“Enfrentar la totalidad”(1)

 

El viaje humano consiste en llegar al país que llevamos descrito
en nuestro interior, y que una voz constante nos promete.”
José Martí.

Liliana P. Marlés Valencia

     En Cuaderno de Feldafing el viaje consiste en alterar nuestra posición en el espacio de manera que podamos acceder a otros parajes de nuestro yo. Una experiencia para despertar esa sensación de extrañamiento que permite encontrar en nosotros miradas que nos revelen otro tipo de belleza, lo mismo que otro tipo de tedio: abrirse a todo lo que nos haga sentirnos vivos. Así, la primera impresión que tenemos de Feldafing destroza el estereotipo con que llega el viajero: es una población alemana donde no hay vacas. Nada sabemos de la manera en que el personaje echó a andar, como si el viaje comenzara solo con su llegada a Feldafing y apenas si valiera la pena mencionar su encuentro con la policía en el aeropuerto tras la partida. Está allí para conocerse en otras circunstancias. Puede ocurrírsenos que tiene la intención de que al soñarse distinto se prolonguen otras posibilidades de existencia, sueños nacidos del viaje.
     Entre las diversas reflexiones acerca del viaje en su carácter intelectual, Beatriz Colombi menciona el Síndrome Stendhal a partir del cual el viaje está envuelto en un “aura” que lo convierte en “…experiencia personal, auténtica y estética…” (Colombi: 2004, 210). Aquel deseo de experiencia personal es el propósito que conduce al personaje a esa casa en que está rodeado por otros que como él mismo son escritores,  aquella casa donde se suicidó un escritor alguna vez, lugar desde donde entablar contacto con escritores de lugares cercanos y que también escriben cuadernos a quienes cariñosamente denomina “compañeros de ruta”. Escribonio no establece vínculos con el lugar a no ser aquellos que se dan en lo que concierne a la escritura, incapaz de hablar el idioma se encuentra supeditado a una comunicación siempre interrumpida, mediada, desvirtuada. Por lo que también puede decirse que Cuaderno de Feldafing es un paseo a través de los vericuetos de la escritura, su sustancia, su esencia e imposibilidad.
     Desde este propósito surge la escritura del cuaderno, que funciona como instrumento para el conocimiento de sí mismo. En La escritura de sí, Michel Foucault habla del papel que ha desempeñado la escritura para el auto-conocimiento no solo como prueba de verdad sino también – y sobre todo en el caso de nuestro Cuaderno de Feldafing– como aplicación de los movimientos del pensamiento.  Catalogados dentro de los llamados Hypomnemata, los cuadernos son una memoria física, tangible, de aquellas cosas leídas, pensadas, oídas, que pueden ser usadas después como materia prima.(2) Si bien no nos encontramos frente a ese refugio de intimidad más propio del diario con su énfasis en la voz propia, el cuaderno permanece como un ejercicio indirecto del sí a través de las elecciones que realiza entre aquello que quiere recordar y aquello que regala al olvido.
     Y si se habla de los cuadernos como una prueba de verdad, diremos que Cuaderno de Feldafing es la prueba de un exilio voluntario y es también su resultado. Escribonio, a quien su madre en alguna de las cartas decide llamar “mi pequeño exiliado” no habla de su llegada a Feldafing como resultado de un exilio político, tan fácil de suponer al tener en cuenta su nacionalidad. Si cabe seguir llamandolo así es en el mismo sentido que Maurice Blanchot habla del exilio de Rousseau: “No exílio, a que se decide com uma resolução metódica e quase pedagógica, já ele está sob o constrangimento dessa força infinita de ausência e dessa comunicação por ruptura que é a presença literária.” (Blanchot: 1984, 53). El personaje que ha dejado la tierra querida, se exilia y con ello accede a la experiencia de ausencia, intenta entender mejor el significado que encuentra en el Diccionario de Uso del Español que hay en la casa de Feldafing, Melancolía: propensión a la tristeza.
