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La lengua suelta


 La lengua suelta no. 10

Donde Rosita Fornés explica la punzada del guajiro

Fermin Gabor

     Hace unos años, enterado de que Emilio Ichikawa había decidido quedarse en el exilio (ya habían salido de Cuba Osvaldo Sánchez, Iván de la Nuez, Rafael Rojas, Malanga y su puesto de viandas), el  doctor en Ciencias sobre el Arte Rufo Caballero, anunció que en la isla solamente quedaba un pensador de la cultura y ese era él. Conductor de un programa de televisión, habitualísimo de las revistas nacionales y encargado de la sección de misceláneas de "Revolución y Cultura", en adelante se vería obligado a cubrir todos los frentes, a tratar cualquiera de las formas en que el Espíritu quisiera manifestarse. Y desde entonces RC baja su metatranca en todos los apeaderos de la Cultura. Pero lo que lo ha hecho de veras único en nuestro pensamiento cultural son esos toques autobiográficos que él coloca en sus análisis, no importa de cuál tema traten éstos. 
     Se estaría tentado a creer que él emprende la crítica de una película con el secreto objetivo de  inscribir sus ocurrencias: "Como a todo el mundo, muchas veces me han preguntado qué me hubierabailarín  gustado ser en la vida. Voy a responder aquí. Me hubiera gustado ser... bailarín. Bailarín clásico. De adolescente me imaginaba en los saltos vertiginosos y el gesto más hermoso, sosteniendo con  donaire a la bailarina. Pasó el tiempo y la vida, o este cuerpo que habito, me sugirieron que no, que  mejor me dedicaba a mi segundo gran amor, ya hoy el primero. Y aquí estoy, de escritor, sin que me vaya demasiado mal". ("La Gaceta de Cuba", número 1, enero-febrero 2001) 
     Le piden por estos días que presente un número de esa revista y todo su discurso termina en una  coqueta disquisición acerca de su propia fecha de nacimiento. Y ahora nos cae en las manos su libro
El canto del quetzal (Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2002), en el que narra su estancia en  México para recibir un premio ("corolario a muchos años de laboreo", reconoce) y, quien guste de lo  picúo, lo cursiñán, la cheancia, que no deje escapar este volumen, la más grosera fábula de  autolegitimación que pueda imaginarse.
     Su autor gana un premio literario, cuenta la ceremonia de premiación, nos larga el discurso leído en ella, pega a esto unas cuantas reseñas de películas, algunos paseítos, unos cuantos piropos a su mujer (que está de bala, a juzgar por las fotos), cartas inéditas de algunos intelectuales  desaparecidos, y ya está armado el libro. Se dice fácil, claro. Sin embargo, ningún otro cubano ha  tenido talante para darse bombo así. Ni Yoyó ni Mimí, ni Miguelillo Barniz ni Pablo Armanducho  Fernández. Ningún otro escritor del patio tiene en sus zapatos los soportes ortopédicos que permiten  tal empuje. Y hay que reconocer que la literatura cubana está en un punto en que se debe agradecer  hasta el descaro.
perrita auxiliar     El primero de este libro aparece un poco velado: RC compara su matrimonio al de Luis Cardoza y Aragón con Lya Kostakovsky. Descaro segundo es arrimarse a Gabriel García Márquez como una perra ruina a la pata de un pantalón blanco.
     Días antes de que el premio le sea otorgado, RC comprueba lo poco que interesa él a los periodistas, más deseosos de dar con el Nobel colombiano. La llegada de éste a la ceremonia, acompañado de su esposa, dispone a nuestro autor a otro de sus ejercicios translaticios de pareja. Y muy pronto el colombiano siente un irreprimible interés por el cubano, el viejo escritor por el joven. "Él me observaba fijo, como tratando de conocer el posible enigma del 'nuevo intelectual americano'". (Lo dejó claro Almeida, comandante y bolerista: "Esa mujer lo que quiere es que la miren".) Al ver cómo la prensa acosa a García Márquez, RC se apena por el famoso. Aunque, a la larga, es pena por sí mismo: "En realidad García Márquez era la magnificación de mi propia pena, de mi misma  experiencia de fragilidad. Un lustro atrás escribí y conduje en la televisión cubana un programa para la apreciación estética del cine y mi rostro (...) empezó a ser conocido, compartido, vapuleado,  infamado, bendecido. La gente me rodeaba en los restaurantes, en la calle, en los taxis". 
     Perseguido hasta el catre, cercado por linchadores y admiradores vampíricos, RC decide alejarse de la televisión: "En mi mejor momento de incidencia popular, lo dejé todo y volví a mi gabinete, a la  lúbrica complicidad con mi ordenador..." García Márquez, en cambio, está fuñido de fama. RC lee suGarcía Márquez escruta el menor sonido que de mí emana...  discurso y el colombiano no le quita ojo: "García Márquez escruta el menor sonido que de mí emana". 
     Terminados los discursos, la Marquesa de Macondo (como Reinaldo Arenas le espetara) anuncia a la prensa que, de saber todas las cosas hermosas que el premiado diría, no lo hubiera dejado hablar. RC lo toma como cumplido y aprovecha que algún periodista le dedica atención para meter cuerpo: "le conté que, cuidado, con todo y los elogios mutuos, García Márquez y yo teníamos una relación medio que de amor-odio, pues mientras me encontraba contratado en su país como crítico de cine, escribí alguna que otra crítica que pudo crisparle". 
     Y el último de los descaros aproximativos empuja a RC, gracias a obesidades parecidas, a iguales obstinaciones en residir en Cuba y al gusto por la poesía, a arrimarse al mismísimo José Lezama Lima. 
     Pero "El canto del quetzal", además de un sostenido asedio al espejo, es la crónica detallada de un viaje. Su autor intuye, antes de llegar a México, que "allí seremos rabiosamente felices y que la  vida, que es buena y es hermosa, siempre vale la pena vivirse". Ya el aeropuerto consigue de él esta  perla de tratado cultural: "Hay una eterna fila en estructura zigzagueante porque a México entran  diariamente miles de personas de todo el mundo, primera y elemental condición para un dosificado  cosmopolitismo que nada propio desdibuja". Y el viaje entero podría resumirse así: "México es un  país, y sobre todo una cultura, tan pero tan grande, que sabe vivir hasta de su decadencia, está  definitivamente por encima de su bien y de su mal". 
     Las ciudades visitadas le despiertan un envidiable estilo de folleto turístico: "Sueño de poetas,  ambición de filósofos, retiro de hombres hastiados del vago y vano mundanal (sic), Querétaro es la  vívida estampa de la gracia arquitectónica y la hospitalidad del transeúnte". Y para qué hablar de sus reacciones ante la pintura. Frida Kahlo es "esa mujer emblema que alcanza a abrazar toda una cultura y una condición: la neurosis del artista contemporáneo, su inestabilidad emocional que regala  más de una invalidez". Kahlo se le aparece "titilante en su soledad" y Tamayo de este modo: "Me  muero de la pena, estoy, o soy, muy generoso, pero Tamayo también me parece un genio". 
     Después de Van Gogh no hay más pueblo: "Enfrentar un Van Gogh constituye uno de esos momentos de iniciación únicos en la vida: la vida no es la misma después que se conoce el amor, que se tiene un hijo, que la madre se muere, y que uno tiene delante un Van Gogh. (...) Van Gogh era Dios, y yo lloraba". 
     Muchos más campos son abarcados por nuestro único doctor en Riquezas del Mundo Interior. La cultura rusa, digamos: "sabemos que la cultura rusa ha sido de siempre muy sufrida. Yo, que la adoro, a la cultura rusa digo, pienso sin embargo que la vida es buena y es bella y que saber vivirla con alegría es importante". O las relaciones entre música y cromatismo: "La música pop, por ejemplo, me parece casi siempre rosada, y el rosado es un color muy difícil". 
     Uno lee las frases anteriores y llega a añorar aquellos pasajes donde el autor vierte su  metatranca. Vaya una frase: "Hay un azar concurrente que, entretanto, ata hilos en la bruma de una  inconexión que se anuncia como descifrable cuando todo lo contrario ocurre". A cogerlo, que no tiene  espinas: diez fulitas a quien logre su desciframiento. 
     Se deja la lectura de "El canto del quetzal" por prestarle atención a textos más sesudos del propio RC y enseguida esos mamotreticos hacen echar de menos lo que el quetzal cantaba. Porque mientras más se trata al rufián más se extraña al caballero. Y viceversa. 
     No es arduo aventurar entonces que RC se vale de jerga postdisneyana para no soltar las  elementalidades de una tía abuela. Habla en parábola con tal de no hacer pública la verdadera receta del flan de calabaza. 
     Bastante de parábola (y de confesión) tiene el más narrativo de los episodios de este nuevo libro suyo. Está el autor con su mujer en una librería del DF y algo le llama la atención. "Oh, oh, allá atrás pasa algo. Detrás de aquel estante algo se mueve con dureza y percibo unos bramidos; alguien se ha situado justo allí para que no lo registren los espejos, y como la librería es tan grande, allá al final llega muy poca gente (...) Temerario como soy me acerco con cuidado hasta darme cuenta de que un chico se masturba, se masturba con una violencia que me hace envidiar mis quince años". 
     Alto a la cita para dejar establecido que resulta impensable que alguien, ni siquiera él mismo, vaya a ponerse a envidiar el carapacho quinceañero de Rufito C. 
     "El chico me mira, detiene un instante el movimiento, y como ve que no me muevo, que no lo El chico me mira por un instantedelato, dirá que es un tío mirón (...) lo cierto es que sigue en lo suyo. Con la coartada del  voyeurismo, me acerco y veo que el chico tiene delante 'El nombre de la rosa', de Eco, y lo tiene  abierto. Cierra los ojos. Eyacula finalmente sobre alguna página del libro, se guarda lo suyo, y quiere  irse". 
     Pero RC no va a dejarlo escapar así como así. Francamente, él no se interesa por "lo suyo" del  mexicanito, sino por practicar el voyeurismo. Mirar no le interesa tanto como ser clasificado de mirón.
Más que las anatomías, el doctor ama las taxonomías.
     "Lo acompaño a la puerta y ya afuera casi le obligo a que me cuente por qué hace eso, si no lo delato (...) Vengo todas las semanas, me dice. Soy Adso, y me parece irresistible la atmósfera del monasterio, el escondite del sexo, el encuentro de la flor. Soy Adso y vengo al ritual, nada más me preguntes".
     RC busca a su mujer, le cuenta todo, pide permiso para gastar de la bolsa común y sale a regalarle al muchacho un ejemplar de la noveluca de Eco (¿busca acaso que el performancer repita su numerito?). Il ragazzo, sin embargo, declina tal regalo y acusa al doctor en Ciencias Metatránquicas de no haber entendido: lo de él es hacerlo en esa librería, con música de "Maná" de fondo. Así que nuestro desahuciado amigo se trae el libro a casa y al escribir de aquel encuentro vuelve a divisarlo: "Miro a mi estante y ahí está 'El nombre de la rosa'. Mayra me sorprende, sonríe y cambia la conversación. No sé por qué, pero tengo una erección."
     Rufi a los quince años, Rufo agarrando premio, en esta otra conformándose con no ser bailarín, con lágrimas frente al primer Van Gogh, aquí con erección por un recuerdo azteca: "El canto del  quetzal" no hace más que lanzar a la cara del lector un albúm de familia. Mayra es la esposa en ese álbum y gracias a un vestido suyo descubrimos el objetivo final de RC, el hacia dónde encamina éste su carrera. Pues antes de emprender viaje el escritor regala a su mujer "un vestido negro (...) que  enardecía su belleza al punto de parecer oportuno sólo para acompañarme a recoger el Nobel". 
     Oye tú, ¿cómo se dice quetzal en sueco? RC ha tenido el coraje de publicar lo que tantos otros se permiten creer en el insomnio o en la borrachera, o a solas en la ducha. Ha confesado sus mayores deseos y mayores arrobos sin importarle burla de quien vaya a leerlo. Y lo único que falta enRicardo Riverón listo para bucear en las esencias de El canto del quetzal su libro es una estancia en la casa natal de Mario Moreno, porque su buen museo de Cantinflas habrá por México.
     Ricardo Riverón Rojas ha dicho que este libro "devela esencias" y encuentra en él "agudas  reflexiones sobre el oficio, las venturas y desventuras del escritor". Alberto Abreu afirma en "La Gaceta de Cuba": "Pocos libros como éste, en su apariencia tan encantadora, son el resultado de un
proceso escritural tan intrincado y complejo; de una tensión semejante entre textualidad y saber,  lenguaje y pensamiento, que contaminan el espacio mismo de la representación literaria". Y  refiriéndose al episodio del masturbadorcillo mexicano recomienda leerlo con atención "aunque para
ello necesitemos el alma y el aliento de los grandes alpinistas".
 

