Tú no sabes nada americana:el encuentro turístico en el discurso cultural dominicano

Christopher Alan McGrath, Grand Valley State University

 

     En La isla que se repite, Antonio Benítez Rojo emplea las metáforas de una galaxia en espiral y un huracán como tropos maestros para captar la naturaleza e historia turbulentas del Caribe. Para este autor, el Caribe es un punto de convergencia no sólo de corrientes marinas, sino de cuerpos habituados al contacto, choque, intercambio y mezcla; al ir y venir de culturas y fuerzas sociales que fluyen en el eje geográfico del Caribe según los rostros cambiantes del capitalismo en la región (1-22). Estas imágenes parecen particularmente acertadas para conceptualizar el turismo, uno de los procesos de la llamada globalización que más peso tiene en el Caribe de hoy. El turismo, marcado como está por la cada vez mayor velocidad y densidad de flujos de seres humanos, abre espacios de encuentros fugaces, organizando así la experiencia y las relaciones sociales según una lógica con raíces en el primer contacto transatlántico. 
     Este estudio analiza la representación del turismo en el discurso cultural de la República Dominicana con la idea de examinar cómo el imaginario del país registra y responde al impacto de la industria turística. Después de ofrecer una breve contextualización histórica del turismo contemporáneo en la isla, considero muestras del discurso comercial producidas localmente para examinar la lógica socio-histórica que sostiene la industria turística — una lógica identificada y asediada críticamente por un importante archivo artístico, desde “El costo de la vida” de Juan Luis Guerra hasta La breve y maravillosa vida de Oscar Waode Junot Díaz, pasando por la cuentística de Aurora Arias, cuyos textos problematizan y desmitifican las dinámicas que gobiernan el contacto entre residentes locales y viajeros dentro del contexto del turismo. En efecto, los cuentos de Arias, en particular  “Novia del Atlántico” y “Bachata,” retratan la interacción dialéctica que configura el espacio de encuentro como uno de deseo mutuo en el cual se explotan y desafían las jerarquías históricas de clase, raza y género. De esta manera, al mismo tiempo que encuadran la manera en que los procesos contemporáneos de la globalización llegan a desenvolverse al micro nivel de las relaciones interpersonales, las obras tratadas en este estudio, ya sean cómplices o contestatarias, señalan los modos en que el discurso y los legados coloniales siguen moldeando la experiencia dominicana actual. 
     El crecimiento del turismo contemporáneo dentro del Caribe en general ha aumentado de manera significativa desde la década del 1960. Este período marca el momento en que las organizaciones internacionales como el Banco Mundial y las Naciones Unidas, junto a los gobiernos locales, promocionaron el turismo como una iniciativa clave para la reestructuración económica de los países de la región (Gregory 23). En la República Dominicana, el gobierno del presidente Joaquín Balaguer (1966-1978) supervisó la transición económica del país desde una economía basada en la exportación de productos agrícolas hacia una economía orientada al sector de servicios en la que se destacaba el turismo como un componente fundamental (7, 23). De esta manera, en la medida en que el turismo ha llegado a convertirse en un factor económico central en las estrategias de desarrollo, un cada vez más creciente número de residentes locales, en tanto que no pueden salir del país y así escapar de las desafiantes condiciones económicas, buscan la manera de conectarse a los circuitos turísticos con la esperanza de beneficiarse de su participación en las economías formales e informales asociadas con el turismo (Gregory 7, 30; Cabezas 41-43). 
     Para principios de los años noventa, los cambios estructurales producidos por el turismo se habían afianzado profundamente en la economía nacional. Esta realidad se refleja en una serie de anuncios comerciales extraordinariamente populares producidos por la compañía dominicana Brugal. Estos anuncios, que han llegado a conocerse como “La americana de Ron Brugal” por la protagonista, una rubia estadounidense soltera, reflejan la lógica básica del capitalismo consumista.
     El primer anuncio principia con un día soleado en el Manhattan de los noventa. La fotografía incluye un fondo compuesto por las Torres Gemelas del World Trade Center.(1) Al abrirse la escena, el sonido de música en vivo tocada por algunos músicos callejeros capta la atención de un taxista dominicano, quien acaba de dejar a algunos clientes cerca. Mientras escucha, absorto, la música de su tierra natal, el taxista no se da cuenta de la llegada de la rubia que acaba de subir al taxi y le pregunta: “Sir, are you on duty?” Aparentemente ajeno a su presencia, el taxista sigue mirando la escena de un grupo que toca merengue utilizando instrumentos típicos: una marimba dominicana, saxofón, güira, tambora y conga. Mientras continúa la música, el grupo de gente que baila alrededor de los músicos sigue creciendo. Se trata de gente joven de distintas etnias gozando de ese momento de celebración intercultural que se desenvuelve bajo la mirada vigilante de las Torres Gemelas, íconos en aquella época de un capitalismo global recientemente triunfante. La cámara alterna entre el taxista y la escena que éste contempla, pero se enfoca principalmente en la expresión de su rostro, que evoca no sólo buenos recuerdos y un anhelo nostálgico, sino el conflicto interno entre su deseo por regresar a su país de origen y la necesidad de estar en los EEUU. Sólo después de que se le desdibuja la sonrisa hasta adquirir una expresión de determinación, el taxista puede emerger de su ensueño y responder al repetido “Sir?” de la rubia. El taxista le contesta: “Sí, perdón, mi músi…”, pero se corrige abruptamente cuando la ve: “My music…”, alzando las cejas de manera seductora para enfatizar: “merengue.” La mujer responde con los ojos entreabiertos y sonríe con su propio aire suavemente seductor: “Ah, merengue… ¡Mucho buena!,” indicando al chofer en un español gramaticalmente fallido y estereotípicamente mal pronunciado, que sabe algo de su cultura y que la encuentra emocionante. Mientras se ríen juntos, el taxista arranca, proclamando con una actitud de superioridad amigable: “y eso que tú no sabes nada americana”.  Mientras la música sigue al fondo, la cámara se aleja en travelling para enfocar a los participantes de esta celebración espontánea. Al final, el logotipo del ron Brugal aparece en la pantalla y se oye una voz en off que anuncia: “Brugal, contigo en todo lo nuestro.”
     “Todo lo nuestro” lo constituye, por supuesto, todo el capital cultural que sigue los flujos de la producción, el consumo y el movimiento humano. En efecto, eso es lo “auténtico:” la música, la comida, la mano de obra, y, por supuesto, el Ron Brugal, comercializado para cruzar las mismas fronteras que los dominicanos, sus consumidores principales, cruzan. Aquí, en el espacio transnacional, Brugal se ofrece como un vínculo icónico a la tierra natal al mismo tiempo que celebra los flujos transnacionales, buscando posicionarse de acuerdo con la rápida expansión de nuevos circuitos comerciales.
