Piñera y profecía(*)

Enrique Del Risco, New York University

 

     Primera proposición dramática: Con el grupo que fundara la revista Orígenes la poesía cubana se convirtió en una rama de la geografía que a su vez tenía mucho de astronomía.

“La ínsula distinta en el Cosmos, la ínsula indistinta en el Cosmos” predicaba una de las antecesoras de Orígenes, Espuela de Plata, consignando que la isla de Cuba era o debía ser a un tiempo excepcional y universal. Que Virgilio Piñera proclamara en su famoso poema La isla en peso la obviedad de que Cuba estaba justo donde estaba y no en otro sitio no podía ser recibida desde el seno de los futuros origenistas más que como herejía y traición a su credo poético. De ahí las continuas pedradas lanzadas por Cintio Vitier, escudado tras las anchas espaldas de Lezama, contra el poema. En la más famosa de aquellas pedradas acusaba a Piñera de “convertir a Cuba, tan intensa y profundamente individualizada en sus misterios esenciales por generaciones de poetas, en una caótica, telúrica y atroz Antilla cualquiera” (Vitier. 1970. 480). En una carta personal al propio Piñera, Vitier sería más específico y enjundioso en su acusación.
Lo único que sí no puedo compartir de tu poesía es la descripción general de una isla — ¿en qué siempre lejanísimo trópico? — donde yo nunca he vivido ni quiero vivir. Porque mi patria, que está formándose y yo estoy formando en mi medida, nada tiene que ver con esa pestilente roca de la que hablas. Y no es que no haya pestilencias y mediodías como un ojo imbécil aquí, ni que yo deje de comprender que lo que nos falta para parecernos a la Guayana o a la Martinica (si es que son tan infernales, o, pero [sic], como sugieres, sólo fango) lo añade tu innecesaria fantasía, tu desenfrenada vocación de cáncer — ya que en última instancia no hay lección que no sea vocativo —, tu pasta, en fin, de persona infausta (Piñera. 2011. 55).

Téngase en cuenta que la “desenfrenada vocación de cáncer” que diagnostica Vitier no aludía al horóscopo  — Piñera era Leo — sino a la enfermedad. Piñera era el tumor que amenazaba la salud de la isla origenista. Vitier resiente que a Cuba, comparándosela con “una Antilla cualquiera,” se le disminuya el peso cultural acumulado por generaciones de poetas. Esa concepción ya prefigura su clásico Lo cubano en la poesía publicado casi dos décadas más tarde y que desde el título anuncia su intención de ubicar lo particular en el universo de la poesía. Para Vitier — es obvio — el resto de las Antillas constituye un páramo con el que cualquier comparación representaría una ofensa. Lejos estaban los tiempos en que en la competencia por el premio Nobel de literatura arrojara el siguiente marcador: Antillas cualquiera 2- Cuba 0.
Habían pasado en cambio un par de años desde la publicación de Cuaderno de un retorno al país natal deAimé Césaire, poema con el que La isla en peso guarda un parecido imperdonable para Vitier. Llama la atención, eso sí, que el fino ojo crítico de Vitier viera pura imitación en el diálogo que Virgilio establece con Cesaire y, como veremos más tarde, con Lezama. Un diálogo incluso algo paternalista por parte de Piñera (¿de qué otro modo habría de ser, siendo Piñera cubano?) en el que ante el amanecer esperanzado que aguarda al final del poema de Cesaire le opone el ciclo de un día completo: amanecer, mediodía, tarde y noche. Ante la promisoria línea del horizonte Piñera se refugia en la sabiduría simple del círculo.
En ese sentido, la esperanza lineal inspirada en el anticolonialismo marxista de Cesaire está más cercana al ideal de redención cristiana de Vitier de lo que este estaría dispuesto a admitir en los próximos treinta años. Sin embargo allí donde el martiniqueño pugna por reconocer sus circunstancias, Vitier, junto al resto de los origenistas, opta por escaparse de ellas o usando un verbo que frecuentaba con más gusto, salvarlas. Las circunstancias postcoloniales y mestizas de Cuba son para Vitier “elementos sociales y sociológicos, constitutivamente intrascendibles” (Piñera. 2011. 56) confundiendo realidades sociales con folklor. Tal pareciera que para Vitier La isla en peso era una nueva versión del “Sóngoro cosongo” de Guillén.