La lengua suelta no. 9

En fila india, pelados que dan grima

Fermin Gabor

     Sábado y suplementos culturales son, como se sabe, una sola cosa. Y el sábado comienza (al La Jiribillamenos para mí) con la lectura en pantalla de La Jiribilla. Porque algo me hace sospechar que la suerte del día, y hasta de días sucesivos, depende de lo que traiga ese cajón de sastre que lleva ya dos años de publicación gracias al apoyo de varias instituciones gubernamentales (y cuál no lo es en la isla) cubanas.
     No puede entonces menos que alegrarme el que ahora se alce a vivir en lo táctil, que La Jiribilla aparezca en papel. En La Habana, en un salón de la UNEAC, acaba de presentarse el número cero y la revista en la red ha puesto a disposición de sus lectores lejanos los discursos y un albúm de imágenes. Albúm de época como todos, éste lo es más aún porque parece de fecha muy anterior a este atribulado 2003 que vivimos.
     Para darse cuenta de ello no hay más que recorrer los rostros que en tal presentación ocupabanCarlos Martí, Antón Arrufat, Ricardo Alarcón, Graziella Pogolotti y Abel Prieto... tienen mulé primera fila. Roberto Fernández Retamar, Abel Prieto, Graziela Pogolotti, Ricardo Alarcón, Antón Arrufat y Carlos Martí sentaditos silla con silla. (En segunda fila Reynaldo González, detrás del ministro, hasta que le den el dichoso Premio Nacional de Literatura, y Marilyn Bobes, quien en una de las fotos luce como su propia abuela. En tercera o cuarta, Ambrosio Fornet, Basilia Papastamatiu y otras hierbas del vergel. Muy pocos escritores y ninguno de menos de cincuenta años.)
     De esa primera fila extraigamos, como en tantos desalojos fotográficos, a Ricardo Alarcón. (Los políticos suelen interesarnos poco.) Retamar, Prieto, Pogolotti, Arrufat y Martí, ¿qué nos dicen tan ilustres cabezas?
     Mejor no intentar aquí el estudio de sus desvaríos (Prieto, por ejemplo, ha vuelto a soltar en entrevista que las leyes del mercado son, para la cultura, peor que los censores de Stalin), sino el de sus apariencias. Y, al respecto, el albúm de imágenes publicadas por La Jiribilla lo está diciendo a gritos: ¡qué mal peladas están esas cabezas!
     Retamar porta cagua, pero se le salen por detrás unas mechas que dan rasquiña. Pogolotti parece Retamar, retama con guayacoluna yakuza de película japonesa de serie B (se salva porque es ciega). Con una barba de malvado de aventuras, Martí embaraja lo de su cabeza como embaraja con su cargo lo mal poeta que es. Y a Prieto y Arrufat, sin cagua ni barba ni ceguera, el rayo los parte en descampado. Mirándolos en esa facha uno llega a preguntarse si no los habrá cortado a los cinco la misma tijera. Y entran deseos de ser por un momento (sólo por un momento) Reynaldo González o Marilyn Bobes, espectadores tan privilegiados que alcanzan a mirarlos por detrás.
     Para averiguar a qué obedece ese aire común, tal como si los cinco formaran una banda (dicho enMarilyn Bobes, la Boba en el pajar cualquiera de sus posibles sentidos), hemos tenido que recurrir a un barbero especialista en cortes históricos. (Últimamente hemos dado turno de palabra a discutidores de béisbol y ahora a un fígaro: abogamos desde aquí por la masividad de la cultura.) Felo (que así lo llamaré) ha sido en varias ocasiones el encargado de poner las cosas en su sitio. Fue él quien determinó que lo que Nisia Agüero se hace en su cabeza no es más que un Pompadour aplatanado, y lo que hasta hace poco paseaba Rosa Elena Simeón en propio o en peluca, un Arlequín. Y, respecto a los cinco, Felo no tuvo más que echar una ojeada a la foto de La Jiribilla para dictaminar: “Lo que tienen es mulé”.
     “Ahora lo que tengo es mamey”, rezaba un estribillo de la misma época de esos pelados. Coimbre tuvo una china, según Arsenio Rodríguez. Mendó tenía el ritmo upa-upa. Pero, ¿qué es eso de mulé que se aloja en las cabezas hasta dejarlas así? Viene del inglés “mullet” y mi consultado Felo lo explica así: arriba corto, pegado en las sienes y largo por la espalda. O sea, atajé, lo que se dice un McCartney. Felo dixit: un McCartney, un David Bowie glam como Ziggy Stardust, un Lionel Richie, un Abel Prieto. Los ochenta, la ridiculez misma, lo cheo en sí y para sí. Hasta el punto que, según el Oxford English Dictionary, “mullet head” viene a significar “stupid person”.
     Y ahí estaban, con sus distintas longuras, that five mullet heads en la presentación del number Lisandro Otero (no la Bella Otero), Alexis Díaz Pimienta (el repentista del Partido) e Iroel Sánchez (el roedor del ICL)cero de The Jiribilla. Y Felo me propuso seriamente que, ahora que vuelven los rumores de que Prieto cesa como ministro, podrían hacerlo presidente de la Asociación Nacional del Mulé tal como Charlton Helston preside la del Rifle. “Hacer de cada pelado un arma de combate”, sería la consigna.
Y a quien considere exagerada la consigna anterior lo remitimos (aquí Felo metió mano a la recortería de sus archivos) al origen indoamericano del mullet. Pues, según un especialista en culturas autoctónas norteamericanas de la Universidad de Harvard, los indios creían que el espíritu de cada uno reside en su cabellera (siempre hubo poco indio calvo) y el mullet les servía a la vez de alarde y precaución. Corto arriba, el ojo enemigo no podría echarle mal. Largo atrás, escondido tras la nuca, apuntaba al poder de la tierra (Joyce Chang, Mullet mania, en Men’s Fashions of The Times, The New York Times Magazine, spring 2002, pp. 64-66).
     Y si es citado viejo ejemplar de periodiquete yuma, ¿por qué privarnos de hacerlo con nuestro Granma? Según su edición del 7 de junio de este año, el famoso payaso Oleg Pópov se queja de la jubilación que ahora recibe en Rusia. Tuvo en el régimen anterior cuatro órdenes nacionales de mérito, tuvo la orden Lenin y la distinción de artista emérito de la Unión Soviética, viajó por todo el mundo, fue excelente payaso, y ahora lo que le dan es calderilla, humo de samovar.
     Del Granma puede saltarse entonces otra vez a La Jiribilla: uno vuelve al album de fotos y llega a comprender qué hacen peinados del mismo modo, en son de batalla, esos cinco indios de la primera fila. “Un buen payaso necesita cuarenta años hasta que encuentra su cara”, dice Granma que Oleg Pópov afirmó entre sus lamentos.
 

