Junto
con los fragmentos de The Cuba Commission Report, incluimos aquí
algunos testimonios de viajeros sobre los chinos en La Habana colonial.
El primero de estos testimonios lo hemos extraído, y traducido,
de Cuba with Pen and Pencil, de Samuel Hazard (1871), época
que coincide, precisamente, con la inspección de la comisión
imperial china. Los otros testimonios los hemos tomado de La fidelísima
Habana, de Gustavo Eguren (La Habana: Letras Cubanas, 1986), que recoje
impresiones de viajeros sobre la ciudad.
El
Reporte de la Comisión de Cuba
Introducción
Denise
Helly
(fragmentos)
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La comisión que reunió la información para el Reporte
fue creada por decreto imperial por razones puramente
políticas, pero el Reporte mismo fue preparado por representantes
de un país que carecía de la capacidad, ya fuera militar
o políticamente, para proteger a sus ciudadanos en el extranjero.
De ahí que el Reporte dramatize también el espantoso destino
de quienes, sin haber cometido falta alguna, se habían convertido,
en efecto, en hombres sin nación, puesto que estaban completamente
desprotegidos por su propio país, mientras que en el extranjero
los emigrantes se convirtieron en una empresa comercial para quienes los
recibían. [...]
................................................................................................................................................
[...]
En 1870 el Capitán General demandó enfáticamente de
Madrid el cese del tráfico de los culíes. Él
había notado las dificultades ocasionadas por los chinos, subrayando
el rol que desempeñaban en la ayuda a los criollos rebeldes. Madrid,
por otra parte presionada por Lisboa, prohibió el tráfico
en 1871, pero los hacendados y sus clientes, quienes se beneficiaban del
“tráfico amarillo,” se opusieron vehementemente a detener los embarcos.
Durante 1872, 1873, y 1874, llegaron a Cuba 15,743 cantoneses, pero a partir
de entonces la orden de Lisboa de poner fin a los embarques de cantoneses
desde Macao, promulgada en diciembre de 1873, finalmente fue ejecutada.
De acuerdo con las garantías recogidas en las primeras regulaciones,
cientos de culíes invocaron la protección del Capitán
General al comparecer ante sus representantes en sus respectivas regiones.
Intentaron obtener reparaciones por los abusos físicos y las injusticias
legales a que habían sido sometidos, pero descubrieron que los funcionarios
– la policía y los empleados municipales de la Isla – eran los instrumentos
de los corruptos hacendados. Como resultado de su fracaso para alcanzar
reparaciones, los chinos, o huyeron, o se suicidaron, o se rebelaron quemando
los campos de caña, negándose a trabajar, o asesinando a
sus capataces. Muchos de ellos fueron eventualmente aprisionados o forzados
a regresar al trabajo. Dos años antes del arribo de la Comisión
Chen Lan Pin en 1872, el 20% de los chinos bajo contrato había escapado
de las plantaciones, o sea, 8,380 hombres, de los cuales 1,344 fueron capturados
y enviados a prisión en 1873. Entre 1850 y 1872, se produjeron aproximadamente
500 suicidios cada año entre los 100,000 chinos que había
en la Isla; durante estos mismos años, el índice de suicidios
entre los esclavos fue de 35 por año, pero hubo sin dudas otros
intentos no reportados por los hacendados.
De acuerdo con el testimonio de los hacendados, cerca de 3000 jornaleros
se las arreglaron para escapar de sus contratos. En 1870 el Capitán
General expresó que desde 1868 en adelante, los culíes empezaron
a ingresar en el ejército insurrecto a cambio de la promesa de emancipación.
[...]
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Tres comisionados visitaron las plantaciones que fueron seleccionadas por
el gobierno criollo con la excepción de “Las Cañas,” una
de las más grandes plantaciones del país. Los comisionados
fueron a las haciendas que tenían el mayor número de culíes,
pero visitaron también los principales depósitos municipales
y las prisiones de la Isla. Allí interrogaron a hombres que, en
su mayor parte, habían cumplido sus contratos, y a otros que habían
trabajado en compañías ferrocarrileras, fábricas de
ladrillo, fincas, fábricas de cigarro, y minas. Sus testimonios
no difieren significativamente.
The
Cuba Commission Report
III
¿Se
garantiza que los acuerdos sean comprendidos?
