Los variados matices del testimonio: El Masacre se pasa a pie de Freddy Prestol Castillo
Ramón Antonio Victoriano-Martínez, PhD, University of Toronto-Mississauga
     La  matanza de haitianos y domínico-haitianos acaecida en octubre de 1937 es sin  lugar a dudas el suceso capital en las relaciones entre los dos países que  comparten La Española. Este hecho ha recibido amplio tratamiento, tanto  historiográfico como literario, principalmente desde el marco del academicismo  norteamericano. La gran mayoría de los artículos y libros dedicados al tema se  centra en The Farming of Bones de  Edwidge Danticat, al mismo tiempo que se ignora por completo El Masacre se pasa a pie del dominicano Freddy Prestol Castillo(1).  Quisiera explorar las razones de esa clara disparidad en la recepción crítica  de ambos textos. Asimismo, me interesa sopesar las dificultades a las que se  enfrenta el crítico al aventurar una posible clasificación El Masacrese pasa a pie dentro del género  testimonial. 
           El  texto de Prestol Castillo ha sido clasificado por críticos e historiadores como  un “testimonio”(2);  con todo, hasta ahora nadie se ha detenido a analizarlo a profundidad empleando  herramientas teóricas provenientes del propio campo del testimonio latinoamericano.  Por otro lado, la crítica sí se ha acercado a The Farming of  Bones como un ejemplo de literatura testimonial en cuanto a lo  sucedido en la frontera
 domínico-haitiana en 1937.(3) En el campo de la historia, mientras estudiosos como Richard Lee Turits y Bernardo  Vega citan el texto de Prestol como fuente, el de Danticat es sólo visto como una novela que trata  el tema del llamado “Corte.”(4) Vega va aún más lejos y justifica la inclusión del libro de Prestol debido a  que éste fue “testigo” de los hechos y su libro escrito poco tiempo después de  los sucesos aunque se publicase 36 años más tarde (326). 
       El Masacre se pasa a pie es uno de los libros más leídos en la República Dominicana. Desde su  publicación en 1973, se han vendido aproximadamente cuarenta mil ejemplares en  doce ediciones, toda vez que forma parte del catálogo de lecturas de  bachillerato y de las universidades en donde se enseña literatura dominicana.(5) Al intentar acercarse de manera crítica al libro de Prestol Castillo una de las  principales dificultades que surge es la asignación de un género literario  específico. Si bien el libro ha sido instalado dentro del canon dominicano como  novela, desde su publicación esta clasificación ha sido problemática. Doris  Sommer identifica el texto de Prestol Castillo como novela, no sin antes citar  al propio autor: 
    
Although El Masacre bears the subtitle ‘(novela)’, even Prestol himself has come to reconsider that designation. ‘Había aquí un debate sobre el género de mi libro, si era novela o no. Yo lo [sic] puse novela al terminarlo, pero lo considero simplemente mi libro’ (161).
     De  la lectura de la investigación de Sommer y de las declaraciones de críticos  dominicanos recogidas por ella en entrevistas personales se desprende que la  principal dificultad en calificar al texto de Prestol como novela se basa en  que no es, en esencia, un texto ficticio, sino la narración de las  observaciones del autor como testigo secundario de las atrocidades cometidas en  1937 en la frontera domínico-haitiana.
           Críticos  dominicanos como Diógenes  Céspedes parecen usar una definición de novela bastante restringida.(6) Por ejemplo, al referirse al libro y  la identificación del personaje novelístico Dr. Fradríquez con Pedro Henríquez  Ureña, Céspedes afirma: “Esas son las contingencias, los procedimientos de la  mala escritura, de la confusión entre la ficción y la realidad, entre la  biografía o el ensayo sociológico y la literatura” (citado por Sommer, 191). Es  precisamente este vínculo entre esos géneros literarios mencionados por  Céspedes lo que hace difícil abordar críticamente al texto de Prestol. 
           Esta  confusión del crítico dominicano se debe no sólo a su, al parecer, estrecha  concepción de la novela, sino al uso de ese proceso que Michael Glowinski ha  denominado “novelización” al referirse a los “textos sociales.” Glowinski destaca el proceso por el  que pasan algunos de ellos en los siguientes términos: “Novelization … is a  basic and systematic shaping of such text on the model and likeness of the  novel which yet does not lead to a complete identification with it” (389). Precisamente,  esto es lo que rezuma el texto de Prestol Castillo y lo que parece confundir a  críticos como Céspedes. Prestol utiliza los recursos del género novelístico,  como por ejemplo el narrador omnisciente, para hacer legible lo que no son más  que notas escritas en la clandestinidad y rescatadas muchos años después; en  otras palabras, El Masacre vendría a  ser la memoria imperfecta de un testigo secundario.  
