Ni sinsonte, ni guayaba: presentación de una reseña desconocida de Nieve, de Julián del Casal

Francisco Morán, Southern Methodist University

     Durante la visita que hice recientemente a España, en Barcelona tuve la felicidad de rencontrarme con Pedro Marqués de Armas, quien me comentó una reseña del poemario Nieve, de Casal, que publicó la revista España y América en julio de 1892. Se trata de una reseña prácticamente desconocida, y que me hubiera gustado incluir en la compilación dedicada a Casal con la que celebramos el XV Aniversario de la edición on line de La Habana Elegante.
     La reseña de Nieve, de la autoría de José Juan Cadenas, es otra evidencia del renombre del poeta cubano fuera de la geografía de la isla, específicamente en España. No solo Cadenas comenta que ya había leído a Casal, entre otros escritores que menciona, sino que añade que la Revista había publicado “artículos y composiciones” de ese grupo en el que incluye al poeta habanero. Valga añadir que también en otra importante revista sobre la que Marqués de Armas llamó mi atención, La Ilustración Hispano-Americana, de Barcelona, encontramos el cuento de Casal “La tristeza del alcohol,” de la serie «Historias amargas», en la edición correspondiente al 11 de octubre de 1891 (p. 646-47), irónicamente en una página que también incluye un artículo higienista. La Ilustración Hispano-Americana también publicó trabajos de Darío, Catulo Mendes, Julio Flores, Ricardo Palma, Alfonso Daudet, Emilio Zola, Víctor Hugo, Edmundo de Amicis, Jules Garnier, así como artículos sobre las exposiciones universales y los salones de París, o los folletines y los artículos y grabados de tema orientalista. Todo ello, unido a la excelencia de los grabados y al diseño artístico de la revista, muy similar a lo que observamos en España y América, obligaría a repensar la creatividad modernista en la península – en mi opinión de mayor alcance de lo que hasta ahora la crítica ha estado dispuesta a admitir.
     Al reseñar Nieve, Enrique José Varona había comentado que “nos agradaría ver empleadas las facultades exquisitas de Casal en asuntos más altos, que en pintar jarrones, biombos, platos, estuches o abanicos, una gentil criolla con los atavíos postizos de una emperatriz de los nipones en un bal masqué,” y le censuró que se escapara “a las regiones de ese oriente remoto forjado en la fantasía de invernadero de Judith Gautier.”  Recordemos que dos años antes, al comentar el primer poemario de Casal, Hojas al viento, Varona había igualmente criticado el amor de Casal a ciertos símbolos recibidos por “el canal de sus lecturas;” toda vez que “ellos nada han podido dejar en nuestras costumbres, en nuestras tradiciones, no perteneciendo a nuestra historia.” Por su parte Manuel de la Cruz en el «cromito» que le dedica expresa “lo útil que sería á Casal recorrer a pie y a caballo los valles y eminencias de la Sierra Maestra, bogar en guairos y en piraguas por las aguas del Cauto, saturarse, impregnarse con el aroma de la naturaleza, para contrabalancear el efecto de su prolongada saturación literaria, y tendremos el método terapéutico indicado para el estado patológico que de común acuerdo todos reconocen en sus manifestaciones morales.” Ese es el consejo, lo que le exigen sus amigos y críticos contemporáneos: atenerse a “lo nuestro,” poblar sus poemas de sinsontes y guayabas, para decirlo en los términos de Cadenas. He ahí, sin embargo, que es esta falta de color local, de tropicalismo nacional, lo que celebra el crítico español. Tremenda nevada había caído sobre esos sinsontes y esas guayabas, preservándolos quizá para otro paladar; uno capaz de solazarse también con los diseños y pliegues de un kimono, sin tener por ello que renunciar a la nieve de la champola, ni al enervante perfume de la guayaba.

Nieve

José Juan Cadenas

     BASTANTE tiempo hace que no leo periódicos de Cuba (y diciendo esto me disculpo por adelantado de las inexactitudes en que pueda incurrir), pero recuerdo perfectamente las causas que, poco a poco, me fueron quitando el interés que por leerlos tenía, interés que fue decreciendo por instantes, hasta que llegó un día en que ni siquiera me tomé la molestia de rasgar la faja del periódico de allende los mares que por casualidad caía en mis manos.
     El excesivo número de literatos, todos ellos con pretensiones, muchos todavía sin la más ligera noción de arte, hacía imposibles el trato afectuoso y las cordiales relaciones que deben existir entre compañeros.
     No era, pues, de extrañar que el que verdaderamente valía viese con malos ojos el encumbramiento de media docena de congrios que, con más o menos suerte, sostenían un periodiquito cuyas columnas fueron convertidas en tribuna, desde la cual se disparaban bombos a los amigos, aunque fuesen unos adoquines, y palos a los adversarios, aunque gozaran de más méritos que ellos.
     Fue por entonces cuando yo, una vez sorprendida aquella especie de sociedad de bombos mutuos, dejé de seguir el movimiento literario de las islas, no causándome extrañeza la lucha encarnizada a que se hallaban entregados unos y otros, pues aquella lucha era el fin lógico del estado de cosas que a sí mismos se habían creado.
     Las continuas polémicas de periódico a periódico, que se agriaban con frecuencia, estampando y dirigiéndose frases de dudoso gusto, por un lado, y por otro la irrupción de literatas (nueva epidemia de funestos resultados), que se posesionaron de los periódicos llenándolos de ripios para hablar del sinsonte y el chimpancé, que viene a ser lo mismo que no hablar de nada, apagaron el interés que los aficionados a la literatura pudiéramos tener.
     Y conste que, como al principio dije, no sé si hoy día seguirán los mismos congrios literarios, que son la verdadera cizaña, o habrán desaparecido, como es de presumir, puesto que la vida del congrio es fugaz; pero, de todas suertes, lo que sí me atrevo a asegurar es que las literatas no deben haber desaparecido, porque ¡salió cada Eva con pretensiones!...

