Las cosas que fueron

Héctor de Saavedra

     En Un Libro que acaba de publicar Georges Cain, sobre el vieux París, dice Victoriano Sardou, cosas deliciosas comparando al París de su juventud con el París actual de los grandes boulevares, la electricidad, el ferrocarril subterráneo y los ómnibus-automóviles. Recuerda Sardou a su buena ciudad natal cuando él jugaba al aro, y con toda tranquilidad, en la plaza de la Bastilla, hoy tumultuoso lugar donde el tráfico de carros y carruajes amenazan de continuo con aplastar al transeúnte. Hace memoria del alumbrado público consistente en un farol suspendido en medio de la calle por una cuerda que iba de uno a otro muro y no puede olvidar las callejuelas estrechas, tan poéticas con sus sombríos recodos, su ausencia de aceras y sus casas de estilo holandés, punteagudas de techo, con atravesaños [sic] de madera en las paredes y balconcillos empotrados en las esquinas. Todo ha variado radicalmente, todo, menos un tormento que se perpetúa a través de los siglos: el ruido infernal de los pianos, que entonces eran "órganos de Berbería."
     ¡Ah! Muy interesante es la mirada al pasado que dirige Sardou hacia una ciudad que apenas existe como naciera. ¡Hay tanta ternura y tanta pena en la memoria de todas aquellas cosas que fueron!
     Naturalmente, por un movimiento análogo, he girado mis ojos en torno mío y he visto también, como se han ido algunas cosas, y como se van otras, lentamente. La Habana aquella que yo recuerdo por sus originalidades y curiosas costumbres, está desapareciendo, mejor dicho, ya se ha ido y no queda más que la Habana de las incongruencias, con pretensiones de gran capital y su sello imborrable de provincia torpe y rutinaria.
     La piqueta ha ido demoliéndola para hacer, primero, edificios muy feos, y después viviendas muy productivas. Aquel bello griego antiguo de los pórticos y los interiores de las casas palaciegas de Aldama, Almendares y otras, se ha perdido completamente, sustituyéndolas una construcción abigarrada donde se mezclan todos los órdenes arquitectónicos, adulterados ya y convertidos el jónico en una fioritura y el corintio en un ramillete de crocante. A los edificios amplios y grandiosos se les sustituye con casas exiguas y estrechas de escalera mezquina y tortuosa. Al gran pórtico sucede la puertecilla excusada. Por fortuna, vuelve con la aparición de verdaderos arquitectos, a hacerse el renacimiento, si no en toda su pureza porque hay que adaptarlo a la forma que aquí han dado en tener las casas, por lo menos con la armonía que demandan las reglas del estilo. Pero dura todavía la preponderancia del "maestro de obras" y hay que ver los horrores que se han hecho en ese Vedado donde las construcciones parecen ideadas por locos para darse de originales y extrambóticos. ¡Gracias al jardín que las embellece con la bondad generosa e inefable del árbol! ¡Gracias al cielo explendoroso y al horizonte inmenso de las aguas que absorbe la atención y distrae el espíritu!
     En mi tiempo, que no es muy antiguo, todavía alcancé yo a la calle del Prado con cuatro hileras de árboles formando dos paseos para los de a pie y una gran avenida en el centro por donde iban las volantas. Este carruaje que era la adaptación tropical de la calesa andaluza y el atentado más inicuo hacia las infelices bestias, no es necesario describirlo a mis paisanos, porque aún se encuentran fósiles de este género y me parece que hasta ayer circulaba por la Habana vieja, la volanta del Dr. D. Nicolás Gutiérrez, esclarecido cubano que vivió en el respeto y la estimación de los suyos.
     Lo que es hoy Parque Central (The Central Park) eran entonces tres parquecitos: uno en que estaba la estatua de Isabel II, otro en que había una fuente de mármol con cuatro leoncillos agachados que parecían perros, y por último el de Neptuno, por el estimable Dios de las Aguas que campeaba, tridente en mano, sobre alto pedestal.
     Todo eso se refundió en un solo parque al que vanidosamente se le dio el nombre de Central por imitar y quizás por humillar a los americanos de New York que blasonaban del suyo. Eso sí, en todas épocas lo mismo cuando eran tres que cuando fue uno solo, los coroneles de voluntarios lo atravesaron a caballo siempre que por cualquier motivo era necesario mantener la integridad nacional al frente de sus batalladoras huestes.
     Ha desaparecido todo aquello, incluso los voluntarios, lo que no deja de ser una lástima, porque ha perdido el teatro un gran número de cómicos. Una vez, frente a lo que es hoy la Manzana de Gómez y en la esquina del Café Central, un cabo de gastadores mató de un bayonetazo en el pecho al caballo de guía de un carrito urbano que tuvo la desgracia de atravesarse en el camino de aquel nuevo Atila. El pobre jamelgo, flaco y desdichado, exhaló el último suspiro sin una mirada de odio ni de queja, porque fue aquél, sin duda, el mejor día de su vida de esclavo.
     Había un panorama en la calle de O'Reilly, frente a donde está hoy la estatua de un ingeniero con pluma y espada. El panorama existía ya cuando yo nací y que creo que también vivía cuando todo el mundo nació. Acaba de morir para que pudiera ensancharse una ferretería. En la calzada, de la Reina, que se llamaba de San Luís Gonzaga, había árboles y los propietarios de las casas y vecinos del lugar se entretenían en echar ácidos en las raíces para matarlos, porque decían que les perjudicaban los cimientos de sus edificios. ¡Aún quedan vestigios de aquellos "monumentos" por cuya vida temblaban sus dueños! Los árboles se acabaron todos, pero se conservan los palacios y quizás algunos de los que perpetraron el crimen.
     La calle de la Muralla era el baluarte español y gozaba de gran predicamento. Un día se dio en ella un banquete y se sentó a la mesa todo un ejército. Algunas señoras oficiaron de cantineras.
     El Sr. Director de La Discusión tiene una enorme llave de hierro y dice que es la auténtica que cerraba la Puerta de Tierra. Tiene también un "componte" de los que usaba la guardia civil en Pinar del Río. De las murallas no quedan sino una garita, allá frente a la enfermería del Presidio y la Batería de la Reina fue… Itálica famosa.
     Lentamente vamos transformando todo y al fin llegaremos al cambio completo porque el tiempo no tiene límites. El Sr. Alcalde plantó un árbol este año. Dios le conserve muchos de vida para ir así aumentando anualmente nuestros sembrados. No se ha podido derrumbar todo lo que se deseaba a pesar del buen propósito de la Cámara baja. El Sr. Céspedes (Don Carlos Manuel) ha pensado que la obra de su ilustre padre, de crear la República cubana, no estaría terminada en tanto que quedaran en pie el Castillo de la Punta, el Torreón, el Morro y ¡quizás! la Machina. La Cámara no ha cedido todavía a los furores iconoclásticos del valeroso joven; pero ya irán cayendo todas esas vejeces para dar lugar a la sabana verde y extensa……
     Me ha recordado Sardou como también, aquí, se van entronizando las ideas mercantiles y cosmopolitas que todo lo ajustan a la conveniencia material. También se entronizan y se imponen las necesidades de la comodidad y de la higiene. Recuerdo que, antes, para enviar un recado se llamaba al negrito y se le decía:

—Mira, Ñato, vé a la calle del Campanario viejo, entre Reina y Salud, la tercera puerta pintada de verde al lado de una chicharronería, y da esto y lo otro a Don Fulano.