      
     Es  significativo señalar que Lucía M. Suárez, al comentar sobre el intercambio  epistolar que tuvo lugar en 1998 entre Vega y Danticat a propósito de unas declaraciones  erróneas de la novelista en cuanto a la existencia de campos de caña en  Dajabón, apunta que: “The horror that Danticat writes about can neither be  witnessed nor proved. However,  she does witness the effect that the 1937 massacre has had on the Haitian and  Dominican people.” (Suárez 16, énfasis añadido).  Prestol Castillo, si bien no fue testigo presencial de los hechos del Corte,  fue un testigo  presencial de sus  consecuencias inmediatas y 
participante de primer orden en el encubrimiento  posterior. Se puede afirmar, por consiguiente, que tanto El Masacre como Farming son testimonios escritos por testigos secundarios de los sucesos de 1937. Pero,  a diferencia de Danticat, que transcribe un horror que ella por sí misma no  puede presenciar ni probar (en la concepción de Suárez), la de Prestol es la  narración de alguien que recogió, en su condición de juez, testimonios de  primera mano y que transmite vívidamente al lector el sufrimiento y el horror  del Corte(7),  tal y como afirma Suárez que sucede con el texto de Danticat. Suárez, denomina  sin ambages al texto de Prestol como “novel/testimony” (14).
           Propongo  que, aunque en la República Dominicana y fuera de ella se siga leyendo el texto  de Prestol como una novela, no debemos descartar el acercarnos al mismo usando  como herramienta los “ojos  del testimonio” a los que alude Elzbieta Sklodowska en “Spanish American  Testimonial Novel: Some Afterthoughts.” Sklodowska, al analizar las diferentes definiciones de George  Yúdice, John Beverley y Marc Zimmermann, sostiene que en el testimonio se dan  dos niveles de comunicación: “first, the truth-believing effect has to be  established between the two interlocutors and, secondly, between their  collaborative text and the reader willing to approach it with  ‘testimonio-seeing eyes’” (87). Sklodowska se refiere  específicamente a testimonios en los cuales hay un informante perteneciente a  un sector de la sociedad que sufre opresión (subalterno) y un mediador,  generalmente un o una intelectual, que le da voz a esa persona oprimida. Lo más  importante para mi análisis es el segundo aspecto discutido por Sklodowska, en  el cual se establece un “pacto de verdad” entre el texto y el lector que se  acerca al mismo “con ojos de testimonio” (87). De manera más explícita,  Elizabeth Swanson Goldberg, al analizar Farming como ejemplo de lo que ella denomina “witness literature” afirma que:
    
...the basic contract between writer and reader in this genre implies factual truth to the best of one’s memory and integrity on the part of the writer, and acknowledgment of that truth to the best of one’s experience and subject position of the part of the reader. (157)
     Este pacto convencional entre lector  y escritor entra a formar parte de la experiencia de lectura de El Masacre desde el momento mismo en  que se abre el libro, puesto que comienza con una semblanza biográfica de  Prestol Castillo que hace inevitable su identificación con el narrador del texto.  Al identificar la persona de Prestol Castillo con el narrador, y al conocer los  detalles de su estancia como funcionario judicial en la frontera  domínico-haitiana justamente después del Corte, el libro se inscribe por sí  mismo dentro de la literatura testimonial referente a la matanza de 1937. Pero  dadas las características personales de Prestol Castillo y la estructura misma  del texto, se presentan una serie de problemas que exploraré a continuación. 
