La
lengua suelta no. 20
Donde
Monseñor suspira por el Teatro Shanghai
Fermin
Gabor
“Los que ya han visto la actual puesta en
escena habanera de La loca de Chaillot,
¿acaso no repararon en las evidentes analogías entre
muchas de las fotografías de las prisiones irakíes y las
escenas de sexo pretendidamente ‘cómicas a lo postmoderno’ que
vimos sobre la escena del Teatro Trianón?”
La pregunta, valiente despropósito, se
la hace Monseñor Carlos Manuel de Céspedes
García-Menocal en un reciente número de la revista
católica habanera Palabra
Nueva a propósito de la
puesta de Carlos Díaz y la
compañía El
Público. Los escrúpulos que siente todo padre
católico frente a lo sexual permiten forzar esa
comparación entre gente torturada a punta de pistola y actores
que representan. (Ya se sabe que los curas oyen las emisiones del Mal
en banda ancha.)
A juzgar por las enumeraciones de su
reseña, Monseñor Céspedes ha sido un habitual del
teatro cubano a lo largo de décadas. Es capaz de recordar la
visita a La Habana de Louis Jouvet (“hasta podría aventurar el
nombre de la compañera de la Universidad que me
acompañaba esa noche en el teatro”), un Camus por Adolfo de
Luis, la Mariana Pineda de
Roberto Blanco, y diversas puestas de los hermanos Revuelta, Berta
Martínez, Carucha Camejo, Victor Varela...
Nuestro prelado declara además la
amistad que lo une a Carlos Díaz, cuyo trabajo conoce desde las
primeras obras. “Se nos reveló a todos como un director
talentoso y sumamente prometedor”, recuerda. “Sin embargo, poco a poco
lo hemos visto derivar hacia las descontextualizaciones traicioneras
propias de la antiestética de la Postmodernidad.” Así, no
fueron de su agrado las versiones que hiciera Díaz del Calígula de Camus y de La Celestina. Y, si entonces
prefirió callar, ahora dedica catorce páginas a criticar
su disgusto tercero. Porque “a la malignidad de la antiestética
postmoderna”, tales puestas suman travestismo y pornografía.
No vaya a pensarse que el ensotanado
crítico niega de plano las virtudes dramáticas de un
actor metido en traje femenino. Su reseña cita como salvedades
al Cherubino mozartiano o al Octavian de El Caballero de la Rosa.
Tampoco Monseñor ve con malos ojos
alguna desnudez, siempre que ésta tenga utilidad dentro de la
obra. Critica, en cambio, “la grosería gestual” y el “desnudo
insolente” no integrados en la trama, gratuitos. Llega, al respecto, a
especificaciones que un maestro de escena debería no perder de
vista: frente a esos hombres y mujeres revolcados por el suelo
“haciendo vida sexual, no al modo humano, sino al de los perritos y los
gatitos en celo”, defiende la posición del misionero.
A juicio de Monseñor la
pornografía pertenece al
ámbito de las proposiciones éticamente incontestables,
junto a la mentira, la antropofagia y los sacrificios humanos. Por
tanto, Carlos Díaz ha fabricado con la obra de Jean Giraudoux
algo próximo al canibalismo y la crucifixión.
Contrario al crítico de marras (aunque
sin su bagaje como
espectador de teatro), pienso que los desnudos sí que
encontraban justificación en Calígula
y en La Celestina. Porque la
decadencia del emperador y la zurcidera de himen, ambos, ameritaban
apeñuncamientos de gaticos y perritos, de perritos con gaticos y
viceversa.
Claro está, correspondía al
director esfuminar esas acrobacias a favor del diálogo. Y es en
este punto donde falla Carlos Díaz. Cuando, lleno de intuiciones
para enfrentar lo coreográfico, parece descreer de la palabra.
Entonces no se fía de lo que pueda alcanzarse en una
conversación, y por ello fue un fracaso estrepitoso el
Chéjov que intentara, ya que los aspavientos habaneros
están en las antípodas del maestro ruso.
Creo que las últimas puestas de El Público no hacen
más que mostrar la degradación a que han llegado en la
actualidad cubana los discursos, sea cual sea el tema que traten. Las
palabras suenan como teque, muela, didactismo, retórica, y se
vuelve imprescindible llenar la escena con acontecimiento
más
rotundo que el más rotundo diálogo. ¿Qué
mejor pretexto entonces que un cuerpo lo más crudito posible o
un enigma sexual de difícil desentrañamiento?
De poco valen en caso así las
excelencias del texto dramático: será tirado a mondongo.
Toda la vigilancia del director se concentrará en lo
coreográfico y olvidará lo que los actores dicen y el
modo en que lo sueltan.
Más allá de las objeciones
monseñoriales, considero que la exhibición porque
sí de un par de nalgas estropea por ser enfásis espurio,
pero en su lugar podría aparecer un elefante y no dejaría
de obtenerse igual efecto.
Absorto el público ante el
señuelo falso, los parlamentos se le fugan. Así pues, esa
pornografía resulta criticable no por lo que enseña, sino
por lo que disimula y oculta. Y casi siempre que el escenario es
recorrido por un cuerpo desnudo en algún otro rincón
cometen fechorías con el texto.
Sodomizan al texto en postura de gatitos o perritos. Le vuelan el
cartucho, le dan tafia.
Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal
termina su crítica con el recuerdo (no sabemos si personal) de
los espectáculos pornográficos del desaparecido teatro Shanghai. “Pero aquello
podía ser divertido”, sopesa, “y nadie se lo tomaba en serio,
mientras que las obras de El Público sí se toman
en serio y hasta reciben subvenciones de instituciones extranjeras”.
Disgustado por lo que contemplara en una función, más que
soltar su ira pide que suelten a los perros. (No en balde alude a las
atrocidades del ejército de ocupación estadounidense y a subvenciones
extranjeras.) Concluye su extensa reseña con este
llamado a las autoridades políticas cubanas: “Me gustaría
mucho que los responsables culturales del País abran bien los
ojos y, sin complejos ni ánimo sombrío de censores
policiales, pero con conciencia de maestros y con sentido de su
responsabilidad, se informen y se persuadan, y persuadan al entorno
humano que depende de ellos, de todas las posibles direcciones que
deben y pueden tener las manifestaciones artísticas para que
sean lo que deben ser y no se reduzcan a simple basura pasajera, no
sólo inútil, sino contaminante de hediondeces.”
(Uno lee la frase y, ¡pá su
escopeta!, quiere estar lo más lejos posible de la amistad de
ese cura. Solavaya, porque si trata así a su amigo Carlos
Díaz, qué no deparará a desconocido o enemigo.)
Falto de Inquisición que se haga cargo, Monseñor procura
compinchería en iglesia más vigente, y llama al brazo
seglar que persigue. De poco valen sus precauciones acerca del
ánimo y la conciencia oficial que deberán reinar en esta
nueva cruzada: a un dragón no se le piden gentilezas. Y, dada la
candidez de quien supone en Cuba entorno humano que no dependa de las
autoridades, cabría encargarle al sastre de El Público traje adecuado
para Monseñor Céspedes: la sotana con babero.
Podría suponerse que su poca
experiencia como reseñista no le deja ver claro la misión
de la crítica de arte. Que es influir en el artista en
discusión y en el público interesado, no clamar por los
políticos. (Metidos en el juego crítico y criticado,
cualquier llamado a figura mayor que monitoree, ha de considerarse como
chivatería.)
Que quepan en las páginas de una
revista católica melindrosidades frente al sexo resulta
perfectamente comprensible. Sorprende, en cambio, que desde ellas se
pida más intervención del estado en la cultura, con todo
lo que esa intervención supone y ha supuesto. ¿O acaso
Monseñor Céspedes procura que sus fieles, los asistentes
al “Trianón” y la compañía de actores sean
invitados a picnic en un campamento militar de apoyo a la
producción? (Cuidadito, que el tiro al travesti no tarda en
considerar dentro de sus blancos a cualquiera con sotana.)
En verdad, en verdad os digo que los caminos
del Señor son indescifrables. ¡Oh, pobres pecadores,
imaginad entonces los de uno de sus ministros en la tierra! ¡Y
más aún: imaginad que ese ministro mora en Cuba y
atraviesa este valle de lágrimas hasta arribar al seno de
Abraham!
Soy incapaz de calibrar cuán bien escuchado pueda ser
Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal
en el reino de los cielos; menos aún alcanzo a suponer
cuánto lo oyen en el Consejo Nacional de las Artes
Escénicas o el Ministerio de Cultura. Pero lo cierto es que,
poco después de la publicación de su reseña, por
azar o castigo de Dios o del Estado, la vieja maquinaria de aire
acondicionado del “Trianon” decidió rendir viaje, cantó
el manisero.
Reunidos por este motivo funcionarios sin
complejos ni ánimo sombrío de censores policiales, pero
con conciencia de maestros y con sentido de su responsabilidad,
dictaron sentencia definitiva: abocados a sustitución
obligatoria del equipo, uno nuevo saldría extremadamente caro,
ya imposible. Se hacía inevitable el cierre de la sala. De lo
contrario, el desnudo cundiría también en el lunetario
del “Trianón”.
Se acabó pues La loca de Chaillot y no hay que ser
un Rubiera para pronosticar lo que sigue. De empeñarse
suficientemente los burócratas, La Habana perderá un
teatro más y quizás también una de sus mayores
compañías teatrales. El infatigable Carlos Díaz
perderá su ritmo de trabajo.
De ocurrir todo esto, me gustaría dejar claro que entre los
enterradores hubo un cura.
La
lengua suelta no. 19
¡GOOOOOL
de Leonardo Padura!
El
escritor revela las leyes de su fútbol
Fermin
Gabor
Mario Conde, el investigador protagonista de
las novelas de Leonardo Padura, lo tiene siempre fácil. A
diferencia de otros detectives, él no opera a contracorriente,
no opera solo. Multitud de chivatones de comités de defensa lo
esperan para prestarle ayuda. Hasta los niños de la guardia
pioneril le entregan pistas. Y el teniente Conde no tiene más
que entrevistarse con las autoridades políticas
de la cuadra
donde fue cometido crimen o desfalco para que los misterios comiencen a
aclararse.
Conde tiene también de parte suya a
todo el cuerpo de polícias del país. Y, a la vista de
esta correlación de fuerzas, lo que asombra en esas novelas no
es que el problema llegue a ser resuelto,
sino que haya existido alguna vez. Porque guardias
pioneriles y cederistas, autoridades de las cuadras y pululantes
uniformados deberían negarle espacio a la delincuencia. E igual
que Tom Cruise en Minority Report,
en lugar de investigar el crimen (cosa fácil) el teniente Conde
debería evitar que éste se cometiera.
Su existencia es, me temo, aburrida. Si no
fuera por algunos achaques de salud (de no conservar las gabardinas de
otros se hereda la úlcera estomacal y el mal sabor de los
amaneceres), Mario Conde tendría bien poco de qué
ocuparse. Suerte que, con el fin de prestar alguna tensión, de
vez en cuando lo asalta una punzada estomacal o el recuerdo de
algún viejo amor.
Ulceroso y sentimental, el resto es pan
comido. Pone en su trabajo el mismo esfuerzo de una secretaria al
rellenar planilla, pues las novelas policiales de Leonardo Padura son
mortalmente burocráticas.
Nada de la chispa que prendiera el caballero
Auguste Dupin parece brincar en las grises dependencias donde el
teniente Conde ejecuta sus ritos. Guiada la investigación por un
manual de pasos rigurosamente estipulados, auxiliada por legos que dan
el chivatazo y la pista y hasta el grito de ataja, no existe
improvisación, no hay jazz alguno. El discurso del método
ha sido acuñado por los superiores y hasta los delincuentes se
mueven como burócratas.
No consiguen asaltar a Conde las sorpresas que
asaltaban a un Marlowe o a un Spade (Dupin no salía de sus
habitaciones): nadie le pegará con la culata de un
revólver hasta hacerle perder la consciencia y meter blanco o
hueco en la ilación de hechos que llevaba. Y es una
lástima que tampoco se brinde algo de pugna entre departamentos,
de competencia entre investigadores, de malas relaciones entre jefes y
subordinados o, más cenagoso el caso, ciertas corrupciones de la
policía.
Nada de eso. Un cuerpo honesto de
investigadores entre los que se cuenta el teniente Mario Conde realiza
su trabajo limpiamente, sin chanchullos ni envidieta. Viven entre ellos
en armonía preestablecida. Mientras tanto, el autor de esos
libros sí que lidia con el azar y el destino: gracias a una
entrevista ofrecida por él al Diario
Vasco podemos asomarnos a su verdadera historia policial, la
inescrita. Que es también la historia policial de todos los que
escriben en la isla, traten o no sus libros de delitos y
crímenes.