     Hoy se vá rápidamente al Teléfono, se pide comunicación con el 5.083; lo ponen al cabo de un rato con el 10.923 y se desespera uno…… ¿Es o no una ventaja?
     No obsta para que señale como un progreso, que se ha perdido el carácter típico del país, sus trajes de dril blanco para los hombres, y los de muselina para las mujeres. Aquéllos eran frescos en este clima tórrido y éstos eran vaporosos realzando la ideal belleza de las cubanas; pero es más "elegante" vestirse de casimir y de seda como en París o San Petersburgo, aunque la temperatura no haya querido amoldarse a estos arreglos. ¡No importa! ¡Con tirar el chaleco hemos vencido!
Me gusta infinito la ciudad y las sierras (A cidade é as Serras;) pero como Sardou echa mucho de menos el viejo París, yo echo de menos la vieja Habana, si bien quiero entrañablemente a la moderna.

Cuba y América 4, Vol. XVII, Enero 1 de 1905

 

 

San Cristóbal, quisiéramos que al llegar a los 500 pudiéramos, personalmente darle la vuelta a la ceiba. Morán, Saludos.
Henio

 

En el tronco de una ceiba una niña
grabó su nombre, henchida de pasión,
Y la ceiba conmovida allá en su seno,
A la niña un deseo le entregó
¿Qué deseo habrá pedido la niña?
¿En qué tronco su vista se posó?
Vamos todos amiguitos a la ceiba
A pedir un deseo, por favor.

Jorge Camacho

 

Cuando mi ciudad dejó de ser española

María Teresa Villaverde Trujillo

     Antes de decidirse a realizar el ataque los ingleses habían planeado la topografía y la posición de los fuertes en San Cristóbal de La Habana. El valor estratégico de la isla de Cuba, de sus bahías al norte y al sur, y su privilegiada posición a la entrada del Golfo de México interrumpiendo un amplio frente oceánico, ha desempeñado siempre un papel importantísimo en las Antillas. Antes y ahora.
     Desde el siglo XVII  Inglaterra deseaba apoderarse de Cuba, pues la isla era –a todo ver – un punto estratégico para la navegación en América. Surge entonces que Inglaterra y Francia se declaran oficialmente la guerra; y España – con el pacto de familia con Francia-, entra en guerra contra los ingleses.  Así Inglaterra opta porque era el momento oportuno de reactivar los planes tendientes a la tan ansiada toma de la ciudad de La Habana.
     En mayo de 1762, la flota inglesa navega a la altura de las Bahamas. Consistía en 53 naves de guerra: barcos hospitales, barcos de carga, y los de transporte de tropas. Alrededor de 25,000 hombres participarían en la operación incluyendo 15,000 soldados.
     George Pockoc comandando la flota se presenta el 6 de junio frente a las costas de La Habana, desplegando la mayor parte de sus buques de guerra frente a la entrada de la bahía. El gobernador de la isla Juan de Prado Mayera Portocarrero al ver la eminente invasión fortificó la fortaleza los Tres Reyes del Morro y después adoptó la medida de ocupar el promontorio conocido como La Cabaña, al igual que otros puntos de defensa de la villa habanera. A pesar de que en el puerto había anclados catorce buques de guerra que representaban una buena parte de las fuerzas navales de España el gobernador decidió cerrar la entrada de la bahía con cadenas y hundir tres embarcaciones en un intento de impedir que penetraran los buques enemigos.
     Mientras el Conde de Albemarle con seis buques de línea y sus fuerzas se avistaba frente  a la plaza, el almirante Sir George Pockoc, – con trece buques –, amenazaba la fortaleza del Morro, pero simulando tratar un desembarco en La Chorrera, al Oeste de la ciudad. Por otro lado, un grupo de ingleses se presentaba frente a la Boca de Cojímar – zona costera al Este de La Habana – atacando el Torreón de Cojímar a cañonazos. Los 400 hombres que defendían el torreón con inadecuadas y muy antiguas armas no pudieron presentar resistencia a los ingleses, viéndose obligado el coronel español Carlos Caro batirse en retirada.

     Entre tanto,  la fortaleza del Morro – atacada por los ingleses – era bravamente defendida por el capitán de navío Luis Vicente de Velasco, nacido en Santander, España.  Este valiente oficial resistía con sus hombres una y otra vez las acometidas de los ingleses, defendiendo la fortaleza hasta caer herido y morir al siguiente día.  Desde el otro lado de la bahía tropas británicas comenzaron atacar La Cabaña, que estaba siendo defendida por soldados y vecinos civiles. Batalla que concluyó después que los británicos cavaron un túnel desde el cerro de La Cabaña hasta el Morro volando con explosivos los gruesos muros del fuerte, ... penetrando en la fortaleza.
     En lo que era la villa de La Habana se continuaba peleando, pero era difícil repeler el asalto superior en número y armamento de las tropas enemigas. El día 12 de agosto por medio de negociaciones capitularon, y el 14 las tropas inglesas ocuparon toda la villa habanera quedando dividida en dos colonias: una pequeña porción inglesa al occidente y otra española al oriente.
     La Toma de La Habana ocasionó más de 1,000 bajas – españoles y criollos–; y del lado inglés 1,790 entre muertos y heridos. Además dejó al descubierto las debilidades de las defensas españolas en el Mar Caribe.
     Durante los once meses en que mi ciudad dejo de ser española, los ingleses abrieron el comercio con la metrópolis y sus colonias, ocasionando un auge económico a la región. No establecieron cambios bruscos en la administración civil y judicial, ni se persiguió el catolicismo; pero sí introdujeron más de 4000 africanos desplegándose un gran incremento de esclavos.
Mediante un acuerdo establecido en el Tratado de París la isla de Cuba fue devuelta a España al cambio de la península de Florida a Inglaterra.

 

Aché y mucha salud para los que mantienen vivo y esperanzado el tronco de esta ceiba y la hospitalidad de este Templete donde podemos encontrarnos todos.
Oscarín

 

Vamos a dar otra vuelta
y a pedir otro deseo,
y otra vuelta y otra vuelta
y si no me ves, te veo.