           En  principio, El Masacre no parecería  encajar de manera cabal dentro de la definición de testimonio vista  anteriormente, pero el mismo crítico en la continuación del pasaje  anteriormente citado ofrece una vía por la cual nos podemos acercar al texto de  Prestol y a otros parecidos: 
    
Testimonio may include, but is not subsumed under, any of the following textual categories, some of which are conventionally considered literature, others not: autobiography, auto-biographical novel, oral history, memoir, confession, diary, interview, eyewitness report, life history, novela-testimonio, nonfiction novel, or “factographic” literature. (31)
     Al  enfrentarnos a la definición de Beverley se entiende lo problemático que  resulta etiquetar, sin matizar, El  Masacre como un testimonio. Prestol Castillo no es un testigo presencial  del Corte y su uso de recursos novelísticos hace que su credibilidad como  narrador testimonial se vea puesta en entredicho. El problema del narrador es  crucial dentro de la crítica del testimonio como género. El narrador  testimonial, en la vertiente del género que podríamos llamar “clásica,”(8) es un sobreviviente o un testigo presencial pero que, además, pertenece a la  categoría de “subalterno.” 
           De acuerdo a Ranahit Guha, la palabra  subalterno es “a name for the general attribute of subordination...whether this  is
 expressed in terms of class, caste, age, gender and office or in any other  way” (citado por Beverley, Subalternity  and Representation 26). Prestol Castillo no está en una  posición de subordinación respecto a los sujetos de su narración (los haitianos  víctimas de la matanza), al contrario, pertenece al gobierno que ordena la  matanza y es partícipe del encubrimiento posterior. El caso de un testigo que  proviene de las esferas que oprimen a los subalternos es algo que desestabiliza  la concepción prevaleciente dentro del testimonio latinoamericano. Mi propuesta  es, por tanto, que los lectores deben situarse más allá de las concepciones  clásicas del género de testimonio y acercarse al texto de Prestol no sólo con  “ojos de testimonio,” sino también con el conocimiento de que se está frente a  un cómplice por encubrimiento de las atrocidades y violaciones a los derechos  humanos que se denuncian en el libro.(9)
       El Masacre comienza con un texto que funciona a manera de prólogo titulado “Historia de  una Historia.” Antes de esta sección, en la biografía del autor se menciona que  el mismo trata “sobre la matanza de los haitianos originada [sic] por Trujillo  en 1937.” Es importante señalar que El  Masacre carece de marcadores temporales específicos; no se mencionan en él  las fechas en las cuales ocurren los hechos narrados, lo que aumenta la  sensación de veracidad del texto narrado porque se asimila al recuento oral de  un suceso acerca del cual ambos interlocutores tienen la información básica  necesaria para evitar detalles temporales. 
           En ese texto se narra la génesis del libro y  si bien hay una ausencia de marcadores temporales, ya desde su primera línea se  establece el espacio donde se desarrollarán los hechos narrados: “Escribí bajo  cielo fronterizo, en soledad. Sin darme cuenta, yo estaba exiliado” (7).  Esto asienta el tono de alejamiento que va a  acompañar todas las intervenciones de la voz narrativa al referirse a la  frontera y sus poblaciones. La frontera domínico-haitiana es lugar de exilio y  soledad, de castigo. Esto así porque Prestol llega a la frontera, designado  como Juez de Instrucción en Dajabón,(10) unos días después del genocidio. Doris Sommer asevera que: “Sending the rebellious law student  to witness the regime’s worst horror and exacting his participation in its  legitimation may have been Trujillo’s  method of quashing Prestol’s resistance” (163). De esta  manera no sólo se aplastaba la posible resistencia de Prestol, sino que se  aseguraba su lealtad al régimen al implicarlo en la mayor atrocidad cometida  por el dictador. Prestol, a partir de 1937, ocupó posiciones importantes dentro  de la judicatura trujillista llegando a ser Fiscal y Juez del Tribunal de  Tierras. 
      
     En  esa “Historia de una historia” Prestol narra con lenguaje oblicuo cómo el libro  se organizó a partir de las notas escritas de noche durante la investigación de  la matanza, y la manera en que esconde el libro en casa del Doctor M quien es  arrestado por el servicio secreto trujillista.(11) Luego del arresto, el Padre Oscar, figura fácilmente identificable como Mons.  Oscar Robles Toledano, uno de los principales ideólogos de la iglesia católica  dominicana en el siglo XX, recupera el libro de casa del Doctor M. y lo esconde  por años hasta hacerle llegar el original al autor (15); el libro es enterrado  y recuperado sólo años después en fragmentos y retazos. Lo que leemos, pues,  son los pedazos recuperados del original. Esto explica lo fragmentario del  libro y su aparente desorganización. Esta situación resume bastante bien el  clima de miedo imperante en la tiranía y después de ella: aún muerto Trujillo  en 1961 Prestol no se atreve a dar a la luz pública su texto, que no será publicado  hasta 1973. 
