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La lengua suelta


 La lengua suelta no. 20

Donde Monseñor suspira por el Teatro Shanghai

Fermin Gabor

     “Los que ya han visto la actual puesta en escena habanera de La loca de Chaillot, ¿acaso no repararon en las evidentes analogías entre muchas de las fotografías de las prisiones irakíes y las escenas de sexo pretendidamente ‘cómicas a lo postmoderno’ que vimos sobre la escena del Teatro Trianón?”
     La pregunta, valiente despropósito, se la hace Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal en un reciente número de la revista católica habanera Palabra Nueva a propósito de la puesta de Carlos Díaz y la compañía El Público. Los escrúpulos que siente todo padre católico frente a lo sexual permiten forzar esa comparación entre gente torturada a punta de pistola y actores que representan. (Ya se sabe que los curas oyen las emisiones del Mal en banda ancha.)
     A juzgar por las enumeraciones de su reseña, Monseñor Céspedes ha sido un habitual del teatro cubano a lo largo de décadas. Es capaz de recordar la visita a La Habana de Louis Jouvet (“hasta podría aventurar el nombre de la compañera de la Universidad que me acompañaba esa noche en el teatro”), un Camus por Adolfo de Luis, la Mariana Pineda de Roberto Blanco, y diversas puestas de los hermanos Revuelta, Berta Martínez, Carucha Camejo, Victor Varela...  
     Nuestro prelado declara además la amistad que lo une a Carlos Díaz, cuyo trabajo conoce desde las primeras obras. “Se nos reveló a todos como un director talentoso y sumamente prometedor”, recuerda. “Sin embargo, poco a poco lo hemos visto derivar hacia las descontextualizaciones traicioneras propias de la antiestética de la Postmodernidad.” Así, no fueron de su agrado las versiones que hiciera Díaz del Calígula de Camus y de La Celestina. Y, si entonces prefirió callar, ahora dedica catorce páginas a criticar su disgusto tercero. Porque “a la malignidad de la antiestética postmoderna”, tales puestas suman travestismo y pornografía.
     No vaya a pensarse que el ensotanado crítico niega de plano las virtudes dramáticas de un actor metido en traje femenino. Su reseña cita como salvedades al Cherubino mozartiano o al Octavian de El Caballero de la Rosa.
     Tampoco Monseñor ve con malos ojos alguna desnudez, siempre que ésta tenga utilidad dentro de la obra. Critica, en cambio, “la grosería gestual” y el “desnudo insolente” no integrados en la trama, gratuitos. Llega, al respecto, a especificaciones que un maestro de escena debería no perder de vista: frente a esos hombres y mujeres revolcados por el suelo “haciendo vida sexual, no al modo humano, sino al de los perritos y los gatitos en celo”, defiende la posición del misionero.
     A juicio de Monseñor la pornografía pertenece al ámbito de las proposiciones éticamente incontestables, junto a la mentira, la antropofagia y los sacrificios humanos. Por tanto, Carlos Díaz ha fabricado con la obra de Jean Giraudoux algo próximo al canibalismo y la crucifixión.
     Contrario al crítico de marras (aunque sin su bagaje como espectador de teatro), pienso que los desnudos sí que encontraban justificación en Calígula y en La Celestina. Porque la decadencia del emperador y la zurcidera de himen, ambos, ameritaban apeñuncamientos de gaticos y perritos, de perritos con gaticos y viceversa.
     Claro está, correspondía al director esfuminar esas acrobacias a favor del diálogo. Y es en este punto donde falla Carlos Díaz. Cuando, lleno de intuiciones para enfrentar lo coreográfico, parece descreer de la palabra. Entonces no se fía de lo que pueda alcanzarse en una conversación, y por ello fue un fracaso estrepitoso el Chéjov que intentara, ya que los aspavientos habaneros están en las antípodas del maestro ruso.
     Creo que las últimas puestas de El Público no hacen más que mostrar la degradación a que han llegado en la actualidad cubana los discursos, sea cual sea el tema que traten. Las palabras suenan como teque, muela, didactismo, retórica, y se vuelve imprescindible llenar la escena con acontecimiento más rotundo que el más rotundo diálogo. ¿Qué mejor pretexto entonces que un cuerpo lo más crudito posible o un enigma sexual de difícil desentrañamiento?
     De poco valen en caso así las excelencias del texto dramático: será tirado a mondongo. Toda la vigilancia del director se concentrará en lo coreográfico y olvidará lo que los actores dicen y el modo en que lo sueltan.
     Más allá de las objeciones monseñoriales, considero que la exhibición porque sí de un par de nalgas estropea por ser enfásis espurio, pero en su lugar podría aparecer un elefante y no dejaría de obtenerse igual efecto.
     Absorto el público ante el señuelo falso, los parlamentos se le fugan. Así pues, esa pornografía resulta criticable no por lo que enseña, sino por lo que disimula y oculta. Y casi siempre que el escenario es recorrido por un cuerpo desnudo en algún otro rincón cometen fechorías con el texto.
Sodomizan al texto en postura de gatitos o perritos. Le vuelan el cartucho, le dan tafia.
Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal termina su crítica con el recuerdo (no sabemos si personal) de los espectáculos pornográficos del desaparecido teatro Shanghai. “Pero aquello podía ser divertido”, sopesa, “y nadie se lo tomaba en serio, mientras que las obras de El Público sí se toman en serio y hasta reciben subvenciones de instituciones extranjeras”.
Disgustado por lo que contemplara en una función, más que soltar su ira pide que suelten a los perros. (No en balde alude a las atrocidades del ejército de ocupación estadounidense y a subvenciones extranjeras.) Concluye su extensa reseña con este llamado a las autoridades políticas cubanas: “Me gustaría mucho que los responsables culturales del País abran bien los ojos y, sin complejos ni ánimo sombrío de censores policiales, pero con conciencia de maestros y con sentido de su responsabilidad, se informen y se persuadan, y persuadan al entorno humano que depende de ellos, de todas las posibles direcciones que deben y pueden tener las manifestaciones artísticas para que sean lo que deben ser y no se reduzcan a simple basura pasajera, no sólo inútil, sino contaminante de hediondeces.”
     (Uno lee la frase y, ¡pá su escopeta!, quiere estar lo más lejos posible de la amistad de ese cura. Solavaya, porque si trata así a su amigo Carlos Díaz, qué no deparará a desconocido o enemigo.)
Falto de Inquisición que se haga cargo, Monseñor procura compinchería en iglesia más vigente, y llama al brazo seglar que persigue. De poco valen sus precauciones acerca del ánimo y la conciencia oficial que deberán reinar en esta nueva cruzada: a un dragón no se le piden gentilezas. Y, dada la candidez de quien supone en Cuba entorno humano que no dependa de las autoridades, cabría encargarle al sastre de El Público traje adecuado para Monseñor Céspedes: la sotana con babero.
     Podría suponerse que su poca experiencia como reseñista no le deja ver claro la misión de la crítica de arte. Que es influir en el artista en discusión y en el público interesado, no clamar por los políticos. (Metidos en el juego crítico y criticado, cualquier llamado a figura mayor que monitoree, ha de considerarse como chivatería.)
     Que quepan en las páginas de una revista católica melindrosidades frente al sexo resulta perfectamente comprensible. Sorprende, en cambio, que desde ellas se pida más intervención del estado en la cultura, con todo lo que esa intervención supone y ha supuesto. ¿O acaso Monseñor Céspedes procura que sus fieles, los asistentes al “Trianón” y la compañía de actores sean invitados a picnic en un campamento militar de apoyo a la producción? (Cuidadito, que el tiro al travesti no tarda en considerar dentro de sus blancos a cualquiera con sotana.)
     En verdad, en verdad os digo que los caminos del Señor son indescifrables. ¡Oh, pobres pecadores, imaginad entonces los de uno de sus ministros en la tierra! ¡Y más aún: imaginad que ese ministro mora en Cuba y atraviesa este valle de lágrimas hasta arribar al seno de Abraham!
Soy incapaz de calibrar cuán bien escuchado pueda ser Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal en el reino de los cielos; menos aún alcanzo a suponer cuánto lo oyen en el Consejo Nacional de las Artes Escénicas o el Ministerio de Cultura. Pero lo cierto es que, poco después de la publicación de su reseña, por azar o castigo de Dios o del Estado, la vieja maquinaria de aire acondicionado del “Trianon” decidió rendir viaje, cantó el manisero.
     Reunidos por este motivo funcionarios sin complejos ni ánimo sombrío de censores policiales, pero con conciencia de maestros y con sentido de su responsabilidad, dictaron sentencia definitiva: abocados a sustitución obligatoria del equipo, uno nuevo saldría extremadamente caro, ya imposible. Se hacía inevitable el cierre de la sala. De lo contrario, el desnudo cundiría también en el lunetario del “Trianón”.
     Se acabó pues La loca de Chaillot y no hay que ser un Rubiera para pronosticar lo que sigue. De empeñarse suficientemente los burócratas, La Habana perderá un teatro más y quizás también una de sus mayores compañías teatrales. El infatigable Carlos Díaz perderá su ritmo de trabajo.  
De ocurrir todo esto, me gustaría dejar claro que entre los enterradores hubo un cura.


La lengua suelta no. 19

¡GOOOOOL de Leonardo Padura!

