramírez.
     Sigüenza, quien se pensaba entre "los que de padres Españoles casualmente nacimos "(3) en "Nuestra criolla nacion"(4) encontró en la historia de Ramírez la coartada perfecta para montar y apuntalar firmemente una censura moral y una invectiva en contra de los ingleses a quienes describió como herejes y gentes bárbaras. Más importante aún, basándose en lo alegadamente presenciado por Ramírez durante el rapto de Pulau Condón, Sigüenza pudo elaborar un poderoso discurso contestatario para volcar la leyenda negra sobre sus principales promotores, pintando a los ingleses como la personificación misma del caníbal moderno:

Si hubieran celebrado esta abominable victoria agotando frasqueras de aguardiente como siempre usan, poco importara encomendarla al silencio. Pero habiendo intervenido en ello lo que yo vi, ¿cómo pudiera dejar de expresarlo si no es quedándome dolor y escrúpulo de no decirlo? Entre los despojos con que vinieron del pueblo—y fueron cuanto por sus mujeres y bastimentos les habían dado—estaba un brazo humano de los que perecieron en el incendio. De éste cortó cada uno una pequeña presa, y alabando el gusto de tan linda carne entre repetidas saludes le dieron fin. Miraba yo con escándalo y congoja tan bestial acción, y llegándose a mí uno con un pedazo me instó con importunaciones molestas a que lo comiese. A la debida repulsa que yo le hice me dijo que siendo español, y por el consiguiente cobarde, bien podía para igualarlos a ellos en el valor no ser melindroso. No me instó más por responder a un brindis.(5)

     Esto es todavía más significativo si tomamos en cuenta que esta obra fue publicada tres décadas antes que el Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe, novela que le daría a innumerables generaciones una visión nítida del imperio basada en la idea de la famosa "carga del hombre blanco" que le confería a las naciones imperiales europeas la obligación de imponer su modelo de civilización sobre los demás pueblos del mundo. La obra de Defoe hace una apología de la moralidad protestante y de la economía mercantilista donde el hombre de acción inglés es elevado al rango de Generalissimo (6) y amo del Ingenio(7) o plantación de caña de azúcar. El primero de esos títulos fue conferido a razón de la denuncia moralizante que hace el personaje de Crusoe contra la empresa imperial española en el Nuevo Mundo. Su rabiosa promoción de la leyenda negra eleva el estandarte de la civilización inglesa mientras esconde las prácticas de terror de la esclavitud y la colonización que impulsaron su proyecto imperial. El segundo fue otorgado por la providencia misma y encarnado en la figura de Viernes, el caníbal isleño que era el "hombre" o siervo de Crusoe. Aquí el contraste con los Infortunios requiere de una lectura paralela de ambos textos:

Esto justificaría la conducta de los españoles y de todas las barbaridades que perpetraron en América, donde acabaron con millones de personas quienes, a pesar de ser idólatras y bárbaros y de tener varios rituales bárbaros y sanguinarios entre sus costumbres, como el de sacrificar cuerpos humanos a sus ídolos, eran sin embargo, respecto a los españoles, gente muy inocente. . . y así, la mera mención del nombre de un español se considera algo espantoso y terrible por todos los pueblos de la humanidad, o de compasión cristiana.(8)

     Sigüenza nunca lo supo, pero el hecho es que el reclamo del descubrimiento de Australia hecho en la Ciudad de México en el verano de 1690 a favor de Alonso Ramírez precede por siete años a la primera relación en lengua inglesa donde el escritor pirata Guillermo Dampier toma crédito de la misma gesta en su libro Un nuevo viaje alrededor del mundo, publicado en Londres en 1697.(9)
     El viaje de Ramírez resulta todavía más insólito si se toma en consideración que su recorrido le llevó a ser un cómplice entusiasta en dos de las más fascinantes tramas de intriga en su día en la Ciudad de México y en alta mar respectivamente. La primera fue la estafa más grande en la historia del México colonial. Se trató de los panecillos alegadamente milagrosos que se generaban en ollas de agua cobrando la forma de la imagen de Santa Teresa de Jesús. Este negocio se obraba en casa del deán de la catedral metropolitana por su hermana, María de Poblete, viuda de Juan de Ribera y suegra de Ramírez. Alonso tenía diecinueve años cuando se casó fon Francisca Xaviera. Para entonces el lucrativo chanchullo llevaba tres décadas en operación. Todavía era un negocio rentable a pesar de que el Santo Oficio había estado investigando el asunto desde 1680. El tiempo que pasó con las Poblete debe haberle dado a Ramírez una lección formidable en trapacería. Aún así, dadas las circunstancias tan complicadas y el hecho de que la casa de las Poblete estaba en la mirilla del Santo Oficio, Ramírez jamás hubiera obtenido el permiso de la viuda para desposar a su hija si ésta no hubiese visto en él no sólo a un aprendiz con potencial sino también a un cómplice astuto y discreto.
     La segunda de las tramas en las que Ramírez estuvo involucrado tiene repercusiones mucho más amplias hasta estos días. Tal como anuncié en la edición cubana en 2009 puedo ahora felizmente presentar la información documental más completa señalando el hecho de que, aunque no es mencionado por nombre, Ramírez iba a bordo de la fragata real Nuestra Señora de Aránzazu cuando ésta fue capturada por el Cygnet de Londres, el buque pirata cuyo tripulante más famoso, hasta ahora, no era otro que el mismo Guillermo Dampier. Sería difícil hacer excesivo hincapié en la importancia de este hallazgo inicialmente supuesto por Cummings y Soons en su edición de los Infortunios de 1984. Para empezar, es un caso extraordinario de justicia poética mediante el cual la supuesta víctima de un secuestro es capaz de robarle la fama más merecida a sus captores, tornando la relación de circunnavegación de Dampier en noticia de segunda plana, puesto que los Infortunios se publicó siete años antes que Un nuevo viaje, suceso éste que ni Sigüenza ni Dampier hubieran podido concebir. Además, es un golpe duro contra la figura de Dampier, quien generalmente se salva de ser visto como un amotinado y un pirata, y menos como miembro de una comunidad de asesinos y violadores, gracias al hecho de que al dejar constancia de haber puesto pie en Australia se convirtió en una figura importante de la mitología imperial británica y de su imaginario nacionalista temprano.
     La versión de la historia en los Infortunios ubica a Dampier mucho más cercano al caníbal que al caballero errante, obligándonos a interrogar ese tour de force que desde entonces ha dado pie para considerar Un nuevo viaje como uno de los primeros y más fundamentales escritos que proyectan a escala universal la figura del hombre de acción inglés. Sobre esa figura vino a levantarse el reclamo de la dominación de los mares por Gran Bretaña y la mera doctrina que elevaría al patrón colonial moderno al heroico estatus de gran civilizador. Es consabido que la vida y la obra de Dampier ejercieron gran influencia en el espíritu de la época y en los clásicos del momento, como el Crusoe de Defoe y Los viajes de Gulliver (1726) de Jonathan Swift. De hecho, en 1703 Dampier dirigió una expedición contra los franceses y los españoles al mando del San Jorge, un buque de veintiséis cañones y una tripulación de ciento veinte hombres. El San Jorge iba acompañado por el Cinque Ports, con dieciséis cañones y sesenta y tres hombres bajo el mando de Thomas Stradling. A bordo de éste iba como navegante un tal Alejandro Selkirk, impetuoso escocés que en octubre de 1704 fue abandonado en el archipiélago de Juan Fernández y cuya historia serviría de base para el personaje de Crusoe. Selkirk sería rescatado cuatro años después por Woodes Rogers. Rogers era quien había financiado la expedición. Pero toda la "aventura" fue idea y diseño de Dampier quien, a los sesenta y seis años, iba de piloto a bordo de la nao capitana. Es difícil pensar en Crusoe sin Dampier. Pero, de ahora en adelante, será igualmente difícil pensar en Dampier sin Ramírez. Una vez más, como cuando lo leemos junto a La tempestad, los Infortunios ponen en jaque, interrogan y nos obligan a reevaluar críticamente y con gran interés político obras canónicas en la tradición ideológica que llevó a la invención del otro al europeo, y a la de éste como "el Monarca de todo cuanto diviso"(10), figura esta que a Dampier le gustaba asumir y personificar: en las tabernas londinenses donde era visto como un héroe popular y un charlatán con clase, los marineros le llamaban afectuosamente el Rey del Mar, título que disfrutó informalmente medio siglo antes de que los ingleses, impulsados por aires nacionalistas e imperialistas, hicieran popular la canción de "Britannia Rules the Waves", o Britania reina en las olas.
     Esta es en parte la razón por la cual el célebre Rey del Mar de las tabernas londinenses es una figura importantísima en la historia de la piratería. Pudiera decirse que en términos simbólicos, Dampier es el corsario que le entrega los mares a la corona inglesa. En este sentido la pasión barroca por la fuga en los Infortunios presenta un gran contraste con la relación lineal y el propósito preclaro de Dampier, y con una obra que busca identificar mercados y nuevas colonias o factorías para una Inglaterra en expansión asumiendo la forma, a veces, de un viaje proto-científico de recolección de datos. Por eso, al menos para los ingleses, Dampier es el ejemplo de lo que pudiéramos llamar el pirata noble, es decir, el pirata moral o el pirata como científico.
     Para los españoles que capturaron el San Jorge y el Cique Ports, Dampier y sus hombres fueron todo lo contrario. Los documentos los describen como la personificación misma de la piratería:

el uno nombrado San Jorge con veinte y seis piezas de fierro las quatro de a nueve libras de bala y las demas de a seis libras y este navío cargaba cuando era de mercaderes trescientas y treinta y seis toneladas cuyo Capitán Guillermo Dampier con ciento treinta hombres todos marineros y cada hombre con una escopeta con veinte y cuatro cargas de balas y polbora que se ponen en la cintura quatro pistolas y sus veinte y quatro cargas en alfanje en la cintura y una bayoneta para armar en la boca de la escopeta(11)

     A Dampier se le pinta como un hombre a la vez cortés y charlatán, pero no menos dispuesto para la acción y el combate. Como prueba de esto se indica que había perdido el dedo meñique de la mano derecha en una expedición anterior. Luego de la captura por el San Jorge del navío español Santa Rita, uno de sus prisioneros declaró que:

el capitán de Mar y Guerra piloto mayor del navío grande se llama Guillermo Dampier que será de sesenta y quatro a sesenta y seis años de edad que ha estado en este mar otras beces y en una de ellas perdió el dedo meñique de la mano derecha, que trato a este declarante y a todos los demas pasajeros que el traia en dicho navío con mucha atención(12)

     Refiriéndose a la salida de la expedición se indica que, en Londres, el Duque de Amboise y Virrey de Irlanda pasó a bordo del San Jorge. Era la Guerra de la Sucesión Española y los franceses estaban entrando al Pacífico. El virrey había venido a prevenirle, pero el Rey del Mar le respondió "que no importava eso nada porque el savía mejor los puertos y costas del sur que no los franceses porque havía estado en el Mar del Sur abra diez y ocho años".(13) En los mismos documentos se recoge el testimonio de cuánto llegó a prometerle a las autoridades:

y haviéndose presentado en el Parlamento de aquella ciudad el Capitán Guillermo Dampier fue publico que el suso dicho dijo a dicho Parlamento que se le dieren dos navíos armados que el se atrevía a venir a esta America a llevar de presa tres millones de libras esterlinas de plata(14)

     Dampier consiguió los navíos armados. Pero, después de tanta jactancia, su última expedición resultó ser un fracaso rotundo. Por esa razón ha sido recordado siempre por las hazañas de su primer viaje alrededor del mundo y su recapitulación de las mismas. Ahora, por primera vez en trescientos años podemos decir sin miedo a equivocarnos que existen dos versiones muy distintas de aquel "nuevo viaje". De hecho, la presencia de la tripulación de Nuestra Señora de Aránzazu en el Cygnet coloca a un navío dentro del otro, y a una historia dentro de la otra, en una relación tumultuosa de constantes vuelcos y revuelcos de las medias verdades y silencios en ambas obras y en las vidas de sus respectivos protagonistas. Quizás, entre Alonso y Guillermo, nunca sabremos quién de ellos llegó a ejercer mayor influencia sobre el otro durante el período de catorce meses que pasaron viviendo juntos, desde el día de la captura de Nuestra Señora de Aránzazu, el 4 de marzo de 1687, hasta el día en que Dampier fue abandonado por el Cygnet en la isla de Nicobar el 25 de mayo de 1688. Pero no debemos dudar de que la insaciable curiosidad de ambos les debe haber llevado a encontrarse mutuamente irresistibles por lo sabios y listos que eran ambos, y por la visión de mundo que cada cual le podía ofrecer al otro. Sin ir más lejos, la prueba de la existencia de una relación que debió haber sido tan íntima como valiosa para ambos hombres es que, como buenos piratas, la mantuvieron secreta y bien escondida en sus respectivas historias como la presa que el filibustero con experiencia desea poseer en exclusividad. Una lectura paralela de ambos textos pondría al descubierto la gran deuda que cada uno tenía con el otro siendo ambos, a la vez, los últimos capitanes del mare liberum, o de aquel mar abierto que pronto sería políticamente reducido por las naciones e imperios modernos. Por sus hazañas y sus historias, Dampier y Ramírez pueden disputarse, de ahora en adelante y a perpetuidad, el título de Rey del Mar.
     En términos ideológicos la trama cocinada por Ramírez y Sigüenza en los Infortunios es una bien planificada toma por la fuerza del Cygnet, lo cual habla del interés de ambos hombres en sacarle el mayor partido a la historia. En ese devenir les legaron a generaciones futuras un ejemplo único de cómo una supuesta víctima o subordinado en el mundo colonial moderno puede proceder de forma proactiva y desde un sentido de valía para reescribir la historia a su favor y de paso poner de cabeza las creencias en culturas y gentes inferiores. En este sentido quizás no haya otro lugar de mayor transcendencia simbólica en el texto que allí donde se nos quiere hacer creer que, en un acto muy peligroso de desafío, aunque del todo desconocido por los piratas protestantes ingleses, Ramírez obligó al Cygnet a recorrer los Mares del Sur bajo el estandarte de Nuestra Señora de Guadalupe de México. Esta no es solamente una instancia temprana e importante en la construcción de la imagen y la creación del mito que la respalda. Es también una iteración muy única del símbolo, pues aquí la virgen mestiza de México es literalmente elevada sobre toda la humanidad y cargada por medio mundo, mientras es coronada secretamente reina y soberana de quienes representan la raza pura y superior, amén del futuro del expansionismo europeo y de la economía mercantilista. Como tal, es también una profecía temprana del fin del imperio:

Creo [que] hubiera sido imposible mi libertad si continuamente no hubiera ocupado la memoria y afectos en María Santísima de Guadalupe de México, de quien siempre protesto [que] viviré esclavo por lo que le debo. He traído siempre conmigo un retrato suyo, y temiendo que lo profanaran los herejes piratas cuando me apresaron, supuesto que entonces, quitándonos los rosarios de los cuellos y reprendiéndonos como a impíos y supersticiosos los arrojaron al mar, como mejor pude se lo quité de la vista, y la vez primera que subí al tope lo escondí allí.(15)

     Si ésta es una historia de dos barcos es también una batalla de voluntades en la que las voces detrás de los Infortunios buscan agresivamente arrancarle toda autoridad moral a aquellos a quienes se describe como piratas herejes. En esa contienda están también enredados Sigüenza y Defoe en el reclamo de supremacía de sus respectivas religiones, a la vez que dan testimonio de la sucesión imperial desatada por la merma de las Españas y la ascendencia del Reino Unido. Aún así, con todas las curvas y contracurvas barrocas que esta historia alcanza a generar, la figura de Ramírez, su persona y su testimonio, siguen siendo el origen de toda intriga y el punto de apoyo donde se balancean, precariamente y sin llegar nunca al equilibrio, los intereses y cálculos de Sigüenza y del virrey por un lado, y por el otro los relatos y secretos de una sociedad pirata a la cual pertenecieron tanto Ramírez como Dampier. Así se mantiene la obra como una fuga en estallido completo que nunca llega a alcanzar la coda de su período final. Si la irrefrenable y vertiginosa mutabilidad característica de la subjetividad americana se había descubierto a sí misma para cobrar forma y expresión concreta en las volutas y figuras entrecruzadas que adornan las paredes, pilastras, arcos y bóvedas de la Capilla del Rosario en Puebla de los Ángeles (ver la ilustración 2), en la gesta de Ramírez y en la pluma de Sigüenza esa fuerza vital se hizo verbo y navegó en mar abierto, levando su estandarte sobre la inequívoca intención vectorial del sujeto europeo y su búsqueda de la autoría única y unitaria.

Cara y cruz de Alonso Ramírez

     Sépase que en las Filipinas Alonso Ramírez asumió el nombre de Felipe Ferrer en un caso clásico de robo de identidad. Felipe Ferrer fue contramaestre del galeón Santo Niño que se hallaba en medio del Océano Pacífico, exactamente a ciento catorce días de Acapulco, cuando Ramírez puso pie en Manila por primera vez. No he logrado precisar cuándo se dio el robo ni qué pasó con Ferrer. Pero si bien es cierto que Ramírez no era el Felipe Ferrer que decía ser, también es cierto que el Felipe Ferrer que fue contramaestre del Santo Niño nunca hubiera podido ser el Felipe Ferrer por quien Ramírez se haría pasar tres años más tarde. En carta del 25 de diciembre de 1687 Gabriel de Curucelaegui,  gobernador de Filipinas, da parte al Rey de las obras que se habían dispuesto para reparar el castillo de San Felipe Neri de Cavite. Se trataba de una obra mayor de fortificación de planta rectangular con cuatro baluartes que defendía la entrada a la Bahía de Manila y que amenazaba con derrumbarse debido a que la acción de las olas había socavado sus cimientos. La reparación con cajones de sillería había quedado aprobada con un presupuesto de cien mil pesos para gente y materiales basada en una propuesta del año anterior en la que el maestro de obras se comprometía a terminar los trabajos en el término de un año y medio. El maestro de obras, según refiere Curucelaegui al Rey, se llamaba Felipe Ferrer:

Los reparos del puerto de Cavite, de que tengo hecha relacion a V.M., y de como son tan precissos que esta a pique de cortarse y aruinarse el castillo, hubiera ya comenzado a poner por obra a no haverse variado en las dispossiciones de la forma, en que se ha de reparar, pues haviendose resuelto por diferentes juntas, yr al atajo de mayor ruina con el reparo de estacas y otros materiales, hizo cierta propossicion un Capitan de la punta y rivera de Cavite llamado Phelipe Ferrer, entendido en el arte de architectura, quien ofrecio concluir en año y medio esta obra de cajones de silleria con que se le diese la gente y materiales necessarios, y asistir al magisterio y direción de ella por su persona por hazer esse servicio a VM.

     La carta pasa a explicar que la propuesta de Ferrer fue sometida al examen de las personas más expertas y a las máximas autoridades de Manila, incluyendo consultas al arzobispo y al anterior gobernador, Juan de Vargas Hurtado, quien se encontraba bajo arresto domiciliario por irregularidades fiscales ocurridas durante su mandato. Desafortunadamente para todos los interesados, el gobernador se vio forzado a abandonar el proyecto dado que el maestro de obras cayó en manos piratas:

con lo qual estava animado para yr dando principio a dichas obra hasta que, como refiero a VM en la que toca a piratas, uno de ellos cojió a dicho Capitan Ferrer por marzo del año pasado en una Balandra de quenta de VM y selo llebo consigo con que cesso este asiento.(16)