           El  carácter “no literario” del libro de Prestol, que tanto irrita a críticos como  Céspedes, es lo que permite acercarlo a la categoría del testimonio. Esto es  así porque el testimonio como género tiene como su principal característica la  denuncia de una situación de opresión y/o violencia y el aspecto estético pasa,  en cierto modo, a ser secundario. Aún en el caso de pasarse del género  “testimonio” al de “literatura testimonial” en la concepción de Goldberg, el  elemento estético asume un segundo plano frente al elemento ético, si bien de  manera mucho más compleja. La autora norteamericana apunta lo siguiente: 
    
The question of truth and, by extension, of authenticity is productively complicated by the aestheticization of the testimonial narrative and by the emergence of the witness literature; that is, literature that plumbs the depths of extreme human experience from a location outside that experience. (157)
     En el caso de El Masacre el autor no está localizado fuera de la experiencia del  Corte sino que se encuentra íntimamente vinculado a los efectos de la matanza  en la población de la frontera y, como ya se dijo, él mismo forma parte de la  estructura criminal que provee una coartada jurídica al genocidio. Se puede  argüir que El Masacre está concebido  como una denuncia y, en cierto modo, como una expiación. Aún los elementos que  podrían prestarse a cierto esteticismo como la historia de amor entre el  narrador y la profesora están teñidos por la culpa, la desolación y la tiranía  omnipresente. 
           El  elemento estético sí forma parte importante de The Farming of Bones, sobre todo las narraciones del personaje  Amabelle que aparecen destacadas en negritas. Danticat deliberadamente  introduce una narrativa de amor y belleza dentro del horror del Corte. En este  sentido Farming se acerca más a lo  que Goldberg define como “literatura testimonial” que El Masacre, pero sin perder la capacidad de denuncia y sin que a  Danticat se le pueda escamotear su papel de testigo secundario. 
       
    ¿Por  qué es importante leer El Masacre con “ojos de testimonio”? El componente  principal del testimonio es provocar en el lector la solidaridad con el  oprimido que es sujeto de la narración (Beverley, Sklowdoska, Goldberg). Para  Alberto Moreiras esta solidaridad se manifiesta no solamente en la producción  del testimonio sino en su diseminación (196). Así, atendiendo a las posturas de  los críticos anteriormente citados, se pueden encontrar elementos fecundos para  enfrentarse con el libro de Prestol y establecer la importancia de acercarse a  él a través del aparato teórico del testimonio. Prestol, innegablemente,  intenta entablar un “pacto de solidaridad” en su descripción del Corte y de los  haitianos que lo sufren: “El haitiano es un gitano negro bajo los cielos del  Caribe. Su destino es caminar: huir de su tierra, que está llena de látigos”  (71). Pero a diferencia del crítico y al autor al cual se refieren los  analistas del género testimonial, Prestol es parte de la misma dictadura que  ordena el genocidio y comparte su apreciación ideológica de los haitianos. Para Suárez, el texto de Prestol: “It  is highly suspect, because he is compromised on many levels” (43). 
           La  identificación de Prestol con la ideología nacionalista trujillista es clara:  “…este haitiano ha desplazado al criollo en una competencia de trabajo dando  más rendimiento por menor salario, en una vida cuasi animal…” (89). El tema de  la animalización de los haitianos y su asimilación a un estado vegetal y/o  animal es recurrente en la ideología trujillista.(12) En una carta enviada a Jesús María Troncoso y Sánchez,  embajador dominicano en Washington, el 20 de septiembre de 1941, Julio Ortega Frier,  Secretario de Relaciones Exteriores de la República Dominicana – su  nombramiento se produjo en 1938, justo después del genocidio – afirma que la  población haitiana tiene un “incontenido [sic] crecimiento vegetativo” (Cuello,  496). Prestol, por su parte, apunta: “El haitiano comía de los frutales y  tiraba la simiente al llano. Nacían árboles. Muchos
 árboles. También en las  barracas del hato, nacían haitianos, muchos haitianos. La tierra se poblaba de  árboles y haitianos” (30).  Esta  afirmación no es para nada casual, el pensamiento eugenésico fue una constante  en la intelectualidad dominicana de principios y hasta bien entrado el siglo  XX. 