     Se puede argumentar que este comercial retrata lo que Arjun Appadurai ha denominado un “paisaje mediático”, esto es, un “mundo imaginado,” producto de la televisión, el cine y otros medios audiovisuales que proveen “un gigantesco y complejo repertorio de imágenes [y] narraciones [basados en] franjas de la realidad” (33). Estos ‘paisajes mediáticos’ les ofrecen a sus espectadores “una serie de elementos (personajes, tramas, formas textuales) a partir de los cuales se puede componer guiones de vidas imaginadas, tanto las suyas como las de otras personas que viven en otros lugares” (33). De ahí que, al emitirse a lo largo de la República Dominicana, el anuncio de Brugal les muestre a los ciudadanos dominicanos un hecho creciente de su cotidianidad: el movimiento transnacional. Asimismo, el comercial señala cómo algunos sujetos se posicionan bajo los auspicios del capital transnacional para participar, como el taxista y el ron que se promueve, como algo que abarca todo lo auténticamente dominicano, en los espacios de la mercantilización, la labor y los bienes materiales que se pueden consumir tanto aquí como allá.
     Justamente, el consumo forma el punto de conexión de las relaciones interculturales en el segundo anuncio, el cual muestra a la “americana” durante sus aventuras en la isla, donde consume comida dominicana “auténtica” y goza de la compañía de hombres dominicanos con los cuales sale, cena, baila, y, por supuesto, toma Ron Brugal.(2) Al final del anuncio, ella se encuentra de nuevo en Nueva York, recién llegada y en busca de un taxi. Cuando detrás de ella un taxista le pregunta de dónde regresa, la turista responde: “Paradise.” Al darse la vuelta,  él ve una “auténtica” tambora dominicana pintada con una bandera y, reconociendo a su dueña exclama con alegría, “¡Americana!” Mientras los dos celebran esta feliz reunión con mucha risa y entusiasmo, los extremos de la tambora sostenidos en las manos de cada uno, se oyen nuevas letras en el jingle: “Somos uno juntos / somos el corazón de lo nuestro.” De esta manera, los anuncios reúnen armónicamente a la americana con varones dominicanos nacionales y transnacionales en una economía afectiva de consumo y servicio en casa y en el extranjero.
     Se podría argüir que la historia que se cuenta en estos anuncios tiene una función didáctica hegemónica que se origina con las élites económicas de la República Dominicana. Esta historia no sólo describe la experiencia local y transnacional de muchos dominicanos, sino que busca interpelar a consumidores locales al tiempo que propone un orden deseable y “natural” de las cosas, lo cual por fuerza plantea una relación ideal entre el “Yo” local y el “Otro” extranjero.  De ahí que la cultura dominicana se convierta en el espacio de unión, como se subraya en la manera en que la tambora conecta a la americana y al taxista, es decir, un medio por el cual los sujetos locales y los “Otros” extranjeros pueden relacionarse bajo los auspicios de la lógica de consumo del capitalismo global. Funcionalmente indispensable para este arreglo, por supuesto, es la perpetuación de una dinámica relacional particular entre el ciudadano y el turista.  En este caso, dominicanos sonrientes, amigables y serviciales atienden a turistas sonrientes y hambrientos que se la pasan consumiendo. El modo en que el anuncio sugiere el matrimonio  del varón [trans]local con la extranjera, puede entenderse no sólo como un intento de estimular la venta de un producto, sino también de apelar a los deseos y fantasías de algunos dominicanos de encontrar una manera de salir de la isla, un motivo principal para muchos de los que se colocan dentro de los flujos transnacionales del turismo.
     Otro de los rasgos sobresalientes de estos anuncios es la manera en que retratan cómo el “Yo” dominicano y su “Otro/a” cultural se constituyen justamente a través de su relación. Desde la perspectiva dominicana, estos anuncios demuestran los múltiples modos en que los individuos y grupos de distintas culturas se perciben, interactúan, identifican y conocen los unos a los otros. Aprovechando la naturaleza inestable e indeterminada de las categorías identitarias, los anuncios revelan la complejidad de éstas dentro del contexto de contacto y encuentro, simultáneamente proponiendo tanto la inmovilidad como el cambio como componentes íntegros para la construcción de la identidad. Por ejemplo, en cierto sentido, los anuncios buscan proyectar una imagen de fijeza respecto a la identidad cultural para promocionar su producto como uno de los elementos constitutivos que pueden mantener al “auténtico” Yo dominicano cuando éste se encuentra en el espacio del Otro americano. Elementos culturales de la tierra natal como la música, la comida, el baile y el ron serán los ejes de la autenticidad en el allá geográfico. Pero, ¿qué pasa con los demás “otros” unidos por el consumo de tales productos? ¿También son dominicanos o mantienen su diferencia? Considérese la americana. A lo largo de los anuncios, tal y como sugieren las letras del jingle, ella llega a identificarse con los dominicanos, y viceversa — tanto en casa como en el exterior — mientras que al mismo tiempo, se le recuerda al espectador de su diferencia fundamental, no sólo fenotípicamente, sino también por la torpeza del poquísimo español que maneja. En otras palabras, se hace de ella un objeto de parodia, un estereotipo, pero económicamente necesario, deseado y complacido. Ahora bien, en la americana también se afirma el hecho de que ella es una de “nosotros.” Por otro lado, ¿quién es el dominicano? Es el taxista de Nueva York, el bartender coqueto, el sonriente compañero con quien bailar o cenar. ¿Dónde está él? En la isla. En Nueva York, el territorio del/la Otro/a gringo/a. Pero allá, en Nueva York, él es Otro. De hecho hay muchos otros — latinos, asiáticos, afro-americanos y otros dominicanos — pero “somos uno juntos / somos el corazón de lo nuestro”. Estamos unidos, somos iguales pero a la vez distintos dentro de los espacios transnacionales, sean estos en la isla o en una tierra extranjera.
     Más allá del ron, una constante que estabiliza tanto la identidad dominicana como la de la americana, a pesar del contexto geográfico que ocupan, se sitúa en la naturaleza fundamental de su relación. El posicionamiento jerárquico que ocupa cada uno con relación al otro se da por sentado y forma parte integral de la imaginería utilizada ampliamente en la industria turística para promocionar el Caribe como un lugar idílico donde los viajeros privilegiados pueden refrescarse y divertirse durante sus andanzas entre amistosos habitantes locales, predispuestos al servicio y la mansedumbre. Se trata de la [re]articulación de imágenes de lo caribeño que tienen antecedentes tan tempranos como la carta de Cristóbal Colón a Luis de Santángel:

     Y [las islas]son fertilísimas en demasiado grado, ésta  en extremo[…] La gente […] son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que […] de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen que no, antes convidan la persona  con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones […] Y por ende se harán cristianos, que se inclinan al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana […]Esta [isla] es para desear, y vista, es para nunca dejar […] toda la Cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas y dar gracias […] por los bienes temporales que no solamente a la España, mas a todos los cristianos tendrán aquí refrigerio y ganancia. (3)

     Escrita en 1493, poco después del primer viaje de Colón, este pasaje resalta la deseada fertilidad de la isla, presta al desarrollo y la explotación europeos. Lo mismo se presume de la población indígena, cuya generosidad y falta de insidia se interpreta como indicio de su probable docilidad bajo el sistema que pronto se les impondría. En este pasaje se encuentra la visión seminal del Caribe que nutriría el imaginario europeo, inscribiendo y posicionando tanto a la gente como a la tierra en relación con lo que llegaría a ser el imperialismo europeo moderno y que al pasar de los años se convertiría en el discurso principal de la industria turística. De este modo, la retórica de Colón sentó las bases de una praxis todavía operante en el espacio insular donde una nueva especie de “aventureros,” turistas, siguen los pasos del Almirante como protagonistas de sus propios viajes de descubrimiento, impulsados por una versión actualizada del deseo de fiestas, refrigerio y ganancias — la lógica cultural recomendada y profetizada por Colón. En efecto, como afirma la socióloga Mimi Sheller, el Caribe representa dentro del “Occidente” un “ícono global,” un lugar dentro del imaginario occidental y su conjunto de prácticas que “encapsula la modernidad, envolviendo dentro de sí mismo una profunda historia de relaciones de consumo, lujo y privilegio para algunos” (37).(4) Dicho con todo rigor, la relación actual del Caribe con su exterior puede entenderse como resultado de la manera en que la lógica fundacional de la modernidad ha llegado a expresarse allí, frecuentemente de modo violento por medio de la conquista, la subyugación y la labor forzada de los indígenas. Después del exterminio de estos, la institución de la esclavitud y establecimiento del sistema de la plantación donde, al decir de Édouard Glissant, “las tendencias de nuestra modernidad empiezan a ser detectables,” formando uno de los ineluctables “puntos focales para el desarrollo de los modos actuales de Relación” entre las islas y su exterior (65). En el Caribe, el capital humano se organizó según categorías raciales, de género y sexuales extendiéndose al “derecho” del amo de violar a sus esclavas y arrendarlas a otros hombres como fuente de ingresos, institucionalizando así la prostitución en el Caribe (Kempadoo 5-6). Este tipo de dinámica es sin duda un factor de importancia en las fantasías exotizantes que alimentan y acompañan el turismo sexual en la región (Gregory 136-37; Kempadoo 99; Padilla 2).
     La tradición contradiscursiva que surgió en reacción a tales prácticas luego de la llegada de Colón y los europeos sigue escribiéndose hoy día y abarca tanto el momento de contacto originario como sus legados históricos, sirviendo así para desafiar y desmantelar la imagen idílica del Caribe promulgada por la retórica de Colón en sus escritos sobre las islas. Como señala Simone Gikandi, Colón merodea como un fantasma en la consciencia cultural caribeña, en la que se exhíbe una “extrema ansiedad y ambivalencia acerca de los principios de la modernidad” (1). Esto se evidencia, por ejemplo, en la visión que tiene Juan Luis Guerra del Caribe y el resto de la América Latina en su canción “El costo de la vida”: “Somos un agujero / en medio del mar y el cielo / 500 años después / una raza encendida / negra, blanca y taína / pero, ¿quién descubrió a quién?” A lo largo de la canción se sitúa la experiencia social contemporánea en un continuo histórico de inequidades y contradicciones que se extiende desde el momento de la conquista y la colonización hasta el momento actual. La canción ofrece una letanía de problemas que padece la región, a saber: la recesión, el alto costo de la comida y la energía junto con la devaluación continua del peso frente al dólar estadounidense; el aumento de la delincuencia y la violencia, la falta de un sistema médico adecuado, así como la fragilidad de la democracia en un ambiente de corrupción política. Con sus referencias a “la Mitsubishi” y “la Chevrolet” y la importancia del inglés y el francés como los idiomas hegemónicos para las relaciones y la legitimidad internacionales, Guerra subraya las dinámicas actuales que permean el espacio caribeño dentro de un contexto globalizado y transnacional, al tiempo que plantea el momento del primer encuentro transatlántico como fundacional.
     De manera semejante, Junot Díaz, en su galardonada novela La breve y maravillosa vida de Oscar Wao, ofrece un duro retrato del nefasto legado de Colón al comenzar la novela con la descripción del “Fukú americanus”:

un demonio que irrumpió en la Creación a través del portal de pesadillas que se abrió en las Antillas […] en términos generales, una maldición o condena de algún tipo; en particular, la Maldición y Condena del Nuevo Mundo. También denominado el fukú del Almirante, porque el Almirante fue su partero principal y una de sus principales víctimas europeas […] se cree que fue la llegada de los europeos a La Española lo que desencadenó el fukú en el mundo, y desde ese momento todo se ha vuelto una tremenda cagada. Puede que Santo Domingo sea el Kilómetro Cero del fukú, su puerto de entrada, pero todos somos sus hijos, nos demos cuenta o no. (1-2)(5)