Luisa, de Morón

 

 

     La población reunida de la Habana, sin incluir los pueblos inmediatos que se le han agregado como distritos y barrios, se divide en dos grandes mitades. La más antigua e importante, y en cuyo litoral se asentó la primitiva población, es la que se designa con el nombre genérico de intramuros, por estar comprendida toda dentro del recinto que se hallaba amurallado. […] La otra parte que se designa vulgarmente con el nombre de extramuros, se extiende desde el paralelo O que media entre el castillo de la Punta y la ensenada de Tallapiedra, hasta el que media desde la costa N. en el antiguo torreón de San Lázaro y el cementerio general, hasta la esquina de Tejas. […]
…………………
     Las calles de la ciudad de intramuros, seg’un su orden de colocación se denominan Peña Pobre, callejón de la Leche, Cuarteles, Chacón, Tejadillo, la Bomba, lo Empedrado, callejón del Chorro, callejón de San Juan de Dios, O'Reilly, Enna, Obispo, callejón de Jústiz, Obra Pía, callejuela de Carpineti, Lamparilla, Amargura, Teniente Rey o Santa Teresa, Paso de Churruca, Muralla, Sol, Samaritana, Cerrada de Santa Clara, Luz, Acosta, Jesús María, la Merced, Paula, callejón de Bayona, San Isidro, Nueva de San Isidro, Nueva y Sola, de los Desamparados, y callejón de la Sigua. Las calles de N. a S. se conocen con los nombres de Monserrate, Bernaza, Curazao, la Picota, callejón de Bayona, Nueva del Cristo, Villegas, Aguacate, Compostela, Atahud, Habana, Aguiar, Cuba, San Ignacio, Mercaderes, Damas, Inquisidor Tacón, de los Oficios, Baratillo y San Pedro.
     Son las mejores y más concurridas las de la Muralla, que […] está adoquinada, y sus aceras aunque estrechas son regulares; es la que cuenta con m’as establecimientos, especialmente de ropa, lienzos y otros géneros, así como platerías y el mayor número de librerías de la ciudad: las del Obispo, O'Reilly y Mercaderes tienen también tiendas a una y otra acera, donde se hallan todos los productos de la industria manufacturera. Durante el día están casi cubiertas por los toldos de los establecimientos, y por la noche, después de abandonarlas los estrepitosos y molestos carruajes del comercio, presenta su tránsito un atrayente aspecto con las innumerables luces de gas y los quitrines abiertos de las elegantes damas que acuden a hacer compras.
     Entre las plazas de la población interior, la de Armas es la mayor y la más correcta, a pesar de la imperfección del paralelogramo que la forma. Su mayor longitud de E. á O. es de 146 varas desde su ángulo con la calle del Baratillo hasta el de la casa o palacio de Gobierno con la calle del Obispo, y su anchura general de N. á S. es de 112. En los primeros tiempos, y así que se empezaron a alinear algunas casas por sus lados, se llamó plaza de la Iglesia, porque enfrentaba por el E. con la fachada del antiguo templo parroquial. Extiéndense por sus cuatro lados otras tantas calles rectilíneas, embaldosadas, con verjas de hierro sobre basamentos de piedra. Interiormente aparecen cuatro cuadros igualmente enverjados, con árboles y plantas que dejan paso a otras cuatro calles, también con piso de baldosas que conducen a una espaciosa glorieta circular, que es el verdadero centro de la plaza y en medio de la cual se alza la estatua de Fernando VII, mediana obra del Sola, erigida en este sitio en 1828 a instancias del conde de Villanueva. La figura de aquel monarca, que entre las calamidades de su infeliz reinado mereció la gratitud de Cuba con las acertadas providencias que aseguraron su tranquilidad y su riqueza, es de mármol blanco de Carrara, de tres varas de altura, sobre un pedestal cuadrangular de igual elevación y materia, y está representado con cetro, toison, manto y traje de ceremonia, circuyendo a este monumento un enverjado de lanzas de hierro de dos varas de alto. Cada cuadro de los cuatro en que se subdivide el recinto tiene también en su centro otra glorieta circular, adornada con una fuente octogonal sin surtidor, y mucho más amena sería si la dotaran de agua abundante. El lado O. de la plaza está ocupado por la fachada principal de la casa de Gobierno y los nueve arcos de su vestíbulo; el lado N. por el edificio de la Intendencia igualmente arqueado por su planta baja, el muro de su jardín, y el de las dependencias del castillo de la Fuerza que hoy es cuartel de infantería. Su patio principal, con el templete que en 1758 se levantó para recuerdo del sitio donde se celebró la primera misa al fundarse la Habana, ocupan en el lado E. de la plaza un espacio de 45 varas de largo y 23 de ancho. Abre en su centro la corta calle que conduce a la Capitanía del Puerto y al muelle de Caballería, la que se llama de Enna, en memoria del valeroso general que murió en 1851 defendiendo el territorio, y termina por último este frente la casa del conde de Santovenia. El del S. está formado con medianos edificios, cuyas plantas bajas ocupan tiendas, almacenes y cafés, y corresponde a la línea de la callo del Obispo, abriendo por su centro la de los Oficios. Aunque esta plaza aparece a un extremo de la población, es el principal centro de su movimiento. Desde las primeras horas del día, sirven de tránsito sus cuatro calles exteriores a las carretas que portean los efectos que se reciben o se embarcan por el inmediato muelle de Caballería y a los pasajeros que salen o entran en el puerto. En la plaza de Armas forma diariamente la parada de las tropas que cubren el servicio de la plaza y sus fuertes, y estacionan todas las mañanas las muchas personas que tienen asuntos en las oficinas del Gobierno y la Intendencia. Desde las cuatro, por las tardes, empieza a moderarse la circulación de este lugar y aparecen más tranquilos actores en la escena; los que van a pasear a pie en la inmediata cortina de Valdés, al ya citado muelle y aun en la misma plaza a respirar las brisas. En fin, cuando se encienden al anochecer las numerosas luces de gas que alumbran su recinto, cúbrense las calles exteriores de elegantes quitrines y carruajes abiertos, ocupados por damas casi todos, que acuden a escuchar las músicas militares que desde las ocho a las diez de la noche recrean a los concurrentes que pueblan las calles interiores del recinto, donde la suavidad de la temperatura suele consolarlos del calor que han sufrido por el día. Antes de las once toda la concurrencia se ha retirado paulatinamente, apáganse la mayor parte de las luces, y se queda tan solitario este sitio como todos los demás de la ciudad.