     Si es cierto que Ramírez no tenía cualificación alguna para ser contramaestre de la nao de Acapulco cuando pasó a bordo del Santa Rosa, también es cierto que una persona que había escalado a lo largo de los años como marinero para llegar a ser contramaestre del galeón nunca hubiera tenido el tiempo para hacerse un experto en el arte de la arquitectura. Únicamente Ramírez, que durante dos períodos separados había trabajado por espacio de dos años y medio bajo la dirección de Cristóbal de Medina, el arquitecto de mayor renombre entonces en la Ciudad de México, pudiera habérselas arreglado para someter una propuesta tan detallada y completa. Aquí nos encontramos con Ramírez en su mejor momento, convenciendo a un arzobispo, a un administrador altamente competente, a un genio político como Curucelaegui, y a un astuto y corrupto exgobernador, para que le diesen cien mil pesos, hombres y materiales para llevar a cabo un proyecto muy ambicioso que se entendía cada vez más necesario dado el creciente estado de alarma frente a la presencia de piratas ingleses que tenían en la mirilla la única empresa que mantenía a la colonia próspera y en manos españolas: el galeón.
     Mientras más se indaga en la persona de Ramírez más preguntas surgen. Supuestamente nunca tuvo la intención de llevar a cabo la travesía que ahora le hace célebre, pues iba en busca de fortuna y no de fama. Pero si la intención aparente de Ramírez era regresar a la Ciudad de México no para ser aclamado como marino intrépido sino, como se constata al principio del relato, sino "para pasar la vida con descanso",(17) ¿dónde en toda la travesía llega más cerca de conseguir este objetivo? Retrocediendo en la historia desde el momento de su audiencia con el virrey tendríamos que ir al lugar donde sus supuestos captores le pusieron en libertad. Una vez allí tendríamos que revirar la escena para considerar las razones por las cuales él y los supuestos sobrevivientes de su tripulación recibieron una fragata bien armada con lo que sólo puede ser descrito como una buena parte del botín. ¿No hubiese sido de mayor conveniencia para los piratas haber pasado a Ramírez y a sus hombres por las armas o, alternativamente, haberlos abandonado en tierra o arrojado por la borda en alta mar antes de regresar a Inglaterra?
     Sostengo que no tiene nada de cierto la afirmación de que Ramírez y sus hombres cruzaron el Mar de las Antillas "sin saber dónde estaban ni la parte a que iban".(18) Sigüenza puede haber aceptado la aserción de Ramírez de que "ni [se] entendía el derrotero holandés, ni teníamos carta que entre tantas confusiones nos sirviera de algo".(19) Pero si se traza con cuidado el curso descrito detalladamente en el texto queda claro que Ramírez navegó por el arco de las Antillas con toda la destreza de un capitán con experiencia y conocimiento de esos mares. (Ver la ilustración 3) La excusa de no haber podido acercarse a la costa sur de la Española a causa de los vientos contrarios se estrella de cara contra la proeza realizada durante el resto del recorrido cuando negoció las corrientes bravías de los canales de Anegada y de la Mona, al mismo tiempo que logró sortear sin encallar los incontables bancos de arena y los sendos peñascos de piedra volcánica de las Islas Vírgenes.
     Sin embargo, es el silencio que guarda en torno a lo que de otra manera es la imposibilidad de navegar esas aguas sin divisar la isla de Puerto Rico lo que nos da la prueba definitiva para desmentir su alegato de haber estado perdido entre las islas. Es imposible pasar por el estrecho de The Narrows en las Islas Vírgenes y entrar en el Mar de las Antillas para divisar nítidamente la costa sur de la Española, tal y como se describe en el libro, sin toparse con la punta este de Puerto Rico y correr a lo largo de toda su costa meridional. El marino que navegue por los cayos más al poniente de las Islas Vírgenes, pasando la isla de Culebra, tiene siempre a la vista el imponente monte del Yunque, que es el punto más alto en la parte oriental de Puerto Rico, y un lugar señero que puede ser visto también desde San Juan, la ciudad natal de Ramírez. Este pico ha sido lugar de culto por siglos como morada mítica de la deidad suprema arahuaca Yucajú-Maguá-Mahorocotí y hasta el día de hoy sigue siendo considerado una suerte de lugar sagrado por los isleños.(20) No hay duda de que Ramírez hubiese reconocido el Yunque a primera vista sabiendo muy bien que en ese momento acababa precisamente de completar su circunnavegación del globo terráqueo.
     El silencio que se guarda en torno a esta hazaña tan portentosa es bastante revelador. Alonso había renunciado a su mayorazgo colonial de ser carpintero de ribera, el oficio que por ley debía aprender entonces todo joven desocupado de San Juan a pesar de que no existía posibilidad real de obtener empleo fijo, cuando antes de cumplir los trece años, según apunta Sigüenza, decidió hurtarle el cuerpo a su misma patria. Ahora, exactamente catorce años después, en agosto de 1689, vendría a reclamar su herencia a su manera, y de la forma más desenfrenada, apropiándose de su misma patria al borrarla del mapa en una maniobra fríamente calculada cuya intención era no dejar evidencia alguna del robo. Curiosamente este truco mágico de desaparición es a su vez un momento fascinante de autodescubrimiento. En una relación donde, como hemos de ver, el protagonista está siempre encubriendo sus motivaciones reales y ocultando a la vez sus verdaderos paraderos y hazañas, no puede haber nada más revelador que su aparente incapacidad para dar con la isla de Puerto Rico.
     Bien pudiera decirse que habiéndole dado la vuelta al mundo de la colonialidad y habiendo sido testigo del auge y la decadencia de los imperios modernos en el Seno Mexicano y en el nuevo escenario de expansión colonial en el Mar del Sur de China, esta toma de conciencia respondía a un acto de empatía y compasión, por el que el deseo de hacer invisible a su patria pudiera responder a un anhelo de cierto tipo de redención colectiva nacido de su experiencia directa de la libertad en alta mar. De una u otra forma era claramente la manera más astuta de burlar el cerco de las autoridades tratando de evitar la más mínima sospecha, con la eliminación de toda pista, que permitiera culparle de un acto de traición a la corona y a su religión católica. Pero si la única información a que podemos aspirar a poseer es aquella que no hacemos pública, ¿no es acaso ésta una forma de reclamar cierto derecho de propiedad sobre su patria al borrarla del mapa? Es  este sentido concreto de la posibilidad de trascender más allá de las demarcaciones impuestas por el orden colonial que en el Caribe ha sido siempre el muy noble y bizarro oficio del contrabando, impulsado por la necesidad apremiante de darse a la fuga más vertiginosa e inmediata, el que hace de esta obra la primera relación verdaderamente antillana en la historia de las letras americanas. Aquí el espacio de la desaparición revela el mayor de los caprichos de toda una nueva estirpe social que encuentra en Ramírez al máximo exponente temprano en el arte del engaño y la burla de las autoridades así como también a un mercader experto en el contrabando de las ideas. En este sentido los Infortunios deben medirse contra el telón de fondo del Espejo de paciencia (1608) de Silvestre de Balboa que, como un texto alegadamente fundacional en la literatura cubana, es una historia moralizante que denuncia la piratería desde una perspectiva hegemónica con base en tierra firme y elogia las "virtudes coloniales" de la lealtad (a la corona española), la sujeción servil (en la sociedad de plantación), y la devoción al dios y a los santos de la cristiandad.
     No nos debe desvelar el que Ramírez haya tratado de engañar a gentes que no tenían familiaridad alguna con esas aguas y puntos de referencia. Pero el hecho de que un geógrafo y cartógrafo experto como Sigüenza haya sido cómplice de la acción nos obliga a ver la obra como una larga sucesión de trampas y dobleces. Para complicar más las cosas, Juan Enríquez Barroto, un navegante con experiencia y cartógrafo que es descrito en los Infortunios como "excelentemente consumado en la hidrografía"(21), conocía bien esos mares y se encontraba entonces en la Ciudad de México. De hecho, como consta en el libro, Sigüenza le presentó Enríquez Barroto a Ramírez pidiéndole que acompañase al náufrago hasta Veracruz. Esto nos lleva a pensar que Sigüenza debe haber invitado a ambos hombres a su casa, mientras que él, Enríquez Barroto y un sinnúmero de otros amigos del escritor, entre éstos posiblemente Ayerra, le pedían a Ramírez que hiciera relación de su calvario una vez más. Alguien en algún momento de la conversación debió haber señalado que la isla de Puerto Rico es un obstáculo demasiado grande para ser desestimado y que el pico del Yunque, que se levanta más de mil metros sobre el nivel del mar, puede ser visto en un día claro a una distancia de sesenta millas náuticas. Evidentemente Sigüenza sabía demasiado para tomar por cierta la palabra del náufrago. Pero ¿cuál era el secreto de Ramírez y a dónde iba cuando su embarcación encalló en la Costa de Bacalar?
     Las pruebas de lo que puede haber sido el plan maestro de Ramírez pueden encontrarse dentro del mismo texto. Una vez más debemos remitirnos al curso tomado al cruzar el Mar de las Antillas. Cuando trazamos la ruta exacta que siguió por las Antillas y tomamos en consideración el silencio que guarda en cuanto a su isla natal así como también la supuesta imposibilidad de llegar a tierra en la Española, lo cual le llevó a dejar atrás la importante villa de Santo Domingo de Guzmán, sede de la Real Audiencia desde 1511, no cabe la menor duda de que la intención de Ramírez no era regresar a territorio español, o al menos no directamente.
     Diez días antes del naufragio, el jueves 8 de septiembre de 1689, Ramírez había pasado por las Islas Caimán y había divisado una balandra con bandera inglesa. Sus hombres, supuestamente, tuvieron miedo de caer nuevamente en manos de los ingleses:

Despechado entonces de mi mismo y determinado a no hacer caso en lo venidero de sus sollozos, puesto que no comíamos sino lo que pescábamos y la provisión de agua era tan poca que se reducía a un barril pequeño y a dos tinajas, deseando dar en cualquiera tierra para aunque fuese poblada de ingleses varar en ella, navegué ocho días al Oeste y al Oeste Suroeste.(22)

     Si, tal como sugiero, él sabía muy bien donde estaba, entonces debió haber tomado rumbo Norte Noroeste un día o dos luego de pasar las Islas Caimán. Ese rumbo le hubiera llevado a atravesar el Canal de Yucatán y a entrar en el Golfo de México donde pudiera haber llegado a anclar sin dificultades en Campeche, Veracruz o Tampico. Nuevamente aquí resulta bastante sospechosa su profesada ignorancia. Después de todo ya había hecho aquel cruce anteriormente cuando, a la edad de casi trece años había pasado por La Habana de camino a Veracruz. ¿Cómo hubiera podido olvidar los hitos de un viaje hecho a una edad donde todo queda fijamente estampado en la memoria, máxime habiendo sido aquella su primera gran aventura?
     El derrotero seguido justo antes de encallar es mencionado en el texto como una decisión arbitraria e insignificante. Pero lo cierto es que navegar "ocho días al Oeste y al Oeste Suroeste" de las Islas Caimán es seguir la ruta precisa que se ha de tomar para llegar a la desembocadura del Río Belice y, a un día por mar al Sur de aquel punto, de lo que entonces era el establecimiento comercial de ingleses puritanos de Stann Creek Town, hoy la ciudad garifuna de Dangriga en Belice. Esta era una ruta bien conocida por los ingleses, especialmente por aquellos que, como Dampier, habían pasado de Port Royal en Jamaica a cortar el altamente cotizado palo de tinte en la extensa franja de costa que éstos llamaban entonces la Bahía de Campeche.(23) En la década de 1680 Port Royal declinó como principal asiento de la piratería en el Caribe y la zona del Río Belice la substituyó durante la última década del siglo XVII. Muy probablemente la intención de Ramírez era vender su botín en Stann Creek Town para regresar a México a "pasar la vida con descanso". En términos de navegación, estrictamente hablando, luego de cruzar sobre un Puerto Rico que él mismo hizo invisible, y de entrar en el Canal de la Mona, Ramírez comenzó a seguir la ruta exacta preferida por los navegantes ingleses para entrar al Mar de las Antillas en busca de Jamaica y para pasar de Port Royal a Stann Creek Town.
     No se puede llegar a otra conclusión que no sea la de que Ramírez regresó a las Islas de Barlovento donde nació para cruzar por el arco de las Antillas a la inglesa. Por más que el texto insista en que venían huyendo de todo lo que oliera a pirata y a inglés, lo cierto es que la ruta tomada los delata. La falta de mención de Puerto Rico y la supuesta impericia que le impidió llegar a tierra en Santo Domingo contrastan con el hecho de que, aparte de la Guadalupe, que era colonia francesa, todos los demás lugares a los que se acercó (y muy posiblemente donde pisó tierra) eran pertenencias de la corona británica: Tobago, Antigua, Jamaica y Gran Caimán. No dudo de que Alonso se haya acercado lo suficiente a uno o más de esos parajes para abastecerse, no ya de agua y comida, sino también de buen tabaco y rico ron. Después de haber pasado más de dos años entre ingleses y conociendo bien sus habilidades y la medida de su ingenio, no es difícil imaginar que lo haya apalabrado todo en buen inglés.
     Mis sospechas en torno a las verdaderas intenciones de Ramírez se apoyan además en la acción que tomó al segundo día de varar en la costa. Luego de hacer dos viajes al lugar del naufragio para rescatar todo cuanto se pudiera salvar y habiendo construido una tienda para guarecer a su tripulación de los elementos, Ramírez decidió ir en busca de gente con Juan de Casas, quien es nombrado en el libro como el único otro español de entre los náufragos. Nuevamente, como en el último curso tomado, el texto hace hincapié en el carácter arbitrario de su decisión: "no sabiendo a qué parte de la costa se había de caminar para buscar gente, elegí sin motivo especial la que corre al Sur".(24) Si tenía la más mínima idea de su localización sabría que encontraría españoles yendo hacia el Norte mientras que, no muy al Sur del lugar del naufragio, estaría seguro de toparse con ingleses. De hecho, luego de tan larga travesía, la embarcación de Ramírez había varado apenas a veintisiete millas náuticas de la desembocadura del Río Belice. Opino que esta era precisamente la distancia que intentaba corroborar cuando "sin motivo especial" decidió ir hacia el Sur. Desgraciadamente para él, encontraron la boca del Río Huache a cuatro millas de camino y les fue imposible continuar en esa dirección. Ahora estaban verdaderamente desamparados y requerían un nuevo plan de acción. Esperaron un mes entero junto al barco con la esperanza de ser avistados y rescatados, más que nadie por los ingleses de quienes supuestamente venían huyendo. Pero el martes 18 de octubre de 1689, sabiéndose perdidos del todo y enfrentándose a una muerte segura en lugar tan insalubre, no tuvieron otra opción que emprender camino hacia el Norte. Aquí, en la medida en que se vieron forzados a enfrentarse a las consecuencias de regresar a territorio español, es donde comenzó a cobrar forma la versión de la historia que se relata en los Infortunios.

