Arcos Votivos (Selecciones)

Osvaldo Bazil

 

Greca de Arco (Presentación)

Aniceto Valdivia, Conde de Kostia

     Cuando el notable escritor gallego—y poeta en horas felices—escribió en un álbum los versos siguientes:

«En las hojas de un álbum se reflejan,
cual por mutuo convenio,
caricaturas mil que se asemejan,
porque son un muestrario donde dejan
muchos la vanidad, pocos el genio»,

hablaba de los álbums—es cierto—pero también hablaba de los prólogos.
     Yo no he leído muchos prólogos, pero entre los muy pocos que he hojeado sólo he visto dos buenos; realmente buenos: el de Theophile Gautier á la edición definitiva de Les Fleurs du Mal y el de Barbey d'Aurevilly al volumen de León Bloy que lleva por título Le Revelateur du Globo.
     Después de esto, ya pueden calcular ustedes el estado de ánimo del que firma éste. Un prólogo es más difícil de hacer que un libro. Se necesita fundir en sí, el talento del prologado y el del que prologa. Y eso no es tan fácil. Es casi imposible reunir en el mismo ser la doble faz del análisis y la síntesis — porque lo que se estira de un lado se parte del otro, y el bejuco análisis ahoga el tronco síntesis. (No hablo del genio; éste tiene — a la manera poderosa la síntesis, el análisis, la contra-síntesis y el contra-análisis.)
     La dificultad se acrecienta cuando el libro presentado al prologuista es, como en este caso, un libro de versos, y de versos en que la espiritualidad — es decir: lo inasequible — flota, empapa y satura los conceptos y las ideas, los ensueños y las manifestaciones. La fría punta del escalpelo puede taladrar un girón de bruma, pero no deja huella en el aéreo tejido que se cierra raudo sobre la desgarradura. Y en las muselinas de ensueño que son las ideas del adorable arquitecto de los Arcos Votivos, la espada de la reflexión se embota dulcemente, como un rayo de sol en el plumaje de un eider. Y el análisis abdica como un rey vencido entre los lirios divinos de una Capua ideal.
     Arcos Votivos no es un libro para Cuba. Los poetas que aquí padecemos — excepción de Casal el nostálgico, de Uhrbach el romántico, de Zenea el melancólico, y algún otro (dejo margen a la vanidad que se corona reina) son groseros a fuerza de plasticidad. Esos poetas (así se les llama) confunden lastimosamente la Retórica con la Poesía. No basta rimar a la manera impecable y hacer que se tesen armoniosamente los dos lindos labios rosados, grises o azules del consonante; no basta cortar la cadencia en la estrofa, como la brisa del Pausilipo corta con el filo de su ala la sábana azul napolitana estriándola brillantemente. No basta para hacer un gran poeta, que todos los arreos del estilo recamen el cuerpo del poema, de la oda o del canto; es preciso que bajo todo eso que asombra la mirada, lata el alma que seduce al espíritu y conquiste el ser todo. Los poetas modernos que la humanidad adora — adorarlos es leerlos diariamente — son Musset, Hegesyppe Moreau, Byron, Espronceda, Verlaine, Casal, Bécquer...— eran ferozmente incorrectos. Espronceda está erizado de ¡ay! ¡ay! casi a cada línea de su Diablo Mundo; Becquer a veces deja los consonantes en el aire; Verlaine abusa a la manera horrible del hiatus y de la gerga no muy pura; Musset casa familiarmente rimas masculinas con femeninas; pero todos ellos han dado el grito estridente del pelícano, rotas las alas por la tormenta y el aullido pasmoso de Job sobre su estercolero bíblico — verdadero sitial de la Humanidad.
     Cierto que algunos — muy pocos, tan pocos que se pueden contar con los dedos — han reunido a lo impecable de la forma exterior la grandeza dolorosa del sufrimiento humano: Heine, Baudelaire y Krasinski. Pero éstos, por encima de la magnificencia augusta de la forma, ostentan la suprema de su amargura compartida.
     Pero vuelvo a Bazil. El título de Arcos Votivos tiene a su favor que expresa a primera vista lo que es el libro. Toda estrofa es un ex-voto prendido en el altar de la Musa por los navegantes de la rima que abandonan sonrientes el puerto, o vuelven a él después de naufragar entre las tempestades. Es la más piadosa de las ofrendas. Las que perduran, porque son sagradas. Bazil ha llenado de estrofas — perfumadas de incienso como ex-votos — el arco que cierra con su comba de oro y sándalo el ara de la más virginal de las diosas. Y nunca ofrenda ha sido más dulce, más propia para cautivar inmortales dormidos en el Olimpo de la Inspiración. El carácter de las estrofas que penden delicadamente de esos arcos es noblemente litúrgico. Bazil es un poeta de penumbra — de una penumbra que cruzan rauda y sigilosamente reflejos de ideales. Su talento es como una sonrisa dulce hecha de encanto y gracia. Ha vivido como Joas, su infancia a la sombra de un templo — y algo de puramente sacerdotal ha quedado sobre la frente de su estilo. Arcos Votivos lo harán ver a los lectores en su breviario poético, que parece escrito por la pluma semi-edad media de Arolas por un admirador de Tennyson, nacido en Santo Domingo, por azar.
     Réstame hablar del hombre. Pero al bondadoso «gentil homme» que es Osvaldo Bazil, todos le conocen en la Habana. Y todos lo estiman. Yo, más que nadie. Afirmación a que me da derecho la amistad que con él me liga, amistad tan sólidamente cimentada como la Catedral de Sevilla.
     Los arcos góticos de la Giralda pueden desplomarse algún día? Es posible.
     Lo que es imposible es la caída de los arcos votivos que yo he levantado en el fondo de mi estimación y mi cariño al autor exquisito de Arcos Votivos.