………………………
     El Campo Militar, que es la plaza más extensa de la Habana, comprende en su recinto enverjado todo el espacio descubierto que aparece entre los extremos orientales de las calles Real de la Salud , Reina, Estrella y calzada del Monte, y termina junto a los terrenos ocupados antes por los fosos y cortinas del recinto, entre los baluartes de San Pedro y Santiago. El lado N. de esta plaza lo componen la manzana de casas que forma ángulo con la calle de la Amistad, y la estación principal de los ferrocarriles de la capital, llamada de Villanueva; y su lado meridional, las manzanas con que terminan por el N. las calles de Palomar, Factoría, Someruelos y Cienfuegos. La figura de su recinto es un trapecio de 250 varas en el lado mayor y 150 en el menor. Está cercado en sus cuatro frentes por un enverjado de lanzas de hierro con moharras doradas, cuyas varas se apoyan sobre un muro de mampostería de un solo metro de elevación, para no privar a los transeúntes del espectáculo de los ejercicios militares, a que está principalmente destinada esta localidad, e interrumpido por pilares equidistantes de tres varas de altura, coronado cada uno por una bomba. Junto al vértice de cada ángulo del recinto aparece una garita octógona y almenada, de más de cinco varas de elevación, con tres cañones de hierro que se apoyan verticalmente sobre su base. En el centro de cada uno de sus cuatro frentes hay una gran puerta de hierro enverjada y adornada en su parte superior con trofeos militares, y una inscripción que recuerda los nombres históricos del gran Colón, Cortés y Pizarro, y el del general Tacón, bajo cuyo mando se emprendieron y terminaron todas las obras de esta plaza en 1835. El paralelogramo que ciñen las verjas está enteramente descubierto, y los costados de la plaza no tienen otro adorno que la fuente de la India y los árboles del paseo de Isabel II, que se extiende por la paralela de todo el lado oriental del Campo Militar, que también se designa con el nombre de Campo de Marte.
     La plaza y mercado de Colón es un corto cuadrilongo de recinto descubierto entre las calles del Águila y Crespo y frente a la de los Vidrios, cuyos costados ocupan algunos puestos de expendío de frutas, legumbres, etc.
     Compónese la plaza y mercado de Tacón, llamado también del Vapor, de un vasto cuadrilongo de 145 varas de longitud de E. á O., alineada por el S. con la espaciosa calle de la Reina, y 110 de anchura entre la misma calle y la Real de la Salud. Cada frente, así interior como exterior, consta de una línea de edificios uniformes de dos pisos, que por sus respectivas fachadas a las calles del Águila, Real de la Salud, calzada de Galiano y de la Reina, presentan una serie de establecimientos de todos los artículos, industrias y oficios, que abren a galerías cubiertas y sostenidas por columnas de piedra. Por los lados interiores de este cuadrilongo de edificios aparecen con la mayor regularidad los puestos de toda especie de comestibles, abiertos también bajo portales acolumnados y con pavimento de baldosas. Por todas partes se descubre el espíritu de orden y buen gusto del general que le dio su nombre, y que proyectó e hizo empezar a construir a principios de 1835 ese gran mercado, uno de los mejores que se conocen, pues aun en París y Londres hay muy pocos que le excedan. Se provee de agua para su limpieza y el consumo de su numeroso vecindario, de una elegante fuente de piedra con cuatro caños, colocada entre las galerías y la Carnicería, que consta de un piso bajo también con galerías por sus dos frentes y sus dos costados, pero sin arquitrabes y sostenidas por columnas circulares. Este mercado es uno de los principales núcleos del movimiento de la población extramural.
     Debemos también hacer particular mención, como uno de los centros principales del abasto público y diario de la Habana, de su Pescadería, que se construyó y terminó en 1836 por iniciativa del general Tacón. Es un edificio cuadrilongo de 50 varas de longitud de E. á O. y solo 20 de anchura, situado en la ciudad intramuros paralelamente a la batería de San Telmo, a 45 varas de la bahía, muy cerca de la extremidad E. de la cortina de Valdés y de la catedral. Su fachada, que mira al S., alinea con la parte E. de la calle de lo Empedrado. Su planta baja está toda dividida en casillas para el expendío, y la alta en aposentos y otras dependencias.
     Además de sus calzadas, amenizan a la ciudad extramural la alameda de Isabel II y la de Tacón, que es la más notable de las de la Habana. La primera, que con el nombre de Nuevo Prado trazó y empezó a formar en 1773 el marqués de la Torre, se terminó primeramente con una forma más estrecha, y su longitud no excedía de 770 varas, desde el paralelo de la salida del recinto por la puerta de la Punta y el de los baluartes del NO. Después se prolongó este paseo hasta la glorieta actual de la fuente de la India, ensanchándolo y mejorándolo los generales Las Casas, Someruelos, Vives y Ricafort. Pero la antigua alameda desapareció, así por el ensanche que la hizo dar el general Tacón desde 1834, como por la predilección con que era frecuentado el espacio que en tiempo del general Valdés se terraplenó y niveló entre la antigua puerta de Monserrate y la cárcel. La Habana tuvo entonces un paseo correspondiente al crecimiento que había tomado su vecindario y su riqueza en la época de aquel dignísimo general, cuyo plan completó su sucesor el duque de Tetuán. El subinspector de ingenieros, a quien había encargado la ejecución de esta obra, formó un plan de paseos enlazados por el O., cuya primera sección de N. á S. fue desde luego esta alameda, que tiene una longitud de 1,880 varas provinciales de N. á S., con una anchura de 125, abierta entre el costado O. de la cárcel y la entrada de la calzada de San Lázaro. Continúa en línea recta hasta pasar al espacio comprendido entre las dos manzanas laterales que atraviesa la calle de las Virtudes, donde forma una especie de rotonda orillada de árboles, en cuyo centro se colocó en 1857 una estatua colosal y pedestre de doña Iaabel II, ejecutada en mármol blanco. Desde esta rotonda, la línea del paseo oblicua hasta llegar a