Nunca antes (que sepamos) se había
hecho público el contrato imperante entre escritores y
autoridades políticas en Cuba, secreto mayor de los literatos
isleños. Nunca antes escritor residente en la isla, y por tanto
expuesto su trabajo a censura oficial, había declarado
cuánto sacrificaba para ver publicados sus libros.
Editado en una de las más importantes
casas españolas, traducido a varios idiomas y publicado (con
esos mismos títulos) dentro de su país, Leonardo Padura
es un autor de éxito. Algunas autoridades de la isla no ven con
buenos ojos sus libros, reconoce. Pero la censura oficial no ha
cambiado ni una sola palabra en sus textos, y cuatro de sus seis
novelas han sido elegidas como libros del año en La Habana.
Lograr milagro así en un panorama donde
según él mismo los escritores incómodos resultan
marginados, presupone un muy delicado planeamiento. Es necesario
adelantarse al censor y borrar, no las huellas del escenario del
crimen, sino el crimen mismo. (Tal vez por ello sus novelas resultan
soporíferas: el único crimen lo ha cometido el autor:
asesinato por autocensura.)
Padura confiesa imponerse determinados
límites a la hora de ejercer la crítica social y
justifica sus maniobras con un ejemplo deportivo: en un partido lo
importante es colar gol. Es preciso, pues, ajustarse a las reglas del
juego, "tratar de burlar las defensas, ser habilidoso para poder buscar
la mejor posición desde la cual tirar y anotar el gol que vale".
(Me gustaría, sin alejarnos de lo deportivo, transformar el
ejemplo en otra clase de juego. En este otro fútbol que propongo
hay también que ajustarse a las reglas, sólo que
éstas no han sido estipuladas por autoridades políticas,
sino por autoridades literarias, incluido el propio creador.)
Padura juega en relativa conformidad el
fútbol de los comisarios. Para él no existe otro juego,
ni resulta posible discutir las reglas de ése. "La vida en Cuba,
a pesar de todas las dificultades, es mejor en muchos sentidos de lo
que pudo haber sido en otras épocas", sostiene. Vive, pues, en
la mejor de las Cubas posibles. Lástima que en su entrevista no
nos aclare cuáles son esos "muchos sentidos".
"Yo no me imagino viviendo fuera de Cuba",
afirma. Tiene "una relación sanguínea, ni siquiera
intelectual" con su casa, su barrio, su país de nacimiento. Y se
muestra capaz, con tal de conservarla, de malversar su relación
con el trabajo. Vistas así las cosas, podrá
considerársele morador privilegiado, vecino intachable, hijo
emérito de Mantilla, cubano cien por ciento. Todo menos escritor
con vergüenza.
Más aún cuando leemos esta otra
razón para no marcharse al exilio: "mi literatura surge de esa
relación que tengo con la realidad cubana. En Cuba, la
literatura tiene todavía esa función social, esa
capacidad de influir y actuar sobre los demás".
Varias son las hipótesis que despierta
la frase anterior. ¿Cuál es esa relación
insustituible que tiene Leonardo Padura con la realidad cubana?
¿La de verlo todo o casi todo para callar mucho? ¿Sus
trabajos de premeditación donde calcula cada detenimiento del
comisario de turno y tacha para no complicarse la vida (o anotar un
gol, tal como él considera)? Si no se larga a vivir al
extranjero es debido al influjo que consigue sobre sus lectores, a su
incidencia en la sociedad civil cubana, a la agitación social
despertada por sus libros.
¡Alardes de inválido! Lo
único que consiguen esas novelas suyas es extender entre la
gente el miedo a la autoridad, contagiar a los lectores el temor de
quien escribe (si mi escaso italiano no me falla, Paúra
significa miedo). Menos policiales que de horror, la sombra del censor
y sus tijeras atraviesa sus páginas. Y en lugar del manual de
autoayuda, Padura parece haber dado con la fórmula del manual de
autocastigo.
Siente, según la entrevista aparecida
en el Diario Vasco, el
orgullo enorme de que sus obras puedan leerse ahora dentro de Cuba.
Apostador de poca monta, sacrifica la duración de su obra por
ese triunfalismo del presente. Prefiere jugar el fútbol de los
mandamases a practicar la ética del escritor.
No es el único, que conste. Pero ha
sido el primero en declarar las leyes de un juego que comparte con
tantísima gente. Y las cosas, luego de esta entrevista suya, no
van a ser las mismas. Ahora cualquier reunión intelectual puede
tomarse por peña de tahúres. Lo era ya desde antes, pero
entonces el truco se mantenía encubierto.
La
lengua suelta no. 18
Aviso a
nuestros lectores:
Hemos incluido, a continuación
de la entrega no.18 de La lengua suelta, el texto Anónimos, de Arturo Arango a
que Fermín Gabor hace referencia. De esta manera nuestros
amigos disfrutarán más el envío de Gabor.
Además, La Gaceta de Cuba
no podrá objetar nuestro sentido de la más elemental
justicia. En cuanto a nosotros, bueno, no les exigiremos peras al olmo.
La
Habana Elegante
Qué
raro que me llame Federico
Fermin
Gabor
Dónde
estábamos? Ah, ya. En el momento en que, con el título Anónimos,
Arturo Arango publicaba en La Gaceta de Cuba (julio-agosto
2004)
artículo donde intentaba meterle coco al fenómeno de las
columnas de autoría
encubierta que, según noticias suyas, empiezan a pulular.
Algo menos repugnantes que los virus
informáticos,
críticas literarias y de costumbres gremiales
llegan a las pantallas de
nuestras computadoras bajo nombres falsos. Creo, opuestamente a Arango,
que
rara vez sin nombre. Por lo que su artículo debió
llamarse Seudónimos.
(El seudónimo tiene linaje literario y el anónimo
tradición de chantaje.)
Pero más allá de la
inconveniencia del título, resulta
muy loable su empeño de juntar señales e intentar extraer
de ellas alguna
moraleja. Lástima, empero, que a ese intento no lo
acompañe una recta
inteligencia. Lástima que la flecha se le pierda en el camino al
blanco.
Y no podía ocurrir de otro modo cuando
parte de presupuesto
tan falso como el suyo: las polémicas literarias anidan
gustosamente en las
revistas de la isla. Y no podía ser menos cuando empuja al
lector hacia
causalidades descabelladas: tales mensajes encapuchados promueven el
chisme de
pasillo y restan ímpetu a lo que pudiera convertirse en
crítica publicada. (Si
tal como asegura él los mensajitos constituyen una moda
reciente, el chisme de
pasillo es anterior a la fundición de los cimientos de la casona
de 17 y H).
Sin embargo, lo más falso de Anónimos
es el
aire de apoliticismo que el autor aparenta. (Que la política
salte luego a la
yugular de muchas de sus oraciones resultaba esperable, pues ya se sabe
cuán
incivil puede ser el comportamiento de lo reprimido siempre que
retorna.)
Arturo Arango conocía de antemano lo
político del
asunto. Según palabras suyas, en esas críticas de nombres
encubiertos “se
descalifican instituciones cubanas y a escritores y artistas que
desempeñan
responsabilidades en ellas o que declaran su compromiso o su
simpatía con la
revolución”.
Para pensamiento como el suyo la
política “es un campo
dominado por reglas que difieren de las que sostienen el juego
literario”. Y
pretende luego citar con propiedad a Barthes y a Foucault, para que no
nos
quepa duda de que en su vida ha leído a esos monsiús.
Pues una
sola incursión por obras de esos franceses le habría
enseñado que las reglas
son las mismas para el juego político y el literario.
(¿Por qué en sus palabras
la política es campo y la literatura juego? ¿Por lo
minado del primero?).
Arturo Arango no quiere que se le vea como
censor de
lo que estudia. Incluso en varios puntos admite alguna simpatía
por lo que los
mensajes X traen, y es plausible entender su perorata como la del voyeur
que abjura públicamente de la pornografía. (Lo imagino
empedernido lector de
chanchullos y asiduo comentarista de pasillo.) Pero que no venga a
engañarnos
su aire modosito: Anónimos resulta una cerrada
defensa de las
instituciones gubernamentales cubanas.
Declara para ello la libertad de movimientos
existente
dentro de las publicaciones de la isla y arremete con disimulo contra
quienes
las evitan y emprenden alternancias. Arango se adelanta en unos meses a
medidas
estatales que ya han sido pronosticadas para fines de año: la
batalla contra
los trabajadores por cuenta propia.
Anónimos carga contra
el cuentapropismo de la crítica literaria. Procura meter
toda forma de vida en el corral del Estado, para que cada niek
suene definitivo, inapelable. Para volver a los poderes
ommnímodos de los
setenta.
Su autor desaprueba la batalla plantada por un
seudónimo ya que resulta una pérdida de tiempo para la
polémica. ¿De qué modo
responder a una ficción, a una fantasmagoría?, pregunta.
Y cita en su artículo
a dos de esas ficciones: Leopoldo Ávila y Fermín
Gabor.
Confiesa que lo elusivo de esta clase de criaturas puede verse bien en
el caso
del primero, que escapó sin que nadie contestara a sus ataques.
Es en este punto donde las carcajadas de
José Antonio
Portuondo o quienquiera que haya sido Leopoldo Ávila
desmienten
el remedo de posibilidad histórica con que intenta embutirnos
Arturo Arango.
Pues incluso desprovisto de seudónimo Portuondo (o quienquiera
que haya sido)
hubiese resultado inexpugnable. Publicadas sus columnas en la revista Verde
Olivo tenía a su favor la flotilla de tanques del
Ejército Central. Por no
hablar de un carné del partido.
¿Luis Pavón y Joaquín G.
Santana son seudónimos? Tal
vez Arturo Arango deba, aunque sin meterse en política,
aclararnos por qué este
par de veros nominales va a marcharse sin cocotazo suyo o de otros. Ha
de
explicarnos también la inmunidad en la que tanta vaca sagrada
circula
indostánicamente a la intemperie, sin seudónimos.
(¿La condición de vaca
sagrada no protege mejor que un nombrete?).
Confieso mi disgusto al verme citado en
compañía de
Leopoldo Ávila. Y, sin pretender develar por ahora mi identidad
(algún día lo
haré del mismo modo en que Dustin Hoffman se despoja de su
peluca en Tootsie),
puedo asegurar a mis lectores que me asiste muchísimo menos
poder que al
finadito Portuondo. Ninguno de los que fustigo dejará de tener
edición o empleo
debido a mis palabras, ni se le abrirá causa policial.
Compruebo que del mismo modo en que Arturo
Arango
quiere hacernos creer que ha leído a Barthes y a Foucault,
simula no saber la
diferencia entre Verde Olivo y La Habana Elegante,
Laurenti Beria
y un pobre bicitaxista.
Me acusa, a mí y a otros, de
intolerante. Pero, ¿por
qué buena razón dejar de atacar a un mazo de escritores
oficialistas que ya
cuentan en revistas y periódicos y noticieros y editoriales y
oficinas con
suficiente aplauso y vitoreo? ¿Hay que sumarse al coro de
quienes los celebran?
¿Hay que callarse la boca o sudar fiebre por los pasillos
roñosos donde circula
el chisme? ¿Ser tolerante con la intolerancia política y
la mediocridad
literaria de quienes protagonizan la escena cultural cubana?
Ya por el tobogán de las preguntas,
¿quién es
verdaderamente Arturo Arango?
Compartiré con mis lectores la mejor de
mis hipótesis:
hace unos años era el muy joven director de Casa,
revista continental.
Roberto Fernández Retamar era su jefe. Un buen día, con
ganas de divertirse, de
burlar la mediocridad de un periodista llamado Luis Sexto, el joven
director
confabulóse con algunos de sus subordinados y escondieron los
rasgos del
mediocre periodista bajo disfraces de payaso. Sacaron un número
de la revista
con retratos burlados de Luis Sexto.
Lo escolar de la broma no tiene para mí
reproche
alguno (¿acaso aquí no las cometo igual?), sí lo
insignificante de su elección.
¿Por qué en lugar de un idiota con nombre de rey no
ocuparse de muñecón más
alto? ¿Por qué no el jefe Retamar, por ejemplo? ¡En
lugar de pieza mayor,
bajarse con un periodista que nadie recuerda ya! Ubi sunt
Ludovicus
Sextus.
No tardó mucho el burlado en reconocer
bajo los
payasescos rasgos los rasgos propios de su jeta, y exigió
reparaciones a la
ofensa, visitó a las autoridades pertinentes, hizo de la
venganza punto de
honra.
Levantado el escándalo, el joven
director de la
revista Casa se mostró incapaz de reconocer su
participación. Se
engurruñó, escondióse, aclaró al jefe
Retamar su desconocimiento de una
jugarreta armada por subordinados suyos a sus espaldas.
Pero aumentaron un poco la presión
atmósferica y el
joven director acabó por reconocer su parte en el complot.
Lloró en la oficina
del jefe (en la antesala, ya que no lo recibían) peticiones de
misericordia.
