Who are you? Se busca a Enriqueta Faber(1)
Enrico Mario Santí, University of Kentucky
Querido Antonio,
Hace tiempo que no hablamos. ¿Cuánto? ¡Diez años! Parece que fue ayer que estábamos tomando Glenlivet 24 en la cocina de tu casa. Muchos cambios por aquí. Ahora tenemos un Presidente negro. Y un Papa argentino (bueno, nadie es perfecto). Un nuevo tipo en Rusia, su nombre en Cuba se pronuncia PUTÍN. Me imagino que el de su novia, según la costumbre por allá, se dice PUTÍNA…. Cuba y USA ahora tienen relaciones diplomáticas. Por fin abrieron embajadas. Solo que la de Washington no deja entrar a ningún cubano, y en la de La Habana los cubanos arrasan porque irse para Miami. ¡Del carajo!
Pero la mejor noticia es que tu novela Mujer en traje de batalla por fin salió en inglés, Woman in Battle Dress. La tradujo, casi perfecta, Jessica Powell, una americana que sabe mejor español e inglés que tú y que yo, alumna de nuestra amiga Jill Levine. ¿Que quién la publicó? ¿Te acuerdas de City Lights, la librería comunista de San Francisco? OK, no comunista, izquierdosa, poetas beat, hippies, todo ese rollo. Sí, la misma, la que hizo famosos a Ferlinghetti y a Ginsberg y a la que por poco le meten fuego. Muy bueno, ¿eh? Porque también publican libros. Tremenda lista, cada libro un palo. Y verás la portada del tuyo: tremendo poster. Me juego que va a ser un bestseller. Compadre, ¡es tiene de todo! Historia, aventuras, confesiones, gente mateándose, escenas en Francia, Suiza, Austria, Rusia, y hasta la misma Habana: de la tundra al trópico. ¡Y qué clase de trama! El extraño caso de esa señora que en medio de una revolución tiene que vestirse de hombre para ejercer de médico, para ser lo que quería ser.
Claro, cambiar de sexo no es nada nuevo (aunque, déjame decirte: desde que no estás por aquí, tal parece que el mundo entero lo quiere hacer!) Pero lo de Enriqueta es distinto, ¿no? Cambio de género, no de sexo. Sólo tiene que lucir como hombre. Lo que tú demuestras--¿me equivoco?—es que su decisión tiene efectos imprevistos. Termina no sólo de médico sino de escritora. Ya me imagino la pantalla: “Escritor cubano nacido en Lausana, Suiza”… (Parece un anuncio pagado por Alejo Carpentier). Henriette/Enrique/Don Enriquito cuenta la historia suya y la de su familia, sus aventuras, sus amores, recuerdos de Napoléon, revolución, guerra, sus viajes, su llegada a Cuba, cómo se vistió de hombre, después se casa con una guajirita que luego la denuncia, su humillación, su expulsión, su reivindicación. También escribe sobre lo extraño que resulta redactar memorias, una autobiografía que poco a poco se va convirtiendo en novela (por lo menos eso dice ella). La historia hecha ficción de tan bien escita que está. Wow! Alguien me dijo que le sonaba a Tootsie, Yentl, Orlando, Fidelio, Viola en Twelfth Night. Pero compadre, ¡es que tú le das a Enriqueta una vida interior que no tuvo ninguno de ellos! Por eso ahora me pregunto: ¿y eso, Antonio? ¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo es que la voz de Enriqueta, la primera persona del libro, suena tan real?
¡A mí no me engañas, compadre! ¡Paquetes conmigo, no! Enriqueta eres tú, ¿no? Madame Faber, c’est moi y todo ese rollo flaubertiano… Nada de eso, compadre… ni fuiste loca, ni travesti, ni nada que se parezca. Lo que quiero decir es que tu libro es una apología de lo que te forzaron a hacer entre el 69 y el 80, cuando por fin te escapaste de Cuba y pediste asilo en USA. Tu familia (mujer y dos hijos enfermos) se tuvo que ir en el 69 buscando ayuda médica. Pero a ti no te dejaron salir con ellos.