alinearse en su extremidad meridional con el enverjado del costado S. del Campo Militar. Al terminar su segunda sección, que empieza en el espacio comprendido entre el teatro de Tacón y la puerta de Monserrate, aparece otra bonita rotonda en el costado E. de aquel enverjado, cercada de árboles, y en su centro aparece una sencilla fuente rodeada de un octógono de barandas de hierro, y que se compone de un pedestal cuadrado de más de dos varas de altura, sosteniendo a otro menor, sobre el cual está sentada una estatua de tamaño natural, que figura a la india que da nombre a este monumento, en el cual aparece también en cada ángulo del pedestal la cabeza de un delfín, cuya cola se eleva hasta el mismo asiento de la estatua. En la entrada septentrional del paseo hay otras dos fuentes con figuras más modestas, la una dentro de una primera rotonda pequeña, y la otra, mucho mayor, en el espacio atravesado por la línea de la calle de los Genios. El orden y trazado principal de esta alameda se compone de dos calles paralelas con cuatro líneas de árboles que forman dos calles contiguas y empedradas, una por cada lado de las casas que son de moderna construcción, hasta llegar a la gran rotonda central del paseo que se llama calle del Prado. Mide 950 varas de longitud rectilínea y ocupan todo su centro las cuatro líneas de árboles de la alameda, levantándose en la extremidad septentrional de esta sección el edificio de la cárcel Nueva. En su segunda sección, comprendida entre la rotonda donde se levantaba la estatua de la reina y el ángulo de la estación de Villanueva, donde tiene su salida el ferro-carril de Güines, aparece por su costado derecho la elegante manzana de casas de Escauriza y Abrisqueta con el café principal de la ciudad, el de Escauriza, y una de las mejores fondas-hoteles. En la esquina paralela está el gran teatro de Tacón. Forma esta alameda una reunión de cinco calles paralelas en su primera sección: dos empedradas a la mac-adam, contiguas a los edificios de sus dos costados; otras dos terraplenadas entre las hileras de los árboles para los que pasean a pie, y una central mucho más ancha que las otras para el tránsito de los carruajes y jinetes. Junto a las hileras de árboles hay bancos de piedra, y frente al teatro de Tacón se colocan sillas por las tardes, siendo ese habitualmente el sitio más concurrido del paseo.
     La alameda de Tacón, que este general hizo empezar a construir en 1835 por la necesidad de abrir una ancha vía de comunicación entre la ciudad y el castillo del Príncipe, mide 1,425 varas provinciales de longitud desde la salida de la calle de la Reina, con una anchura general de 60. Se compone de tres calles, divididas por cuatro hileras de árboles; las dos laterales, con bancos de piedra en sus intermedios, están destinadas para los transeúntes a pie, y la central, de triple espacio que las otras, para el paso de los carruajes. Adornan a este paseo cuatro plazas o rotondas a distancias desiguales unas de otras: la primera, que es la más notable, se encuentra casi a la salida de la calle de la Reina y del crucero de la calzada de Belascoaín, y en su centro se alza una hermosa estatua de mármol blanco, de poco más del tamaño natural, que representa al buen rey Carlos III a pie, con manto y cetro, sobre un pedestal cuadrangular de sillería de tres varas y media de alto, cuyos cuatro lados adornan bajos relieves de bronce y una inscripción dedicatoria a aquel monarca. Este pedestal se asienta sobre un cuadro con tres gradas, rodeado de una verja de tres varas de alto y de una cadena de hierro, sostenida por ocho postes de piedra. Esta primera glorieta abre a continuación de la calle central de la alameda con dos obeliscos de piedra de 13 varas de altura, que rematan cada cual con una urna. A una distancia de poco más de 200 varas está la segunda glorieta que cruza la calzada de la Infanta, y está adornada también en su centro por una fuente sencilla, aunque labrada con gusto, y que llaman de la Columna, porque sobre su pedestal cuadrangular, de cuatro varas de alto, descansa una columna istriada por su base y que remata con una figura. En los ángulos descubiertos del pedestal hay otras cuatro alegóricas de piedra, de menos que mediano mérito, y la pila figura cuatro curvas, enverjadas por la parte superior. Aparece la tercera glorieta a 522 varas de la anterior, y en su centro se encuentra sobre un pedestal también cuadrangular un sencillo monumento de cinco varas de alto desde el zócalo hasta el extremo de la mayor de las cinco urnas que le sirven de remate, y que además tiene cuatro estatuas alegóricas de piedra tosca y de ordinaria ejecución, y se halla rodeado de un enverjado circular. La cuarta glorieta dista de la tercera unas 200 varas poco más o menos, descollando en su centro otro monumento de cinco varas de alto, que representa un templo griego con columnas cuadranguladas y relieves, rematando la columna central con una urna de mármol: se le conoce con la denominación de Fuente de las Frutas, porque adornan a su pila, donde vierten ocho caños de agua, cuatro hermosos vasos etruscos que parecen contenerlas, hallándose también ceñida por un enverjado. En la quinta y última glorieta, mucho más fresca y sombría que las demás por los altos árboles que la protegen, ocupa el centro la fuente llamada de Esculapio, cuya estatua, de tosco mármol y peor ejecución, se levanta solitaria sobre un pedestal cuadrangular de dos varas de alto, que vierte sus cuatro surtidores en una pila octogonal. Aquí termina el paseo de Tacón con otros dos obeliscos semejantes a los que se elevan a su entrada en la primera glorieta y confluyen en los terraplenes de esta extremidad de la alameda, amenizada por ambos lados con frondosos álamos blancos, pinos y bambúes, tres avenidas principales, que conducen: la del O. al castillo del Príncipe, otra al S. al caserío de San Antonio Chiquito, y la que por el N. conduce a la misma casa de recreo o quinta de los capitanes generales.
……………….
Crónica General de España, o sea Historia Ilustrada y Descriptiva de sus Provincias sus poblaciones más importantes de la Península y de Ultramar. Obra redactada por conocidos escritores de Madrid, de Provincias y de América.
Crónica de las Antillas por Jacobo de la Pezuela. Madrid: Editores: Rubio, Grilo y Vitturi, 1871. p. 130-136.