Haría lo que fuera necesario para recuperar la confianza
traicionada por él. Se
iba a Solentiname de monaguillo de Ernesto Cardenal, bordaría
trajes típicos
para Rigoberta Menchú.
Y ahora ese lacrimoso que obrara
encubiertamente, que
dejara en la estacada a los suyos y mintiera a su propio jefe, es
quien llama
cobarde y amoral a todo el que se acoja a seudónimo o anonimato.
Reencarnado
desde hace años como jefe de redacción de La Gaceta
de Cuba, asegura que
no cometerá el pecado de la descalificación fácil:
“evito escribir la palabra
‘cobardía’”. (Seguramente le traería recuerdos
personales, remordimientos.)
No estoy seguro de quién es Arturo
arango, quizás
nunca llegue a saberlo con certeza y él quede como enigma igual
que Leopoldo
Ávila. Pero, sea quien sea, al final de su artículo deja
escrita esta
recomendación: "No creo que haya que perseguir estos
anónimos". Y
ojalá que esta no sea una invitación solapada a las
fuerzas de ataque. Porque
más peligroso que quien se esconde detrás de un
seudónimo es quien pone
seudónimos a cada una de sus palabras.
Anónimos / Arturo Arango
El fenómeno ha
comenzado a expandirse y aunque limitado, al menos hasta hoy, a las
computadoras de aquellos que podemos conectarnos a la red (a alguna
zona, ya sea mínima, de la red), ha ocupado por momentos la
atención del campo intelectual cubano: cada cierto tiempo,
enviados desde cuentas de correos a todas luces apócrifas o
tomados de revistas digitales elaboradas fuera de la Isla, llegan a
decenas, quizás cientos de buzones electrónicos textos
que pretenden la crítica (literaria, pero no sólo)
amparados en el anonimato. Y es, justamente, esa expansión lo
que provoca este Punto:
cuando un episodio se conviene en regularidad hay que leerlo
también o, sobre todo, como un síntoma.
En su mayoría son textos que buscan una
operatividad política: en muchos de ellos se descalifican
instituciones cubanas y a escritores y artistas que desempeñan
responsabilidades en ellas o que declaran su compromiso o su
simpatía con la revolución. Intentaré, sin
embargo, apartar de estas líneas la política (mientras
sea posible), ya que es un campo dominado por reglas que difieren de
las que sostienen el juego literario.
Algunos de esos autores que han optado por el
enmascaramiento aducen que los motiva la falta de transparencia de la
prensa cultural cubana y dan por sentado que no hay espacios donde la
crítica pueda ser expresada con la mayor crudeza. En principio,
esa misma excusa llama la atención: es cuanto menos
extraño que alguien que opta por esconder su rostro real
requiera de justificaciones para hacerlo y quizás ello revele la
necesidad de legitimarse ante sus posibles lectores y,
simultáneamente, el temor a ser rechazado, a estar sobrepasando
límites que un tipo de receptor, tal vez mayoritario, no
esté
dispuesto a admitir.
Sin embargo, eso que los anónimos
están dando por sentado, ¿es real? ¿Ha faltado
espacio para la polémica en el campo cultural cubano y, en
especial, en sus revistas? No es éste el lugar para
enumeraciones, pero cualquier lector que revise los índices de Unión, La Gaceta de Cuba e, incluso, de
publicaciones de otro perfil, como Revolución
y Cultura y Cubaliteraria,
reconocerá que han acogido numerosas disputas, al menos durante
la última década, disputas donde, muchas veces, la
pasión, los enconos, las descalificaciones, han prevalecido por
encima de la razón, de la decencia y de la búsqueda del
conocimiento (aunque en otras los autores han dado ejemplo de decoro,
de civilidad).
Insisto en que estoy mirando sólo
aquella zona, digamos, literaria de esos textos que llegan bajo firmas
falsas. Para ser justo, debo reconocer que a muchos de ellos no les
falta agudeza y que a veces expresan criterios con los que coincido (ya
sabemos, “El diablo no tiene la razón pero tiene razones que
vale la pena atender”), aunque en otros casos son chapuceros, tontos y
su escritura pésima. Pero más allá de cuestiones
de calidad, hay en la propia manera en que existen, en que toman
cuerpo, argumentos que me molestan, que me preocupan, sustancialmente.
Algo que huele mal.
Lo primero es su intolerancia política.
Como dije antes, se descalifican, sobre todo, escritores cuyo
compromiso con la revolución cubana es explícito. Si
décadas atrás nos quejábamos de que la izquierda
dogmática desestimara figuras valiosas sólo por sus ideas
de derechas, o aun por su indiferencia, invenir la ecuación no
es menos nocivo y demuestra idéntico sectarismo: ni uno ni otro
pueden hacer bien a la cultura, aunque uno y otro lleguen amparados por
situaciones de poder o por el espíritu de la época.
Me molesta también la falta de rigor,
la comodidad que se impone con el anonimato (y evito escribir la
palabra “cobardía” para no cometer el pecado de la comodidad, de
la descalificación fácil, adjetiva). Ya sabemos,
desde Barthes y Foucault, que un autor es algo diferente que el nombre
de quien escribe. El anónimo se esconde también como
autor. No sólo pone su persona, su rostro o su cuerpo mismo a
salvo de réplicas, represalias o agresiones sino que está
enajenando esa otra parte que le pertenece como autor. Al polemizar con
un seudónimo de este tipo, sea el de Leopoldo Ávila o el
de Fermín Gabor, lo hacemos contra una ficción, contra
una fantasmagoría que terminará escapando (ya lo hemos
comprobado en el primero de los casos), contra un cuerpo de ideas sin
respaldo, sin historia. Es, por tanto, una polémica
estéril, que difícílmente pueda satisfacer esa
“sed de conocimientos y de experimentación” que reclama para la
cultura el lúcido editorial que acaba de publicar la revista Unión (n. 51,2003) a
propósito de las polémicas. Hay, por ello, una amoralidad
en ese gesto de hacer que un texto aparezca en la orfandad de lo
anónimo. Se puede no simpatizar con el impulso negador que
rigió la obra de Virgilio Piñera, pero lo que no se puede
poner en tela de juicio es que ese espíritu es parte sustancial
del autor Virgilio Piñera: la lectura de Aire frío o de La isla en peso es inseparable de
ese afán negador, y sus textos críticos, con frecuencia
devastadores, no pueden comprenderse sin sus piezas teatrales, sus
cuentos y poemas. Por eso su negación puede ser fecunda,
iluminadora: ofrece una lección de ética y el ejemplo de
una valentía personal, de una verticalidad para la defensa de
sus criterios estéticos que, ya lo sabemos, también
constituyen al autor Virgilio Píñera.
Por eso me molesta, además, que, bajo
el pretexto de abrir espacios para la discusión, estos mensajes
estén, en realidad, cerrándolos. Los cierran porque
favorecen el rumor, el cotorreo o el comentario de pasillos, siempre
infecundos y tan arraigados, tan poderosos en el medio cultural cubano.
Lo que se conversa o se trama en pasillos pocas veces alcanza espacios
de debate público de mayor alcance o jerarquía: se
desvanece en superficies. Los cierran, también, porque en ellos
la frivolidad, la descalificación adjetiva, prevalece sobre la
argumentación y el conocimiento. Los libros o autores azotados
por estos mensajes ya están, por el momento, apartados de otro
tipo de debates. En lugar de ponerlos bajo la luz de una
meditación seria, estos anónimos los han agotado. Ya
nadie volverá sobre ellos y, quien vuelva, no incorporará
a los suyos, ni para afirmarlos ni para rebatirlos, argumentos que,
como dije antes, no pertenecen a autor alguno.
Pero también quien usa un nombre falso
se siente en libertad de hacer lo que no podría desde su
identidad real. Y si lo que se intenta es la crítica literaria,
esa presunta libertad conduce al insulto o a la calumnia, casi
inevitablemente. Si esos textos, como algunos de ellos afirman,
pretenden establecer un modelo distinto para la crítica
literaria, sus autores debían saber que un nuevo modelo requiere
también de una nueva ética y que el abuso de la libertad
es inmoral (no ya amoral), como es inmoral el abuso de cualquier tipo
de poder, incluso el que otorga una máscara.
Estos anónimos llegan a nuestros buzones, nos dejan indiferentes
o nos hacen reír, nos preocupan o nos irritan, pero existen y ya
son inevitables, tal vez crecientes (las características del
trabajo en la red pueden favorecer que otras personas se sumen a la
modalidad). Es obvio, además, que están entrando en un
ambiente favorable: de nuevo, el Diablo no tiene la razón... Tan
verdaderas como las polémicas ocurridas y los espacios que las
favorecen son las zonas de silencio, los debates pospuestos, las
heridas mal sanadas. Tan real como esa pretendida o solicitada unidad
de los intelectuales cubanos, o como lo ha sido su sabiduría
para enfrentar y conjurar actos de incomprensión o intolerancia,
lo son las bajas pasiones, los resentimientos, las envidias
(inherentes, ya sabemos, a la condición humana).
No creo que haya que perseguir estos
anónimos, ni bloquearlos en nuestras cuentas de correo, ni hacer
como si no existieran. Han llegado y en no pocos casos ocupado la
atención, la curiosidad, el tiempo de muchos de nosotros.
Quizás, por eso, lo más útil sea pensar, en lo que
significa ese acto, en el caldo de cultivo del que se alimenta, y
tratarlos en los espacios y con la ética que ellos quieren
desconocer, de manera que al odio, al fanatismo, a la
irresponsabilidad, se le opongan la razón, la inteligencia, el
sentido común.
La lengua suelta no. 17
Dos Gacetas
y muchísima polémica (pero no dentro de ellas)
Fermin Gabor
Tengo
en mi mesa los dos últimos números de La
Gaceta y, por lo que arrojan ambos acerca de la crítica
literaria, por lo
de preceptiva que tienen, han de ser lectura obligatoria para todo el
que
busque estrenar opinión en las revistas de la isla o publique ya
en ellas. Es
preciso leerlas como se lee un manual de costumbres, una guía de
etiqueta, un
tratado ético. Especialmente dos de sus artículos: uno
debido a la pluma de
Eliades Acosta Matos, otro a la de Arturo Arango.
Vicedirector
de la Unión de Historiadores de Cuba y actual director de la
Biblioteca
Nacional, me cohibiría en grado sumo tratar al primero de estos
autores con
título que no sea el de doctor. Yo conocía ya algunas de
sus opiniones gracias
a una antología preparada por Enrique Ubieta (Vivir y pensar en Cuba. 16 ensayistas cubanos nacidos con la
Revolución
reflexionan sobre el destino de su país, Centro de Estudios
Martianos, La
Habana, 2002), donde el doctor Acosta Matos atacaba unos intentos de
revaluación del autonomismo cubano a la par que acometía
la defensa del
realismo socialista.
En
esa misma antología un pensador de la agudeza de Fernando Rojas
(siempre que le
adjudiquemos por error alguna obra de su hermano Rafael) añoraba
la gama de
productos lácteos que su infancia consumía en paseos por
el habanero Parque
Lenin. Fernando Rojas destilaba nostalgia de cuño semejante a la
de esas viejas
tías abuelas recontadoras de meriendas de Ten Cents. “El vaso valía
veinticinco
centavos, y en los primeros setenta allí vendían la leche
sólo por vasos”,
rememoraba. (La boca se nos hace agua de pensar en los primeros
setenta, recién
fracasada la Zafra de los Diez Millones y celebrado el Primer Congreso
Nacional
de Educación y Cultura.)
También
a Victor Fowler, presente en dicha antología, lo desvelaban
preocupaciones
líquidas. No se trataba en su caso del vaso de leche servido en
el Parque
Lenin, sino de la “Pepsi Light” para la cual, en un día futuro
de capitalismo
habanero, no le alcanzaría la plata. (¡Qué tortuosa
nostalgia la suya capaz de
proyectar imposibilidad actual hacia el futuro!)
La
historia nacional cabía entre el vaso de leche de Fernando Rojas
y la “Pepsi
Light” de Victor Fowler. A juzgar por los 16 ensayistas nacidos con la
Revolu
el destino del país consistía mayormente en la
añoranza. “¡Ay, qué mal va la
cosa”, recuerdo haber dicho, “cuando los ñángaras
empiezan a sufrir de
nostalgia!”.
Pero
no hagamos esperar más al doctor Acosta Matos, para quien el
realismo
socialista es un quesito crema del Parque Lenin. En la antología
ubietánea el
actual director de la Biblioteca Nacional se dolía del saqueo
sufrido por los
antiguos países comunistas europeos luego de la caída del
Muro de Berlín. Según
él, el video-clip (“las tambaleantes industrias del video clip”)
y la
decoración de interiores venían a apropiarse de los
códigos visuales del
realismo socialista, hurtaban longevidad a la estética favorita
del camarada
Stalin.