La lengua suelta no. 8

Hablando de pelota en la Esquina Caliente

Fermin Gabor

     Una de las escasas instituciones habaneras dictadas por la espontaneidad se reúne a diario en el Parque Central (antes tuvo otros emplazamientos) para discutir de béisbol, de pelota. Es el único parlamento cubano valedero, aunque sea tan inefectivo como el Nacional. La bibliografía pasiva del béisbol nacional se escribe allí. Y allí puede encontrarse la curiosa cohabitación de la opinión voceadaLa Esquina Caliente a gritos y la condescendencia. Democracia a grito pelado, guapería en el ágora, al alcance de la oreja de mármol del Apóstol Martí, a quien (tal vez por ello) le han restado recientemente altura de su pedestal. Para que oiga.
     Y ha sido a esa institución, a la Esquina Caliente del Parque Central, adonde han llegado ecos de un extraño partido de pelota celebrado entre escritores y gente del mundo editorial para celebrar la Jornada Nacional del Libro. 
     En tantos años de reunión de críticos beisboleros no se había visto mayor estupefacción. “¿A dónde vamos a llegar, caballeros?”, preguntó sin falta un apocalíptico. “¿Y qué hace tanto ganso en la pelota?”, otro lo interrumpió. “Alguna mecánica estarán escondiendo”.
     Arturo Arango (jefe de redacción de La Gaceta de Cuba), Norberto Codina (director de la misma revista), Fidel Díaz Castro (director de El Caimán Barbudo), Alexis Díaz Pimienta (repentista en cuanta timba oficial se implemente), Eduardo Heras León (director de taller literario), Angel Santiesteban (narrador sin cargo), Iroel Sánchez (presidente del Instituto Cubano del Libro), Enrique Ubieta (director de la Cinemateca de Cuba), Omar Valiño (director de Tablas) y Yoss (narrador sin cargo) fueron algunos de los divididos en equipo Verde y equipo Amarillo. “Ninguno debe valer nada en su trabajo”, fue el dictamen general de la Esquina.
     Mucha desconfianza en la literatura (por no hablar de irresueltos conflictos adolescentes) habrá cubierta de la nueva Historia de la Literatura Cubanallevado a ese grupo de intelectuales y de administradores de lo intelectual a un stadium para celebrar la salida del primer volumen de una Historia de la Literatura Cubana (que con papa se la coman) y el relanzamiento (ya que no hay libro suyo nuevo) de un título de ese escritor en el banco de espera que es Ambrosio Fornet.
     Tal vez no sea coincidencia que, mientras suceden asuntos bien graves dentro del país, un grupo de escritores haya elegido la ligereza de piernas de quien pasa por todas las bases, y tapiñe lo bochornoso nacional con gritería de las gradas. Muchachones no importa sus edades y sus jetas, consideran al béisbol entre sus preocupaciones y van más allá de los partidos televisivos: juegan. Demasiado tiernos, sin embargo, para la política, evaden el juego de siquiera pensar la cochambre nacional, y se abrazan (con el pretexto de un hit) con algunas de las más vociferantes autoridades culturales.
     De modo parecido, Nancy Morejón agarra su réplica del machete del Generalísimo Máximo Gómez y da la carga (junto a Martha Valdés) en una carta que pide a viejos amigos que recapaciten su condena al gobierno cubano. (José Saramago, acabado de caer de la mata, ha cerrado su solidaridad con líneas resumibles en: “Yo no camino más, yo me siento”.) Firman dicha misiva Miguel Barnet y Pablo Armando Fernández y Roberto Fernández Retamar y Abelardo Estorino y Senel Paz yFina y Bella García Marruz. Alicia Alonso y Graziella Pogolotti, ciegas estas dos últimas. Y la pareja católica García Marruz-Vitier pasa por encima de la pena de muerte y también firma.
     Por otra parte, Desiderio Navarro hace que un número de su revista Criterios dedicado a la globalización sea presentado por mayimbes no menos globalizadores (a escala nacional) que el gobierno norteamericano o la más ubicua de las hamburgueseras. Navarro, junto a otros, se entretiene en manifestaciones contra un facismo exterior del cual, al parecer, no tenemos ni pizca entre nos. Corean el “No Pasarán” porque aquí ya está pasando. 
     Agarrando machetes honoríficos, palmeteándose con directores en campo donde todos sean iguales y no valga la inteligencia, escribiendo jimiquerías a antiguos cúmbilas de la izquierda mundial y orientando el cacumen a horizonte lo más exótico posible, buena parte de la intelectualidad cubana de la isla hace un hermoso grupo batistiano.
     Que un juego de pelota sirva como protesta pública, signo de rebeldía, se había visto ya hace décadas entre pintores del patio. Ahora puede valer como sello de alianza entre escritores y censores políticos. Sea. Quien coleccione postalitas de peloteros no debe perderse las de Verdes y Amarillos en el número 100 de La Jiribilla.
     Rafael Hernández, director de Temas, ha dispuesto que en la peña de pensamiento que su revista organiza cada mes el tema sea: “Con las bases llenas. El béisbol y la cultura de debate”. La invitación reza así: “se trata de un intercambio de impresiones entre el público asistente y los miembros del panel (dirigentes deportivos, sociólogos, periodistas y escritores) acerca de las características y proyecciones del debate popular sobre la pelota, y en qué sentido puede servir de modelo para el desarrollo de la cultura del debate en Cuba”.
     Lamentablemente, ninguno de los asiduos a la Esquina Caliente a quienes he extendido la invitación piensa asomarse por allí. Porque les huele a encerrona. Y uno de ellos lo ha explicado de este modo: “Intelectuales que piensan mal y prefieren ponerse a jugar pelota. Luego juegan tan mal que empiezan a justificarse con su blablablá”.