La incomodidad de Vitier contra el atrevimiento de Piñera es, insisto, menos racial que geográfica y temporal. Se resiste — como antes lo hiciera Cristóbal Colón cuando por motivos parecidos la ubicó en medio del archipiélago japonés — a situar la isla entre paralelos y meridianos que a él se le antojaban como barrotes de la cárcel de lo real. Vitier, como Colón, parece asumir que ubicarla en su correcta geografía desvaloriza a su isla. Una geografía que asocia a la falta de Espíritu, de orden, de civilización. Por eso Vitier se resiste incluso a ubicarla en su Historia. Lo imperdonable del poema de Piñera es, en opinión de Vitier, su sometimiento de lo universal a lo particular, de la poesía a la realidad, del Espíritu al deseo. Vitier sueña con una isla alada, desprendida de sus circunstancias, un racimo de esencias que van al encuentro del “ámbito más profundo de la fe.” “El amor a lo perecedero — le explica Vitier a Piñera — constituye para mí la sustancia de la aptitud artística, pero ese amor puede tener un sentido, el de la resurrección” (Piñera. 2011. 54). Ante la desaforada isla de Piñera, Vitier contrapone su muy particular lectura de la poesía de Lezama. Según Vitier el acierto de Lezama era que “su espacio y sus fuentes no estaban en relación esencial ninguna con la circundante atmósfera poética. Su tiempo no parecía ser histórico ni ahistórico, sino, literalmente fabuloso,” y así a través de Lezama “nuestra poesía, como si nada hubiera ocurrido, tomaba contacto, soñadoramente, con el anhelo mítico inmemorial que estaba en la imagen renacentista de la isla” (Vitier. 1970. 438). Pero, advierte Vitier, la poesía no es para Lezama “una lejanía que se posa nostálgica en la línea del horizonte” sino que ve “la poesía como absoluto medio cognoscitivo” y la entiende (sigo citando al traductor, no al Maestro) no “sólo como un a posteriori para la síntesis de la memoria, sino que está en el origen de todo lo que es o ha sido” (Ibid. 464). “No se trata ya para él de escribir poemas más o menos afortunados  — dirá Vitier de Lezama — sino de convertir la actividad creadora en una interpretación de la cultura y el destino. La poesía tiene, sí, una finalidad en sí misma, pero esa finalidad lo abarca todo. La sustancia devoradora [la poesía] es, necesariamente, teleológica” (Vitier. 1970. 467). Vitier por tanto nos conmina a hacer de la obra del autor de Paradiso una lectura profética y propone sus islas preciosas pobladas de antílopes y nieve no sólo como origen, sino también como destino. Un destino universal que trascienda los particularismos geográficos, culturales e históricos porque, según Vitier, “quien dice cultura dice historia.” (Aunque si de practicar la lectura profética se trata, la también origenista Fina García Marruz superará ampliamente a su esposo Cintio cuando en el poema “Marcha triunfal” de Rubén Darío detecta “una profecía de nuestra revolución caribeña y la sandinista de su patria” (García Marruz 29).

 

Segunda proposición dramática: No importa con cuánta cautela actúe un escritor, siempre corre el riesgo de caer en la profecía.