(Su
planteamiento abre diversas interrogantes: ¿por qué
entender la apropiación
estética como saqueo?, ¿o cómo no admitir entonces
que es saqueo a Occidente
toda la arquitectura moscovita de la época de Stalin, de un
neoclasicismo
facilón?, ¿por qué, en lugar de emprender la
defensa del constructivismo
soviético, cuidarle el culo al realismo socialista?,
¿cómo éste, tan vigoroso,
llegó a ser absorbido por lo tambaleante?, ¿y por
qué la suma de los artistas
eméritos de las repúblicas soviéticas no
alcanzó a imaginar ni una emisión de Colorama?)
Graduado
universitario en una alejada república soviética, el
doctor Acosta Matos
defendía el pundonor bolinski.
Autonomista como fue frente a Moscú (ni
independencia ni anexionismo), no aguantaba a los que quisieran
recordar el
autonomismo frente a España.
Y
ahora el penúltimo número de La Gaceta de
Cuba publica un texto suyo donde arremete contra todo el que
procure
algunos rasgos positivos para la República. Responde a una
reseña publicada por
el investigador Jorge Domingo Cuadriello en número anterior de
esa misma
revista y, para entender su alcance, es preciso hacer un poco de
historia.
Dejénme que les cuente, limeños.
Julio
Rodríguez publica a los sesentinueve años de edad un
primer libro, una
cronología: Noticias de la
República.
Matrimoniado con la bibliógrafa Araceli García Carranza,
Rodríguez recibe ayuda
de su esposa para el libro. Y el doctor Acosta Matos, quien se brinda a
prologarlo, asegura que el volumen es obra de indudable valor y se
deshace en
alabanzas del trabajo investigativo efectuado por su autor.
Luego
Jorge Domingo Cuadriello reseña ese primer tomo de Noticias de la República (hay
otros por venir) y descubre que en él
abundan las imprecisiones, los errores y las meteduras de pata. Y que
el tan
alabado viaje de su autor a las fuentes bibliográficas resulta
muchas veces
dudoso.
Quien
recorra las páginas de esa cronología podrá
asistir al nacimiento apócrifo de
Julio Antonio Mella, verá regresar de la muerte a Aurelio
Mitjans, y va a ser
testigo de la doble muerte del general Carrillo o del nunca ocurrido
asalto y
destrucción del periódico Heraldo de Cuba.
Muchas
otras pifias señala el reseñista y descubre además
la poca imparcialidad de un
acopio en el cual no aparece mención del mayor período de
bonanza económica
republicana. Es en este punto donde el reseñista Domingo
Cuadriello topa con el
malhumor del doctor Acosta Matos. ¡Mira que exigir noticia
favorable de una
edad histórica donde la gente nacía en días
equivocados, volvía de la tumba o
moría dos veces!
Incapaz
de objetar la mayor parte de las acusaciones del reseñista, el
doctor Acosta
Matos acude en su defensa a lo melodramático. Varias son las
objeciones
sentimentales que hace a Jorge Domingo Cuadriello. Que si éste
ha atacado en
público a una mujer como Araceli García Carranza
(¿en privado le hubiese estado
permitido?), que si abusa de un hombre que a los sesentinueve
años publica su
primer libro. Con la conciencia de un asiento de guagua para
embarazadas, el
doctor Acosta Matos se desvela por mujeres y ancianos. (Vista la edad
de su
prologado, uno llega a preguntarse por qué éste no
esperó a ser aún más
defendible, qué lo ha impulsado a tanta precocidad. Pues,
publicado a los
noventinueve años, su primer libro habría sido más
erróneo y disculpable.)
Por
supuesto, donde hay novelón indígena no falta la figura
del Apóstol, y el
doctor Acosta Matos nos recuerda el martiano apotegma “Criticar es
amar” y el
sofisma martiano de que cuando se va a morir bien cabe licencia para
rimar del
peor modo. Vistas así las cosas, un chapucero de 69 años
casado con concienzuda
bibliógrafa emprende el primero de sus trabajos, mete la pata
sin compasión, y
es preciso amarlo martianamente.
Por
último, el doctor Acosta Matos no alcanza a comprender a esos
críticos que
“pudiendo ventilar entre compañeros sus señalamientos
escogen la páginas de una
revista”. Y de aquí puede sacarse tal vez el más
importante precepto entre los
suyos: la crítica no tiene por qué llegar a las revistas,
no hay por qué
publicarla. Cualquier diferencia estética ha de ser ventilada en
reunión a puertas
cerradas. (De la crítica literaria como asamblea sindical
manicheada
por la administración.)
Pacienzudo
para examinar las virtudes de una cronología, el investigador
Jorge Domingo
Cuadriello ha tenido también la cachaza de responder a cada una
de las
reclamaciones del doctor Acosta Matos. Y en respuesta a las peticiones
de
crítica amorosa hechas por éste se ha encargado de
exhumar la nada cariñosa
reseña con que, en 1988 y desde una revista santiaguera, Eliades
Acosta Matos
(entonces no doctor) saludara la aparición de un libro
póstumo de Virgilio
Piñera.
(De
esa vieja reseña vaya un cacho: “¿En
nombre de qué
supuesta libertad de expresión o de creación puede un
intelectual aislarse de
un mundo en ebullición que diariamente golpea a su puerta
clamando también por
su aporte en su eterna lucha por la perfección? ¿Puede
aceptarse como lógica la
autocondena de Piñera al ostracismo, al autoexilio al mundo de
la fabulación,
suponiendo incluso que no hayan podido ser aceptadas sus propuestas
estéticas,
en una coyuntura política muy concreta y por todos conocidas?”
Fuera cuestión
amorosa, el joven Acosta Matos tiene el descaro de tratar de
autocensura lo que
fue castigo oficial dictado contra Piñera. Y considera
búsqueda de perfección a
los golpes en la puerta del viejo escritor prohibido. Al parecer, los
estetas
de Villa Marista venían a pulir alejandrinos al apartamento de
Piñera.)
La
Gaceta de Cuba, que publicó la
reseña escrita por
Jorge Domingo Cuadriello y luego la reseña de reseña a
cargo del doctor Acosta
Matos, ha decidido interrumpir la polémica cuando estaba
poniéndose mejor. Bajo
el pretexto de que no agrega nada nuevo, deja sin publicar la respuesta
de
Domingo Cuadriello.
Sin revista que la acoja, la entrega
última
de esta polémica viaja de uno a otro correo electrónico,
corre el destino de
una nave espacial ida de órbita. Jorge Domingo Cuadriello
asegura en ese
mensaje electrónico que ya no volverá sobre el tema.
Aunque ha pedido al
presidente de la Unión de Historiadores de Cuba que se nombre
una comisión de
historiadores, suerte de cascos azules de la ONU, que sirva de
árbitro en la
pelea.
El número de La Gaceta de
Cuba en el cual debió salir la contesta de Domingo
Cuadriello al doctor Acosta Matos se cierra con un artículo de
Arturo Arango,
jefe de redacción de la revista, que desaprueba la
proliferación actual de
crítica literaria bajo seudónimo y recomienda canalizar
la discusión a través
de las revistas literarias ya existentes. Arango anima a leer los
índices de Unión, de La
Gaceta de Cuba, de Revolución
y Cultura para encontrar allí vivas polémicas.
(Perfecto conservador, ni
por asomo se le ocurre aludir a la posibilidad de nuevas revistas.)
El actual director de la Biblioteca Nacional
dictamina que la crítica de libros ha de ser transacción
de despacho que no
arribe a las revistas porque la ropa sucia debe lavarse dentro de casa
y cada
reseña desfavorable puede ser un arma que tendamos al enemigo
imperialista.
Arturo Arango, en cambio, cree que es obligación de la
crítica aparecer en el
espacio público que las revistas trazan. Un detalle salva la
diferencia entre
las posiciones de este par de funcionarios: los directores de revistas
conservan el fácil recurso de afirmar niek nananina a
todo cuanto les parezca
incómodo.
Arango, no menos que el doctor Acosta Matos,
es un fiel exponente de la hipocresía de las instituciones
culturales cubanas. Niega en privado espacio a la polémica
mientras en público alardea de brindarlo. Pero ya nos ocuparemos
de él en la próxima entrega...
La
lengua suelta no. 16
En familia, en verano
(obra en un acto)
Fermin Gabor
-¡Te digo que apagues ese televisor de una vez!
-Está bien. Apagado.
-¿Los viste?
-¿A quiénes?
-A Retamar, a Pablo Armando, a esa gente.
-¡Coño, mira que tardan en morirse!
-¡Chico, no digas esas cosas
delante de los
niños!
-Los niños que se vayan a jugar, que esto es una
conversación entre mayores.
-Vamos, niños, ya lo oyeron.
-Alguno podría ir muriéndose,... ¿no te parece?
-Vira el ventilador, que no me llega el fresco.
-Será que van a llevárselos en lote.
-Ahí mismo.
-Básico, no básico y dirigido.
-Ay, ¿te acuerdas?
-¿Que si me acuerdo? Todavía sueño que me toca
elegir juguete.
-Entonces no es un sueño, es una pesadilla.
-Hubo un año en que alcancé muñeca y creí
que al otro conseguiría una casita donde ponerla a vivir.
-Una casa de muñecas.
-¿Cuál de los dos es el más viejo, Vitier o
Augier?
-Tienen nombres de dramaturgos del Segundo Imperio.
-Pero de los malos. De los teatros de bulevares.
-Bien picúos, sí. Melodramáticos.
-Y tuve suerte de alcanzar la casa. Pero siete años
después, cuando de la muñeca no quedaba ni un ojo.
-Vitier es ése que iba a todas partes con Guillén,
¿no?
-¡Con Guillén el que iba era Augier!
-Eh, a ver si tomamos alguna pastillita para la memoria.
-Puse por aquí el nombre para que no se me olvidara.
Míralo: gingko biloba.
-No lo había oído nunca.
-Dicen que es milagroso.
-Todavía ese Augier va con Guillén para arriba y para
abajo.
-Medicina tibetana. Antiquísima.
-Hum.
-Seguro en Cuba que Ángel Augier toma ginkgo biloba.
-Se le habrá olvidado que su
mujer fue batistiana.
-¿Mary Cruz sigue viva?
-¿Tú tienes pruebas de que haya estado viva alguna vez?
-Ay, no empieces.
-Y con tal de no morirse, se hizo santo.
-¿De quién hablan ahora?
-Del director de Casa.
-¿Retamar se hizo santo?
-¿No fuiste tú quien me lo dijo?
-Eso tiene que ser un invento.
-¿Invento mío? Dime si no lo viste con bastón, que
casi no podía andar. Y ahora aparece en todas partes.
-Una aparición.
-Lo habrán chapisteado en el Cira
García.
-Ese ventilador tiene su problemita al girar.
-Lo que me gustaría saber es cómo, si toda esa gente
está muerta, tarda tanto en morirse.
-¡Chico, mira los niños!
-Pero, ¿qué hacen aquí otra vez?
¡Vayánse por ahí!
-Mientras sigas en esa matadera van a pegar oído.
-Son unos monstruos. ¿Qué? ¿No se van a ir?
¡Pues traéme el cartón del Monopolio! Vamos a
organizar un juego.
-¡No se te ocurra enseñarle esas cosas a los niños!
-Aquí está el cartón.
-¡Que los pones a comprar casas y hoteles y los frustras para
siempre!
-Y aquí un atlas del mundo. Así que buscamos en el atlas
un lugar bien remoto...
-¡Sakishima!
-No.
-¡Babuyan!
-Tampoco.
-¡Irimote!
-Irimote, perfecto. Y el juego consiste en traer desde Irimote el
cadáver de Pablo Armando Fernández, que es esta ficha que
ustedes ven aquí.
-Mamá, ¿ese no era el viejito que estaba en la
televisión?
-No, mi amor, él que él dice es otro Pablo Armando.
-Irimote-La Habana.
-En su caso sería rarísimo que la muerte fuera a
encontrarlo aquí.
-¿Tú ves? Un juego de mesa que no despierta demasiadas
expectativas en los chamas: Monopolio sin hoteles ni millones.
Solamente el cadáver del poeta y la necesidad de que lo cubra
tierra patria.
-Eh, ¿y no hay castigo?
-¡Castigo, castigo, castigo!
-¡Ah claro, el castigo!
-¿Qué libro estás dándole a los
niños?
-Atiendan bien: todo jugador que caiga en este punto tiene que soplarse
uno de estos poemas.
-Déjame ver cuál es.
-La poesía de Pablo Armando Fernández.
-¡Ay, Dios mío, vas a analfabetizarlos para siempre!
-Pues podía ser peor.
-Imagínate con Barnet muerto.
-¡Madre mía!
-¡Aquí tienen los dados! Y este juego se llama Los niños se
despiden.
-¡Salgo yo primero!
-¡La primera soy yo!
-Un tiro y sale el mayor.
-Cinco.
-Dos.
-¡Ja!