Años antes en Cuba escribíste cuentos fantásticos; tu modelo, tu ídolo, era Cortázar, y con esos cuentos te ganaste un par de premios importantes. Después, cuando se fue tu familia, y como prueba de buena (o mejor) conducta, te volviste no sólo un escritor realista. Te volviste, tuviste que volverte, un policía. ¿No fue por entonces que nos conocimos? La Habana, 79, Casa de las Américas, en una reunión en la que, muy guillado, te me acercaste y me dejaste caer un par de tus libros firmados. En aquel entonces te decían Benítez EL ROJO. Pero cuando ya todo el mundo estaba convencido que te habías integrado, que te habías olvidado de tu familia, y que habías entrado en el juego, te escapaste. Traicionaste al régimen, a tus amigos, a tus amantes, a los que confiaron en ti toda una década—hasta se dice que Haydée Santamaría, esa triste heroína de la Revolución de quien fuiste protegido, se metió un tiro cuando se enteró de que te habías ido. Después de París, donde fuiste invitado a dar una charla, viajaste a Berlín, pediste asilo a los americanos, y hasta diste otra charla para complacer a los de la embajada cubana. Pero como en Berlín todo era tan arriesgado, te llevaron hasta Bonn, y fue allí que entraste del frío. (Suena a John Le Carré, pero no lo es). Reunidos al fin tú y tu familia en USA, el FBI te hizo un defriefing que duró meses. Después te soltaron y empezaste a dar clases en el área de Boston, y después en Amherst, fulltime, y volviste a tu carrera de escritor. También te caían pegas de universidades, como Cornell, donde yo enseñaba. No tomabas aviones de lo peligrosa que se había vuelto la piratería, y ese día manejaste desde Amherst hasta Ithaca—a mediados de febrero.
Aquí en USA todo el mundo sabía que habías cruzado al otro lado. Pero tú casi nunca hablabas del otro otro lado. Querías ser un escritor, no un disidente. Un día hasta te encojonaste con ese tipo que escribió una reseña de Sea of Lentils, la traducción de tu primera novela, porque se le ocurrió decir que era una visión marxista. A todos siempre nos dijiste que te habías ido por razones personales, no políticas. Más tarde te hiciste famoso, y con razón, con La isla que se repite: tu obra maestra. Pero su verdadero tema no era ni el Caribe ni lo Posmoderno, como anunciaba el subtítulo. Su tema era el Caos, ¿no? El caos de tu vida. El caos de todas nuestras vidas.
Compadre, ¿qué estabas escondiendo? ¿Te pidieron que no hablaras? ¿Quién? ¿Fidel, la CIA, tu mujer? Un día te dije: lamento tu silencio. Triste. Pero también te dije: no te reprocho. Decisión tuya, tu responsabilidad. Pero entonces tendrás que aguantar mis preguntas, mis comentarios. Tendrás que aguantar esta carta, que es tan triste como feliz.
Entonces se te ocurrió salir con la historia de Enriqueta Faber. Vidas paralelas, cada uno con sus confesiones. O casi. Dos huérfanos (a tu padre lo perdiste de niño, nunca me dijiste cómo) atrapados en la tormenta de la Revolución que tienen que hacerse pasar por otro (un hombre, un comisario) para sobrevivir y proteger a sus seres queridos. Tú y ella también tuvieron que enterrar a sus primeros hijos. Al final, tú y ella se hacen escritores… ¡Por eso no me engañas, compadre! ¡Paquetes conmigo, no! La historia de Enriqueta es la tuya! No lo hace ni mejor ni peor. Es real. Porque coño, ¡qué bien escrita está!
Pero, ¿quién fuiste tú, Antonio? ¿Fuiste acaso uno de esos groupies de Cortázar que hoy andan regados por ahí? ¿Fuiste un comisario cultural? ¿O fuiste el profesor que cada noche tenía paliques con el fantasma de Emily Dickinson, la que le dicen la Bella de Amherst, y que vivía al lado de tu casa? ¿O fuiste tú, como Emily, como yo, como tantos otros que están hoy aquí y te te saludan a ti y a tu obra, sólo un escritor?: “I’m nobody, who are you?/Are you nobody, too?”
¡Ahí lo tienes, compadre! Apuesto a que va ser un palo. Pero a ver pronto si se hace una película pronto. Porque déjame decirte: me muero por hacer el papel de ti.
Enrico Mario Santí ocupa la cátedra William. T. Bryan de Estudios Hispánicos en la Universidad de Kentucky, Lexington.
Nota
1. Esta carta a Antonio Benítez Rojo (1931-2005) fue leída en la presentación de Woman in Battle Dress, traducida por Jessica Powell y publicada por City Lights, en la librería homónima el San Francisco el 27 de septiembre de 2015.