NDdV: Anamorfosis y trampantojos cubanos

Pablo Díaz Espí

     Refiriéndose a la parte extrapoética de su obra, Néstor Díaz de Villegas ha insistido en que no sería la misma de no haber participado él en los proyectos editoriales desarrollados por mí a lo largo de los últimos diez años — ["Es para ti para quien he escrito, como editor y amigo"]. Además de exagerada, se trata de una afirmación que invita a retruécano, pues si una cosa está clara es que ninguno de los proyectos aludidos habría sido remotamente el mismo sin la participación de Néstor Díaz de Villegas.
     Una evidencia basada incluso en la estadística de la web 2.0 vendría a reafirmar lo anterior, ya que de todos los periodistas, poetas, escritores, intelectuales, críticos y analistas que han compartido espacio en el pasado y que ahora lo hacen en Diario de Cuba, ha sido NDdV — ese acrónimo imposible que en mis cuadernos condensa el nombre — el más reñido, vituperado, insultado, odiado y hasta amenazado por los lectores.
     Si bien esta furia inquisidora y permanente no ha sido nunca un big deal entre nosotros, sí ha hecho que, a menudo, me pregunte por las causas que la provocan. He pensado en razones ajenas a la escritura en sí (la ausencia de una prensa libre en Cuba en el último medio siglo, el provincianismo cultural, el adocenamiento de la mentalidad, la intoxicación ideológica que, como un vertido de petróleo, brota de la Isla e inunda las costas del exilio…), y luego en una escritura dirigida precisamente a alebrestar a esos fantasmas, a dejar en evidencia las carencias de nuestro pathos. [Digamos que un niño flaco y descalzo se mete en un estanque seco y lleno de caimanes, y que con una vara los instiga y revela la incapacidad de los saurios para devorarlo, a pesar de sus dientes y corazas. Y digamos, de paso, que todo esto sucede en Cumanayagua y que nadie entiende nada].
     Así como existen autores cuya visión y puntos de vista contribuyen a centrar o estabilizar el rumbo de determinadas publicaciones (a la manera de un editorial, la elección de temas y titulares), hay otros que por naturaleza las desestabilizan, firmas que tienden a la periferia, a los límites trazados ya sea por sus pares o por el criterio de los editores. Tan necesarios como los primeros —tan inherentes al equilibrio como la falta del mismo —, y según se ocupa de demostrar la furia lectora, NDdV es uno de ellos.
     El arco vital que lleva de la prisión de Ariza a Hollywood o lo que es lo mismo, de la raíz misma del castrismo al corazón del imperio de la imagen y de su reduccionismo pop, lo convierten en esa especie de maverick de lo virtual, alguien menos ocupado de la realidad que de su representación e interpretación. ¿Y no ha sido acaso en ese terreno donde se ha jugado la suerte de Cuba desde que William Randolph Hearst enviara a sus reporteros a La Habana y, en mayor medida aún, desde que Fidel Castro subiera a la Sierra Maestra y pusiera en marcha su desfile de disfraces ante Herbert Matthews, pintando así ese trampantojo verdeolivo que ha terminado por tragarse a nuestra Historia? [Cabe aquí una foto apócrifa en la que la figura central, rodeada por una multitud y parada en puntillas, parece no poder separar la vista del brillo de imágenes proyectadas en pantallas alrededor de una plaza parecida a Times Square, pero con las dimensiones de Tiananmen].
     Es entre estas dos vertientes, indisolubles en el caso cubano, la de la realidad y la de su representación, en donde se ha movido el grueso de la obra periodística y ensayística de NDdV. Sus temas, la revolución, sus maquinaciones culturales, el exilio, la estética, los totalitarismos, los héroes-villanos y sus contrarios (de Posada Carriles a Guevara de la Serna)…, parten, tocan o terminan siempre en las versiones que de ellos aporta esa pléyade de intérpretes, nacionales e internacionales, a los que el castrismo ha estimulado e inspirado y cuyos últimos representantes han devenido los encargados de la exposición de fotografía que el Museo Getty de Los Ángeles acaba de dedicar a Cuba este verano de 2011.
     La furia lectora, sin embargo, no partiría de aquí, sino de cuestiones más específicas, más relativas tanto al fondo como a la forma. Que "el castrismo, como el fascismo y el nazismo en tanto fenómenos estéticos", sea ya "patrimonio de la Humanidad", es duro de tragar, por lo que la idea de ese castrismo haciendo el crossover, echando raíces en el exilio, transmutándose, sobreviviéndose a sí mismo más allá de la durée del cuerpo del Líder (las tiendas de camisetas y suvenires en moneda dura más aprovisionadas aún de santas faces y santos griales), resulta, lógicamente, desquiciante. En el plano formal, por otra parte, sucedería otro tanto, removido permanentemente por las paradojas entre las que discurren los textos: el programa del Moncada prometido por Castro y cumplido por Pinochet (eliminar a unos miles, desarrollar la economía y llamar a elecciones libres), las factorías de Hialeah convertidas por arte de birlibirloque en campos de trabajo castristas…; y más allá, a través de ese lirismo que, lógicamente, avienta a más de un lector de noticias y artículos ortodoxos. [Rueda ahora un dólar por las tripas de una gramola y, al caer, la voz de NDdV recita su Autorretrato en el fondo de un cáliz: "Un artista entre artistas, yo me mido/ en sus sombras; no hay nada más sensato/ que encontrarle la cuarta pata al gato/ ni es menos lo que tengo o lo que pido"].
     Pero, ¿y el cine? ¿Y la alfombra roja del Kodak Theatre y las ruinas de Cinecittà y el guión de la emancipación latinoamericana? Es curioso o sintomático que, a pesar de la puesta en escena hacia la que el orden político cubano ha arrastrado país y cultura, sea precisamente en el ámbito de las imágenes en movimiento, en la producción nacional de cine y televisión, donde más evidente resulte el fraude. Desde sus columnas de crítica cinematográfica, NDdV lo retrata por oposición, desplegando todo el poder expresivo ausente en las obras, regalándole a los lectores un más allá de múltiples esferas, revelando nexos, dándole vuelta y vuelta ya sea a las superproducciones de Hollywood o a esos bodrios domésticos que dos o tres veces al año se empeñan en brillar, como si tal cosa fuera posible, dentro de la cegadora proyección de la revolución.
     Así, figura central de la plaza rodeada de pantallas, parado en puntillas, NDdV choquea a más de uno: ensimismado en el universo de las imágenes y sus consecuencias, no se ocupa, no quiere ocuparse, de poner bien los pies en la tierra. No van con él pues la transición pacífica, la reconciliación nacional, la mesura, el perdón y la reconstrucción. ¿Cómo podrían ir, si más que a un sistema, a lo que se enfrenta es a esa cultura que le dio paso, le ha dado y le dará vida al castrismo?
     Dicho esto, cabría preguntarse entonces para qué escribe NDdV su obra extrapoética y, aún más, para qué la publico yo. Si bien podría haber algo asintónico en estos comportamientos, la respuesta me parece obvia: en ambos hechos radica nuestra última esperanza.