Estos ejemplos ponen de manifiesto que, dentro de la producción cultural dominicana, 1492 sirve como una especie de pasado profundo, el momento iniciador de un continuo histórico y, por consiguiente, un punto de referencia clave para contextualizar y comprender la experiencia caribeña actual y las contradicciones operativas a una escala hemisférica, cuando no global.
     Proveniente de esta misma veta discursiva, la obra de Aurora Arias se ha ocupado de explorar y examinar la configuración contemporánea de la experiencia social dominicana.  Aunque mucha de la crítica que ha recibido su obra se ha enfocado en el retrato que hace la autora de la capital de Santo Domingo (e.g. De Maeseneer, Ferly, Rodríguez), desde su primera colección de cuentos Invi’s Paradise (1998) hasta su última Emoticons (2007), Arias ha retratado en particular la presencia y el impacto del extranjero en la isla.(6) Frecuentemente, el viajero (o la viajera) se presenta como un ser enigmático y fugaz que el texto busca captar para luego interrogar y desmitificarlo a través de un examen de sus motivos, acciones e interacciones con los residentes locales, los cuales también caen bajo la lupa narrativa. De esta manera, los textos dedicados a este tema exploran la relación dialéctica asociada con el turismo y su cercano afiliado, el turismo sexual, y hacen resaltar fenómenos que configuran el espacio social dominicano en una “zona de contacto”, la cual, como lo formuló Mary Louise Pratt al acuñar el término, se caracteriza por el encuentro y choque de culturas “en relaciones altamente asimétricas de dominación y subordinación — como el colonialismo, la esclavitud o las secuelas de estos, las cuales se están viviendo alrededor del mundo hoy día” (4). De ahí que playas tropicales, hoteles y el simulacro del ciberespacio se conviertan en escenarios para la negociación del deseo mutuo entre turistas que anhelan un encuentro personal son su “Otro” exótico y aquellos residentes locales que buscan capitalizar tales relaciones.
     Uno de los vehículos principales que utiliza la autora para representar y explorar los motivos del viajero foráneo es James Gatto, protagonista de los cuentos “Bachata” y “Novia del Atlántico.” Hombre de origen incierto que habla español, francés, inglés e italiano (“Novia” 112), James Gatto deambula por el mundo en busca de “la vida verdadera” (121). En “Bachata,” por ejemplo, se describe al enigmático turista del modo siguiente:

Miraba todo desde afuera, como un gato que se detiene a auscultar encima de un tejado un escenario.  [...]  ¿Otro escenario más de los tantos que había conocido a lo largo de su vida de giramundo?  No, de ningún modo. Un escenario muy singular, donde nacen hermosas flores entre los basureros. Donde ocurre una belleza nunca vista por sus ojos, como la de Yajaira, la muchacha que vivía junto al mar. Alta, prieta, encendida. Trabajaba de mesera en un disco-terraza.  Una tarde cualquiera, James Gatto, sin proponérselo, cayó por ahí. (93)

     Esta escena recrea lo que Diana Taylor describe como una situación de encuentro típicamente “occidental” en donde se destaca el varón blanco como el sujeto y protagonista de la historia frente a una persona de color, la cual se convierte en objeto en los ojos del primero (13). Desde el principio, la narración coloca a Gatto en la posición del observador distanciado que mira el paisaje local desde afuera, delimitando la escena que tiene por delante para convertirla en un escenario para su propio protagonismo. En esto, Gatto ejemplifica eso que John Urry ha denominado “the tourist gaze” (‘la mirada turística’). Gatto observa, delimita y circunscribe el espacio, invierte los objetos y los cuerpos que encuentra allí con un deseo nacido de los discursos exotizantes que han sido inscritos históricamente en su “Otro” cultural. De ahí que, mientras contempla su entorno, sus ojos reconozcan la basura que le rodea pero se fijan en “la hermosa flor” Yajaira, la exótica muchacha prieta que “vivía junto al mar.” Su belleza y encanto, en última instancia, la convertirá “en un misterio más por descifrar” (94) y un objeto de persecución libidinosa. (7)