La Historia es el sitio en que las profecías se corroboran o desmienten, y Vitier se esforzó en que ella le diera la razón a su particular versión del origenismo. Luego de años de resistencia a un régimen ateo quiso hacer confluir su sed de trascendencia con la desmaterialización literal del país emprendida por el castrismo. Primero consiguió ver a la Revolución Cubana como una encarnación de la poesía en la Historia. Luego, en pleno Período Especial — esa debacle que abusó de la parálisis de un país, del sentido de las palabras y del uso de las mayúsculas — se sirvió de la noción de “pobreza irradiante” que Lezama le había proporcionado generosamente treinta años antes para demostrar la ecuación — respaldada a plenitud por el cada vez más espiritual marxismo isleño — de que allí donde falta materia abunda el espíritu.
Ajenos a los esfuerzos de Vitier, los lectores cubanos han preferido durante décadas darle la razón a la “oscura cabeza negadora:” cuando la circunstancia se hizo más maldita y el agua más opresiva volvió a leerse a Piñera con el fervor ciego con que se escuchan las profecías. Un profeta involuntario, porque Piñera no se propuso anticipar el advenimiento de un horror mayor sino de describir el horror cotidiano de una existencia que, sin imaginar males más vastos, ya se le hacía insoportable. No pudo decirlo más claro en una carta al propio Vitier al proclamar “¡Odio enérgicamente toda profecía!” (Piñera. 2011. 58). Piñera sabía que las profecías, además de ejercicio fácil si se proclaman con suficiente pesimismo, mueren con su cumplimiento. Y lo que Piñera pretendía — como cualquier creador verdadero — era insuflarle vida a su escritura (una vida inteligente si era posible) más allá del espléndido horizonte lezamiano.
Ya con la entrega de su primer poemario —  Las furias — Piñera le había advertido a Lezama: “Se alude a las islas… pero no para desacreditar tus hermosas y majestuosas islas, sino como manera de no quedar anclado en ellas” (Piñera. 2011. 35). La isla en peso ya no podía sustentar esta disculpa.  Las manadas de gamos, ciervos y antílopes de Lezama son extinguidas por la afirmación piñeriana de que “en este país […] no hay animales salvajes,” y de que por allí “no pasa un tigre, sólo su descripción.” A los intemporales caballos de Lezama se les recuerda que fueron traídos por los conquistadores. En cuanto al “mar envolvente, violeta, luz apresada, delicadeza suma, aire gracioso y ligero” (Lezama. 1975. 745), éste es enfrentado a los “Los manglares y la fétida arena” que “aprietan los riñones de los moradores de la isla.” Mientras Lezama pide que “Dance la luz reconciliando/ al hombre con los dioses desdeñosos” (Lezama. 1975. 747), Piñera advierte que “Todo un pueblo puede morir de luz como morir de peste” (Piñera. 1998. 33- 44).
Piñera buscaba con su isla contrapesar cierto espiritualismo de Orígenes. Ese que buscaba alcanzar el Cosmos poético desechando el lastre de las malditas circunstancias. Por ello le advierte al consejo de redacción de Orígenes al recibir el primer número de la revista: “Yo quiero decir concretamente que Orígenes tiene que llenarse de realidad, y lo que es aún más importante y dramático: hacer real nuestra realidad” (Piñera. 2011. 61). De esa afirmación se desprende que el Virgilio cubano proponía a Orígenes liberarse de su angelismo, definido por el filósofo francés André Comte-Sponville como “el abuso de los buenos sentimientos en detrimento de la lucidez.” Y también como la subordinación de todos los órdenes a un orden superior “con la pretensión de anular así la pesantez o las exigencias de uno o varios órdenes inferiores” (Comte-Sponville. 2001. 49).
Veinte años después de aquel debate la poesía yacía sepultada por aluviones de realidad. Pero poco se necesitaba de su concurso cuando la realidad era más real que nunca. “La ínsula indistinta en el Cosmos” había recibido su dosis de universalismo plegándose al muy europeo marxismo leninismo (algo que indirecta e involuntariamente Piñera también había previsto: véase su pieza teatral Los siervos), aunque de esa cercanía podía decirse lo mismo que escribiera el polaco Gombrowicz al Virgilio cubano: “lo que nos une es probablemente más superficial de lo que nos separa” (Piñera. 2011.176). De la “vertiginosa esperanza de lo desconocido” de Vitier (1970. 442); del “icárico intento de lo imposible” de Lezama (1977a. 842), no quedaban ya ni esperanzas, ni Ícaro; sólo el laberinto y la consigna tantas veces repetida en La isla en peso que ya era la de todos sus moradores: “Nadie puede salir, nadie puede salir.”

Tercera proposición dramática: Hay que salvar a Virgilio Piñera de la maldición de ser profeta.