           En  1983, el año en el cual Sommer publicaba su libro sobre la novelística  dominicana, Joaquín Balaguer publicaba La isla al revés: Haití y el  destino dominicano, versión ligeramente ampliada de La realidad dominicana: semblanza de un  país y un régimen, publicado en 1947. Allí, a pesar de los treinta y seis  años transcurridos y de todos los avances logrados en materia de derechos  civiles y nuevas visiones sobre las relaciones raciales, el ex-presidente  dominicano se despachaba con una andanada racista que buscaba bases biológicas  para fundamentar su desprecio  por los haitianos. Al no poder sostener, en 1983, que Haití 
representaba  una amenaza política, procede a afirmar que es la biología lo que amenaza a  República Dominicana: “Haití ha dejado de constituir para Santo Domingo un  peligro por razones de orden político. Pero el imperialismo haitiano continúa  siendo una amenaza para nuestro país, en mayor grado que antes, por razones de  carácter biológico” (35). La manera en la cual se manifiesta esta amenaza en la  retórica de Balaguer es retorcida al extremo. En ella el negro, que se asimila  única y exclusivamente con Haití, es, al mismo tiempo, superior física e  intelectualmente e inferior en lo moral. Esto lleva a afirmaciones de una  violencia inaudita, pero que no por ello son extrañas al discurso nacionalista  tradicional dominicano. Balaguer se refiere constantemente a lo que denomina el  “aumento vegetativo de la raza africana” (35) para indicar la amenaza principal  contra la población dominicana. 
           Para  Balaguer, la población haitiana es totalmente incompatible con la dominicana a  un nivel somático. Pero esta reducción a lo biológico también tiene  consecuencias funestas. No podemos olvidar que en su versión original, La isla al revés sirvió para intentar  justificar la matanza de octubre de 1937. En  Medios sin fin: notas sobre la política, Giorgio Agamben, al
 referirse a  los campos de concentración sostiene que: “Al haber sido despojados sus  moradores de cualquier condición política y reducidos íntegramente a nuda vida,  el campo es también el más absoluto espacio biopolítico que se haya realizado  nunca, en el que el poder no tiene frente a él más que la pura vida biológica  sin mediación alguna” (40). Un sujeto atrapado en un espacio fronterizo sin  protección política queda reducido a naturaleza pura y así puede ser  victimizado, ya sea mediante el degüello, como en 1937, o mediante las  expulsiones masivas que se han venido llevando a cabo desde los años 90 en la  República Dominicana. El terremoto del 12 de enero de 2010 ha agregado otra  dimensión a esta visión sobre Haití pero esta vez diseminada por CNN y las  grandes cadenas internacionales de comunicación.(13)
      
     Esta  coincidencia ideológica de Prestol con Ortega Frier y otros ideólogos  trujillistas como Peña Batlle y Balaguer, además de alimentar las sospechas de  críticos como Suárez, es lo que hace problemática la propuesta de asimilar El Masacre a la corriente del testimonio. Esto es así debido a que en la  crítica del testimonio se enfatiza la identificación entre la causa del testigo  y el mediador o narrador testimonial. El testimonio es un género híbrido en el  cual generalmente se escuchan dos voces: la del sujeto del testimonio y la del  mediador que trae esa voz al gran público. 
           En El Masacre Prestol anula tanto la  voz del mediador como la de los haitianos, a quienes presenta como víctimas  impasibles, al tiempo que funge como testigo que ofrece el recuento de un  genocidio que hubiese quedado en el terreno anecdótico oral, al menos del lado  dominicano, si no hubiese sido por su intervención. El modo ambivalente en el  cual Prestol presenta a los haitianos en su texto es la mayor dificultad a la  que se puede enfrentar el lector que se acerca al texto “con ojos de testimonio.”  Ello es producto de la confluencia entre Prestol Castillo y la ideología nacionalista  dominicana que ve a los haitianos como una “otredad non grata”  (Rodríguez, 476). A pesar de ello su texto es uno de los pocos en la producción  literaria dominicana que se refiere exclusivamente al genocidio del 1937 y es  el único que ha sido producido por alguien cercano a los hechos y que recogió,  por su posición profesional, testimonios de primera mano. Y es en esta circunstancia  paradójica donde radica su importancia como texto testimonial.