El escritor revela las leyes de su fútbol

Fermin Gabor

     Mario Conde, el investigador protagonista de las novelas de Leonardo Padura, lo tiene siempre fácil. A diferencia de otros detectives, él no opera a contracorriente, no opera solo. Multitud de chivatones de comités de defensa lo esperan para prestarle ayuda. Hasta los niños de la guardia pioneril le entregan pistas. Y el teniente Conde no tiene más que entrevistarse con las autoridades políticas de la cuadra donde fue cometido crimen o desfalco para que los misterios comiencen a aclararse.
     Conde tiene también de parte suya a todo el cuerpo de polícias del país. Y, a la vista de esta correlación de fuerzas, lo que asombra en esas novelas no es que el problema llegue a ser resuelto, sino que haya existido alguna vez. Porque guardias pioneriles y cederistas, autoridades de las cuadras y pululantes uniformados deberían negarle espacio a la delincuencia. E igual que Tom Cruise en Minority Report, en lugar de investigar el crimen (cosa fácil) el teniente Conde debería evitar que éste se cometiera.
     Su existencia es, me temo, aburrida. Si no fuera por algunos achaques de salud (de no conservar las gabardinas de otros se hereda la úlcera estomacal y el mal sabor de los amaneceres), Mario Conde tendría bien poco de qué ocuparse. Suerte que, con el fin de prestar alguna tensión, de vez en cuando lo asalta una punzada estomacal o el recuerdo de algún viejo amor.
     Ulceroso y sentimental, el resto es pan comido. Pone en su trabajo el mismo esfuerzo de una secretaria al rellenar planilla, pues las novelas policiales de Leonardo Padura son mortalmente burocráticas.
     Nada de la chispa que prendiera el caballero Auguste Dupin parece brincar en las grises dependencias donde el teniente Conde ejecuta sus ritos. Guiada la investigación por un manual de pasos rigurosamente estipulados, auxiliada por legos que dan el chivatazo y la pista y hasta el grito de ataja, no existe improvisación, no hay jazz alguno. El discurso del método ha sido acuñado por los superiores y hasta los delincuentes se mueven como burócratas.
     No consiguen asaltar a Conde las sorpresas que asaltaban a un Marlowe o a un Spade (Dupin no salía de sus habitaciones): nadie le pegará con la culata de un revólver hasta hacerle perder la consciencia y meter blanco o hueco en la ilación de hechos que llevaba. Y es una lástima que tampoco se brinde algo de pugna entre departamentos, de competencia entre investigadores, de malas relaciones entre jefes y subordinados o, más cenagoso el caso, ciertas corrupciones de la policía.
     Nada de eso. Un cuerpo honesto de investigadores entre los que se cuenta el teniente Mario Conde realiza su trabajo limpiamente, sin chanchullos ni envidieta. Viven entre ellos en armonía preestablecida. Mientras tanto, el autor de esos libros sí que lidia con el azar y el destino: gracias a una entrevista ofrecida por él al Diario Vasco podemos asomarnos a su verdadera historia policial, la inescrita. Que es también la historia policial de todos los que escriben en la isla, traten o no sus libros de delitos y crímenes.
     Nunca antes (que sepamos) se había hecho público el contrato imperante entre escritores y autoridades políticas en Cuba, secreto mayor de los literatos isleños. Nunca antes escritor residente en la isla, y por tanto expuesto su trabajo a censura oficial, había declarado cuánto sacrificaba para ver publicados sus libros.
     Editado en una de las más importantes casas españolas, traducido a varios idiomas y publicado (con esos mismos títulos) dentro de su país, Leonardo Padura es un autor de éxito. Algunas autoridades de la isla no ven con buenos ojos sus libros, reconoce. Pero la censura oficial no ha cambiado ni una sola palabra en sus textos, y cuatro de sus seis novelas han sido elegidas como libros del año en La Habana.
     Lograr milagro así en un panorama donde según él mismo los escritores incómodos resultan marginados, presupone un muy delicado planeamiento. Es necesario adelantarse al censor y borrar, no las huellas del escenario del crimen, sino el crimen mismo. (Tal vez por ello sus novelas resultan soporíferas: el único crimen lo ha cometido el autor: asesinato por autocensura.)
     Padura confiesa imponerse determinados límites a la hora de ejercer la crítica social y justifica sus maniobras con un ejemplo deportivo: en un partido lo importante es colar gol. Es preciso, pues, ajustarse a las reglas del juego, "tratar de burlar las defensas, ser habilidoso para poder buscar la mejor posición desde la cual tirar y anotar el gol que vale". (Me gustaría, sin alejarnos de lo deportivo, transformar el ejemplo en otra clase de juego. En este otro fútbol que propongo hay también que ajustarse a las reglas, sólo que éstas no han sido estipuladas por autoridades políticas, sino por autoridades literarias, incluido el propio creador.)
     Padura juega en relativa conformidad el fútbol de los comisarios. Para él no existe otro juego, ni resulta posible discutir las reglas de ése. "La vida en Cuba, a pesar de todas las dificultades, es mejor en muchos sentidos de lo que pudo haber sido en otras épocas", sostiene. Vive, pues, en la mejor de las Cubas posibles. Lástima que en su entrevista no nos aclare cuáles son esos "muchos sentidos".
     "Yo no me imagino viviendo fuera de Cuba", afirma. Tiene "una relación sanguínea, ni siquiera intelectual" con su casa, su barrio, su país de nacimiento. Y se muestra capaz, con tal de conservarla, de malversar su relación con el trabajo. Vistas así las cosas, podrá considerársele morador privilegiado, vecino intachable, hijo emérito de Mantilla, cubano cien por ciento. Todo menos escritor con vergüenza.
     Más aún cuando leemos esta otra razón para no marcharse al exilio: "mi literatura surge de esa relación que tengo con la realidad cubana. En Cuba, la literatura tiene todavía esa función social, esa capacidad de influir y actuar sobre los demás".
     Varias son las hipótesis que despierta la frase anterior. ¿Cuál es esa relación insustituible que tiene Leonardo Padura con la realidad cubana? ¿La de verlo todo o casi todo para callar mucho? ¿Sus trabajos de premeditación donde calcula cada detenimiento del comisario de turno y tacha para no complicarse la vida (o anotar un gol, tal como él considera)? Si no se larga a vivir al extranjero es debido al influjo que consigue sobre sus lectores, a su incidencia en la sociedad civil cubana, a la agitación social despertada por sus libros.
     ¡Alardes de inválido! Lo único que consiguen esas novelas suyas es extender entre la gente el miedo a la autoridad, contagiar a los lectores el temor de quien escribe (si mi escaso italiano no me falla, Paúra significa miedo). Menos policiales que de horror, la sombra del censor y sus tijeras atraviesa sus páginas. Y en lugar del manual de autoayuda, Padura parece haber dado con la fórmula del manual de autocastigo.
     Siente, según la entrevista aparecida en el Diario Vasco, el orgullo enorme de que sus obras puedan leerse ahora dentro de Cuba. Apostador de poca monta, sacrifica la duración de su obra por ese triunfalismo del presente. Prefiere jugar el fútbol de los mandamases a practicar la ética del escritor.
     No es el único, que conste. Pero ha sido el primero en declarar las leyes de un juego que comparte con tantísima gente. Y las cosas, luego de esta entrevista suya, no van a ser las mismas. Ahora cualquier reunión intelectual puede tomarse por peña de tahúres. Lo era ya desde antes, pero entonces el truco se mantenía encubierto.


La lengua suelta no. 18

Aviso a nuestros lectores:

Hemos incluido, a continuación de la entrega no.18 de La lengua suelta, el texto Anónimos, de Arturo Arango a que Fermín Gabor hace referencia.  De esta manera nuestros amigos disfrutarán más el envío de Gabor.  Además, La Gaceta de Cuba no podrá objetar nuestro sentido de la más elemental justicia. En cuanto a nosotros, bueno, no les exigiremos peras al olmo.

La Habana Elegante


Qué raro que me llame Federico

 Fermin Gabor

Dónde estábamos? Ah, ya. En el momento en que, con el título Anónimos, Arturo Arango publicaba en La Gaceta de Cuba (julio-agosto 2004) artículo donde intentaba meterle coco al fenómeno de las columnas de autoría encubierta que, según noticias suyas, empiezan a pulular.
     Algo menos repugnantes que los virus informáticos, críticas literarias y de costumbres gremiales llegan a las pantallas de nuestras computadoras bajo nombres falsos. Creo, opuestamente a Arango, que rara vez sin nombre. Por lo que su artículo debió llamarse Seudónimos. (El seudónimo tiene linaje literario y el anónimo tradición de chantaje.)
     Pero más allá de la inconveniencia del título, resulta muy loable su empeño de juntar señales e intentar extraer de ellas alguna moraleja. Lástima, empero, que a ese intento no lo acompañe una recta inteligencia. Lástima que la flecha se le pierda en el camino al blanco.
     Y no podía ocurrir de otro modo cuando parte de presupuesto tan falso como el suyo: las polémicas literarias anidan gustosamente en las revistas de la isla. Y no podía ser menos cuando empuja al lector hacia causalidades descabelladas: tales mensajes encapuchados promueven el chisme de pasillo y restan ímpetu a lo que pudiera convertirse en crítica publicada. (Si tal como asegura él los mensajitos constituyen una moda reciente, el chisme de pasillo es anterior a la fundición de los cimientos de la casona de 17 y H).
     Sin embargo, lo más falso de Anónimos es el aire de apoliticismo que el autor aparenta. (Que la política salte luego a la yugular de muchas de sus oraciones resultaba esperable, pues ya se sabe cuán incivil puede ser el comportamiento de lo reprimido siempre que retorna.)
     Arturo Arango conocía de antemano lo político del asunto. Según palabras suyas, en esas críticas de nombres encubiertos “se descalifican instituciones cubanas y a escritores y artistas que desempeñan responsabilidades en ellas o que declaran su compromiso o su simpatía con la revolución”.
     Para pensamiento como el suyo la política “es un campo dominado por reglas que difieren de las que sostienen el juego literario”. Y pretende luego citar con propiedad a Barthes y a Foucault, para que no nos quepa duda de que en su vida ha leído a esos monsiús. Pues una sola incursión por obras de esos franceses le habría enseñado que las reglas son las mismas para el juego político y el literario. (¿Por qué en sus palabras la política es campo y la literatura juego? ¿Por lo minado del primero?).
     Arturo Arango no quiere que se le vea como censor de lo que estudia. Incluso en varios puntos admite alguna simpatía por lo que los mensajes X traen, y es plausible entender su perorata como la del voyeur que abjura públicamente de la pornografía. (Lo imagino empedernido lector de chanchullos y asiduo comentarista de pasillo.) Pero que no venga a engañarnos su aire modosito: Anónimos resulta una cerrada defensa de las instituciones gubernamentales cubanas.
     Declara para ello la libertad de movimientos existente dentro de las publicaciones de la isla y arremete con disimulo contra quienes las evitan y emprenden alternancias. Arango se adelanta en unos meses a medidas estatales que ya han sido pronosticadas para fines de año: la batalla contra los trabajadores por cuenta propia.

     Anónimos carga contra el cuentapropismo de la crítica literaria. Procura meter toda forma de vida en el corral del Estado, para que cada niek suene definitivo, inapelable. Para volver a los poderes ommnímodos de los setenta.
     Su autor desaprueba la batalla plantada por un seudónimo ya que resulta una pérdida de tiempo para la polémica. ¿De qué modo responder a una ficción, a una fantasmagoría?, pregunta. Y cita en su artículo a dos de esas ficciones: Leopoldo Ávila y Fermín Gabor. Confiesa que lo elusivo de esta clase de criaturas puede verse bien en el caso del primero, que escapó sin que nadie contestara a sus ataques.
     Es en este punto donde las carcajadas de José Antonio Portuondo o quienquiera que haya sido Leopoldo Ávila desmienten el remedo de posibilidad histórica con que intenta embutirnos Arturo Arango. Pues incluso desprovisto de seudónimo Portuondo (o quienquiera que haya sido) hubiese resultado inexpugnable. Publicadas sus columnas en la revista Verde Olivo tenía a su favor la flotilla de tanques del Ejército Central. Por no hablar de un carné del partido.
     ¿Luis Pavón y Joaquín G. Santana son seudónimos? Tal vez Arturo Arango deba, aunque sin meterse en política, aclararnos por qué este par de veros nominales va a marcharse sin cocotazo suyo o de otros. Ha de explicarnos también la inmunidad en la que tanta vaca sagrada circula indostánicamente a la intemperie, sin seudónimos. (¿La condición de vaca sagrada no protege mejor que un nombrete?).
     Confieso mi disgusto al verme citado en compañía de Leopoldo Ávila. Y, sin pretender develar por ahora mi identidad (algún día lo haré del mismo modo en que Dustin Hoffman se despoja de su peluca en Tootsie), puedo asegurar a mis lectores que me asiste muchísimo menos poder que al finadito Portuondo. Ninguno de los que fustigo dejará de tener edición o empleo debido a mis palabras, ni se le abrirá causa policial.
     Compruebo que del mismo modo en que Arturo Arango quiere hacernos creer que ha leído a Barthes y a Foucault, simula no saber la diferencia entre Verde Olivo y La Habana Elegante, Laurenti Beria y un pobre bicitaxista.
     Me acusa, a mí y a otros, de intolerante. Pero, ¿por qué buena razón dejar de atacar a un mazo de escritores oficialistas que ya cuentan en revistas y periódicos y noticieros y editoriales y oficinas con suficiente aplauso y vitoreo? ¿Hay que sumarse al coro de quienes los celebran? ¿Hay que callarse la boca o sudar fiebre por los pasillos roñosos donde circula el chisme? ¿Ser tolerante con la intolerancia política y la mediocridad literaria de quienes protagonizan la escena cultural cubana?
     Ya por el tobogán de las preguntas, ¿quién es verdaderamente Arturo Arango?
     Compartiré con mis lectores la mejor de mis hipótesis: hace unos años era el muy joven director de Casa, revista continental. Roberto Fernández Retamar era su jefe. Un buen día, con ganas de divertirse, de burlar la mediocridad de un periodista llamado Luis Sexto, el joven director confabulóse con algunos de sus subordinados y escondieron los rasgos del mediocre periodista bajo disfraces de payaso. Sacaron un número de la revista con retratos burlados de Luis Sexto.
     Lo escolar de la broma no tiene para mí reproche alguno (¿acaso aquí no las cometo igual?), sí lo insignificante de su elección. ¿Por qué en lugar de un idiota con nombre de rey no ocuparse de muñecón más alto? ¿Por qué no el jefe Retamar, por ejemplo? ¡En lugar de pieza mayor, bajarse con un periodista que nadie recuerda ya! Ubi sunt Ludovicus Sextus.
     No tardó mucho el burlado en reconocer bajo los payasescos rasgos los rasgos propios de su jeta, y exigió reparaciones a la ofensa, visitó a las autoridades pertinentes, hizo de la venganza punto de honra.
     Levantado el escándalo, el joven director de la revista Casa se mostró incapaz de reconocer su participación. Se engurruñó, escondióse, aclaró al jefe Retamar su desconocimiento de una jugarreta armada por subordinados suyos a sus espaldas.
     Pero aumentaron un poco la presión atmósferica y el joven director acabó por reconocer su parte en el complot. Lloró en la oficina del jefe (en la antesala, ya que no lo recibían) peticiones de misericordia. Haría lo que fuera necesario para recuperar la confianza traicionada por él. Se iba a Solentiname de monaguillo de Ernesto Cardenal, bordaría trajes típicos para Rigoberta Menchú.
     Y ahora ese lacrimoso que obrara encubiertamente, que dejara en la estacada a los suyos y mintiera a su propio jefe, es quien llama cobarde y amoral a todo el que se acoja a seudónimo o anonimato. Reencarnado desde hace años como jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, asegura que no cometerá el pecado de la descalificación fácil: “evito escribir la palabra ‘cobardía’”. (Seguramente le traería recuerdos personales, remordimientos.)
     No estoy seguro de quién es Arturo arango, quizás nunca llegue a saberlo con certeza y él quede como enigma igual que Leopoldo Ávila. Pero, sea quien sea, al final de su artículo deja escrita esta recomendación: "No creo que haya que perseguir estos anónimos". Y ojalá que esta no sea una invitación solapada a las fuerzas de ataque. Porque más peligroso que quien se esconde detrás de un seudónimo es quien pone seudónimos a cada una de sus palabras.


