 
    
Poemas
Alejandro González
 Alejandro González (Santo Domingo, 1983). Poeta y  periodista. De 2005 a 2008 fue reportero del diario El Caribe y coordinador de sus páginas dominicales de literatura.  Obtuvo el Premio de Poesía Joven Lupo Hernández Rueda de la Feria Internacional  del Libro de Santo Domingo 2004 con el poemario La ventana donde me asomo. En el 2008 ganó el Premio Internacional  de Poesía Joven de la Feria del Libro de Santo Domingo con el libro Esta ciudad ha sido tomada por las piedras.  Ese mismo año recibió en Santo Domingo una mención de honor en el Premio de la  Fundación Global Democracia y Desarrollo por el texto La luz esquiva. Actualmente reside en España donde se está doctorando en Literatura Española e  Hispanoamericana.
Alejandro González (Santo Domingo, 1983). Poeta y  periodista. De 2005 a 2008 fue reportero del diario El Caribe y coordinador de sus páginas dominicales de literatura.  Obtuvo el Premio de Poesía Joven Lupo Hernández Rueda de la Feria Internacional  del Libro de Santo Domingo 2004 con el poemario La ventana donde me asomo. En el 2008 ganó el Premio Internacional  de Poesía Joven de la Feria del Libro de Santo Domingo con el libro Esta ciudad ha sido tomada por las piedras.  Ese mismo año recibió en Santo Domingo una mención de honor en el Premio de la  Fundación Global Democracia y Desarrollo por el texto La luz esquiva. Actualmente reside en España donde se está doctorando en Literatura Española e  Hispanoamericana. 
Barca de papel que flota como un zapato
la noche entra por las escotillas y luego sale. los faroles cortan la tela y abren dos, tres agujeros y revelan aquí una ciudad que flota como los barcos. lento el vapor de las aguas, sobre el poema crecen árboles de concreto, flores de betún y de huesos. sopla, sopla el aire que lava las sombras. la brisa gira y barre las calles ávidas y pesadas. los pájaros recorren sus curvas y no cierran los ojos. la noche entra, la noche sale. el silencio zumba como una navaja. las lámparas cortan y abren dos, tres agujeros y dibujan su forma: la ciudad en la costa se desprende del mar y se aleja /
barca de papel que flota como un zapato.
Garabato
Esta tarde severa
      de cristales rotos y postes averiados 
      el otoño garabatea la cima de los  edificios 
    con su luz ceniza 
En este extremo
      la ciudad es abofeteada por un viento
      que se desata con fuerza y 
      despeina las veredas
Los árboles espantados 
      se deshojan sobre los incautos  transeúntes 
      impulsados a correr por la amenaza 
      inminente de la lluvia
Esta tarde 
      la ciudad es un ángulo:
      desde aquí ya se ven las luces de tu  barrio 
      al fondo, a lo lejos, donde 
      suenan los disparos

Esta ciudad ha sido tomada por las piedras
I
Oscurece:
      sucede la noche /
la negra arquitectura del misterio.
Las paredes respiran con terca 
      conciencia la humedad de este antiguo 
      silencio donde todo sucumbe. 
En el atrio, el trasiego es ahora 
      una trama entre dos sombras y el oscuro 
      anuncia que ha llegado la hora en que los perros 
      ladran espantados al vacío mientras 
      el vahído crece y se consuma.
Afuera, el final de la tarde anticipa el duelo.
Sobre las charcas el día 
      se convierte en una bóveda. 
En su quietud reposa el fuego.
Frente a la casa la ensenada 
      se quiebra y la noche derrama 
      su cauce coagulado.
II
    
guarecido en las escalinatas de este viejo edificio reconoces una verdad  que sólo puede ser tuya. la memoria evoca recuerdos de una edad olvidada, y  vuelvo a reconocer sus tramos más ocultos: la meir, la ruta imposible, el camino elegido por aquella mano invisible que todavía sospecho.
 de una edad olvidada, y  vuelvo a reconocer sus tramos más ocultos: la meir, la ruta imposible, el camino elegido por aquella mano invisible que todavía sospecho.
en este abandonado lugar vuelvo a ser  aquel muchacho de ojos afligidos que preguntaba una y otra vez quién, en su silencio hondo, nos observa  desde el horizonte, hilando acá en este otro lado dudosos alfabetos, interpretando sombras, como quien advierte en  determinados círculos -cuando vivir es andar como rumor entre dos puertas-  
    rastros de una visión antigua
el reloj es ya noche que se aleja y me abandona con el pálpito de que otra ciudad más densa nos espera
donde seré aquello que sucede
alejo otra vez y quizás nunca
 
III
    
la  noche marca su puntual destierro.
      Entre  su caduca estatura de cristales
      la  madrugada amedrenta siervos
      bajo  una desconcertada luna que cuelga 
      y  se resbala
   una ventana abierta en un segundo  piso: 
    aquí resisto
palabra en mano
 
  