Dialéctica de la Utopía y de la Distopía: comentarios sobre un reciente libro de Duanel Díaz

Duanel Díaz Infante. La revolución congelada. Dialécticas del castrismo. Madrid: Verbum, 2014. 272 pp.

Ariel Pérez Lazo, Miami Dade College

I

     La revolución congelada: Dialécticas del castrismo, es la nueva contribución de Duanel Díaz a los estudios cubanos y al de un viejo problema que viene interesando a historiadores y filósofos: la aparición y auge de los totalitarismos.
     Díaz comienza analizando la ideología de la revolución cubana. Aún hoy este debate no está cerrado. A diferencia de la rusa, la revolución cubana presenta una mucha más marcada tensión entre su discurso “comunista” y la práctica que parece contradecir el marxismo.
     El autor divide la obra en cuatro partes. Las tres primeras corresponden a lo que se suele definir como “diseño teórico”, aunque sin duda estamos en presencia de un texto con el vuelo de un ensayo. En estos cimientos de la obra sobresale el análisis del guevarismo, en el que más adelante nos detendremos.
     En estos primeros capítulos se hace referencia a la “perturbadora cercanía” entre fascismo y comunismo, expresión de la pasión por lo real que domina el siglo XX, en la que arte y política se hacen indistinguibles, asomándose un tema orteguiano: el del “politicismo integral”, síntoma de la rebelión de las masas.
     Asimismo, estudia la novela policial como la forma estética de la materia revolucionaria, corolario de un inteligente análisis de las relaciones entre estética y política. Este recorrido es realizado desde la mirada de fotógrafos y cineastas (destaca Wim Wenders). De esta forma, Díaz nos inquieta con una pregunta sobre la relativa confusión de los dos objetos de la nostalgia presente en torno a Cuba: la Republica y los primeros tiempos de la Revolución. 
     Aquí Duanel Díaz hace un interesante análisis sobre lo que implica en la Cuba actual, fuera del contexto globalizado donde se verifica, una cierta estimación del aura de la mercancía, en oposición al clásico ‘fetichismo” referido por Marx. Cuba es ahora un lugar lleno de trastos viejos, al estilo de una fantasía de Disney, que han terminado “animándose”.
Finalmente, estudia en la literatura cubana actual cómo se ha registrado la ruina, no sólo del mundo burgués sino también de la propia civilización comunista, en palabras de Rojas, donde la amenaza de las nuevas tecnologías cobraría una significación mucho más profunda (amenaza contra estas mercancías que recuperan su aura, en el sentido de Walter Benjamín) que la anotada por el historiador.

II

     El ensayista se adentra en el estudio de uno de los primeros teóricos de la revolución: Jean Paul Sartre. El filósofo existencialista arribaría a La Habana en 1960, luego de su ruptura con lo que Herbert Marcuse llamara el “marxismo soviético”. Sartre, con su noción de la ausencia de una esencia humana, con su convicción en la libertad absoluta del hombre, haciéndolo capaz de definir radicalmente su “naturaleza”, parecía encontrar en la revolución cubana una confirmación empírica, en desafío al materialismo dialectico diseñado en la URSS, de tipo determinista. Curiosamente, la admisión de leyes invariables de la sociedad y la historia, era un terreno común entre marxismo soviético y las doctrinas económicas imperantes en Cuba antes de 1959: “Sartre desarrolló, por su parte, la tesis de que la revolución cubana manifestaba ‘los límites del pensamiento burgués” en la medida en que se basaba en la subversión de una ideología fatalista que por décadas, ha aherrojado a los cubanos al círculo vicioso de la industria azucarera y la corrupción política” (La revolución 120-21).
     Parte de estas tesis fatalistas eran la expresión “Sin azúcar no hay país” o las propias de la llamada “gravitación política” (John Quincy Adams) que explicaron las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos por espacio de un siglo.
     Cuba había vivido el florecimiento del existencialismo en la obra de autores como Humberto Pinera Llera, y en cierta medida a través de la influencia de Ortega y Gasset, autor que había acuñado la frase de que el hombre no tiene naturaleza. Y aquí se verifica una posible confluencia entre el clima existencialista de la época (y que incluye a los teóricos cubanos, simpatizaran o no con lo que habría de acontecer) y la realidad social que experimenta una drástica transformación:

     En general, sus escritos cubanos, al tiempo que celebran el empirismo de la revolución, proyectan en gran medida una teoría propia (…) como si Sartre hubiera necesitado en la Revolución Cubana una especie de puesta en práctica de sus propias ideas sobre el socialismo humanista, mientras los lideres cubanos vieron en él un propagandista insuperable (121).