     Y en la Esquina Caliente no están para ese engome.
 

La lengua suelta no.7

Feria del Libro en La Habana o “arrolla, cubano, que esto es tuyo

Fermín Gabor

     Se acabó el whisky en casa de Pablo Armando Fernández y dieron por concluida la Feria del Libro de La Habana. A Pablo Armando le habían descargado un camioncito de pertrechos en la puerta de Pablo Armando Fernández... unos traguitos más tardesu casa en Miramar, la feria estaba dedicada a él. Lo editaron y lo reeditaron (lo que no es seguro es que lo lean), y para alegrarle sus últimas chocheras trajeron desde Guadalajara las banderolas que pintara para aquella otra feria el pintor Waldo Saavedra. 
     Con tales mamarrachos quisieron maquillar los muros de La Cabaña y emergió de esos muros el pasado de la fortaleza: crímenes y sangre. (Una bandera pintada por Saavedra pone los pelos de punta, refleja el cúmulo de abyecciones que conforma un país. Su bandera cubana en un muro de La Cabaña daba entre miedo y asco.)
     De México también llegó Lisandro Otero. Le otorgaron el Premio Nacional de Literatura y lo agradeció como si le hubiesen devuelto la nacionalidad. Se sintió definitivo: “Al desaparecer en el polvo de la tierra, tras haber dejado atrás infortunios y adversidades, nuestro paso permanecerá en la memoria por el afán de alcanzar cimas de difícil conquista”. Le dio por los desmayos, los desvanecimientos, los terepes: “Me desvanezco de la escena con la certidumbre de que a nuestra generación sucede una hornada con su manera propia, siendo más tolerantes que nosotros, más abiertos al mundo, mejor dotados para los combates que vendrán”.
     Y se hizo perdonar su fuga a México: “Antes había sobrellevado una época difícil durante la cual fui relegado a una silenciosa inercia antes de mi consumación. Fue imprescindible buscar un hálito robustecedor que me permitiese continuar mi camino”. Pero allá, en la Región Más Transparente Del Aire, no dejaba de pensar en su terruño: “En esa etapa peregrina siempre habité en Cuba, respiré nuestro aire, imaginé un horizonte de yagrumas en cada paisaje”. 

     (Ni el más cursi paisaje pintado por el más cursi epígono del muchas veces cursi Tomás Sánchez hubiese podido perpetrar ese horizonte de yagrumas. Con él Lisandro Otero demuestra ser el mayor de nuestros escritores siboneyistas. Siboney hasta la médula, nada azteca se le pegó por vivir fuera.) 

     A tomarle el whisky a Pablo Armando vinieron los norteamericanos Russell Banks y William Kennedy.  Una investigadora británica autora de un nada desdeñable tratado sobre las empresas culturales de la CIA durante la Guerra Fría reavivó la nostalgia de los más viejos por aquellos años. Le dio cuerda a la batalla de ideas, sirvió en bandeja la misma coartada de siempre, de hace cuarentitantos años.
     Las editoriales extranjeras, con presencia cada vez más empobrecida, vendieron en dólares. Los países andinos, a quienes estaba dedicada la feria, no trajeron lo mejor de lo suyo. Venezuela dio prioridad a su presidente y toda la narrativa de la región pareció concentrarse en Gabriel García Márquez y en sus recién aparecidas memorias. Hubo marea de libros cubanos políticos, presentaron por tercer año consecutivo la novela de Abel Prieto (en tercera edición o cuarta edición ya). Ningún espía preso y ningún inventor de champú biotecnológico de placenta se quedó sin su librito. La muy insípida literatura nacional tuvo su espacio y se presentaron obras de Dickens, Diderot, Zola, Joyce y Chéjov. (Lo más contemporáneo fue la “Lolita” nabokoviana. Nada de la literatura universal de los últimos cuarenta años pues la colección Huracán es asesorada por Ambrosio Fornet y Antón Arrufat, jóvenes del danzón.)
     De Puerto Rico llegaron los libros de Plaza Mayor, una editorial que dirige la cubana Patricia Gutiérrez Menoyo. Plaza Mayor había estado ya en ediciones anteriores de la feria habanera, había formado parte de la presencia cubana de la isla en la Feria del Libro de Guadalajara. Su directora estaba cujeada en negociaciones con autoridades cubanas, pero está en la naturaleza de esas autoridades sorprender incluso a los muy avisados. 
     Y, para empezar, le prohibieron a un presentador: Antonio José Ponte. Luego, con malevolencia mayor, impidieron que se presentara el libro de Félix Luis Viera que hablaba de lo carcelario revolucionario en los sesenta, de la UMAP. 
     Viera llegó desde su exilio mexicano y en La Habana los dueños de los caballitos le hicieron ver qué difícil vida tendría de empeñarse en la presentación de su novela. Le echaron las cartas, le tiraron los caracoles, lo sentaron ante una bola de cristal y consultaron para él un I Ching con prólogo de Mao. Y cartas, caracoles, bola y hexagrama resultaron unánimes: si quería viajar a Cuba en otra ocasión no podría hacerlo; de querer volver a México no podría escaparse por segunda vez, y de pretender vivir en Cuba lo echarían frontera afuera. “Como quiera que te pongas, vas a sufrir”, le soltó a Félix Luis Viera el oráculo marista.
     Eso, claro está, de emperrarse en la presentación. Pues presentar en La Cabaña novela que cuenta la UMAP iba a ser catastrófico no sólo para su autor. La Cabaña, sitio culturoso hoy, antes fue prisión revolucionaria con paredón de fusilamiento. Alguien se ponía a recordar allí el campo de concentración que fue la UMAP y los muros largaban la sangre que los embebía, iban a oírse gritos... Y en cuanto a los menos muertos, Pablo Armando Fernández podría recobrar la memoria (y la dignidad, de paso). Cintio Vitier, César López, Antón Arrufat, Reynaldo González, Eduardo Heras León y Nancy Morejón, presentes en la feria, recordarían las vejaciones que sufrieron y la Comparsa de los Olvidadizos perdería el paso. Dejarían de celebrar cada capricho del gobierno cubano, dejarían de ser sus cómplices. 
     Terminada la feria, los periódicos de la isla publican cuánto ha crecido en lectores y en libros vendidos, no en autores prohibidos y acallados. El espíritu de la UMAP no termina de esfumarse y La Cabaña tiene aún (gracias al Ministerio de Cultura y al Instituto Cubano del Libro) mucho de fortaleza y de mazmorra.
     Vestido con pijama que es guayabera, Pablo Armando Fernández vigila la entrada de su casa en la alta madrugada. A veces le cuesta trabajo mantenerse en pie y Maruja tiene que ayudarlo. En rara guardia cederista esperan la llegada de un camión, del camión de los víveres. Porque le han prometido a Pablo que, aunque la feria próxima estará dedicada a Carilda Oliver Labra, le entregarán el whisky a él. (Carilda es abstemia.)
 

La lengua suelta no. 6

Fornet e hijo reabren El Encanto

Fermín Gabor

     Ena Lucía Portela es una habanera de treintitantos años autora de unas novelas soporíferas y de unos cuentos apreciables pese a las bravuconerías que hay que aguantarle a su protagonista siempreviñeta mujer, siempre escritora, siempre lesbiana, siempre ella misma. Maquinadora de personales futuros gloriosos y despachadora de los demás con frases lapidarias, soñadora de que erotiza a todo animal que le cruce por al lado y soñadora de que seduce al lector a golpe de inteligencia y de ironía, bajo el disfraz de una literatura endiablada Ena Lucía Portela ha escrito algunas de las páginas más bobas de la reciente literatura cubana.
     Djuna Barnes afirmó alguna vez que los escritores norteamericanos se especializaban en exponer las cosas soportables de un modo insoportable, y que a ella afortunadamente le interesaba lo contrario. Lo escrito por Ena Lucía Portela pertenece más al primero de estos grupos que al vecindario de la Barnes. Su especialidad consiste en tomar a algunos conocidos y convertirlos en personajes de sus historias, y tal vez ella sea la mejor exponente de algo que podría llamarse narrativa saprofítica.
     Carente de imaginación como para inventar personajes o situaciones, anda escasa también de viñetafilosofía o moraleja o tesis que le entregue algún sentido a lo que copia. Y, una vez desenvuelto el tamal del chisme en sus novelas o cuentos en clave, queda al lector bien poco de sorpresa. Aunque es cierto que, en país de ciegos, su prosa ha sido celebrada por algunos miembros de la ANCI (Asociación Nacional del Ciego). 
     Y es al parecer de un personaje de esta joven narradora, al parlamento de una de sus protagonistas clonadas, al juicio que se acoge Jorge Fornet para dictar frontera final en su antología del cuento cubano del siglo XX (Fondo de Cultura Económica, México, 2002). “Todo cuanto escriba yo antes del XXI será una obra de juventud”, afirma una petulante protagonista porteliana y Jorge Fornet parece asumir que quien habla es directamente Ena Lucía Portela, que lo dicho es una especie de manifiesto literario, que ese manifiesto incluye a toda una generación y que esa generación le pide al antologador que es él que los deje fuera del siglo XX, reservados para un mejor siglo venidero.

