Entrevista a Néstor Díaz de Villegas
Francisco Morán, Southern Methodist University
Foto de cabecera: Pedro Portal
FM: Muchos de los comentarios sobre tu poesía toman nota de tus sonetos como lo que yo llamaría ciudadelas, o más francamente solares en donde se negocian cuerpo, política, rabia, tristeza, burla, herejías, (auto)biografía. El soneto, arquitectura severa que en principio debía negar la fluidez y los desplantes del solar, se abre a los caños y vertederos de tu escritura. Ponte comenta que el soneto es “una forma teológica”, que requiere un dios “a quien ofrendarlo”. En tu opinión, ¿sería errado afirmar que tus sonetos no dejan de ser teológicos, que ellos implican siempre algún destinatario sagrado, si bien con un propósito torcido: afrentarlo? ¿Podrías comentar sobre esto?
NDDV: José Martí dijo que hablábamos con la lengua de Quevedo, haciendo referencia a Éxodo 4:15, “Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras”. ¿Hay algo de teológico en eso? Se afirma que la modernidad ocurrió en España en el Siglo de Oro y que a partir del barroco comenzó la decadencia. Tal vez sea la ansiedad de influencia la que nos condena al pasado y nos hace postrarnos delante de Garcilaso y de Góngora como si fueran dioses.Yo comencé a escribir sonetos a partir de la lectura de Lezama y de Sarduy, de los Sonetos a la Virgen y de Big Bang, pero debo admitir que el ascendiente mayor en mi poesía es la televisión. Esa caja severa es una ciudadela, o el solar que tú dices, donde “se negocian cuerpo, política, rabia, tristeza, burla, herejías, autobiografía” y todo lo demás. El soneto es una pantalla, una especie de ranura o ventana donde sucede la acción.
Recuerdo que Bob Colacello, al organizar la retrospectiva de Andy Warhol en el Moderna Museet de Estocolmo, en 1968, recomendó al artista que cubriera las paredes con el papel estampado con cabezas de "Vaca", y que colocara los cuadros encima. Colacello decía: "Andy, ¡tú eres un pintor barroco!". Quizás sólo exista modernidad en lo barroco.
Severo Sarduy, en una carta de 1984, comentó la "particular teatralidad... en la puesta en escena material de[l] texto", de mi libro Vida Nueva. Si das un paso atrás y miras esos estudios sobre la página, verás que se trata de cuadros, de encuadres. Son mis retrospectivas.
FM: Uno de los poemas de Cuna del pintor desconocido que más me gusta es “Patria ahumada”. Quizá esto se deba, primero que todo, a que mientras por un lado el poema evoca toda una serie de historias e imágenes sacrificiales asociadas a la «patria» — la quema de Bayamo, «Libertad o Muerte», «Patria o Muerte» — por el otro, y sobre todo en los versos finales, el “Enciendo un cigarrillo…” podría sugerir un deseo piromaniaco, un saldo de cuentas – en sus propios términos – con dicha tradición. Si en un poema de singular hondura como “Dos Patrias”, José Martí adopta una posición ambigua frente a la imagen de la patria como especie de femme fatale que lo vacía, en tu caso el acto de encender el cigarrillo parece ser la respuesta al ara humeante de la patria. En tu “boca ahumada” espejearía entonces la “patria ahumada” como eso que borra, ahúma tu voz, y que a su vez tu voz borra y devora en el rito no menos sacrificial de encender un cigarro. Curiosamente, al referirse a este mismo poema, Gerardo Muñoz comenta que “no deja de resultar incómodo que un poeta iconoclasta, narcisista, y simpatizante de grandes monarcas y oligarquías del latifundio patrio (que aunque no lo confesara, están inscritas como huella imborrable en su apellido), busque un lugar en el canon cubensis, o mejor, que escriba su poesía bajo el signo de programa nacional, de hondura tradicional”. No te pido que escojas entre estas lecturas, sino más bien que partiendo de estas reflexiones comentaras sobre la relación en tu caso – cualquiera que ella sea – entre patria y poesía. ¿O son una las dos?
NDDV: La patraña de la patria parte de la idea errónea de la soberanía. Pero hoy es imposible ignorar que el patriotismo desembocó en el éxodo y la alienación. El Apóstol José Martí fue el primer cubanoamericano, y escribió en un idioma amañado por el inglés, su espanglish causaba asombro entre los lectores porteños de La Nación. Como a Jorge Luis Borges, se le acusó de escribir en castellano traducido. ¿Olvidamos que el Modernismo es newyorkino? ¿Que los Versos Sencillos son gringos? ¿Será éste el famoso “canon cubensis” de que habla Gerardo Muñoz? La renuencia a concebirnos como cubanoamericanos nos ha costado cara. Rechazamos la noción de "destino manifiesto", que fue la gran idea revolucionaria del siglo XIX.