     A lo largo de los cuentos se retrata a Gatto como lo que el sociólogo Eric Cohen ha dado en llamar drifter tourist, esto es, un individuo errante  y nómada, sin centro, que “no tiene prioridades claramente definidas ni compromisos a los que se haya dedicado” (189). Mientras viaja por el Caribe, Gatto proyecta su sensación personal de euforia sobre los espacios isleños, viéndolos como “una ancha frontera abierta” para su propio protagonismo heroico donde puede “vivir [..] explorar, crecer, amar” (Arias, “Novia” 111). Las islas por las cuales viaja contienen la posibilidad de iluminación personal y de la vida que busca, un lugar donde encontrar “un sentimiento de renovada ilusión”, un entorno en qué perderse y enterrar “por siempre todo lo que dejó atrás” (112). En lugar del desagrado que marcó su existencia en el “anodino infierno que alguna vez fue su vida” (112), Gatto sustituye lo que bell hooks denomina una “fantasía de la Otredad,” producto de un anhelo por un placer ausente dentro de la cultura blanca de Occidente, lo cual la ha llevado a dicha cultura a: “sostener una fantasía romántica de lo ‘primitivo’ y la búsqueda concreta de un paraíso primitivo, sea aquel sitio un país o un cuerpo, un continente oscuro o carne oscura, percibidos como la encarnación perfecta de esa posibilidad” (370). Es así como, sintiéndose “lleno de una euforia inusual,” Gatto convierte repetidamente el espacio isleño en un margen transgresivo donde, en palabras de Tom Salanniemi, su propio “‘Otro’ latente puede surgir y revelar características que el autocontrol y el control social mantienen escondidas en la vida cotidiana” (27).     
     Gatto, empero, no está solo en su búsqueda. En los cuentos de Arias hay otros hombres en busca de “un pedazo de carne caliente que hay que tratar de conseguir al menor precio posible” (120), específicamente en el hotel Barbanegra,an erotic, exotic resort for single men and adventurous couples” (126) que en la vida real ha llegado a ser un punto de convergencia global que permite que hombres del extranjero repitan las fantasías sexuales coloniales mercantilizadas por el turismo. Tanto las fantasías de estos hombres — “gringos en su mayoría […] viejos, menos viejos, blancos de Ohio, negros de New York, un noruego pálido todavía […], el alemán de 85 años de edad” (117), como el éxito de lugares como Barbanegra, encuentran un impulso fuerte por medio de páginas web como los World Sex Archives, donde los consumidores pueden compartir sus experiencias, consejos y fotos obtenidos durante sus aventuras sexuales alrededor del mundo. De esta manera, el texto señala cómo la red funciona como otra óptica por medio de la cual la República Dominicana cae bajo la mirada erotizada de turistas sexuales de distintos rincones del mundo, configurándola en lo que Anne McClintock clasifica como un porno-trópico, un constructo de la expansión imperial europea en el que lugares como África y las Américas: “llegaron a figurarse como libidinosamente eroticizadas, [convírtiendose en] un farol mágico de la mente sobre el cual Europa proyectaba sus deseos y temores sexuales prohibidos” (22). En la actualidad, la estructuración libidinosa del espacio isleño representada en los resorts para adultos parece dar vigencia al análisis hecho cincuenta años atrás por Frantz Fanon al señalar la conversión de los países del llamado Tercer Mundo en una suerte de “lupanar” para el uso de la burguesía de los viejos centros metropolitanos (41-2).(8)
     No obstante, la dinámica de la mirada no es un camino de una sola vía. De la misma manera que el viajero detecta a los actores locales dentro de su propio campo visual para luego inscribirles con su deseo exotizante, las mujeres también lo convierten a él en un objeto de sus deseos, los que brotan, como se ha señalado anteriormente, de las condiciones económicas que atraviesa la población menos pudiente. Esto se ve múltiples veces en los encuentros entre James Gatto y varias dominicanas, por ejemplo, con Yajaira, la cual devuelve la mirada turística con la suya propia: “La muchacha se quedó parada observándolo mientras se alejaba.  Ese hombre viene de algún país lejano, probablemente desde donde ella se muere por ir” (Arias, “Bachata” 96).
     La operación de la mirada local también se resalta en “Novia del Atlántico” cuando un día, mientras Gatto espera una entrevista como gerente nocturno de Barbanegra, inconsciente todavía de la naturaleza “adulta” del negocio, cae bajo la mirada de tres mujeres que lo acechan “sin quitarle ni un segundo la mirada de encima” (113). De ahí que Gatto se reduzca rápidamente a un objeto de persecución de Jennifer, uno de los “cuero malo de Puerto Plata” (126), quien se presenta de la siguiente manera:

‘¡Diablo, papi, tú sí tá bueno, buen perro!’— grita una de las tres mujeres, la más joven. Un solo grito a plena voz y sin miedo, consciente de su poder. [Ella tiene] cara de ‘ven papi, buen perro, cómeme, que quiero ver cómo tú me pones, ven, que todo esto es tuyo, y es más, me lo voy a afeitar y me le voy a poner tu nombre para que veas que he estado esperándote la vida entera y ya no puedo vivir más sin ti’ (114).

     Aquí la trabajadora sexual llama a su “Otro,” al extranjero blanco, desde una posición de poder personal que se deriva de su locus geográfico, discursivo y corporal, esto es, del exotismo caribeño que ella representa y su cuerpo erotizado que ahora utiliza para sacar provecho. Entre las miradas compartidas entre ella y Gatto, la llamada estridente y la exposición corporal, el  momento de encuentro que se retrata aquí se convierte en un performance hipersexualizado. El cuerpo se vuelve aquí espacio para la negociación del deseo mutuo. Su mirada invita a Gatto a darse un festín antropofágico de cuerpo y sexo, encima del cual le promete inscribir su nombre, repitiendo y aprovechándose así de las dinámicas de cosificación, posesión, subyugación y dependencia puestas en marcha por el imaginario de la colonia, convirtiéndolas en instrumentos para conectarse al capital transnacional.
     Estos pasajes ponen de manifiesto que dentro de la desigualdad fundamental que existe entre el visitador y la visitada el exotismo conferido a mujeres como Jennifer no sólo establece las condiciones de posibilidad de acción para ellas, sino que también forma su capital cultural dentro de la economía sexual global, un punto que se refuerza en la siguiente descripción de las “Barbanegra Girls” al hacer su entrada a la pista de baile del hotel: “caras de orgasmo, caderas, senos, caderas, cuerpos no tan perfectos porque saben lo que es mal pasar; dinero, decadencia, frustración sexual e impunidad de un lado; juventud, miseria, hambre del otro” (121). Como se ve, este espacio se convierte en el intersticio performativo entre la pobreza local y el privilegio del que goza el extranjero; ambos les cobran su precio a las mujeres, quienes, si logran conseguir un cliente, saben que “mañana tendrán con qué comer” y qué llevar a sus casas, “donde han dejado a sus hijos con el marido, o en su apartamento vacío, después de haber esperado a un chulo por dos días,” mientras otras habrán ganado lo suficiente “para perderlo todo en el casino esa misma noche y amanecer bebiendo y oliendo y llorando a solas” (118).
     Estos cuentos ejemplifican lo que ha señalado Denise Brennan con respecto al turismo sexual en Sosúa, un pueblo cercano a Puerto Plata, en la costa norte de la República Dominicana. De la misma manera que los turistas sexuales pueden “ver a [las trabajadoras sexuales dominicanas] como mercancía para su placer y control,” las mujeres los ven a ellos como “posibles ingenuos, fáciles de explotar” y vehículos para su propia ganancia (168). Estas mujeres también utilizan el sexo, el romance y posiblemente el matrimonio con miras a salir de la isla, buscando escape y participación en los espacios sociales que las condiciones de la isla prohíben. En otras palabras, las trabajadoras sexuales buscan recrearse a sí mismas por medio de su participación en el sexo recreacional de otros. Son, como afirma Brennan, “mujeres marginadas en una economía marginada [que] emplean estrategias creativas  para controlar sus  vidas económicas” (168). De este modo, las trabajadoras sexuales configuran el espacio de encuentro como un espacio potencialmente transformador.
     El desnivel socioeconómico que existe entre los turistas y las trabajadoras sexuales pone en duda, claro está, hasta qué punto estas puedan transformarse a sí mismas y sus circunstancias.  No obstante, como se puede apreciar en los textos de Arias, las diferencias de poder que marcan las relaciones que se desenvuelven al micro nivel de las zonas de contacto turísticas, no son fijas, sino que cambian de acuerdo con los saberes y el capital cultural que posea cada actor social, así como al éxito con el cual pueda implementarlos en sus interacciones con su “Otro.” En este sentido, aunque la riqueza y la movilidad de las cuales goza Gatto le otorgan una mayor capacidad de ejercer su voluntad dentro del alcance de su mirada, frecuentemente son las mujeres que él desea las que evidencian un poder mayor que el suyo. Jennifer, aunque sólo tiene dieciocho años, “tratándose de hombres, […] se la sabe todas” (124) y por fin logra seducir a Gatto, el cual ha resistido sus avances, recordándose a sí mismo que ella es “sólo una prostituta. Un cuero” (124). No obstante, en comparación con ella, él es un “niño de teta […] aún cuando le dobla la edad” (124). De ahí que Jennifer, sufriendo de un desmayo real o fingido, — quizá sólo una artimaña o el producto de la cantidad de cocaína y alcohol que ha ingerido — despierte la compasión de Gatto y le convenza de que se reúna con ella en el jacuzzi. Cuando él llega, la encuentra flotando dentro de la tina, con los ojos cerrados, aparentemente inánime. Impulsado por un lado por la caballerosidad y, por otro, por sus impulsos libidinosos, Gatto entra rápidamente al Jacuzzi para rescatarla mientras piensa: “Jennifer, novia del Atlántico, víctima del subdesarrollo, quiero