-¡Seis, salgo!
-La propia Carilda...
-¿Qué pasa con Carilda?
-Cuidadito, que ella lee a Carilda.
-Pues que tenga cuidado. ¿Vieron como la vieja salió viva
y entera del ajetreo de la feria?
-Todavía está por morirse el primero de esos figurones de
feria.
-Siguen sobre la tierra a la espera de
premios.
-¡Pero si ya los tienen todos!
-Premio internacional, quiero decir.
-Ah.
-A Augier le dieron el Rulfo.
-¡El Rulfo fue a Vitier!
-El que haya sido, ¿se cree que ahora van a darle el Cervantes?
-¡Que le den la Orden Lenin!
-Esa la tiene ya.
-Es como si ninguno de los ventiladores de esta casa echara fresco.
-A ver niños, ¿por cuál rincón del mundo
tienen a ese cadáver?
-Yugo-Vostochnyye Karakumy.
-¡El desierto de Yugo-Vostochnyye Karakumy!
-¿Dónde carajos queda eso?
-No se preocupen, Pablo Armando ya ha estado por allí.
FIN
La
lengua suelta no. 15
Hacia
un perfil definitivo del hombre
Apuntes
para un retrato robot de la Generación del Cincuenta
Fermin Gabor
La cabeza enfundada en unas pamelas negras de ala corta que la asemejan
a San Juan Bosco, Carilda Oliver Labra atraviesa la isla porque le han
dedicado la Feria del Libro de este año. Se presta, a su
edad venerable, a recitar poemas de furor sexual. (Le quitan la
temática
del repellamiento chupachúvico
y quedaría muy poco de su obra poética.)
Ella forma, junto con Rosita Fornés, el dúo de rubias
menos
eróticas con que contaran los años cincuenta en Cuba. Y
esa
falta de fluído eléctrico las obliga, octogenarias ya, a
vestirse de sirenas o a soltar kamasutradas.
Carilda, que es la que aquí nos interesa, se muerde el pelo en
sus
lecturas a la manera de una estampa erótica japonesa, hace de
geisha
jurásica. Las ferias del libro de todos los rincones del
país
la tienen como figura principal, y ella traslada ese honor a “los cinco
héroes prisioneros del Imperio”, de quienes celebra sus bellezas
viriles pues la vieja es capaz de untar de baba sexual cuánta
cosa
le pongan por delante.
Urbano Martínez, que antes compusiera una biografía de
José
Jacinto Milanés y otra de Domingo del Monte, ha dado a la luz
biografía
de la anciana poeta. (La otra rubia ya contaba con una, escrita por
Evelio
R. Mora: Rosita Fornés, Letras Cubanas, La Habana,
2001.)
Hasta los remates de la isla viajan la poeta, su joven marido, un
peluquero
que la atienda y la vida escrita de ella. Y no hay punto que toquen
donde
no sepan de su leyenda: es la Compaya Segunda de la poesía.
“Qué bien se ve Raquel Revuelta”, opina al verla una vecina de
Corralillo,
fanática lectora de Doña Bárbara.
Cortejada por la prensa, uno de los periodistas quiso oírle
acerca
de los años en que estuvo en la fuácata, sin
publicación
y sin que pudiera mencionarse su nombre, y Carilda se refugió en
gatuna cortesía. ¿Para qué ponerse a recordar
malos
momentos ahora que todo resultaba fiesta?
@
Cada año La Habana dedica la Feria del Libro a un
país
invitado y a un escritor diz que de relieve
(Carilda Oliver Labra en este caso), y lo que sigue a éstos en
jerarquía
es el Premio Nacional de Literatura, flamante como un
carro
del año.
Reynaldo González por esta vez, los festejos organizados en su
natal
provincia han rebasado todo lo ocurrido antes. Pues le ha tocado
develar,
en plena vida, una tarja que conmemora su venida al mundo. En Ciego de
Ávila, en la fachada de la casa de su infancia. (El hotel
“Pernik”
de Holguín tiene una habitación donde cabe la gloria de
Pablo
Armando Fernández, lo mismo que la de Hemingway en el habanero
“Ambos
Mundos”.)
En varias comparecencias televisivas Reynaldo González ha
pretendido
que esa tarja recién develada cubra el territorio nacional.
Llama
ensayos a los artículos que ha escrito y, dotado en lo
más
mínimo para los primores de la lengua, se ha metido (como Rosita
en traje de sirena o Carilda de geisha) en disfraz de clásico
del
Siglo de Oro con el fin de pujar una novela histórica.
Del mismo modo en que se saca de la casa la basura, saca un librito de
sonetos eróticos.
Durante buen tiempo crítico del actual ministro de cultura, no
más
le aflojaron el premiete, Reynaldo González sigue y persigue al
ministro por todas partes. Le ríe las gracias y los pujos
indistintamente
(Abel Prieto hace chistes con la misma frecuencia que un candidato
presidencial
norteamericano), le recoge el pelo, le alcanza las pastillitas.
González, lo mismo que Carilda, prefiere olvidar sus disgustos
anteriores
y se adentra en la fiesta. Pues andaba necesitado de tarja y de
cariño.
Fue gozador de buen destino juvenil para ser tronado luego, y ahora
intenta
retomar su juventud por cualquier medio, procura continuar carrera.
Igual
que el resto de sus compañeros de generación, reunidos en
el proyecto “Buena Vida Social Club” que patrocina el Ministerio de
Cultura.
@
Novedades varias hacen peregrinar a Antón Arrufat en la comitiva
ministerial que recorre el país de feria en feria: la
aparición
de una antología de Gertrudis Gómez de Avellaneda que
hiciera
y una obra de teatro de las suyas.
De las fijaciones de textos ajenos realizadas por Arrufat tiene ya el
lector
algunas muestras. (Su edición de La carne de René,
de Virgilio Piñera es conocida como El picadillo de
Antón.)
Verdadero especialista en reescribir maestros, quién sabe
cuántas
aportaciones suyas leemos como si fuesen poemas enteramente
piñerianos.
Y ahora sus desafueros filológicos lo han llevado a producir la
que puede considerarse como edición más peregrina de La
Peregrina.
Él consigna en nota inaugural que ha eliminado de los poemas
todos
aquellos versos que no le convencían,
y en su lugar ha colocado hiladas de puntos suspensivos tal como
acostumbraba
a hacerse en vida de la poeta. Siglo XIX para una decisión y XX
para otra, acto seguido reconoce la supresión de las
mayúsculas
que doña Gertrudis utilizaba al inicio de cada uno de sus
versos.
Y para rematar, elimina los signos de admiración tan abundosos
en
la poesía romántica. Por privilegiar la moderna lectura
en
voz baja, sostiene.
En resumen, el cuarto de Tula le cogió candela. Porque no
importa
cuánto cariño haya dedicado en su prólogo Arrufat
a la descuartizada de Puerto Príncipe, termina por tratarla como
a histérica a quien se hace preciso controlar en enfásis,
exclamaciones y momentos de desfallecimientos. Con mano de antologador
le tapa la boca, y se ufana de ello como si estuviera
coronándola
en el Tacón. O dicho mejor aún: la corona a
taconazos.
Promete salvarla de la polilla y la trata como a cucaracha. Arrufat
deja
para nosotros la mejor edición lobotomizada de Gertrudis
Mucho-Hombre
y nuestros académicos le estarán agrecidos por el churro.
(Con tal de no dar golpe miran con buenos ojos las chapucerías
del
primero que pase.)
Abel González Melo, quien ha fungido como presentador de Las
tres partes del criollo, relaciona esta nueva pieza arrufatiana con
otras plúmbeas contribuciones del mismo autor a la dramaturgia
nacional.
(Uno piensa enseguida en lo hermoso que sería que
González
Melo pudiese entregarnos biografía de Arrufat del mismo modo que
contamos ya con Rosita’s y Carilda’s. Poeta y dramaturgo, Abel
González
Melo ha escrito unas notables glosas de las que no puedo más que
citar un fragmento: “Si quieren que a la otra vida / Me lleve todo un
tesoro,/
Me esculpiré. Frágil coro / Cala en la escara encendida./
Punge en mi vientre la herida / Lúgubre del mal que espero./
Busca
un pulgar asidero / Sobre el mural trascendente / Del tubo espeso y
caliente
/ Donde renazco o me muero.”/ /“Terco temblor tormentoso / Me expulsa
otra
vez al campo / De los pinceles. Estampo / Recias figuras de gozo./
¡Ya
no soy mujer, soy mozo!/ Mas, sumido en lo que añoro,/ Descubro
entre pelo y poro / Fiera escafandra perdida:/ ¡Llevo la trenza
escondida
/ Que guardo en mi caja de oro!”. Los dos primeros y dos últimos
versos pertenecen a José Martí, los otros al horror. El
poema
puede encontrarse entero en la antologia generacional Cuerpo sobre
cuerpo
sobre cuerpo, selección, prólogo y notas de Aymara
Aymerich
y Edel Morales, Letras Cubanas, La Habana, 2000)
Las tres partes
del criollo (título que, junto al
destazamiento
de la Avellaneda, revela tendencias de serial killer en su
autor)
correrá seguramente la misma suerte del teatro publicado
anteriormente
por Antón Arrufat. Y no resulta arduo adivinar cuál
será
la excusa enarbolada por éste para el tan poco caso:
acusará
a directores y actores y atrezzistas y taquilleras de castigarlo en
censura,
de alargar el castigo que en los años setenta le impusieran. (En
entrevista donde detalla su caída en desgracia, culpa de ella a
Raquel y Vicente Revuelta, hermanos en Stalin y en la sangre. Pero ni
un
nombre de funcionario implica al sistema, como si los Revuelta hubiesen
copado por entonces todos los puestos. Las acusaciones arrufatianas
tienen,
prudentemente, la dimensión de un camerino.)
Rine Leal ha aportado, hasta donde sé, las razones más
plausibles
del poco suceso teatral del autor de Las tres partes del criollo.
Según él, falta a esas obras las tres especias que
conforman
lo mejor del teatro: sexo, sangre y dinero. O expresado a nivel de
película
del sábado: nudismo, violencia y lenguaje de adultos.
Hasta hace poco Arrufat contaba con un aire de mártir que le
prestaba
algún interés. (Lo mismo
que otros compañeros suyos de “Buenavida Social Club”,
pasó
un tiempo limpiando zapatos y sin poder cantar.) Sabía que en
ello
consistía su fuerte y coqueteaba con la rememoración de
sus
desgracias, amenazaba con soltar en público la verdad. (De
él
y de los otros, no hay más que leer sus respectivos discursos de
aceptación del Premio Nacional de Literatura.) Ya que no
había arrimamiento posible a Lezama y a Piñera
través
de la escritura, se les pegaba vía calvario. Pero ahora que lo
tratan
oficialmente como a senador, ha tenido que torcer las cosas para
cultivar
su victimismo sempiterno, su papel de perseguido hasta el catre de
mármol.
Fuñido antes por castigo estatal, ahora que goza de favor
estatal
se finge castigado por otros poderes. Le arrebatan premios en la arena
internacional y cuando lo publica editorial española de las
grandes
es sólo para hacerlo aparecer en el traspatio mexicano. No le
permiten
triunfar en Barcelona y en Madrid, desde afuera lo castigan por no
haberse
marchado al exilio.
Como buen miembro de “Buena Vida Social Club”, Antón Arrufat
sostiene
con lo político las mismas relaciones que las putas con un chulo
violento.
@
Como en esas telenovelas venezolanas donde los personajes se quedan
ciegos
de buenas a primeras, la conversión en masa de un puñado
de viejos escritores en innegables escritores oficialistas parece obra
de un guionista desesperado. (A esos viejos, ¿qué les
echaron
en el café con leche? ¿Qué jalapa los ha puesto a
cagar de tal modo?)
Padecedor de súbita ceguera, el maestro César
López
también se ha largado de ferias con una maleta de viajante. (No
agobiaré al lector con el inventario de tal valija. Sólo
en una generación como la del Cincuenta puede figurar con
protagonismo
un poeta tan pésimo como ese César López.) Lo mismo
que Reynaldo González, atravesó por una etapa de rechazo
a dirigentes culturales. Juró no hollar nunca más los
jardines
de 17 y H, promesa cumplida por algún tiempo. Aunque, igualito a
González, ha vuelto decidido a robarse el show.
Contempóraneo del nacimiento de la televisión, mitad
Tongolele
y mitad Gina Cabrera, César López parece dotado lo mismo
para el cabaret que para el drama. Heberto Padilla lo apodó “La
Mamboleta Trágica”, y el nombrete es extendible a la
generación
en pleno.
César López ha sacado de su vuelta al redil favores no
sólo
para él, sino para la familia. Pues La Gaceta de Cuba,
publicación avara en todo lo que pueda entenderse como
protagonismo,
ha concedido columna fija a Adriana López Labourdette, hija suya
residente en el extranjero. (Obedeciendo a cuáles méritos
tal vez ni lo tengan claro en la redacción de la revista. Sin
obra
conocida por estos horizontes y emplazada en belvedere de tan pocas
novedades
como una ciudad suiza, las columnas de la damita López no
ofrecen
mérito alguno.)
