La Lengua Suelta, número 59
MÚSICA PARA ARTURO ARANGO
Le llega, al fin, la fama
Fermín Gabor
Los mayimbes andan que no duermen en La Habana. El menor de los Castróvski ha anunciado que, si por el mundo siguen dando esas noticias de su reino, va a hundir la isla con todos sus vasallos adentro. Habla de hacer desaparecer el país con esa ternura de padre de familia que lo caracteriza, con el cariño de abuelo o tío-abuelo que nunca se gastó su hermano. Como si lo que fuera a borrar del mapa fuera una camada de gaticos imposible de afrontar dentro de casa.
En sus vigilias lo acompaña un hombre uniformado, sin ser militar. Sayado, sin pertenecer al CENESEX. No constituye él materia de estudio de la infanta Mariela, sino que encabeza una institución mucho mayor, más antigua, y no menos obsesionada por las variantes sexuales. La mano anillada del cardenal Jaime Ortega Alamino se pasa un pañuelito con puntas de encaje por la sudorosa frente. “Guerra verbal”, musita. “Violencia mediática”. Confiesa, desalentado, a su vocero: “Un llamado a la paz es inútil en el fragor de la guerra”.
El vocero saca su cabecita de debajo de la sotana cardenalicia y grita en contra del “periodismo-chatarra”, de “la ponzoña heroico-patriótica de la distancia”. (Director de la revista católica Palabra Nueva, parece haber descubierto recientemente el uso de guiones que aglutinan palabras en una suerte de picadillo extendido.)
Jefe del ejército, cardenal y vocero coinciden en iracundia contra la prensa que airea por el mundo los más íntimos asuntos nacionales. Ambas iglesias, la católica y la comuñanga, van juntas. Aún con sus diferencias, Jaime Ortega Alamino y Raúl Castro se prometen alianza. No los une el amor, sino el espanto. Será por eso que se quieren tanto.
Revolotea alrededor de ellos una figura no menos cardenalicia. Porta sobre sus hombros una chaqueta con el mismo donaire con que una señora lleva su Chanel, como abandonada en el respaldo de una butaca Luis XV. El presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, Alfredo Guevara, ensaya ante el espejo un discurso que empieza así: “Queridos Hermanas y Hermanos del Nuevo Cine Latinoamericano, y Cineastas y Cinéfilos de todo el mundo: Me dirijo a ustedes en el estilo y con las palabras que inician los Festivales Internacionales del Nuevo Cine Latinoamericano…”
Se lo ha indicado el médico, que cuando no pueda conciliar el sueño pruebe a inaugurar una edición más del festival que preside. Sin apartarse de su estilo habitual, le recetó el facultativo. Con esa barroca cursilería que es marca suya inconfundible.
“El país”, declama Guevara, “se encuentra asediado por una campaña mediática dirigida como parte de esa guerra psicológica que pretende aislar y llevar a la rendición a quienes han conquistado independiencia y ejercen soberanía”.
Al coro de mayimbes laicos y religiosos vienen a sumarse viejos escritores (Pablo Armando Fernández, Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet, César López, Nancy Morejón, Carilda Oliver Labra), el Historiador de la Ciudad Eusebio Leal, funcionarios de menor monta (Iroel Sánchez, Enrique Ubieta, Waldo Leyva, Alex Pausides, Victor Casaus, Edel Morales, Alpidio Alonso, Juan Ramón de la Portilla), un crítico cenizoso (Virgilio López Lemus), la española residente en Cuba Aitana Alberti (José Bergamín escribió del regreso de Rafael Alberti a España en 1977: “Mandamos al exilio a un joven poeta, y nos han devuelto a una puta vieja”. Aitana es hija de ese joven poeta), y un puñado de intelectuales de provincia que integran la Fiesta de la Cultura Iberoamericana de Holguín.
Según ellos, traspasadas las fronteras nacionales el periodismo es guerra, violencia, tortura psicológica, terrorismo. Nada que ver con el ejercicio de información y de pedagogía de órganos como Granma o Juventud Rebelde. Por ello el cardenal Ortega Alamino afirma: “En la prensa de Cuba aparecen opiniones de todo tipo respecto al modo de buscar salidas para las dificultades económicas y sociales de este momento”. Por ello Alfredo Guevara acusa a los medios internacionales de “uso monopólico de la comunicación como desinformación calculada y oportunamente intensa”.
Tan alarmado como los anteriores tóvariches, el narrador y guionista de cine Arturo Arango publicó en El País, el pasado jueves 13 de marzo, un artículo sobre el tema. Cuba: los responsables del futuro se abre con una enumeración de noticias recientes: “Damas de Blanco, huelga de hambre de Guillermo Fariñas, el millón de trabajadores subempleados en el sector estatal… cada noticia que sobre Cuba circula en la prensa internacional, no importa el país o la tendencia, parece estar interrogando a un futuro que una y otra vez escapa a las predicciones”.
¡Bien! ¡Perfecto! Leemos, empezamos a leer a un articulista capaz de resumir en pocas líneas los componentes del tema, capaz de avisar de lo díficil de pronosticar a partir de tales componentes y, si lo suyo no es amagar y no dar, capaz de entregarnos un exacto augurio, un veredicto justo. Arango explica por qué el futuro escapa a las predicciones: “Tengo la certeza de que ello ocurre porque casi siempre se le busca donde no está, o porque se va formando allí donde donde apenas se le busca”.
Lee uno la frase anterior y dubita de acaso no será lo mismo que busquen el futuro donde no está a que éste se encuentre allí donde no van a buscarlo. ¿No significa lo mismo “allí fumé” que “fumé allí”? ¿O es que ambas expresiones no aluden a la misma escurridiza naturaleza de la candelita? Valga, no obstante, esta advertencia: apenas me ocuparé de la calidad de la prosa del artículo, porque si manejo no tomo.
Luego de describir cómo huyen los hechos de las predicciones, apunta Arango: “La vida cotidiana del ciudadano de a pie poco tiene que ver con esos acontecimientos que, en otras latitudes, dibujan un rostro irreal de Cuba”. Los acontecimientos que enumerara al inicio de su artículo son prohijados por la prensa extranjera, que fabrica con ellos una imagen equivocada del país. Sin embargo, ninguna de esas noticias atañe al ciudadano de a pie, a la vida de cada día. El País (y demás periódicos) describe superficialmente el areíto, tergiversa la vida taína, enreda las figuras de la rueda de casino. Las Damas de Blanco no son ciudadanas de a pie. La huelga de hambre de Fariñas es asunto sabido por pocos, ¡su maletín!.
No obstante, es bueno cuestionar si un millón de trabajadores subempleados en el sector estatal, amenazados de perder sus puestos, no representa para Arturo Arango suficiente gente común como para llenar camellos y camellos. Y es bueno también hacer notar que tales estadísticas de empleo las ofreció el propio presidente y jefe del ejército cubano en uno de sus discursos. Fue él mismo quien le diera importancia, y no constituyen exageraciones de ninguna redacción.
Arturo Arango da dos párrafos y anda ya equivocado y contradicho. A juicio suyo, existen dos grandes grupos de opinión. De un lado, los que aspiran a reestablecer el capitalismo en Cubita La Bella. Del otro, y aquí entra la primera persona del plural, “los que preferiríamos reencaminar o reformar el sistema actual”. Sobre estos últimos abunda: “los que creemos que el socialismo sólo es sostenible si logra ser democrático”. ¿Alguien tiene, por ahí, el teléfono de la Ñico López? Me da igual si el de la Escuela del Partido o el de la refinería…
Las esperanzas en ese particular socialismo se concentran en dos arquetipos. El primero, visto ya, es el hombre común. El segundo, la juventud. “Si en algún grupo social ese futuro estaría tomando forma, tiene que ser, necesariamente, entre los jóvenes. (…) A ellos les pertenecen como a nadie los años por venir, aunque no siempre tengan conciencia de tal necesidad”. (“¡Haremos un clan! ¡Haremos un clan!”, gritaba Madame Verdurin, convertida en Princesa de Guermantes en el último volumen proustiano. Llevaba monóculo, la dentadura postiza le castañateaba al hablar, pero no había perdido nada de su euforia: “¡Me gusta esta juventud tan inteligente, tan participativa!”)
El arquetipo del hombre común sirve a Arango para desmentir a la prensa extranjera. Sin atreverse a negar la veracidad de lo que publicado por ésta, disminuye la gravedad de los hechos, quita relevancia a las noticias. Serán ciertas, bien, pero atañen muy poco a la gente de pie dentro de Cuba.
Como Dios, el hombre común está en todas partes pero en ninguna. Y, por supuesto, es ese hombre común, dondequiera que se halle, el único que hace una vida cotidiana. Es suyo, exclusivamente suyo, el atributo de lo real. La realidad sólo está allí donde el hombre común hace los gestos de la vida cotidiana. Las mujeres ataviadas de blanco podrán marchar por las calles, Fariñas peligrar en su huelga de hambre, un millón de trabajadores perder su empleo, pero ni así van a convertirse en gente común. Ni así tendrán vida cotidiana. Nunca serán realidad.
Forman, más bien, bolas de trapo con las que se van los medios extranjeros. Las noticias provocadas por damas, huelguista y millón no encarnan, de ninguna manera, el país. Nadie en Cuba va a tenerlos en cuenta. Pesan nada a la hora de decidir las formas del futuro. En cambio, quienes sí que tendrán que vérselas algún día con esas formas son los jóvenes, ese otro arquetipo.
A la edad de cincuentitantos años, altura perfecta para la acción y la reflexión política, Arturo Arango delega el futuro en gente que vendrá. No deja, sin embargo, de hacerse pasar por intelectual. No deja de guapear de analista político. Amenaza con descifrar las claves de la situación, amaga con llegar a donde nadie ha llegado: cheomalanguismo del bútin. Igual que tantos irresolutos encontrables en Chéjov, podrá estar anulado para actuar, pero no para producir arengas y arengas acerca del mañana.
Solamente escondido detrás del arquetipo del hombre común y del arquetipo juventoso se atreve a expresar su anhelo de que las cosas lleguen a cierto arreglo. A cierto arreglo socialista. Ay, que el sistema actual se reencamine. Que se reforme, por tu madrecita. Y que la prensa extranjera se calle, que no siga diciendo esas cosas tan feas y tan deprimentes. Que atiendan, por ejemplo, a aquel puñado de muchachos divisado por él en la manifestación habanera del Primero de Mayo.
Pertenecen esos jóvenes a la Red Observatorio Crítico, “reivindican alternativas culturales liberadoras frente a alienaciones capitalistas, autoritarias y coloniales, al tiempo que reconocen que para ellos es imprescindible el compromiso crítico en la defensa de la revolución cubana”. Y, dentro de la manifestación, portaban “carteles que nada tenían que ver con la propaganda oficial”.
No es a las Damas de Blanco a quien la prensa del orbe tendría que atender, sino a esos muchachos con pancartas liberadoras. Son ellos los responsables del futuro. Ahí está, entre esa muchachada, la verdadera esperanza. No es preciso llevar título de princesa ni monóculo para exclamar ante ellos: “¡Me gusta esta juventud tan inteligente, tan participativa!”.
Y bien, ¿qué rezaba en los carteles portados por ellos? ¿Cuáles eran sus propuestas, lejos de la propaganda oficial repetida en las miles y miles de pancartas restantes?
“Socialismo es democracia”, rezaba una.
“Abajo la burocracia”, se leía en otra.
Menos que juzgar a los miembros de la Red Observatorio Crítico por ellas, ese par de inscripciones me permitirá sopesar la guanajería de Arturo Arango. Al parecer, no ha reparado él en aquellas ocasiones en que la nomeclantura ha alardeado de gobernar una de las mejores democracias del mundo. Quizás se encontrara en tierras mexicanas (donde él acostumbra a pasar parte del año) cuando la pinchería ñángara se felicitaba por la mucha democracia del sistema electoral que los elige siempre.
¿Qué importa entonces que un cartel iguale socialismo a democracia? Muchachos inconformes podrán pintar esa exigencia, que desde la tribuna será entendida como orgullosa confirmación de lo alcanzado. Y, en cuanto al segundo lema, desde muy temprano, desde Vladimir Ilích, la burocracia ha servido a los jefes revolucionarios como chivo expiatorio y cabeza de turco. Así que desde la tribuna habrá sido aplaudido a rabiar ese otro cartelón.
(Para próximas efemérides me atrevo a sugerir lemas algo más específicos. “Socialismo es pluripartidismo”, digamos. “Abajo la dictadura”, por ejemplo. Pero no vaya a creerse que intento exigir heroísmo a unos jóvenes desconocidos. Y tal vez ellos no consideren dictadura aquéllo, tal vez no estén interesado en la existencia de más partidos políticos. Aquí me ocupo, sobre todo, de quien puso el ejemplo.)
Si ese par de consignas que son caramelitos chupables es todo cuanto Arturo Arango reserva para el futuro, ya contábamos con algo muy parecido, y de poco sirvió. ¿O acaso esos jóvenes de las pancartas no son, crecidos, los mismos pioneritos que Senel Paz nos endilgara al final de su cuento más famoso? (Me pregunto hasta cuándo Arango y Paz y tantos miembros de su generación van a estar leyéndose las aventuras de Matojo.)
Para cerrar por lo alto su texto, Arango pone en blanco y negro dos condiciones indispensables para construir el mejor de los futuros posibles. Númber úan: “que desaparecen [por ‘desaparezcan’] las presiones externas que, lejos de favorecer, entorpecen, paralizan las transformaciones tan deseadas que deben realizarse en la isla, no sólo porque representan acciones inaceptables de injerencia, sino, sobre todo, porque desconocen los verdaderos intereses de los cubanos”. Y númber tú: “que el Estado cubano pueda establecer un diálogo real, no paternalista, en el que participe la totalidad de los cubanos y en el que los jóvenes puedan ejercer el protagonismo que ellos y nosotros necesitamos”.
Puesto que en todo el texto no ha sido mencionado el embargo o bloqueo, ni tampoco la Posición Común de la Unión Europea, me temo que las presiones externas a la que se aluden no son otras que las ejercidas por corresponsales extranjeros. Diarios y periodistas son culpables de que tarde en llegar el socialismo democrático. Noticias y artículos aparecidos en otras latitudes inducen la parálisis en quienes tendrían que tomar decisiones. El aleteo de un periódico al otro extremo del mundo ocasiona una epidemia de abulia dirigente en La Habana.
Repitiendo al dedillo la lección oficial, Arango reclama que cambie el mundo para que Cuba pueda cambiar algo. A la hora de vérselas con la jefatura del país, al llegar a la condición segunda, ni siquiera pide al Estado que establezca un diálogo con la totalidad de los cubanos. Léase atentamente: él pide, no que se establezca diálogo, sino que pueda establecerse. Deja las cosas en potencialidad. Ojalá que tal oportunidad se dé, ¡sería tan bonito! No es que deban hacerlo, no. No es que estén obligados, ¡oh, no!. Él siempre les aceptará cualquier disculpa. Una disculpa más él sabrá entenderla bien. Al fin y al cabo, el futuro puede esperar, siempre puede esperar. No ha de ponerse en peligro, por buscar un apresurado futuro, tan glorioso presente.
Componedor de batea ñángara como es, Arturo Arango consigna su temor de que “Cuba pierda las cotas de independencia alcanzadas con el precio de tantísimos sacrificios”. ¿Lo hace por verdadera convicción? ¿Por simple oportunismo? ¿Por apencamiento? ¿Por incapacidad de pensar un poquito más? ¿Por cortedad imaginativa? ¿Por llamarse Arturo? ¿Por apellidarse Arango?
La misma edición de El País que publicara ese artículo traía noticias de la fundación, en Madrid, de una Plataforma de Españoles por la Democratización de Cuba. Dos de los integrantes de tal plataforma, la novelista Rosa Montero y el historiador Antonio Elorza, enviaron al siguiente día una carta a la redacción, a propósito del artículo de Arango. No sé bien con cuáles pruebas, en dicha carta califican a éste de notable escritor. Lo recuerdan en tanto director de la muy oficialista revista Casa de las Américas (nos ahorran detalles: llanto de Arturo ante Roberto Fernández Retamar para no perder el puesto, chivateo de colegas).
Montero y Elorza calimban a Arturito en su brevísima misiva: “Estamos ante el mismo tipo de cortinas de humo que en su día utilizaban los defensores más hábiles del franquismo para edulcorar su imagen, propiciar el aislamiento de los demócratas y desautorizar la solidaridad con ellos”. Lo cual nos regresa a la cuestión de si fue mandado él a escribir sus reflexiones, o las perpetró por decisión propia. Si su artículo constituye o no una nota diplomática de las autoridades cubanas ante El País. Puede que entre los propósitos de su autor nunca estuviera la defensa del régimen de los fratelli Castro (junto al orgullo por las cotas de independencia alcanzadas, hay en el texto algún que otro punto indigesto para el oficialismo), pero resulta innegable su intento de procurarle olvido a la disidencia. Y puede que la equivocación no esté precisamente en el artículo, sino en el hecho de que lo publicaran en la sección de opinión y no en las páginas de clasificados. Pues, entre el anuncio de “Viciosas y morbosas, queremos hacer todo lo que te apetezca” y el anuncio de “Garganta profunda, griego salvaje, lluvia, lésbico, etc”, no había desentonado este otro: “Cambio disidentes por jóvenes con pancartas, mercenarios por compotas”.
Pero, cualquiera que haya sido la intención del artículo, lo verdaderamente significativo ocurrió al ser republicado en La Jiribilla, donde vino a alcanzar su definición mejor. Allí queda, como parte de un dossier de apoyo al régimen, junto a escritos de Alfredo Guevara, Iroel Sánchez, Enrique Ubieta y otros practicantes de la prosa esbírrica que caracteriza a tal publicación.
Lo indigesto que hubiera en él, no impidió que lo retomaran allí. Con la misma cachaza con que se merendara unas pancartas, la propaganda oficial hizo suya las razones de Arango, sumo a éste a la Batalla de Ideas. (Pretender que él retirara su artículo de La Jiribilla sería como pretender que no hubiese llorado ante Fernández Retamar o no delatara a nadie.) Evidentemente, no le fue exigida la total coincidencia. Estimaron suficiente que disculpara la falta de gestión de la mayimbería, que hiciera recaer la culpa en el resto del mundo. Los cambios quedaban postergados, en cada corresponsal extranjero cabía un enemigo: más que suficiente.
La carrera de tan suscitante artículo no termina, sin embargo, en ese punto. Ya que, luego de publicarse y republicarse, luego de provocar una carta de repudio de dos intelectuales gaitos, nadie menos que Silvio Rodríguez, el autor de Correspondencia con Carlos Alberto Montaner, Haydeé Santamaría y Atahualpa Yupanqui, compuso una misiva en respuesta a Rosa Montero, Antonio Elorza y el resto de la Plataforma de Españoles por la Democratización de Cuba.
Falto de tiempo como dijo encontrarse al final de su intercambio epistolar con Montaner, Rodríguez dispuso de un ratico entre canción y canción para entregarnos sus decisivas reflexiones. Cortina de albahaca, las tituló. (No voy a detenerme en la carga poética que sus palabras contienen. Silvio Rodríguez es, antes que un cantautor, un poeta. Antes que un poeta, un señor con el pelo teñido. Y, antes que eso, un ser que no cuenta con ninguna propiedad dentro de Cuba.)
El compositor de Rabo de nube afirma en Cortina de albahaca: “sabemos que somos el resultado de un apremio, por vivir acosados. No creemos en un gobierno centralizado para siempre. Más bien solemos verlo como un concepto de emergencia, un mal necesario que el camino de la emancipación nacional nos ha impuesto para sobrevivir”. Según su raciocionio, es el bloqueo quien ha impuesto un estado de excepción, no la ambición de tirano alguno. Afortunadamente, se trata de una emergencia, de un arreglito provisional: zapatilla recortada para la llave que gotea, perchero en función de antena. Cuanto ha ocurrido en medio siglo (y lo que falte) ha sido consecuencia del apremio, de un vivir acosados, de un estrujamiento nacional. Al parecer, los responsables del futuro son, antes que los muchachos de la Red Observatorio Crítico, aquellos congresistas yumas dispuestos a levantar el bloqueo que es embargo y es coartada.
Un simple artículo de Arturo Arango ha prestado magnífica oportunidad para ver desarrollada la teoría política del compositor Silvio Rodríguez. (Queda a sus admiradores la elección entre una trova y otra trova.) Y continúa la saga: no dejan de salirle defensores al articulista que no se ha atrevido a responder ni mu.
La narradora Laidi Fernández de Juan defiende a Arango y denosta a la Plataforma de Españoles por la Democratización de Cuba sin dejar de incurrir en lo musical. Laidi es hija del único escritor cubano firmante de una sentencia de muerte, Roberto Fernández Retamar, y de la crítica de artes plásticas Adelaida de Juan, quien coló café para su marido después que éste firmara la sentencia de muerte. Dirigiéndose a artistas e intelectuales españoles, escribe Laidi en La Jiribilla:
Agradecemos las buenas intenciones de aquellos amigos que desde la honestidad y la transparencia muestran preocupación por nuestra realidad, pero al resto, les decimos como aquella canción tan de moda en su momento: Defiéndete tú y déjame a mí, que yo me defiendo como pueda.