Sabemos que Escribonio – así le dice el escritor cubano que le envía cartas desde Salzburgo – llevaba consigo un cuaderno durante los paseos que realizaba en Cuba. Sin embargo, él mismo nos dice que nunca tuvo un Cuaderno de La Habana y no solo eso, es en Cuaderno de Feldafing donde vendrá a consignar algunos de los que fueran sus recorridos más asiduos en la tierra natal. Muy distinta influencia ejerce la ciudad cubana para el hermano del Filósofo. Para él, todo lo que sucede en la Isla merece ser consignado en su cuaderno, guarda imágenes estereotipadas de lo que se constituye para él en lo exótico, quiere registrarlo todo. Sus ojos de extranjero logran captar belleza en imágenes que son solo detestables para La Madre que se siente condenada a esa patria que odia con orgullo a través de las cartas.  Acaso el Cuaderno es la prueba de alguna transformación en Escribonio a causa de su viaje – lo mismo que Austria ha transformado el estilo literario de su amigo en Salzburgo –, y ahora, tiene ojos nuevos para registrar una realidad nueva. Acaso esa ciudad cubana que recorría no le mereciera más que una voluntad de olvido y solamente ahora, suavizada por la distancia, se transforma ella también para ganar un lugar en la memoria.
     Esa memoria que es Cuaderno de Feldafing alberga datos, encuentros, cartas, sueños, situaciones imaginadas, eventos, impresiones. Es construcción del yo a través de una presencia que de tan calculada pareciera a veces desaparecer, omitiéndose sin ser por ello menos real. No hay lugar para largas reflexiones acerca de sí mismo. Los escasos y muy breves apuntes en torno a Escribonio se relegan a eventos que ceden poco espacio a la subjetividad. No sabemos el nombre real del personaje que tanto puede como no, entenderse como el mismo autor, puesto que se evita la mención de cualquier palabra de tratamiento. La mayoría de los hechos se narran en el denominado Presente Histórico, que no necesita de referentes temporales y no cuenta con el peso de lo tangible ocasionado por expresiones como: el sábado pasado, aquella noche… Suspendidos en ese presente eterno, los eventos más se acercan a cuadros con personajes  que en ocasiones parecieran condenados a ser los mismos infinitamente.
     En tanto que resultado del exilio, Cuaderno de Feldafing es lo que está allí escrito pero también lo que no está y que no obstante forma parte de él, la obra como totalidad de lo que es y lo que no es: “Parte del Cuaderno de Feldafing fue escrito en el tren. Parte frente al lago. Parte no se escribirá nunca.” (Sánchez Mejías: 2004, 135). Y Escribonio se refiere al Cuaderno como libro aunque no lo parezca, aunque los policías le miren con lástima al explicar su proyecto y aunque él mismo tenga problemas para explicárselo. Un libro que abarca no solo su proceso de escritura sino también, lo posterior a su finalización, como si en indefinido proceso  de escritura. A la manera de Marguerite Duras, el libro aquí es una criatura cuya existencia no está circunscrita a la del escritor.
     En palabras de Blanchot: “…renunciamos um pouco ao mundo, pois é necesario escrever escondendo-nos e afastando-nos.” (Blanchot, 1984: 53). De ese modo, nos encontramos con una escritura que construye lo íntimo en que el camino escogido no es, sin embargo,  concentrarse en las percepciones propias. Por el contrario, decide hacer del cuaderno un espacio para escuchar, un encuentro de voces. Volvamos a Foucault: “Los hypomnemata, cuyo papel es permitir la constitución de sí a partir de la acogida del discurso de los otros.” (Foucault: 1983, 3-23). Escribonio consigna el discurso de Hack, datos de diccionarios o libros cubanos encontrados al azar, transcribe las cartas de su madre que está en Cuba y del amigo que está en Salzburgo, así como las traducciones hechas por Cornelia de las declaraciones del Filósofo. La escritura de cartas permite