———

     Siempre vivo en la memoria he conservado el recuerdo de muchos de los escritores que entonces leía con verdadero placer, no solamente porque las ideas expresadas en sus composiciones se encontrasen en consonancia con las profesadas por mí, si que también por lo que de ellos aprendía.
     Hállanse en este caso poetas y prosistas como Diego, Casal, Gaviño, Muñoz-Rivera, Brau, Abril, Juncos, Pichardo, Cay, y otros cuyos nombres no cito por no recordarlos en este momento. De muchos de ellos se han publicado artículos y composiciones en esta Revista, que tan preferente atención concede al desenvolvimiento literario de las islas de Cuba y Puerto-Rico, y como para muestra basta un botón, por la muestra habrán comprendido los lectores las muchas y relevantes condiciones que dichos señores poseen para el cultivo de las letras.
     Y hecha esta ligera digresión, que casi no viene a cuento, voy a ocuparme en un libro recientemente publicado en la isla de Cuba, y del cual se ha de tratar entre la gente del oficio, no porque venga a llenar ningún vacío de esos de que constantemente nos hablan los revisteros, puesto que desgraciadamente aquí los únicos vacíos que tenemos son los bolsillos, sino porque en él se revela un poeta de vigor e ingenio.
     Julián del Casal es el autor de este libro, titulado Nieve, que tanta importancia tiene, no solo por el aumento de nombre en la Península que pueda proporcionar a su autor, sino porque ya era hora de que alguien demostrase al público profano que no todos los poetas ultramarinos hablan del sinsonte y la guayaba. En este sentido, el libro de Casal es una perla. Versos desde el principio al final, y versos vigorosos, sonoros, valientes, llenos de espontaneidad, de realismo, hechos sin forzar la frase nunca, brotando la idea limpia y original, dificulto que haya nadie que al leer el libro por muy predispuesto que vaya en contra de él, no admire aquella versificación en general fácil y correcta, y aquella manera de decir salvaje y destemplada en ocasiones, dulce y apasionada en otras, que se apodera del ánimo de tal modo, que el que le lee marcha paso a paso estudiando el espíritu y la idea del autor, reflejados en aquellas composiciones escritas siempre bajo el influjo del momento psicológico.
     En otro lugar de esta Revista pueden nuestros lectores ver una composición, sacada al azar del libro Nieve, y por ella juzgar si quien se expresa con tal brillantez de ideas y tal riqueza de conceptos puede ser uno de tantos versificadores como abundan en las Antillas, y con más motivo en la Península.
     Suele en ocasiones pecar de incorrecto sin necesidad, porque es natural que no debe adulterarse la idea o el pensamiento por decirlos con más o menos corrección, puesto que en este caso resulta que se sacrifica todo a la forma, y no sólo es preciso aspirar a hacer buenos versos, sino a que estos versos digan algo; pero cuando lo mal dicho puede decirse bien sin grave deterioro del pensamiento, es un crimen de lesa literatura, del cual se debe corregir el poeta a toda costa. Esto sucede en la poesía titulada Horridum Somniam[sic]; y claro está que, con incorrecciones y todo, resulta hermosa, tan hermosa que ya la he leído veinte veces lo menos, y estoy seguro que la leo otras veinte todavía.
     La introducción que Casal ha puesto a su libro es sobria. Veinte versos en los que está condensado el pensamiento del autor de una manera clara y concisa; veinte versos que, después de leídos, dejan algo de melancolía en el alma y no poca tristeza en el corazón. El lector podrá juzgar por sí mismo si es o no exacto.
     Dice así:

                        INTRODUCCIÓN

     Como en noche de invierno, junto al tronco
Vacilante del árbol amarillo,
Silencioso el clarín del viento ronco
Y de la luna al funerario brillo,
Desciende del brumoso firmamento
En copos blancos la irisada nieve,
Pirámides formando en un momento
Que ante el disco del sol y al soplo leve
Del aire matinal, va derretida
A perderse en las ondas de los mares;
Así en la noche obscura de la vida,
Acallada la voz de mis pesares
Y al fulgor de mi estrella solitaria,
Estas frías estrofas descendieron
De mi lóbrega mente visionaria,
Al pie de mi existencia se fundieron,
Llegaron en volumen a formarse,
Y hoy que a la vida efímera han salido,
Unidas volarán a dispersarse
En las amargas ondas del olvido.

     No, los versos de Casal no quedarán en el olvido; hay muchos amantes de la buena literatura que sabrán admirar las bellezas de la musa de este poeta, que tiene rasgos de verdadero genio; y si bien es verdad que el gusto del público está hoy bastante estragado, voluntades enérgicas hacen falta que le guíen por el buen camino, y quién sabe si el libro Nieve tendrá la virtud (ya que méritos le sobran) de conseguir lo que otros muchos libros no han conseguido.

———

     Personalmente no conozco a Casal. Sé que estuvo en Madrid una temporada y de pronto desapareció sin decir una palabra ni despedirse de nadie.
     Hace algún tiempo vi un mal retrato suyo, y me parece que Casal es de los míos, esto es, chato.

 

 

Julio, 92.

España y América. «Periódico ilustrado. Bellas artes – Ciencias – Literatura – Sport – Modas». Año I. Núm.30. Madrid, 24 de julio de 1892. pp. 329 y 332.