     En esta tesis es la revolución la que hace la ideología y no al revés, vemos claramente al Sartre de El existencialismo es un humanismo. Su tesis de que la “existencia crea la esencia”, explica esta otra de que la práctica revolucionaria cubana ha creado la ideología de la revolución y no a la inversa.
     Díaz acierta en ver a Sartre como “tercer descubridor de Cuba”  (quizás debió decir cuarto si a los nombres de Colón y Humboldt, añadiéramos a Fernando Ortiz) pero no por incorporarla a la “tradición hegeliana,” sino a la existencialista, de la que nunca se logró del todo desprender, pese a su tardía inclinación hacia el idealismo romántico alemán.
     Haciendo esta precisión, cobran sentido otras interesantes conclusiones del autor de La revolución congelada, al hacer un análisis de las ideas de Ernesto Guevara y su relación con la revolución cubana. En este sentido, resulta interesante como acude al pensamiento anticolonialista del período, sobre el que no se ha hecho suficiente énfasis en la comprensión de la revolución cubana:

Como en Fanon, la función de la violencia es para Guevara, esencialmente formativa: la violencia es una especie de Bildung para los revolucionarios, el necesario rito de pasaje entre el sujeto burgués y el sujeto proletario (89-90).
Es en este énfasis en la violencia como creadora de nueva subjetividad donde, en mi opinión, hay acaso una diferencia fundamental, escamoteada por Debray entre el guevarismo y el leninismo (90).

     Régis Debray en Revolución dentro de la revolución, había intentado resolver la contradicción que significa la revolución cubana para el marxismo tradicional, pensado para una clase obrera o un partido que la encarnara como vanguardia. Sin embargo, como bien apunta Díaz, este compromiso buscado por Debray intentaba escamotear lo específico del guevarismo que al mismo tiempo explica el decurso de buena parte de la primera década revolucionaria:

“Si Lenin, a diferencia de Rosa Luxemburgo, se alejaba de la idea marxiana sobre la espontaneidad de las masas y la determinación estructural de la revolución pero así legitimaba a la vanguardia en la misión histórica del proletariado, en el tándem Guevara-Debray, al igual que Fanon, se diría que se da un paso más lejos, porque no hay nada equivalente a la universalidad concreta que encarna el proletariado (…)” (90).

     Guevara encuentra que si no hay un proletariado que pueda hacer la revolución como en Marx y en Lenin, deberá ser la violencia la que pueda lograr el paso a la sociedad comunista: “(…) ese abismo entre las aspiraciones oscuras de las masas populares y el programa del guerrillero revolucionario, solo se podrán salvar mediante la violencia” (90).
     Estas divergencias teóricas entre el marxismo “soviético” y el guevarista explican el intento de teorización de la revolución que dio lugar a la creación de la revista Pensamiento Crítico en los años sesenta. Es imposible entender este período del pensamiento cubano sin las coordenadas analíticas trazadas por el autor de este nuevo ensayo.
     Esta importancia de la violencia, elemento destructor e irracional, según Díaz, acerca a Guevara a Sorel, el mismo autor que Ortega y Gasset habría identificado como antecedente teórico del fascismo italiano. Un socialismo voluntarista y no simplemente el nacionalismo, explicaban las ideas de Mussolini.
     Precisamente, el autor de La rebelión de las masas explicó en dicha obra por qué las masas intervienen violentamente: es resultado de una previa insubordinación intelectual. Lo curioso es que esto ocurriese en Cuba, país que según la propaganda socialista estaba lejos de compartir los niveles alcanzados por Europa y los Estados Unidos. El fenómeno revolucionario “soreliano” o en términos de Ortega, de “rebelión de las masas”, desmiente esta identificación de Cuba con un subdesarrollo a secas y sin matices antes de 1959. La Cuba “sobrada de medios” de los años republicanos había producido este hombre masa que ahora substituía al simple proletariado de Marx e imponía su dominio a través de la violencia. Un hombre masa nacido, más bien, de la clase media y no del clásico proletariado. Es lo que explica por qué la revolución triunfa en Cuba y no pudo hacerlo en el resto de América Latina y por qué la clase obrera jugaría un papel bien modesto en la misma:

Justamente, la distancia entre Marx y Sorel equivale a lo que Lenin llama teoría: la diferencia entre una comprensión intelectual que sigue de algún modo unos lineamientos que están ya en la realidad histórica y una celebración irracionalista, romántica de la violencia que puede derivar finalmente en el fascismo (87).