 

 

Salve, ceiba bombacoidea, speciosa atque mythica, del subreino tracheobionta, de la división magnoliophyta y de la familia de las malváceas...  Salve, verde señora que con sus frondas adumbra el ágora y abre los cielos.
Manolo Castellón

 

 

Espléndida iniciativa, que no conocía. Desde este año, no faltaré a la cita. Dejo aquí, al pie de la ceiba, mis votos de salud y felicidad para todos. Y un bilongo contra las guerras, la injusticia y el desamor.

Adalberto González

 

 

La misa, la ceiba y el Templete

Errores históricos

Antonio Miguel Alcover

     Antes de comenzar, un poco de Historia. Refiere esta, que cuando Frey Nicolás de Ovando, hubo arreglado a su manera los asuntos internos de la vecina isla de Haití, conocida en los tiempos a que vamos a referirnos por La Española, y mucho antes por Quisqueya, fijó su atención en Cuba, a cuyo efecto equipó dos carabelas para el bojeo de nuestras costas; dando el mando de la expedición al capitán Sebastián de Ocampo, a quien encargó expresamente que averiguase si Cuba era una isla, o parte del continente, como así la creyó hasta su muerte Cristóbal Colón. Después de haber andado Ocampo largo trecho por la costa norte de la isla, y observando que las embarcaciones se le habían averiado algo, determinó entrar en el primer puerto que encontrase y ofreciera buen abrigo, no solo con el objeto de reparar aquellas, sino de dar asueto a su gente. Así pensaba el capitán cuando se hallaba a la altura de Matanzas. Después de haber andado unas cuantas horas con tiempo bonancible, observó junto a un promontorio de la costa, una boca estrecha algo parecida, a la desembocadura de un río. Puso proa hacia tal lugar, entrando con sus barcos y admirándose aquellos intrépidos navegantes, al observar que no se trataba simple y erróneamente de la boca de un río, sino de una espléndida y espaciosa bahía, que no es otra que el magnífico puerto de la Habana. Ocampo quedó verdaderamente sorprendido ante la magnitud v esplendidez de la bahía. La denominó Puerto de Carenas, pues "cuando estaba empeñado en los preparativos para la reparación de las naves y pesaroso de no traer consigo brea ni alquitrán para la carena de que tanto necesitaban, quiso su buena fortuna depararle cosa de más provecho, descubriéndole en una de sus excursiones por las orillas del puerto, un abundante manantial de asfalto, (betún conocido vulgarmente con el nombre de chapapote) que le fue en extremo útil para salvar las carabelas de una destrucción casi cierta. Todo esto que venimos exponiendo acontecía allá por los años de 1508.
     No debiéndose olvidar que por entonces imperaba en los pueblos cristianos, como España, una ortodoxia, más que pura, imbécil y exageradísima, no es de presumirse que habiéndose detenido aquel puñado de católicos castellanos en este puerto algún tiempo para carenar sus naos, y que, por otra parte, les hubiera ido tan bien, fueran a privarse del más obligatorio precepto de su creencia, cual es la celebración de la misa. Pero, a pesar de esto, no existe, — al menos descubierto hasta el día — documento alguno que irradie luz sobre este punto. Solamente por conjeturas se llega a decir, que Ocampo bien pudo haber celebrado en las orillas del Puerto de Carenas semejante acto religioso. De todas maneras, ni la ceiba, ni el Templete, simbolizan ceremonia alguna que pudiera haber llevado a cabo el primer tascador de nuestras costas.
     Por otra parte, tampoco parece posible que haya sido "la primera misa dicha en la costa norte de esta isla,'' — como aseguran algunos, — pues de la Relación del primer viaje de D. Cristóbal Colón para el descubrimiento de las Indias, puesta sumariamente por Fray Bartolomé de las Casas, se desprende que el domingo 18 de Noviembre de 1492, acompañado el Almirante de mucha gente de los navios "fue a poner la gran cruz que había mandado a hacer, a la boca de la entrada del dicho puerto del Príncipe, en un lugar vistoso y descubierto de árboles," no zarpando de este punto aquel mismo día, por ser Domingo. ¿Cabe pensar que un Domingo, día de precepto para los católicos, en el acto altamente religioso y solemne de la colocación de una gran cruz y que para darle mayor pompa a la ceremonia se hubiera hecho bajar a casi toda la tripulación de los barcos, no se celebrara allí una misa siquiera? Más seguridad debemos tener en esta suposición, que la que nos ofrece la otra conjetura, menos fundada, referente a que Ocampo dispusiera la celebración de una fiesta igual en las orillas del Puerto de Carenas.
     Lo que sí puede haber de cierto y de no difícil comprobación, es la historia siguiente: Sabemos que la villa de San Cristóbal fue la última de las siete fundadas por disposición del conquistador Diego Velázquez, de Cuellar, teniendo su primer asiento cerca de la desembocadura del río de Güines o Mayabeque, en la costa sur, y recibiendo el nombre de San Cristóbal, no en obsequio del descubridor del Nuevo Mundo – aunque hipotéticamente así lo creyeran y consignaran nuestros historiadores Arrarte y Guiteras — sino simplemente porque se fundó el día de San Cristóbal, o sea el 25 de Julio de 1515. Por varios motivos, que no son del caso referir, se determinó trasladar la villa de San Cristóbal, desde su primer asiento, a la desembocadura del río Casiguaguas (hoy Chorrera o Almendares) en la costa norte, lugar que se denominó después Pueblo Viejo. Pero habiéndose fijado aquellos primeros pobladores en la ventajosa posición de los lugares situados a orillas de la bahía, resolvieron, en 1519, trasladar la población del lugar conocido más luego por Pueblo Viejo, a la playa Oeste del Puerto de Carenas. Los terrenos que se señalaron para la distribución de solares fueron los comprendidos a los alrededores de la Plaza de Armas, y según La Torre, "en el mismo año de 1519 se celebró la primera misa y el primer cabildo debajo de una hermosa ceiba que existía en el punto donde hoy se halla el Templete, conmemorativo de dichos sucesos."
     Para rememorar, pues, la tradición que existía de tan fausto acontecimiento, — que no debe confundirse nunca con la supuesta ceremonia celebrada por Ocampo — y siendo, en 1753, Gobernador General de la Isla, D. Francisco Cagigal de la Vega, mandó erigir éste una pilastra, padrón o columna triangular de nueve metros de altura, la cual, según La Torre, se levantó en el mismo sitio que ocupó la primitiva ceiba, y según Pezuela, al pie de la misma (que a mi entender no son conceptos exactamente iguales) agregando el primero de los cronistas mencionados, que en tiempos de Cagigal fue cuando se derribó el árbol majestuoso bajo cuya sombra se consagró la primera misa en la Habana: acción que, ante la crítica histórica, conquista para su ejecutante, epítetos tan justos como despectivos. En una historieta del Templete que en manos de vendedores ambulantes circula desde 1898 por las puertas de esta capilla, precisamente el día que entre nosotros se celebra la fiesta de San Cristóbal, observo que el autor del folleto no pudo ocultar o que escribió bajo la influencia del medio, o que trató de