Anónimos / Arturo Arango
      
El fenómeno ha comenzado a expandirse y aunque limitado, al menos hasta hoy, a las computadoras de aquellos que podemos conectarnos a la red (a alguna zona, ya sea mínima, de la red), ha ocupado por momentos la atención del campo intelectual cubano: cada cierto tiempo, enviados desde cuentas de correos a todas luces apócrifas o tomados de revistas digitales elaboradas fuera de la Isla, llegan a decenas, quizás cientos de buzones electrónicos textos que pretenden la crítica (literaria, pero no sólo) amparados en el anonimato. Y es, justamente, esa expansión lo que provoca este Punto:
cuando un episodio se conviene en regularidad hay que leerlo también o, sobre todo, como un síntoma.
     En su mayoría son textos que buscan una operatividad política: en muchos de ellos se descalifican instituciones cubanas y a escritores y artistas que desempeñan responsabilidades en ellas o que declaran su compromiso o su simpatía con la revolución. Intentaré, sin embargo, apartar de estas líneas la política (mientras sea posible), ya que es un campo dominado por reglas que difieren de las que sostienen el juego literario.
     Algunos de esos autores que han optado por el enmascaramiento aducen que los motiva la falta de transparencia de la prensa cultural cubana y dan por sentado que no hay espacios donde la crítica pueda ser expresada con la mayor crudeza. En principio, esa misma excusa llama la atención: es cuanto menos extraño que alguien que opta por esconder su rostro real requiera de justificaciones para hacerlo y quizás ello revele la necesidad de legitimarse ante sus posibles lectores y, simultáneamente, el temor a ser rechazado, a estar sobrepasando límites que un tipo de receptor, tal vez mayoritario, no esté dispuesto a admitir.
     Sin embargo, eso que los anónimos están dando por sentado, ¿es real? ¿Ha faltado espacio para la polémica en el campo cultural cubano y, en especial, en sus revistas? No es éste el lugar para enumeraciones, pero cualquier lector que revise los índices de Unión, La Gaceta de Cuba e, incluso, de publicaciones de otro perfil, como Revolución y Cultura y Cubaliteraria, reconocerá que han acogido numerosas disputas, al menos durante la última década, disputas donde, muchas veces, la pasión, los enconos, las descalificaciones, han prevalecido por encima de la razón, de la decencia y de la búsqueda del conocimiento (aunque en otras los autores han dado ejemplo de decoro, de civilidad).
     Insisto en que estoy mirando sólo aquella zona, digamos, literaria de esos textos que llegan bajo firmas falsas. Para ser justo, debo reconocer que a muchos de ellos no les falta agudeza y que a veces expresan criterios con los que coincido (ya sabemos, “El diablo no tiene la razón pero tiene razones que vale la pena atender”), aunque en otros casos son chapuceros, tontos y su escritura pésima. Pero más allá de cuestiones de calidad, hay en la propia manera en que existen, en que toman cuerpo, argumentos que me molestan, que me preocupan, sustancialmente. Algo que huele mal.
     Lo primero es su intolerancia política. Como dije antes, se descalifican, sobre todo, escritores cuyo compromiso con la revolución cubana es explícito. Si décadas atrás nos quejábamos de que la izquierda dogmática desestimara figuras valiosas sólo por sus ideas de derechas, o aun por su indiferencia, invenir la ecuación no es menos nocivo y demuestra idéntico sectarismo: ni uno ni otro pueden hacer bien a la cultura, aunque uno y otro lleguen amparados por situaciones de poder o por el espíritu de la época.
     Me molesta también la falta de rigor, la comodidad que se impone con el anonimato (y evito escribir la palabra “cobardía” para no cometer el pecado de la comodidad, de la descalificación fácil, adjetiva). Ya sabemos, desde Barthes y Foucault, que un autor es algo diferente que el nombre de quien escribe. El anónimo se esconde también como autor. No sólo pone su persona, su rostro o su cuerpo mismo a salvo de réplicas, represalias o agresiones sino que está enajenando esa otra parte que le pertenece como autor. Al polemizar con un seudónimo de este tipo, sea el de Leopoldo Ávila o el de Fermín Gabor, lo hacemos contra una ficción, contra una fantasmagoría que terminará escapando (ya lo hemos comprobado en el primero de los casos), contra un cuerpo de ideas sin respaldo, sin historia. Es, por tanto, una polémica estéril, que difícílmente pueda satisfacer esa “sed de conocimientos y de experimentación” que reclama para la cultura el lúcido editorial que acaba de publicar la revista Unión (n. 51,2003) a propósito de las polémicas. Hay, por ello, una amoralidad en ese gesto de hacer que un texto aparezca en la orfandad de lo anónimo. Se puede no simpatizar con el impulso negador que rigió la obra de Virgilio Piñera, pero lo que no se puede poner en tela de juicio es que ese espíritu es parte sustancial del autor Virgilio Piñera: la lectura de Aire frío o de La isla en peso es inseparable de ese afán negador, y sus textos críticos, con frecuencia devastadores, no pueden comprenderse sin sus piezas teatrales, sus cuentos y poemas. Por eso su negación puede ser fecunda, iluminadora: ofrece una lección de ética y el ejemplo de una valentía personal, de una verticalidad para la defensa de sus criterios estéticos que, ya lo sabemos, también constituyen al autor Virgilio Píñera.
     Por eso me molesta, además, que, bajo el pretexto de abrir espacios para la discusión, estos mensajes estén, en realidad, cerrándolos. Los cierran porque favorecen el rumor, el cotorreo o el comentario de pasillos, siempre infecundos y tan arraigados, tan poderosos en el medio cultural cubano. Lo que se conversa o se trama en pasillos pocas veces alcanza espacios de debate público de mayor alcance o jerarquía: se desvanece en superficies. Los cierran, también, porque en ellos la frivolidad, la descalificación adjetiva, prevalece sobre la argumentación y el conocimiento. Los libros o autores azotados por estos mensajes ya están, por el momento, apartados de otro tipo de debates. En lugar de ponerlos bajo la luz de una meditación seria, estos anónimos los han agotado. Ya nadie volverá sobre ellos y, quien vuelva, no incorporará a los suyos, ni para afirmarlos ni para rebatirlos, argumentos que, como dije antes, no pertenecen a autor alguno.
     Pero también quien usa un nombre falso se siente en libertad de hacer lo que no podría desde su identidad real. Y si lo que se intenta es la crítica literaria, esa presunta libertad conduce al insulto o a la calumnia, casi inevitablemente. Si esos textos, como algunos de ellos afirman, pretenden establecer un modelo distinto para la crítica literaria, sus autores debían saber que un nuevo modelo requiere también de una nueva ética y que el abuso de la libertad es inmoral (no ya amoral), como es inmoral el abuso de cualquier tipo de poder, incluso el que otorga una máscara.
Estos anónimos llegan a nuestros buzones, nos dejan indiferentes o nos hacen reír, nos preocupan o nos irritan, pero existen y ya son inevitables, tal vez crecientes (las características del trabajo en la red pueden favorecer que otras personas se sumen a la modalidad). Es obvio, además, que están entrando en un ambiente favorable: de nuevo, el Diablo no tiene la razón... Tan verdaderas como las polémicas ocurridas y los espacios que las favorecen son las zonas de silencio, los debates pospuestos, las heridas mal sanadas. Tan real como esa pretendida o solicitada unidad de los intelectuales cubanos, o como lo ha sido su sabiduría para enfrentar y conjurar actos de incomprensión o intolerancia, lo son las bajas pasiones, los resentimientos, las envidias (inherentes, ya sabemos, a la condición humana).
     No creo que haya que perseguir estos anónimos, ni bloquearlos en nuestras cuentas de correo, ni hacer como si no existieran. Han llegado y en no pocos casos ocupado la atención, la curiosidad, el tiempo de muchos de nosotros. Quizás, por eso, lo más útil sea pensar, en lo que significa ese acto, en el caldo de cultivo del que se alimenta, y tratarlos en los espacios y con la ética que ellos quieren desconocer, de manera que al odio, al fanatismo, a la irresponsabilidad, se le opongan la razón, la inteligencia, el sentido común.


La lengua suelta no. 17

Dos Gacetas y muchísima polémica (pero no dentro de ellas)