Hace apenas unos meses en una ciudad de esa misma isla ocurrió una catástrofe que parecería diseñada por la “innecesaria fantasía” de Piñera: un camión choca contra una bomba de gasolina y de esta comienza a manar un líquido — que sin ser el agua angustiosa de Piñera — no se le puede considerar de otra forma que de preciado e inflamable. Desafiando las leyes del sentido común, pero no aquellas que rigen el mercado negro, vecinos y transeúntes, en lugar de huir del peligroso derrame, acuden al manantial de gasolina con los recipientes que hallan a mano. Algunos llegan incluso a lomos de pequeñas y estruendosas motocicletas, pero mientras andan entretenidos a la caza del accidental botín, alguien avisa de la llegada de la policía. Raudos los motoristas tratan de escapar pero, al tratar de echarlas a andar, las chispas de sus máquinas incendian el deseado líquido y el fuego se propaga como por ensalmo. Estos versos de La isla en peso (que en realidad representan el calor al mediodía en una playa cubana) podrían tomarse como anticipo de esa escena: “los cuerpos abriendo sus millones de ojos, / los cuerpos dominados por la luz se repliegan / ante el asesinato de la piel, / los cuerpos, devorando oleadas de luz, revientan como girasoles de fuego / encima de las aguas estáticas, / los cueros en las aguas, como carbones apagados derivan hacia el mar” (Piñera. 1998. 36).
El final de la tragedia real resulta menos poético que el de los habitantes de La isla en peso. Entre los que habían acudido a saquear la gasolinera treinta sufrieron quemaduras y media docena murió días después. Tengo la impresión de que este incidente marca un nuevo hito en lo que algunos han dado en llamar “daño antropológico” o “catástrofe civilizatoria” que ha sufrido la isla. No se trata de la reducción de una civilización a sus instintos básicos, sino de la pérdida de esos mismos instintos empezando por el más esencial que es el de conservación. Cierto que un presagio de esta tragedia particular se puede atisbar en “La carne,” el famoso cuento de Piñera en el que los habitantes de un pueblo deciden resolver su carencia de carne comiéndose trozos de su propio cuerpo hasta llegar a desaparecer. Sólo que el parecido es más superficial que sus diferencias: en “La carne” lo que mueve a sus personajes a la autofagia no es la falta absoluta de alimentos — puesto que al comienzo de la historia Piñera nos presenta a “aquel afligido pueblo engullendo los más variados vegetales” (Piñera. 1999. 38) — sino el deseo de guardar las formas, de seguir siendo como antes, como otros. Más cercanos en el espíritu de “La carne” están aquellos platos del Período Especial como el bistec de toronja y el picadillo de cáscara de plátano que aspiraban — al menos en el nombre y la forma — a mantener la ilusión de que lo que se comía era carne. En el accidente de la gasolinera todo cuidado por las formas ha quedado atrás. Se trata de arriesgar la existencia en nombre de la existencia misma. Del trueque de materia por espíritu al de materia por materia, se pasa de un absurdo a otro más profundo aún; algo no previsto incluso ni por la insondable malicia de Piñera. Cuando la isla en peso se ha situado más allá de sus palabras, cuando la realidad se ha vuelto postpiñeriana llega el momento de exculparlo de la condición de profeta.
Pero quizás no haga falta hacerlo. Quizás hayamos confundido la profecía con el mito. Mientras la profecía anticipa un futuro, el mito borra la distinción de los tiempos que hacen posible la profecía. El relato mítico del pasado prefigura el futuro sin predecirlo: le basta con anular la idea de un tiempo sucesivo. Es por eso que a diferencia de la profecía, el mito no deberá rendirle cuentas a la Historia. Al mito le basta con la persistencia de su relato. Piñera, desmitificador por naturaleza comprendió muy temprano que a un mito solo se le puede oponer otro. Somos contradictorios por nuestra condición de esclavos de los mitos, dice en otra carta, y nuestra liberación de ellos, parece decirnos toda su obra, no depende de la destrucción de los relatos míticos, sino de su multiplicación.
De Lezama Lima, quien prefirió no intervenir por escrito en la polémica entre Vitier y Piñera, encontramos, en unas páginas dedicadas al novelista cubano del siglo XIX Ramón Meza, la definición de tersitismo. “Su penetración, típicamente cubana, — dice Lezama de Meza — se revela en el hecho, prodigio para su época, de que le saliese al paso al Platón, armado con la Scienza Nuova, de Vico, que deseaba [Platón] un Homero sabio consejero, civilizado, sin residuos de barbarie” (Lezama. 1977. 1110). No es difícil identificar esa aspiración platónica al mito purificado de barbarie con la poética de Vitier. El relato de Piñera es en cambio el de la barbarie misma oculta en los buenos modales de la civilización occidental e insular, o en la más apacible de nuestras ficciones. Ese es el relato con el que cuentan los cubanos — escritores o no — para insertarse en el universo sin abjurar de sus circunstancias como de un abuelo asesino. Sobre todo en tiempos en que — como demuestra la tragedia de la gasolinera — se pierden instintos tan básicos como el de huir de la muerte y el fuego.
Lo que propone Piñera no es ni el angelismo del espíritu ni la barbarie de la realidad, sino la resistencia a ambos desde la letra con todo su poder, con toda su debilidad. Cuando el aluvión de realidad no parece dejar espacio para la poesía, cuando la realidad por excesiva, parece menos real, es bueno tener a Piñera a nuestro alcance. Como el de la hecatombe que se describe en el cuaderno “Hosanna! Hosanna…?” de 1975. Si bien puede leerse en los relatos que componen el cuaderno una puntual descripción de la Cuba actual, son estos en última instancia una defensa de los poderes de la ficción. El mismo Piñera que en esos años había bautizado su marginación oficial como “muerte civil” describe en el relato “Hecatombe y alborada” un mundo “hecatombizado” en el que muertos y muertovivos esperan por “el milagro de la resurrección de la carne.” Allí hace decir a uno de los personajes: “A la verdad que es de lo más molesto esto de estar muerta; […] No se puede hablar, ni caminar, ni ver, ni oír, ni tampoco pensar. En cambio, se pueden hacer otras cosas que uno ignoraba hasta el momento de morir, pero que de nada sirven en vida. Por ejemplo: se puede no dormir ni soñar, y, cuando no hacemos ni lo uno ni lo otro, entonces muerteamos. Otra cosa que puede hacer un muerto es esperar” (Piñera. 2011. 507- 508). Pero aquello por lo que deben esperar no serán los “dioses desdeñosos” ni el tirano de turno. El que, en el relato titulado “Hosanna! Hosanna…?”, “Habla por nosotros” y “nos lleva, como bueyes, por el narigón, de acá para allá” (Piñera. 1999. 531) no es otro que el Autor. Estos relatos son una de las tantas maneras que encontró Piñera para decirnos que una literatura “necesariamente teológica” — como la prefería Vitier — niega su propio sentido como eso mismo, como literatura, da igual si marcha al encuentro del Espíritu Santo o de la realidad y a la vez un reconocimiento de que su mundo no tiene más realidad que la que le puedan ofrecer un material tan frágil como las palabras. Como se había preguntado un joven Piñera incluso antes de escribir su famoso poema: “¿No he dicho yo mismo que la geografía del poeta es ser isla rodeada de palabras por todas partes?” (Piñera. 2011. 35).