ser tu héroe, yo, James Gatto, ciudadano del Primer Mundo, te salvaré” (126). Jennifer, sintiendo la intensidad de la excitación de Gatto mientras él contempla sus pestañas largas, abre los ojos súbditamente para clavarle con su mirada y, sonriendo, toma su pene como si de un “control remoto” se tratase, suavemente sumergiendo a Gatto bajo el agua en un bautizo hedonista con el cual enterrar su antigua vida y terminar el cuento (126). De este modo, a parte de manipular exitosamente la libido masculina, Jennifer aparentemente ha leído correctamente la caballerosidad de Gatto, producto, tal vez, del haber sido testigo antes de lo que Chris Ryan identifica como el “white knight syndrome” (‘síndrome de príncipe azul’) que experimentan algunos turistas sexuales, los cuales, al ver la desigualdad socioeconómica entre ellos y las trabajadoras que han tomado como amantes, se encuentran conmovidos por “la falsa ilusión […] de que son ellos, y sólo ellos, los que tienen las respuestas para resolver el apuro en que creen estar las mujeres” (32).
     De modo semejante, Yajaira, “explotada desde jovencita,” ha sido forzada a ganarse la vida practicando una variedad de oficios — mesera, masajista, bailarina y señorita de compañía — para mantener a su “pseudo-familia chupa-sangre” (“Bachata” 98). También sabe leer a los hombres y puede aprovecharse de Gatto, cuya búsqueda de la “vida verdadera” comprende vagar por el mundo según las circunstancias y el deseo. Al final de “Bachata,” Gatto se encuentra a merced de Yajaira al ser atracado. Como ya se ha señalado anteriormente, Yajaira se había interesado en él desde el momento en que lo vio, puesto que identificó en Gatto la representación de un lugar “donde ella se muere por ir” (96). En comparación con Jennifer, empero, la seducción de Yajaira es mucho más sutil, limitada inicialmente a una sonrisa silenciosa cuando se topa con Gatto por primera vez. Ahora bien, el narrador indica que, después de su primer encuentro, Yajaira “lo dejó irse, sabiendo que no llegaría más allá del último basurero,” lo cual sugiere una táctica, puesto que sabía que Gatto tendría que volver y pasar por el bar donde trabajaba y que terminarían interactuando más. Así las cosas, Yajaira utiliza su conocimiento del espacio local, un conocimiento que obviamente le falta a Gatto, a su propio favor, tal y como se apreciará más adelante. Después de entretener sus avances mientras trabaja, Yajaira le dirige al impulsivo e insistente aventurero que la espere cerca de una pequeña casa en la playa. Mientras espera, Gatto siente el filo de un cuchillo contra su garganta y descubre que está siendo atracado por los mismos dominicanos que había conocido antes en el bar y cuya “sociabilidad dominicana” le había impresionado. No obstante, Yajaira viene al rescate de este supuesto salvador primermundista que se da cuenta finalmente que no es ningún héroe, sino más bien un antihéroe “con todas las de perder” (102-3), y cuyo bienestar está en las manos de esta “hermosa flor” nacida entre “los basureros.” Pasado el trance del asalto, Yajaira se enfrenta a Gatto e impone nuevamente la distancia que se había transgredido cuando él la había cortejado antes. No obstante, Yajaira vuelve a tentarlo, exhibiendo así el dominio que tiene sobre los hombres: “Luego, coqueta, dio media vuelta y se fue caminando con su sensual meneo de nalgas por entre la penumbra” (103). La narrativa refuerza este punto al citar una bachata que ha acompañado la narración de la historia de Gatto y Yajaira en un preciso contrapunteo: “Y si tú quieres me olvidas, si quieres volver también, yo esperaré hasta que entiendas, que sin mi amor tú no eres nada” (106).
     Como se ve, la narrativa de Aurora Arias se aleja de una representación binaria simplista del explotador y la explotada para complicar el cuadro de esa interacción. En los textos de Arias los sujetos locales y foráneos se involucran en dinámicas complejas a través de las cuales pueden negociar el deseo, articulando así las polivalentes zonas de contacto dominicanas.   Efectivamente, al tiempo que Gatto y los turistas sexuales reducen los lugares caribeños a meros escenarios para el ensayo del protagonismo heterosexual dentro de la periferia occidental, los sujetos locales emplean esos mismos espacios para la ganancia material; de este modo la “ancha frontera abierta” de Gatto se transforma en un campo de acción depredadora profundamente entrelazado con su situación económica y la supervivencia diaria.
     Por todas estas razones, los cuentos de Arias analizados aquí no sólo cumplen con una función archivística con respecto a la realidad dominicana actual en relación con el “Otro” foráneo que pasa transitoriamente por el espacio isleño, sino que crean al mismo tiempo una contranarrativa desmitificadora del discurso cultural dominante perpetuado en anuncios como los del ron Brugal, que buscan interpelar a posibles consumidores dentro de un orden social organizado según jerarquías de corte neocolonial. La narrativa de Arias muestra cómo ese “paraíso tropical” es más bien un lugar de negociación y conflicto entre cuerpos en contacto que giran en una dialéctica de deseo mutuo, poniendo de relieve múltiples maneras en que la lógica fundacional del Caribe moderno—fiestas, refrigerio y ganancias—se desenvuelve hoy día.