Fermin Gabor

     Tengo en mi mesa los dos últimos números de La Gaceta y, por lo que arrojan ambos acerca de la crítica literaria, por lo de preceptiva que tienen, han de ser lectura obligatoria para todo el que busque estrenar opinión en las revistas de la isla o publique ya en ellas. Es preciso leerlas como se lee un manual de costumbres, una guía de etiqueta, un tratado ético. Especialmente dos de sus artículos: uno debido a la pluma de Eliades Acosta Matos, otro a la de Arturo Arango.
     Vicedirector de la Unión de Historiadores de Cuba y actual director de la Biblioteca Nacional, me cohibiría en grado sumo tratar al primero de estos autores con título que no sea el de doctor. Yo conocía ya algunas de sus opiniones gracias a una antología preparada por Enrique Ubieta (Vivir y pensar en Cuba. 16 ensayistas cubanos nacidos con la Revolución reflexionan sobre el destino de su país, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002), donde el doctor Acosta Matos atacaba unos intentos de revaluación del autonomismo cubano a la par que acometía la defensa del realismo socialista.
     En esa misma antología un pensador de la agudeza de Fernando Rojas (siempre que le adjudiquemos por error alguna obra de su hermano Rafael) añoraba la gama de productos lácteos que su infancia consumía en paseos por el habanero Parque Lenin. Fernando Rojas destilaba nostalgia de cuño semejante a la de esas viejas tías abuelas recontadoras de meriendas de Ten Cents. “El vaso valía veinticinco centavos, y en los primeros setenta allí vendían la leche sólo por vasos”, rememoraba. (La boca se nos hace agua de pensar en los primeros setenta, recién fracasada la Zafra de los Diez Millones y celebrado el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura.)
     También a Victor Fowler, presente en dicha antología, lo desvelaban preocupaciones líquidas. No se trataba en su caso del vaso de leche servido en el Parque Lenin, sino de la “Pepsi Light” para la cual, en un día futuro de capitalismo habanero, no le alcanzaría la plata. (¡Qué tortuosa nostalgia la suya capaz de proyectar imposibilidad actual hacia el futuro!)
     La historia nacional cabía entre el vaso de leche de Fernando Rojas y la “Pepsi Light” de Victor Fowler. A juzgar por los 16 ensayistas nacidos con la Revolu el destino del país consistía mayormente en la añoranza. “¡Ay, qué mal va la cosa”, recuerdo haber dicho, “cuando los ñángaras empiezan a sufrir de nostalgia!”.
     Pero no hagamos esperar más al doctor Acosta Matos, para quien el realismo socialista es un quesito crema del Parque Lenin. En la antología ubietánea el actual director de la Biblioteca Nacional se dolía del saqueo sufrido por los antiguos países comunistas europeos luego de la caída del Muro de Berlín. Según él, el video-clip (“las tambaleantes industrias del video clip”) y la decoración de interiores venían a apropiarse de los códigos visuales del realismo socialista, hurtaban longevidad a la estética favorita del camarada Stalin.
     (Su planteamiento abre diversas interrogantes: ¿por qué entender la apropiación estética como saqueo?, ¿o cómo no admitir entonces que es saqueo a Occidente toda la arquitectura moscovita de la época de Stalin, de un neoclasicismo facilón?, ¿por qué, en lugar de emprender la defensa del constructivismo soviético, cuidarle el culo al realismo socialista?, ¿cómo éste, tan vigoroso, llegó a ser absorbido por lo tambaleante?, ¿y por qué la suma de los artistas eméritos de las repúblicas soviéticas no alcanzó a imaginar ni una emisión de Colorama?)
     Graduado universitario en una alejada república soviética, el doctor Acosta Matos defendía el pundonor bolinski. Autonomista como fue frente a Moscú (ni independencia ni anexionismo), no aguantaba a los que quisieran recordar el autonomismo frente a España.
     Y ahora el penúltimo número de La Gaceta de Cuba publica un texto suyo donde arremete contra todo el que procure algunos rasgos positivos para la República. Responde a una reseña publicada por el investigador Jorge Domingo Cuadriello en número anterior de esa misma revista y, para entender su alcance, es preciso hacer un poco de historia. Dejénme que les cuente, limeños.
     Julio Rodríguez publica a los sesentinueve años de edad un primer libro, una cronología: Noticias de la República. Matrimoniado con la bibliógrafa Araceli García Carranza, Rodríguez recibe ayuda de su esposa para el libro. Y el doctor Acosta Matos, quien se brinda a prologarlo, asegura que el volumen es obra de indudable valor y se deshace en alabanzas del trabajo investigativo efectuado por su autor.
     Luego Jorge Domingo Cuadriello reseña ese primer tomo de Noticias de la República (hay otros por venir) y descubre que en él abundan las imprecisiones, los errores y las meteduras de pata. Y que el tan alabado viaje de su autor a las fuentes bibliográficas resulta muchas veces dudoso.
     Quien recorra las páginas de esa cronología podrá asistir al nacimiento apócrifo de Julio Antonio Mella, verá regresar de la muerte a Aurelio Mitjans, y va a ser testigo de la doble muerte del general Carrillo o del nunca ocurrido asalto y destrucción del periódico Heraldo de Cuba.
     Muchas otras pifias señala el reseñista y descubre además la poca imparcialidad de un acopio en el cual no aparece mención del mayor período de bonanza económica republicana. Es en este punto donde el reseñista Domingo Cuadriello topa con el malhumor del doctor Acosta Matos. ¡Mira que exigir noticia favorable de una edad histórica donde la gente nacía en días equivocados, volvía de la tumba o moría dos veces!
     Incapaz de objetar la mayor parte de las acusaciones del reseñista, el doctor Acosta Matos acude en su defensa a lo melodramático. Varias son las objeciones sentimentales que hace a Jorge Domingo Cuadriello. Que si éste ha atacado en público a una mujer como Araceli García Carranza (¿en privado le hubiese estado permitido?), que si abusa de un hombre que a los sesentinueve años publica su primer libro. Con la conciencia de un asiento de guagua para embarazadas, el doctor Acosta Matos se desvela por mujeres y ancianos. (Vista la edad de su prologado, uno llega a preguntarse por qué éste no esperó a ser aún más defendible, qué lo ha impulsado a tanta precocidad. Pues, publicado a los noventinueve años, su primer libro habría sido más erróneo y disculpable.)
     Por supuesto, donde hay novelón indígena no falta la figura del Apóstol, y el doctor Acosta Matos nos recuerda el martiano apotegma “Criticar es amar” y el sofisma martiano de que cuando se va a morir bien cabe licencia para rimar del peor modo. Vistas así las cosas, un chapucero de 69 años casado con concienzuda bibliógrafa emprende el primero de sus trabajos, mete la pata sin compasión, y es preciso amarlo martianamente.
     Por último, el doctor Acosta Matos no alcanza a comprender a esos críticos que “pudiendo ventilar entre compañeros sus señalamientos escogen la páginas de una revista”. Y de aquí puede sacarse tal vez el más importante precepto entre los suyos: la crítica no tiene por qué llegar a las revistas, no hay por qué publicarla. Cualquier diferencia estética ha de ser ventilada en reunión a puertas cerradas. (De la crítica literaria como asamblea sindical manicheada por la administración.)
     Pacienzudo para examinar las virtudes de una cronología, el investigador Jorge Domingo Cuadriello ha tenido también la cachaza de responder a cada una de las reclamaciones del doctor Acosta Matos. Y en respuesta a las peticiones de crítica amorosa hechas por éste se ha encargado de exhumar la nada cariñosa reseña con que, en 1988 y desde una revista santiaguera, Eliades Acosta Matos (entonces no doctor) saludara la aparición de un libro póstumo de Virgilio Piñera.
     (De esa vieja reseña vaya un cacho: “
¿En nombre de qué supuesta libertad de expresión o de creación puede un intelectual aislarse de un mundo en ebullición que diariamente golpea a su puerta clamando también por su aporte en su eterna lucha por la perfección? ¿Puede aceptarse como lógica la autocondena de Piñera al ostracismo, al autoexilio al mundo de la fabulación, suponiendo incluso que no hayan podido ser aceptadas sus propuestas estéticas, en una coyuntura política muy concreta y por todos conocidas?” Fuera cuestión amorosa, el joven Acosta Matos tiene el descaro de tratar de autocensura lo que fue castigo oficial dictado contra Piñera. Y considera búsqueda de perfección a los golpes en la puerta del viejo escritor prohibido. Al parecer, los estetas de Villa Marista venían a pulir alejandrinos al apartamento de Piñera.)
     La Gaceta de Cuba, que publicó la reseña escrita por Jorge Domingo Cuadriello y luego la reseña de reseña a cargo del doctor Acosta Matos, ha decidido interrumpir la polémica cuando estaba poniéndose mejor. Bajo el pretexto de que no agrega nada nuevo, deja sin publicar la respuesta de Domingo Cuadriello.
     Sin revista que la acoja, la entrega última de esta polémica viaja de uno a otro correo electrónico, corre el destino de una nave espacial ida de órbita. Jorge Domingo Cuadriello asegura en ese mensaje electrónico que ya no volverá sobre el tema. Aunque ha pedido al presidente de la Unión de Historiadores de Cuba que se nombre una comisión de historiadores, suerte de cascos azules de la ONU, que sirva de árbitro en la pelea.
     El número de La Gaceta de Cuba en el cual debió salir la contesta de Domingo Cuadriello al doctor Acosta Matos se cierra con un artículo de Arturo Arango, jefe de redacción de la revista, que desaprueba la proliferación actual de crítica literaria bajo seudónimo y recomienda canalizar la discusión a través de las revistas literarias ya existentes. Arango anima a leer los índices de Unión, de La Gaceta de Cuba, de Revolución y Cultura para encontrar allí vivas polémicas. (Perfecto conservador, ni por asomo se le ocurre aludir a la posibilidad de nuevas revistas.)
     El actual director de la Biblioteca Nacional dictamina que la crítica de libros ha de ser transacción de despacho que no arribe a las revistas porque la ropa sucia debe lavarse dentro de casa y cada reseña desfavorable puede ser un arma que tendamos al enemigo imperialista. Arturo Arango, en cambio, cree que es obligación de la crítica aparecer en el espacio público que las revistas trazan. Un detalle salva la diferencia entre las posiciones de este par de funcionarios: los directores de revistas conservan el fácil recurso de afirmar niek nananina a todo cuanto les parezca incómodo.
     Arango, no menos que el doctor Acosta Matos, es un fiel exponente de la hipocresía de las instituciones culturales cubanas. Niega en privado espacio a la polémica mientras en público alardea de brindarlo. Pero ya nos ocuparemos de él en la próxima entrega...


La lengua suelta no. 16

En familia, en verano

(obra en un acto)

Fermin Gabor


-¡Te digo que apagues ese televisor de una vez!

-Está bien. Apagado.

-¿Los viste?

-¿A quiénes?

-A Retamar, a Pablo Armando, a esa gente.

-¡Coño, mira que tardan en morirse!


-¡Chico, no digas esas cosas delante de los niños!

-Los niños que se vayan a jugar, que esto es una conversación entre mayores.

-Vamos, niños, ya lo oyeron.

-Alguno podría ir muriéndose,... ¿no te parece?

-Vira el ventilador, que no me llega el fresco.

-Será que van a llevárselos en lote.

-Ahí mismo.

-Básico, no básico y dirigido.

-Ay, ¿te acuerdas?

-¿Que si me acuerdo? Todavía sueño que me toca elegir juguete.

-Entonces no es un sueño, es una pesadilla.

-Hubo un año en que alcancé muñeca y creí que al otro conseguiría una casita donde ponerla a vivir.

-Una casa de muñecas.

-¿Cuál de los dos es el más viejo, Vitier o Augier?

-Tienen nombres de dramaturgos del Segundo Imperio.

-Pero de los malos. De los teatros de bulevares.

-Bien picúos, sí. Melodramáticos.



-Y tuve suerte de alcanzar la casa. Pero siete años después, cuando de la muñeca no quedaba ni un ojo.

-Vitier es ése que iba a todas partes con Guillén, ¿no?

-¡Con Guillén el que iba era Augier!

-Eh, a ver si tomamos alguna pastillita para la memoria.

-Puse por aquí el nombre para que no se me olvidara. Míralo: gingko biloba.



-No lo había oído nunca.

-Dicen que es milagroso.

-Todavía ese Augier va con Guillén para arriba y para abajo.

-Medicina tibetana. Antiquísima.

-Hum.



-Seguro en Cuba que Ángel Augier toma ginkgo biloba.

-Se le habrá olvidado que su mujer fue batistiana.

-¿Mary Cruz sigue viva?

-¿Tú tienes pruebas de que haya estado viva alguna vez?

-Ay, no empieces.

-Y con tal de no morirse, se hizo santo.

-¿De quién hablan ahora?

-Del director de Casa.

-¿Retamar se hizo santo?

-¿No fuiste tú quien me lo dijo?

-Eso tiene que ser un invento.

-¿Invento mío? Dime si no lo viste con bastón, que casi no podía andar. Y ahora aparece en todas partes.

-Una aparición.

-Lo habrán chapisteado en el Cira García.

-Ese ventilador tiene su problemita al girar.

-Lo que me gustaría saber es cómo, si toda esa gente está muerta, tarda tanto en morirse.

-¡Chico, mira los niños!

-Pero, ¿qué hacen aquí otra vez? ¡Vayánse por ahí!

-Mientras sigas en esa matadera van a pegar oído.

-Son unos monstruos. ¿Qué? ¿No se van a ir? ¡Pues traéme el cartón del Monopolio! Vamos a organizar un juego.

-¡No se te ocurra enseñarle esas cosas a los niños!

-Aquí está el cartón.

-¡Que los pones a comprar casas y hoteles y los frustras para siempre!

-Y aquí un atlas del mundo. Así que buscamos en el atlas un lugar bien remoto...

-¡Sakishima!

-No.

-¡Babuyan!

-Tampoco.

-¡Irimote!

-Irimote, perfecto. Y el juego consiste en traer desde Irimote el cadáver de Pablo Armando Fernández, que es esta ficha que ustedes ven aquí.

-Mamá, ¿ese no era el viejito que estaba en la televisión?

-No, mi amor, él que él dice es otro Pablo Armando.

-Irimote-La Habana.

-En su caso sería rarísimo que la muerte fuera a encontrarlo aquí.

-¿Tú ves? Un juego de mesa que no despierta demasiadas expectativas en los chamas: Monopolio sin hoteles ni millones. Solamente el cadáver del poeta y la necesidad de que lo cubra tierra patria.

-Eh, ¿y no hay castigo?

-¡Castigo, castigo, castigo!

-¡Ah claro, el castigo!

-¿Qué libro estás dándole a los niños?

-Atiendan bien: todo jugador que caiga en este punto tiene que soplarse uno de estos poemas.

-Déjame ver cuál es.

-La poesía de Pablo Armando Fernández.

-¡Ay, Dios mío, vas a analfabetizarlos para siempre!

-Pues podía ser peor.

-Imagínate con Barnet muerto.

-¡Madre mía!

-¡Aquí tienen los dados! Y este juego se llama Los niños se despiden.


-¡Salgo yo primero!

-¡La primera soy yo!

-Un tiro y sale el mayor.

-Cinco.

-Dos.

-¡Ja!

-¡Seis, salgo!

-La propia Carilda...

-¿Qué pasa con Carilda?

-Cuidadito, que ella lee a Carilda.

-Pues que tenga cuidado. ¿Vieron como la vieja salió viva y entera del ajetreo de la feria?

-Todavía está por morirse el primero de esos figurones de feria.


-Siguen sobre la tierra a la espera de premios.

-¡Pero si ya los tienen todos!

-Premio internacional, quiero decir.

-Ah.

-A Augier le dieron el Rulfo.

-¡El Rulfo fue a Vitier!

-El que haya sido, ¿se cree que ahora van a darle el Cervantes?

-¡Que le den la Orden Lenin!

-Esa la tiene ya.