Pero a lo que sí hay que reconocer brillantez es a la tesis
lanzada
por su padre acerca de cuál ha sido la misión
histórica
de la Generación del Cincuenta. Sostiene López
que
las generaciones que le siguen tendrían que agradecer a la suya
el haber servido de escudo, de cortina rompevientos, de dique. Pues
llovieron
los golpes, se nubló el cielo, menudearon los rayos (a algunos
los
malpartió), ellos resistieron, pasó la tormenta, y han
conseguido
saludar a este sol que brilla para todos, nuevo sol del mundo moral.
Sostiene López que los escritores de la Generación
del
Cincuenta arrostraron sufrimientos en nombre del género
humano,
y si ahora fiestean también lo hacen en beneficio del
prójimo.
Se han hecho oficialistas para librar a los más jóvenes
de
la terrible carga de sonreír y dar la mano. Aquellos
que gozan de tiempo para leer y escribir, los que habitan este hermoso
presente preñado de promesas, viven encaramados sobre los
hombros
de ellos, escritores mayores. Como chivo expiatorio, la Generación
del Cincuenta detenta el disparo de whisky y la bofetada
del
jamón.
Una tesis así resulta ser variación sobre el viejo poema
de Roberto Fernández Retamar que preguntaba, recién
triunfada
la revolu, a quiénes debían los sobrevivientes la
sobrevida.
Acomplejados por no haber entrado en la acción, pandilla de no
asaltantes
del cuartel Moncada, otros habían peleado en lugar de ellos,
para
ellos. Y ahora, en reversión del poemilla retamariano,
resultaban
ser ellos los asaltantes, los del comando guerrillero, y otros les
adeudaban
la sobrevida.
Lo que no queda claro es cómo, si atravesaron tantas vicisitudes
para que éstas no se repitieran, pueden figurar ahora como
cúmbilas
de los que castigan, como cómplices del rayo que no cesa.
Al parecer aquí reside el punto más flaco del posible
mesianismo
de la Generación del Cincuenta y lamentamos tener que
contradecir
el único rasgo de inteligencia que nos ha llegado desde
César
López. (Ofrecemos disculpas a él, a su generación
y a su hija, a los vecinos del CDR número 97 “Hermenegildo
Morejón”,
así como saludamos al colectivo de trabajadores de la
fábrica
“Nubladores del Mañana” que ha cumplido y sobrecumplido sus
metas
productivas.) Pero si la Generación del Cincuenta
ha tenido alguna misión, ésta sólo ha consistido
en
apagar el mayor número de luces y encender la menor cantidad
posible.
Con la única salvedad del poeta Rafael Alcides, los escritores
de
la Generación del Cincuenta constituyen la Patrulla
Click
de la literatura cubana.
La
lengua suelta no. 14
Almas
llaneras
Fermin Gabor
Cintio Vitier, que hubiese quedado tan bien ocupándose de la
leyenda
del que "sin sacudirse el polvo del camino" corrió hasta la
estatua,
se encontraba inservible, francamente enfermo. Algunos otros
artículos de exportación certificados por el CAME
tenían
que permanecer en La Habana apostados en los festejos del Premio Casa
de
las Américas: Retamar, Pablo Armando, Barnet, Nancy
Morejón
(Dios mío, ¿cómo pueden perpetrarse estos versos
suyos
que acaba de publicar La Gaceta de Cuba en
número
dedicado a la escritura femenina: “Las florecitas violeta del breve
patio
simulador / empujaban sus cuerpecitos violáceos / hacia la
puerta
abierta de par en par. / Las florecitas no volvieron a hablarse nunca
más.
/ Las ramas estaban desoladas / pero las florecitas aparentaban tener
una
quietud / la quietud de las madrugadas inofensivas de otra
época”?)
Sin embargo, quedaban suficientes oficialistas de segunda fila de los
cuales
sacar una linda delegación.
“Me da lo mismo Venecia que Venezuela”, respondió Lourdes
González
desde Holguín.
Con tal de ganarse un dinerito y salir un rato de la escritura de
guiones
para las tribunas abiertas
de cada sábado, le daba igual arrimarse al Dux de Venecia que a
un militar latinoamericano. Iría.
Mirta Yáñez había elevado sus quejas por no ser
invitada,
hacía un par de años, a la delegación oficial a la
Feria de Guadalajara, y esta vez sí que cogería
cajita.
“Voy ahí”, sentenció.
Para Norberto Codina, director de La Gaceta de Cuba y
venezolano
de nacimiento, era una vuelta a la patria. Luis Suardíaz, grado
33 de la Logia Hermandad de la Poesía Latinoamericana,
saludaría
a sus conocidos entre los peores poetas venezolanos. “Y Lisi”,
pidió
el ministro Abel Prieto a la cabeza de la delegación,
“echénme
a Lisi en el paquete”. Con este nombre de poesía bucólica
se refería a Lisandro Otero.
Ambrosio Fornet emprendería viaje sentimental. Tantos
años
después volvería a regodearse en el encanto de la
revolución,
sustancia que intentara estudiar en presencia y ausencia y que, como
todos
sus temas, siempre se le escapaba.
“¡Y mis Premios Nacionales!”, reclamó el ministro como
reclama
un niño sus soldaditos de plomo.
Así que echaron mano a Reinaldo González. Le
vendría
bien un poco de entretenimiento ahora que se sentía decepcionado
después de recibir el Premio Nacional de Literatura.
(Imaginó
que al obtener el galardón llegaría a creerse escritor y
aún seguía en el descrédito.)
Zézar López (zetas de zuz eztudioz en Zalamanca) y
Antón
Arrufat, ambos naturales de Santiago de Cuba y cada uno envidioso del
aburrimiento
que lograba el otro en sus lectores, representarían
perfectamente
lo polémico de la cultura cubana. Una cultura signada por la
controversia,
que ha dado nombres señeros como Justo Vega y Adolfo Alfonso,
Virulilla
y Saldiguera, Arango y Parreño, Clara y Mario, Cecilín y
Coti (por citar sólo unos pocos). Enfundaron, pues, a los dos
viejos.
Otro par, pollos de los setenta, Eduardo Heras León y Guillermo
Rodríguez Rivera dieron el paso al
frente, se personaron en la comisión de reclutamiento. Buenas
piezas
los dos. El primero con un pasado militar y cuentos de marcialidad
sentimentaloide,
se entendería bien con un ejército extranjero. El
segundo,
amén de sus valores intelectuales, contaba con una joroba y en
verdad
que da suerte disponer de un jorobado. No habría pava (para
expresarlo
venezolanamente).
Más vianda para el ajiaco: Desiderio Navarro, tan buen tratante
del papel de los intelectuales en la sociedad y tan desentendido de
materializarlo:
Desiderio en su blablablá babélico. Sumad a un joven
poeta Premio
Casa de las Américas, un tal Pérez Boitel,
quizás
el peor premio de esa institución en una larga carrera de peores
premios. Jóvenes dirigentes de la cultura y algunas nulidades
maduras.
Cabeza del ajiaco, el ministro de cultura propiamente. Y la presencia
de
Carlos Martí se prestaría para que cuando hablaran de
Martí
y de Bolívar, los oyentes pensaran en Carlos y en Hugo, no en
José
y Simón.
Dispuestos y pimpantes, empacaron. Volaron hasta el corazón del
país amigo y la cosa terminó en el Palacio de Miraflores,
salón Ayacucho. Fue un encuentro de la fraternidad
latinoamericana,
que indudablemente incidirá en el desarrollo de ambas
literaturas
nacionales y que a la larga cumplirá el sueño martiano y
bolivariano de una sola América. (Advertencia: el hombre nuevo
de
ese sueño existe ya: Norberto Codina, intelectual en donde no
puede
deslindarse qué hay de Venezuela, qué hay de Cuba y
qué
hay de intelectual.)
Sin importarle la presencia de Mirta Yáñez y de Lourdes
González,
el mandatario venezolano llamó a los escritores de la
delegación
“cuartos bates”. Les contó algunos trozos autobiográficos
y les presentó a hijas y a nietos. En gesto conmovedor, el
compañero
Eduardo Heras León hizo entrega al
mandatario de un ejemplar de Los desafíos de la
ficción,
autografiado con sentida dedicatoria.
“Vivimos en un mundo donde reina el seudopensamiento”, pronunció
el jefe de la delegación cubana. (Su homólogo
respondía
al nombre de Aristóbulo Isturiz.) Y por tanto anunciaron que a
fines
de año celebraría en Caracas un congreso de intelectuales
y artistas equiparable al congreso antifascista de Valencia en los
treinta.
Ambas delegaciones de escritores firmaron un llamamiento y el primero
en
la lista de firmantes, venezolano, lleva nombre muy a propósito:
Farruco Sesto. (¿O es errata del Granma y se trata de
Francisco
Sesto, viceministro venezolano presente en las conversaciones?)
Fuera del Palacio de Miraflores y desatendidos por los olímpicos
cubanos, un grupo de intelectuales venezolanos tildó de
policías
a los miembros de la delegación cubana. Y deslizaron
advertencias
de que en Venezuela no persiguirían a ningún Reinaldo
Arenas,
acusarían a ningún Heberto Padilla, ni
encarcelarían
a ningún Raúl Rivero.
Fue una estancia breve, pero provechosa. En las madrugadas
caraqueñas
debió ser hermoso para un César López, un
Antón
Arrufat, un Reinaldo González o un Eduardo Heras León
ponerse
a imaginar lo que sería sufrir castigo en un proceso como el de
la revolución bolivariana. “Ah, los hermosos años de
castigo”,
debieron suspirar con nostalgia inocultable. Y a sus mentes
volverían
las patadas por el culo, las escupidas, las tachaduras de nombres y
expulsiones,
la hermosa cerrazón de sus juventudes. Todo el encanto de la
revolución,
apuntaría el maestro Ambrosio.
Lamentablemente, la delegación cubana tuvo que apresurar la
vuelta
al país para meterse de lleno en la Feria del Libro de La
Habana,
a abrirse en breve.
Tal vez no esté lejano el día en que Lourdes
González
abandone la escritura de uno de sus guiones para atender una inaudible
llamada telefónica. (Cuando llueve sobre los surcos de
piñas
en Ciego de Ávila la comunicación entre Oriente y
Occidente
se repleta de ruidos.) Y al colgar se mostrará insegura de lo
escuchado.
¿Chile fue? ¿Pinochet lo que dijeron? Cuando cese la
lluvia
en Ciego volverán a llamarla.
La
lengua suelta no. 13
Botella
lanzada a La Jungla
Dirección:
17 y H, Vedado, La Habana
Fermin Gabor
Hace unos cinco años, dos o tres miembros de la sección
de
escritores de la UNEAC tantearon el camino
hacia lo que el diario Granma ha llamado recientemente de un
modo
hermoso "red de redes", hicieron notar a la asamblea de dicha
sección
el hecho de que los escritores aborígenes no contaban con acceso
a Internet, y fueron cruelmente despachados.
No se trataba (mejor aclararlo para que no se forjen falsas
épicas
sindicales) de una reclamación. ¿Cómo iba a
atreverse
un escritor indígena a reclamarle al Ministro de Cultura (pues
no
era otro quien presidía la asamblea) derecho alguno?
Tampoco se trataba de una petición. Simplemente, aquellos
compañeros
expresaban una inquietud. Llevaban ya buen rato escuchando
letanías
de problemas resueltos, no veían llegar el momento de la
merienda,
y a uno y luego a otro y a otro más, les dio la inquietud, el
perendengue,
la comezón, la rasquiña, el prurito de que los escritores
cubangos no pudieran hacer uso de Internet.
"¿Y éso que coño es?", se escuchó preguntar
a los más viejos.
(Hubo un tiempo en que para hacerse miembro de la sección de
escritores
bastaba con publicar un folleto. Títulos como Escambray 63:
peine
contra bandidos, Nido de infiltrados, Misión
Chalatenango
o Con la hamaca a cuestas consiguieron introducir a sus autores
en la sociedad de escritores. Satisfechos con su membresía,
nunca
más intentaban una letra y se sobresaltaban ante cualquier
novedad.
Era principalmente a ellos a quienes se debía tan bajo
índice
promedio de lecturas dentro de la sección de escritores: 0.6
libros
al año.)
Afortunadamente, los que presidían la asamblea sí que
conocían
la red de redes. Podían utilizarla, aunque no gozaban de mucho
tiempo
para ello. Iban de una reunión a otra, de una inquietud a otra.
Y ahora unos escritores a quienes el tiempo les sobraba por puro
egoísmo
(no tenían que preocuparse de problemas ajenos, ellos eran esos
problemas), tenían la jeta de preguntar por qué no les
llegaba
a sus mesas de trabajo la conexión a Internet.