           A propósito de la publicación de The Farming, Danticat declaró en una  entrevista lo siguiente: “The 1937 massacre is
 very much part of both Haitian  and Dominican consciousness, but in Haiti it’s not taught in school as history”  (Lyons, 192). En la República Dominicana, por el contrario,  el libro de Prestol es parte del canon literario que se enseña en las aulas.  Esto hace de Prestol una figura por demás contradictoria: por un lado, no se  puede obviar su participación en el encubrimiento de la masacre y, por otro, es  preciso reconocer su aporte a la diseminación del conocimiento de los horrores  cometidos. 
           La  labor de encubrimiento del genocidio es capital para el análisis del texto como  testimonio. Consciente de la fuerte carga jurídica que conlleva la palabra  testimonio, analizaré el papel de los que Prestol denomina “jueces fabulistas”  (153). La tiranía trujillista ordenó la investigación de “los sucesos  fronterizos” y para ello amplió el número de jueces de instrucción en la  región, entre esos nuevos jueces estuvo el joven Prestol Castillo. El autor  describe a los jueces de la siguiente manera: “Con esos propósitos trabajan los  tristes jueces de cartón, los jueces fabulistas. Entre estos jueces y los  “reservistas” que ellos acusarán, no hay diferencia. Todos cumplen órdenes del  que manda. Ahora les toca a los jueces” (153). Tanto los jueces como los  criminales son parte del sistema trujillista 
responsable del genocidio y su  encubrimiento. Se puede notar cierta atenuación de las responsabilidades en el  texto, como si el autor quisiera dejar claro que si bien los “reservistas” y  militares son ejecutores y los “jueces fabulistas” encubridores, la  responsabilidad última recae sobre Trujillo. 
           A  Prestol estos jueces, iguales a él, le repugnan pero se justifica a sí mismo  mediante la redacción de su libro: “Así me recriminaba mi conciencia. Sin  embargo, digo: ¡no lo soy! ¡Escribo mis notas de este crimen! Es para  denunciarlo! Si callara, me igualaría a los jueces, que llegan cada día,  demacrados, a comer un plato de lentejas en el mesón y callarán para siempre”  (153, énfasis añadido). En este pasaje se encuentra la médula de la  ambivalencia de Prestol frente a su labor como juez y como escritor: si bien es  parte de la maquinaria trujillista, la escritura clandestina, nocturna de sus  notas lo aleja de esos que guardan silencio. 
           El testimonio judicial es degradado por los  jueces fabulistas y por la parodia de justicia montada por el régimen de Trujillo.  A través de su libro, Prestol rescata el elemento de veracidad que todo testigo  judicial debe asumir. Ante la complicidad de jueces y “reservistas”  lo único que queda es el testimonio escrito  de Prestol Castillo.(14) Los “reservistas” fueron condenados a  10, 20 y 30 años de prisión por el asesinato de 152 haitianos.(15) Posteriormente, el gobierno dominicano se comprometió, gracias a la mediación  del gobierno de los Estados Unidos, a pagar US$750,000 por concepto de  indemnización. De dicha suma, Trujillo sólo pagó US$250,000, y ese dinero se  quedó en los bolsillos del presidente haitiano Stenio Vincent. Prestol apunta:
    
Cuando llegaron al fortín de Dajabón, allí estaba el Capitán, que licenció a los soldados. Los ‘reservistas’ recibieron órdenes de pasar a cambiar la ropa. Dejarían los trapos sucios que traían y debían vestir entonces el traje vil, rayado, de los reclusos, el uniforme de los presidiarios criminales (134).
     El  enfrentamiento, dentro del texto mismo, entre el testimonio como categoría  jurídica y su validez y el testimonio como práctica literaria es crucial para  una lectura de El Masacre. Prestol  Castillo se abroga para sí el papel de testigo, de testigo veraz que narra  aquello que sucedió y de lo cual supo por su intervención en el encubrimiento.  No pide para sí clemencia; es más, todo el texto está salpicado de la culpa que  invade al autor al ser un testigo silente del genocidio: “Heme aquí todavía en  estas tierras. Soy un testigo mudo. Un testigo cómplice. Estoy acusado por mi  conciencia” (173, énfasis añadido). En esta cita Prestol funde dos categorías  judiciales sumamente importantes para el proceso penal: el testigo y el  cómplice; el que ve o escucha sobre la comisión de un crimen y aquel que o  participa activamente en la comisión o encubre a los actores y partícipes. 