(Petición apócrifa o no, tanto Jorge Fornet como Carlos Espinosa, antologadores ambos, han cumplido cabalmente con ella. Y como Espinosa tiene la ventaja de no haber firmado el prólogo, nuestra descarga va hacia lo que Fornet solito explica en su prólogo.) 

     Según él, la narrativa cubana del siglo XX termina aproximadamente a la misma vez que el Muro de Berlín. El siglo empieza con el desencanto por la independencia perdida, el asombro por la aparición del amo estadounidense, y termina con el desencanto por la dependencia perdida, el pasmouno... dos... tres... probando... antologando... por la muerte del amo soviético. Jorge Fornet une ambos desencantos como si estuvieran hechos de la misma nota, y habla más de encanto y desencanto que el espíritu de la tendera-mártir Fe del Valle. 
     Si descarta de su antología a los nacidos en los sesenta y setenta (Ena Lucía Portela queda también afuera) es porque “no parecen desencantarse de nada, porque nunca llegaron a escribir obras marcadas por el encanto”. 
     No será recurrir a freudianismo muy barato el recordar que Jorge Fornet es hijo de Ambrosio Idem, y que éste se ha pasado buena parte de su vida clamando por la aparición de la “Novela de la Revolución” (ya está que acepta hasta la “Novela de la Contrarrevolución” con tal de haber pronosticado algo). Y no será muy descabellado suponer que “el Encanto” de que habla el hijo (Encanto no quemado y tan en pie como el Muro de Berlín) se encuentre en los predios de la “Novela de la Revolución” que anunciara el padre.
     Lo cierto es que a Fornet el Junior parecen gustarle los destinos con arrepentimiento, la relojería pionera asustadalarga de las novelas psicológicas, porque no acepta que alguien pueda estar desencantado en su escritura sin haber producido antes algún ejemplar de escritura encantada. Desconoce que puede nacerse desencantado del mismo modo en que Buda naciera con dientes. Y pretende hacernos creer que narradores como Senel Paz y Arturo Arango y Francisco López Sacha están desencantados. (La directiva de El Encanto recomienda a sus compradores las figuritas de pioneros con que termina "El lobo, el bosque y el hombre nuevo." Nuestro Departamento de Bibelots y Chucherías se enorgullece de contar con tales artículos.)
     Fornet el Hijo tiene otra razón para cerrar el siglo un poco antes y dejar fuera de la fiesta a treintañeros y cuarentones, y es que la obra de éstos “apenas comienza”. Vistas las cosas cuantitativamente, no entendemos cómo puede entonces antologar a Senel Paz. La escasa obra de C’est ne Pas en el género consta de un solo libro y de la famosa pieza suelta antes aludida. Y, vistas cualitativamente las cosas, sería mejor creer que las obras cuentísticas de otros de los incluidos apenas comienzan. Porque daría chance a sus autores para rectificarlas desde los presupuestos.
     Pero Fornet el Chama no sólo se encarga de desterrar de su selección a toda una generación de escritores, sino que los regaña y les señala su “debilidad”. Debilidad que también considera fuerza (puro doble filo) y que explica a través de un ejemplo de Godard que ojalá consiga entender el lector que se asome a su prólogo. Porque yo no alcancé a ello. 
     A ningún otro grupo de escritores señala Fornet el Niño defecto tan de bulto y, de querer explicarnos la razón de tanta inquina por parte de este antologador -destierro y calimbamiento-, encontramos esta frase suya: “La mayor parte de ellos realiza, más bien, una literatura posrevolucionaria, en el sentido que la historia y el destino de la Revolución misma no parecen preocuparles”. 
     Lo mismo que un Cintio Vitier, antologador eximio, Fornet Baby está aquejado de hegelianismo, del Hegel que dispuso que el Estado Prusiano era la sabrosura misma. O como Carlos Puebla cantara: “Se acabó la diversión/Llegó el prusianismo y mandó a parar”. No nos asombraría demasiado que en el prólogo a esta reciente antología de cuentos se nos advirtiera que ya en 1905 Esteban Borrero Echevarría, el primero de los antologados, había visto “la cúpula de los actos nacientes”, la llegada de la revolución triunfante en 1959. Según este ordenamiento vitieriano, todo el siglo cobra sentido gracias a la Revolu, y cuando los narradores, ni encantados ni desencantados, se desentienden de la Revolu, se acaba el siglo y Fornet el Vejigo le dice a su coantologador Espinosa: “Apaga y vámonos”.
     En un ensayo aparecido en el último número de La Gaceta de Cuba, Waldo Pérez Cino acusa a Ambrosio Fornet de no saber leer literatura. Lo mismo puede decirse de Fornet Criatura: lee mal toda narrativa que no sea realista (¿es "Conejito Ulán" de Enrique Labrador Ruiz un cuento desencantado o encantado respecto a la Revolu?) y lee mal toda narrativa realista que no se ocupe de uno de los múltiples asuntos que se le presentan a un escritor. Fornet e Hijo son la plaga más sostenida que le ha caído a la crítica cubana y frente a ellos a uno no le queda más que agradecer al Destino (asunto más crucial para la narrativa que la Revolu, por ejemplo) que los hijos de Cintio Vitier hayan salido músicos. 
     El Fondo de Cultura Económica de México quiso homenajear a la literatura cubana del siglo XXel arte del tasajeo con tres antologías, y seis antologadores (tres residentes en la isla y tres fuera de la isla) se encargaron de menoscabar esa literatura. Dejaron fuera de sus antologías a un montón de escritores que empezaron vida pública a fines de los ochenta, posrevolucionarios o como quiera que se les llame. Sólo un ensayista -Victor Fowler- en la antología de ensayo, sólo dos poetas -Sigfredo Ariel y Damaris Calderón- en la de poesía y ningún cuentista en la de cuento: el peor cancerberismo ha sido cometido por Carlos Espinosa y por Jorge Fornet. Y este último fue quien prestó razones al cuchillo.
 