-Es como si ninguno de los ventiladores de esta casa echara fresco.

-A ver niños, ¿por cuál rincón del mundo tienen a ese cadáver?

-Yugo-Vostochnyye Karakumy.

-¡El desierto de Yugo-Vostochnyye Karakumy!

-¿Dónde carajos queda eso?

-No se preocupen, Pablo Armando ya ha estado por allí.

FIN
 

La lengua suelta no. 15

Hacia un perfil definitivo del hombre

Apuntes para un retrato robot de la Generación del Cincuenta

Fermin Gabor

     La cabeza enfundada en unas pamelas negras de ala corta que la asemejan a San Juan Bosco, Carilda Oliver Labra atraviesa la isla porque le han dedicado la Feria del Libro de este año. Se presta, a su edad venerable, a recitar poemas de furor sexual. (Le quitan la temática del repellamiento Carilda Geisha, Tony (that patriotic object of Desire)chupachúvico y quedaría muy poco de su obra poética.)
     Ella forma, junto con Rosita Fornés, el dúo de rubias menos eróticas con que contaran los años cincuenta en Cuba. Y esa falta de fluído eléctrico las obliga, octogenarias ya, a vestirse de sirenas o a soltar kamasutradas. 
     Carilda, que es la que aquí nos interesa, se muerde el pelo en sus lecturas a la manera de una estampa erótica japonesa, hace de geisha jurásica. Las ferias del libro de todos los rincones del país la tienen como figura principal, y ella traslada ese honor a “los cinco héroes prisioneros del Imperio”, de quienes celebra sus bellezas viriles pues la vieja es capaz de untar de baba sexual cuánta cosa le pongan por delante.
     Urbano Martínez, que antes compusiera una biografía de José Jacinto Milanés y otra de Domingo del Monte, ha dado a la luz biografía de la anciana poeta. (La otra rubia ya contaba con una, escrita por Evelio R. Mora: Rosita Fornés, Letras Cubanas, La Habana, 2001.) 
     Hasta los remates de la isla viajan la poeta, su joven marido, un peluquero que la atienda y la vida escrita de ella. Y no hay punto que toquen donde no sepan de su leyenda: es la Compaya Segunda de la poesía.
     “Qué bien se ve Raquel Revuelta”, opina al verla una vecina de Corralillo, fanática lectora de Doña Bárbara.
     Cortejada por la prensa, uno de los periodistas quiso oírle acerca de los años en que estuvo en la fuácata, sin publicación y sin que pudiera mencionarse su nombre, y Carilda se refugió en gatuna cortesía. ¿Para qué ponerse a recordar malos momentos ahora que todo resultaba fiesta? 

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     Cada año La Habana dedica la Feria del Libro a un país invitado y a un escritor diz que de relieveReynaldo González pintado por Diego Velázaquez (Carilda Oliver Labra en este caso), y lo que sigue a éstos en jerarquía es el Premio Nacional de Literatura, flamante como un carro del año. 
     Reynaldo González por esta vez, los festejos organizados en su natal provincia han rebasado todo lo ocurrido antes. Pues le ha tocado develar, en plena vida, una tarja que conmemora su venida al mundo. En Ciego de Ávila, en la fachada de la casa de su infancia. (El hotel “Pernik” de Holguín tiene una habitación donde cabe la gloria de Pablo Armando Fernández, lo mismo que la de Hemingway en el habanero “Ambos Mundos”.) 
     En varias comparecencias televisivas Reynaldo González ha pretendido que esa tarja recién develada cubra el territorio nacional. Llama ensayos a los artículos que ha escrito y, dotado en lo más mínimo para los primores de la lengua, se ha metido (como Rosita en traje de sirena o Carilda de geisha) en disfraz de clásico del Siglo de Oro con el fin de pujar una novela histórica. 
     Del mismo modo en que se saca de la casa la basura, saca un librito de sonetos eróticos. 
     Durante buen tiempo crítico del actual ministro de cultura, no más le aflojaron el premiete, Reynaldo González sigue y persigue al ministro por todas partes. Le ríe las gracias y los pujos indistintamente (Abel Prieto hace chistes con la misma frecuencia que un candidato presidencial norteamericano), le recoge el pelo, le alcanza las pastillitas. 
     González, lo mismo que Carilda, prefiere olvidar sus disgustos anteriores y se adentra en la fiesta. Pues andaba necesitado de tarja y de cariño. Fue gozador de buen destino juvenil para ser tronado luego, y ahora intenta retomar su juventud por cualquier medio, procura continuar carrera. Igual que el resto de sus compañeros de generación, reunidos en el proyecto “Buena Vida Social Club” que patrocina el Ministerio de Cultura.

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     Novedades varias hacen peregrinar a Antón Arrufat en la comitiva ministerial que recorre el país de feria en feria: la aparición de una antología de Gertrudis Gómez de Avellaneda que hiciera y una obra de teatro de las suyas.
     De las fijaciones de textos ajenos realizadas por Arrufat tiene ya el lector algunas muestras. (Su edición de La carne de René, de Virgilio Piñera es conocida como El picadillo de Antón.) Verdadero especialista en reescribir maestros, quién sabe cuántas aportaciones suyas leemos como si fuesen poemas enteramente piñerianos. Y ahora sus desafueros filológicos lo han llevado a producir la que puede considerarse como edición más peregrina de La Peregrina. 
     Él consigna en nota inaugural que ha eliminado de los poemas todos aquellos versos que no le el espejito de Tulaconvencían, y en su lugar ha colocado hiladas de puntos suspensivos tal como acostumbraba a hacerse en vida de la poeta. Siglo XIX para una decisión y XX para otra, acto seguido reconoce la supresión de las mayúsculas que doña Gertrudis utilizaba al inicio de cada uno de sus versos. Y para rematar, elimina los signos de admiración tan abundosos en la poesía romántica. Por privilegiar la moderna lectura en voz baja, sostiene.
     En resumen, el cuarto de Tula le cogió candela. Porque no importa cuánto cariño haya dedicado en su prólogo Arrufat a la descuartizada de Puerto Príncipe, termina por tratarla como a histérica a quien se hace preciso controlar en enfásis, exclamaciones y momentos de desfallecimientos. Con mano de antologador le tapa la boca, y se ufana de ello como si estuviera coronándola en el Tacón. O dicho mejor aún: la corona a taconazos. 
     Promete salvarla de la polilla y la trata como a cucaracha. Arrufat deja para nosotros la mejor edición lobotomizada de Gertrudis Mucho-Hombre y nuestros académicos le estarán agrecidos por el churro. (Con tal de no dar golpe miran con buenos ojos las chapucerías del primero que pase.) 
     Abel González Melo, quien ha fungido como presentador de Las tres partes del criollo, relaciona esta nueva pieza arrufatiana con otras plúmbeas contribuciones del mismo autor a la dramaturgia nacional. (Uno piensa enseguida en lo hermoso que sería que González Melo pudiese entregarnos biografía de Arrufat del mismo modo que contamos ya con Rosita’s y Carilda’s. Poeta y dramaturgo, Abel González Melo ha escrito unas notables glosas de las que no puedo más que citar un fragmento: “Si quieren que a la otra vida / Me lleve todo un tesoro,/ Me esculpiré. Frágil coro / Cala en la escara encendida./ Punge en mi vientre la herida / Lúgubre del mal que espero./ Busca un pulgar asidero / Sobre el mural trascendente / Del tubo espeso y caliente / Donde renazco o me muero.”/ /“Terco temblor tormentoso / Me expulsa otra vez al campo / De los pinceles. Estampo / Recias figuras de gozo./ ¡Ya no soy mujer, soy mozo!/ Mas, sumido en lo que añoro,/ Descubro entre pelo y poro / Fiera escafandra perdida:/ ¡Llevo la trenza escondida / Que guardo en mi caja de oro!”. Los dos primeros y dos últimos versos pertenecen a José Martí, los otros al horror. El poema puede encontrarse entero en la antologia generacional Cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo, selección, prólogo y notas de Aymara Aymerich y Edel Morales, Letras Cubanas, La Habana, 2000)
    Las tres partes del criollo (título que, junto al destazamiento de la Avellaneda, revela tendencias de serial killer en su autor) correrá seguramente la misma suerte del teatro publicado anteriormente por Antón Arrufat. Y no resulta arduo adivinar cuál será la excusa enarbolada por éste para el tan poco caso: acusará a directores y actores y atrezzistas y taquilleras de castigarlo en censura, de alargar el castigo que en los años setenta le impusieran. (En entrevista donde detalla su caída en desgracia, culpa de ella a Raquel y Vicente Revuelta, hermanos en Stalin y en la sangre. Pero ni un nombre de funcionario implica al sistema, como si los Revuelta hubiesen copado por entonces todos los puestos. Las acusaciones arrufatianas tienen, prudentemente, la dimensión de un camerino.)
     Rine Leal ha aportado, hasta donde sé, las razones más plausibles del poco suceso teatral del autor de Las tres partes del criollo. Según él, falta a esas obras las tres especias que conforman lo mejor del teatro: sexo, sangre y dinero. O expresado a nivel de película del sábado: nudismo, violencia y lenguaje de adultos. 
     Hasta hace poco Arrufat contaba con un aire de mártir que le prestaba algún interés. (Lo mismoAntón Pirulero como mártir (en el rostro, los estigmas del crucificado) que otros compañeros suyos de “Buenavida Social Club”, pasó un tiempo limpiando zapatos y sin poder cantar.) Sabía que en ello consistía su fuerte y coqueteaba con la rememoración de sus desgracias, amenazaba con soltar en público la verdad. (De él y de los otros, no hay más que leer sus respectivos discursos de aceptación del Premio Nacional de Literatura.) Ya que no había arrimamiento posible a Lezama y a Piñera través de la escritura, se les pegaba vía calvario. Pero ahora que lo tratan oficialmente como a senador, ha tenido que torcer las cosas para cultivar su victimismo sempiterno, su papel de perseguido hasta el catre de mármol. Fuñido antes por castigo estatal, ahora que goza de favor estatal se finge castigado por otros poderes. Le arrebatan premios en la arena internacional y cuando lo publica editorial española de las grandes es sólo para hacerlo aparecer en el traspatio mexicano. No le permiten triunfar en Barcelona y en Madrid, desde afuera lo castigan por no haberse marchado al exilio. 
     Como buen miembro de “Buena Vida Social Club”, Antón Arrufat sostiene con lo político las mismas relaciones que las putas con un chulo violento. 