halagar la vanidad del elemento que por última vez ejercía su influencia en esta tierra; pues dando crédito a una de las lápidas que están colocadas en distintos lugares del monumento, y como si el mármol fuera refractario a las falsedades, dice que “esterilizada la ceiba en 1753, en 1754 el Capitán General de la Isla, D. Francisco Cagigal, hizo levantar el pilar que hoy existe,” en el mismo punto en donde estaba la infortunada ceiba. Pero el autor de Lo que fuimos y lo que tomos, o La Habana antigua y moderna, que como autoridad en materia de Historia de Cuba me merece más concepto, no ya que el autor de la historieta, sino que la misma lápida, que muy bien puede decir una mentira para ocultar un atentado escandaloso; en una nota acerca del árbol, dice lo siguiente: "Conservóse robusta y frondosa la indicada ceiba hasta 1753, en que el Gobernador D. Francisco Cagigal de la Vega, deseando perpetuar la noticia (de la primera misa y tal vez de su propio nombre) dispuso derribarla y levantar en el mismo sitio el padrón o pilar de piedra que aún existe;” de lo cual se infiere que “deseando perpetuar la noticia” — y probablemente temiendo que la planta algún día fuera a esterilizarse, y hasta, tal vez, que los hombres olvidaran la reverencia que se debe a aquel lugar sagrado — determinó matarla, o lo que dalo mismo, dispuso derribarla. No fue, pues, en 1754 cuando “se mató al individuo para evitar que se muriera;” fue en 1753 cuando tal suceso tuvo lugar, aunque en 1754 se dispusiera la erección de la pilastra, “para evitar que se olvidara lo que allí se hizo.”
     No hay que dar crédito tampoco a la estupenda especie tan arraigada en una parte de nuestro pueblo, de que bajo la sombra del árbol que hoy vemos dentro del enverjado del Templete, celebrara Colón la primer misa dicha en Cuba, pues mal pudo el Descubridor del Nuevo Mundo haber celebrado misa en la Habana cuando probablemente ni llegó a la Laguna de Morón, como sí lo entiende Washington Irving. Pertenecen esas relaciones al género fantástico; a esos cuentos de beatas que luego forja, alienta, persevera y abulta con el tiempo y las demás consejas, nuestra ardiente imaginación tropical; relaciones falsas que también se plugo en fomentar y hacer arraigar en nuestras creencias, por interés de la honra nacional, el hombre del coloniaje, pues así, de una manera tan suave y tonta se lograba ir borrando, poco a poco, en la memoria del pueblo, toda huella de tan atroz crimen de lesa historia, consiguiéndose por tanto inculcar en aquella facultad mental, la falsa especie de que, precisamente ese árbol que vemos actualmente en el Templete, no es otro que el mismo que, ignorándolo una gran parte de nuestro pueblo incauto, derribara la profanadora orden de un gobernante estulto, incapaz de comprender el valor de aquella planta sagrada e histórica.
     La primitiva ceiba se había conservado robusta y frondosa, como dice La Torre, hasta el año de 1753 en que el gran ortodoxo y profanador de monumentos históricos, Cagigal, dispuso derribarla para levantar en el mismo sitio la pilastra que aún existe. Del mal el menos, se diría él. ¡Qué barbaridad! es la expresión que espontáneamente salta de nuestra pluma al trazar sobre el papel la simple enunciación del hecho. Cuando, hace tres años, tuve oportunidad de visitar el lugar do está el viejo, seco y carcomido ahuehuete que desafiando al tiempo y a los elementos se mantiene todavía en pie, protegido por una verja de hierro y un policía, allá en el pueblecillo de Popotla, a una jornada de México; planta secular que la Historia ha bautizado con el nombre de Árbol de la Noche Triste, porque al pie del mismo lloró su infortunio Hernán Cortés, el famoso conquistador del país de los aztecas; infortunio que consistió en la derrota vergonzosa que le hicieron sufrir los valientes guerreros de Moctezuma y Quauhtemoctzin; cuando me vi en presencia de aquel árbol majestuoso y admirable que Bernal Díaz del Castillo llama "árbol de la noche de la tribulación," y que aún conservan intacto los mexicanos, mi alma de cubano sintió envidia. El ahuehuete mexicano, con más de mil años de existencia, es el mismo que vio llorar a Cortés, en tanto que la ceiba cubana del Templete, no ha visto nada. Aquel es el exponente de la autenticidad histórica; el nuestro es una suplantación inicua, una superchería sin nombre. Poco tiempo después de consumado el nefando crimen de tronchar la primitiva ceiba, se sembraron tres nuevas en derredor del punto en que estuvo plantada la primera.
     Llega el año de 1828 y gobierna a Cuba el Teniente General Francisco Dionisio Vives, quien dispuso que, por medio de una recolecta popular, se erigiera el monumento que hoy tenemos y conocemos por el Templete, construido frente al ángulo Nordeste de la Plaza de Armas de esta Capital; celebrándose con solemnes fiestas, su inauguración, en 10 de Mayo del mencionado año. Los planos de este pequeño edificio que recuerda el lugar sagrado donde se celebró en Ta Habana la primera misa de que tengamos noticias, fueron trazados por el Teniente Coronel de Ingenieros, Antonio de la Torre y Cárdenas y ejecutada la obra bajo la dirección del Caballero Regidor D. José R. Rodríguez y Cabrera. Pero con motivo de la fabricación de esta nueva obra o sea la capilla que propiamente se denomina Templete, fueron derribadas las ceibas sembradas por Cajigal, ¿cuáles las causas? Tal vez por disposición superior, tal vez porque las necesidades de la construcción del edificio así lo exigieran. Plantáronse entonces, nuevamente, otras dos: una de estas es la misma que se conserva a la derecha del monumento y que solo cuenta, por lo tanto, 72 años de existencia; esa es la ceiba actual, "nieta" de la genuina que arrancara en infausto día, la mano criminal de un gobernante estólido. Debajo de la actual ceiba se habrán arrodillado, sin fé ni sentimientos nobles, algunos sátrapas de los que, como Tacón, Balmaseda y Weyler, pisaron y ensangrentaron nuestro suelo, pero nunca aquellos gentiles fundadores de la hoy Capital cubana, que al pie de una hermosa y frondosa ceiba, derribada hace la friolera de 147 años, celebraron "la primera misa y el primer cabildo" de la genuina ciudad de la Habana.
     Dentro del Templete, en su pared del fondo y en las laterales, aparecen tres grandes cuadros o pinturas, que constituyen todo el adorno interior del pequeño edificio, y que son obras del pintor francés Juan Bautista Vermay, primer director de nuestra Academia de San Alejandro. No he de detenerme en el cuadro mayor o del fondo porque entiendo que es una verdadera joya histórica, digna de conservarse; pero sí en los laterales. El de la derecha representa la primera prueba: En 1518 cuando Juan de Grijalba a su retorno de la expedición para el descubrimiento de México, tocaba en el puerto de Matanzas, en donde a su ida hubo de aprovisionarse; recibió en la hoy gentil Yucayo una carta de Velázquez en que éste le ordenaba apresurase su vuelta; llegando Grijalba a Santiago de Cuba, el 15 de Noviembre de 1518. Pero es de advertirse, en apoyo o corroboración de lo antes expuesto, que la tal carta-orden partió como consecuencia de la misa debajo de la histórica ceiba, apareciendo entre los circunstantes, el Conquistador Diego Velázquez; y también aparece este mismo personaje en el cuadro de la izquierda, que representa la celebración del primer cabildo de la ciudad de la Habana.