conde KOSTIA.

 

Los cisnes de Rubén Darío

A Santo Domingo de Guzmán

     El profético cisne de Darío,
mitológico y blanco y misterioso,
abre sus alas en el pecho mío
y permanece torvo y silencioso.

     Oh, gran cisne! que escuchas la tormenta
que estremece los músculos de América
en una fuerte crispación violenta
y en una altiva conmoción homérica!

     Vidente anunciador es el momento
en la quietud solemne de tus lagos,
de elevar hasta Dios el pensamiento
en una turbación de signos vagos.

     Hay muchas patrias jóvenes sin suerte
que esperan con la faz adolorida
en la contienda sin igual, la muerte,
ó en la contienda desigual, la vida!

     Oh, milagroso lírico erudito,
raro y bello cantor entre las olas,
al morir, como tú, darán un grito
las vírgenes de vestes españolas.

     Y en el grito final dejar la vida
en la campaña singular, y todo!
Que en el fondo del mar desparecida
es la vida mejor que sobre el lodo!

     Hay una patria joven que respira
al través de un perfume de amaranto:
es una patria joven que en mi lira
ya se yergue en un grito, ya en un canto.

     Es mi patria, la patria siempre bella
de poetas que cantan la fortuna
á la faz inquietante de una estrella,
bajo el palio de plata de la luna.

     Y no podrá morir desamparada
de blasones que elogien su memoria,
porque tiene una página grabada
en pleno sol en su fatal historia.

     Oh cisne! ¿Qué me dice tu plumaje
que mueves en un ritmo impenetrable?
¿Acatas mi sentir? ¿Es un mensaje
pavoroso y fatal y abominable?

     ¿O es acaso que marchas al desierto
a levantar tu voz para esta América
que parece dormir, pero no es cierto,
en un ensueño dúlcido de histérica?

     Abre tus alas blancas en el medio
de la bandera fúlgida que flota
sobre todo dolor y sobre el tedio,
sobre el escudo y la fortuna ignota.

     Oh cisne! que conoces al poeta,
y pasas por sus rosas musicales
llevándote en las alas la incompleta
tremulación acerba de sus males!

     ¿La ciencia de la magia, grave y fuerte,
de tu pupila absorta y comprimida,
no sabe del dolor ni de la muerte
ni sabe del amor ni de la vida?

     No respondió a mi anhelo el cisne adusto,
su silencio es más grave todavía;
está pálido y mudo el cisne augusto,
su silencio está pleno de agonía...!

     Y una estrella se pierde en lo imprevisto.
El cisne sufre. El cielo sigue grande.
Y un águila se va, porque la han visto
sobre la enorme majestad del Ande!

 

Grecia romántica

     En el oscuro velo misterioso
que cubre tu dorada celosía,
prendo una flor de mi jardín piadoso
que te enseñé a adorar cuando eras mía!

     ¿Recuerdas? una noche tus encantos
ahuyentaron la bruma de mi cielo
esparciendo el aroma de tus cantos
en el ambiente gris de mi desvelo!