Buenos tiempos para la lírica: lo más granado de la cancionística es recordado a partir de un artículo periodístico. Arturo Arango, el narrador que no alcanzara éxito ni aún centrando una novela en la muerte de un tirano, el guionista falto de éxito pese a escribir comedietas costumbristas, parece encontrar ahora triunfo seguro. Allá donde no pudieron encaramarlo los editores de Tusquets, allá donde no lo alzara ninguna película de Juan Carlos Tabío, va a colocarlo Silvio Rodríguez en cuanto acabe de ponerle música al artículo que publicara en El País. Coproducen La Jiribilla y los estudios Abdala, que no pertenecen al trovador.
La Lengua Suelta, número 58
VIEJAS VEDETTES HAMBRIENTAS DE FAMA
Mirta Medina y Zoé Valdés coinciden en el mismo repertorio
Fermín Gabor
Tembló la tierra en Haití, en Miami Emilio Estefan se creyó Quincy Jones, y Mirta Medina quedó fuera del juego. El marido de Gloria agarró la libreta telefónica, separó hora en un estudio y convocó a la flor y nata de la latinidad cantora. Igual que hiciera Quincy Jones cuando vivía (en el quirófano) Michael Jackson, el asunto era confeccionar un himno a base de retacitos. Patchwork, para decirlo en el idioma de Jones que es lengua empresarial de Emilio. Somos el mundo, somos la crema, el cogollito, los de la mansión en Miami. Y cuanto billete se recogiera hacia Haití, para los niños.
El trabajo que significaba aquello, como tuvo que saberlo de antemano Mr. Estefan, era de jefe de hospital psiquiátrico. Porque la gente se volvía loca por entrar en el grupo, y les daba un terepe si no alcanzaban estribillo. Era mucha la solidaridad que el triste caso haitiano despertaba entre los músicos. Y no todos serían llamados.
Ahora podemos verlos en el desaguadero de YouTube: Emilio Estefan se encasqueta los auriculares, arranca Juanes el de la camisa negra, le sigue Ricky Martin (el estampado del pulóvito se confunde con los tatuajes de sus brazos), mejora la cosa con José Feliciano (si Emilio Estefan es Quincy Jones, él es Ray Charles), se hunde con Vicente Fernández, entra Luis Enrique y, si no es él, perdón, porque a este Budapest donde vivo no llega People en Español.
Mientras Luis Enrique (o el que creo que es él) entona, la cámara descubre a Andy García entre los cantantes. Sueltan su parte varios jóvenes que no he tenido el gusto. El humo de una taza acabada de servir neblinea mi pantalla y, a quien tomé por Olga Guillot, resulta ser El Puma.
Pasan más jóvenes que lamento no haber visto antes, Shakira, Thalía (al lado de ella, con chaqueta de cuero, Chayanne aún sin chance), Luis Fonsi, Jon Secada, Willy Chirino y esposa, Gilberto Santa Rosa, Juan Luis Guerra, un niño que parece un clon de los Jonas Brothers, Cristian Castro y, a su lado, todavía por cantar, la jeva del productor. (Gloria siempre está por cantar.)
Paquita la del Barrio, Ricardo Montaner. Coge por fin cajita la esposa del jefe, cajita también para Chayanne y Paulina Rubio. Vuelve Feliciano, Juanes returns. Se abre una coda rapera para que la chamaca del productor toque la guitarra eléctrica y Andy García se atreva con las tumbadoras. Canta un Michael Jackson de cera, entra un coro eclesiástico de negronas, alebréstanse tembas y tembos, y terminan todos aplaudiéndose a sí mismos, asombrados de que esa traducción de engendro haya podido salirles medianamente bien.
A todas estas, ¿qué es de la vida de Mirta Medina? Antes de buscar contestación a esta interrogante quisiera apuntar que todos los reunidos por Emilio Estefan pronuncian la lengua materna como si hubieran salido de la consulta del mismo logopeda y ese logopeda fuera Ángel Toraño en el papel de Mr. Morrocotoyo (quien llamaba a Enrique Santiesteban, alcalde de San Nicolás del Peladero, Plutarca).
Apuntada esta precisión, vayamos al caso de Mirta.
Por más que he visto una y otra vez el video, no la encuentro. Al parecer, no fue sumada a la sobrecama de retacitos tejida por Emilio Estefan, sobrecama que es himno solidario.
La dejó la guagua.
Pasó el Día del Niño y no tuvo básico, no básico ni dirigido.
Alante de ella se acabó el Coppelia.
¡A llorar, que se perdió el tete!
Pero, bueno, ¿constan su nombre y número en la libreta de teléfonos de Quincy Estefan? ¿Guarda sus datos personales la jeva de Emilio Jones? ¿Acaso alguna de las figuras convocadas quiso tirarle cabo o ponerle una piedra?
Sintiendo en carne propia ninguneo tal, ella no tardó en soltar protesta. Entrevistada por El Nuevo Herald, se quejó de que no habían suficiente cubanos entre los convocados. "Para Emilio no existimos", aseguró. Lo cual hizo que me soplara de nuevo el tema, dispuesto a contabilizar comechatinos. Y ahí están los tres Estefan, Andy García, dos Chirino, Jon Secada y, sin solo hasta el punto de que no había reparado en ella, Lena Burke. Una nieta de Elena, un sobrino de Moraima, y menos mal que nadie de la familia de Omara. Ocho cubanacanes entre los cantantes, y quién sabe cuántos entre los músicos acompañantes. ¿Qué más quería Mirta Medina?
Quería estar ella.
Pues no hay nada reprochable en este anhelo suyo, pero de ahí a ponerse a jeremiquear su falta de oportunidades desde que llegó al exilio... Al final, aprovechó la entrevista para quejarse de que Juan Formell pasaba por Miami, soltaba una perla y le daban cuchillo a ella, cuando hacía tiempo que lo único que tenían en común era una hija.
Para evitar cualquier tipo de troque, aclaró lo de sus actuaciones con la Orquesta Hermanos Castro. "Aunque alguna gente diga lo contrario, nunca tuve prebendas", dijo. El camino en Cuba era pedregoso para quien, como ella, no fuese militante de la Juventud Comunista ni del Partido. "En más de 20 años de carrera solamente grabé tres discos", resumió, "me hice un lugar gracias a que la gente me quería mucho y yo me ganaba el cariño y respeto de productores importantes".
Ah, el pasado... ¿Cómo describir el lentejuerío que levantaba ella a su paso? Dispuesta a sincerarse, Mirta echó mano de las comparaciones (¿acaso Emilio Estefan no se había creído Quincy Jones?) hasta aseverar: "yo era la Barbra Streisand o la Liza Minelli de Cuba".
Así.
Así mismito.
Barbra.
Liza.
Streisand.
Minelli.
yo.
la.
era.
de.
Cuba.
Y Emilio Estefan la tiraba ahora a mondongo...
En verdad, no pudo ser más modesto su autorretrato. Pues dijo Barbra o Liza, cuando hubieran podido ser las dos juntas.
La Streisand, La Minelli, La Medina.
¡La Mazorra! ¿Qué fue la Cuba de esos años para que esta criaturita pop sin voz haya sido elevada hasta tales límites? ¿Qué reinado de la mala oreja vino a cumplirse para que ella cosechara tantos girasoles de Opina? ¿Y quiénes fueron Raúl y ella cuando formaron dúo?
¿Sonny & Cher?
¿Fue Ojedita el Kris Kristofferson de Cuba?
¿Annia Linares, Dolly Parton?
¿Héctor Téllez, Tom Jones?
¿Nereida Naranjo, la Roberta Flack de?
¿Fue Venchy Siromajova la Venchy Siromajova de Cuba?
Zoé Valdés (por hablar de otra vedette hambrienta de fama) ha querido hacer creer que Yoani Sánchez, autora del blog Generación Y, y el periodista disidente en huelga de hambre Guillermo Fariñas cantan y roban cámara en un show a miles de kilómetros del Haití que los convoca. A resguardo del peligro, bloguera y disidente hacen causa para inflar sus egos. Actúan para tapar el desastre, desvían la atención internacional de la muerte de Orlando Zapata Tamayo.
"Moda de huelgas de hambre y de sed hasta la muerte, fotos en la prensa", escribió Zoé Valdés el 6 de marzo de 2010. "La prensa empieza a olvidar a Orlando Zapata Tamayo, para recuperar a la nueva Disidente, la Única (ni Rita Montaner cuenta ya), la Santa, y al último huelguista de hambre y de sed en aras de internet libre… Otra disidente, otro huelguista, otras fotos, otras declaraciones."
Y agrega: "Lo excepcional de Orlando Zapata Tamayo es que aconteció en la vida real, en una cárcel, con una familia real, y una historia verdadera, apoyado y rodeado de disidentes reales, verdaderos. Igual que con la familia Sigler Amaya. Lo otro es el cuentecito que ocurre en internet, en un blog (el Único al que todos los demás le rinden pleitesía, el mío no), en Twitter, en la irrealidad más absoluta".
Hacer un blog independiente desde La Habana o entablar una huelga de hambre en Santa Clara le parece un cuento internético, irrealidad absoluta. Lo verdaderamente real, lo realmente verdadero, es su envidia en París, clarísima en el fragmento recién citado: los demás rinden pleitesía al blog de Yoani Sánchez, y al de ella, donde escribe joyitas como ésta, niente, niente, las cucarachas no tienen dientes.
En un momento en que la carrera literaria de Frau Valdés anda falta del número de lectores que saludaron sus primeros libros, y no alcanza, ni de chiripa, la apreciación de la crítica, la tal Yoani convoca más interés que ella. Es más joven, más famosa, más importante, sale más en los periódicos, le dan más premios, buscan más su opinión. Y Valdés, que a estas alturas aspiraba a gozar de la posición de papisa del exilio, no tiene quien la escuche. Anda más sola que un centerfield y ni el más descabellado experto en papalotes apostaría por el remontar de su vida literaria.
Amargada y en la fuácata, padece de síndrome de abstención de la fama y es capaz de cualquier cosa con tal de atraer la atención. Por eso escribe preciosidades como ésta: "Orlando Zapata Tamayo fue asesinado, y ahora todos quieren hacer huelgas de hambre y morir en ellas: “¡Ojalá me muera!”, exclamó Fariñas, y sus fotos de enclenque ojúo dieron la vuelta al mundo. Yo no estoy de acuerdo, ya lo dije, si se quiere morir, que se cuelgue de una palma, o que se inmole metiéndole una bala a Raúl Castro y otra a Fidel Castro -si le da tiempo-."
Capaz de burlarse de la apariencia de un huelguista de hambre, juzga como una frivolidad pasajera la relación de éste con la muerte, y se permite hacerle recomendaciones o darle órdenes desde su apartamento parisino.
Sería tan fácil devolverle a ella las burlas sobre el aspecto físico, que no vale la pena intentarlo. Y resulta tan dudoso su sentido de lo que es moda, que mejor no reparar en sus sombreros y en los trajes en que se embute. Creyéndose monísima y a la moda, creyendo que lo que mete es tremendo español (proverbiales son sus analfabetismos), lleva sus colmos hasta asumirse gusana antiquísima. Procura hacer creer que marcó en la cola desde hace un montón de turnos. Y aprovecha que todo el mundo está pendiente de la salud de Fariñas para falsificar (ahora que nadie mira) su expediente de luchadora.
"Guillermo Fariñas", escribe, "declaró que abrió los ojos como anticastrista en el año 1989 cuando fusilaron a los Generales Antonio de la Guardia y Arnaldo Ochoa, entre otros. Puedo entenderlo, a muchos revolucionarios les sucedió igual que a él, a mí, aquellos fusilamientos me sirvieron para corroborar lo que ya sabía". Ella, que sabría conducir su lucha política mejor que ese huelguista de hambre (su huelga iba a ser con sombrero y guantes), lo supo antes que él. Supo lo que era aquéllo mucho antes que Guillermo Fariñas.
Llama entonces la atención cuán dispares fueron las reacciones de ambos. Pues, mientras Fariñas entraba en franca rebeldía, ella no soltaba el vivío del que gozaba ya. Muy al contrario, pegábase más al jamón, como puede colegirse de su puesto de subdirectora de la revista Cine Cubano entre los años 1990 y 1995, y de su permanencia en el séquito de Alfredo Guevara, rendido enamorado de Fidel Castro y amigo personal de Raúl ídem.
La Zoé Valdés de aquella época estaba escarmentada ya, conocía el paño y nadie iba a hacerle un cuento. Y, como conocía el paño, estaba escarmentada y nadie le hacía un cuento, concluyó que el mejor modo de combatir la ignominia era metiéndose de lleno en ella, haciendo carrera de funcionaria y participando en cuanto sarao y recepción se le abriese por delante. Porque la zorra sabe muchas cosas, el erizo una sola y grande, y lo que Zoé Valdés supiera por entonces, mucho o uno, le valía para besar a Alfredo Guevara y a su perrito cada mañana.
Al perrito de Alfredo, que es descendiente de un perrito que tuvo Charles Chaplin.
En algunas noticias biográficas consta que Zoé Valdés trabajó como documentalista en la delegación cubana ante la UNESCO, en París, y en la oficina cultural de la Misión de Cuba en esa misma ciudad, entre 1984 y 1988. Ella lo recuerda en su blog (4 de junio de 2009) disculpándose: "no tenía para nada un cargo importante, era un sencilla recortapapeles, mal pagada, y peor considerada; pero eso me sirvió para observar, y por aquel momento, callar". Es decir, trabajó entre el personal diplomático en París con el fin de observar y confesarlo todo mucho más tarde. Por eso, cuando concluyó el matrimonio que la había llevado a la capital francesa en el séquito de Alfredo Guevara, casóse con otro miembro del séquito. Con tal de continuar su acopio de testimonios.
Vinieron, después de aquellos años parisinos, los fusilamientos de generales. Vinieron sus años de subdirectora de la revista y las muchas recepciones del Festival de Cine Latinoamericano. (Sería interesante examinar la colección de Cine Cubano y los textos que publicara allí.) Recibió ella el premio de guión de ese festival, y llegó, finalmente, la hora de emigrar junto a su esposo y su pequeña hija.
Vladimir Nabokov, quien también escapó de una revolución, tituló a sus memorias Speak, Memory. En caso de intentar alguna vez un libro parecido, Zoé Valdés podría titular el suyo Aguanta, memoria. Pues no hay más que ver cómo cuenta las circunstancias de esa salida del país.
De una entrevista publicada en La Vanguardia, de Barcelona, el 21 de noviembre de 2004, cito el momento de la aduana habanera: "Iba con mi hija, que tenía un año y medio. El oficial no me la dejaba pasar. En ese momento, alguien se puso a cantar La Macarena. [...] Y todo el mundo se puso a cantar y a bailar: se armó tal juerga que, en medio del jaleo, el oficial nos dejó pasar".
Esta versión confirma la que diera, para ese mismo diario, el 11 de agosto de 2001: "Iba con mi hija de un año y medio y no la dejaban salir. Alguien se puso a cantar La Macarena en el aeropuerto y se armó tal juerga que el oficial me dejó pasar".
Las palabras son casi las mismas, como en las mentiras ensayadas cuidadosamente. ¿Acaso su hija de año y medio no tenía permiso de salida? ¿Sus padres se presentaron en aduana a la espera de un milagro de la Virgen de la Macarena? No sé de cuál película de Bollywood sale esta escena en la que suena un tema popular y hasta los cancerberos de la aduana bailan y descuidan su trabajo. Quizás Zoé Valdés intentaba contar, a través del mito de Los del Río, el mito de Orfeo. (¡Lo que hubiera sido aquello de sonar Livin' La Vida Loca!)
Uno lee esta guayabonga y enseguida se pregunta qué cubano que haya atravesado aquellas puertas va a creérsela... Es la falta de fricciones. La ausencia de fricciones en la que allá vivía le ha permitido imaginar que todo alcanzaba a resolverse con una rumbita. Que, al final, Los del Río estarían siempre ahí para arreglar las cosas. El dúo Los del Río: Alfredo y Guevara.
La edición del 8-15 de enero de 2009 de El Cultural, suplemento de El Mundo,publica un recuento de cómo le premiaron su primer libro de poemas. No aburriré a mis lectores con otra tanda de tupes, valga sólo esta frase donde, mientras le entregan el premio, la susodicha descubre en qué clase de concurso se ha metido: "Ahí fue donde me enteré que el premio, además de los mexicanos, lo auspiciaba una Radio, la radio salvadoreña de los guerrilleros del Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí. Fue de ese modo que sin ser militante comunista ni tener nada que ver con la política..."
¡Sácale brillo al piso, Teresa!
Muchas otras historias de Aguanta, memoria podría enumerar aquí. Pues gran parte del corto talento imaginativo de Zoé Valdés se le va en mercurocromo y curitas para inventarse heridas del régimen comunista.
Quien desee abundar al respecto cuenta con la inagotable mina que es su blog. Allí descubrirá cómo se adjudica ella la autoría intelectual de otros blogs. Sin La nada cotidiana habría sido imposible que Yoani Sánchez emprendiera Generación Y, tal como reza un comentario suyo a entrada del 17 de febrero de 2010: "su blog es una clara inspiración de mi novela La nada cotidiana, y de mi personaje Yocandra, dado que al poco tiempo de publicar yo mi novela, su marido y mi amigo, Reinaldo Escobar, pasó por París, en 1995, para conocer las razones por las que yo estaba en Francia, y como [sic] me había ido con la novela, de manera muy amistosa".
De manera semejante, en julio de 2008 la emprendió contra otra joven competidora, Wendy Guerra, quien le había hurtado un título para aventurarse en blog propio.
¡Dame la W! (De Wendy)
¡W!
¡Dame la Y! (De Yoani)
¡Y!
¡Dame la Z! (De Zoé)
¡Z!
¡¿Qué dice?!
...mmm...
¡No se oye!
¡Zoé!
¡Zoé, Zoé, Zoé!
(Si los musulmanes hablan de La Madre del Libro, Zoé Valdés es La Madre del Blog.)
Mirta Medina osó compararse con Barbra Streisand o Liza Minelli. En su blog, 13 de enero de 2010, La Valdés se compara con Stieg Larsson, Herta Müller, Paul Auster, Arturo Pérez Reverte, Javier Marías...
Enrique Ubieta, que ha sido el campeón de la versión gubernamental en torno al fallecimiento de Zapata Tamayo y sólo es comparable (dentro de los homínidos) con él mismo, ha hecho circular la especie de que los culpables de esa muerte son los blogueros y disidentes cubanos, interesados en utilizar el cadáver. Eligiendo las mismas figuras como blanco, Zoé Valdés afirma que una bloguera como Yoani Sánchez y un disidente como Guillermo Fariñas actúan (puro teatro, según ella) con el fin de echar olvido sobre esa muerte.
Lejos de explicar esta coincidencia mediante alguna sospecha elemental (mucha paranoia nace de la pereza de pensamiento), prefiero hacer distingo. Zoé Valdés, a diferencia de Enrique Ubieta, no difama y falsifica para gloria de una dictadura. Ella es infame y jiribíllica por totalitarismo propio. Pues, entretanto Mirta Medina buscaba sólo ser la cantante 45 o 46 en la grabación de un himno, esta otra vieja vedette desahuciada procura ser las 46 voces, el productor y el himno mismo.
La Lengua Suelta, número 57
¿QUÉ SE PREMIA CUANDO PREMIAN A AMBROSIO?
Pocho Fornet, Premio Nacional de Literatura 2009
Fermín Gabor
Hace años que trataba de imponerse la candidatura de Ambrosio Fornet para Premio Nacional de Literatura, y una vez y otra el jurado le daba a esa plumita de badminton y la mandaba lejos. Hubo incluso una reunión en la que, harta de tanto empuje y ariete, Luisa Campuzano se alzó a aclarar que, para echar garra a aquel premio, era condición imprescindible contar con cierta, con alguna, con determinada obra.
Pero eso fue hace tanto tiempo que pude haberlo contado ya. Y, entretanto, la lima sorda continuó en su empeño y, tal como reza el latín que alcanzaron a leer los viejos ensayistas, guta cavat lapidem non vi, sed saepe cadendo. Así que ha terminado por triunfar tanta insistencia: Ambrosio Fornet no tiene edad para amar, pero sí para bailar el mozambique.
Fue exhumado librito suyo de cuentos publicado en 1958, y los periodistas culturales abrillantaron cada uno de los cuatro títulos que componen su bibliografía. Aún cuando se trata de más de medio siglo de trabajo cogitante, pareció necesario desgranar título a título, sin escamotear ninguno de ellos. ¿Es que no hay en toda la trayectoria literaria de Ambrosio Fornet un solo libro menor? No, es menor toda su trayectoria.
Es mínima.
Es pulgarcita.
De haber sido bailarín de profesión, lo suyo habría sido el danzón sin salir del ladrillito. Si artista plástico, algún conceptualismo que desaconsejara el caballete. Dedicado a diseñar edificios, la coartada de Mies van der Rohe: "Less is more". Como chef, la cocina al vacío. Modisto, la doctrina de Diana Vreeland en Harper's Bazaar: "La elegancia es negación". (No resulta díficil, dado lo poco practicado de su arte, imaginarle cualquier otro destino: Ambrosio es la cuquita perfecta.)
Como ya conocerán mis lectores, quien gana el Premio Nacional de Literatura recibe una mensualidad en chavitos, un diploma incolgable y un mechón de cabellos de Abel Prieto envuelto en la edición de Granma que trae la noticia. El ganador recibe, además, la oportunidad de reeditar viejos títulos suyos y la inclusión del más señero de sus libros en una colección que remeda a la Aguilar del Premio Nobel.
Desde hace varios años la consigna oficial privilegia el ahorro de papel: luego de un Jaime Sarusky, de una Graziella Pogolotti, de un Leonardo Acosta, de un Humberto Arenal, de un Luis Marré, premian a Pocho. No es descabellado suponer que la gente del Ministerio (no me refiero al de Cultura ni al del Interior, sino a la sinergia entre ambos) procura establecer una mitología del silencio.