     Ambos cuadros, — que como obras de arte serán todo lo bueno que se quieran — son, a mi juicio, altamente perjudiciales a la verdad histórica de los asuntos que representan. En ambos está demás la figura del Conquistador. Y vamos a probarlo. Primera noticia que con antelación recibiera Velázquez del arribo de la expedición, noticia traída al Gobernador por Pedro de Alvarado, emisario de Grijalva que había sido despachado mucho antes, desde Veracruz. Cuando Alvarado llegó a la Capital de la Isla (que entonces era Santiago de Cuba) Velázquez y toda la ciudad recibieron gran contento con las buenas nuevas que aquel portaba de la tierra mexicana. Desde la llegada de Alvarado hasta la salida de Cortés, vemos a Velázquez harto ocupado en equipar una nueva y fuerte expedición para emprender la conquista de las tierras descubiertas a Occidente. Hernán Cortés, por motivo de ciertas disidencias con Velázquez, se alzó con la armada a medio equipar en la madrugada del 18 de Noviembre de 1518. "Sorprendido Velázquez de tal resolución y atrevimiento, intentó apoderarse de Cortés, enviando a Juan Verdugo, Alcalde de Trinidad, y a Pedro de Barba, su Teniente en la villa de San Cristóbal, provisiones para que detuviesen la armada y prendiesen a Cortés." De todo lo cual se desprende, sin hacer esfuerzo alguno de imaginación, que Velázquez no estuvo en la Habana en todo el curso del año de 1518.
     Segunda prueba: Pedro de Barba, Teniente de Velázquez en la villa de San Cristóbal, de la provincia india de la Habana, recibió con oportunidad la orden y provisiones de su superior, quien, por consiguiente, no se movió de Santiago de Cuba; pero, a pesar de la orden terminante que recibiera Barba, Cortés entró en la desembocadura del Mayabeque, donde terminó tranquilamente sus preparativos y "el 10 de Febrero (de 1519) once buques de 70 a 100 toneladas, con 617 combatientes, sin contar tres negros africanos, algunos sirvientes y mujeres, 10 pedreros, 16 caballos y pocas armas de fuego, salieron de aquel puerto hacia Poniente a derribar con sus lanzas un imperio inmenso y convertir en realidad una epopeya increíble, con su fortuna y con su audacia".' Vemos, pues, que a mediados de Febrero de 1519 — año en que se trasladó la población de San Cristóbal, de la costa Sur a la costa Norte, — aún permanecía Velázquez en Santiago de Cuba.
     Tercera prueba: Con el alzamiento de Cortés, ya no pensó Velázquez más que en preparar una nueva expedición. "Armó gente, compró buques y consagró lo mejor de sus recursos a vengarse y hacerse justicia por sí mismo."  
     La expedición que puso al mando de Pánfilo de Narváez, abandonó el puerto de Santiago de Cuija, con rumbo a playas mexicanas, el 18 de Mayo de 1520. El desastrozo fin de Narváez en Zempoala no nos importa por ahora, solo sí hacer observar que en 1520, un año después de "celebrada la primera misa y el primer cabildo" de la villa de San Cristóbal de la Habana, aún permanecía en la capital de Oriente, el Conquistador Velázquez. Pero hay más, "aún no desmayó el ánimo de Velázquez con el mal suceso de Narváez y cegado por el deseo de venganza armó 7 navíos" y él mismo, a pesar de sus achaques, se trasladó a la Habana a apresurar los preparativos; pero regresó a Santiago de Cuba, desistiendo de llevarla a cabo, en atención a los consejos de su secretario el bachiller Paradas. Todo lo cual abona nuestro dicho, pues si a fines de 1520 vino a la Habana, es señal de que esta ya estaba fundada, y de que hasta entonces había permanecido en Santiago de Cuba harto entretenido en sus ambiciosas empresas.
     Cuarta y última prueba: Después de la fundación de Trinidad, Sancti Spíritus y Santo María de Puerto Príncipe, en la primavera de 1514, se encaminó Velázquez, de lugares de Trinidad en que estaba, por la costa Sur hacia Levante, fundando personalmente a Santiago de Cuba, donde instaló su residencia. Entonces "resolvió también Velázquez echar cimientos a otro pueblo a más de cien leguas al Poniente de Puerto Príncipe, dos de la costa meridional en la provincia llamada por los indígenas Habana. Fueron a fundarla Francisco Montejo, años después adelantado de Yucatán, Diego de Soto, Juan de Nájera, Pedro de Barba, Juan Bono de Quejo; pero no Manuel de Rojas ocupado entonces en Bayamo.” Esto viene a probar, una vez más, que Diego Velázquez no estuvo presente jamás en la fundación y traslaciones subsiguientes de la ciudad o villa de San Cristóbal de la Habana.
     Por último, para más garantizar nuestro aserto, otro testimonio es, que a la llegada del licenciado Alonso Zuazo, en los primeros días de 1521, con el encargo de residenciar a Velázquez, ya este estaba en Santiago de Cuba, ocupado en preparar su apelación al trono querellándose contra Cortés, y disponiéndose para su viaje a España; hasta que la muerte le sorprendió en Octubre de 1524.
     Todo esto lo hemos escrito sin ánimo de enseñar a nadie, pero sí con el de demostrar, a los que no lo sepan, que los cuadros del Templete representan falsedades que debieran subsanarse, poniéndose en lugar de la figura de Velázquez, más bien a don Pedro de Barba, que fue el primer Teniente Gobernador de la ciudad, y en cuyo personaje recaen más justificadas sospechas de que fuera quien representara allí, a la más alta autoridad del Rey en la Isla: al mismo Velázquez.
     Para terminar; celébrase anualmente la fiesta de San Cristóbal, y abrense las puertas del Templete al público, el día 16 de Noviembre. ¿A qué rendir todavía ese pleito homenaje al patrón de la ex-Metrópoli? Ya no hay razón para que dejen de celebrarse esos actos en 25 de Julio. Es muy cierto que en esta Isla, por especial indulto de la Silla Apostólica se ha celebrado siempre San Cristóbal el 15 de Noviembre, para no embarazar la festividad con la de Santiago, patrón de España; pero ¿por ventura subsiste hoy la causa para que el efecto no varíe? Gregoire nos dice que el 25 de Julio es cuando la iglesia latina reza a San Cristóbal, día precisamente en que también se celebra en España la fiesta de Santiago. Sígase en buena hora celebrando en la Catedral la fiesta de San Cristóbal cuando y como lo estimen oportuno los respetables señores ministros de la Iglesia Romana; pero rindámosle culto a la verdad abriendo las puertas del Templete en el mismo día que recuerde el del año 1515; ese es el que debiera servir de regocijo a los habaneros, que no formaron en las guerras contra los árabes al grito de ¡Santiago y cierra España!

Cuba y América 96, Año V, enero de 1901. 249-256

 

 

Dejo mi ofrenda en las raíces del árbol sagrado. No sé si regresaré algún día, si me alcanzará la vida para volver a La Habana. Mientras tanto, mi gratitud a quienes hacen posible el viaje de la imaginación y la memoria.

Ofelia, en Miami