Presentación del libro Confesiones del Estrangulador de Flagler en el Café Nostalgia, 28 de enero de 1999
Félix Lizárraga
Foto: Pedro Portal
Si me hubieran dicho, hace veinte años, que iba a estar en un lugar de Miami y de la literatura llamado Café Nostalgia, un día 28 de enero, presentando un libro de Néstor Díaz de Villegas (a quien entonces acababa de conocer), ni siquiera me habría echado a reír: tan irreal me hubiera parecido. Hace veinte años Néstor era un ser al que envolvía un aura de precocidad misteriosa y romántica. Siendo tan joven (y éramos entonces unos mocosos), era ya un preso político, un intelectual que había leído a Nietzsche y a Gide y a Fulcanelli (nombres para mí tan remotos e inasequibles como los nombres de constelaciones) y un poeta que ya había escrito poemas intrincados y luminosos, como uno que empezaba:
Cumanayagua es un río
arcado por las guásimas…
El Destino, que reúne y separa a los planetas y a los granos de polvo, nos lanzó entonces en diferentes direcciones. Néstor, que era y sigue siendo tan cubano como un boniato, fue arrancado de cuajo de su tierra y lanzado a los cuatro vientos huracanados de la diáspora. Sus libros, y en particular este libro, son crónicas de ese vuelo de hoja en el viento que es, como sabemos, el de todos nosotros, el de tantos.
Hoja o polvo en el viento, tubérculo desgajado de la tierra, judío errante, el protagonista de este libro es un cubano más. La historia que se cuenta, su historia, está tan quebrantada como Cuba o él mismo; pero el poeta (que ha leído a Borges y al Ulysses) ha entendido que el todo es inabarcable y que un día de esta historia requeriría innumerables volúmenes. Por eso la historia del Estrangulador de Flagler Street está menos contada que entrevista, atisbada. Lo que se nos brinda son fragmentos, instantáneas, destellos, trozos de espejo roto, vistazos desde una ventanilla de carro o de un glory hole.
Seguimos, de todos modos, la vida de este hombre desde la balsa que lo desembarca en Hialeah (licencia o magia de poeta), a través de las pequeñas miserias, los placeres escasos, hasta la “lucidez del gozo” que alcanza sólo en el crimen. Su vida se entreteje y contrapuntea con la de Sandra, la triste puta gringa que es (será) su víctima, especie de exiliada al revés o de envés de la trama. Sandra se saca un hijo varón “en un pesebre odioso del Oeste” (inversión mítica del pesebre de Mitra o de Belén), y ese feto infeliz es sepultado con “la cabeza en el sitio de los pies”.
La inversión es, precisamente, uno de los temas o rasgos del libro. Los personajes van cuesta abajo, hacia la muerte y la disolución, en exacto reverso del canon del Emigrado, que supone la lucha por ascender las empinadas escaleras del triunfo, en cuya cima nos aguarda la Santísima Trinidad del Exilio Cubano: Casa, Carro y Bote.
Cuesta abajo en su rodada, la historia pasa ante nuestros ojos con la rapidez, con la abundancia tumultuosa de imágenes y la concisión caleidoscópica de un video-clip. Los sonetos que la cuentan son a veces de un sereno clasicismo, otras veces desquiciados, polimorfos y perversos como la mismísima Posmodernidad. Al final, a la manera de los poemas del Doctor Zhivago o del Magister Ludus de Hesse, unos apuntes revelan aún otra cara del libro, otro reverso más (de nuevo la inversión).
He hablado de algunos rasgos del libro, pero no he mencionado uno, acaso el más importante: el humor. A menudo brutal, otras veces libresco, casi siempre sardónico, siempre impregnado de ironía, el humor guiña el ojo en cada esquina, aligera las sombras o da profundidad a una perspectiva. Dije antes que el poeta desespera de abarcar el todo en un libro. Persevera, sin embargo y por suerte, porque sabe que cada nuevo volumen, cada nuevo poema, añade otra página a ese Libro infinito e imposible que se ha impuesto escribir.
Doy gracias al destino, que reúne y separa a los granos de polvo y los planetas y a los poetas, por permitirme esta noche, veinte años después, en un lugar de la literatura y de Miami llamado Café Nostalgia, el honor y el placer de presentar este libro inabarcable de Néstor Díaz de Villegas.