No perdamos tiempo, pues, en disquisiciones (que si Sarusky no es mal periodista... que si Pogolotti fue excelente profe... que si Acosta tocaba la batería o el saxo... que si Arenal tiene una hija actriz... que si Marré fue interés erótico de Virgilio Piñera... que si Fornet es buen consejero editorial...). Preguntémonos, mejor, qué se ha premiado en la ausencia de obra del último galardonado. Preguntemos por le silence de Ambroise.
De entrada, queda descartada la hipótesis del estilismo y el rigor que castra. ¿Estilista él? Cualquier página suya podría publicarse como artículo de Pedro de la Hoz (por citar un ejemplo), sin que nada ocurriera. A nadie la daría un yeyo, ni siquiera a Pedro de la Hoz.
Tampoco es de creer que la mucha lectura le haya pasmado obra. Quien habla de lo muy leído que es Ambrosio no ha tenido nunca un modesto armarito con volúmenes ni gastó foto suya en carné de biblioteca. Fornet va por la vida tan apertrechado de lecturas como cualquier mortal puede estarlo de música: unos estribillos heredados de los padres, buena parte del cancionero de la edad pepilla y dos o tres éxitos posteriores escapados del cuarto de los hijos. Lo suyo es de temboteca: Flaubert, Faulkner, Carpentier, los muchachones del Boom, los becaditos Seneles, y paren de contar.
De todas las literaturas del mundo, sólo la cubínski.
De toda la literatura cubínski, sólo la narrativa.
De toda la narrativa cubínski, una franja que no llega a nuestros días.
Es el triunfo de la microlocalización. Él ha traído a la crítica literaria del país la aporía de Aquiles y la tortuga. No obstante, Senel Paz asegura que muchos lo consideran como "el crítico literario más exigente de la nación". Y alguna vez Leonardo Padura afirmó que, igualitico que el inglés E. M. Forster, Ambrosio se hace más famoso con cada libro que no escribe.
Practicante (en cuanto a los temas) de un ilusionismo no muy distinto al fornetiano, Padura acaba de dedicar quinientas ochenta y cuatro páginas al asesino de Trotsky, Ramón Mercader. Quinientas ochenta y cuatro páginas de El hombre que amaba a los perros (no confundir con El hombre que susurraba a los caballos) sin llegar a preguntarse qué hacía Mercader pasando su vejez en La Habana. Casi seiscientas páginas (la obra completa de Pocho cabe ahí, y queda espacio para una familia que venga de Bayamo), sin reparar en detalle tan primordial. Y luego dicen que, si buen novelista, Padura puede considerarse aún mejor periodista. (Será buen novelista, dadas las condiciones de la escritura siboney. Y todavía mejor periodista, pero en Juventud Rebelde.)
¿De qué vale investigar la biografía del asesino de Trotsky desde La Habana si se evita poner en cuestión su estancia allí? Imaginen a un narrador argentino que la emprendiera con los últimos años de Joseph Mengele sin preguntarse qué hacía el nombre de éste en la guía telefónica de Buenos Aires. O a un narrador paraguayo que investigara el mismo ejemplo desentendiéndose, hasta no mencionarla, de la hospitalidad de Stroessner.
En la larga nota de agradecimientos que cierra el volumen padurense no reluce el nombre de Pocho. De haber leído el manuscrito, Fornet seguramente le habría aconsejado, no sólo hacerse el chivo loco con la estancia habanera de Mercader, sino también con el asesinato que éste cometiera, con el resto de su existencia y hasta con la del propio Trotsky. "Deja la novela", exigiría el maestro, "en el asalto al Palacio de Invierno".
El miedo a averiguar qué hacía en La Habana Mercader, patente en la más reciente narrativa de Padura, quizás conteste a la escasez de obra del Forster criollo. El miedo, que en Fassbinder devora el alma, en Padura se zampa lo esencial de su investigación, y en Fornet la obra entera de una vida. Puede ser, el miedo, una voraz trituradora de papel. Y habrá sido apabullante en el caso de Ambrosio, quien durante décadas alimentó su trituradora con papel en blanco: ni un garabato, ni un teléfono anotado, ni apuntes para una obrita a perpetrar el día de nunca.
Mejor compararlo entonces, no con E. M. Forster, sino con el Isaak Bábel de los años treinta, que dijo haber inventado un nuevo género: el silencio. Pues Forster calló por requerimientos estilísticos, con el fin de concentrar fuerzas, para no caer en la retórica, y ningún poder, más que el propio, le aconsejó callar. En cambio, Bábel se inventó aquel nuevo género para seguir con vida.
Ambrosio, que en verdad no admite comparación ni con uno ni con otro, se acerca más al segundo ejemplo. Pero, dado que su Stalin no ha sido tan terrible y dado que otros escritores de su generación han estado menos modositos, habrá que colegir lo tremendísimo pendejo que es. (A su prudencia enorme, a su mayúscula cautela puede achacarse que, habiendo acuñado el trajinado término "quinquenio gris", no se molestara en pegarle unas paginitas que correspondieran a ese hallazgo.)
Su ejemplo remite a otro ruso, no autor como Bábel, sino personaje de novela: Oblómov. Ambrosio Fornet ha vivido en el más puro oblomovismo. Es (para seguir en tierra de personajes) un Bartebly sin misterio, un simple ausentista laboral. Karl Kraus, en las antípodas del barteblysmo hasta el punto de escribir todo un periódico a solas, se hizo esta pregunta que tanto ha de haber martillado el estéril cerebro de Pocho: "¿Por qué escribe alguien?". Para enseguida responderse: "Porque no tiene carácter bastante para no escribir".
Pero, por favor, que el flamante Premio Nacional 2009 no venga a acogerse a esta justificación. Que no pase por ahí, que están trapeando. O, si no, que le den el Premio Nacional de Carácter en lugar del de Literatura.
Ya que hablo de carácter, quizás no sea otra cosa lo que el Ministerio recompensa en la persona de Ambrosio Fornet. El más alto galardón literario de la República Bolivariana de Cuba va a manos de alguien tan cagado en los pantalones, tan orinado y temblequeante, que no atinó a escribir durante décadas. El Ministerio (hablo de la sinergia Cultura-Interior) premia en él, no sólo el cultivo de temores propios, sino el contagio de tales temores. Gracias a una consumada pedagogía y dando pruebas de un loable altruismo, Pocho ha sabido conectar con el miedo de una generación más joven hasta hacerse maestro del llorar, del entrechocar de dientes y de la abulia del pensamiento. (Sólo a la vista de cuánto ha disuadido en sí mismo, podrá calcularse cuánto lo ha hecho en otros.)
Sarusky, Pogolotti, Acosta, Arenal, Marré, Fornet: cada año el Premio Nacional de Literatura necesita menos pruebas por escrito. No obstante, si lo que hasta aquí he tomado por estrategia institucional constituye una casual sumatoria de meteduras de patas, tanto autoridades como jurados podrían redimirse fácilmente. No tendrían que alejarse para ello de esa franja generacional que tanto los deleita. No tendrían que premiar a nadie menor de setenta años. Bastaría, simplemente, con incluir en la nómina de laureados a algún viejo autor del exilio. Y el premio, en ese caso, sería otorgado por el Ministerio de Cultura (¿no alardea su titular de que la cultura cubana es una sola?), sin participación alguna del Ministerio del Interior. O mejor dicho: para darle más trabajo a este ministerio.
La Lengua Suelta, número 56
CINTIO VITIER: BREVE OPROBIOGRAFÍA
Algunos eclipses de ese sol del mundo moral
Fermín Gabor
He dejado pasar varias semanas desde el fallecimiento de Cintio Vitier con tal de que las protestas de aquellos a quienes va a parecer obsceno mi interés por su caso no tuvieran que alzarse sobre el planto de los allegados. Y de varios no allegados, a juzgar por las reacciones de blogueros y de anónimos comentaristas, cautos hasta el olvido de la miserabilia del difunto. (Con esa facilidad para dar el último que lo haría punto fijo en cualquier cola, el hacedor de Penúltimos Días -antes Últimos- calificó a Vitier como "el último de los grandes intelectuales cubanos".)
Me corrijo: he dejado pasar mil y pico de semanas desde la muerte de Cintio Vitier antes de hacer estas líneas. Porque llevaba él tanto tiempo sin agregar algo de peso a su obra literaria que su deceso puede fijarse en fecha muy anterior a la de este año del Señor que mal llevamos.
Algunas de sus páginas ensayísticas (hasta un par de libros enteros, con todos sus empecinamientos y patinazos) soportan bien la relectura, y puede que resulten deslumbrantes para quien hoy las lea por primera vez. Y yo reservaría igual suerte para algunos de sus poemas, aunque adivino la disuasiones que tendría que oír.
Disuasión primera: la poeta es su mujer, Fina García Marruz, no él.
Disuasión segunda: los poetas de verdad de ese grupo son Gastón Baquero, José Lezama Lima, Eliseo Diego, la ya aludida señora, Virgilio Piñera, y hasta Octavio Smith y Ángel Gaztelu si la cosa apura. Pero él no.
Disuasión tercera: fue, más que nada, un antologador de poesía.
Disuasión cuarta: demasiado crítico para ser poeta.
Y así, por el estilo.
Como si la poesía tocara a uno por núcleo familiar. Como si en la guagua de Orígenes no pudiera empujar uno más, aunque viaje colgado. Como si el raciocionio no trajese su poesía gélida. Como si no existiera la poesía pujona, que habla de lo difícil que es ser poesía. Como si sólo hubiera lo confesional del corazón, y quedase vetado lo no menos confesional de la inteligencia...
Sus novelas, ejem, toso, trago agua, miro el reloj, le hago un cuidado lazo a cada uno de mis tacos y, ya que ando por allá abajo: fue calcañal de índigena lo que escribió como narrativa. Bagazo en salsa esas novelas suyas. ¡Y cómo se dolió de no ser considerado narrador!
Quien quiera hacerse idea del picadillo de res extendida despachado por él bajo el rubro de ficción, que busque la muerte de Jacinto Finalé en un albergue cañero. Lo sublime arrima ahí moribundia a meta productiva, y el episodio no desentonaría entre otros de La última mujer y el próximo combate. (En consideración al fetichismo de Manuel Cofiño, la Muerte estaría encarnada por una jevita con el pelo largo hasta la punta de las nalgas.)
Esa muerte escrita por Vitier no anda muy lejos de aquella escena de Patakín que fuera cine musical desde tractores: Litico Rodríguez en el papel de Jacinto Finalé. En resumen, lo kitschiñángara.
Los buenos ensayos y poemas de Cintio Vitier fueron compuestos bajo el gobierno de Tacón. Ya podría creerse él que iba matando canallas con su cañón de futuro, que cabalgaba sobre una palma escrita: lo cierto es que llevaba muerto por lo menos cuatro décadas. (Valga una datación aproximada: Crítica sucesiva incluye, en 1971, las que debieron ser sus últimas lecturas contemporáneas de peso. Luego, mucho Cardenal. Mucho Nicaragua me duele por aquí, Nicaragua me duele por allá. Mucha teología de la liberación, consomé de sotana guerrillera. Y José Martí como joker de la baraja.)
Se podrá estar en desacuerdo con lo dicho hasta aquí, pero nadie me discutirá que, en las últimas décadas, cuando sonaba el nombre de Cintio Vitier era menos por sus páginas que por sus barrabasadas. Y, como no pienso malgastar la tarde (escribo en una tarde otoñal y húngara) trayendo a cuento cada uno de esos momentos bochornosos, me pondré a antologarlos.
Suya fue la ocurrencia, puntual para la conmemoración del cincuentenario de Orígenes, de relacionar el cierre de la revista con el asalto al cuartel Moncada. Vitier aseguró ante las cámaras televisivas que después de Orígenes no podía venir sino el ataque al cuartel de Santiago. Conectaditos ambos actos como si se tratara del cambio de estrategia de un grupo clandestino que pasaba de la edición de una revista a la violencia de las ametralladoras. (Quien comprara por entonces el último número de Orígenes recibía, como artículo convoyado, un brazalete del Movimiento 26 de Julio. Los torturadores de Batista no se ponían de acuerdo: según unos, el cabecilla de aquel ataque respondía al nombre de José Castro Ruz, mientras que otros traían a colación a Fidel Lezama Lima.)
Metido en el agua jabonosa del cincuentenario origenista, Cintio Vitier jugó otra vez con las causalidades. Sin que se le amotinase la crencha ni alforcita de su guayabera se torciera, fumigó la tesis de que los escritores del grupo Orígenes (él y su esposa entre ellos) eran los presocráticos del Sócrates que fue José Martí.
¡Aúpa y papaúpa!
Posaba Vitier de presocrático cuando, en verdad, era previllapólico. Pues, mucho antes de que Nitza lanzara al mundo la receta de croqueta de gofio, él solo, sin la ayuda de Margot, se había inventado ya sus buenas variantes del arroz con mango histórico. (El juego de la chapita fue su fuerte. Si bien una curiosa modalidad de ese pasatiempo, en donde la presteza de mano conseguía que, por cada ocasión destapada, apareciese el grupo Orígenes.)
A raíz de la estampida de balseros de 1994, se bajó con el sucusucú de que aquellos muchachos fugabánse en balsas (no en alas) por no haber leído a Martí como era debido. De los mayores no dijo ni pío, quizás debido a su imposible reeducación. Pero los jóvenes, esos jóvenes, ¿cómo después de haber leído al Apóstol eran capaces de abandonar la Patria? Lo que faltaba allí era una buena edición de las Escenas Norteamericanas. Porque si esos jóvenes las hubieran leído, no sé, no podrían salir...
Una vez más, el autor de Ese sol del mundo moral daba muestras de su tremenda agudeza ante la realidad. Demostraba su profunda comprensión del espíritu del Apóstol al brindarle a éste el papel de guardafronteras: yugo, más que estrella.
Una década más tarde, en abril de 2003, Vitier volvió a exhibir su inteligencia fronteriza. Ocupábase otra vez de fugados, lució firmeza de inquisidor ante quienes pretendían escapar, y ningún prurito le impidió plantar su firma en la carta pública que abogaba por el fusilamiento de tres jóvenes y el encarcelamiento de setenta y cinco disidentes.
Rectificación necesaria: no eran setenta y cinco disidentes sino setenta y cinco mercenarios a sueldo de un gobierno enemigo. Aquellos tres jóvenes a fusilar eran criminales de mucho cuidado. Y la carta firmada por Vitier y esposa no abogaba por el fusilamiento en sí, sino que pedía a un grupo de intelectuales extranjeros que dejaran de protestar por aquel fusilamiento y por la gente metida en prisión. (Esto último ha quedado claro en las recientes declaraciones de Amaury Pérez Vidal en Miami, a propósito de su firma en la misiva. "No he firmado", dijo, "una carta que explícitamente diga que personas que piensan diferente a mí, por ejemplo, deban ser encarceladas, y mucho menos firmaría una carta que explícitamente diga que yo estaría dispuesto a que fusilaran a nadie". Pérez Vidal, lo mismo que Vitier y otros veinticinco escritores y artistas, ha apoyado sólo los fusilamientos implícitos.)
Fina García Marruz y su marido hicieron por entonces una hermosa pareja de tórtolitos católicos a favor de la pena de muerte. Aquí podría devolvérsele a ambos el reproche: de haber leído a Martí, no habrían sido cómplices de asesinato. Aunque será mejor no remover el tema, pues, ¿quién puede asegurar que, en algún rincón poco barrido de las Obras Completas, no haya frase martiana que justifique el paredón?
Amén de que una de las lecciones a sacar del siglo XX (Cintio estaba fuera cuando dieron esa clase) es la de que no existe arte salvífico, el arte no garantiza forzosamente humanidad, y hay seres capaces de deleitarse con Brahms para luego chequear el tiro de las chimeneas por donde sube el humo sacado de los hombres.
De no faltar a clase, Vitier habría sabido que, por criminal que pudiera parecerle el abandono del país natal, ninguna lectura frenaría ese crimen. Como tampoco alcanzaría a frenar (¡y mira que ambos esposos insistieron en Martí!) la complicidad de algunos con los fusilamientos.
Recojo en este punto los yaquis, voy apagando esta oprobiografía, historia personal de la infamia. Quien necesite tarea para la casa, que busque los poemas intercambiados entre Vitier y uno (diz que poeta) de los cinco espías de la Red Avispa. (Martí había prologado a los pésimos poetas de la guerra, y tocaba a Vitier ahondar tan mal ejemplo.)
¿Creyó de veras él, o fué un oportunista? En 1993 sirvió como diputado por Bayamo en la Asamblea Nacional. Prestó lógica a la miseria del país con aquella trova suya de la pobreza irradiante (García Marruz y él fueron los esposos Curie del Período Especial). Trapicheó con la memoria de Lezama más que una rusa en La Habana con oro. ("Irradiante era Chernóbil", diría esa rusa.) Escribió, junto a su esposa, un artículo en protesta por la inclusión de Fidel Castro en una lista de las mayores fortunas publicada por la revista Forbes.
Sin embargo, es conocido algún que otro episodio que lo redimiría de la acusación de oportunista. No ocultó su catolicismo durante las décadas en que estuvo mal visto ser católico. Renunció a su puesto en el Anuario Martiano en protesta por la censura que cayera sobre Lezama, Manuel Pedro González e Iván Schulmann. Y cuando Cleva Solís resultó encarcelada por problemas políticos, fue el único escritor en ayudarla, en medio del miedo general. (Lo testimonia Lorenzo García Vega, a quien no tildaríamos de amigo suyo, y quien confiesa haber estado entre los que no movieron dedo.)
Uno de estos episodios precede a la conversión revolucionaria, el otro es de cuando ya se apellidaba Vitieriski. Si alguno de mis queridos lectores conoce ejemplos similares en la biografía de Roberto Fernández Retamar le pido, no que me los comunique, sino que descuelgue el teléfono y, en caso de vivir en La Habana, Las Tunas o Guantánamo, disque el 105: le contestarán los bomberos.
Explicar a Cintio Vitier como eclipse de ese sol del mundo moral obligaría a detenerse en su cualidad de recién converso. Pues lo fue en ambas iglesias, en la Santa Madre y en la Revoluski (y quizás hasta en la Ecúmene Martiana). Él, como los balseros a los que pretendía sermonear y como los tres fusilados con su anuencia, quiso también largarse alguna vez...
Pero no vaya a pensarse que es su fidelidad a un régimen tiránico lo que desalienta a leerlo. De ninguna manera. Una variante de la lección del siglo XX apuntada anteriormente enseña que alguien puede abogar por los campos de exterminio y, no sólo disfrutar del buen arte, sino incluso ser un gran artista. Su caso no llega, por supuesto, a tales extremos. Por razón dupla: fue cómplice de una maldad menos magna, y su obra no es la de un gran artista.
Tuvo horror a lo literario, lo hizo patente en muchos de sus versos. El acto de escribir sólo tenía sentido para él cuando apelaba a Dios, a Martí, a la Revolu, a Cuba. Necesitado de causa fuerte que amparara su obra, desconfió de lo que ésta pudiera alcanzar a solas, y encargó a Dios, Martí, Cuba o la Revolu que se la defendieran.
Entre otras lecciones de su siglo que desatendió, estuvo la de asomarse al Oriente. Y bien le habría venido un poco de budismo para que su busca de trascendencia no contase con dios ninguno. Pues, anduvo tan flojo de crédito, que su libertad sólo estaba asegurada de no reclamarlo ningún dueño.
Nunca lo abandonaron los remordimientos por no ser un hombre de acción. No salió nunca de aquella matiné en donde echaban películas de vaqueros. Se avergonzó de ser un ensayista apenas, apenas un poeta. El miedo a no ser considerado pueblo lo obligó a dárselas de estibador, y ahí están los diálogos de Rajando la leña está, donde el término "asere" salta de un modo que, hasta María Mercedes Santa Cruz y Montalvo (de título Condesa de Merlín), lo habría puesto con mayor propiedad y gracia. Ver asimismo su prólogo a un poemario de Eloy Machado "El Ambia".
Es díficil aventurar qué quedará de su obra. La pervivencia con que aún cuenta, se la debe principalmente a la construcción de un canon poético cubiche. No le importó, para conseguirlo, meter la isla entera en Guanabacoa. Metió cañona de lo lindo. De su pluma salió el diseño de uniforme para todos los poetas del país: guayabera de hierro con alforcitas de alambre de púa.
Arremetió contra aquellos autores que hicieran peligrar la idea fija con que se les acercaba. Dedicó a éstos el malhumor que debió despertarle la intuición de su propia estrechez de conceptos. (Agradeciéndole que se hubiera ocupado de La estación violenta, Tavito Paz le hizo este reproche: "Un pequeño reparo: dice usted que, quizás, mi actitud es demasiado preconcebida: ¿no cree que podría decirse lo mismo de su nota? ¿Mi libro no le sirve más bien para comprobar sus juicios, quiero decir, no lo ve usted como una ilustración de su idea sobre la poesía en lugar de verlo como un conjunto de poemas? En suma, ¿no lo ve usted más bien como una idea que como un objeto independiente?")