ese doble movimiento de intimidad que consiste en ahondar en la propia vida privada –de ahí la incomodidad de los vecinos mientras La Madre escribe las suyas, pues no hay vida privada en el país – y a la vez entregarse a la mirada del otro. Nuestro Escribonio ha decidido someter a la mirada del lector a dos personajes de los que no conocemos nada aparte de su propia percepción. Y si accedemos a una intimidad y subjetividades más profundas de Escribonio, es a través del discurso indirecto que se establece en dichas cartas. En ellas se despliegan sujetos tanto de acción como de reflexión que configuran una idea de la patria que Escribonio abandonó. Experiencia fragmentada: cartas sin respuesta, diálogos donde solo se escucha una de las voces… es probable que de allí también provenga el reproche que contiene la carta escrita por el amigo: “En términos de escritura, ¡hay que enfrentar la totalidad!” (Sánchez Mejías: 2004, 11).
     Voces y presencias de otros que, no obstante, no se concretan en un proceso de comunicación sino que más parecen señalar su imposibilidad. Waldo Pérez Cino ha hablado de Cuaderno de Feldafing como un libro “sobre la posibilidad de que algo pueda ser dicho.” (Pérez Cino: 2005, 22). Añadamos, un libro sobre la imposibilidad de rebasar la escritura, la sensación que da transitarla y añorar aquello que jamás podrá ser escrito. Dice Blanchot al respecto: “E o escritor muitas vezes deseja não acabar quase nada, deixando no estado de fragmentos cem narrativas cujo interesse consistiu em terem-no conduzido a certo ponto e que deve abandonar para tentar ir além desse ponto.” (Blanchot: 1984, 209).
     Muchas son las reflexiones y alusiones en torno a la escritura que se dan cita en el Cuaderno. La breve mención al libro del cubano Oscar Hurtado que es encontrado en la biblioteca de la casa” no deja de parecer un guiño en reconocimiento a una cierta tradición, así como tienen espacio las largas diatribas contra ciertos escritores de la patria de quienes  el amigo en Salzburgo deplora su oficialidad. Lo mismo cabe la inactividad que invade al escritor y que para Escribonio consiste en echarse en la cama, ese deseo de no hacer y que tanto se recrimina Katherine Mansfield en sus diarios, donde reconoce que tiene las habilidades para escribir, tiene las historias, y sin embargo ¡no logra sobreponerse a la languidez! El concepto mismo de escritor se somete a cuestión a partir del comentario que el ruso le ha hecho a Frau Rilke: “Que quien sólo toma notas no puede ser un escritor.” (Sánchez Mejías: 2004, 106) Convendría recordar a favor de Escribonio, las palabras de Elias Canetti consignadas en La conciencia de las palabras: "Un escritor sería, pues – tal vez hayamos encontrado la fórmula con excesiva rapidez –, alguien que otorga particular importancia a las palabras; que se mueve entre ellas tan a gusto, o acaso más, que entre los seres humanos…”.
     Dos voces sobresalen por su preocupación acerca de la naturaleza y lo concerniente a la escritura: el Filósofo y el amigo de Salzburgo. El Filósofo que se relaciona principalmente con una tradición comúnmente denominada como “universal”, es portavoz de diversas ideas con respecto a la literatura. De la misma manera en que se ha visto a Rousseau como el primero en el género de escritores que están en contra de la escritura pero que se ven obligados a seguir escribiendo, el Filósofo insiste en dejar claro que la literatura no salva a nadie y que es una máquina cualquiera. Al tiempo, reclama la fe como requisito para el acto de escribir. Por su lado, el amigo de Salzburgo – que a su modo nos presenta otra faceta del viaje, del exilio, de su identidad – aparte de asumir claramente una posición frente a los escritores de la Isla, frente a la mezcla entre política y literatura, y de problematizar el exceso de sentido puesto en las palabras, comenta una taxonomía del escritor en que vale la pena detenerse:

“Básicamente hay dos tipos de escritores o, mejor dicho, de hombres: aquellos que operan con la parte oscura de la vida, y aquellos que operan con sus partes visibles…Sin embargo, hay un tercer tipo de escritor, o de hombre, que es el que más me interesa, y es aquel que trabaja con la “luz que ciega”. Ignora la oscuridad,  la luz, o mejor dicho, no las ignora sino que da un paso adelante, y “crea sustancia”. (Sánchez Mejías: 2004, 78-79).

     Y es que a lo largo de Cuaderno de Feldafing se insiste en una suerte de materialidad de la palabra,  nacida de la fe en el acto de la escritura que desborda los límites entre lo palpable y lo no palpable en donde todo funciona como una totalidad. Por tanto, se dice que las palabras pueden ser llevadas por el viento o hundirse en el lago. Se alude a su vida como algo que no se ciñe tan solo al sentido o que se cierra dentro de lo verbal: “…tan reales como un vaso o una flor,  como un ángel o una bota militar” (p. 138). Escritura en que lo ideal y lo material se conforman en unidad.
     Y si el viaje y la escritura son simultaneidad de un desplazamiento interior que acompaña el desplazamiento corporal, no es de extrañar entonces que a través del libro se constituya una relación Cuerpo – Escritura, no como una moneda de dos caras sino como una misma cosa que las funde completamente, en que la interioridad está en relación directa con el cuerpo de aquel que escribe. El constante movimiento se convierte en una condición que define a la vez la escritura, por eso una de las situaciones registradas en el libro es la de un hombre que decide irse a vivir a un tren y desde allí escribir su Cuaderno. Una “necesidad errante” que según Blanchot se vuelve inseparable de la experiencia literaria a partir del caso de Rousseau.
     Y es que en contravía a la opinión de cuño corriente en que la escritura es relegada al terreno de lo meramente intelectual o espiritual, la propuesta de devolver al oficio de escribir el reconocimiento de su faceta orgánica, fisiológica, parece no solo conveniente sino necesaria. Si la literatura no es fruto de ángeles o demonios y por el contrario, es obra de hombres de carne y hueso, cuerpos cansados que insisten en participar de algún tipo de divinidad, entonces hay que preguntarse qué huellas de esa presencia continúan a habitar los libros. Lo ha manifestado concretamente Sánchez Mejías: “Cuando escribo poesía, y muchas veces también cuando escribo prosa de ficción, es mi cuerpo completo el que avanza motoramente en esa actividad.”(3) Esta comunión interior y exterior parece ser una cuestión importante en el Cuaderno pues encontramos comentarios acerca de los efectos de un hígado malo: negligencia, desconcentración, fragmentación…A su vez, el Filósofo increpa a Escribonio acerca de si se lava las manos antes de escribir o comenta las opiniones de su hermano para quien escribir de pie hacía una completa diferencia pues: “Las frases salen ligeras, así se las lleva la brisa caribeña que entra por la ventana.”(p. 116). Escribir es un aprendizaje que tiene tanto de físico que se puede aprender mirando a otro hacerlo, tal como lo hace el Filósofo que aprendió a escribir ¡viendo a su primo Bernhard!  Marguerite Duras lo afirma de la siguiente manera en su libro Escrever: “Essa real solidão do corpo transforma-se na outra, inviolável, a solidão da escrita…” (Duras, 1994: 15) Por esto, la atmosfera es importante, de ahí que la escritora se detenga en el papel de lo que nos es familiar: “…uma certa janela, uma certa cadeira…” aquello que nos rodea y que ejerce influencia en nosotros, por eso los pensamientos se tornan blancos en presencia de la nieve, según Escribonio.
     Sin embargo, la madre de Escribonio continúa sin encontrar algo de interés en ese Cuaderno que el hijo le ha mostrado. Le parece que su hijo persiste en la precaria situación en lo que a talento y oficio de escribir se refiere, se preocupa por lo que el frio de Europa puede estar haciendo con el corazón de su hijo. Como si el viaje no hubiera tenido mayor impacto en él, al menos, no uno benéfico. Y es que si el viaje es esa clase de desplazamiento que deja atrás lo conocido para ir a un lugar “otro” del que habla James Clifford que “…involves obtaining knowledge and/or having an “experience (exciting, edifying, pleasurable, estranging, broadening)…” (Clifford: 1997, 66) también puede ocurrirnos lo que al amigo en Salzburgo: “He huido al centro de mí mismo y no he encontrado nada.”(p. 44) Viajar y sentir que no se ha llegado a ninguna parte, puro esfuerzo que parece vano. Puede ser que efectivamente no haya nada, que tal como lo describe Escribonio a veces ese adentrarse en sí mismo sea como “mirar a un punto ciego” porque de haberlo se acabaría la búsqueda que de acuerdo a Blanchot constituye la génesis de la obra, pero no debe entenderse como derrota. Tales las palabras de William Carlos Williams en su poema A descida que sirven como epígrafe a la novela El viaje vertical: “Nunca a derrota é só derrota, pois / o mundo que ela abre é sempre uma parada /antes / insuspeitada.”  Y un alto en el camino siempre indica que hay ruta por continuar.

Notas

1. Apuntes sobre Cuaderno de Feldafing, de Rolando Sánchez Mejías, por Liliana Patricia Marlés Valencia. Trabajo final del curso “Nação, Diáspora e Exotismo na Nova Narrativa Hispano-Americana” presentado a la profesora Dra. Idalia Morejón Arnaíz.

2. Sánchez Mejías se ha referido a Cuaderno de Feldafing como la “cara oscura y complementaria”  del libro de cuentos Historias de Olmo.

3. Sánchez Mejías en entrevista concedida a Idalia Morejón Arnaiz, consignada en el blog de Lizabel Mónica: http://paladeoindeleite.blogspot.com.br/2009/06/homenaje-en-la-habana-rolando-sanchez.html

 

Obras Citadas

Abraham, Tomás. Los senderos de Foucault. Seguido por un apéndice con tres textos inéditos de Michel Foucault. Buenos Aires. Ediciones Nueva Visión, c. 1989.

Blanchot, Maurice. O livro por vir. Lisboa. Relogio D’Água, 1984.

Canetti, Elias. La conciencia de las palabras. México. Fondo de Cultura Económica, 1992.

Cliford, James. Routes. Travels and translation in the late twentieth century. United States of America. Harvard University Press. 1997.

Colombi, Beatriz. Viaje intelectual. Migraciones y desplazamientos en América Latina (1880-1915). Beatriz Viterbo Editora. 1 ed. 2004.

Duras, Marguerite. Escrever. Rio de Janeiro: Rocco, 1994.

Sánchez Mejías, Rolando. Cuaderno de Feldafing. Madrid. Ediciones Siruela. 2004.

Pérez Cino, Waldo. “La dirección del esfuerzo” en Revista Hispanocubana 22. 2005. Disponible en www.academia.edu/1050328/La_direccion_del_esfuerzo