Pero, si a lo que se refiere Muñoz cuando mienta mi apellido es a un abolengo, debo avisarle que en 1959 los Díaz de Villegas no eran nadie: botelleros, como mi tío Víctor, que fue sargento político del senador Santiaguito Rey, o jornaleros, como mi padre y mis tíos. Estamos emparentados, es cierto, con Agustín de Santa Cruz, conde de Cumanayagua, cuyos nombres y títulos llevo yo por haber nacido, casualmente, el día 3 de mayo. Desde 1848 militábamos en el bando de los anexionistas. El caballo Mazepa, de mi primo Federico, sirvió de montura al general Narciso López en su fuga a galope desde Cumanayagua hacia Cárdenas: Mazepa oblige.
En los albores de la nación, en el momento de las grandes conspiraciones, existían en Cuba ideas políticas profundas, que fueron descartadas. El colonialismo y el reformismo funcionaban maravillosamente (es la Cuba nostálgica que se promete a los nativos y se ofrece a los turistas) y, en todo caso, no había por qué aspirar a la independencia en una Barataria donde lo español se había introvertido.
Hay constancia de que en 1850 los cubanos estaban decepcionados de la independencia austral, y que no creían en las pretendidas virtudes de un gobierno autóctono. La naturalización en masa de los nietos de españoles y un gobierno gallego de más de medio siglo son las secuelas del independentismo. A los 160 años de la muerte de Narciso, Cuba es todavía una colonia española, sin haberse resuelto en territorio libre asociado de los Estados Unidos. He ahí la poesía y la patria explicadas, o más bien, intrincadas.
FM: Está fuera de dudas, al menos para mí, de que eres uno de los contados escritores cubanos que se han hecho de un estilo propio. Este es el caso no sólo de tu poesía, sino también de tu prosa. Lo que quiero preguntarte entonces es si tú le concedes a tu prosa la misma importancia que a tu poesía. Me llama la atención que teniendo ya a tu haber un buen número de muy buenos artículos –para no ir más lejos, pienso en tu crítica de cine– no los hayas recogido todavía en algún libro como sí lo has hecho con tu poesía.
NDDV: En la Escuela Provincial de Arte de Cienfuegos, donde estudié de niño, se concedía una importancia exagerada al estilo. En la academia San Alejandro se buscaba la distinción estilística a cualquier precio. Años más tarde reencontré a personas que juraban haber detectado, ya entonces, cierta estilización en mi carácter. Claro que el estilo es el hombre, como anunció el conde de Buffon. Tal es la causa de que lo escrito termine pareciéndosenos: Tel qu’en Lui-même enfin l’éternité le change…
Tengo engavetado un tomo de prosas, Basura trascendente, con ciertos artículos de la última década. Agradezco tu interés y tu estima, pero no me apremia publicarlo. Me consuelo leyendo a Laurence Rickels, el sabio de la Escuela de Diseño de Pasadena, que escribe los libros que yo quisiera escribir.
FM: Como sabes, hoy hablamos mucho de la transición (me refiero a Cuba; siempre se trata de Cuba). Si te fuera dable elegir y decidir –aún si rechazas la sola idea de la mudanza de Los Ángeles –la Cuba futura, la del después de, la de Xanadú– entre una de estas dos denominaciones políticas y constitucionales: República y Res Pública, ¿cuál elegirías y por qué? ¿Crees que alguna de ellas tiene al menos el potencial para realizar de una buena vez la nación “de todos, con todos y para el bien de todos”? Te ruego que elabores. Recuerda: tienes en tus manos el destino de todo un pueblo.
NDDV: La República es lo que vivimos actualmente. Es decir, la puñalada por la espalda de los exiliados republicanos que vinieron a Cuba gracias a la generosidad de Fulgencio Batista: la revolución cubana es la Guerra Civil española revisitada. Mira La Habana y verás lo que pudo ser Madrid.
El castrismo es nuestra recaída en España. Nos asustaba ver a un yanqui mangoneando la Compañía Eléctrica, pero no tuvimos reparos en poner a un pichón de gallego en Palacio, ni en entregar la Banca y la Industria a un “típico autodidacto de país subdesarrollado”, que es la frase con que Cortázar describe a Lezama, pero que podría aplicarse igualmente al argentino Ernesto Guevara. Hoy toda Latinoamérica es una triste brigada internacionalista, con sus indios marxistas, sus abuelas estajanovistas y sus Pasionarias cancerosas. Cuba es el Valle de los Caídos.
¿Será posible desembarazarnos del castrismo y constituir una auténtica polis? No lo creo. Por la misma razón que prohibimos a un blanco disfrazarse de negrito en el teatro bufo, aunque no pongamos reparos en que los negros se planchen las pasas. Se llama political correctness, y quiere decir que el castrismo es ya metafísico, polisémico y universal. ¡Y que también podrá accederse a él por el sufragio!
FM: Y ahora una última pregunta. ¿Cuál crees que sería la primera reacción –¿qué haría, pensaría?– del poeta Néstor Díaz de Villegas si un día cualquiera, de repente, se despertara y se encontrara en medio del Parque Central de La Habana?
Tomaría Prado abajo, rumbo a San Lázaro, entre Genio y Cárcel, y me sentaría en la escalera a llorar por ese niño ausente, hijo de Babalú, que pasó por la cárcel y pretendió ser un genio.