Debe, por tanto, buena parte de su pervivencia a las tergiversaciones a las que recurrió para forjarse un canon. (Igual que una revolución o una tortilla, un canon se hace rompiendo huevos.) Fue un monarca del paño tibio, la vista gorda y el planchado a vapor. Y llegó un momento en que, más que por sus filias, empezó a ser tenido en cuenta por sus fobias. Valga ejemplo: la importancia cobrada por Virgilio Piñera hizo que muchos rebobinaran el teque de director de ESBEC que Vitier le dedicara a La isla en peso. Volvía, de esta manera, a ocupar puesto en el hit parade con uno de sus viejos éxitos.
Aspiró a producir al grupo Orígenes del mismo modo que Ry Cooder a los viejitos de Buena Vista Social Club. (Quien deseara escuchar a José Lezama Lima tropezaba muchas veces con él.) El suyo era, no obstante, un raro Buena Vista Social Club. Porque Omara Portuondo no salía de las canciones ñángaras de su antiguo repertorio (siempre era 26 para ella) e Ibrahím Ferrer seguía limpiando zapatos en cumplimiento de la pobreza irradiante.
La Lengua Suelta, número 55
CARNET Y CAUSA, ADENTRO Y AFUERA
Fermín Gabor
Adentro: Carnet
Iroel Sánchez tenía una mirada torva. Qué torva ni torva: Iroel Sánchez tenía una mirada esbírrica. Y el uso del pasado no obedece a que haya muerto, sino a que su vida como presidente del Instituto Cubano del Libro concluyó. ¡Caput!
Mientras fue presidente en vida, su mirada esbírrica surtía efecto sobre cada libro. Tomaba entre sus zarpas una novela policial, por ejemplo, y, no más abrirla, cualquier personaje le chivateaba en el primer capítulo quién era el asesino.
O el propio asesino se entregaba.
Con él no había intriga. Se deshacían las tramas de espionaje, las fortalezas asediadas sacaban bandera blanca, las adúlteras se tiraban de inmediato delante de los trenes. Los libros, en resumen, no le guardaban secretos. Tampoco los autores: echaba sobre ellos su mirada esbírrica y calibraba cuánta presión aguantarían en caso de ponerse pesaditos.
Acerca de su origen, las noticias resultaban confusas. De todos era conocido que debía su puesto al no menos esbírrico y occiso Felipe Pérez Roque. Juntos habían hecho estudios ingenieriles. Fueron dirigentes estudiantiles, que es una carrera de por sí. Y al graduarse quisieron seguir decidiendo el destino de la gente. Que si antes tronchaban vidas universitarias, ahora troncharían vidas enteras. Dirigentes estudiantiles como eran, decidieron suprimirse el adjetivo. (No hay que asistir al taller literario Onelio Jorge Cardoso para saber cuánto puede entorpecer un adjetivo.)
De su origen más remoto se tenían aún menos detalles. ¿Qué circunstancias vinieron a cumplirse para que él cargara con tal nombre? ¿Qué marca de refresco debió darle idea de bautizo a su sedienta madre embarazada? ¿Qué mártir revolucionario pudo nombrarse así? ¿En qué santoral pescaron nombre tal? Como no creo que la culpa circule indefectiblemente entre padres e hijos (teoría genética aplicada en tantas oficinas habaneras), me ahorro el figurarme a sus horrendos progenitores y el ambiente irrespirable del hogar donde naciera.
Es la cuestión del nombre la que me desvela. Quiero saber por qué colgaron un rótulo así a la mirada esbírrica del niño. Y la mejor hipótesis aventurable es que viene de una de esas disyuntivas que surjen en cuanto se tiene en casa un bebé: salir a algún mandado o cambiar los pañales del berreante. Ir o él. Y, puestos ya en esta lógica, tuvo suerte de que no lo llamaran Bajarotú.
O Fregaroél.
O Baldearoyo.
Sea cual sea el misterio de tal elección nominalista, la criaturita habrá mirado torvamente las cinco velas de su cake (como en las biografías resulta tedioso el recuento de la infancia, permítanme saltar de su nacimiento biológico a su nacimiento como pionero) y se habrá hecho jefe de destacamento, vanguardia destacado, jefe de escuela, pequeño cederista, monitor de Marxismo, chivatiente, Cecilín y Coti, brigadista de acción rápida... Hasta presidir el Instituto Cubano del Libro. Sin contar con experiencia anterior en el mundo universo editorial. Sin veto alguno por su analfabetismo relativo.
Puesto a dedo por su cúmbila Felipe, Iroel Sánchez fue encomiado a las altas esferas por su efigie de energúmeno, por aquello que el menos lombrosiano podría predecir de sólo ver su rostro. El flamante presidente metería miedo al hatajo de putas, maricones y tortilleras que conformaban la literatura cubana. Nada más presentarlo en una reunión de escritores, cesarían habladurías y chismes.
¡Miguel Barnet orinado en los pantalones!
¡A Nancy Morejón le bajaría la regla!
El mastín de los Baskerville aúllaba por los páramos.
Pero, ay, la posición de Felipe Pérez Roque no era tan sólida como lo parecía. Y, al fin, se vino abajo.
Entonces su monina debió de sentir miedo. Y, por si fuera poco, vino a ocurrirle un arbitraje económico en el Instituto, y el arbitraje concluyó que allí faltaba magüa. Buena tierra faltaba, no en pesos cubiches, sino en convertibles.
El Instituto Cubano del Libro, sito en el Palacio del Segundo Cabo, no era ya precisamente lo que se dice una unidad libre de faltantes. Había faltantes allí. Había maraña. Había engome, fuacatancia, despelote. Mecánica e intriga las había. Fugábanse los fulas entre las zarpas de Iroel Sánchez.
Cuando tal dictamen llegó a oídos de éste, procedió como el esbirro que era: se reunió en privado con la perita a cargo e intentó presionarla. (De llevar pelo largo, arrastrarla por los moños, arrancarle las mechas hasta el cero. Si mostraba brazo firme en su investigación, partirle el brazo y sacarle las uñas. Gritándole en el tronco de la oreja hijadeputagusanacontrarrevolucionaria.) No obstante a lo cual, la compañerita inspectora no se dejó meter el pie. Y cumplió con su deber, hizo llegar su informe a manos de Abel Prieto.
No voy a detenerme en comentarios más o menos lombrosianos acerca del ministro. Solamente apuntaré que, agregada una barba a su melena, se hace difícil esclarecer si está de frente o de espaldas, si Abel Prieto va o viene.
Bueno, el caso es que al ministro lo alarmó aquel desfalco. ¿Le tenía jiña desde antes a Iroel? ¿Buscaba ya su truene? Mejor no perder el tiempo en suposiciones. Cualesquiera que hayan sido sus sentimientos hacia aquel subordinado, éste se comportó de modo indefendible: eligió sublevarse.
Fuéle imputada cogioca y el presidente en veremos recurrió a lo ideológico. Embarajó delito económico con batalla de ideas. Podía ser astronómico el faltante bajo su mando, pero no cabía duda acerca de lo férreo de ese mando suyo. Lo cual, denunció, no podría decirse del ministro. Y pegó manotazo encima de la mesa, y acusó a Abel Prieto de estar desideologizando la cultura. (De milagro no echó mano al diversionismo ideológico.)
Todavía presidente del Instituto Cubano del Libro, él sería ladrón o incosteable, pero no había quien discutiera la efectividad de su esbirrismo. Pues cada día apretaba más su mordida de Rottweiler. Cada día aumentaba su entrega a la Revoluc, a la Cultura Nac, a la Patr.
Cros y cras, se puso dura la pelea entre Kid Miratorvo y Kid Melena. Y no vayan a creer que el segundo la tenía fácil. Pues por esos mismos días, respondiendo a la fuga de varios deportistas de alto rendimiento, la dirigencia del INDER llegó a sostener que lo más importante para cualquier atleta era, antes que ser buen deportista, ser un buen revolucionario. Y, ante un grupo de científicos, el exministro de Educación Superior Juan Vela afirmó que lo de veras importante no era la ciencia, sino la conciencia. La revolúnski, afirmó.
Tal como estaba el mambo, Iroel Sánchez parecía tener las de ganar. Los medallistas podían desentenderse de las medallas siempre que tuvieran un pensamiento para quien viste Adidas. Las vacunas podrían mostrarse inefectivas siempre que el equipo de investigación perpetrara sus chapucerías de cara al 26 de julio. En resumen, poco importaba el cúmulo de desgracias traído por la dirigencia del país si nada era más revolúnski que la propia revolúnski...
En el aire flotaba, entre ministro y presidente, la acusación de desfalco. Flotaba la acusación de baja ideológica. El eco del manotazo sobre la mesa no dejaba de escucharse, y el presidente decidió levantar palenque en sus predios. Se fue al Palacio del Segundo Cabo, y a ver si Abelito era hombre de venir a discutirle allí su jefatura. A él (juran los testigos que esto dijo) lo había hecho presidente el mono Adidas, y sólo el mono Adidas podría empiyamarlo.
Eso creyó, trasnochadillo, mientras que Clótovich, Laquesiévna y Atropóski (las tres Parcas, según Afanásiev) le reservaban otro sino, y de Iroel pasaría a llamarse Vetetú.
Fue entonces que se le montó a Abel Prieto el espíritu de José Antonio Echevarría y marchó directo a Palacio, y le avisó al esbirro encastillado (al otro esbirro, porque el compañero Prieto no deja de ser uno) que podía ir vaciando las gavetas y dejando sobre la mesa cualquier fulita bobo que se le hubiese pegado a la yema de los dedos.
Concluía así, sic transit, el mangoneo de Iroel Sánchez sobre autores y libros y literatura. Pero, increíblemente, hasta los peores monstruos consiguen despertar cariño: entre los empleados del Instituto y entre los escritores hubo alguna que otra plañidera. (Antón Arrufat y Jorge Ángel Pérez, amiguísimos suyos, debieron de soltar lamento, aunque ya estarán en buenas con cualquiera que sea el sustituto.)
Medio muerto, aunque no empiyamado, Iroel Sánchez fue a dar a un departamento a las órdenes de Ramiro Valdés. (Dios los cría y Lombroso los junta.) Y, preocupado por su salud o intentando olvidar penas, se dio a correr pistas por las tardes en el parque Martí.
Allí juantoreneaba de lo lindo, según contara en su blog Ángel Santiesteban. Ambos, Santiesteban y él, cruzaron sus carreras. Intercambiaron miradas, y ha de ser de aúpa tropezarse con las facciones de Iroel Sánchez agitadas por el esfuerzo atlético.
¿Francis Bacon, me apuntan por allá atrás?
¡Ni remotamente! Para sus desfiguraciones, Francis Bacon partía de rostros más agraciados.
Aunque peor que el tal careto son los hechos de los que Santiesteban presta testimonio. Cuando, olvidado de la pista del Martí, el depuesto presidente del Instituto Cubano del Libro se empeñó en perseguir a campo traviesa a una pareja de jóvenes veintiañeros acompañados de un niño. ¿Motivo? Iba a acusarlos de robarle la cartera y otras pertenencias.
Con tal de oír su eximio chivatazo, apareció enseguida por el horizonte una patrulla policial. De nada valieron las explicaciones de aquellos jóvenes: eran novios, paseaban al hijo de él, mostraron sus carnés de estudiantes universitarios, enseñaron el contenido de sus bolsillos... Los dos fueron esposados y conducidos a una estación de policía, seguidos por su acusador en Lada.
Iroel Sánchez dijo a la polícia que lo que más le dolía era la pérdida de su carnet del Partido. No el fulestraje que su cartera pudiera albergar. No el carnet de identidad. No la foto de aquella criaturita de mirada torva a la que dulcemente él acostumbraba a llamar hijo.
Ay, su carnecito rojo, que había dejado junto con la ropa, al borde de la pista.
Ay, su joyita sanguinolenta, su libretica de esbirrato.
Ay, la niñita ñángara de sus ojos.
Se había descuidado por un momento, había bajado la guardia, y le robaban su carnet de militante comunista. El enemigo procuraba, por todos los medios a su alcance, desideologizarlo. (Un episodio como éste servirá a los estudiosos del futuro para determinar que los militantes comunistas no corrían con el carnet encima.)
Iroel Sánchez había perdido su ñángaricarné, pero salió del Martí con el cuerpo en la gloria. No importaba que le hubiesen quedado por correr algunas pistas, volaba en Lada hacia una estación de policía, donde pondría denuncia para la cual cargaban con los sentenciados. ¿Qué mejor destino podía caberle a aquella tarde?
Ya dirigiera el Instituto Cubano del Libro o una oficina bajo las órdenes de Ramiro Valdés, su verdadero yo era éste que gozaba enredado en carros policiales y en denuncias. Lo suyo era el esbirraje, aunque sólo quedara una parejita de universitarios para ejercerlo.
Sin olvidar al niño que lloraba, claro.
Afuera: Causa
“Eh, aprovecho ahora que tengo unos minutos... Bróder, Panfilo, ¿tú no me conoces?”, así empieza Ernesto Hernández Busto en una ventana de YouTube. Su actuación forma parte de la campaña «Jama y Libertad» para la excarcelación de Juan Carlos González, alias Pánfilo, quien se diera a conocer en YouTube metiendo cabeza en una filmación habanera hasta denunciar la miseria reinante.
“Hace falta comida, que hay tremenda hambre. Te lo está diciendo Pánfilo en Cuba,” gritó a la cámara. “Tremenda hambre es lo que hay, asere,” y exigió que lo grabaran, dio la cara.
Evidentemente, se encontraba borracho. Y, cuando quiso saberse su verdadero nombre y biografía, se conoció que vivía en la borrachera, y que llevaba años sin trabajar.
Fue llevado a juicio por haberse atrevido a soltar aquella verdad. Para hacer impredecible el juicio, nada se habló en él de la filmación. La justicia se centró en los años que llevaba sin ejercer oficio alguno. Al final (o más exactamente, al inicio) fue condenado a dos años de privación de libertad. Por vago, por predelincuente. Porque alguna vez le daría por robar o matar con tal de conseguir un trago.
Entonces comenzó la campaña a favor suyo fuera de Cuba, pero también el trapicheo. Y, claro, de mediar trapicheo no iba a faltar a la cita el componedor de bateas del blog Penúltimos Días. Así que se subió a la ventana de YouTube para dejarle a Pánfilo un recado.
Empezó preguntándole a Pánfilo si acaso no lo conocía, para seguir con breve curriculum: “Yo también soy de El Vedado pero... hace un montón de años que no voy a Cuba y... y estoy por ahí, dando vueltas y éso. Vivo en Barcelona.”
Qué consideración la suya, podría pensarse. Qué refinada educación al presentarse a su interlocutor y no largarle, sin más, su discurso. Obsérvese, no obstante, que Ernesto Hernández Busto no tiene defensa posible por ese lado. Cierto que hace su presentación, aunque no sin antes advertir que gasta en ello minutos de su preciosísimo tiempo. El árbitro intelectual que catalogara escritores reaccionarios en Perfiles derechos y que emprendiera un canon de la literatura cubana de las últimas décadas en Inventario de saldos, el artífice de un blog que parece hecho por la encargada de limpieza de la sala de teletipos de un periódico, dedica a Pánfilo y a todos los yutúbicos del mundo unos minutos de su atareada y exitosa carrera.
Detrás suyo aparecen los estantes de su biblioteca, tiene por delante las labores propias de su blog, libros por escribir (pero no lo juzguemos, como a Pánfilo, por peligrosidad). Lo espera la gloria, un brillante futuro en la Novena República Cubana (San Nicolás del Peladero más el Himno de la Alegría), aunque no por olímpico dejará él de encontrar tiempo para hablarle a Pánfilo.
Y esto le deja dicho: “Yo creo haberte visto alguna vez pero... ahora mismo tengo un recuerdo más o menos confuso del... del personaje.”
No es preciso leer ni la mitad de los volúmenes que escoltan a Hernández Busto para reconocer que, aún más confuso que ese recuerdo panfilesco suyo, resulta ser el destinatario de su mensaje. ¿A quién le habla? ¿Persona o personaje?
“Bueno, en fin, yo no sé si tú verás esto algún día [fríe unos huevos, FG]... Si tendrás la posibilidad si la gente te lo pasa, aunque es difícil, porque yo sé que ver YouTube en La Habana es complicado, pero yo no quería dejar de... de hacerte esta especie de carta abierta pá decirte que yo admiro mucho lo que tú has hecho [inhala hondamente, FG]. Mucha gente admira lo que tú has hecho y está indignada por las consecuencias que desgraciadamente has tenido que pagar.”
¿Anda tan falto de escritores de derecha o de buenos libros cubanos Hernández Busto que tiene que poner su admiración en un muñeco de ventrílocuo del alcohol? ¿Tan jodida anda La Causa que es preciso admirar (y mucho) a quien habla in chispaetren veritas?
Pánfilo, reconozcámoslo, tuvo razón en sus palabras, dijo la verdad. Fue divertido verlo, penoso imaginar lo que podrían hacerle como castigo, indignante comprobar las consecuencias de ese acto suyo, pero de ahí a admirarlo (y mucho)... Ni bebiéndose todos los alcoholes que su interlocutor ha trasegado durante años, Ernesto Hernández Busto sería capaz de decir la verdad delante de una cámara. Ni habiendo salido de Cuba desde hace un montón de años y dado vueltas por ahí, puede dejar de ser hipócrita.
Trata de bróder a quien nunca ha coincidido con él ni con él ha libado de un rifle. Bróder, se dirige a Pánfilo varias veces.
Porque lo considera un pobre diablo. Porque, dadas las circunstancias, se considera a sí mismo como un intelectual sin discurso. Porque así dialogan los blanquitos de El Vedado con los negros cuya voluntad quieren ganarse. Porque se trata del lenguaje idóneo, del mismo modo que con un bebé han de utilizarse jerigonzas y ronroneos con los animales domésticos a los que se les rasca la barriga. Por populismo. Por demagogia. Por romper brechtianamente tan solemne y cheo discurso. Por denotar intimidad. Por bolerismo.
“Siempreee van a decir que se trata de un marginaaal, de alguien sin representatividaaad, lo hizo por dineroo. Pero yo creo que al último bufón de la corte hay que reconocerle el mérito de... de descubrir y de gritar que el rey está desnudo... Yo creo que ese mérito es tuyo, bróder. Lo mismo si has estado borracho que sobrio [fríe unos huevos, FG] y la realidad es que... ese chiste que tú has hecho ha hecho también reír y pensar a mucha gente. Te lo quería agradecer, personalmente y públicamente. Por ahora a través de este medio [fríe otros huevos, FG]. No sé cuál será la mejor manera de ayudarte pero... cuenta conmigo para lo que sea. Bien, un abrazo.”
El linquero de Penúltimos Días parece dar coba y defensa a Pánfilo, pero lo tilda de personaje y de bufón. No aparece bufón en las dos variantes más conocidas de la historia del rey desnudo: El traje nuevo del Emperador de Andersen y el cuento XXXII de El Conde Lucanor. Un niño y un palafrenero negro son, respectivamente, los encargados de desnudar al rey. Ese bufón resulta, al parecer, una figura perpetrada por Ernesto Hernández Busto para vérselas con caso tan especial.
Puesto a dirigirle una “especie de carta abierta,” no habla con Pánfilo, sino que trapichea con él. Hace demagogia con el borracho filmado y sentenciado. Pánfilo es agua para su molino, sardina hacia su brasa. Penúltimos Días lo ha escogido entre tanto disidente en aprietos dentro de Cuba porque, a diferencia de otros encausados, Pánfilo nunca podrá responderle. Y no porque vaya a eternizarse en los calabozos castristas (de hecho, ha sido excarcelado y se encuentra en una clínica de desintoxicación), ni a causa de su imposible acceso a YouTube, sino porque nunca será nadie. Pánfilo no podrá nunca contestar a aquel a quien escoltan tantos libros. Será siempre un bufón, un personaje, el borracho que una vez se deslengüó.
En los cálculos de Ernesto Hernández Busto Pánfilo vale tanto como esa parejita de universitarios a quien Iroel Sánchez acusara para descargar su rabia: gente indefensa sobre las que ejercer poder.
Da igual que en un caso la intención haya sido encarcelar y en el otro influir en su excarcelación. De dos novios universitarios pueden forjarse nuevos Bonnie y Clyde. De un borracho bocón es posible obtener un chino que se enfrente a los tanques en la plaza Tiananmen.
Son figuras que pasaban por allí, tienen alguna utilidad, y se les aprovecha. Lo importante, en cualquier caso, es (adentro) el carné del Partido, (afuera) La Causa.
La lengua suelta, no. 54
Pavón, Lezama y algunas "participaciones amigables"
El ICAIC produce Paradiso
Fermín Gabor
Hay quienes alzan el mamey sobre la piña y otros que alzan la piña sobre el mamey. Los jiribilliñángaras, mientras tanto, persisten en su antojo de José Lezama Lima. Lezama es, para ellos, la chica mamey. Es sabrosura viva, tremenda expresividad (barroca). Y, dentro de la obra lezamiana, no hay página o episodio que concite mayor imantación, encarne o pejiguera que la cena familiar del capítulo siete de la novela Paradiso. Se trata (sin ser cantina) de la comida más llevada y traída de toda la literatura nacional. Es, sin dudas, el episodio que más ha hecho salivar a esos perros de Pávlov.
Pero, a fin de cuentas, ¿cuál es el drama con esa jamita?
La familia materna de José Cemí se reune una noche en la casona de Prado. Hay una mesa para adultos y otra para los fiñes. El mantel es de encaje color crema, los alimentos vienen en vajilla blanca con una línea verde y ribetes dorados. La comida empieza con mucha bobería acerca de dónde va a sentarse cada quien (como si entre los comensales hubiese algún rey de incógnito). Es divino el sancocho: sopa de plátanos, soufflé de mariscos, ensalada de remolachas, pavo relleno asado, crema helada, frutas, café y tabacos.