Notas

1. http://www.youtube.com/watch?v=WPEVxHmujKk

2. http://www.youtube.com/watch?v=N8Lviu3zXjc

3. Carta a Luis de Santángel. Esta versión en español modernizado se toma de Chang-Rodríguez and Filer, 13-4 salvo el pasaje que comprende “La gente… castellana,” el cual traduje al español modernizado a base del texto original encontrado en Varela, 141-2.

4. A menos que se indique lo contrario, toda traducción del presente estudio es mía.

5. Traducción de Obejas.

6. Valerio Holguín, en su breve análisis panorámico de Emoticons, señala cómo el libro propone el turismo como uno de los factores que contribuye a una identidad post-dominicana en tiempos de la globalización (2-3).

7. Los impulsos y acciones de Gatto también se asemejan a los que Pratt ha identificado con el “seeing man”, es decir, el “hombre que ve” de la expansión colonial europea—el hombre, “cuyos ojos imperiales miran pasivamente hacia afuera y toman posesión” (7).

8. “En su aspecto decadente, la burguesía nacional será considerablemente ayudada por las burguesías occidentales que se presentan como turistas enamorados del exotismo, de la caza, de los casinos. La burguesía nacional organiza centros de descanso y recreo, curas de placer para la burguesía occidental. Esta actividad tomará el nombre de turismo y se asimilará circunstancialmente a una industria nacional […] Los casinos de La Habana, de México, las playas de Río, las jovencitas brasileñas o mexicanas, las mestizas de trece años, Acapulco, Copacabana, son los estigmas de esa actitud de la burguesía nacional […] la burguesía nacional va a asumir el papel de gerente de las empresas occidentales y convertirá a su país, prácticamente, en el lupanar de Europa” (41-2). 

Obras citadas

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