Díaz de Villegas, o el poder del artificio
Duanel Díaz, Princenton University
Sendas citas de los cinco primeros sonetos de Por el camino de Sade (Translations from the Spanish by David Landau, Pureplay Press, 2003) bastarán para ilustrar los temas básicos que presenta Díaz de Villegas a partir de motivos de la vida, la obra y el contexto histórico del célebre marqués: "La gran Revolución lo ha traicionado,/ La misma Libertad que el libertino/ soñó, fornicadora del Estado,// lo acusa de Burlón y de Asesino"; "¡Oh, puta, Libertad, madre del vicio!/ Tus frígidos, fanáticos valientes,/ ¿qué saben del poder del artificio?"; "El Arte es el peor degenerado"; "El Teatro es un sitio peligroso,/ prostituye a la vida y la duplica"; "La lengua en su prisión 'entre comillas'/ —la misma que por fin lo ha liberado—/ no espera ya de utópicas Bastillas/ la Libertad, ni el Verbo equivocado,/ ¿Se pueden comparar las maravillas/ de Mirabeau a un culo destronado?".
Fácilmente se distinguen aquí dos tópicos centrales: la contradicción de la liberación revolucionaria y el represivo puritanismo del reinado de la Virtud, y la que existe entre el fanatismo revolucionario y el poder del artificio. Frente a la condena del teatro en nombre no sólo de la moral sino también de la metafísica, en la que coinciden Platón y Rousseau, Sade viene a representar la liberación por el erotismo, identificado en última instancia a la escritura.
Mirabeau, el tribuno popular, es en cambio arquetipo de lo que Barthes llama "écrivant"; el que escribe algo —panfleto o testimonio—, y realiza por tanto una actividad transitiva y productiva. Luego de la utopía invertida de la represiva revolución, sólo quedan la escritura y el erotismo como reductos de libertad: no más en ellos puede ser subvertida de la economía del orden burgués.
Una nueva moral
Es preciso advertir, sin embargo, que esta poética decadentista y neobarroca procede de Baudelaire mucho más que del autor de Las 120 jornadas de Sodoma. En esta y el resto de sus obras, Sade afirma el instinto sexual siempre en nombre de la naturaleza. En este sentido es un ilustrado, como su tiempo, e imagina como él utopías racionalistas. Baudelaire, en cambio, preconiza el erotismo como la vía más expedita a los paraísos artificiales. La naturaleza es el mal; el artificio es el bien. La religión del arte se convierte entonces en una nueva moral.
No es azaroso que no haya en Sade una teoría de la escritura, una "poética", como la hay en Les fleurs du mal. Y que sí la haya en Por el camino de Sade, como destaca Enrico Mario Santí en su agudo comentario del libro. Díaz de Villegas es, pues, más baudelairiano que sadeano: su malditismo radica, en última instancia, en su lucidez.
Y esta lucidez radica, a su vez, en su combate sin cuartel contra una revolución que habla y se perpetúa en nombre de la naturaleza. Así como la condena de la Revolución de 1891 hace al marqués, según se afirma en el primer soneto de la serie, "proclamar la República atroz de su destino", esto es, Las 120 jornadas de Sodoma, la oposición a la "otra revolución", la cubana, subyace en todo Por el camino de Sade. No ya porque en algunos sonetos, como el antológico 33, se insinúe o explaye cierto paralelismo entre ambas, sino porque el principio mismo del poemario es justo la erección del artificio frente a ese culto a la naturaleza en que coinciden el rousseauniano "contrato social" y la prédica martiana, los que en memorable profesión de fe contrarrevolucionaria el poeta rechaza para pedir a gritos "la olvidada dictadura".
Con maestría de poeta doctus, Díaz de Villegas consigue la hazaña de oponer a la Revolución no la época batistiana (lo cual no tiene al fin y al cabo nada de difícil ni de extraordinario) sino la rima misma. Todo cabe en la retorta de su rima: "Jean Valjean, Jean Marais y Janet Reno". A fuerza de ser kitsch, deja atrás el kitsch; hace con él lo que los marxistas aconsejan que se haga con la clase social para superarla de una buena vez: no bordearlo, sino atravesarlo. Es, en este sentido, un cabal discípulo de Sarduy, como lo es, desde luego, en el elogio neobarroco de la escritura y la pederastia.
Como en las rocambolescas aventuras de Auxilio y Socorro, el "poder del artificio" triunfa en este libro sobre la pulsión guevarista del "hombre nuevo"; el calculado placer del sadismo sobre el moralismo realista-socialista; la proverbial cultura del poeta sobre la naturalidad de cierta poesía revolucionaria; el placer del texto sobre el pedagógico discurso de la ideología y el Estado.
El triunfo del poeta
Lo que hay de autobiográfico en este libro hace más raigal aun estas oposiciones. Dedicado a su abuelo, quien le enseñara "a leer y a caminar por un París de heráldicas esquinas" y le legara una biblioteca que fue requisada cuando Díaz de Villegas cayó preso, el último soneto, cuyo tono íntimo y confesional contrasta admirablemente con la frialdad parnasiana del resto, termina con una melancólica reafirmación del triunfo del poeta sobre el estado policíaco. Quemados los libros, "quedaron los asomos: tus palabras mirándose en las mías".
¿Es una aberración oponer esa biblioteca perdida, junto a la célebre biblioteca de Labrador Ruiz, desintegrada luego que el escritor marchara al exilio, o la de Jorge Mañach, lanzada a la calle y convertida en pulpa, a las cruzadas culturales, siempre propagandísticas y masivas, en tanto privilegian el número sobre la calidad, del gobierno cubano?
Aunque queramos para Cuba una tradición democrática ajena a las dictaduras de derecha tanto como a las de izquierda, repetimos, así sea por un momento, junto al poeta: "En la soñada Edad del Batistato,/ que Mirabeau quería fuera corta/ como un sueño despierto que se aborta,/ el crimen ya era parte del Contrato/ Social. El compañero que ahora exhorta/ al Patria o Muerte, busca el desacato/ y conmuta la culpa del chivato/ porque el ayer soñado no le importa.// Los viejos que inventaron el mañana/ guardan reliquias. A la sepultura/ se llevarán su angustia soberana.// La invención de Rousseau, ¡a la basura!/ ¡Al carajo la prédica Martiana!/ ¡Que nos den la olvidada Dictadura!".