      
     Si,  como apunta Beverley, “The position of the reader of testimonio is akin to that  of a jury member in a courtroom” (26), Prestol pone ante ese jurado su doble  condición de testigo y cómplice. El lector debe entonces asumir con todas las  dificultades inherentes a la posible condena de aquel que admite su  participación en el encubrimiento de un crimen pero que expresa remordimiento y  muestra una empatía ambivalente hacia las víctimas, mediante la revelación de  aquello que de otra manera hubiese sido olvidado. 
           Sommer sostiene que “The author’s  indictment of the ‘magistrados fabulistas’ (sic) (story-telling magistrates)  (153) is a clue that his own writing will very self-consciously avoid inventing  anything. This time the judge will bear honest witness”  (163-164). Prestol no inventa nada, simplemente narra todo aquello de lo cual  fue testigo, pero su complicidad ideológica y de facto con la tiranía es lo que  va a impulsar la narración. Prestol Castillo no es consciente de su coincidencia  con la doctrina que permitió el exterminio de miles de haitianos, por ello su  narración está salpicada de prejuicios y generalizaciones.
      
     A  la pregunta de por qué regresar al texto de Prestol con “ojos de testimonio”  podría responderse que la situación de desamparo jurídico y político de los  haitianos y sus descendientes en República Dominicana denunciada por El Masacre aún no ha sido superada y  que, si bien no hay una política estatal dominicana dirigida a exterminarlos  físicamente, los haitianos residentes en el país siguen siendo víctimas de  discriminación, racismo, exclusión,   medidas coercitivas extremas como la deportación sumaria y sus  defensores, como la activista Sonia Pierre, son etiquetados de “antidominicanos,” “avanzada de  los propósitos de unificación de la isla” y otros epítetos tanto por  funcionarios públicos como por lectores que dejan sus comentarios
 en las  páginas web de los periódicos nacionales. En el año 2006, Pierre fue premiada  por el RFK Memorial Center For Human Rights por su lucha en busca del  reconocimiento jurídico para los domínico-haitianos.(16) También organizaciones como el Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes (SJRM) han recibido  los ataques de intelectuales como Manuel Núñez (210-15).
           La  culpa es lo que impulsa la narración en el texto de Prestol. Se puede leer el  mismo como una larga confesión en busca de expiación por el crimen. Sin  embargo, esta culpa está acompañada, en el autor, de una conciencia de  dominicanidad formada bajo el trujillato y según la cual los haitianos son  inferiores y no tienen cabida en la República Dominicana. Sommer apunta a raíz  de su entrevista con Prestol Castillo: 
    
His unspoken and probably unacknowledged assumption is that blacks are indeed inferior to whites and that Haitians should be banned from the Dominican Republic; but his liberal sensibility is outraged by the brutality of Trujillo’s solution. That it was indeed a solution for Prestol became evident to me when he volunteered the bemused observation that History often works in paradoxical ways (182).
     Esta  es la posición de la mayoría de los intelectuales conservadores que en la  actualidad al referirse al genocidio de 1937 lo enmarcan dentro de una  valoración positiva del “Plan  de Dominicanización de la Frontera” llevado a cabo por el gobierno de  Trujillo.(17)
           Por  todas estas razones, El Masacre se pasa  a pie puede interpretarse  recurriendo a la categoría del testimonio, pero a la vez es preciso matizar los  modos en que el texto se aleja de ese marco, puesto que la posición de Prestol  dentro del engranaje trujillista que facilitó el encubrimiento del genocidio, su tardanza en publicar el texto y sus declaraciones  posteriores apuntan a hacer del texto uno problemático a la hora de leerlo “con  ojos de testimonio,” a pesar de su obvio valor como texto de denuncia.
Notas
1. Una búsqueda de los términos “The Farming of Bones” en las bases de datos de la Biblioteca Robarts de la Universidad de Toronto revela que al momento de redacción (Junio de 2012) se han publicado 101 artículos académicos revisados externamente. Al entrar “El Masacre se pasa a pie” solo surgen 18 artículos.2. Doris Sommer en el capítulo que le dedica al libro de Prestol lo incluye dentro “the Latin American tradition of testimonios” (163); Turits denomina el libro como “testimonial novel” (591), el mismo término utiliza Lucía M. Suárez. El debate sobre el género testimonio; cuáles obras pertenecen al mismo; el estatuto de la verdad dentro de la narrativa testimonial y el lugar que ocupa el testigo dentro de la misma no ha cesado, sino que continúa por otros medios. Como prueba al canto véase las respuestas de David Stoll y Mario Roberto Morales al artículo “The Neoconservative Turn in Latin American Literary and Cultural Criticism” de John Beverley.