Sencillito y, a la vez, de ocasión grande, tal como avisa la matriarca doña Augusta.
En la sopa de plátanos nadan unas rositas de maíz, lo cual es todo un detalle para la memoria. Un torpe comensal persigue una rodaja de remolacha y ensucia por tres veces el mantel: segundo detalle para recordar. Luego el tarambana tío Alberto ocultará esas manchas con unos caparazones de langostino sacados del soufflé. A la hora de los postres, una de las manchas quedará tapada por un frutero con manzanas, peras, mandarinas y uvas: buen Amelia Pélaez para el embaraje lavandero.
Tanta majomía con esas manchas se justifica por la noticia que el tío Alberto recibirá después de la cena: doña Augusta, su madre, está enferma de muerte. (Las manchas en el mantel podrían equivaler a las ominosas que aparecen en las placas radiográficas.) Y se justifica también por el final del capítulo, en que el tío Alberto será fiambre. No obstante, pocos lectores de esas páginas de Paradiso reparan en la vecindad de la muerte. Pocos (me atrevo a suponer que ninguno entre los jiribilliñángaros) descubren en esas manchas del mantel algo más que un jugueteo gracioso en medio del manducaje. Pues el pípol anda perdido detrás del condumio: clava los ojos en las fuentes que llegan, y consigue rebanar ese episodio hasta convertirlo en la cena arquetípica de la literatura cubiche.
Es de sobras conocido lo que Senel Paz hiciera con tal viruta del taller lezamiano (es de sobras conocido lo que hiciera Senel Paz con la primera novela de Reinaldo Arenas, y es por sobras conocido Senel Paz). Pero no sólo él es culpable de babear encima del capítulo siete (digo siete, y no ocho) de Paradiso. Y la razón para tanto repelle y pegadera de guagua habrá que descubrirla en los dos objetos de añoranza que la cena lezamiana convoca. El primero es, indudablemente, la jamurria de campeonato que allí sirven. El segundo, la familia reunida. Puesto que en Ñangarilandia no hay comida, a segregar saliva se ha dicho. (El propio Lezama pudo estar en la fuácata mientras escribía.) Y, como la construcción de Ñangarilandia ha supuesto la destrucción del mayor número de familias, ahí está, escrito por un viejo barroquirreaccionario, ese momento en donde se interceptan familia en pleno y platos a tope: todo lo que no hay ni habrá en la República Socialista de Cuba, y que los jiribilliñángaras no dejan de añorar aunque sea un día al año, el de sus respectivos cumpleaños o el Día de los Santos Inocentes, que para ellos viene a caer el 26 de julio.
Forraje y abuela viva, ¿quién, que sea, no ha soñado alguna vez con ambos bienes? Tal sueño explica por qué, a la hora de meterle mano a Paradiso para hacerlo cine, el guionista y realizador Tomás Piard vino a centrarse en lo que ocurre en el comedor de doña Augusta...
Iba siendo hora ya de que el ICAIC le prestara una cámara decente a Piard. Iba siendo hora de que el ICAIC pusiese su cruz de ceniza sobre la obra de José Lezama Lima. Y, en vista de que Humberto Solás iba por la tercera letra del alfabeto en sus adaptaciones de novelas (Carrión, Carpentier y Villaverde, Cirilo) y de que fallecería luego, ¿quién mejor que Tomás Piard para contarnos Paradiso?
Su película no lleva ni cinco minutos de empezada cuando una criada aparece con la sopa de plátanos en la que flotan rositas de maíz. ("¡Es la Baldovina de nuestro patio!", habrán gritado los jiribillos.) Esa sopa parece agua de la bahía en la que nadan papeles arrugados. Los personajes se la sirven, y entonces sobreviene algo que no está en la novela, mayúsculo aporte de Piard a la reescritura de Lezama: entre los miembros de la familia Olaya saca la cabeza, y es un comensal más, Ciro Bianchi Ross.
¡Picadillo de carne extendida!
A su derecha, Eslinda Núñez es Rialta, la madre de José Cemí. A su izquierda, Jorge Alí es el doctor Santurce. Entre ambos, Ciro Bianchi Ross es Ciro Bianchi Ross. Hace de himself. Todo un cameo, pero un cameo que hablará más que los comensales que habían marcado desde antes en la novela y tenían pre-ticket.
Esto dice Bianchi Ross: "Bueno, doctor, eh, yo he trabajado, o trabajé bastante, en la papelería de Lezama. Paradiso es una novela, eh, permeada de profundas esencias cubanas. Yo, particularmente, pienso que los primeros capítulos, los primeros cinco o seis capítulos, que son los referidos a la familia, son lo mejor de la novela. Yo creo que para ilustrarse sobre la vida cubana de principios del siglo XX, y quizás un poco fines del siglo XIX, esta novela resulta im-imprescindible. No solamente por la eh, eh, eh, las formas de vida, las comidas, esta misma cena, que él recreara con tantos detalles en la, en la novela y que, eh, doña Augusta al organizarla, pues, evita las bebidas alcohólicas por el efecto que eso pudiera tener en Alberto y en el doctor Santurce. Y me parece también interesante cómo, eh, Cemí, es Cemí, pero también es Foción y también es Fronesis. Cada uno con sus características. Cemí es el hombre que se desenvuelve en la placenta familiar y transcurre su vida, pero Foción es lo diabólico, y Fronesis es la eticidad. Pero todos son impostaciones del mismo, del mismo Lezama. ¿Qué pasa? Que Cemí tiene que encontrarse con la imagen, y para encontrarse con la imagen tiene que reencontrarse con Oppiano Licario. Cuando publica Paradiso se produce una explosión en la vida de Lezama. Es decir, Lezama empieza a ser noticia, se convierte en noticia. Pero sí yo creo que vale la pena recordar una, una frase de Octavio Paz cuando dice que, con Paradiso, y con toda su obra, Lezama pagó la promesa que Sor Juana Inés de la Cruz le había hecho al idioma español".
El doctor a quien Bianchi Ross se dirige con una muy verosímil dicción de guagüero es el doctor Santurce. Los trabajos en la papelería lezamiana a los que se refiere partearon un volumen (Imagen y posibilidad) que recoge los textos de simpatía ñángara escritos por Lezama durante los primeros años revolucionarios, antes de su salación. (Con esos textos, Ciro Bianchi Ross pretendía salirse komsomólskayamente al paso a la publicación, en Madrid y dos años antes, de las cartas de Lezama Lima a su hermana Eloísa, francamente críticas con el gobierno de Filemón Castórida.)
En el libro, doña Augusta sienta al doctor Santurce a la otra cabecera de la mesa, frente a ella. Tomás Piard pasa por encima del cuidadoso arreglo social, y se inventa para ese puesto a un viejo que suponemos sea el difunto esposo de Augusta, abuelo materno de José Cemí. Lo cual es peccata minuta comparado con el añadido de Ciro Bianchi Ross.
Bien mirado, El viajero inmóvil es menos la adaptación cinematográfica de una novela que la adaptación al cine de la crítica de esa novela. De una crítica no muy lúcida, hecha por gente de tan poco filo como Reynaldo González, César López o Pablo Armando Fernández, quienes no demorarán en colarse entre los integrantes de la familia Olaya.
¡Solavaya!
Apenas termina el compañero Bianchi Ross su trova inconexa, llega el juego de yaquis donde aparece dibujado el rostro del padre muerto. Y cuando regresamos a la cena familiar presidida por doña Augusta y el viejo desconocido, quien surge entre los comensales es Reynaldo González, para hablar del hermetismo lezamiano y traducirlo al sentido común. Para entregar un José Lezama Lima que no sobrepase al corto entendimiento de un Reynaldo González.
Hay que agradecer que un filme empeñado en incluir en su reparto a lo más selecto de la intelligentsia criolla haya brindado sitio a César López. Pasados los años, cuando alguien hurgue en los libros de este escritor sin comprender cómo pudo ser tomado en serio, no conseguirá remitir la cuestión a ningún encanto personal. En esta película queda su imagen: boquea como pescado, se revuelca sobre el plato hasta soltar una frase, cecea a causa de unos años salmantinos (lo que Natura non da, se le roba a Salamanca), y hace gala de su intuición para la perogrullada. Lean, si no, cuanto afirma: "Cuando los tres amigos ya avanzan en el tiempo, avanzan en lo agradable y lo desagradable de la vida, por el paraíso que va a conducir quizás al infierno, necesitan algo que los guíe. Lezama no se puede concebir sin la amistad, y por eso estamos conversando también, venciendo al tiempo".
Llamados por Zézar López, se reúnen ante la cámara los tres amigos. Es la manifestación universitaria del capítulo nueve. Filmada con los pies (de quienes huyen de la represión) o con las patas (de los caballos de la policía), cuenta con el único atenuante de un Mella o Melloide más en talla que aquel Mella que encarnara Sergio Corrieri en el biopic de Enrique Pineda Barnet, primo del presidente de la UNEAC de los chihuahuas.
Luego, no de su paso, sino de su escurrimiento por la manifestación, José Cemí vuelve a casa y lo que le cae encima es nitrón, caoba virreinal, mulsogar para mamíferos: el teque de doña Rialta sobre la búsqueda de un destino.
Es aquí donde Tomás Piard demuestra que es un duro que no le tiene miedo a nada, guapo hasta las costuras. ¿Iba a amilanarse él ante un diálogo sumamente teatral? ¿Iba a dejar Mayeya de jugar con los santos? Por el contrario, Piard se inventa un espacio de teatro, y apunta play hacia Eslinda Núñez, que, la pobre, ha tenido que bregar con dos de los diálogos más plomos de una cinematografía abundosa en diálogos plomos. (Me refiero a la monserga marxistoide que le hizo recitar Humberto Solás para el papel de Isabel Ilincheta en Cecilia y, ahora, a esta Rialta.)
Y, bueno, como ya la cosa se botó de teatral, el difunto coronel Cemí, interpretado por Jorge Martínez, empieza a dar unos paseítos por el fondo del escenario vacío en el que madre e hijo hablan. La ocasión se muestra propicia para encaramarse en flashback y llegarse hasta la muerte del coronel, hasta sus palabras últimas de recomendación a Oppiano Licario.
Al terminar su tremenda parrafada, quedamos convencidos de que Eslinda Núñez puede hacer, cuando quiera, el papel de Primera Declaración de La Habana. Eslinda Núñez podría hacer de campana de La Demajagua.
Y ahora, señores, respiren hondo y abran los ojos poquito a poco, que en la recurrente cena familiar penetra el pavo. ¡Y qué pavo!
"Pavón sobredorado", lo calificó Lezama, y que nadie inicie campaña de mensajes electrónicos por la presencia de este Pavón en pantalla.
Sin desdorar a los actúantes, él es el verdadero protagonista de El viajero inmóvil. Ni siquiera en La última cena o en Concierto barroco habráse visto bestia tan magnífica. Y me complace desmentir desde aquí a cuanto rumor juró que se trataba de una escultura de José Villa Soberón, artífice de las estatuas habaneras de Lennon, Hemingway, Teresa de Calcuta y el Caballero de París.
Para desmentir tales rumores, no hay más que ver cómo resulta lasqueado. Y, como no podría ser de modo diferente, apenas se inicia el proceso de lasqueamiento, quien asoma moropo es Pablo Armando Fernández, pegado desde siempre al jamón, al pavo y al whisky.
Pablo Armando, que se pone espírita y habla de la creencia lezamiana en el renacimiento y en la reencarnación.
Pablo, que departe de lo vivo que está muerto.
Cuaja entonces la cena. La molienda alcanza verdadera altura intelectual en cuanto comprendemos que todos son espíritus. José Lezama Lima, Eslinda Núñez, Jorge Alí, Herminia Sánchez en el papel de doña Augusta, Pablo Armando Fernández, César López, Reynaldo González, Ciro Bianchi Ross: todo es espiritismo, salvo el pavo.
Por eso los actores y escritores sentados a la mesa están iluminados como flanes en una vidriera de madrugada.
Por eso ponen cara de trance: fuerte que es la corriente del espiritismo de cordón.
La cena de El viajero inmóvil deja de ser comparable con alguna escena de La edad de la inocencia (realizada por Tele Camagüey) o Fanny y Alexander (realizada por Tele Damují) para alcanzar lo misterioso de Los otros (realizada por el ICAIC). La familia Olaya se ha reunido, no tanto para cenar, como para invocar a Ciro, Reynaldo, César y Pablo, sueltos espíritus de la UNEAC. Entra así, invocados por personajes novelescos, el espíritu de la mejor crítica chihuahua.
Y, para el puntillazo, un etéreo más: Félix Guerra reflexiona a propósito del barroquismo de Lezama Lima. Félix Guerra, que perpetró hace unos años cierto libro de entrevistas con José Lezama Lima (Para leer debajo de un sicomoro) donde su método de trabajo no contemplaba grabadora o anotación taquigráfica, lo cual le permitió recoger frases como la siguiente, más achacable a un torpe Guillermo Cabrera Infante que al Lezama de otras entrevistas: "Pero fuí derecho a graduarme de Derecho, lo que me proporcionó un derecho festivo: bailar el baile entre la rumba y el violoncelo, cascar nueces a martillazos o al ritmo del Cascanueces, trepar la palma para ver a Palma de Mallorca o las crestas del gallo de Mariano". Sic y sic.
No vaya a suponerse que la osadía de un cineasta como Tomás Piard se reduce a colar entre los personajes lezamianos a cuatro o cinco catedráticos con tanta luz como los bombillos ahorradores. No.
Nereida Naranjo.
Nanook el esquimal.
Nietoschka Nezvanova.
Nonoxinol, eficaz espermaticida.
Noooo, porque ya no extraño como antes tu ausencia...
Lo que de verdad abisma y da dentera es que, mientras los chicos de la Generación del Cincuenta disertan ante la familia Olaya, un joven José Lezama Lima, invisible para los comensales, revolotea alrededor de ellos y no pierde sílaba de lo que se habla. Lo que hace a esta reciente producción del ICAIC un clásico del cine cubano de terror es que Pepito Lezama siga arrobado ante cuánto hablan estos maestros emergentes. Como si la profecía de su genio hubiese de venirle de las mentes boniatóxicas de Ciro Bianchi Ross, Reynaldo González, César López, Pablo Armando Fernández y Félix Guerra.
Ya lo dice la definición de extrañeza, según la Orquesta Ritmo Oriental: "Esto es tremendo, tremendo./ Ay, ni yo mismo lo comprendo./ Esto es tremendo, tremendo./ Ay, ni yo mismo lo comprendo".
Tomás Piard hace que su película ande recorrida, además, por una voz en off. Un actor da voz al Lezama Magister. Lezama magister responde a la entrevista que le hace, en el papel de reportero, el mismo actor que fungue como joven Lezama: Georbis Martínez. ¿Querrá esto decir que se trata, en el fondo, de un diálogo entre dos Lezama Lima, uno joven y otro anciano? Quien decida acompañar la proyección del filme con algo masticable (unas rositas de maíz fuera de la sopa, por ejemplo) haría bien en tragarse cualquier reclamación lógica como si de una rosita más se tratara.
Pero, ay, la voz del viejo Lezama entrevistado hace referencia a la poesía, menciona a Apolo, y en la película aparece éste.
Apolo, dios, con lira.
Apolo, ¡Dios!, con lira.
Apolo y su corona de laureles.
Apolo con el mismo modelito que vistiera Brad Pitt en el sitio de Troya.
Apolo, igual que la calamidad, no viene solo.
Lo acompaña una monja que pudiera ser Sor Juana Inés de la Cruz, quizás traída por la frase de Octavio Paz con que cerrara su discurso de guagüero Ciro Bianchi Ross.
O que pudiera ser Santa Teresa de Jesús, quién sabe. Porque el espiritismo tiene sus inconvenientes y uno de ellos (no el menor) es que cualquiera pasa en ese momento por allí y, considerándose invitado, se deja caer en plena sesión. ¡Aé, alza los pies, congo, aé!
Ya no más cena, concluye la dichosa cena del capítulo siete. Tendría que venir entonces el fálico capítulo ocho, y viene, sí, porque Tomás Piard no se arredra. Pero que no cundan las esperanzas, no se me hagan ilusiones, gente feliz de las Ciudades de La Llanura. Pues, si bien en la comida del capítulo anterior hubo pavón, las escenas eróticas van a dejar hambreado al personal. Los empleados a cargo de la producción supieron dar en La Habana con algo tan difícil como un pavo gordo y, sin embargo, a la hora de encontrar un Farraluque se amarillaron de mala manera. Farraluque falta; y no digamos Leregas.
La voz en off habla del cuerpo humano como una de las más hermosas formas logradas, habla de la cópula como el más apasionado de los diálogos, y lo que despacha en este punto Tomás Piard son unos cuerpos modosamente enseñados y unos escamoteados acoplamientos: perro sin tripa y jurel del tercer grupo.
Se desnuda el seudo Farraluque y la cámara no suelta más que una foto carné suya. Y la criadita a la que acto seguido pasará la cuenta está tendida bocabajo para quien tenga suficiente con sus nalgas. El seudo le va encima, diríase que le aplica el machacapapa (la cosa ocurre dentro de una cabina de fotomatón), ella sonríe con malicia, y sanseacabó.
Camina Farraluque con el torso desnudo (puede o no llevar pantalones, puede vestir ropa interior femenina o ir sin piernas sobre un carrito de lisiado: nunca lo sabremos), va a que una suerte de cuerpuda Amy Winehouse le zumbe una fellatio, y contesta con unas muecas que permiten imaginar que, si los personajes de La Comedia Silente tuvieron vida sexual, así debieron encarar la eyaculación un Cara de Globo, un Soplete, un amigo Luz Brillante... Y, llegado el episodio del enmascarado en la carbonería (que en el libro es pornografía para Alfonso XIII), todo se escamotea salvo el derrumbe de la habitación.
Tomás Piard se arriesga, con estas escenas, al boicot de los disparadores del cine Chaplin, tan visitado por él. Su única excusa podrá estar en que el ICAIC le prestó cámara encasquillada en el primer plano y el plano medio corto, cabiéndole en deuda (al realizador y a sus espectadores), el plano americano, el semidesnatado (que no es café ni yogurt), el plano figura, el plano de conjunto, el plano general y el panorámico.
Tanta lujuria mal filmada conduce a la Catedral de La Habana, a parejita de apretadores por capilla. Es la catedral, sí, pero con fuente del restaurante El Patio adentro, y ambientada con el semáforo más cercano. Porque, en tanto las parejas se retuercen en sus apretamientos, corre el agua en cascadas y la luz varía del amarillo al rojo y al verde.
Gracias a un selecto grupo de invitados ("Con las participaciones amigables de...", rezan los créditos), Tomás Piard hace zozobrar la arquetípica cena lezamiana. (Menos mal que no se le ocurrió incluirlos en las bacanales.) El filme se diluye en escenas fantásticas que no desmerecen a las de aquella vieja serie televisiva, Shiralad. Y entre Apolo, la monja, el coronel y otros figurantes puede distinguirse al Oppiano Licario interpretado por Fernando Hechavarría, confundible con un mayordomo filipino que tocase el triángulo para llamar a la cena.
Ahora bien, sentados como estuvieron a la mesa familiar de Paradiso, César López, Reynaldo González, Pablo Armando Fernández, Ciro Bianchi Ross y Félix Guerra parecen haber decidido no levantarse de allí. Llegaron para quedarse, no hay quien los saque. Finalizado el rodaje, metidos ya en la historia del cine latinoamericano (alguno de ellos había sido figurante en las fiestas de La bella del Alhambra), no abandonan la mesa que preside doña Augusta. Integran la recién fundada Comisión Nacional Cubana por el Centenario de José Lezama Lima (¿y por qué no la llamaron Comisión Nacional Cubana del País de Cuba para el Centenario de José Lezama Lima?).
Dicha comisión tiene como presidentes honoríficos a los esposos Cintio Vitier y Fina García Marruz, principales impulsores del pedraplén que va desde Lezama Lima hasta el Comité Central. Dicha comisión no incluye a nadie que no sea cubano y no esté en Cuba.
El centenario se celebrará el año próximo. Antes de que se hiciese pública esta comisión nacional-cubana-taína-criolla-rellolla-mambí-ñángara-jiribíllica había sido creada en el exilio, y para los mismos festejos, otra comisión que sí incluye a gente de adentro. (La batalla celebrada alguna vez en torno al cadáver podría continuar: Ciro Bianchi Ross integra una de las comisiones, Eloísa Lezama Lima es presidenta honorífica de la otra.)
La Nacional Cubana por el Centenario de José Lezama Lima garantizará unas obras completas, un congreso internacional, grabaciones, conciertos, representaciones teatrales, exposiciones, documentales. Buenos planes, integre quien integre la susodicha comisión, y falte quien falte en ella. Buenos planes, no importa que César López, Reynaldo González, Pablo Armando Fernández, Ciro Bianchi Ross y Félix Guerra medren.
Ha trascendido ya que el primero de estos mencionados, nunca discípulo de José Lezama Lima aunque émulo de Pero Grullo, queda a cargo de la edición de las obras completas. Y, puestas así las cosas, ¿por qué no agregar a todos esos planes alguna peliculita, un esfuerzo más del ICAIC para continuar la saga gloriosa de nuestro cine nacional cubano?
Dado lo perpetrado por Tomás Piard a partir de Paradiso, empezamos a soñar desde aquí con el Oppiano Licario que un realizador de su nivel podría regalarnos. Sea.
La lengua suelta, no. 53
¿Qué mejor que Lezama?