* Presentado en The Accursed Circumstance: Virgilio Piñera Centennial Conference at Stony Brook University, celebrada el 8 y 9 de noviembre de 2012 en New York.

Obras citadas

Comte-Sponville, André. Diccionario filosófico. Barcelona: Ediciones Paidós, 2001.

Diario de Cuba: “Santiago, video aficionado muestra el incendio de la gasolinera paso a paso:” http://www.diariodecuba.com/multimedia/video/santiago-video-aficionado-muestra-el-incendio-de-la-gasolinera-paso-paso

García Marruz, Fina. Darío, Martí y lo germinal americano. La Habana: Ediciones Unión, 2001.

Lezama Lima, José. “Noche insular: jardines invisibles.” Obras Completas. Tomo I. México DF: Editorial Aguilar, 1975, pp. 742- 747.

-----------------------. “A partir de la poesía.” Obras Completas. Tomo II. México DF: Editorial Aguilar, 1977, pp. 821 – 842.

-----------------------. “Ramón Meza: tersitismo y claro enigma.” Obras Completas. Tomo II. México DF: Editorial Aguilar, 1977, pp. 1109 – 1117.

Piñera, Virgilio. La isla en peso. La Habana: Ediciones Unión, 1998

-------------------. Cuentos completos. Madrid: Editorial Alfaguara, 1999.

-------------------. Virgilio Piñera de vuelta y vuelta. Correspondencia 1932- 1978. La Habana: Ediciones Unión, 2011.

Vitier, Cintio. Lo cubano en la poesía. La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1970.