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     Como en esas telenovelas venezolanas donde los personajes se quedan ciegos de buenas a primeras, la conversión en masa de un puñado de viejos escritores en innegables escritores oficialistas parece obra de un guionista desesperado. (A esos viejos, ¿qué les echaron en el café con leche? ¿Qué jalapa los ha puesto a cagar de tal modo?) 
     Padecedor de súbita ceguera, el maestro César López también se ha largado de ferias con una maleta de viajante. (No agobiaré al lector con el inventario de tal valija. Sólo en una generación como la del Cincuenta puede figurar con protagonismo un poeta tan pésimo como ese César López.) Lo César López, La Mamboleta Trágicamismo que Reynaldo González, atravesó por una etapa de rechazo a dirigentes culturales. Juró no hollar nunca más los jardines de 17 y H, promesa cumplida por algún tiempo. Aunque, igualito a González, ha vuelto decidido a robarse el show.
     Contempóraneo del nacimiento de la televisión, mitad Tongolele y mitad Gina Cabrera, César López parece dotado lo mismo para el cabaret que para el drama. Heberto Padilla lo apodó “La Mamboleta Trágica”, y el nombrete es extendible a la generación en pleno. 
     César López ha sacado de su vuelta al redil favores no sólo para él, sino para la familia. Pues La Gaceta de Cuba, publicación avara en todo lo que pueda entenderse como protagonismo, ha concedido columna fija a Adriana López Labourdette, hija suya residente en el extranjero. (Obedeciendo a cuáles méritos tal vez ni lo tengan claro en la redacción de la revista. Sin obra conocida por estos horizontes y emplazada en belvedere de tan pocas novedades como una ciudad suiza, las columnas de la damita López no ofrecen mérito alguno.) 
     Pero a lo que sí hay que reconocer brillantez es a la tesis lanzada por su padre acerca de cuál ha sido la misión histórica de la Generación del Cincuenta. Sostiene López que las generaciones que le siguen tendrían que agradecer a la suya el haber servido de escudo, de cortina rompevientos, de dique. Pues llovieron los golpes, se nubló el cielo, menudearon los rayos (a algunos los malpartió), ellos resistieron, pasó la tormenta, y han conseguido saludar a este sol que brilla para todos, nuevo sol del mundo moral
     Sostiene López que los escritores de la Generación del Cincuenta arrostraron sufrimientos en nombre del género humano, y si ahora fiestean también lo hacen en beneficio del prójimo. Se han hecho oficialistas para librar a los más jóvenes de la terrible carga de sonreír y dar la mano. AquellosHosanna en las alturas a la Generación del 50 que gozan de tiempo para leer y escribir, los que habitan este hermoso presente preñado de promesas, viven encaramados sobre los hombros de ellos, escritores mayores. Como chivo expiatorio, la Generación del Cincuenta detenta el disparo de whisky y la bofetada del jamón. 
     Una tesis así resulta ser variación sobre el viejo poema de Roberto Fernández Retamar que preguntaba, recién triunfada la revolu, a quiénes debían los sobrevivientes la sobrevida. Acomplejados por no haber entrado en la acción, pandilla de no asaltantes del cuartel Moncada, otros habían peleado en lugar de ellos, para ellos. Y ahora, en reversión del poemilla retamariano, resultaban ser ellos los asaltantes, los del comando guerrillero, y otros les adeudaban la sobrevida. 
     Lo que no queda claro es cómo, si atravesaron tantas vicisitudes para que éstas no se repitieran, pueden figurar ahora como cúmbilas de los que castigan, como cómplices del rayo que no cesa
     Al parecer aquí reside el punto más flaco del posible mesianismo de la Generación del Cincuenta y lamentamos tener que contradecir el único rasgo de inteligencia que nos ha llegado desde César López. (Ofrecemos disculpas a él, a su generación y a su hija, a los vecinos del CDR número 97 “Hermenegildo Morejón”, así como saludamos al colectivo de trabajadores de la fábrica “Nubladores del Mañana” que ha cumplido y sobrecumplido sus metas productivas.) Pero si la Generación del Cincuenta ha tenido alguna misión, ésta sólo ha consistido en apagar el mayor número de luces y encender la menor cantidad posible. 
     Con la única salvedad del poeta Rafael Alcides, los escritores de la Generación del Cincuenta constituyen la Patrulla Click de la literatura cubana.
 

La lengua suelta no. 14

Almas llaneras

Fermin Gabor

     Cintio Vitier, que hubiese quedado tan bien ocupándose de la leyenda del que "sin sacudirse el polvo del camino" corrió hasta la estatua, se encontraba inservible, francamente enfermo. Algunos Nancy Morejónotros artículos de exportación certificados por el CAME tenían que permanecer en La Habana apostados en los festejos del Premio Casa de las Américas: Retamar, Pablo Armando, Barnet, Nancy Morejón (Dios mío, ¿cómo pueden perpetrarse estos versos suyos que acaba de publicar La Gaceta de Cuba en número dedicado a la escritura femenina: “Las florecitas violeta del breve patio simulador / empujaban sus cuerpecitos violáceos / hacia la puerta abierta de par en par. / Las florecitas no volvieron a hablarse nunca más. / Las ramas estaban desoladas / pero las florecitas aparentaban tener una quietud / la quietud de las madrugadas inofensivas de otra época”?)
     Sin embargo, quedaban suficientes oficialistas de segunda fila de los cuales sacar una linda delegación.
     “Me da lo mismo Venecia que Venezuela”, respondió Lourdes González desde Holguín. 
     Con tal de ganarse un dinerito y salir un rato de la escritura de guiones para las tribunas abiertasLuis Suardíaz escoltado por sus amigos poetas venezolanos de cada sábado, le daba igual arrimarse al Dux de Venecia que a un militar latinoamericano. Iría.
     Mirta Yáñez había elevado sus quejas por no ser invitada, hacía un par de años, a la delegación oficial a la Feria de Guadalajara, y esta vez sí que cogería cajita.  “Voy ahí”, sentenció.
    Para Norberto Codina, director de La Gaceta de Cuba y venezolano de nacimiento, era una vuelta a la patria. Luis Suardíaz, grado 33 de la Logia Hermandad de la Poesía Latinoamericana, saludaría a sus conocidos entre los peores poetas venezolanos. “Y Lisi”, pidió el ministro Abel Prieto a la cabeza de la delegación, “echénme a Lisi en el paquete”. Con este nombre de poesía bucólica se refería a Lisandro Otero. 
     Ambrosio Fornet emprendería viaje sentimental. Tantos años después volvería a regodearse en el encanto de la revolución, sustancia que intentara estudiar en presencia y ausencia y que, como todos sus temas, siempre se le escapaba.
    “¡Y mis Premios Nacionales!”, reclamó el ministro como reclama un niño sus soldaditos de plomo.
    Así que echaron mano a Reinaldo González. Le vendría bien un poco de entretenimiento ahora que se sentía decepcionado después de recibir el Premio Nacional de Literatura. (Imaginó que al obtener el galardón llegaría a creerse escritor y aún seguía en el descrédito.)
    Zézar López (zetas de zuz eztudioz en Zalamanca) y Antón Arrufat, ambos naturales de Santiago de Cuba y cada uno envidioso del aburrimiento que lograba el otro en sus lectores, representarían perfectamente lo polémico de la cultura cubana. Una cultura signada por la controversia, que ha dado nombres señeros como Justo Vega y Adolfo Alfonso, Virulilla y Saldiguera, Arango y Parreño, Clara y Mario, Cecilín y Coti (por citar sólo unos pocos). Enfundaron, pues, a los dos viejos.
     Otro par, pollos de los setenta, Eduardo Heras León y Guillermo Rodríguez Rivera dieron el paso ¡¡¡¡¡ A Caracas !!!!!al frente, se personaron en la comisión de reclutamiento. Buenas piezas los dos. El primero con un pasado militar y cuentos de marcialidad sentimentaloide, se entendería bien con un ejército extranjero. El segundo, amén de sus valores intelectuales, contaba con una joroba y en verdad que da suerte disponer de un jorobado. No habría pava (para expresarlo venezolanamente). 
     Más vianda para el ajiaco: Desiderio Navarro, tan buen tratante del papel de los intelectuales en la sociedad y tan desentendido de materializarlo: Desiderio en su blablablá babélico. Sumad a un joven poeta Premio Casa de las Américas, un tal Pérez Boitel, quizás el peor premio de esa institución en una larga carrera de peores premios. Jóvenes dirigentes de la cultura y algunas nulidades maduras. 
     Cabeza del ajiaco, el ministro de cultura propiamente. Y la presencia de Carlos Martí se prestaría para que cuando hablaran de Martí y de Bolívar, los oyentes pensaran en Carlos y en Hugo, no en José y Simón. 
     Dispuestos y pimpantes, empacaron. Volaron hasta el corazón del país amigo y la cosa terminó en el Palacio de Miraflores, salón Ayacucho. Fue un encuentro de la fraternidad latinoamericana, que indudablemente incidirá en el desarrollo de ambas literaturas nacionales y que a la larga cumplirá el sueño martiano y bolivariano de una sola América. (Advertencia: el hombre nuevo de ese sueño existe ya: Norberto Codina, intelectual en donde no puede deslindarse qué hay de Venezuela, qué hay de Cuba y qué hay de intelectual.)
     Sin importarle la presencia de Mirta Yáñez y de Lourdes González, el mandatario venezolano llamó a los escritores de la delegación “cuartos bates”. Les contó algunos trozos autobiográficos y les presentó a hijas y a nietos. En gesto conmovedor, el compañero Eduardo Heras León hizo entrega alEduardo Heras León recibe el agradecimiento del mandatario venezolano mandatario de un ejemplar de Los desafíos de la ficción, autografiado con sentida dedicatoria.
     “Vivimos en un mundo donde reina el seudopensamiento”, pronunció el jefe de la delegación cubana. (Su homólogo respondía al nombre de Aristóbulo Isturiz.) Y por tanto anunciaron que a fines de año celebraría en Caracas un congreso de intelectuales y artistas equiparable al congreso antifascista de Valencia en los treinta. 
     Ambas delegaciones de escritores firmaron un llamamiento y el primero en la lista de firmantes, venezolano, lleva nombre muy a propósito: Farruco Sesto. (¿O es errata del Granma y se trata de Francisco Sesto, viceministro venezolano presente en las conversaciones?) 
     Fuera del Palacio de Miraflores y desatendidos por los olímpicos cubanos, un grupo de intelectuales venezolanos tildó de policías a los miembros de la delegación cubana. Y deslizaron advertencias de que en Venezuela no persiguirían a ningún Reinaldo Arenas, acusarían a ningún Heberto Padilla, ni encarcelarían a ningún Raúl Rivero. 
  Fue una estancia breve, pero provechosa. En las madrugadas caraqueñas debió ser hermoso para un César López, un Antón Arrufat, un Reinaldo González o un Eduardo Heras León ponerse a imaginar lo que sería sufrir castigo en un proceso como el de la revolución bolivariana. “Ah, los hermosos años de castigo”, debieron suspirar con nostalgia inocultable. Y a sus mentes volverían las patadas por el culo, las escupidas, las tachaduras de nombres y expulsiones, la hermosa cerrazón de sus juventudes. Todo el encanto de la revolución, apuntaría el maestro Ambrosio. 
     Lamentablemente, la delegación cubana tuvo que apresurar la vuelta al país para meterse de lleno en la Feria del Libro de La Habana, a abrirse en breve. 
     Tal vez no esté lejano el día en que Lourdes González abandone la escritura de uno de sus guiones para atender una inaudible llamada telefónica. (Cuando llueve sobre los surcos de piñas en Ciego de Ávila la comunicación entre Oriente y Occidente se repleta de ruidos.) Y al colgar se mostrará insegura de lo escuchado. ¿Chile fue? ¿Pinochet lo que dijeron? Cuando cese la lluvia en Ciego volverán a llamarla.
 

La lengua suelta no. 13

Botella lanzada a La Jungla
Dirección: 17 y H, Vedado, La Habana

Fermin Gabor

     Hace unos cinco años, dos o tres miembros de la sección de escritores de la UNEAC tantearon el visita dirigida a La junglacamino hacia lo que el diario Granma ha llamado recientemente de un modo hermoso "red de redes", hicieron notar a la asamblea de dicha sección el hecho de que los escritores aborígenes no contaban con acceso a Internet, y fueron cruelmente despachados. 
     No se trataba (mejor aclararlo para que no se forjen falsas épicas sindicales) de una reclamación. ¿Cómo iba a atreverse un escritor indígena a reclamarle al Ministro de Cultura (pues no era otro quien presidía la asamblea) derecho alguno? 
     Tampoco se trataba de una petición. Simplemente, aquellos compañeros expresaban una inquietud. Llevaban ya buen rato escuchando letanías de problemas resueltos, no veían llegar el momento de la merienda, y a uno y luego a otro y a otro más, les dio la inquietud, el perendengue, la comezón, la rasquiña, el prurito de que los escritores cubangos no pudieran hacer uso de Internet.

     "¿Y éso que coño es?", se escuchó preguntar a los más viejos. 

     (Hubo un tiempo en que para hacerse miembro de la sección de escritores bastaba con publicar un folleto. Títulos como Escambray 63: peine contra bandidos, Nido de infiltrados, Misión Chalatenango o Con la hamaca a cuestas consiguieron introducir a sus autores en la sociedad de escritores. Satisfechos con su membresía, nunca más intentaban una letra y se sobresaltaban ante cualquier novedad. Era principalmente a ellos a quienes se debía tan bajo índice promedio de lecturas dentro de la sección de escritores: 0.6 libros al año.)
     Afortunadamente, los que presidían la asamblea sí que conocían la red de redes. Podían utilizarla, aunque no gozaban de mucho tiempo para ello. Iban de una reunión a otra, de una inquietud a otra. Y ahora unos escritores a quienes el tiempo les sobraba por puro egoísmo (no tenían que preocuparse de problemas ajenos, ellos eran esos problemas), tenían la jeta de preguntar por qué no les llegaba a sus mesas de trabajo la conexión a Internet. 

     Los aquejados de inquietud, los majaderos de la tecnología eran dos o tres. Y jóvenes. 

     "Mandarlos a una Feria del Libro en Ciego de Ávila", recomendaba un viceministro.

     "Que les den un premio literario", proponía un segundo viceministro.

     "Una beca de creación."

     Las sanciones iban llegando a la Distinción por la Cultura Nacional cuando una mano de largos pelos en sus dedos capturó el micrófono, y el ministro Abel Prieto, especialista en la obra de José Lezama Lima, cuestionó la abundante información que esperaba a quien se adentrara en la red de redes.