     Es en el elemento irracional, ajeno al racionalismo del marxismo, donde hay que ver el origen de la revolución cubana y su “guevarismo” de los años sesenta. La confusión entre marxismo e ideología de la revolución, ha oscurecido durante mucho la singularidad de la revolución, hecho que resulta revelador, a nuestro juicio, de por qué Cuba no siguió el mismo destino de otras experiencias “socialistas”.
     Y es interesante que Duanel Díaz haga este paralelo, cuando la discusión en torno a la compleja relación entre fascismo y comunismo aún no ha concluido. Me atrevo al menos a afirmar que no conozco otro trabajo que la aborde, al menos con igual amplitud, en la historiografía cubana, donde la impronta del fascismo se limita a algunas tesis de Alberto Lamar Schweyer, del ABC o a las expresiones como La historia me absolverá (similar a la de Hitler en Mi lucha) o con “la revolución todo, fuera de la revolución nada”y su paralelo con una frase similar de Mussolini(“Conel Estado todo, fuera del Estado, nada”).
     En este sentido, la etapa guevarista de la revolución cubana comparte la misma fuente del fascismo italiano: las tesis de acción directa de Sorel, y explica por qué quizás, cada cierto tiempo, asomen dentro de la retórica oficial cubana, ciertas expresiones anti-intelectualistas, fenómeno que ha vuelto a ocurrir en fecha muy reciente.
     Anteriormente se ha intentado señalar la diferencia entre marxismo y castrismo, tal es el caso de Luis Ortega, mostrando cómo Castro heredó el método de los grupos de acción, cuya estrategia recuerda mucho a la “acción directa” de Sorel. El trabajo de Duanel Díaz suple algunos de los eslabones de la cadena intelectual que va de Sorel a Castro, e ilumina el por qué de la recurrencia de la tesis de la similitud con el fascismo italiano. La ausencia de antisemitismo y supremacía racial no elimina estas otras analogías teóricas que Díaz ha sacado a la luz. 

III

     Por supuesto, he hecho énfasis en estos análisis de corte filosófico e histórico que no agotan La revolución congelada, de Duanel Díaz, pues, también revelarán el paso de la ruina de la República a la ruina de la Utopía revolucionaria. Es interesante como Díaz analiza la célebre consigna lanzada por Castro en 1961: “Con la revolución todo…”, hecho que obedece a la compleja relación entre estética y revolución donde la Revolución es “en sí misma la más acabada obra artística” (37). Duanel Díaz matiza la relación de Guevara con Sorel cuando dice que “el énfasis en la violencia revolucionaria (…) permanece sin embargo dentro de la línea maestra de la propia tradición marxista del siglo XX, en la medida en que conserva esa piedra angular del leninismo que es la afirmación de la vanguardia revolucionaria”. Sin embargo, esta precisión del ensayista no disminuye el linaje común de los dos fenómenos aquí mencionados: fascismo y guevarismo.
     En la raíz de las políticas anti-intelectuales desarrolladas por la revolución, se encuentra la idea, sacada a la luz por Duanel Díaz, de la comprensión de la revolución como obra de arte. Este trabajo viene a dar un marco teórico a valiosos antecedentes como La fiesta vigilada, donde aún el realismo era rechazado por la vanguardia revolucionaria y este rechazo de “la fiesta” es explicable desde la estetización de la política. Si la revolución es concebida como un principio de alteración de lo natural y creador de una nueva realidad, si absorbe el carácter “activo” que el pensamiento burgués relegaba al arte, entonces este último pasa simplemente a ser reflejo del objeto en ciernes, la revolución.
     La revolución congelada, tomando estos presupuestos, profundiza en las claves del desarrollo literario durante de la revolución y esto consume parte importante de la obra. Sólo me he limitado a exponer y comentar brevemente el andamiaje teórico que utiliza el autor para sus fines que abrazan la historia, el pensamiento y la literatura que considero altamente sugestivo y señalan un nuevo estadio en la comprensión del fenómeno que acumula ya más de medio siglo en la historia cubana.