Los aquejados de inquietud, los majaderos de la tecnología eran
dos o tres. Y jóvenes.
"Mandarlos a una Feria del Libro en Ciego de Ávila", recomendaba
un viceministro.
"Que les den un premio literario", proponía un segundo
viceministro.
"Una beca de creación."
Las sanciones iban llegando a la Distinción por la Cultura
Nacional
cuando una mano de largos pelos en sus dedos capturó el
micrófono,
y el ministro Abel Prieto, especialista en la obra de José
Lezama
Lima, cuestionó la abundante información que esperaba a
quien
se adentrara en la red de redes.
"Piensen en esa masa abrumadora de información", dijo como si se
tratara de una falla del sistema.
Después se extendería en lo caro que resultaba asegurar a
todos los miembros un acceso tal (varios de los presentes se mostraron
dispuestos a desembolsar lo que costara, pero no era cuestión
de crear diferencias en la masa). Su primera reacción fue, sin
embargo,
aterrar a la asamblea con la perspectiva de una infinitud de
conocimientos.
Describió un alud enorme que se desplomaría sobre cabezas
no preparadas para ello.
De editar una enciclopedia (su fulgurante carrera lo había
llevado
de editor a ministro), Prieto quedaría satisfecho con
sólo
publicar los volúmenes de las primeras letras. Ensayista como
decía
ser, conjeturaba que el conocimiento era motivo de ahogo para los
demás.
Y en verdad los autores de folletos sufrían de vértigo
ante
esa perspectiva. Dos que habían hecho en coautoría el
único
folleto de sus vidas vomitaron al unísono. Faltaba aire en la
sala.
¿Nadie había enseñado a esos muchachos lo
descortés
que resultaba referir asuntos de tanta libertad en una asamblea como
ésa?
Y, por otra parte, ¡qué oportunidad perdida! ¡En
lugar
de pedir un teléfono o una semana de vacaciones en la playa,
cositas
concretas, ponerse a llorar por algo tan fantasmagórico!
¿Cómo
podían ser tan abstractos?
Para quienes no la conocían, la red de redes cobraba la
apariencia
del bosque oscuro de los cuentos infantiles. ¿Y cómo
mandar
a una niñita tan tierna a la oscuridad del bosque?, preguntaban
con voz de abuelita los de la mesa presidencial. (Aunque los dedos que
sostenían el micrófono eran más bien de lobo.)
Nadie iba a atreverse a cuestionar en público lo que la mesa
sentenciara.
"¡Imposible!", dictaminó el ministro.
Y en ese mismo instante hicieron su aparición los tarugos de la
viverología.
¡La merienda estaba allí! Concretísima: vaso de
guachipupa
color rubí con attachment de pan con timba
cárnica.
¿Qué inquietud podría compararse con la de no
coger
cajita?
¡Qué red de redes ni la cabeza de un guanajo!
¡Pan de panes!
Se formó la cola. La cotización del vaso de guachipupa
perteneciente
a diabético llegó a cuarto de pan con chirimbolo.
Levantada
la sospecha de que no alcanzaría para todos, los cuerpos se
apretaron
en ariete contra el tarugo devenido repartidor. Y al tema que dos o
tres
trajeran, agua de dominó. ¿Quién iba a sospechar
entonces
que las más altas autoridades pasarían sus insomnios en
cavilación
sobre ese asunto?
La noticia la trae el diario que a diario Granma en su
edición
del martes 18 de noviembre: abren en el edificio de la UNEAC una sala
de
navegación con veinte computadoras.
La sala, según el cronista, es flamante. Las computadoras, de la
más moderna tecnología. "Valiosas butacas de caoba
esperan
por el usuario", anuncia el artículo. Así que ni
comején
ni virus cibernéticos. Cualquier miembro podrá pagar
(módicamente)
por una tarjeta de horas para soñar que se está lejos de
17 y H.
El diario no aclara si se tratará de navegación suelta o
restringida, de oceáno o riachuelo previamente encauzado.
¿Pelo-suelto-y-carretera
o carnaval-con-baranda?
"Significa que nos han dado también un arma para seguir luchando
en la Batalla de Ideas", asegura el presidente de la UNEAC Carlos
Martí.
Y menciona un sitio web oficial donde los escritores cubanos condenan
al
facismo norteamericano.
"Para que todos los miembros puedan conocerlo y utilizarlo", afirma de
tal sitio.
Según el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba la
sala se abre para:
1) erigirse en instrumento de defensa de la Revolución en aras
de
proclamar la verdad sobre Cuba
2) tener acceso a conocimientos más universales
3) promover la cultura
El equipamiento ha sido donado por la alta dirección del
país
y llegará también a provincias. ¡Trece hurras
guajiros,
uno por cada provincia! Y un hurrita por el municipio especial Isla de
la Juventud.
La sala de las veinte computadoras (y las veinte piezas de caoba) ha
sido
bautizada oficialmente como La Jungla. Aún no ha sido
inaugurada,
pero imaginemos su funcionamiento: determinado miembro compra su
tarjeta
y se adentra en la manigua cibernética. Le toca, en lugar de una
silla adaptable a cada largo de piernas, impráctica butaca de
hermosa
madera, buena para recordar al cuerpo que no debe parquearse
allí
por mucho rato.
Nuestro usuario silba desde el amanecer unas melodías
contentísimas,
se siente como si lo esperara una gran cita, como si le hubiesen
otorgado
visado. Y por fin sale puerto afuera.
Acceso
denegado, contesta la máquina (veloz) a su primer
intento.
Acceso
denegado, responde a una petición segunda.
Y así, ídem de ídem.
Sin embargo, el sitio de escritores cubanos antifacistas se abre como
una
seda. La Jiribilla es un tobogán. Los periódicos
de
la isla patinaje artístico sobre hielo.
Luego de aruñar en esos sitios permitidos la poca noticia de
valor
que haya, nuestro amigo se levanta un tanto defraudado (si no dolido)
de
la silla de caoba y piensa que ha hecho el viaje del balsero que,
borracho
por celebrar su libertad, toca tierra, se abraza ciego de alcohol al
primer
humano, para descubrir luego que abrazaba a guardafrontera
ñángara.
En vez de La Jungla aquello es El Platanal de Bartolo.
Pero no seamos pesimistas. Admitamos cierta liberalidad en las
autoridades
culturales de la isla. No juzguemos la mano por los pelos que crecen en
ella. Y en tal hipótesis, pensemos que estas líneas van a
ser leídas en la nueva sala de máquinas de 17 y H,
Vedado,
La Habana.
Lanzo entonces esta botella hacia la jungla. En caso de que llegue
íntegra,
una vez descorchada, el papel que viaja en su interior reza:
"¡Internautas
de todos los países del mundo, uníos!".
La
lengua suelta no. 12
Detenidos
Luis Báez y Pablo Armando Fernández por sacrificio ilegal
de reses
Fermin Gabor
Este verano ha sido (al menos para mí) extremadamente parco en
canciones
pegajosas y también en lecturas de piscina. Quitando las
memorias
mexicanas de Rufo Caballero una sola alegría reconozco
haber tenido, un solo libro ha conseguido absorberme. De Luis
Báez: Junto
a las voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando
Fernández.
Y es que muy difícilmente podrán existir otras 126
páginas
de confesiones tan libres de frases memorables, de comentarios sagaces
o chismes inéditos como las páginas de este librito. A lo
largo de toda una vida Pablo Armando Fernández ha logrado tratar
personalmente a Carson McCullers, Graham Greene, Montgomery Clift,
Julio
Cortázar, Virgilio Piñera y José Lezama Lima, ha
logrado
ser amigo de algunos de ellos, y ahora consigue que no se le note para
nada.
Y Luis Báez, avezadísimo periodista, lo secunda en esta
hazaña
de rememorar tan opacamente. Báez y Fernández
(¡vaya nombre de casa comercial!) son matarifes de la vaca del
recuerdo.
La mata uno mientras el otro le aguanta la pata.
Pero mejor que abundar en la descripción de este librito
será
copiar algunas de sus perlas. Pablo y Luis (buen nombre
para
dúo) escribirán por esta vez la columna. (Así me
regalan
tiempo de piscina en este calor.)
!!!
Pablo Armando Fernández: “Te voy a confesar algo muy
íntimo.
Yo escribo versos porque es mi modo más simple de expresar mis
sentimientos,
mis ideas, si tengo alguna, mis emociones.”
!!!
Luis Báez: “¿Han influido en su obra otros poetas?”
Pablo Armando Fernández: “Sin dudas. Aquellos en quienes la
repercusión
de sus voces hallan en mí la atención que exigen para
darles
continuidad.”
!!!
Luis Báez: “¿Cuál es su definición de
moralidad?”
Pablo Armando Fernández: “El respeto en la convivencia familiar,
amistosa, social. Hay cánones seculares que establecen reglas
ennoblecedoras.
Deben acogerse como principios hegemónicos.”
!!!
Pablo Armando Fernández: “Ninguno de mis libros ha sido ignorado
por algunas de las eminencias de la literatura contempóranea.”
!!!
Luis Báez: “¿Cómo enjuicia la función del
crítico?”
Pablo Armando Fernández: “El crítico debe, pienso yo,
ayudar
al lector a una mejor comprensión del texto que lo ocupa, pues
una
vez más he de repetir que se debe leer para aprender, que es
vivir.
!!!
Pablo Armando Fernández: “Durante catorce años desde 1968
hasta 1982 no publiqué un libro en Cuba. Después de trece
años, en 1980, pude recuperar mi pasaporte y viajar a Estados
Unidos
luego de veinte años de ausencia. Seis años sin que se me
permitiera publicar un poema en la UNEAC. Hasta 1979 no me volvieron a
invitar a las actividades del Premio Casa de las Américas.”
Luis Báez: “Esa no fue la Bu, sino funcionarios dentro del
aparato
estatal.”
Pablo Armando Fernández: “De eso siempre estuve claro.”
[Los funcionarios de los que se habla pertenecían a la
administración
colonial inglesa en la India. Y, como es usual en estos casos, ninguno
de sus nombres aparece en la entrevista.]
!!!
Luis Báez: “Después de todos esos sinsabores que me acaba
de revelar, ¿en qué momento y lugar se encuentra con
Bubu?”
Pablo Armando Fernández: “Yo me encontraba en casa de
Núñez
Jiménez. Ya era de noche. De repente tocan a la puerta. Voy a
abrir.
Es Bubu. Me quedé paralizado.”
Luis Báez: “¿Y qué ocurrió?”
Pablo Armando Fernández: “Me dio la mano a la vez que me dijo:
‘buenas
noches’. Me preguntó: ‘¿cómo estás?’.
‘Bien,
Comandante’, le respondí. Entonces me puso el brazo sobre los
hombros
y así fuimos caminando hacia la sala.”
Luis Báez: “¿Qué sintió en esos momentos?”
Pablo Armando Fernández: “Ese detalle de afecto borró de
mi mente y sobre todo de mi corazón
las angustias, sufrimientos y tristezas que habitaron conmigo durante
muchos
años. Me percaté que hasta ese momento estaba
sobreviviendo
y que había comenzado a vivir.”
Luis Báez: “¿Recuerda de qué se habló esa
noche?”
Pablo Armando Fernández: “Se hablaron muchos temas. Verlo y
escucharlo
en una conversación que no he olvidado y, que al referirme a
Bubu,
digo que por primera vez tenía frente a mí a un cristiano
libre de toda secta, alguien que respondía cabalmente al
‘amarás
a tu prójimo como a ti mismo’ [Evidentemente, la
oración
anterior cancanea gramaticalmente] Esa noche conocí a un
verdadero
comunista al servicio de los que en el mundo lo necesitaban y
habló
de Africa, de Asia, de Latinoamérica, y por qué no
decirlo,
de todos los desposeídos de la tierra, no importa dónde
estén.”
!!!
Luis
Báez: “Tengo entendido que le celebró a Bubu su
cumpleaños
70.”
Pablo Armando Fernández: “Realmente hay dos momentos de gran
esplendor
en nuestra amistad que los debo a Miguel Barnet. Él fue quien le
dijo a Bubu en una recepción del Premio Casa que en unas semanas
yo cumpliría sesenta años. Bubu se brindó para
festejarlo
en Casa de las Américas. Esa noche, a una pregunta suya,
respondí:
‘Decir que soy en este momento el hombre más feliz sobre la
tierra
es un acto de egoísmo, ya que quien verdaderamente se merece
este
instante es usted, pero nunca lo tendrá porque no tiene un Bubu
Bububu que le haga este homenaje’. “El otro fue cuando, próximo
a la fecha en la que Bubu cumpliría setenta años, Miguel
me dijo: ‘Bubu no tiene un Bubu Bububu, pero tiene un poeta que puede
homenajearlo’.