La lengua suelta no. 5

Museo arqueológico de México devuelve a Cuba falsa cabeza olmeca

Fermín Gabor

     Lisandro Otero era hasta ahora, además del autor de varias novelas (alguna no del todo deleznable), el protagonista de varios zafarranchos con famosos. Joven periodista capaz de importunar a Ernest Hemingway mientras éste escribía en la barra del Floridita, hubo de aceptarle al norteamericano un puñetazo o el amago de un puñetazo. Recibió menosprecio por parte de Neruda enLisandro Otero: ya caí en la lengua de ese Fermín Gabor sus memorias. Y quienes han transitado el epistolario de Ernesto Che Guevara aseguran que la única carta airada y de desprecio que aparece allí va contra Lisandro. Puñetazo, insulto y carta ponzoñosa, Lisandro Otero lo ha aguantado todo. Y ahora suma a su destino de punching bag, el Premio Nacional de Literatura 2002
     Gana nuestro mayor premio literario y regresa a la isla luego de años de vida en Ciudad México. Señas de agasajamiento nacional no le faltaron desde hace unos meses: por las librerías habaneras andan como zapatos ortopédicos ejemplares del volumen que recoge cuatro de sus novelas y también ejemplares de una biobliografía suya. Y recién otorgado el Premio, La Jiribilla ha publicado una entrevista donde él habla de su regreso, elogia a Fidel Castro y lo compara con Isabel Tudor, con Octavio Augusto, y nos aclara enseguida: “Puedo decir esto sin temor a ser acusado de adulador, porque mi vida privada al margen de toda actividad pública y sin ninguna dependencia oficial, me permite esta licencia”. 
     Es bueno que Lisandro no muestre temor, porque de tal acusación no va a escaparse. No sólo adulador, sino también chicharrón, guataca y “la-ceniza-Senador”, quiere equivocarnos respecto a su hoja de ruta.  “He residido  muchos años fuera de mi país en Francia, Chile, Gran Bretaña, Rusia, España”, suelta en esa misma entrevista, y he aquí que nos asalta la envidieta y empezamos a preguntarnos si acaso fue con los derechos de autor de sus novelas que pudo permitirse esos lujazos. ¿O fueron sus artículos periodísticos los que le dieron tanta ala?
     No hay que darle muchas vueltas al asunto para comprender que en todos esos ámbitos Lisandro Otero ha cumplido con encargos oficiales cubanos: periodista o embajador o lo que fuera. En México, donde según sus palabras, “he ocupado posiciones dirigentes dentro de los medios de comunicación mexicanos y he recibido galardones de mis colegas de la prensa que me enorgullecen”, apostaba desde el diario Excelsior por la continuación del PRI, partido jurásico, en la presidencia mexicana. Y ahora el fracaso electoral priísta y el hundimiento del trasatlántico Excelsior nos lo traen de regreso. 
     Oigámoslo explicar líricamente en La Jiribilla las razones de su vuelta: vuelve para “escuchar el rumor de las olas y acechar en mi jardín el vuelo del colibrí”. (Escuchar rumores del mar y acechar en un jardín parecen las actividades de un espía en plan pijama.) 
     Poco antes del fallo del Premio Nacional de Literatura, las revistas electrónicas culturales habaneras inclinaban a los apostadores hacia otro caballo, daban como favorito a Reynaldo González. Pero el antiguo director de la Cinemateca de Cuba y actual asesor de la presidencia de la UNEAC ha visto ya frustradas sus esperanzas. Al menos por este año...
     González, quien hasta hace poco acostumbraba (en privado) a deslizar comentarios en contra de Abel Prieto, ha sabido esfumar sus prejuicios y se le vio mucho en el séquito ministerial durante la Feria del Libro de Guadalajara. Pero nada en su comportamiento puede resultarnos asombroso si recordamos que, poco después de haber obtenido ese mismo premio que gana Otero y que González pierde, César López, hasta entonces discreto rebelde, se encaramó en tarima por Elián para mascullar uno de sus poemas insoplables. Y si recordamos que Antón Arrufat, premiado también, se apuntó para la fiesta oficial cubana por el Cuatro de Julio y no hace ascos a integrar cuanto séquito oficial quiera incluirlo. 
     El ejemplo de Leónidas Trujillo, alias Chapita (figura también comparable a Isabel Tudor y a Octavio Augusto) guía el comportamiento de estos escritores. La llamada Generación del Cincuenta, que tendría que representar el papel de mayores en nuestro panorama literario, no ha hecho más que componer obras poco estimulantes y rebajarse por una medalla o un gajo de laurel. La arrebatan los diplomas, es generación chapita, y Lisandro Otero, figura señera de ella, ha vuelto a La Habana en busca de su galardón. 
     Ahora que lo tenemos otra vez entre nosotros, debemos preocuparnos por la continuación de vida tan al margen de lo oficial como la suya, y nos toca preguntarnos por qué (es sólo un ejemplo) no le encargan la dirección de La Jiribilla. Aunque quizás habría que pensarlo despaciosamente ahora que vuelve al cubil otra marginal de la vida pública, figura no menos acechadora de olas y de colibríes: nuestra ex-embajadora ante la UNESCO Soledad Cruz.

Bienvenidos a la Patria, camaradas. Y felicitaciones a Lisandro Otero.
 

La lengua suelta no.4

Convocan a Coloquio Iinternacional sobre la OBRA de Ambrosio Fornet

por Fermín Gabor

Lukács cubano (“something like Cuba’s Lukács”) lo ha llamado el último número de la revista “boundary 2” de la Universidad de Duke. Maestro lo llama toda una generación de narradores cubanos nacidos en los cincuenta. Y en entrevista publicada hace unos años, Leonardo Padura lo compara con E. M. Forster, quien se hacía más famoso por cada libro que no escribía. 
Pulcramente peinado, cuidadoso de la raya del cabello como del filo de sus pantalones, tan tieso deAmbrosio Fornet (cortesía de La Jiribilla) postura como una intitutriz, ducho en la utilización de la pipa (lo cual ciertamente lo aproxima a Forster) y atacado de movimiento de chino de relojería en cuanto algún punto de discusión aparece por el horizonte, Ambrosio Fornet acaba de cumplir setenta años.
En estas siete décadas ha escrito bien poco (tres o cuatro libros solamente), lo cual daría a Padura la razón si acaso no nos preguntáramos dónde diablos estará el “A passage to India” de este Forster nacido en Bayamo cuya principal ocupación, además de desmochar parcialmente textos de sus discípulos que deberían ser totalmente desmochados, ha sido anunciar durante años el advenimiento de “la Novela de la Revolución”. 
Incapaz o desganado para escribir un ejemplo de ésta, su papel ha sido el de comadrona. Pero, al ver que el parto era de elefanta, demorado hasta no ocurrir, ha decidido más recientemente cambiar el chucho y estudia ahora la literatura del exilio. Pasa de pujador de novela ñángara a convertirse en nuestro más ilustre diásporólogo. (En realidad, Fornet se había ocupado antes del exilio literario cubano: puede verse algún ensayito suyo sobre Alejo Carpentier, exiliado en la Embajada de Cuba en París.)
Es Fornet quien presenta en sociedad habanera a los desconocidos escritores del exilio, él quien les presta reconocimiento. Antiguo propugnador de la novela policíaca revolucionaria donde las Miss Marples cederistas convertían en chatino a cualquier personaje que quisiera largarse del país, ahora su curiosidad es lepideroptológica y de signo contrario: le interesan las mariposas que antes fueron gusanos. Ha convertido una empresa exportadora de novelas revolucionarias en empresa mixta importadora de escrituras del exilio. Y es quien fija en La Habana el precio de la libra en pie de escritor ido.
Asiduo visitante de universidades norteamericanas, Ambrosio Fornet es la carta obligada que las instituciones oficiales cubanas imponen a esas universidades en sus programas de intercambio. En correspondencia con esto, al terciar en un diálogo ocurrido entre Abel Prieto y un importante profesor universitario cubanoamericano de visita en la isla, cuando tal profesor propuso intercambio de estudiantes entre ambos países, Fornet no esperó por respuesta del Ministro y aseguró que las instituciones cubanas sólo estaban interesadas en que viniesen estudiantes norteamericanos a la isla y no en que fueran cubanos a Norteamérica. (Universidades yumas, sólo para él. Y, de modo aledaño, para su parentela: el hijo y la nuera terminaron estudios en universidades de México.)
La literatura cubana no cuenta con mayor escritor ágrafo que Ambrosio Fornet. Contemplar, desde la altura de casi ningún libro, esos setenta años de vida transcurrida resulta un triunfo de nuestra haraganería idiosincrática. Nadie como él ha celebrado entre nosotros la siesta mental, y saber que recorre los campus universitarios del norte no puede menos que llenarnos de alegría y de orgullo. 
Lo mejor suyo, advierten sus discípulos, se obtiene en la amistad cercana. No hay que buscarlo en los libros que se ha negado a escribir lo mismo que un Sócrates. Pocho (que así lo llaman sus cercanos) lo entrega generosamente cuando, después de algún silencio apreciativo y apartando la pipa de sus labios, asevera: “Definitivamente Franz Kafka es el autor de La Metamorfosis”. O en fecha más reciente: “Sostengo que el exilio de Severo Sarduy transcurrió en tierras francesas”. 
Casa de las Américas celebra ahora estos setenta años de labor infatigable con un coloquio internacional sobre la obra de Ambrosio Fornet. Los interesados en participar deberán entregar sus ponencias en blanco antes de que termine el año.
 