     ¡Hermosa, tú no has muerto,
tú dejas al pasar un lenitivo
para mi triste corazón desierto
que adora el carmen de tu labio vivo!

     Cuando rimé mis breves alegrías
de triste enamorado,
el rosa de tu rostro que dormía
viajaba por tu rostro apasionado!

    Y tu cuerpo de flor llenó de esencia
mis horas grises de trovar sufrido,
y al perfumar tu cuerpo mi existencia
se despertó mi corazón dormido!

     Y al vibrar de los lánguidos maitines,
te consagró mi verso sus visiones
y vi volar tu amor en los jardines
quemando rosas sobre mis pasiones!

     Y en el adiós doliente de tus rosas,
mi lira te consagra todavía
un amante collar de mariposas
entre el encaje pálido del día!

     La viva sensación de tus pudores
sobre la palidez de tu semblante
fue el orgullo de todos mis amores
que llenaron mi copa en un instante!

     ¿Recuerdas que la vida me ofrecía
para los dos un mismo pan de pena?
¡Cómo enlaza el dolor! ¡Cómo encadena
en la última noche de agonía!

     ¡Y cómo desampara la fortuna
las almas que se quieren todavía!
¡Cómo no viene al descender la luna
la que enseñé a llorar cuando era mía!

     Oh, tú, mi Psiquis lánguida que admiro,
Anadyomena triste que fulgura,
no en el grave pesar de mi suspiro,
en la onda funeral de mi amargura!

 

Los ojos de Juana Borrero

(ante su retrato)

                   A su hermana Dulce María

     ¡Salve, divina muerta!
Es un viajero triste el que te habla,
que ha soñado mirar en tu pupila
asomar una lágrima.

     ¡Salve, lírica triste!
Es poeta también el que te canta;
porque ha visto en tus ojos mucho cielo
y sol y toda el alma.

     ¡Oh, Musa que te fuiste
en el regazo de una tarde blanca
a ese lánguido azul y misterioso
que está lleno de lágrimas!

     Divina Musa enferma,
¡cuánto lamento que no estés cercana,
para ver tus idílicas angustias
en sólo una mirada!

     Esos ojos intensos
¡qué distantes están en la esperanza!
Me parece que quieren expresarme
muchas cosas del alma!

     Esos ojos enfermos
guardan aún sus rimas apagadas,
que no pudieron dar al triste muerto
de la triste mirada!

     Ese noble poeta
no pudo contener sus fuertes alas,
y sin duda al volar pensó en tus ojos
y quedaste en sus ojos asomada.

Cuánto adoro tus ojos
que encendieron tu vida de romántica
en la floresta, lírica del verso
que era antes mirada!

     Y cuentan que los astros
amaron el fulgor de tus miradas
hasta el punto que el cielo no sabía
si eran astros o alma.

     Si era tu alma diluida
en el fuego de un ósculo de amada;
porque siempre tus ojos encendían
un cielo en tus miradas.

     Es un culto tu nombre,
oh, enferma de la olímpica Castalia
que detuviste un sol en tus pupilas
y en tu cítara el alma.

Julián del Casal

A Enrique Hernández Miyares

     Ascendiste a la cumbre de lo ignoto
y sollozaste luego adolorido:
inmensidad de luto en cada voto
que sembraste en el antro del olvido.

     Sé que fuiste un romántico devoto
de lo bello en las alas y en el nido
y en el bosque humanal eras un loto.
... Ruiseñor que al nacer ya estaba herido.

     Y al volar, ruiseñor, tú comprendiste
que la senda era larga y era triste,
y pasaste la vida sollozando

en tu rosal, un himno a la belleza,
y ante tu nido lleno de tristeza,
las estrellas conmigo están llorando.

 

Los funerales de la luna

          A Ramiro Hernández Portela

     Se purpuraba frágilmente el día.
Tocaron á mi puerta sin reposo;
algo muy triste y vago y doloroso
me llamaba en su última agonía.

     ¡Parecióme sentir que se moría,
si le dejaba allí como angustioso
supliciado que pide un amoroso
rincón donde escuchar una alegría!

     Entreabrí, vacilante, la ventana,
interrogué la soledad arcana
y nadie respondió ni quiso entrar.

     Alcé la vista al cielo, y vi dos nubes
como dos alas blancas de querubes
llevándose la luna sobre el mar.

Habana: Imprenta Avisador Comercial 1907