La historia de un pirata perdido

     En la mente de Ramírez la pregunta más apremiante sería entonces cómo reclamar su parte del botín sin ser considerado un pirata y ser ajusticiado en el primer pueblo español que encontrasen. ¿Cómo explicar el pequeño tesoro dejado atrás el cual incluía, entre otras cosas, siete colmillos de elefante? De alguna manera se las arreglaría para desviar astutamente casi todas las sospechas y llegar a la Ciudad de México para convencer al virrey de que él era el propietario legítimo de todo lo que traía en su embarcación. Luego de eso no tendría reparo en hacer relación precisa de todos sus bienes y haberes:

Quedáronse en ella y en las playas nueve piezas de artillería de hierro con más de dos mil balas de a cuatro, de a seis y de a diez, y todas de plomo, cien quintales, por lo menos, de este metal, cincuenta barras de estaño, sesenta arrobas de hierro, ochenta barras de cobre del Japón, muchas tinajas de la China, siete colmillos de elefante, tres barriles de pólvora, cuarenta cañones de escopeta, diez llaves, una caja de medicina y muchas herramientas de cirujano.(25)

     Ciertamente este no era un buque mercante común y corriente. Cualquier autoridad competente entonces hubiese identificado el contenido del barco como botín pirata. Además, la descripción de la embarcación que dio Ramírez a Sigüenza sin reparo alguno identifica claramente a la fragata de un solo mástil como el tipo de navío pequeño, maniobrable y rápido que era preferido por los piratas. Esta era, como se describe en el libro, de "fábrica toda de lindo galibo y tanto [así] que corría ochenta leguas por singladura con viento fresco".(26) Esa era la velocidad máxima que un navío podía alcanzar en aquellos tiempos.
     No se hace mención de presa comparable en la historia de Dampier luego de partir de Australia, salvo por la captura de una pequeña proa malaya en las cercanías de Sumatra el 10 de mayo de 1688 (el 30 de abril para Dampier). Pero esa era una embarcación pequeña de doble casco y fue hundida inmediatamente después de que los piratas trasladaran al Cygnet su contenido de cocos y aceite de coco. Por tanto, sigue siendo un misterio de dónde salió el buque del tesoro de Ramírez. Se tendrá que hacer más investigación para determinar si este fue el navío portugués capturado por el Cygnet el 4 de junio de 1688. De igual modo queda por esclarecer el paradero de Ramírez en relación con sus supuestos captores una vez que éste abandonó Madagascar. El 25 de agosto de 1688 el capitán Read capturó un pequeño barco negrero procedente de Nueva York y tomó su mando llevándoselo rumbo hacia el Mar Rojo no sin antes dejar al capitán Teat a cargo del Cygnet. Teat le cambió el nombre al barco, llamándola Little England o Pequeña Inglaterra, antes de dejársela al capitán Freke y a sus hombres el 25 de octubre de 1688. Para entonces su casco estaba del todo carcomido. La célebre embarcación sería hundida cuarenta y siete días más tarde en la Bahía de San Agustín en Madagascar.(27)
     La explicación más admisible de cómo Ramírez y sus hombres adquirieron la pequeña fragata en la que navegaron es que la tomaran a nombre del capitán Read y el resto de la tripulación del Cygnet. De acuerdo con el protocolo de la "Ley de la Costa", observado por los piratas del Atlántico desde los días de la Hermandad de la Costa en la isla de Tortuga, quienes capturaban la presa tenían el derecho a quedársela. Esto explicaría el por qué Ramírez y sus hombres recibieron la embarcación y la parte del botín que el náufrago reclamaba ahora para sí frente a las autoridades españolas. Esta explicación está apoyada también por el hecho de que la información suministrada inmediatamente después de describir la captura de la pequeña fragata es que "como a las cinco de la tarde de este mismo día… se desaparecieron cinco de los míos".(28) ¿Sería que abandonaron el barco para escapar a tierra como se alega, o será que murieron dándole caza o al abordar la fragata?
     Cabe especular que, si Ramírez fue hecho capitán de la fragata apresada, éste bien pudo haberse despedido de los piratas ingleses en Madagascar cuando estos se desbandaron. En ese caso Ramírez y su tripulación hubiesen bordeado el Cabo de Buena Esperanza y cruzado el Atlántico por su cuenta, añadiendo a la proeza de la hazaña y restándole credibilidad a la excusa de que andaban perdidos sin carta ni libro de derrota. Aún así, Read y Teat abandonaron Madagascar el 6 de septiembre de 1688. Habría de transcurrir un año y doce días hasta el naufragio del domingo 18 de septiembre de 1689. ¿Por dónde anduvo Alonso Ramírez todo ese tiempo? Este es uno de los agujeros más grandes en una relación que es verdaderamente una suerte de colador. Ramírez intentó taparlo diciéndole a Sigüenza que les tomó a los piratas tres meses llegar a Nueva Holanda, hoy Australia, y que permanecieron allí más de cuatro meses. Por Dampier sabemos que la ruta fue mucho más corta y que el Cygnet estuvo anclado allí solamente una semana entre el 15 y el 22 de enero de 1688. Los Infortunios ubican a Ramírez en Australia aproximadamente desde mediados de octubre hasta principios de febrero de 1689.
     Hilvanar la historia mientras andaban por la playa, bebiendo agua salobre y comiendo pájaros en pantanos infestados de mosquitos no debe haber sido tarea fácil. Existe razón para pensar que no todos los miembros de la tripulación estuvieron prestos a participar en el ejercicio o, lo que es más probable, no lograron encajar en los planes de Ramírez. Igual que antes, cuando anotó con despreocupación el curso tomado luego de pasar las Islas Caimán y cuando explicó cómo "sin motivo especial" que decidió tomar rumbo al Sur en busca de gente, la relación se esfuerza en esconder lo que muy bien pudo haber sido un nivel de discordia rayando en el motín. Hace esto montando lo que yo he llamado un "férreo orden criollo alternativo", simbólicamente regido por la imagen de una pietá mexicana.(29) De acuerdo con el texto, cuatro leguas al Norte del lugar del naufragio, en la boca del Río Bermejo, Ramírez intentó nuevamente dejar atrás a sus hombres para irse adelante con Juan de Casas en busca de alimento y auxilio. La escena es extremadamente melodramática. Es difícil pensar en hombres que habiendo sufrido tan duros trabajos en alta mar pudieran ser tan débiles de mente como para haberse comportado de la forma descrita:

Respondieron a esta proposición con tan lastimeras voces y copiosas lágrimas que me las sacaron de lo más tierno del corazón en mayor raudal. Abrazándose de mí me pedían con mil amores y ternuras que no los desamparase y que, pareciendo imposible en lo natural poder vivir el más robusto ni aun cuatro días, siendo la demora tan corta, quisiese, como padre que era de todos, darles mi bendición en sus postreras boqueadas y que después prosiguiese muy enhorabuena a buscar el descanso que a ellos les negaba su infelicidad y desventura en tan extraños climas. Convenciéronme sus lágrimas a que así lo hiciese.(30)

     Seis días más tarde, y a treinta y ocho de haber naufragado, decidieron proseguir su camino y abandonar el Río Bermejo. Dos días después, el 28 de octubre de 1689, Francisco de la Cruz murió, supuestamente en los brazos de Ramírez. Éste procedió a enterrarlo, siendo el único testigo de su defunción. Al día siguiente Ramírez se encontró con Antonio González, "el otro sangley".(31) Una vez más no hubo testigos y la relación exime a Ramírez de cualquier involucramiento o complicidad en su muerte: "Y no habiendo regalo que poder hacerle ni medicina alguna con que esforzarlo, estándolo consolando, o de triste o de cansado me quedé dormido. Y despertándome el cuidado a muy breve rato lo hallé difunto".(32) ¿Será meramente una coincidencia que fueron precisamente los dos chinos de la tripulación quienes murieron bajo circunstancias que, dadas las maquinaciones de esta relación, no pueden más que considerarse altamente sospechosas? ¿O sería que Ramírez los mató, o los mandó a matar, bajo sospecha de que serían incapaces de corroborar su historia?
     Habría más aún que explicar. Aparentemente, la misma apariencia de Ramírez era motivo de sospecha. El 4 de noviembre de 1689, mientras cruzaban el Bosque de Tzigú, "atravesó por el camino que levábamos un disforme oso".(33) Ramírez le disparó pero no pudo evitar tener que enfrentarse a él cuerpo a cuerpo. Nunca ha habido osos en esta parte del continente, solo los llamados osos meleros u osos hormigueros que no son mamíferos de la familia de los úrsidos sino comedores de insectos relacionados con los perezosos y por tanto completamente inofensivos, aletargados e indefensos en su contacto con los humanos. La historia fue evidentemente inventada para explicar las cicatrices que tenía Ramírez. Una vez más, su coartada era respaldada por Juan de Casas, el único testigo y el único otro español en la tripulación.
     Esta historia es difícil de explicar fuera del contexto de aquellos tiempos. Sospecho que los interlocutores de Ramírez la hubieran entendido a manera de prueba enfrentada en un viaje expiatorio y muy literalmente como una batalla contra el demonio. Puede que haya sacado la idea de incluir este episodio en su alegato luego de visitar el monasterio franciscano de Izamal durante la Semana Santa. Allí fue a dar gracias por su rescate del 11 al 19 de marzo de 1690. Recientemente se ha descubierto en el monasterio un fresco en la entrada al claustro. Una de sus secciones muestra a un grupo de cuatro hombres rodeando una bestia enorme que intentan matar a palos. La bestia está en el suelo y, aunque lo que queda del fresco está muy desdibujado, es posible aún distinguir un cuerpo grande cubierto de una piel color castaño que fácilmente pudiera ser confundido con un oso. (Ver la ilustración 4). Muy probablemente se trata de la historia del lobo de Gubbia que, según cuenta la leyenda, fue domado por Francisco de Asís. ¿Será posible que Ramírez haya encontrado en la historia franciscana una forma de explicar su propio y muy poco sagrado estigma? Aquí le vendría bien al lector considerar la historia paralela en las últimas páginas de Robinson Crusoe donde el "hombre" de Crusoe, Viernes, burla y mata a un oso. Curiosamente en ambos casos el encuentro con la bestia sirve para promover tanto a Ramírez como a Viernes cada vez más a una proximidad con lo europeo como ideal y lejos de la asociación que los personajes pudieran tener con la piratería y el canibalismo respectivamente.
     Más allá de las posibles cicatrices, aparentemente Ramírez también sufrió sendas quemaduras en el rostro y el torso. Veinte y tres días antes de ser rescatados "tomando fuego un cartucho de a diez que tenía en la mano, no sólo me la abrasó, sino que me maltrató un muslo, parte del pecho, toda la cara, y me voló el cabello".(34) El incidente es descrito con la fingida inocencia a la que ya estamos acostumbrados: "no sé cómo". Pero si, tal como se alega en el relato, esto verdaderamente sucedió a un día de abandonar el lugar del naufragio, el lunes 17 de octubre de 1689, ¿sería el resultado de una disputa entre la tripulación? De otra forma, si fuéramos a tomar el "no sé cómo" dentro del contexto de los otros intentos de ocultar la verdad ¿no sería esta la forma que encontró Ramírez para explicar las heridas y quemaduras que sufrió al atacar y abordar navíos bajo las órdenes del capitán Read? ¿De qué otra manera pudo haber adquirido tales marcas si, como se alega, pasó la mayor parte de su cautiverio bajo cubierta?
     Un incidente similar ocurrió el 11 de noviembre, una semana entera antes de entrar en el primer pueblo español, y dos antes de recibir el sacramento de la confesión del cura de Tihosuco. En aquel momento Juan González, el español que los había rescatado en la playa, se había ido adelante "para noticiar a los indios de los pueblos inmediatos a donde habíamos de ir el que no éramos piratas como podían pensar sino hombres perdidos que íbamos a su amparo".(35) Supuestamente Ramírez quedó inconsciente por el suceso y no recobró sus facultades hasta que cayó sobre ellos una fuerte lluvia. La lluvia pudiera ser aquí un recurso retórico para justificar el hecho de que los mayas que se habían quedado acompañando a los náufragos los dejaron de repente abandonados en el bosque. El episodio clama por una lectura más aceptable. ¿No sería que eligieron escaparse de gentes que los habían hecho prisioneros y que, bien armados como andaban, pudieran haber estado a punto de disponer de ellos de la forma más rápida y eficaz tan pronto dejaran de serles útiles? ¿Pudiera haber habido también algún tipo de escaramuza? Sea como fuere, hay razón para pensar que las heridas de Ramírez no fueron accidentalmente autoinfligidas y que éste montó una excusa elaborada para esconder la verdad. Aquí estaba repasando la historia del primer náufrago español en Yucatán, que fue Gonzalo de Guerrero.
     Guerrero naufragó en 1511. Eventualmente se casó con una mujer maya y tuvo hijos con ella, sirviendo a sus nuevos huéspedes como militar y haciéndoles la guerra a los españoles. En su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo parafrasea las palabras de Guerrero a su antiguo compañero Jerónimo de Aguilar, quien había naufragado junto a él y que ahora era enviado por Hernán Cortés para instar al aparente desertor a que regresase al bando español. Aquellas palabras parecieran calcar fielmente lo que sin duda fueron las mismas inseguridades de Ramírez en cuanto a poder reconciliar su historia con las marcas que llevaba en el cuerpo: "íos con Dios; que yo tengo labrada la cara y horadas las horejas; ¿que dirán de mi desque me vean esos españoles ir desta manera?"(36)
     Sin embargo, a casi dos siglos de distancia de Guerrero he aquí a un sujeto mucho más diestro en negociar y apalabrar los diferendos políticos más irreconciliables. No se trata ya de un simple renegado que asiste al final de la historia, sino de un sujeto complejo que construye ingeniosamente alianzas y busca cuidadosamente abrir espacios que reclamar y hacer suyos. Así accede Ramírez a un orden mayor de universalidad del que alcanzó por la significante hazaña de haberle dado la vuelta al mundo. Para decirlo claramente y sin tapujos, es aquí, en este naufragio del cual emerge y se presenta por primera vez a escala universal el gran genio y la curiosa figura de un sujeto americano, donde, en busca de salida y voz, Alonso Ramírez, con la ayuda de Sigüenza y de Ayerra, verdaderamente le da la vuelta al mundo para ponerlo de cabeza.