La petición de Li Chao-Chun y de otros 165 chinos declara que “cuando
los contratos están siendo traducidos mucho queda sin mencionar,
sólo unas pocas cláusulas son leídas, y se nos dice
que nuestro destino es Anan o Singapore, de modo que al no ser privados
de toda esperanza de regreso [a China] parece mejor, para evitar la muerte
inmediata, añadir nuestras firmas, y embarcar.” Huang Chao Ping
y otros 192 declaran: “recibimos los contratos en los barracones y no nos
leyeron esos documentos.” Kuo Chan y otros 116 declaran que “los contratos
nos fueron entregados a bordo del barco y no nos los leyeron.” Wen Chang
Tai y otros 219 declaran que “los contratos nos fueron entregados en presencia
del oficial inspector de Portugal, pero no se nos leyeron.” [...]
Chen Tung declara que recibió el contrato en el barracón
y que se le leyó.” Chen A-Kuey declara, “un extranjero me
pidió que firmara un contrato, el cual tenía en su mano,
pero no me lo leyó.” Li Ming declara, “cuando el oficial portugués
me estaba inspeccionando declaré que como mis padres vivían,
no quería ir a otro país, y entonces el funcionario me aseguró
que, si al llegar a Cuba yo estaba insatisfecho, me sería devuelto
el costo del pasaje.” Hsu A-Fa declara, “pregunté dónde estaba
La Habana y me dijeron que era el nombre de una embarcación. En
consecuencia, pensé que estaba siendo enrolado para servir a bordo
de un barco y firmé el contrato.” Hsieh A-Fa declara, “en el momento
de firmar el contrato se me dijo que un año extranjero equivalía
a seis meses chinos.” [...]
p.
41 – 42
IV.
¿Las
leyes aseguran adecuadamente el bienestar de los culíes durante
el viaje?
Las
embarcaciones – ya sean vapores o veleros – que traen a los trabajadores
chinos a Cuba pertenecen a varias nacionalidades, y en consecuencia no
están sujetos a ningún sistema uniforme de regulaciones.
Los reglamentos preparados por ciertos mercaderes españoles para
la guía de los dueños de las embarcaciones involucradas en
el tráfico en cuestión, probaron ser, en gran medida, inútiles,
por lo que es difícil comprender el objetivo de la cláusula
35 que prohibe que los chinos se afeiten la cabeza, y el de la 20 que ordena
que cuando haya necesidad de hacer reparaciones, no deberá informarse
de ello a los puertos de China, de Gran Bretaña y de los Estados
Unidos, “puesto que ello conduciría al fracaso de la empresa.”
De los más de 140,000 chinos que zarparon para Cuba, más
de 16,000 murieron durante la travesía, un hecho que es suficiente
evidencia de la ausencia de regulaciones efectivas.
La
declaración de Li Chao Chun y de otros 165 afirma que “al salir
de Macao, fuimos confinados en la bodega; algunos fueron incluso encerrados
en jaulas de bambú, o encadenados a postes de hierro, y unos pocos
fueron seleccionados indiscriminadamente y azotados hasta la saciedad como
medio de intimidación para los otros; de manera que no podemos estimar
las muertes que, debido a enfermedades, golpes, hambre, sed, o por suicidio
al lanzarse al mar, ocurrieron en total” [...]
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[...]
Las declaraciones de Lin Chuan y de otros dos afirman que no recibían
suficiente comida, que no había agua fresca y que fueron golpeados
constantemente. Kao A-Tai declara, “el tratamiento a bordo era malo y el
agua apestaba. El médico era un mal hombre, y los enfermos eran
lanzados al mar apenas morían.” Liu A-San declara, “20 hombres
se lanzaron ellos mismos por la borda.” [...] Feng A-Kai declara,
“el médico golpeaba a todos los que se quejaban por estar enfermos,
e incluso los ataba y azotaba, y tres hombres fueron muertos por él.”
Li Chin-Chuan declara, “el amo era un hombre muy malo; 12 hombres enfermos
murieron por ‘su tratamiento.’ [...] Liang Yu Te declara, “el agua
y el arroz eran insuficientes. Vi también que tres o cuatro hombres
que por su vigor físico atemorizaban al amo fueron severamente azotados,
y atados a hierros, de los cuales sólo fueron liberados al llegar
a La Habana.” [...] Huang A-Fang declara, “11 hombres se suicidaron.
Al día siguiente de yo embarcar, fuimos llamados a cubierta y 173
hombres físicamente fuertes fueron encadenados por los pies, además
160 hombres fueron desnudados y azotados con varillas.” [...] Huang
A-Cheng declara, “debido a mis conversaciones con otros, el amo sospechó
que tenía intenciones de amotinarme y ordenó a los marineros
atar, desnudar, azotar y encadenar a mí y a 31 otros.” Tsen A-Yang
declara, “no se nos permitía hablar a bordo.” Wu Chen Ming
declara, “seis se suicidaron.” Liang A-Ping declara, “el amo temía
un motín y ató y azotó a 30 hombres con gran severidad.”