3. Véanse los trabajos de Elizabeth Swanson Goldberg y April Shemak para algunos ejemplos de este acercamiento, así cómo también el de Suárez.
4. Turits al referirse a The Farming of Bones no la inscribe dentro del género de la novela testimonial (617).
5. Esta es una cifra extraordinaria si tomamos en cuenta que en República Dominicana una tirada de mil ejemplares es lo normal y generalmente no se conocen segundas ediciones. El dato está tomado de la 12a edición del año 2000.
6. M. H. Abrams define a la novela simplemente como “extended works of fiction written in prose” (190). Esta definición se acerca mucho a la que parecen tener en mente Céspedes y los demás críticos dominicanos citados por Sommer.
7. A lo largo de su texto Suárez insiste en el poder de la literatura para completar la narración histórica mediante la actualización del pasado: “Because literature brings the past to the present, it memorializes that past and demolishes the simplicity that trauma theories are limited by.” (19)
8. Aquí sigo a Goldberg quien establece una distinción entre testimonio y “witness literature” (literatura testimonial). Para ella: “Witness literature comprises a form different from that of the historical novel because of its dedication to an ethic of telling atrocity for the same reasons associated with testimonial: not simply a dramatization of history, but rather an honoring of those lost to the atrocity; an aiding of survivors by legitimating their experiences; a restoration of accounts denied by hegemonic or official narratives of events; a gesture toward prevention of such events in the future” (158).
9. La categoría de testigo no pierde su raíz jurídica ni siquiera cuando pasa a la literatura testimonial propuesta por Goldberg; además el uso intencional, por mi parte, de estos términos pretende llamar la atención sobre la formación jurídica de Prestol Castillo, elemento clave en su escritura y en su comportamiento posterior al hecho.
10. En el ordenamiento jurídico dominicano de la época, el juez de instrucción era el encargado de recoger las pruebas para determinar si procede el juicio criminal. Al mismo tiempo cabe señalar que durante la Era de Trujillo la frontera domínico-haitiana fue vista dentro de los estamentos burocráticos gubernamentales y militares como un sitio al cual se enviaban a aquellos que merecían un “castigo” o estaban “en desgracia”. Véase "Unos desafectos y otros en desgracia: sufrimientos bajo la dictadura de Trujillo," de Bernardo Vega.
11. No he podido determinar a quién corresponde esta figura.
12. Este discurso no ha sido erradicado totalmente en República Dominicana. A lo largo del 2008, el caricaturista Harold Priego en su caricatura diaria “Boquechivo” utiliza el mismo recurso retórico para presentar una República Dominicana invadida por los haitianos. Específicamente se pueden consultar las caricaturas del 4, 7, 8 de enero, 10, 14 y 23 de julio y 12 de agosto del 2008 en http://boquechivo.diariolibre.com/
13. La cobertura de CNN se concentró en destacar el carácter de indigencia, de reducción a vida puramente biológica de los haitianos en Puerto Príncipe sin arrojar luz sobre otras ciudades que sobrevivieron al terremoto ni sobre los esfuerzos que los mismos ciudadanos haitianos con ayuda de los países caribeños vecinos (principalmente República Dominicana, pero también Cuba y Puerto Rico) han realizado y que continúan realizando para poner su país en pie y reanudar el funcionamiento de las instituciones existentes.
14. Suárez reclama algo parecido para la ficción en su análisis de la novela de Danticat. Véase especialmente el capítulo 1: “Meanings of Memory: A literary intervention to confront persistent violence.”
15. Tomado del diario dominicano La Opinión, de fecha 31 de marzo de 1938 (citado en Cuello, 40)
16. El premio a Pierre provocó que las más altas autoridades dominicanas asumieran una actitud de enfrentamiento al RFK Memorial Center. Como muestra de mi anterior afirmación respecto al rechazo visceral que provoca Sonia Pierre, véanse las declaraciones del Canciller dominicano, Carlos Morales Troncoso, amigo de la familia Kennedy, al respecto en: http://www.clavedigital.com/Noticias/Articulo.asp?Id_Articulo=13395
17. Como ejemplo de ello véanse los trabajos de Frank Moya Pons y Manuel Núñez, a quien le fue otorgado el Premio Feria del Libro del año 2001.
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