La lengua suelta, no. 3

Bajo la peluca de un ministro

Abel Prieto postulado a Ministro de Cultura Cubana del Exilio

por Fermín Gabor

     Aquellos que persigan (como yo) las declaraciones del Ministro de Cultura Abel Prieto han de estar de fiesta con la entrevista que La Jornada de México ha publicado recientemente. Creo que desde la publicación en España de El vuelo del gato, hobby al que el Ministro dedicara sus asuetos como ahora los dedica a pintar, no contábamos con tanto motivo de estupor. 
  El vuelo del gato disfrutaba ya de edición cubana. Letras Cubanas la había impreso dos veces en un año, accidente que no le ha ocurrido a nadie que no sea ministro.  Para promover la edición española el autor no había estado solo: lo acompañaban José María Vitier al piano y Francisco López Sacha como presentador.  Y, sin embargo, lo mejor de esa gira autoral no estuvo, ni en el piano, ni en el ditirambo, ni en el propio libro, sino en las declaraciones ministeriales a la prensa. 
     Molesto quizás por ser tomado menos como autor que como ministro, o incómodo por el encarnizamiento de periodistas menos dóciles que los del Granma o del Juventud Rebelde con Abel, ¿el vuelo del gato?quienes acostumbra a lidiar, Abel Prieto se lanzó por el desbarrancadero de unas aseveraciones que aquí resumimos: Heberto Padilla debe su fama a lamentable equivocación cometida por los directivos de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y, fuera del escándalo político, es más rollo que película. Guillermo Cabrera Infante, aunque autor de un par de libros importantes, no agrega nada más a la cultura cubana porque está loco. Y las novelas de Zoé Valdés no se publican dentro de Cuba por ser malos productos literarios. (De acuerdo con este último punto, cabría preguntar entonces qué hace en las librerías habaneras ese bodrio último que firma Daniel Chavarría -- Adiós muchachos --, por mucho premio Poe que haya recibido.)
     Según Prieto la política ha inflado a Padilla, vuelto inútil autor a Cabrera Infante y no pesa para nada a la hora de juzgar si la Valdés es o no publicable por editorial de la isla. Y ahora, en entrevista más reciente, el Ministro se considera responsable de la cultura cubana in toto. "Nos sentimos responsables de la totalidad de la cultura cubana, se produzcan las obras donde se produzcan", afirma. Ministro en Cuba y Ministro en el exilio, si acaso la cultura cubana es una sola él la ministerea dondequiera que ésta se halle. Toca a él hacer de psiquiatra soviético frente a Cabrera Infante, de profesor de buenas maneras frente a la Valdés y de balanza de agromercado -sección Carnes- en el caso Padilla. 
     Prieto suelta en esta última entrevista un par de hermosas estupideces en las que nos detendremos. La primera: que en la isla se conoce mejor la obra de los artistas y escritores emigrados que en Miami. La segunda: que "en Estados Unidos una obra crítica, como Fresa y chocolate, jamás se pone en las principales salas comerciales y se convierte en un hecho nacional".
     No hay más que echar un vistazo a las librerías habaneras o provincianas para comprender que nunca se han visto en ellas ediciones de Heberto Padilla, Guillermo Cabrera Infante o Reinaldo Arenas.  Severo Sarduy en un único libro, Lidia Cabrera también en uno sólo (aún cuando sea su obra mayor) resultan ser muy poco conocimiento de la literatura del exilio.  Imposibles también de consultarse en bibliotecas públicas; tales libros pueden alcanzarse, en cambio, en librería de Miami.
     Y, en cuanto a Fresa y Chocolate, si eso es una obra crítica, entonces Mujercitas, de Louise M. Alcott, también lo es.  Y si una nominación al Premio Oscar, que supone previo estreno comercial (Miramax distribuyendo), no es suficiente movimiento de mercado para Abel Prieto, entonces nos toca compadecerlo por las ilusiones que habrá visto frustrarse alrededor de la edición española de su novela.  Pues lo que Agustín Lara ofreció a María Félix en su viaje a Madrid le habrá parecido muy poco al autor de El vuelo del gato.
     "El mercado es un censor mucho más terrible que el peor que haya existido en la época de Stalin", considera Prieto.  Y a seguidas pregunta "¿Qué pasó con la canción de protesta estadounidense de los años 60?".  Pregunta por pregunta: ¿qué pasó con las vidas de los censurados por los censores de Stalin o por Stalin mismo?  Seguramente que desde uno de los múltiples cayos del Archipiélago Gulag añorarían para sí las vidas de esos apiltrafados cantores de protesta. (Asimismo valdría la pena conocer el destino de esas piltrafas cubanas que intentaron remedar la canción protesta norteamericana. Ubi sunt Silvio Rodríguez.)
     Al Ministro le preocupa la absorción comercial de los cantantes de rap norteamericanos, pero no habla de la estrategia de ningunificación que han planeado las instituciones cubanas para los cantantes de rap de por acá. (Absorbidos también, los criollos no tendrán siquiera el consuelo de la plata.) A Abel Prieto le encanta denostar al mercado como si él no mercadeara de lo lindo. (Desmintiendo que todo es arte comercial, Ediciones B cargó con el plomito de su novela.)  "La más grande herejía en el mundo contemporáneo es la Revolución cubana", afirma.  La voz de Cuba es, según él, la más hereje y disidente en el concierto de los países.  Y el papel de escritores y artistas queda entonces muy claro: "la cultura ha sido (...) guardián de esa herejía".  A escritores y artistas corresponde el puesto de esposa fiel de un hombre excéntrico, errático, borrachín y mujeriego.  Hay que dejar la voluntad de disentir a los políticos y toca a artistas y escritores aplaudir las ocurrencias de éstos.  Con la excusa de una política exterior independiente, orgullo de cancillería, el infierno de la aprobación eterna en el interior del país.
     La lectura de una entrevista así despierta enseguida en quien la lee impulsos de entrevistador y quisiéramos preguntar al Ministro por qué no pensar la cultura como herejía de la herejía.  Nos gustaría recordarle a Abel Prieto que, históricamente hablando, la posibilidad de ser hereje en país protestante no suponía vasallaje católico, aunque igualmente prometiera la hoguera. 
     Quienes persiguen las declaraciones de Prieto, aquellos a quienes intriga qué pasa por la mente del Ministro, qué hay debajo de la peluca en que se empeña todavía, cuentan (contamos) con suficientes motivos de esperanza.  Pues dentro de muy poco volverá a ser entrevistado y nos dará motivos nuevos de sobresalto.  Hasta entonces, compañeros.
 