Fang A-Tsai declara, “200 hombres que, debido a su fuerza física,
eran considerados peligrosos fueron encadenados.”
VI
¿Qué
les sucedía a los culíes al llegar?
De acuerdo con el artículo 13 del Decreto de la corona española
de 1860, las embarcaciones que traían trabajadores chinos a Cuba
debían – salvo en casos de repentina necesidad – desembarcarlos
en La Habana. De ahí que la práctica común ha sido
pasar a ese puerto luego de una cuarentena en el Mariel en el vecindario
de Guanajay.
La declaración de Hsieh Shuang Chiu y de otros 11 afirma que “al
desembarcar, cuatro o cinco extranjeros a caballo, armados con látigos,
nos condujeron como a una manada de ganado al barracón para ser
vendidos.” Chiu Pi-Shan y otros 34 declaran “los chinos (en los barracones
de La Habana) son tratados como cerdos y perros, todos sus movimientos,
aún sus comidas, son vigilados hasta que, luego de unos pocos días,
son vendidos.” Li Chao-Chun y otros 165 declaran, “en La Habana, luego
de una cuarentena nuestras colas cortadas, y esperamos la inspección
del comprador en el mercado de hombres, y el acuerdo acerca del precio.”
Yeh Fu-Chun y otros 52 declaran, “cuando nos pusieron en venta en el mercado
de hombres, fuimos divididos en tres clases – primera, segunda y tercera,
y obligados a desnudarnos para que nuestras personas pudieran ser examinadas
y pudiera fijarse el precio. Esto nos cubrió de vergüenza.”
Chang Ting-Chia y otros 127 declaran, “al desembarcar en La Habana fuimos
puestos en venta, siendo nuestras personas examinadas por posibles compradores
y en una manera desvergonzada que nunca antes habíamos escuchado.”
Ling
A-Pang y otro más declaran, que, en el mercado de hombres a que
fueron llevados al desembarcar en La Habana, posibles compradores insistieron
en desnudarlos y en examinar sus personas a fin de determinar si poseían
o no fuerza, tal y como se hace con un buey o un caballo cuando son comprados.
[...] Chiang San declara, “en el barracón de La Habana, por negarme
a permitir que me cortaran la cola, me golpearon casi hasta matarme.” [...]
IX
Si
los empleadores violan lo estipulado, ¿qué recurso tiene
el culí ante la ley?
De acuerdo con el artículo 44 del Decreto de la corona española
de 1860, cuando los trabajadores chinos son maltrados por sus empleadores,
o sonn sujetos a cualquier infracción de las condiciones
del contrato, pueden dirigirse al oficial designado como su Protector,
el cual investigará completamente el asunto. Pero aunque los chinos,
en caso de infracción del contrato, poseen así el derecho
de presentar cargos ante las autoridades, el imperfecto conocimiento que
tienen de la gente y de la localidad, y las restricciones y el confinamiento
a que están sujetos por sus inescrupulosos empleadores hace difícil
para ellos el proveerse de este privilegio; de ahí que aún
cuando tienen éxito en presentar una queja, la reparación
parecería casi imposible.
[...]
Lin Chin y otros 15 declaran, “en las plantaciones y fincas buscamos refugio
en la muerte en cada forma de suicidio. Es imposible enumerar todas las
injusticias a que somos sometidos. Cuando tales casos llegan a oídos
de las autoridades, aceptan el soborno de los amos y hacen caso omiso del
crimen. Los ejemplos de este tipo son innumerables.” Huang Feng-Chi y otros
11 declaran, “tenemos que soportar toda clase de sufrimiento. Cuando los
términos de nuestros servicios se acercaban a su fin, pensamos que
podríamos confiar en nuestros contratos, y en que podríamos
salir y cosechar ventajas, pero esos documentos fueron retenidos como inválidos,
y nuestra libertad fue retenida también. [...] Chiu Pi-Shan y otros
34 declaran, “luego de ocho años de estos sufrimientos, le sigue
un nuevo contrato por seis años.” Yang Yun y otros 130 declaran,
“los contratos firmados en Macao eran por ocho años, pero aquí
nos encontramos con que no hay un límite para nuestro trabajo.”
[...]
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Tseng
Ching-Jung declara, “de los que estaban conmigo, uno se suicidó
tragando opio, y otro llamado A-Fu fue golpeado hasta morir. Los cuerpos
fueron enterrados al mismo tiempo y no hubo averiguaciones. [...]