Breve asomo a lo chichí-ñángara
Fermín Gabor
Pasó el Gustav y luego pasó el Ike, y La Jiribilla (que no es huracán, pese al orden alfabético) sacó brillo de los viejos cubiertos de plata de la familia, hizo relucir las páginas donde José Lezama Lima describe un ciclón. Victor Fowler, enviado especial a las regiones asoladas, regresó con un texto en alabanza del bohío. Tono bíblco el suyo para el inicio, tono lezamiano, tono de revista Orígenes: "Vi el combate del hombre contra la Naturaleza y sentí que enlazaba los tiempos".
Enlazaban esos tiempos junto a Fowler el ministro de Cultura, el presidente de la UNEAC, el director del Instituto Cubano del Libro, dirigentes todos ellos que dejaron La Habana para conocer como testigos la catástrofe. Que contemplaron palmares enteros echados abajo por los vientos (aquello era un Tomás Sánchez), y gente humana encima de los techos, reponiéndolos a como diera lugar (aquello era un Antonia Eiriz).
El cronista oficial de aquella expedición anotó con curiosidad las innovaciones y variantes reconstructivas. Sin embargo, lo que más llamó su atención ("misterio mayor", al decir suyo) fue la resistencia mostrada por los bohíos. Felipe Poey no dedicó mayor curiosidad a ciertas especies naturales. Juan Cristóbal Gundlach no corrió más velozmente detrás de unas libélulas. Lean, escuchen, deleiténse con la prosa de un poeta vertical entre el mayimberío: "la resistencia increíble de la vivienda tradicional, de tablas y techo de guano, o acaso su no resistirse al viento, su secreta capacidad de amortiguación, pues donde fibrocen y aluminio fueron arrancados, estas otras permanecen en pie con su vara en tierra a un lado, en especial este último sin daño visible". ¡El bohío tiene swing!
Luego de esa incursión por la teoría de resistencia de materiales, Fowler tropieza con un preciado testimonio, el del vecino Juan Osvaldo Roig. Chorrea agua el paso de los huracanes, chorrea lírica el corresponsal de La Jiribilla. Se vuelve inmemorial, sagrado: "en un acto de conocimiento cuyas raíces se pierden en el tiempo como el amor del hombre por su tierra". Turista literato ha encontrado al buen salvaje Juan Osvaldo Roig en el batey de un antiguo central lleno de historia. Por allí han pasado los huracanes más recientes, allí cayó una bomba estadounidense en octubre de 1959, el central no existe ya porque fue desmontado "como parte de un complejo proceso de reconversión económica", elegante manera de aludir al desguace ñángara.
Llega también desde La Habana un puñado de niños saltimbanquis, "esa formidable compañía teatral que, dirigida por Carlos Alberto Cremata, es sobre todo una escuela de humanidad". (Fowler alude a La Colmenita, cantera de histéricos: el rubito que cantaba como un tenor en las tarimas elianescas, la gorda mameyona con quien cantó Hugo Chávez...) La cruzada de los niños agrega mieles a la prosa: "La Colmenita sólo puede ser explicado a través del amor". Ay, qué bonito tú. Ay, copiámelo en esta postal, que quiero mandársela a mamá el segundo domingo de mayo. Ay, qué bien está Victor Fowler en el papel de abuelita de Carlos Alberto Cremata.
Se empieza por visitar un cementerio de palmas reales, y las palmas, ay las palmas... Ay, espera a que se me pase este jipío herediano... Dáme un vasito de agua, anda... Del pozo que está junto al vara en tierra en pie... Del vara en tierra junto al bohío que resistió de puro milagro... Agüita del arroyo que murmura, junto a la casita criolla... Antes de que una manita blanca diga adiós...
Comediantes, notario y comitiva oficial se trasladan de batey a pueblo. La crónica pasa entonces del apunte arquitectónico al teorizar más pleno, hasta las sugerencias elevadas a las autoridades: "En Cuba es posible soñar con que el alcance de una organización barrial del tamaño del país, como son los CDR, sirva para que el saber de la buena arquitectura se extienda y nos beneficie al cuidar". ¿Al cuidar qué? El resto de la frase parece habérselo volado el Gustav. O el Ike.
Fowler hace un llamamiento a las autoridades locales a "mantener vivo el espíritu porque si eso se apaga entonces las sociedades mueren". Cierra su crónica con frases contundentes:
"Fui adonde sentí que debía.
Escuché el llamado que merecía ser escuchado.
Compartí con quienes, en medio de los golpes y sin imaginar que así fuera, me purificaron.
Elegí."
¿Eligió? ¿Qué eligió Victor Eligio Fowler? Eligió el bohío antes que el fibrocen y el aluminio. Eligió el vara en tierra antes que el bohío. Eligió dotar a la chivatería cederista de misión arquitectónica. Eligió compartir con los mayimbes. Eligió chupar caña lírica antes que arremeter contra el huracán en que viven día a día esos bateyes y pueblos visitados.
Si acaso escuchó algún llamado, fue éste: "¿Fowler? Arranca pacá, que ya Abel sale de viaje..." Cree haber donado sus emociones para la reconstrucción de aquellas tierras, cree haberle otorgado vida al Juan Osvaldo Roig con quien se cruzara. Habrá soñado con la prosa calenturienta de Lezama Lima o de Martí, cuando lo suyo es más Jacinto Finalé, más la insoplable novela de Cintio Medardóvich Vitier.
Pero no acaba aquí el metío que tienen los konsomoles con Lezama. Pues la "web que con una mirada de desenfado y humor, inserta en el espectro de los medios en Internet un punto de vista objetivo sobre la realidad cultural cubana" (así se anuncia La Jiribilla) ha estrenado casona en el Vedado, en la calle 5ta esquina a D, y en el patio de esa casa (no bohío, no vara en tierra) han montado su moña trovera.
La Nueva Trova es la quimbumbia de esos muchachitos, ya se sabe. Es su pelota manigüera, su maruga más querida. Necesitan de horrible poesía, de aburridos acordes. No pueden pasarla bien si no pellizcan el cadáver de Vallejo (César, no Orlando), si no se pasan entre ellos papelitos con líneas de Benedetti (Mario, no Mario), si no recuerdan lo que conversaran el Principito y la zorra. Y Nicaragua me duele por aquí, y Nicaragua me duele por allá...
Pero, ¿con qué nombre de mujer bautizaron el patio de la sede de la revista? ¿Le pusieron Yolanda, como a la Monna Lisa de la Nueva Trova? ¿Le pusieron María del Carmen-si-vuelvo-a-encontrarte? ¿Le pusieron Mujer con sombrero? ¿Le pusieron Para-Bárbara? ¡No, señor! ¡No, camaradas! A ese patio le han puesto Baldovina: el Patio de Baldovina. Un nombre que, podrán gastarse los ojos en cuanto cancionero trovadoresco haya sido publicado, que no lo hallarán venido de canción alguna.
¿Baldovina era la hermana gemela de Longina?
¿El compromiso de María Teresa Vera?
¿El verdadero nombre de Compay Segundo?
El totí en Cuba, últimamente, es el gordo Lezama. Perro sin dueño que se encuentre, habrá salido de una página de Paradiso. Todo cabe en la fiesta innombrable, que fue la del Guatao. Así que hay que buscar a la tal Baldovina entre las páginas que escribió el tal Lezama Lima. Y de esa búsqueda en la Lezipedia sale el siguiente resultado: Baldovina es la criada de la familia Cemí de la novela Paradiso. Una sirvienta, tú, una empleada doméstica. Un ejemplo fehaciente de la abyecta servidumbre que extirpó la Revolu el primero de enero de 1959, un rezago del capitalismo.
¡Qué raro que los youngs talibans de esa misma Revolu acudan, cincuenta años después, al personaje de una criada! ¿Es que andan tan faltos de imaginación? ¿Es que no tienen símbolos poderosos y propios? ¿Es que el obrero no? ¿Es que la koljosiana tampoco? ¿Por qué no acuden a los papeles de Carpentier o de Guillén o de Cardoso o de Pita Rodríguez o de Cofiño, o hasta del propio ministro actual, que no deja de ser novelista? ¿Por qué el Patio de Baldovina, antes que el Patio de Sofía, o el Patio de la Última Mujer, o el Patio del Último Combate?
¿Qué ven esos muchachos para agarrarse de la saya de una vieja criada lezamiana? ¿Echan mano a Lezama Lima por pura inercia, porque ya lo habían desvalijado al darle cabecera a La Jiribilla? ¿A falta de Martí, Lezama? Según un tal Antonio López Sánchez encargado de reseñar el primer güiro celebrado allí, el patio es una "sutil invocación que mezcla entre sí reminiscencias lezamianas y de criolla arquitectura". Está visto que a los jiribillos (Fowler incluido) les ha dado por lo arquitectónico.
En otro rinconcito de su artículo, el compañero López Sánchez es capaz de afirmar que la música desgranada en aquel patio (ese y no otro fue el verbo que eligiera), "nos hizo mantener encendida y sin desconectar la máquina de reflexionar, el pensamiento, la profundidad en lo que se dice y se escucha, guitarra mediante". ¡Póngan un tapetico tejido a ganchillo sobre cada estuche de guitarra! Escuchése, venido de konsomol, el más puro registro chichí: "Del espacio, me gustaría asimismo no pasar por alto algunos vitales detalles. Desde la amable y dedicada atención de sus hacedores y de todo el personal implicado para con los asistentes (y no hubo nada de recursos desbordados, pero de tan amables, ese té y ese breve refrigerio sabían a gloria), hasta lo acogedor que ese mismo espíritu cortés del sitio y su ubicación y distribución, a pesar del sol, hacen que este patio sea desde ahora merecedor de toda la magia y la buenaventura posible para su conservación y buen navegar. Buena prueba de que tan solo los detalles, tristemente tan olvidados a veces, pueden ser la marca que ponga bien alto el listón de las diferencias y haga preferir unas opciones sobre otras."
Muy lezamescamente, es imprescindible rematar la reseña con invocación al Ángel de la Jiribilla. ¿Listo, Arcaño? ¡Dále, Dermos! López Sánchez esculpe: "Ojalá que ese ángel travieso y poderoso de la cultura, que bajo su dominio hace florecer La Jiribilla, extienda también su manto para este patio y su trova y su poesía, sublimes todos y útiles para el alma divertir. Al ángel guardián que resulta Lezama, desde su más allá; a su inefable Baldovina, en el más acá eterno y literario de las páginas; a los trovadores y poetas y artistas en general; a nosotros, sus complotados asistentes y a los propios hacedores, seguidores y custodios de La Jiribilla, nos toca ahora repartir sortilegios y tangibles realidades para que hinche velas y vaya alzándose viento en popa este sonoro patio. Que así sea."
Hemos pasado del Ángel de la Jiribilla al ángel que es Lezama. ¡Candela teológica y Konsomólskaya Pravda!
En otro número de La Jiribilla, Rachel Domínguez Rojas regresa al mismo patio, al patio morado, y abunda acerca del nombre escogido: "Esta vez el personaje que creó Lezama, Baldovina — de brazos cálidos y alma acogedora —, ofrece su patio a todas las almas que lo deseen, como los niños, con ojos cerrados y dedos en cruces. Este deviene el espacio donde se sublima la magia de los pequeños ratos y la alegría se hace inocente y pura."
Para labrar aún más el camafeo, Domínguez Rojas filosofa: "Muchas veces merodeamos los caminos sin llegar a hacerlos legítimos, envolvemos los días con una linda cinta de colores en espera de que alguien nos diga que son un hermoso regalo y solo entonces nos volvemos conscientes de ello. Hasta que chocamos con una hermosa canción. Entonces ocurre la metamorfosis. Las personas a nuestro alrededor nos parecen más amables, queribles. Todo parece más claro; la luz de las velas, una caricia y las palabras la más poderosa de las armas para subsistir; ellas se tiñen vigorosas, irrefutablemente vivas tal música de guitarra."
¿Y esta era la gente que iba a ser como el Ché? ¿Estos que terminan invocando a un ángel y a una criada, dos personajes del gusanísimo José Lezama Lima? ¿Qué pasó en el camino? ¿Les cambiaron a un asmático por otro? ¿Para esto han servido cincuenta años de imaginación en el poder, movilizaciones sin término, infinitos discursos, trovadores berreantes, producciones quinquenales de pañoletas de la Textilera de Ariguanabo?
No hace demasiado tiempo, La Jiribilla era una publicación que daba gusto leer cada sábado. Saña y malignidad relampagueaban en cada una de sus entregas. Combatividad, tal como se diría entre militantes. Leer La Jiribilla era como asistir a una Asamblea por la Educación Comunista: en cualquier momento se alzaba alguien, diligente chivato, y armaba el bembé. Batacumbele ñángara. De mofuco y de ampanga.
A diferencia, hoy por hoy cada sábado es una desilusión renovada. Se echa en falta el acto de repudio, la carga de caballería, la dulce chusmería ambiente, la brigada de acción rápida: todo cuanto hay que procurarse mal que bien en dispersos blogs cubanos.
Días perimetrados por lindas cintas de colores, jornadas de sortilegios y guitarras, magia y breves refrigerios, tiempos que se enlazan, angelotes: hay menos combatividad (y más ridículo) en La Jiribilla que en cualquier crónica social del extinto Diario de la Marina. Y, llegado a este punto de inflexiones versallescas, es que se le echa el guante a José Lezama Lima. Porque es de gente fina citarlo, porque viste bien, porque (como a Martí) nadie lo ha leído a derechas, porque permite hablar sin que se entienda bien lo que uno dice, porque siendo cubano parece yuma... Porque, después de tantos huracanes, ¿qué mejor que Lezama?
La lengua suelta, no. 52
Para agosto... ¡Películas!
Fermín Gabor
Una de terror: Tropezón junto al inodoro
Muerta Lilia Esteban de Carpentier (según ciertos heraldistas, descendiente del Marqués de Esteban), la Fundación Alejo Carpentier se vio abocada a nombrar nuevo presidente. Y de poco valía en ese trance el vicepresidente en funciones, Fernando Rodríguez Sosa (alias «La Insepulta»), rostro gris verdoso acostumbrado a asomarse a la pequeña pantalla para recomendar libros más anodinos que él mismo. De acuerdo a los estatutos de la Fundación, correspondía al Ministerio de Cultura nombrar presidente, así que Abel Prieto se acordó de Graziella Pogolotti, que iba camino de la jubilación y del total apagamiento.
Larga y entrañable había sido, según ésta, su amistad con Lilia Esteban de Carpentier. (Si Lilia descendía de un temprano coleccionista de art noveau amigo de Julián del Casal, marqués cuyo título no alcanzó a ostentar ella, Graziella sí que ha heredado, en achaques y en ceguera creciente, la sífilis de su padre.) Aunque aún más entrañable y lejana debió de ser la amistad que la uniera con el marido de la Doña. Tan lejana y entrañable como los episodios decisivos de la infancia.
En medio del alboroto por su nombramiento, Graziella empezó a recordar (tomo sus frases del artículo de Pedro de la Hoz publicado en Granma el 30 de mayo): « Alejo solía decir que me conoció antes de que yo lo conociera a él. Y tenía razón.»
Había una fiesta en ese recuerdo. Reventaban un motivito en el apartamento del matrimonio Pogolotti, y los padres de la pequeña Graziella no encontraron mejor acomodo que trasladar la cuna al baño. ¿Hábrase visto lugarcito más apropiado? Pero que no nos distraiga el asombro, guardemos para después la boca abierta.
Con esa complacencia que es mayor en los ciegos pues sonríen hacia adentro, Graziella Pogolotti recordó que esa noche había comida y música cubana. Comida y música cubana en la fiesta parisina de los Pogolotti. Y la cuna de la niña en el baño, donde el animalito molestara lo menos posible y se durmiera de una vez.
«Era una cuna clásica, de esas con cortinas», ha precisado su tarajalluda ocupante. Una cuna tal cual mandan las leyendas. Digna del mejor escalofrío, con cortinas apartables por la mano del Hombre del Saco. O por la mano de Baldovina, al comienzo de una novela que no pertenece a Carpentier precisamente.
Y héte aquí que el propio Alejo entra al baño del apartamento de los Pogolotti. Al baño que guarda la cuna clásica. La cuna que contiene a la infanta que, mucho tiempo después, enfrentada al pelotón que la haría presidenta de la Fundación Carpentier, iba a recordar aquella noche parisina en que Alejo Carpentier se le metió en el baño.
Así lo rememora la crítica invidente: « Alejo, según contó, advirtió que la niña estaba despierta, al tanto de la música, pues descubrió cómo con un dedo estaba descorriendo el cortinaje, imbuida del jolgorio de los mayores ».
¿Alguien tiene a mano, por ahí, el teléfono del doctor Freud ? Pongan una llamada por cobrar a Viena, por favor. Explíquenle al bendito doctor cada uno de estos detalles : la niña tan próxima a la taza del inodoro, el invitado que arriba movido por alguna necesidad, el dedito que descorre la cortina… Decidan, por favor, qué hacía Carpentier con sus pantalones, si se los bajaba o se abría la botonadura. Y, narrado lo anterior, pregúntenle al doctor Freud a qué atenernos con este recuerdo infantil de Graziella Pogolotti.
Aunque, sin desatender al trauma en la niñita, pónganse en el lugar del adulto urgido de evacuar estómago o riñones. Ya que el terror pudo llegar en sentido contrario. Antes que del Hombre del Saco, del Bebé de Rose Mary, de Tiffany (la novia de Chucky), de una Niña del Maíz, de Tata-mira-mis-ñentes, de una gremlin pasada por agua, de Regan McNeil (la niña de El Exorcista), de una resplandorcita… El hielo que bajaba por el espinazo estaba dentro de aquella cuna.
Descartemos, no obstante, el terror. Porque, tanto ésta como las películas que siguen, hablan de reconciliación nacional, de abrazo entre gente alejada, de cubanidad que es amor… Tomemos el recuerdo infantil de Graziella Pogolotti, completémoslo del mejor modo, y la visitación del baño termina entonces con Alejo Carpentier inclinado ante la cuna, no como Baldovina, sino como Doña Rialta, dispuesto a pronunciar este discurso: «Gori gori gori arrorró aé ».
Carpentier que, a punto de salir del baño, se vuelve hacia la cuna para agregar : «Algunos impostores pensarán que yo nunca dije estas palabras, que tú las has invencionado, pero cuando tú des la respuesta por el testimonio, tú y yo sabremos que sí las dije y que las diré mientras viva y que tú las seguirás diciendo después que me haya muerto ».
Y nosotros sabemos que esas son las palabras más hermosas que Graziella Pogolotti oyó en su vida, después de las que leyó en Marx y en Lenin y en Stalin, y que nunca oirá otras que la pongan tan decisivamente en marcha.
Hasta la presidencia de la Fundación Carpentier.
Una de misterio: El hotel de los senderos que se bifurcan
Edmundo García, a quien no pueden negársele sus arrestos de periodista (otra cosa es su ortografía), logró reunir en un programa de radio a la profesora Uva de Aragón y al recién electo presidente de la UNEAC, Miguel Barnet. Uva no estaba, por supuesto, en su cunita. Y, no importa cuánto empuje el carpenterianista Roberto González Echevarría para encaramar a Barnet en el camello del canon : el compañerito no va en ese viaje. Aunque, si no cabía cuna en el encuentro radial, en él no faltaría la canción relacionada con tal mueble, y pudo escucharse, inconfundible, una de las más conocidas nanas de nuestra tierra, aquélla que habla de que la literatura cubana es una sola.
Fue Uva de Aragón la que empezó a silbarla. Celebrándose en La Habana el Congreso de la UNEAC, se empeñó en enviar una salutación fraterna al cónclave mecánico, y publicó carta abierta en el diario miamense del cual es columnista. Para que luego, ¡mayúscula sorpresa!, la tal carta apareciera reproducida en el sitio web de la UNEAC.
No es intención de estas líneas detenerse en el contenido de la misiva. No dudamos de la buena voluntad de Uva de Aragón, pero la teoría de que la literatura cubinski es una sola tiene el inconveniente de acarrear a cualquier hijo de vecino, no importa en cuál río del mundo lave su ropa, algo de complicidad con El vuelo del gato y La nada cotidiana (por citar títulos respectivos de ambos Ministros de Cultura). Sin embargo, es preciso reconocer que, aprovechándose del unitarismo, Uva de Aragón deslizó varios reclamos de libertad hacia los cancerberos ñángaras.
Of course, ésas fueron exactamente las exigencias en que menos repararon Barnet y su ex-amante Edmundo García, reunidos con la epistológrafa en conciliábulo hertziano. En realidad, lo que hizo Edmundo fue pedir que le devolvieran su carnet de la UNEAC (que lo envíen a su dirección en Miami), y tratar de convencer al flamante presidente de que la casona de 17 y H haría bien en acoger a « los escritores, los artistas, los intelectuales cubanos que tengan (…) esa posición, de respeto a la nación, a la identidad, a la soberanía, a los valores permanentes de la nación ».
Como parte de esa caterva de bienpensantes, Edmundo buscaba ser parte de la UNEAC, ser representado por una organización de tanto prestigio, y tener como presidente a un escritor del calibre de Miguelito Barnet. (No trataré aquí de otras aspiraciones de Edmundo, quien se enroló en expedición de jimiquiadores hacia La Habana, para allí sostener que Fidel Castro sería para siempre el Comandante bordado en sus corazones.)