     "Piensen en esa masa abrumadora de información", dijo como si se tratara de una falla del sistema.

     Después se extendería en lo caro que resultaba asegurar a todos los miembros un acceso tal (varios de los presentes se mostraron dispuestos a desembolsar lo que costara, pero no era cuestióndocumento de identidad del compañero Abel Prieto de crear diferencias en la masa). Su primera reacción fue, sin embargo, aterrar a la asamblea con la perspectiva de una infinitud de conocimientos. Describió un alud enorme que se desplomaría sobre cabezas no preparadas para ello. 
     De editar una enciclopedia (su fulgurante carrera lo había llevado de editor a ministro), Prieto quedaría satisfecho con sólo publicar los volúmenes de las primeras letras. Ensayista como decía ser, conjeturaba que el conocimiento era motivo de ahogo para los demás. 
la UNEAC bajo amenaza cibernética     Y en verdad los autores de folletos sufrían de vértigo ante esa perspectiva. Dos que habían hecho en coautoría el único folleto de sus vidas vomitaron al unísono. Faltaba aire en la sala. ¿Nadie había enseñado a esos muchachos lo descortés que resultaba referir asuntos de tanta libertad en una asamblea como ésa? Y, por otra parte, ¡qué oportunidad perdida! ¡En lugar de pedir un teléfono o una semana de vacaciones en la playa, cositas concretas, ponerse a llorar por algo tan fantasmagórico! ¿Cómo podían ser tan abstractos? 
     Para quienes no la conocían, la red de redes cobraba la apariencia del bosque oscuro de los cuentos infantiles. ¿Y cómo mandar a una niñita tan tierna a la oscuridad del bosque?, preguntaban con voz de abuelita los de la mesa presidencial. (Aunque los dedos que sostenían el micrófono eran más bien de lobo.)

     Nadie iba a atreverse a cuestionar en público lo que la mesa sentenciara. 

     "¡Imposible!", dictaminó el ministro.

     Y en ese mismo instante hicieron su aparición los tarugos de la viverología. 

     ¡La merienda estaba allí! Concretísima: vaso de guachipupa color rubí con attachment de pan con timba cárnica. 

     ¿Qué inquietud podría compararse con la de no coger cajita? 

     ¡Qué red de redes ni la cabeza de un guanajo! 

     ¡Pan de panes! 

     Se formó la cola. La cotización del vaso de guachipupa perteneciente a diabético llegó a cuarto de pan con chirimbolo. Levantada la sospecha de que no alcanzaría para todos, los cuerpos se apretaron en ariete contra el tarugo devenido repartidor. Y al tema que dos o tres trajeran, agua de dominó. ¿Quién iba a sospechar entonces que las más altas autoridades pasarían sus insomnios en cavilación sobre ese asunto? 

     La noticia la trae el diario que a diario Granma en su edición del martes 18 de noviembre: abren en el edificio de la UNEAC una sala de navegación con veinte computadoras. 
     La sala, según el cronista, es flamante. Las computadoras, de la más moderna tecnología. "Valiosas butacas de caoba esperan por el usuario", anuncia el artículo. Así que ni comején ni virus cibernéticos. Cualquier miembro podrá pagar (módicamente) por una tarjeta de horas para soñar que se está lejos de 17 y H. 
     El diario no aclara si se tratará de navegación suelta o restringida, de oceáno o riachuelo previamente encauzado. ¿Pelo-suelto-y-carretera o carnaval-con-baranda? 

     "Significa que nos han dado también un arma para seguir luchando en la Batalla de Ideas", asegura el presidente de la UNEAC Carlos Martí. 

     Y menciona un sitio web oficial donde los escritores cubanos condenan al facismo norteamericano. 

     "Para que todos los miembros puedan conocerlo y utilizarlo", afirma de tal sitio.

     Según el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba la sala se abre para: 

     1) erigirse en instrumento de defensa de la Revolución en aras de proclamar la verdad sobre Cuba

     2) tener acceso a conocimientos más universales

     3) promover la cultura

     El equipamiento ha sido donado por la alta dirección del país y llegará también a provincias. ¡Trece hurras guajiros, uno por cada provincia! Y un hurrita por el municipio especial Isla de la Juventud.

     La sala de las veinte computadoras (y las veinte piezas de caoba) ha sido bautizada oficialmente como La Jungla. Aún no ha sido inaugurada, pero imaginemos su funcionamiento: determinado miembro compra su tarjeta y se adentra en la manigua cibernética. Le toca, en lugar de una silla adaptable a cada largo de piernas, impráctica butaca de hermosa madera, buena para recordar al cuerpo que no debe parquearse allí por mucho rato. 
     Nuestro usuario silba desde el amanecer unas melodías contentísimas, se siente como si lo esperara una gran cita, como si le hubiesen otorgado visado. Y por fin sale puerto afuera.La Jungla: Yo sigo siendo el Rey...

  Acceso denegado, contesta la máquina (veloz) a su primer intento. 

  Acceso denegado, responde a una petición segunda.

     Y así, ídem de ídem

     Sin embargo, el sitio de escritores cubanos antifacistas se abre como una seda. La Jiribilla es un tobogán. Los periódicos de la isla patinaje artístico sobre hielo.

     Luego de aruñar en esos sitios permitidos la poca noticia de valor que haya, nuestro amigo se levanta un tanto defraudado (si no dolido) de la silla de caoba y piensa que ha hecho el viaje del balsero que, borracho por celebrar su libertad, toca tierra, se abraza ciego de alcohol al primer humano, para descubrir luego que abrazaba a guardafrontera ñángara. 

     En vez de La Jungla aquello es El Platanal de Bartolo.

     Pero no seamos pesimistas. Admitamos cierta liberalidad en las autoridades culturales de la isla. No juzguemos la mano por los pelos que crecen en ella. Y en tal hipótesis, pensemos que estas líneas van a ser leídas en la nueva sala de máquinas de 17 y H, Vedado, La Habana. 

     Lanzo entonces esta botella hacia la jungla. En caso de que llegue íntegra, una vez descorchada, el papel que viaja en su interior reza: "¡Internautas de todos los países del mundo, uníos!".
 

La lengua suelta no. 12

Detenidos Luis Báez y Pablo Armando Fernández por sacrificio ilegal de reses

Fermin Gabor

     Este verano ha sido (al menos para mí) extremadamente parco en canciones pegajosas y también en lecturas de piscina. Quitando las memorias mexicanas de Rufo Caballero una sola alegría El dúo del momento: Pablo (vocal) y Luis (la matraca)reconozco haber tenido, un solo libro ha conseguido absorberme. De Luis Báez: Junto a las voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando Fernández.
     Y es que muy difícilmente podrán existir otras 126 páginas de confesiones tan libres de frases memorables, de comentarios sagaces o chismes inéditos como las páginas de este librito. A lo largo de toda una vida Pablo Armando Fernández ha logrado tratar personalmente a Carson McCullers, Graham Greene, Montgomery Clift, Julio Cortázar, Virgilio Piñera y José Lezama Lima, ha logrado ser amigo de algunos de ellos, y ahora consigue que no se le note para nada. 
     Y Luis Báez, avezadísimo periodista, lo secunda en esta hazaña de rememorar tan opacamente. Báez y Fernández (¡vaya nombre de casa comercial!) son matarifes de la vaca del recuerdo. La mata uno mientras el otro le aguanta la pata. 
     Pero mejor que abundar en la descripción de este librito será copiar algunas de sus perlas. Pablo y Luis (buen nombre para dúo) escribirán por esta vez la columna. (Así me regalan tiempo de piscina en este calor.) 

!!!

     Pablo Armando Fernández: “Te voy a confesar algo muy íntimo. Yo escribo versos porque es mi modo más simple de expresar mis sentimientos, mis ideas, si tengo alguna, mis emociones.”

!!!

     Luis Báez: “¿Han influido en su obra otros poetas?”
     Pablo Armando Fernández: “Sin dudas. Aquellos en quienes la repercusión de sus voces hallan en mí la atención que exigen para darles continuidad.”

!!!

     Luis Báez: “¿Cuál es su definición de moralidad?”
     Pablo Armando Fernández: “El respeto en la convivencia familiar, amistosa, social. Hay cánones seculares que establecen reglas ennoblecedoras. Deben acogerse como principios hegemónicos.”

!!!

     Pablo Armando Fernández: “Ninguno de mis libros ha sido ignorado por algunas de las eminencias de la literatura contempóranea.”

!!!

     Luis Báez: “¿Cómo enjuicia la función del crítico?”
     Pablo Armando Fernández: “El crítico debe, pienso yo, ayudar al lector a una mejor comprensión del texto que lo ocupa, pues una vez más he de repetir que se debe leer para aprender, que es vivir.

!!!

     Pablo Armando Fernández: “Durante catorce años desde 1968 hasta 1982 no publiqué un libro en Cuba. Después de trece años, en 1980, pude recuperar mi pasaporte y viajar a Estados Unidos luego de veinte años de ausencia. Seis años sin que se me permitiera publicar un poema en la UNEAC. Hasta 1979 no me volvieron a invitar a las actividades del Premio Casa de las Américas.”
     Luis Báez: “Esa no fue la Bu, sino funcionarios dentro del aparato estatal.”
     Pablo Armando Fernández: “De eso siempre estuve claro.”

     [Los funcionarios de los que se habla pertenecían a la administración colonial inglesa en la India. Y, como es usual en estos casos, ninguno de sus nombres aparece en la entrevista.]

!!!

     Luis Báez: “Después de todos esos sinsabores que me acaba de revelar, ¿en qué momento y lugar se encuentra con Bubu?”
     Pablo Armando Fernández: “Yo me encontraba en casa de Núñez Jiménez. Ya era de noche. De repente tocan a la puerta. Voy a abrir. Es Bubu. Me quedé paralizado.”
     Luis Báez: “¿Y qué ocurrió?”
     Pablo Armando Fernández: “Me dio la mano a la vez que me dijo: ‘buenas noches’. Me preguntó: ‘¿cómo estás?’. ‘Bien, Comandante’, le respondí. Entonces me puso el brazo sobre los hombros y así fuimos caminando hacia la sala.”
     Luis Báez: “¿Qué sintió en esos momentos?”
     Pablo Armando Fernández: “Ese detalle de afecto borró de mi mente y sobre todo de mi corazónEl Santo en Jefe las angustias, sufrimientos y tristezas que habitaron conmigo durante muchos años. Me percaté que hasta ese momento estaba sobreviviendo y que había comenzado a vivir.”
     Luis Báez: “¿Recuerda de qué se habló esa noche?”
     Pablo Armando Fernández: “Se hablaron muchos temas. Verlo y escucharlo en una conversación que no he olvidado y, que al referirme a Bubu, digo que por primera vez tenía frente a mí a un cristiano libre de toda secta, alguien que respondía cabalmente al ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’ [Evidentemente, la oración anterior cancanea gramaticalmente] Esa noche conocí a un verdadero comunista al servicio de los que en el mundo lo necesitaban y habló de Africa, de Asia, de Latinoamérica, y por qué no decirlo, de todos los desposeídos de la tierra, no importa dónde estén.”

!!!

pablo armandoLuis Báez: “Tengo entendido que le celebró a Bubu su cumpleaños 70.”
     Pablo Armando Fernández: “Realmente hay dos momentos de gran esplendor en nuestra amistad que los debo a Miguel Barnet. Él fue quien le dijo a Bubu en una recepción del Premio Casa que en unas semanas yo cumpliría sesenta años. Bubu se brindó para festejarlo en Casa de las Américas. Esa noche, a una pregunta suya, respondí: ‘Decir que soy en este momento el hombre más feliz sobre la tierra es un acto de egoísmo, ya que quien verdaderamente se merece este instante es usted, pero nunca lo tendrá porque no tiene un Bubu Bububu que le haga este homenaje’. “El otro fue cuando, próximo a la fecha en la que Bubu cumpliría setenta años, Miguel me dijo: ‘Bubu no tiene un Bubu Bububu, pero tiene un poeta que puede homenajearlo’. Y así se hizo.”

!!!