Y así se hizo.”
!!!
Luis Báez ha recibido el Premio Nacional de Periodismo
“José
Martí” y el Premio Internacional de Periodismo
“José Martí”. Entre sus libros se cuentan: Guerra
secreta
de la CIA, Los que se fueron, Los que se quedaron, Conversaciones
con Juan Marinello, Secreto de generales yMiami,
donde el tiempo se detuvo.
En el prólogo de este último libro suyo, Luis Báez
ha dicho de Pablo Armando Fernández: “En el transcurso de la
conversación
tuve la sensación que tenía frente a mí la
versión
masculina de Teresa de Calcuta o a San Francisco de Asís”.
Junto
a la voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando
Fernández
contiene una galería de fotografías y un aparato de notas
tan acuciosos que en la página 90, luego de que el entrevistado
menciona a “Kenneth Tynan, otro escritor inglés”, una nota a pie
de página nos confirma de Tynan: “Escritor inglés”.
En la página 11 el entrevistado asegura haberse beneficiado en
New
York del trato con Federico García Lorca para que una nota a pie
de página nos entere de que Lorca es un poeta español,
uno
de los más grandes líricos de la lengua española,
y que encontró su muerte en 1936. (No sabemos entonces
cómo
pudo Pablo Armando Fernández alcanzar a tratarlo en 1945. Tal
vez
este pequeño enigma venga a decirnos que el mito de la persona y
la obra de Pablo Armando sobrevive incluso a la pericia de investigador
de un Luis Báez.)
La editorial Ciencias Sociales, que publicara el año pasado la
biografía
de Goethe por Herman Grimm, acaba de sacar a la luz esta otra
biografía
de escritor. Yo acabo de salir del agua.
La
lengua suelta no. 11
Para
un nuevo Centón epistolario cubano (cartas, telegramas, mensajes)
Fermin Gabor
Eduardo
Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina,
uruguayo,
compañero de viaje del gobierno de Cuba durante décadas,
decidió, en vista de los recientes acontecimientos cubanos,
poner
su firma en una carta de condena a tales ocurrencias. Lo hizo, no sin
antes
escribir mensaje electrónico a su sobrina residente en La Habana
donde la aquietaba con la promesa de que pronto, como
compensación,
firmaría otro documento que denunciaba la posible
invasión
norteamericana a Cuba, terminada ya la guerra en Irak.
La
sobrina de Galeano (¡qué título para novela
después
de El sobrino de Rameau y El sobrino de Wittgenstein!)
leyó el mensaje sin conseguir aquietamiento alguno. Pues no
estaba
segura de que las autoridades cubanas perdonarían a su uruguayo
tío, por adhesión que suscribiera, el oponerse a la pena
de muerte y al encarcelamiento de disidentes.
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Autor de relevantes títulos del realismo socialista cubano como Acero
y A fuego limpio, sobrino
político de Eduardo Galeano, Eduardo Heras León alias el
Chino se personó temprano en la Oficina de Intereses
Norteamericanos
para que le zumbaran por la cabeza un NO. Perdía
así cincuenta
mil dólares que le ofrecía una universidad de
Kentucky.
Director en La Habana de un taller de narrativa para jóvenes, el
compañero Heras se proponía enseñar a
escribir socialrealísticamente
a un grupo de estudiantes norteamericanos.
Salió de la Oficina de Intereses y, de haber estado aún
el
águila norteamericana en lo alto del monumento al Maine,
él
se habría dirigido al Malecón para increpar al pajarraco.
La tomó, en cambio, con James Cason, secretario de la Oficina de
Intereses y empezó a redactarle misiva donde cuestionaba el
derecho
de un gobierno a negar entrada en su territorio a misioneros de la
cultura.
Chinoheras
pasó unas tres semanas en el intento de dar fin a la carta hasta
que la sobrina del de las venas abiertas, su mujer, terminó por
escribírsela.
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Lamentablemente, Míster Cason no alcanzó a leerla.
Por esos días se encontraba sumamente ocupado en la
redacción
de un mensaje al pueblo de
Cuba, mensaje que (en acuerdo feliz) fue leído en todos los
canales
de la televisión estatal cubana.
En
su mensaje Míster Cason advertía que todo taíno
que
intentara cruzar el estrecho de la Florida sería devuelto al
gobierno
cubiche. Salvo quienes alcanzaran a hollar tierra de los micosuquis
indians.
(incluimos
una foto, cortesía de Prensa Latina, en la que puede apreciarse
a un grupo de taínos esperando a que no hayas moros en la costa
para fugarse de la Isla más fermosa)
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Antón Arrufat recibió la buena nueva de que su novelanga La
fiesta del aguanoches estaba entre las finalistas del Premio
Rómulo
Gallegos y, no más supo la noticia, llamó a la oficina
del
Ministro de Cultura
para chivatearse a sí mismo como premiado.
Con ojo puesto en el discurso de aceptación del premio se
disparó
cuatro novelas de Rómulo Gallegos. Y al terminar con la obra del
venezolano repasó la fundación de Roma (por
Rómulo)
y la inmigración española a Cuba (por Gallegos).
Una semana después pasaban cuchilla en el concurso y su novela
continuaba
en pie.
Quienes seguían el acontecimiento se dividían en dos
bandos:
los que creían que Arrufat aparecía de primero en la
lista
por las calidades de su obra en cuestión, y los que lo achacaban
a simple orden alfabético. Con una u otra razón, lo
cierto
es que el cubano tenía el cheque en la punta de los dedos, la
cita
de Gallegos en la punta de la lengua, los nervios de punta.
Y le arrebataron el galardón (más el llorado
chequendengue)
para dárselo al colombiano Fernando Vallejo. Por lo cual Arrufat
malició que el jurado lo castigaba por vivir dentro de Cuba y
por
haber firmado carta oficial en la que intelectuales de la isla
pedían
a intelectuales extranjeros la misma complicidad mantenida hasta
entonces.
El compañero Arrufat llamó a la oficina del ministro para
chivatear la antinoticia, echó un llantén acerca del
monto
perdido por su puro patriotismo y desde el papel de víctima
creyó
asegurarse a perpetuidad su estipendio mensual de Premio Nacional de
Literatura
y avanzar algo en las gestiones para hacerse de una casita en el Vedado.
Poco después de embolsillarse los cien mil guayacanes americanos
(y una medalla de oro), Fernando Vallejo confesó en rueda de
prensa
en Caracas: “Hace más de veinte años que no leo
literatura.
Si lo mío es lo bueno pues esto se jodió, cómo
estarán
los otros”. Y donó toda la plata a una sociedad protectora de
perros
callejeros en Colombia.
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“¿Qué tiene en especial este día que he despertado
con deseos de escribir?”, se preguntaba
Ambrosio Fornet sentado a su mesa de trabajo.
Se abrían frente a él dos caminos esa mañana: o
hallaba
una respuesta para pregunta así o se ponía a emborronar
cuartilla.
“¿Qué tiene este día que me he despertado con dos
caminos por delante?”, preguntaba sin encontrar respuesta y, a punto de
convertir esa pregunta en otra sucesiva, entró una secretaria
para
sugerirle que deshiciera las maletas. Pues desde Washington
había
arribado una respuesta que no sabían determinar si estaba
escrita
en español o en inglés.
“¿Qué respuesta es esa?”, preguntó el
compañero
Fornet de inmediato. Y dijo la secretaria: “Es con ene, es con o”.
¡Ahora sí que el trabajo de la mañana se
había
ido a bolina! ¡Adiós al campus norteamericano que se
aprestaba
a recogerlo (y a pagarle)!
“Y todo por este oficio de escribir del que padezco”, maldijo, “esta
manía
de firmar cartas oficiales”.
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“Dear Prince Klaus”, inició su misiva Desiderio Navarro.
Salpicaba
la pantalla de palabras en cada uno
de los idiomas que alcanzaba a entender. Podía saludar a las
estrellas
en numerosas lenguas, algunas tan infrecuentes que las estrellas le
gritaban
en respuesta: “¿Qué es lo que tú hablas,
niño?”.
Cada idioma ganado le acarreaba enemigos. Su apartamento otorgado
gubernalmente
le acarreaba enemigos. La revista que dirigía le acarreaba
enemigos.
Y ahora sus enemigos habían llegado hasta la fundación
holandesa
que financiaba su revista y a él no le quedaba más
remedio
que escribir a su mecenas, el príncipe que dirigía la
fundación.
Que ese príncipe estuviera muerto desde hacía un par de
meses
era lo de menos. El fascismo había desaparecido medio siglo
antes
y el compañero Navarro acababa de suscribir y de impulsar desde
La Habana un manifiesto antifascista.
Así que terminaría la carta principesca y
emprendería
la composición de un documento que reclamara el fin de las
guerras
púnicas.
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En obligación de su mandato como presidente de la
Asociación
de Escritores de la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba, Francisco López Sacha (y su
chófer)
tocaron a la puerta de César López (nada familiar parece
unir a ambos López) para inducir al viejo escritor a firmar el
“Mensaje
desde La Habana para amigos que están lejos”.
Un rato más tarde el compañero López Sacha
regresaba
a su oficina sin la firma de López César, unas veces
compañero
y otras no. “Yo tengo memoria”, se dice que afirmó este
último,
refiriéndose a los años de castigo gubernamental que
sufriera
unas décadas antes.
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En su libro Dorado mundo (Premio Alejo Carpentier 2002, Letras
Cubanas,
2002), el compañero López Sacha, haciéndose el
postmodernillo,
publicó como si fuera un cuento este “Telegrama enviado desde La
Habana para detener el alzamiento del 10 de octubre de 1868 en el
ingenio
La Demajagua”:
A
Don Tomás Uriarte, Teniente Gobernador de Bayamo.
Cuba
es de España y pertenece a España, gobernare quien
gobernare.
Arreste usted a Carlos Manuel de Céspedes, José
Martí,
Fidel Castro, Cintio Vitier, Dulce María Loynaz, Ñico
Saquito,
Kid Chocolate, Nicolás Guillén, Bola de Nieve, Senel Paz,
Benny Moré, Fernando Ortiz, Antonio Maceo, Alicia Alonso, Mario
Galí alias Tachuela, Ambrosio Fornet, José Lezama Lima,
Alejo
Carpentier y el resto de los conspiradores.
Firmado, Lersundi, Capitán General, 8 de octubre de 1868.”
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Cintio Vitier, Senel Paz y Alicia Alonso fueron de los
primerísimos
firmantes del “Mensaje desde La
Habana para amigos que están lejos”. El primero de los tres es
católico
y pasó por encima de las penas de muerte. Años antes,
durante
las persecuciones de católicos, supo no renegar de sus
creencias.
La Alonso es ciega y levanta la pata por encima de cualquier
obstáculo.
En los años cincuenta defendió su autonomía de
trabajo
frente a las autoridades batistianas. Al menos en algún momento
de sus vidas este par de vejetes supo rebelarse.
Pero el compañerito Senel Paz, quien acaba de recibir
ciudadanía
española por sus aportes al cine hispanoamericano (guión
de “Fresa y chocolate” y primores de zurcidora en guiones
españoles),
nunca le ha dado ni un merengazo a un chino. ¿Qué hace
pues
en la tropa de Céspedes?
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Hugo Chinea maneja un taxi por las calles de La Habana. Es taxista de
su
antiguo auto de dirigente.
El “Diccionario de la Literatura Cubana” noticia que fue subdirector de
la escuela “Marx-Engels-Lenin”, director de la revista “Cuba
internacional”
y director del departamento de cultura del Comité Central.
“Escambray 60” tituló su primer libro de cuentos. “Contra
bandidos”
el segundo. El diccionario no consigna otros títulos.
El compañero Chinea enrumba Neptuno hasta el Vedado, cobra a
diez
baritos la carrera y no puede ocultar su tristeza por el hecho de que
su
opinión, que a tantos escritores condenara unas décadas
antes,
no haya sido consultada en relación con el “Mensaje desde La
Habana
para amigos que están lejos”.
“¿Para qué utilizar a viejos estalinistas cuando tenemos
la cantera llena?”, planean quienes ahora deciden donde él antes
decidía. Y hablan de relevo generacional, de estalinistas
nuevos.
(Tal
vez Desinarro Daverio tenga razón: el fascismo está vivo
y el estalinismo también.)
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Según estadísticas no comprobadas, el 40 % de los
escritores
de la Unión de Idem y Artistas de
Cuba no prestó su firma para la jugarreta ñángara
de las carticas. A pesar de insistentes mensajes electrónicos,
llamadas
telefónicas, visitas y otros empujoncitos cariñosos.
Entre los que firmaron muchos se sumaron al documento creyendo que se
trataba
de una solicitud destinada al Instituto Nacional de la Vivienda. A
estos
compañeros se les recomienda persistencia en tal error. Pues tal
vez luego de otras firmadas el gobierno les suelte covachita donde
juntar
sus trastos.
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