Instantáneas de Néstor en Miami
(unas notas del viaje)
Antonio José Ponte
Néstor Díaz de Villegas. Vicio de Miami. Miami: Schwarz, 1997
Néstor Díaz de Villegas. Anarquía en Disneylandia. Col. Mañunga. Angers, Francia: Editions Deleatur, 1997
foto: Tracy Volaric, 1995
Como un Reinaldo Arenas, me dijeron antes de conocerlo. Pero mejor poeta que Arenas y nada novelista, agregaron. Es tan raro encontrar un buen sonetista, extrañísimo venir a encontrárselo en Miami: Néstor Díaz de Villegas.
El soneto es una forma teológica. Se hace preciso alzar, con cada uno, un dios a quien ofrendarlo. Un dios, un concepto. El genio del lugar, menciona Ramón Alejandro en una conversación entre escritores. Hablamos de La Habana y Ramón dice: el genio del lugar, lo que la tierra empuja en aquéllos que la habitan. Y ¿con qué puede ayudar a sus escritores, en Miami, el genio del lugar? Que esta ciudad, la maldición y la alegría de vivir en ella, pueda ser expresada en sonetos, resulta sorprendente. Aunque tal vez sea necesario lo estricto de una forma para expresar un caos, necesarias unas reglas para poder meter dentro de ellas la confusión, lo contradictorio: la maldición y la alegría.
Quien hizo estos sonetos parece haber cruzado el sexo comprado, la droga…, y se habrá inmiscuido. Dejar que la novelería del lector imagine sus antros personales. Una demonología literaria cubana tiene que contar a Néstor Díaz de Villegas entre los suyos (capítulo de endemoniados geométricos, con capacidad para pensar el soneto).
Como no tuvo casa posible, vagabundeaba por las calles y adonde siempre volvía era al deseo. Escribía en la calle, de memoria, para no levantar sospechas (Peor que los rateros, el poeta). De memoria, es decir, en metro y rima. Una cuadra puede, perfectamente, tener la misma extensión de un verso, ser endecasílaba. En las esquinas ocurren las cesuras del poema. Las ciudades van escritas en verso.
De todos los caminos que se abren en este par de libros, tomo la novela del vagabundo en la ciudad. Otros esperan: una serie de sonetos describe frescos de Andrea Mantegna (Julián del Casal construyó su galería de sonetos, un museo ideal, con cuadros de Moreau), suertes de poéticas de otros.
Y, más raro aún que el soneto excelente, el poema que alíe para bien poesía y política. Terrible pareja. “Carta al Padre”, una de las secciones de Vicio de Miami, pasa la prueba maravillosamente. Son poemas civiles, se juntan en ellos poesía y dolor, libertad y tristeza. La tierra de Disney sin visitantes o visitas a bajos fondos de Miami, sirven a Néstor Díaz de Villegas para testimoniar el embrollo cubano. La política mueve a un Estado de juguetes: Anarquía en Disneylandia (Ramón Alejandro pone en una de las ilustraciones del libro a un demonio de sexo doble, dinamita en mano. Ramón es el preciso Doré para este Milton).
Como antes Casal y luego Sarduy, Néstor Díaz de Villegas trae una modernidad, nuevas confusiones al soneto escrito en Cuba, Miami o La Habana. La modernidad suya es la del arroz con mango floridano (Escribí estas notas en espera de que la aduana habanera requisara mis libros. Para no perderlos, copio algunos poemas en el mismo cuaderno. Ahora que agrupo notas con la misma intención de quien mira fotografías de lugares visitados, está bien que agregue algún poema a mi reseña. Quizás el único sentido que tenga reseñar libros de poemas sea adelantar algunos de sus versos). Es Crack:
La madrugada en Flagler me dio un hijo
tosco y oscuro; lo llevé en el carro:
fuego a la lata, el fondo del jarro
soltamos descifrando un acertijo.
Ángel caído, casi me destarro,
en mi descenso entré en un escondrijo.
“Prueba, a ver si te gusta”, allí me dijo.
Vivir por ver si suelto lo que agarro.
Sísifo en manicomio lapidario
dándole vueltas a la misma piedra,
padrenuestros de un ínfimo rosario.
Cocaína en factura tetraedra
vuelta en un humo consuetudinario
que se agarra al pulmón como la hiedra.
En el downtown, a la salida de una exposición de retratos de personajes cubanos de todos los exilios, Néstor Díaz de Villegas, tan personaje como cualquiera de los fotografiados, se aparta. Va a pasear a solas por las calles que, dentro de poco, al caer la tarde, serán peligrosas. Él las conoce bien, son calles suyas. Está parado en una esquina, un blanco de la página de la ciudad, hasta que cambia la luz del semáforo. “Es el llamado de la selva”, me explica a propósito de algo.
Los aduaneros de La Habana dejaron pasar todos mis libros. En Miami tuve la sorpresa de Néstor Díaz de Villegas, la sorpresa espera al lector en estos libros.