     Luis Báez ha recibido el Premio Nacional de Periodismo “José Martí” y el Premio Internacional de Pablo Armando de AsíPeriodismo “José Martí”. Entre sus libros se cuentan: Guerra secreta de la CIA, Los que se fueron, Los que se quedaron, Conversaciones con Juan Marinello, Secreto de generales yLa madre Teresa, autora de Los niños dicen good byeMiami, donde el tiempo se detuvo
     En el prólogo de este último libro suyo, Luis Báez ha dicho de Pablo Armando Fernández: “En el transcurso de la conversación tuve la sensación que tenía frente a mí la versión masculina de Teresa de Calcuta o a San Francisco de Asís”.
  Junto a la voces del designio. Revelaciones del poeta Pablo Armando Fernández contiene una galería de fotografías y un aparato de notas tan acuciosos que en la página 90, luego de que el entrevistado menciona a “Kenneth Tynan, otro escritor inglés”, una nota a pie de página nos confirma de Tynan: “Escritor inglés”.  En la página 11 el entrevistado asegura haberse beneficiado en New York del trato con Federico García Lorca para que una nota a pie de página nos entere de que Lorca es un poeta español, uno de los más grandes líricos de la lengua española, y que encontró su muerte en 1936. (No sabemos entonces cómo pudo Pablo Armando Fernández alcanzar a tratarlo en 1945. Tal vez este pequeño enigma venga a decirnos que el mito de la persona y la obra de Pablo Armando sobrevive incluso a la pericia de investigador de un Luis Báez.) 
     La editorial Ciencias Sociales, que publicara el año pasado la biografía de Goethe por Herman Grimm, acaba de sacar a la luz esta otra biografía de escritor. Yo acabo de salir del agua.
 

La lengua suelta no. 11

Para un nuevo Centón epistolario cubano (cartas, telegramas, mensajes)

Fermin Gabor

Eduardo Galeano se corta las venas!!!Eduardo Galeano, autor de Las venas abiertas de América Latina, uruguayo, compañero de viaje del gobierno de Cuba durante décadas, decidió, en vista de los recientes acontecimientos cubanos, poner su firma en una carta de condena a tales ocurrencias. Lo hizo, no sin antes escribir mensaje electrónico a su sobrina residente en La Habana donde la aquietaba con la promesa de que pronto, como compensación, firmaría otro documento que denunciaba la posible invasión norteamericana a Cuba, terminada ya la guerra en Irak.
  La sobrina de Galeano (¡qué título para novela después de El sobrino de Rameau y El sobrino de Wittgenstein!) leyó el mensaje sin conseguir aquietamiento alguno. Pues no estaba segura de que las autoridades cubanas perdonarían a su uruguayo tío, por adhesión que suscribiera, el oponerse a la pena de muerte y al encarcelamiento de disidentes. 

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     Autor de relevantes títulos del realismo socialista cubano como Acero y A fuego limpio,  sobrinoEduardo ¿Heras León? político de Eduardo Galeano, Eduardo Heras León alias el Chino se personó temprano en la Oficina de Intereses Norteamericanos para que le zumbaran por la cabeza un NO. Perdía así cincuenta mil dólares que le ofrecía una universidad de Kentucky. Director en La Habana de un taller de narrativa para jóvenes, el compañero Heras se proponía enseñar a escribir money... money.... money....socialrealísticamente a un grupo de estudiantes norteamericanos. 
     Salió de la Oficina de Intereses y, de haber estado aún el águila norteamericana en lo alto del monumento al Maine, él se habría dirigido al Malecón para increpar al pajarraco. La tomó, en cambio, con James Cason, secretario de la Oficina de Intereses y empezó a redactarle misiva donde cuestionaba el derecho de un gobierno a negar entrada en su territorio a misioneros de la cultura. 
Chinoheras pasó unas tres semanas en el intento de dar fin a la carta hasta que la sobrina del de las venas abiertas, su mujer, terminó por escribírsela.

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     Lamentablemente, Míster Cason no alcanzó a leerla. 
     Por esos días se encontraba sumamente ocupado en la redacción de un mensaje al pueblo detaínos haciendo guardia Cuba, mensaje que (en acuerdo feliz) fue leído en todos los canales de la televisión estatal cubana. 
En su mensaje Míster Cason advertía que todo taíno que intentara cruzar el estrecho de la Florida sería devuelto al gobierno cubiche. Salvo quienes alcanzaran a hollar tierra de los micosuquis indians.

(incluimos una foto, cortesía de Prensa Latina, en la que puede apreciarse a un grupo de taínos esperando a que no hayas moros en la costa para fugarse de la Isla más fermosa)

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     Antón Arrufat recibió la buena nueva de que su novelanga La fiesta del aguanoches estaba entre las finalistas del Premio Rómulo Gallegos y, no más supo la noticia, llamó a la oficina del Ministro de La Loba Romulensis GalleguesCultura para chivatearse a sí mismo como premiado. 
     Con ojo puesto en el discurso de aceptación del premio se disparó cuatro novelas de Rómulo Gallegos. Y al terminar con la obra del venezolano repasó la fundación de Roma (por Rómulo) y la inmigración española a Cuba (por Gallegos). 
     Una semana después pasaban cuchilla en el concurso y su novela continuaba en pie. 
     Quienes seguían el acontecimiento se dividían en dos bandos: los que creían que Arrufat aparecía de primero en la lista por las calidades de su obra en cuestión, y los que lo achacaban a simple orden alfabético. Con una u otra razón, lo cierto es que el cubano tenía el cheque en la punta de los dedos, la cita de Gallegos en la punta de la lengua, los nervios de punta.
     Y le arrebataron el galardón (más el llorado chequendengue) para dárselo al colombiano Fernando Vallejo. Por lo cual Arrufat malició que el jurado lo castigaba por vivir dentro de Cuba y por haber firmado carta oficial en la que intelectuales de la isla pedían a intelectuales extranjeros la misma complicidad mantenida hasta entonces. 
     El compañero Arrufat llamó a la oficina del ministro para chivatear la antinoticia, echó un llantén acerca del monto perdido por su puro patriotismo y desde el papel de víctima creyó asegurarse a perpetuidad su estipendio mensual de Premio Nacional de Literatura y avanzar algo en las gestiones para hacerse de una casita en el Vedado.
     Poco después de embolsillarse los cien mil guayacanes americanos (y una medalla de oro), Fernando Vallejo confesó en rueda de prensa en Caracas: “Hace más de veinte años que no leo literatura. Si lo mío es lo bueno pues esto se jodió, cómo estarán los otros”. Y donó toda la plata a una sociedad protectora de perros callejeros en Colombia.

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     “¿Qué tiene en especial este día que he despertado con deseos de escribir?”, se preguntabael dilema de Ambrosio Fornet Ambrosio Fornet sentado a su mesa de trabajo. 
     Se abrían frente a él dos caminos esa mañana: o hallaba una respuesta para pregunta así o se ponía a emborronar cuartilla. 
     “¿Qué tiene este día que me he despertado con dos caminos por delante?”, preguntaba sin encontrar respuesta y, a punto de convertir esa pregunta en otra sucesiva, entró una secretaria para sugerirle que deshiciera las maletas. Pues desde Washington había arribado una respuesta que no sabían determinar si estaba escrita en español o en inglés.
     “¿Qué respuesta es esa?”, preguntó el compañero Fornet de inmediato. Y dijo la secretaria: “Es con ene, es con o”.
     ¡Ahora sí que el trabajo de la mañana se había ido a bolina! ¡Adiós al campus norteamericano que se aprestaba a recogerlo (y a pagarle)!
     “Y todo por este oficio de escribir del que padezco”, maldijo, “esta manía de firmar cartas oficiales”.

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     “Dear Prince Klaus”, inició su misiva Desiderio Navarro. Salpicaba la pantalla de palabras en cada Dear Prince Klausuno de los idiomas que alcanzaba a entender. Podía saludar a las estrellas en numerosas lenguas, algunas tan infrecuentes que las estrellas le gritaban en respuesta: “¿Qué es lo que tú hablas, niño?”. 
     Cada idioma ganado le acarreaba enemigos. Su apartamento otorgado gubernalmente le acarreaba enemigos. La revista que dirigía le acarreaba enemigos. Y ahora sus enemigos habían llegado hasta la fundación holandesa que financiaba su revista y a él no le quedaba más remedio que escribir a su mecenas, el príncipe que dirigía la fundación. 
     Que ese príncipe estuviera muerto desde hacía un par de meses era lo de menos. El fascismo había desaparecido medio siglo antes y el compañero Navarro acababa de suscribir y de impulsar desde La Habana un manifiesto antifascista. 
     Así que terminaría la carta principesca y emprendería la composición de un documento que reclamara el fin de las guerras púnicas. 

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    En obligación de su mandato como presidente de la Asociación de Escritores de la Unión deLópez Sacha, el desmemoriado Escritores y Artistas de Cuba, Francisco López Sacha (y su chófer) tocaron a la puerta de César López (nada familiar parece unir a ambos López) para inducir al viejo escritor a firmar el “Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos”. 

     Un rato más tarde el compañero López Sacha regresaba a su oficina sin la firma de López César, unas veces compañero y otras no. “Yo tengo memoria”, se dice que afirmó este último, refiriéndose a los años de castigo gubernamental que sufriera unas décadas antes.
 
 

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     En su libro Dorado mundo (Premio Alejo Carpentier 2002, Letras Cubanas, 2002), el compañero López Sacha, haciéndose el postmodernillo, publicó como si fuera un cuento este “Telegrama enviado desde La Habana para detener el alzamiento del 10 de octubre de 1868 en el ingenio La Demajagua”:
 

A Don Tomás Uriarte, Teniente Gobernador de Bayamo.
Cuba es de España y pertenece a España, gobernare quien gobernare. Arreste usted a Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Fidel Castro, Cintio Vitier, Dulce María Loynaz, Ñico Saquito, Kid Chocolate, Nicolás Guillén, Bola de Nieve, Senel Paz, Benny Moré, Fernando Ortiz, Antonio Maceo, Alicia Alonso, Mario Galí alias Tachuela, Ambrosio Fornet, José Lezama Lima, Alejo Carpentier y el resto de los conspiradores. 


          Firmado, Lersundi, Capitán General, 8 de octubre de 1868.”

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     Cintio Vitier, Senel Paz y Alicia Alonso fueron de los primerísimos firmantes del “Mensaje desde la cieguita OichiCintio VitierLa Habana para amigos que están lejos”. El primero de los tres es católico y pasó por encima de las penas de muerte. Años antes, durante las persecuciones de católicos, supo no renegar de sus creencias. La Alonso es ciega y levanta la pata por encima de cualquier obstáculo. En los años cincuenta defendió su autonomía de trabajo frente a las autoridades batistianas. Al menos en algún momento de sus vidas este par de vejetes supo rebelarse. 
     Pero el compañerito Senel Paz, quien acaba de recibir ciudadanía española por sus aportes al cine hispanoamericano (guión de “Fresa y chocolate” y primores de zurcidora en guiones españoles), nunca le ha dado ni un merengazo a un chino. ¿Qué hace pues en la tropa de Céspedes? 

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     Hugo Chinea maneja un taxi por las calles de La Habana. Es taxista de su antiguo auto de Hugo Chinea... antes del taxidirigente. El “Diccionario de la Literatura Cubana” noticia que fue subdirector de la escuela “Marx-Engels-Lenin”, director de la revista “Cuba internacional” y director del departamento de cultura del Comité Central. 
     “Escambray 60” tituló su primer libro de cuentos. “Contra bandidos” el segundo. El diccionario no consigna otros títulos. 
     El compañero Chinea enrumba Neptuno hasta el Vedado, cobra a diez baritos la carrera y no puede ocultar su tristeza por el hecho de que su opinión, que a tantos escritores condenara unas décadas antes, no haya sido consultada en relación con el “Mensaje desde La Habana para amigos que están lejos”. 
     “¿Para qué utilizar a viejos estalinistas cuando tenemos la cantera llena?”, planean quienes ahora deciden donde él antes decidía. Y hablan de relevo generacional, de estalinistas nuevos. 
(Tal vez Desinarro Daverio tenga razón: el fascismo está vivo y el estalinismo también.)

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     Según estadísticas no comprobadas, el 40 % de los escritores de la Unión de Idem y Artistas deLa UNEAC... ¿Uniá?, ¿Unía?, ¿Unía los unos a los otros? Cuba no prestó su firma para la jugarreta ñángara de las carticas. A pesar de insistentes mensajes electrónicos, llamadas telefónicas, visitas y otros empujoncitos cariñosos. 
     Entre los que firmaron muchos se sumaron al documento creyendo que se trataba de una solicitud destinada al Instituto Nacional de la Vivienda. A estos compañeros se les recomienda persistencia en tal error. Pues tal vez luego de otras firmadas el gobierno les suelte covachita donde juntar sus trastos.
 



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