Notas

1. Carlos de Sigüenza y Góngora, Historias del Seno Mexicano. José F. Buscaglia y Reinyer Pérez Hernández, eds., José F. Buscaglia, intro. (La Habana: Casa de las Américas, 2009). El presente artículo es una versión adaptada y parcial del ensayo titulado "De cómo acercarse a la historia del primer americano universal por medio de la inversión retrógrada" que ha de acompañar la edición crítica de los Infortunios que he preparado para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y que será publicada en Madrid para finales de 2011. Ver Carlos de Sigüenza y Góngora, Infortunios de Alonso Ramírez (1690): Azares, peripecias y hazañas del primer americano universal. José Francisco Buscaglia Salgado, ed., intro. (Madrid: Ediciones Polifemo, 2011).

2. Sigüenza y Góngora, Infortunios, 36.

3. Ver Carlos de Sigüenza y Góngora, Libra astronómica y filosófica (México: Viuda de Bernardo Calderón, 1690), 83.

4. Sigüenza y Góngora, Libra, 5.

5. Sigüenza y Góngora, Infortunios, 47-48.

6. Ver Daniel Defoe, Robinson Crusoe, Virginia Wolf, intro. (Nueva York: Random House, 2001), 246.

7. Defoe, 259-260.

8. Es mi traducción. Ver Defoe, 158-159. Curiosamente, una de las más recientes ediciones españolas que he podido conseguir omite completamente este pasaje a pesar de indicar ser una "versión íntegra no adaptada ni abreviada". Me refiero a la edición Gaviota: Daniel Defoe, Robinson Crusoe (León: Gaviota, 2001). Ver también Daniel Defoe, Robinson Crusoe/Moll Flanders (Madrid: Edimat, 2001), 156.

9. Ver William Dampier, “A New Voyage Round the World,” en Dampier's Voyages, John Masefield, ed. (Londres: E. Grant Richards, 1906).

10. La frase "soy el monarca de todo cuanto diviso" la acuñó el inglés Guillermo Cowper en su poema titulado "La soledad de Alejandro Selkirk". La idea la tomo de Mary Louise Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation (Londres: Routledge, 1992).

11. Ver Archivo General de Indias (A.G.I.), Lima 484, 5r.

12. Ibídem, 138.

13. Ibídem, 4.

14. Ibídem, 4r-5.

15. Sigüenza y Góngora, Infortunios, 57.

16. Ver A.G.I., Filipinas, 13, n. 1, doc. 2: 4-5.

17. Sigüenza y Góngora, Infortunios, 36.

18. Ibídem, 62.

19. Ibídem, 62.

20. Yucajú-Baguá-Mahorocotí era la deidad que reinaba sobre toda la vida en tierra (yucajú se deriva de yuca, planta que era la base de la dieta arahuaca) y en el mar o baguá. Mahorocotí es un espíritu originario sin progenitor ni ancestro alguno. Yucajú-Baguá-Mahorocotí era adorado como un dios benevolente en contraposición con el dios del mal Juracán o Huracán, señor de los vientos. Al quedar en el extremo oriental de la isla, se pensaba que la morada de Yucajú-guamá (señor Yucajú) en el pico del monte que los cristianos vinieron a llamar el Yunque protegía a Borikén, como llamaban a la isla los arahuacos, de los vientos feroces que soplaban desde el océano. Estas creencias todavía forman parte del saber popular y son bien conocidas por los habitantes de San Juan y del resto de la isla. Dada la existencia de una considerable población mestiza en la ciudad y sus zonas aledañas cuando vivía allí el joven Alonso durante la segunda mitad del siglo XVII, hay razón de sobra para suponer que la historia del señor Yucajú debe haber sido entonces mucho más una tradición viva que una leyenda y que debe haber sido contada y recontada a los niños, incluyendo a nuestro protagonista, especialmente durante el paso de tormentas particularmente fuertes.

21. Sigüenza y Góngora, Infortunios, 84.

22. Ibídem, 66.

23. Dampier estuvo en Jamaica en 1674 y pasó los dos años subsiguientes cortando madera y viviendo entre piratas en la Península de Yucatán.

24. Sigüenza y Góngora, Infortunios, 69.

25. Ibídem, 71.

26. Ibídem.

27. Ver Dampier, 1: 494.

28. Sigüenza y Góngora, Infortunios, 52.

29. Ver José F. Buscaglia-Salgado, Undoing Empire, Race and Nation in the Mulatto Caribbean (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2003), 166, 168.

30. Sigüenza y Góngora, Infortunios, 71-72.

31. Ibídem, 72.

32. Ibídem, 72-73.

33. Ibídem, 73.

34. Ibídem, 70.

35. Ibídem, 77-78. La gente local tenía razones amplias para sospechar lo contrario. Luego del ataque a Campeche en 1685 los españoles atacaron la plantación de Lorencillo en la parte francesa de la Española en febrero de 1686. De Graaf se desquitó saqueando el pueblo de Tihosuco y quemándolo tres años antes de que Alonso Ramírez pusiera pie en la localidad.

36. Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (Madrid: Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1982), 50.

 

Obras Citadas

Buscaglia-Salgado, José F. Undoing Empire, Race and Nation in the Mulatto Caribbean (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2003).

Dampier, William. A New Voyage Round the World, en Dampier's Voyages, John Masefield, ed. (Londres: E. Grant Richards, 1906).

Defoe, Daniel.  Robinson Crusoe, Virginia Wolf, intro. (Nueva York: Random House, 2001).

Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (Madrid: Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1982).

Pratt, Mary Louise. Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation (Londres: Routledge, 1992).

Sigüenza y Góngora, Carlos de. Libra astronómica y filosófica (México: Viuda de Bernardo Calderón, 1690).

__________. Historias del Seno Mexicano. José F. Buscaglia y Reinyer Pérez Hernández, eds., José F. Buscaglia, intro. (La Habana: Casa de las Américas, 2009).