Y, a todas éstas, ¿qué respondió Barnet ? ¿Extendería carnés nuevos tal como hiciera el difunto Carlos Martí con el teatrista exiliado Alberto Sarraín ? Nananina. Como en tantas ocasiones, recurrió a los dos o tres dossiers de autores exiliados publicados en La Gaceta de Cuba, sacó a relucir por enésima vez al inspector de aduanas Ambrosio Fornet, y basta. Te he dicho que ya, Edmundo. Suéltame, no insistas, que no vamos a volver. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Pero el meollo de la conversación radiofónica estaba por llegar. Edmundo dejaba la tertulia en manos de sus dos invitados, cada uno en una orilla, y a continuación cito el diálogo establecido entre Uva de Aragón (Ella) y Miguel Barnet (Él) :
Ella: Miguel, yo creo que has hecho bien en aceptar, y es un momento importante, y creo que tu liderazgo y tu nivel intelectual y tu nombre como escritor te ayudará a que la UNEAC, en este momento, salga adelante.
Él: Gracias, Uva, gracias. Yo dije ya que espero verte aquí pronto.
Ella: Tengo planeado ir antes de fin de año.
Él: Poderte agasajar y brindarte un té, café, o invitarte a almorzar, con mucho gusto, y poder conversar más detenidamente. Como siempre lo hemos hecho en otras ocasiones. No solamente aquí, sino en otros países.
Ella: Te felicito, porque tú seas presidente de la UNEAC. Yo no he tenido oportunidad de atenderte aquí, pero todos los cubanos que han venido, y algunos que me han visitado, como Nancy Morejón, he tenido oportunidad, cuando han venido, de poder atenderlos…
Él: Y María Teresa Linares.
Ella: Cómo no, a quien quiero y admiro muchísimo. Cómo no.
Él: Que tú sabes, que es vicepresidenta de la Fundación.
Ella: Sí, yo lo sé.
Él: Y que trabaja muchísimo con sus 87 años.
Ella: Es una mujer que hay quitarse el chapeau. Hay que quitarse el sombrero.
Él: Es verdad, el chapeau.
A sus ochenta y siete años, María Teresa Linares tiene sobre sus hombros, no sólo la vicepresidencia de la Fundación Fernando Ortiz, sino también la misión de servir de tema de conversación entre Miguel Barnet y Uva de Aragón, quienes parecen no tener mucho que decirse. (¡La cubanidad es ese amor sin nada que contarse !) Ambos intercambian platicos de arroz con leche hasta llegar, por fin, a lo misterioso, a lo inexplicable, al centro del enigma. Presten oídos, gente. Hablan de un congreso de LASA celebrado en Canadá. Hablan de un hotel de Montreal. De un hotel de Montreal en cuyo lobby ocurrieron ciertas cosas que… Será mejor que les devuelva a ellos la palabra:
Él: No te vi en LASA, en Montreal.
Ella: ¿Nos vimos o no ?
Él: No, no. Tú estabas allí, pero no nos vimos.
Ella: Yo estaba allí. Pero no nos vimos. Vi a muchos colegas. Pero yo voy a ir a Cuba este año.
Él: Vi a otras amistades y vi a otros cubanos, pero a ti no te vi.
Ella: No coincidimos.
Él: Lo lamenté. Recuerdo que nos dimos una cita, y yo bajé al lobby, pero no te encontré. Algo de eso pasó.
Ella: Sí, algo de eso pasó, misterioso.
Él: Edmundo lo absorbe a uno.
Ella: A Edmundo sí lo vi.
Él: Es culpa de Edmundo.
No importa lo que haya sucedido en el hotel del congreso canadiense, Edmundo García tiene la culpa. Carga con la culpa de alejarse del micrófono y dejarlos solos cuando, evidentemente, ellos no tienen nada de qué hablar. Como en un suplicio dantesco, los dos quedan atados a sus micrófonos y, sólo a la luz de ese suplicio, puede entenderse que Ella sugiera a Él la celebración de un congreso de escritores de dentro y de fuera de la Isla.
Luego de recorrer esta pequeña pieza del absurdo, es posible cuestionar si esos dos, que no han sabido encontrarse uno al otro en el lobby de un hotel, serán capaces de emprender evento tan mayúsculo. El misterio del hotel canadiense se erige como emblema del encuentro imposible entre escritores oficialistas y escritores exiliados. Podrán acordar cita para un café o congreso, ir en busca uno del otro y, no sé sabe bien por qué razón, el apretón de mano se laberintizará, el escenario se convertirá en el escenario de una comedia donde las puertas son protagonistas, y la música de fondo, música de hotel, dejará de ser el inevitable Kenny G. para transformarse en la voz de un Héctor Téllez juvenil que canta Búscame.
Una de ciencia-ficción: Yoani’s abduction
Bajo la nueva presidencia están ocurriendo cambios en la isla Fernandina. Por sólo mencionar tres: la entrada de taínos a hoteles taínos, la permisividad de bejucos portátiles, y el Premio de Periodismo José Ortega y Gasset otorgado a Yoani Sánchez, autora del blog Generación Y.
Me detengo en este último ejemplo. Además de recibir tan alto galardón, Yoani fue elegida por la revista Time como una de las cien figuras más influyentes del mundo. ¡Guao y guao! Quienes conozcan su blog, saben que no hallarán en él análisis a fondo de las circunstancias cubanas. Tampoco las socorridas charadas de cubanólogos que fundan motines a las sombras, y reparten soldaditos de plomo entre dos bandos rivales: hombres F y hombres R. Por el contrario, en Generación Y se encontrará el goteo de la cotidianidad cubana. Cada lector agregará a esa situación su grado particular de dramatismo, según sea su pronóstico de la gota que vendrá a colmar el vaso.
Ahora bien, ¿cómo se llega a portada de Time, rinconcito reservado con anterioridad para un solo compatriota suyo, gracias a la narración de unos días que, aunque miserables, resultan relativamente pacíficos, a la vista de como va el mundo? Los honores recibidos por Yoani Sánchez están en proporción con la cantidad de prohibiciones que pesan sobre ella dentro de Cuba, con el número de restricciones que contraría al colgar cada entrada de su blog. Su recompensa es de Juegos Paralímpicos, se premia que corra pese a la dificultad de movimientos. (Sin embargo, es preciso reconocer que el alistamiento en Time le queda grande.)
Se premia en ella, no tanto un trabajo, como el riesgo que ese trabajo entraña. Riesgo que incluyera la atención personalizada del convaleciente Fidel Castro. Aunque, llegado ese momento, Yoani prefirió hacer enroque, rebajó el magno ataque a bronca dispareja entre macho y mujer, echó mano al código imperante en determinados barrios habaneros, y remitió el asunto a su marido, el periodista independiente Reinaldo Escobar (alias « Macho Rico »).
Buenísima jugada, reconocieron muchos. Sagacidad maestra. Y valiente respuesta la de Reinaldo Escobar, recordándole al ex-mandatario cuánta medalla puso en las solapas de asesinos y de sátrapas. Pero lo que pudo entenderse como una salida ingeniosa de la joven bloguera mostró también lo inconsistente de su posición. Porque, al ser objetada desde arriba y traducir tanto abuso de poder a una corta figura, escamoteaba el rango intelectual de su labor, cuando Fidel Castro arremetía, no contra una mujer, sino contra una conciencia.
Advertencia a quienes me echen en cara lo sabroso de pedir peras desde Budapest (donde escribo estas líneas, atrincherado tras un seudónimo): traigo una noticia que los acallará. Y va aquí: del mismo modo en que, a la hora del regaño lideresco, hubo un varón que respondió por Yoani Sánchez, ha saltado ya un campeón decidido a hacer de ella una verdadera intelectual. Me refiero, como habréis adivinado, a Penúltimos Días Hernández Busto.
Autor él mismo de un blog eclipsado por la aparición del blog, desde La Habana, de Yoani, poca ocasión se le presenta para ventilar su envidia hacia ella. Es Yoani (y no él) quien recibe el tremendo lauro periodístico. En Yoani (y no en él) recae la magua venturosa. Es de ella (no de él) el rostro incluido en la lista de la revista Time. Y, mientras tanto, ¿qué ha sido de su mérito de pionero de la blogosfera cubana ?
Penúltimos D. Hernández Busto echó a un lado el ejemplar de El malogrado de Thomas Bernhard que leía y prometió abducir a Yoani Sánchez. Movió sus caracoles tan velozmente como fue enterado de que la gente del grupo Prisa fallaba el Premio Ortega y Gasset. Crucial se le hizo la cuestión del viaje de la bloguera a Madrid. ¿Acaso lo permitirían las autoridades? Desde su blog, azuzó él a los perros de La Habana. «No la suelten, rottweilers», fue su secreto y más encarecido ruego. (Vió A pleno sol, la historia de Patricia Highsmith donde Alain Delon suplanta a Maurice Ronet y alcanza el premio de una vida mullida.)
Quitándose las gafas y echándose el pelo hacia atrás, comparó su rostro con las imágenes conocidas de la lejana Yoani. Y, más fácil que el metamorfosearse en la añorada bloguera, le fue hacerse pasar por comentaristas anónimos del blog Penúltimos Días con el fin de rogarse a sí mismo que recogiera el galardón. Valiéndose de anonimato o de seudónimo, se jaleaba a sí mismo desde las gradas. (¿Delon en el papel de Tom Ripley? ¡Peter Sellers, virtuoso en la caracterización de numerosos personajes!)
De contar con más tiempo, me extendería sobre las secuelas del no haber tenido abuela o quince. Podrían extraerse curiosas conclusiones a partir de la manía de algunos blogueros de dirigirse a sí mismos elogiosos comentarios anónimos. Gente que busca ser (rebajo aquí una idea de Emerson) el cake, las velas, el fuego de esas velas, quien lo sopla, las cajitas con sus dulces contenidos, las profusas cadenetas, el burro y el rabo del burro… Pero mejor regreso al caso de abducción que nos ocupa.
Era bola de esos días la de que Raúl Rivero, anterior Premio Ortega y Gasset, y conocido de Yoani y de su esposo, recogería los yaquis en nombre de ella. Raúl, lo mismo que Yoani, había conocido las dificultades de hacer periodismo allá adentro. Parecía, pues, la persona idónea para tal sustitución. Sin embargo, en Penúltimos días, blog de azaroso clima, nevaban chicharrones. Y su autor deslizaba la especie de que la mismísima Yoani le había pedido por teléfono que la representara. Por lo que no tardó en llegarle confirmación a sus deseos desde una oficina del grupo PRISA, de boca de Basilio Baltasar. (Gente versada en etimologías ha apuntado que el nombre Basilio viene del griego basileus, que significa rey. Lo cual involucra a un altamente dudoso Rey Baltasar que, mago suelto y por la libre, trajo un regalo al bloguero intrigante.)
Revuelo de hermanastras de Cenicienta, prueba forzada del zapatico de cristal: Penúltimos D. Hernández Busto entraba a la ceremonia, palpaba el trofeo antes que la premiada y, con algo de suerte, iba a embolsarse el chequendengue. (Pero si Dios sabe lo que hace, la familia Polanco, a cargo de PRISA, no se queda atrás, y no hubo cheque en la ceremonia.) Fue Ernesto Hernández Busto y no Raúl Rivero quien sustituyó a Yoani, lo cual podía interpretarse como que se le daba primacía al medio (el blog, en común con el primero) sobre el mensaje (que la acerca más al segundo).
Sigmund Freud (el mismo doctor que avisó que de ningún modo estaba dispuesto a pagar llamadas por cobrar a su consultorio) ventila en su tratado Psicopatología de la vida cotidiana varios casos de equivocaciones y tropiezos en los cuales no cabe, ni por asomo, casualidad. Su libro, rico yacimiento para el psicoanálisis de bolsillo, viene perfectamente a cuento por lo ocurrido en la ceremonia del Premio Ortega y Gasset. ¿Cómo explicar, si no, el hecho de que, agarrando la estatuilla, Ernesto Hernández Busto se lanzara a discursear sin reparar que la galardonada hablaba en transmisión directa? ¿Nerviosismo tan sólo? ¿Miopía y sordera ?
En venganza, a la hora de los canapés y las copitas, la estatua cobró peso. Pesaba más que la efigie de un halcón maltés y fue causa (junto a las extremadas intenciones del sustituto) de que al salir de allí éste encontrase vacío su estómago, seco el gaznate y menguadísimas sus esperanzas.
¿Ocasión para colar artículo en El País?
Nereida Naranjo.
¿Oferta de empleo ?
Nosferatu.
¿Patrocinio ?
Ninón Sevilla.
¿Mecenazgo ?
Noches de Moscú.
Sus planes habían tocado fondo. Tanta ambición desembocaba en un callejón sin salida. Aunque planes y ambición volverían a avivarse muy pronto. Desde que los mayimbes que impidieran el viaje de Yoani, obstaculizaban el trabajo de ella.
Para salvarla de tantas dificultades, para arrimársele de nuevo, ahí estaba otra vez el amable colega Ernesto. Con él podría comunicarse a pesar de las barreras levantadas, a él podría enviarle las entradas de su congelado blog, y él podría colgarlas generosamente en Penúltimos Días.
Ocurrencia salvífica, ¿de cuál de los dos fue ? No es díficil sospechar que de él, dispuesto a merendarse una tajada de la enorme cantidad de lectores con que contaba ella. Ya tenía a Yoani en sus garras, él era Kathy Bates y ella James Caan en la versión fílmica de Misery de Stephen King.
Si Graziella Pogolotti alcanzaba, tantísimos años después de su premonitorio encuentro en un baño, la jefatura de la Fundación Carpentier, ¿por qué él no… ?
Uva de Aragón y Miguel Barnet podían concertar el dichoso congreso (no importa que no tuvieran nada que decirse: el congreso serviría para que una mitad de sus delegados suspirara por la institucionalización, y la otra mitad por la libertad que echaba en falta), ¿por qué no iba a lograr el hacedor del blog Penúltimos días ganarse la fama y el trasiego de lectores de la hacedora de Generación Y?
Los más recientes hechos han resquebrajado tales esperanzas. A aliviarle a Yoani el encierro ha venido el diario El País, cruzándosele en el camino a Penúltimos D. Hernández Busto. El País ha ofrecido a Yoani la oportunidad de publicar una columna en su revista veraniega. La saca así de la reclusión y el silenciamiento que fabricaran para ella los mandamases ñángaras. Y es una oferta más que esquiva a Ernesto Hernández Busto. (El espejuelado niño del documento de identidad publicado en Penúltimos días ha de estar esperando por Basilio Melchor o Basilio Gaspar.)
Yoani, por su parte, haría bien en cuidarse. Cierto que parece haber sobrepasado los intentos de abducción que sobre ella se cernían. Cierto también que ha rebasado, sin evidentes consecuencias, los regaños de quien vive sus últimos o penúltimos o antepenúltimos días. Pero acaba de recibir un regalo sumamente peligroso. La publica el mayor diario español, sí, pero en su temporada baja, en suplemento veraniego. El País ha reservado para la creadora de Generación Y, no sus páginas de comentarios políticos, sino un rincón entre las reseñas de conciertos madrileños, cuentos de encargo, sopas de letras, sudokus y hospitalizaciones de Amy Winehouse.
Cuando aún podía colgar textos en su blog, Yoani Sánchez entraba a los hoteles habaneros como un corresponsal de guerra entra en campo minado. Desentendida del splash de las piscinas, iba como una flecha hasta el teclado de alquiler. Ahora, en cambio, podría encaminarse a las piscinas, dispuesta a entretener con sus comentarios sobre la vida habanera a turistas posados sobre toallas, guarecidos bajo las quince o treinta o cincuenta protecciones de sus cremas. ¿No es ése acaso el público de la revista veraniega al que El País la convidó ?
Creo que, del mismo modo en que dejara de responder a las invectivas de Fidel Castro, Yoani debió haber declinado una invitación de esa clase. Porque bien pudiera ocurrir que lo que no consiguiera el jupiterino cascarrabias convaleciente, lo consiga (generosidad y malinterpretación mediante) un poderoso grupo mediático español.
Una del oeste: Johny Guitar refilmada
La invitación que El País hiciera a Yoani Sánchez debió producir en su competidor, el diario El Mundo, parecido deseo: el de contar con una comentarista criolla. ¿Era, en diversa interpretación, la misma pieza: La Bella Cubana de Joseíto White ? En cualquier caso, El Mundo contrató a Wendy Guerra para que abriese blog en sus predios a partir de septiembre. Y, no más anunciado esto, comenzó el remake del gran filme de Nicholas Ray. Pues, sulfurosa por la oportunidad que se le abría a la joven novelista residente en La Habana, Zoé Valdés cargaba sus cartucheras y adoptaba las furias de Mercedes McCambridge.
Llamadas telefónicas suyas intentaron inflamar los más altos despachos del diario madrileño. Como tantas veces en su exitosa carrera, Madame Valdés recurrió a la difamación: acusó a Wendy Guerra de acostarse con Gabriel García Márquez («qué buen tema para su blog », debieron pensar los de El Mundo), la acusó de agente del G-2, la acusó de haberse ganado el Premio Bruguera, la acusó de vivir en La Habana…
Mercedes McCambridge poliforma, recientemente saltó a la prensa su enfrentamiento con Ileana de la Guardia. Pero ninguno de sus enfrentamientos supera al que establece ella consigo misma. Y no se trata solamente de su pasado, qué va. The best is yet to come. Lo peorcito suyo no es propiamente el pasado, sino el futuro que se truca desde ya.
No hay más que leer su último bodrio para darse cuenta de ello. La ficción Fidel lo tituló, cuando debió ponerle La ficción Valdés. Caben en esas páginas los consabidos tupes sobre su biografía (me refiero a la de ella), y caben asimismo sus pretensiones de ser considerada a la altura de Guillermo Cabrera Infante y de Reinaldo Arenas. ¡Pobrecita, ni ella misma consigue creérselo !
Prueba de esa profunda desconfianza suya es el oeste que arma en cuanto algún escritor o escritora cubana se alza con premio o libro u oferta de trabajo. Wendy Guerra abre blog y el mundo de Zoé Valdés tiembla, peligra, se viene abajo. Ante la más mínima prueba de existencia aportada por los otros, Madame Valdés pierde exclusividad, se diluye, no existe. Fidelina Castro de la literatura, ella tiene que brillar a costa de la eliminación de contrincantes. Y hablo de eliminarlos, no mediante el poderío de una obra, sino mediante presiones telefónicas y difamaciones. (Más artista, Cabrera Infante podía ser igual de macartista.)
Zoé Valdés ha abusado de su biografía hasta el punto de jurarse sitio grande en lo venidero. (Tendrá que armarse de la misma paciencia mostrada por las protagonistas piratas de una de sus novelas quienes, desembarcadas, tuvieron que esperar un siglo o casi un siglo hasta que Cienfuegos viniese a ser fundada.)
Zoé Valdés se cree tan sol del mundo moral que acusa de comuñanga recortero a todo aquel que intente aproximarse a sus logros. A juicio suyo, Pedro Juan Gutiérrez salió de un taller literario de Villa Marista para aguarle a ella la fiesta, para pisarle la sombra. Y no hace mucho acusaba a no sé quién de querer colarse en Gallimard, donde publica ella.
Y antes Alejo Carpentier, me temo.
Y antes Lydia Cabrera…
Pero Zoé Valdés siente placer en creerse que sus competidores descubrieron la importancia de Gallimard desde que ella entró allí. (Ay, cómo deber haber gozado esta muchacha paseando por La Habana los trapos conseguidos en la Embajada de Cuba en París.)
Raro entonces que, con tanto prurito de originalidad, no se lo haya pensado dos veces antes de elegir el tema de su más reciente libro. Porque, en cuanto a ficción y a Fidel, un compatriota suyo tenía ya la delantera. Me refiero, por supuesto, a Norberto Fuentes. Creánme que es una lástima que nuestra Mercedes McCambridge no vaya a acusarlo de colársele en la cola. Lástima lastimosa y lamentable. Porque, incluso en sus delirios que no la dejan distinguir verdades de mentiras, Zoé Valdés ha de sospechar lo inane de acusar a Norberto Fuentes de segurability.
La lengua suelta, no. 51
Ni Internet, ni libertad... los artistas cubanos quieren swing...
Concluye el histórico VII Congreso de la UNEAC
I
(Hojeando Premiere en la peluquería del Palacio de las Convenciones)
Fermín Gabor
Desde muchas semanas antes, ¡qué digo muchas semanas!, desde muchos meses antes de que se iniciara el VII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), ya existía gran revuelo entre las trabajadoras de la peluquería del Palacio de las Convenciones. Porque sospechaban, calculaban, aventuraban, sabían, estaban seguras de que tal evento les traería por allí rostros conocidos. No de escritores, claro está, sino de artistas. Y cuando digo artistas, no vaya a pensarse que en esa categoría caben pintores, escultores, coreógrafos, bailarines, realizadores fílmicos y demás. No. Al igual que todo el pueblo de Cuba, las trabajadoras de la peluquería del Palacio de las Convenciones entienden por artistas sólo a quienes salen por televisión o trabajan en películas. El que no esté en pantalla, que no presuma de artista.
El congreso traería a la peluquería gente de la pantalla chica y de la pantalla grande. Gente que, en medio de las sesiones de embellecimiento, soltarían noticias picantes, secretos tremebundos acerca de sus amigos y rivales, ¡chismes! Alina de la Caridad Valdés Almendros, conocida entre sus subordinadas y amigos y familiares como Cuqui, jefa de la peluquería del Palacio de las Convenciones desde hace más de una década (su antecesora tuvo problemas con la justicia), avisó la que se avecinaba. Sergio Corrieri estaba a cargo de los preparativos del congreso y, si ése era el maestro de ceremonias, ¡imagínense, muchachitas, lo que nos viene encima! (Tanto Cuqui como las muchachitas andaban por la media ronda.)