La lengua suelta, no. 2

La camarilla de los maquilladores

Delegación cubana a Feria del Libro de Guadalajara lleva cadáver de poetisa

por Fermín Gabor

Que la vieja vaya también a Guadalajara, deciden desde lo alto.
Que nos acompañe, pronuncia nuestro Ministro de Cultura.viñeta
Si va Compay Segundo, ¿por qué no iba a ir ella? 
Y que Omara, escondida detrás de una cortinita, le preste su voz.
Que vuelva a hablar por boca de Omara Portuondo. 
Bueno, dice Salvador Bueno.
Que recite "Juegos de agua" como si cantara "Veinte años".
Dulce María con la voz de Omara, imagina Pablo Armando Fernández.
¡Abrazo de la alta cultura con la cultura popular!, Miguel Barnet exclama jubiloso.
¡Patriciado y mulatería!, César López lo acompaña en su júbilo.
"La novia de Lázaro" como si cantara "Lo que me queda por vivir".
Bueno, confirma Bueno.
"Últimos días de una casa" como si fuera "Siempre es 26". 
¡Abrazo de alta burguesía con Revolución!, exclama jubiloso Barnet. 
¡Como en Pepe Rodríguez Feo!, lo secunda César López. 
Dulce, con esa cubanía que le hizo comprender lo justo de lo que estábamos haciendo, recuerda el Ministro.
Pinareño tan amado de todos, consigue entristecerse Miguelito.
¿César, de quién habla Miguel?
Aldo Martínez Malo, una de esas personas que no dejan una obra cuantiosa pero que son defensores secretos de la cultura, sostiene el Ministro. 
Y recuerda Barnet: Fue por Aldo que llegué yo a la vieja. 
Por Aldo la vieja se acercó a la Revolución. 
¡Patriciado rebelde!
Dulce María Loynaz abrió las puertas de la Academia de la Lengua a la literatura de la Revolución, rememora Bueno.
Dulce María Loynaz aceptó el Premio Nacional de Literatura.
Fue el homenaje que la Revolución le hizo. Homenaje de su pueblo, de este pueblo que se había quedado aquí lo mismo que ella.
Dulce María Loynaz aceptó la Orden Carlos Manuel de Céspedes de manos de Fulgencio Batista.
Ese sentido ético muy suyo, ratifica Abel Prieto.
¡Patriciado irredento! ¡Mujer todo carácter!
Dulce María Loynaz giraba con su esposo por la España de Franco. 
Pero no hay prueba alguna de simpatía suya por Pinochet. Fue Borges el de esa simpatía.
¡Borges no va en nuestra delegación!, decide el Ministro. ¡Jorge Luis Borges no va en ésta! Amaury Pérez, César Portillo de la Luz, Vicente Feliú, Isaac Delgado, Leo Brouwer, Silvio Rodríguez, John Lennon...
Brincan al unísono Pablo, César, Miguel. Hasta brinca Salvador.
¡Y John Lennon, sí señor! Yo no voy a admitir reduccionismos. En ningún otro sitio del mundo han sentido este amor por los Beatles que sentimos nosotros. John Lennon y los Beatles forman parte de nuestro proceso desde el 1 de enero de 1959.
¡La cultura cubana es una sola!¡La cultura cubana es universal! 
...John Lennon, Síntesis, Los Papines, la tropa de Buena Vista Social Club quitando a Ry Cooder...
¡Ry Cooder no pinta nada en una delegación de cubanos! ¡Que se vaya por ahí con su guitarrita hawaiana! 
..el Ballet Nacional de Cuba, la orquesta y cuerpo de baile del Cabaret Tropicana, una tabla humana de Espartaquiadas, los Guaracheros de Regla, los Marqueses de Atarés, el Alacrán, los bandos reconciliados de cada una las parrandas y charangas
de la isla... Y, como perla de nuestros avances en la biotecnología, Dulce María Loynaz igual que si estuviera viva.
¡La cultura cubana es eterna!
¡Patriciado tremendo!
Dulce María doblada por Omara. Así que los he convocado para que empiecen a trabajar en el cadáver. Pablo, Miguel, César, Salvador: toca a ustedes devolvernos a nuestra Premio Cervantes de un modo creíble. Les pido sobriedad en el maquillaje, contención en lo que ese rostro exprese y flexibilidad de labios para que luego Omara no tenga que recitar con boca de caimito. 
Pablo Armando Fernández, Miguel Barnet, César López y Salvador Bueno, teñidores de profesión, componedores de batea, tintoreros de tren chino, abortistas de perchero y zurcidores de virgo, trabajan en la memoria de Dulce María Loynaz.
Y en nombre del equipo, César López ha declarado al Granma del 11 de noviembre: "Hemos estado revisando todos los textos de importancia para que esta obra salga lo mejor posible".
 

La lengua suelta, no.1

por Fermín Gabor

Cunde la esperanza entre escritores de la Isla

Delegación de jóvenes escritores de provincia viaja a la Feria de Guadalajara

     Seiscientos escritores y artistas marchan hacia Guadalajara, de ellos sesenta escritores. Un diez por ciento (dosis necesaria para un buen café), el resto chícharo tostado. Una tropa de maraqueros y caderólogas abrigarán a los escritores, les quitarán la palabra, les robarán el show, rebajarán palabra con meneo. Pero, así y todo, la esperanza cunde entre los escritores de la isla. 
     Muy distinto futuro se abre, en cambio, para esos que dicen ser cubanos aunque abandonaron la isla. Presumen de escritores cuando no tienen editorial estatal ni ministerio que los represente y viñetarecibirán la mayor de las sorpresas: cien jóvenes latinoamericanos con entrada gratis en el recinto ferial. Cien muchachones diarios casualmente reunidos en Guadalajara para congreso de la Organización Continental Latino Americana de Estudiantes (OCLAE). (De producirse enfrentamiento o altercado, la delegación oficial cubana tendrá las manos limpias. Tan limpias como las de la policía habanera en cualquier cinco de agosto: de la OCLAE como Contingente Blas Roca...)
     Seiscientos escritores y artistas, cien latinoamericanos dispuestos a la solidaridad,
coreografía del Ballet Nacional de Cuba o del congreso de la OCLAE. Número grande para negociar con los organizadores de la feria mexicana desde posiciones de fuerza, para abusar con el más chiquito. (Mandaron a un tal Fernando Rojas a quitar y poner gente de las mesas. Sacaba a su pariente Rafael Rojas -si acaso son parientes- para meter a Lisandrito Otero.)  Número grande para convertirse de huéspedes en anfitriones, como ha dicho Guillermo Cabrera Infante. 
     Ya algunos descontentos (los que no van) denuncian el alto nivel de artritis y esclerosis de quienes han sido elegidos para representar a la literatura de nuestro país. Pero, si bien es cierto que Cintio Vitier, ganador del Premio Rulfo, cuenta con 81 años, Susana Haug, a quien desde ya le auguramos un premio equivalente en su camino, cuenta con 19. Y el arco que va de una a otro lo cubren escritores de todas las edades y pelajes. 
     Como indican los índices de edad promedio por día ferial, no resulta alarmante el matusalenismo de la delegación oficial cubana. Y a continuación publicamos la edad promedio de la delegación oficial cubana por cada día de feria de la misma manera que algunos periódicos publican los niveles diarios de contaminación ambiental:

Sábado 30: 71.2 años. Domingo 1 : 57.5 años. Lunes 2: 54.6 años. Martes 3: 56.1 años. Miércoles 4: 54.8 años. Jueves 5: 55.2 años. Viernes 6: 57.6 años. Sábado 7: 52.1 años. Domingo 8: 58.8 años.

     (A la suspicacia del lector ofrecemos el cálculo de un par de días. Los autores han sido ordenados por presumible orden de llamada por las Parcas. Sábado 30, por ejemplo: Cintio Vitier, 81. Carilda Oliver Labra, 78. Lisandro Otero, 70. Antón Arrufat, 67. Eusebio Leal, 60. Los cuales arrojan un promedio de 71.2 años. Y segundo ejemplo, domingo 1: Abelardo Estorino, 77. Roberto Fernández Retamar, 72. Antón Arrufat, 67. Miguel Barnet, 62. Reynaldo González, 62. Eduardo Heras León, 62. Nancy Morejón, 58. Victor Casaus, 58. Abel Prieto, 52. Senel Paz, 52. Arturo Arango, 47. Sigfredo Ariel, 40. Omar Pérez, 38. Que arrojan promedio de 57.5 años.)

     Otra queja que se escucha es que no estánrepresentadas las provincias y, en respuesta a este punto, Edel Morales, vicepresidente del Instituto Cubano del Libro y uno de los responsables de la delegación oficial cubana, ha sido tan imaginativo como claro. "No se debe olvidar que una parte importante de la población radicada en la capital no nació en ella y representa por tanto una identidad y una lógica de construcción de su obra que en mucho reflejan sus propias regiones de procedencia", ha declarado a La Jiribilla. Según Morales, más del 80% de los integrantes de la delegación que viaja a México no ha nacido en la capital. 
     Siguiendo este razonamiento que considera monumento provincial a cualquiera nacido en provincias (sin importar cuántos siglos lleva viviendo en la capital), frente a quienes gritan "¡Más Haug, menos Vitier!" declaramos jóvenes a aquellos que fueron jóvenes alguna vez. Porque haber nacido en Tuinicú tiene el mismo valor inamovible que haber tenido diecinueve años. De este modo, si el 80 % de la delegación oficial cubana está compuesta por escritores de provincia, la totalidad de esa delegación es joven. (Susana Haug no iba a ser una excepción, por mona que sea.) 
     La esperanza cunde entre los escritores de la isla y no nos referimos solamente a quienes por peregrinar a Guadalajara recibirán indulgencias (eterna juventud, fuerzas de tierra natal) sino a los escritores todos de la isla. Porque piensan: "Caramba, si a una feria del libro llevan a tanto músico y hasta deportistas, seguro que los escritores cogeremos cajita cuando vuelvan a nominar cubanos para el Grammy". Por no hablar de unaprobable nominación al Oscar. 
     Lo que los entristece un poco, sin embargo, es que el deporte ofrezca tan pocas oportunidades de gira, ahora que las Olimpiadas ocurren dentro de la isla. "Lástima que no haya Píndaro con visa", se dan pésame los unos a los otros.



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