El nerviosismo de las peluqueras crecía a medida que se aproximaba la sesión inaugural. Una tarde en que el salón estaba vacío de clientes, Cuqui colgó el teléfono con el rostro demudado. Dirigiéndose en voz alta a sus subordinadas, sólo atinó a pronunciar el nombre de Carlos Otero. Las muchachitas tuvieron que rodearla, exigirle explicaciones. Para escuchar entonces la tremenda noticia de que Carlos Otero no asistiría al VII Congreso de la UNEAC.
Esa tarde y el resto de la semana se fueron en discutir aquella ausencia. Pasó algún tiempo, el suficiente para hacerles aceptar que ya no verían de cerca a Carlos. Pero cuando el caso no admitía más vueltas, Cuqui volvió a colgar el teléfono de la peluquería del Palacio de las Convenciones con la misma falta de color en el rostro, y aquejada de idéntica parálisis. “¿Quién es ahora?”, gritaron a una voz sus compañeras. “¡No puede ser!”, corearon. “Charito…”, dijo una. Rosas a crédito…, prorrumpió una segunda. La joven de la flecha de oro…, recordó otra. Apenas con voz, Cuqui pronunció por fin el nombre: ¡Susana Pérez se quedaba también! ¡Susana Pérez anunciaba que no volvía al país, y lo hacía en el programa que tenía Carlos Otero en la televisión de Miami! ¡Ni el uno ni la otra asistirían al VII Congreso de la UNEAC!
La televisión cubana se vaciaba a ojos vistas. Las trabajadoras de la peluquería Clara Zetkin del Palacio de las Convenciones estaban que trepaban por las paredes. Encaramadas cada una en su sillón, pegaban chillidos como si un ratón recorriera aquel espacio. Era pánico. Era horror. Agotaron de tal manera sus reacciones que, la mañana en que sin terminar su diálogo telefónico Cuqui tapó el auricular y pronunció el nombre de Sergio Corrieri, apenas dieron señales de asombro. De buen grado admitían que aquel que fuera presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) huyera del país. Se largaba el Hombre de Maisinicú, el protagonista de Memorias del subdesarrollo, el agente invencible de la Seguridad del Estado en aquellos episodios de En silencio ha tenido que ser…
Y tuvo Cuqui que despedir al interlocutor con quien hablaba para hacerles entender que Corrieri se había ido aún más lejos que Carlos Otero o que Susana Pérez, que Sergio Corrieri había muerto.
Fallecía el jefe de la comisión preparatoria del VII Congreso de la UNEAC, y mal empezaba dicho evento. Las peluqueras del Palacio de las Convenciones se miraron entre ellas y, sin emitir sílaba alguna, coincidieron en que aquéllo iba a estar desangelado, desprovisto de glamour.
El actor y burócrata Sergio Corrieri se ausentaba, no sólo de los preparativos del congreso habanero, sino de la lista de las cien estrellas más sensuales de la historia del cine publicada por la revista estadounidense Premiere. Paquita Armas Fonseca, antigua directora de El Caimán Barbudo y una de las mordidas más prognatas del periodismo cubano, entendió escandalosa tal omisión y se obligó a escribir un artículo sobre el tema para La Jiribilla. (La Jiribilla se anuncia de este modo: “Web que con una mirada de desenfado y humor, inserta en el espectro de los medios en Internet un punto de vista objetivo sobre la realidad cultural cubana”. Lo peor de la frase no es la inserción en el espectro de los medios, sino el alarde de desenfado y humor por parte de unos militanticos.)
La lista de Premiere reservaba el primer puesto para Marilyn Monroe, guardaba el segundo para Marlon Brando, y dejaba escasísimos lugares a actrices y actores latinoamericanos. Cierto que estaba Salma Hayek en el puesto vigésimo octavo. Cierto que podía encontrarse allí a Jennifer López (“que ya ni nombre tiene en español”, la regañaba Paquita, “sólo apellido”). Y que se hallaban también Antonio Banderas y Penélope Cruz, y el número cien lo hacía el mexicano Gael García Bernal. Pero no aparecía María Félix, ni Jorge Negrete, ni Dolores del Río, ni Libertad Lamarque. Y, puesto que Paquita Armas Fonseca (que ya ni nombre tiene, sólo diminutivo) mencionaba a esos monstruos sagrados del cine de Latinoamérica, tuvo a bien colar a Sergio Corrieri entre Dolores del Río y Libertad Lamarque. Tal como suena: María Félix, Jorge Negrete, Dolores del Río, Sergio Corrieri y Libertad Lamarque. Entre la libertad y los dolores, el sensual Corrieri.
No importa que en su madurez pudiera confundirse con el camello impreso en las cajetillas de Camel. No importa que siempre hubiese sido un alfeñique a quien costaba creerse como agente secreto. Él era capaz de vestir un safari o una guayabera con mucha mayor gracia que Cary Grant una chaqueta. Los miserables de la revista Premiere lo despojaban de su lugar en la lista de sensuales del mismo modo en que los granujas de Forbes incluían al Comandante en Jefe entre los hombres más ricos del planeta.
II
(¡Bienvenidos al Planeta Mongo!)
Mal empezaba el congreso cuando Sergio Corrieri tenía que ser sustituido por Miguel Barnet, Presidente de Honor de la Asociación de Perros Chihuahuas (ojo: no de Criadores de Perros Chihuahuas) de Cuba.
Mal andaba cuando el querido Comandante en Jefe no podía presentarse en la tribuna y dejaba ese puesto a su hermano Raúl.
Era, en uno y otro caso, la misma pérdida de estilo.
El Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, sintió la segunda de estas ausencias con el peso de toda la historia. Recordó una frase de la correspondencia de Flaubert citada por Marguerite Yourcenar: “Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento en que el hombre estaba solo”. Aludía Leal al interregno entre el final del paganismo y la propagación del cristianismo, aludía a dioses muertos (¿el Comandante en Jefe?) y a un nuevo dios por venir. Y enredaba aún más las cosas cuando se ponía a recordar al abate Sieyès.
“Hemos vencido porque hemos sobrevivido”, suscribía Leal (muchos perros, aunque no chihuahuas, llevan este apellido por nombre). Y agregaba: “Cuando todo termine, quizás, querido Fidel y queridos amigos, yo podré decir como el abate Sieyès cuando le preguntaron en los días terribles de la Revolución Francesa, que no han sido los nuestros…”.
Detengo aquí la cita antes de que termine. Momento, momento. ¿Qué quiere decir Eusebio (su nombre avisa en griego que es un hombre piadoso) con éso de que todo termina? ¿Cuándo termine qué? ¿Cuando termine la Revolu? Así empiezan, como quien no quiere la cosa, los revisionismos más peligrosos: uno acepta la más pequeña aseveración de esta clase y, cuando menos se lo espera, no puede levantarse de la cama, y los médicos dicen que es diverticulitis.
¿Qué hace Eusebio Leal (siempre vestido de modosito uniforme Mao para disimular sus milloncejos malhabidos) quedando con vida y al alcance de las preguntas, cuando todo haya terminado? ¿Acaso vivirán para esas fechas el querido Fidel y los queridos amigos a quienes él alude? ¿Tales palabras no resultarían una insolencia a castigar en una viuda india, destinada a arder junto a su amado en la pira funeraria?
Vuelvo a la cita interrumpida, devuelvo el micrófono al Historiador de la Ciudad: “yo podré decir como el abate Sieyès cuando le preguntaron en los días terribles de la Revolución Francesa, que no han sido los nuestros: ‘¿Y usted qué hizo?’. Respondió, entonces, en un grito de sinceridad: ‘Yo, sobreviví a ella’”.
Piadoso Leal dice no avergonzarse de que sus hijos sean exiliados, no se avergüenza de quienes viven en el exilio. Todo ello en tanto (y aquí pesa la condicional) no se les ocurra obrar contra la Revolu que es la Patria que es el Comandante en Jefe que es el Partido que es la más rica y sabrosa que se haya en Cuba comido. (A juzgar por su actitud, pasamos de un exilio sinvergüenza a un exilio sin vergüenza.) Lo más notable de ese discurso, sin embargo, ha estado en las referencias históricas. Claro que Leal soltaba esas referencias en el medio más socotróquico que imaginarse pueda (el pércapita anual de libros leídos entre la membresía de la UNEAC es de menos cuatro) pero, así y todo, ¿no resulta sospechoso que aludiera a una ausencia de dioses, contara con un nuevo dios por llegar y osara compararse con el abate Sièyes, quien conspiró dentro de la Revolución Francesa hasta ser el principal inspirador del golpe de estado de Napoleón Bonaparte?
“Usted nos ha condenado a que la nación esté para siempre presidida por un hombre ilustre”, le espetó él alguna vez al Comandante en Jefe. Y si así era, ¿dónde encontrar ahora un sustituto ilustre? ¿Dónde hallar relevo honorable? En torno a Raúl Castro, Eusebio Leal esparció más chicharrones que flores y evoluciones prodigaban Las Jardineras al pasar ante la tribuna.
En el Palacio de las Convenciones se sobrellevaba a duras penas la ausencia del Comandante en Jefe. Un joven guataca y sonetista le dedicó una de sus composiciones. Marta Rojas aportó razones literarias para otorgarle el título de Miembro de Mérito de la Unión de Escritores y Artistas (¿y por qué no, si ella es considerada novelista en ese ambiente?). El Ministro de Cultura Abel Prieto se vio forzado a exagerar la nota en su discurso de clausura: “Hay que recordar que el principal impulsor de la democratización de las nuevas tecnologías en Cuba y yo creo que en el mundo, es Fidel”.
Por último, los trabajos del congreso de espiritistas dieron su fruto: con Miguel Barnet oficiando de médium, los asistententes recibieron un mensaje de Fidel Castro (se presentaron también espíritus de menor rango, como Antonio Guerrero y el resto de los Ya son Five) en el cual develaba los pasatiempos de su eternidad. Porque, del mismo modo en que Paquita Armas Fonseca se dedica a leer las listas de Premiere, él frecuentaba esa clase de revistas que emprende el inventario de los treinta inventos geniales que transformaron el mundo (se empieza por los diez días que lo estremecieron para llegar a los doce rincones ideales para una escapada).
“Hace dos días, en un artículo de prensa extranjera”, explicó Fidel Barnet, “se habló de treinta inventos geniales que transformaron el mundo: disco compacto, GPS y DVD, teléfono celular, fax, Internet, microonda, Facebook, cámara digital, correo electrónico, etcétera, etcétera, etcétera”.
Hasta aquí se comportaba como el principal democratizador de las nuevas tecnologías en Cuba y en el mundo. Aunque surgían de inmediato las interrogantes cruciales, relumbraba su preocupación por el género humano: “¿Puede incluso garantizarse la salud mental y física con los efectos no conocidos todavía de tantas ondas electrónicas para las cuales no evolucionó ni el cuerpo ni la mente humana?”
La pregunta coincidía con la liberalización de la venta de teléfonos móviles y la liberalización de los hoteles. ¿Y quién garantizaba la salud mental y física de esos taínos repatingados en buenos colchones, duchándose con agua caliente y pensando en el desayuno incluido de la mañana siguiente? “Un congreso de la UNEAC no puede dejar de abordar estos espinosos temas”, encargó el Comandante a los delegados.
Cada vez parecía mirar con más dolor al mundo que abandonaba. Un universo donde “ya no puede siquiera garantizarse el secreto de lo que habla una pareja en el banco de un parque”. Donde, poco antes de que se pusiera matunguito, lo habían sacado en pijama y tomando sopa en un canal de televisión de Miami. El Comandante en Jefe tomando sopa en una esquina de la mesa gobernada por su mujer, una arpía oculta hasta entonces en la mansión secreta.
(“El swing es lo más sabroso para el alma divertir”)
Como en las peores triquiñuelas orquestadas por Nitza Villapol, allí teníamos a Miguel Barnet y a Raúl Castro, y era preciso hacer un congreso con esos ingredientes. Perspicaz como acostumbra a ser, Victor Fowler declaró el aprieto en el que se encontraban. Más claro no pudo hacerlo ver el flamante Premio de Poesía Nicolás Guillén: “cualquier posibilidad futura para el socialismo pasa antes por la obligación de tener ‘swing’”.
Quienes tenían que estar al frente del congreso eran Glenn Miller y Benny Goodman. De haber sido delegados, los integrantes de El Gran Combo se habrían levantado para cantar aquel número que reza: “Yo no soy médico ni abogado, ni tampoco ingeniero, pero tengo un swing, pero tengo un swing, que muchos quisieran tener”.
A juicio de Victor Fowler, la búsqueda del swing era “el desafío cultural más serio que enfrenta el socialismo como sistema y modo de vida”. Y abundaba: “Al Estado, al Partido, a la UNEAC misma en sus diversos niveles (…) corresponde igualmente generar, organizar y alimentar esos valores impalpables que son la alegría, la sabrosura, el ‘swing'".
Otros muchos oradores insistieron en la necesidad de conseguir un discurso atractivo, una imagen engatusadora, una publicidad que despertara la ensoñación por la Revolu. “Necesitamos pasar a la ofensiva en la construcción de portadores del imaginario nacional y latinoamericano atractivos para las jóvenes generaciones”, pidió Alpidio Alonso, vicepresidente del Instituto Cubano del Libro. Y el Premio Nacional de Música Roberto Varela: “debemos aprovechar todas las técnicas modernas científicas que surgieron al servicio de la propaganda comercial para usarlas inteligentemente para educar con arte, con imaginación, con belleza, con buen humor”.
Alpidio Alonso reconoció que estaban abocados a una batalla de símbolos y que “nada resultaría más dañino que llegara [sic] a identificarse nuestra propuesta con lo aburrido y lo monótono, mientras lo divertido y cautivante se viera como algo que sólo puede venirnos de otra parte”. Aportaba metodología para iniciar la campaña: “Tratemos de encontrar en qué hemos estado distraídos para que los ídolos de nuestros niños y jóvenes hayan pasado a ser las deidades impuestas por la llamada industria del ocio sin que logremos allegarles ninguna alternativa propia, y para que se generalice cada vez más la frivolidad y la cultura de las marcas, exhibidas como credenciales de modernidad y distinción social”.
Tanta desesperación pedagógica empujó al ministro Abel Prieto a declarar, mesándose los cabellos: “No podemos aceptar, no podemos conformarnos, con que nuestros jóvenes perciban nuestros mensajes como aburridos y de pobre calidad y asocien los ‘enlatados’ yanquis con la diversión ‘moderna’ y atractiva.”
La premura de swing era llevada tan lejos que, según el informe de la comisión Cultura y Sociedad leído por el director de la Fundación Ludwig de Cuba Helmo Hernández, era prioridad número uno derribar la barrera postedénica entre trabajo y tiempo libre hasta hacer igual de alegres la pincha y el vacilón. “La política cultural por la que trabajamos, la que se encarga de esa producción artística e intelectual que aprendimos a considerar como escudo de la patria, abarca la totalidad de nuestra existencia. No admite (…) divisiones que impliquen que nuestro tiempo productivo sea el tedioso, cargante y monótono, asumido sin placer posible, y sólo porque no nos queda más remedio, mientras esperamos todas las gratificaciones del tiempo que llamaríamos libre, es decir, culturalmente improductivo”.
Lamentablemente, todos estos oradores parecían desconocer que la temporada de swing de la Revolu había coincidido con la presencia de cabello en la cabeza de Miguel Barnet y, más aún, con la coleta de niña china de Raúl Castro.
¿A cuál Herbert Matthews esperaban ahora?
Oliver Stone había estrenado ya sus dos versiones de Entrevista con el Vampiro.
Ignacio Ramonet tenía publicado y traducido (hasta al gallego) su trabuco.
¿Qué peluche del Ché faltaba por venderse?
Por la época en que no quedaban esperanzas para el Tercer Reich, los todavía creyentes apostaron por un arma milagrosa, los cohetes autopropulsados V-1 y V-2. (La inicial venía de Vergeltung o Revancha. Las emisoras británicas la achacaron a Verzweiflung o Desesperación.) El vicepresidente del Instituto Cubano del Libro Alpidio Alonso anunció tremendo cohete autopropulsado al afirmar: “Aprovechando la gran tradición de nuestro diseño, y atendiendo a códigos mediáticos más eficaces y atractivos, si en algo debemos esmerarnos es en tratar de mejorar esas imágenes”.
Se refería, seguramente, a la gran tradición del diseño cubano, capaz de reactualizar el asiento de rejilla en la rejilla de los kicos plásticos. Y, ya desvelados por las formas, Graziella Pogolotti pegó puntada al afirmar durante una reunión preparatoria: “Para enrumbar el camino de una revolución que tiene que seguir siendo socialista, tenemos que empezar cada uno de nosotros a intentar zurcir el pedazo de realidad que nos toca”. Según la Premio Nacional de Literatura a quien le fuera dedicada a medias la última edición de la Feria Internacional del Libro, todo era cuestión de cómo se mirara: “Hacer un país, que es lo que todos hemos querido, implica utilizar lentes bifocales, ver a lo lejos y ver de cerca”.
No me permitiré aquí broma alguna acerca de esta recurrencia oftalmológica, pero sí que hago notar cómo tanta miradera puede convertirse en paranoia. Lo cual se hizo patente en las palabras de la poetisa santiaguera Teresa Melo, al afirmar: “tenemos una miríada de miradas encima nuestro”.
(Miríada de miradas miran la televisión)
Las búsquedas del swing, así como el encarne de una miríada de miradas, no podían menos que conducir al tema de la televisión. La televisión fue, sin dudas, el motivo principal del VII Congreso de la UNEAC. Pareciera revancha (vergeltung, para decirlo en alemán) orquestada por escritores y artistas contra la pantalla donde reaparecieran, poco ha, las jetas de antiguos comisarios culturales. Pareciera como si escritores y artistas se hubiesen quedado delante de sus televisores a la espera de alguna disculpa, por disimulada que fuera. Y, en tanto no arribaban las disculpas, sopláronse caravanas y caravanas de programación.
La delegada María de los Ángeles Bobes, a quien nadie podrá identificar sino por su adoptado nombre de Marilyn Bobes (ah, el swing), fue la encargada de abrir fuego contra el bulbo catódico. “Percibo en la televisión cubana todavía exceso de frivolidad y mucho aburrimiento”, aseguró. Para luego adelantar un remedio que, en caso de aplicarse, despertará verdadera añoranza por la enfermedad: “considero urgente una decisiva presencia mayoritaria de nuestros artistas y escritores más valiosos en un medio que por su masividad ejerce una influencia mayor sobre la población”.
Las sesiones del VII Congreso de la UNEAC poco o nada discutieron acerca del periodismo o de las publicaciones literarias. Fueron dedicadas, en cambio, a discutir los predios de Dinorah del Real. No escasearon, al final, las sabias recomendaciones. El iletrado presidente del Instituto Cubano del Libro, Iroel Sánchez, propuso abundar en las adaptaciones televisivas de la narrativa nacional. (Abel Prieto debió frotarse las manos al escucharlo, pues su novelita misumisu gozó ya de video-clip gracias a Sarah González, y de adaptación teatral gracias a Abel González Melo, y podría llegar, por fin, a la tevé.)
Luis Acosta, vicepresidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), anunció la creación de un nuevo canal televisivo con veinticuatro horas de programación. Reynaldo González, director de La Siempreviva, adelantó lo que podrá constituir material para una televisión a la vez educativa y atractiva: sus conversaciones con diversos presidiarios, filmadas por Léster Hamlet durante la gira que Silvio Rodríguez y otras importantes figuras culturales realizaron por las prisiones del país. (“Huracán de piedad”, bautizó Cintio Vitier a tal empresa, y valdría como título para el filme.)
En sus reflexiones acerca de la televisión, el teórico del swing y la sabrosura Victor Fowler se remitió a la serie televisiva estadounidense Lost.
Perdidos, en su traducción al español.
Perdidos en el llano.
Perdidos como una vaca en un cine…
Pedro de la Hoz, comentarista cultural de Granma y uno de los dos portavoces periodísticos del VII Congreso de la UNEAC (el otro fue Ciro Bianchi Ross, y juntos habrían firmado como Pedro Ross), escribió esta advertencia: “Inútilmente, desde cercanas y lejanas orillas, no han faltado quienes hubieran querido un rumbo diferente de este Congreso”.
Espero no ser considerado entre esa gente empeñada en dotar de rumbo distinto al congreso recién finalizado. Lejos de mí tal intención. (También espero que Eusebio Leal no se avergüence de mí. Al fin y al cabo, le habré salido más barato que el hijo a quien tuvo que ponerle una agencia de viajes en Barcelona o la hija a quien prefirió costearle la salida con tal de mantener a raya sus escándalos.)
Celebro, más bien, que el nuevo presidente de la UNEAC sea Miguel Barnet, porque su cargo podrá ayudarlo a entender que existen otros escritores. Y me complace que Nancy Morejón presida la Sección de Escritores, si es que ese cargo aporta alguna prueba a la hora de estimarla como autora.
Pero no he podido privarme de alguna aspiración tocante al VII Congreso de la UNEAC, y deseé que hubieran sido otros los delegados. Sin ir más lejos, las trabajadoras de la peluquería del Palacio de las Convenciones. Porque creo que Alina de la Caridad Valdés Almendros, tratada entre sus subordinadas y amigos y familiares como Cuqui, se habría ocupado del tema del swing con mucha más propiedad que el tal Victor Fowler.