XI
¿Los
empleadores tratan amablemente a los culíes?
[...]
Li Chao-Chun y otros 166 declaran, “en las plantaciones de azúcar
nos pagan $4 (papel) que vale sólo un poco más de $1 en plata,
y no es suficiente ni siquiera para ropas y comida adicionales que son
indispensables. En cada estado hay una tienda que pertenece al administrador
y a otros; las cosas son caras y de baja calidad, pero si intentamos comprar
en otro lugar nos acusan de cimarrones y somos obligados a trabajar con
los pies encadenados. ¿Cómo es posible que, al terminar nuestro
servicio, tengamos ahorrado lo suficiente para regresar al hogar?” [...]
Chen A-Fu declara, “como era joven, me encargaron vigilar los caballos
mientras pastaban. Constantemente me quitaban los pantalones, y mientras
cuatro hombres me mantenían agachado, me azotaban con una varilla.”
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XXIV
Por
lo general, ¿los hombres eligen irse o quedarse?
[...]
Lu A-Hsing declara, “desde que terminó mi contrato he sido víctima
de injusticias. Mi descontento es grande, y quiero irme no importa a donde.
Cualquier lugar es mejor que esta isla. La injusticia se ha vuelto intolerable
y es preferible la muerte.” Liang A-Hsin y otros dos declaran que su único
deseo es estar lejos de Cuba. Chou A-Tung declara, “sólo imploro
que pueda ser rescatado de esta isla. Pagaré con mi vida por ese
favor.” Yun Lin-Shan declara, “mi único deseo ha sido irme, pero
los fraudes a que he sido sometido han evitado que pudiera ahorrar dinero
para mi pasaje, por lo que el hecho de que un pasaporte cuesta más
de $100 es un obstáculo que imposibilita mi partida.” Hsieh
A-Jui y otro declaran, “aún si mi confinamiento cesara, y se me
permitiera involucrarme en un empleo rentable, me iría lejos. No
me quedaría aquí.” Tang Yu declara, “aún si pudiera
enriquecerme, no me quedaría.”
Testimonios
de viajeros
Cuba
with Pen and pencil (1871)
Samuel
Hazard
Capítulo
X (fragmento)
Sin
embargo, para mí, el local más interesante fue ése
donde se llenan los cigarrillos, ocupación que realizan los chinos.
Cada trabajador posee una pequeña mesa para sí mismo, en
la que hace, cuenta y empaqueta los cigarrillos; y son asombrosas la facilidad
y la destreza que llegan a adquirir luego de
una larga práctica en el manejo y en el conteo de estas pequeñas
piezas de papel.
Me fijé en los movimientos de uno cuyo negocio era empaquetar mazos
de 25 cigarrillos, y hacía esto aparentemente sin necesidad de contarlos;
y no obstante, con un movimiento de sus dedos él sabría decir
si había uno o dos de más o de menos, con precisión
sorprendente, simplemente por el sentido del tacto. El capataz me informó
que raramente se equivocaban. Es una vista curiosa ver a estos asiáticos,
metidos en sus overoles azules, algunos con la cabeza completamente afeitada,
algunos con una cola toda trenzada, mientras otros, que no eran muy cuidadosos,
permitían que sus cabellos crecer hasta parecer una gran brocha
negra. Todos estában, no obstante, escrupulosamente arreglados y
limpios en sus personas e indumentarias, lo cual exigen las reglas del
establecimiento que se mantenga. El dormitorio donde duermen es un modelo
de cuidado y buen orden. Cada hombre tiene su propio catre, con frazadas
y almohadas limpias, y se les exige mantener todo en la habitación
de la manera más arreglada posible. Alrededor de la habitación
pueden verse muchos artículos curiosos de la vida y costumbres chinas
-- instrumentos musicales de diferentes tipos, pizarras de juego (muy usadas
por ellos), etc. A todos los trabajadores se les exige usar un mismo sombrero
con el nombre de la fábrica en su banda, y, en efecto, todo el establecimiento
está regido por un grado de precisión militar bastante notable.
Para los chinos, quienes son trabajadores contratados que pertenecen a
sus dueños, hay un sistema de castigo en forma de multas, siendo
la más severa aquélla que se les impone a los fumadores de
opio, los cuales tienen que pagar, por cada ofensa, la gran suma de diecisiete
dólares; y por jugar, se les confisca todo su capital, siendo éste
invertido en la compra de tickets de lotería, generalmente para
el beneficio de los chinos (149 -- 150).
Wild
Life in Florida with a Visit to Cuba (1873)
F.
Trench
Aunque la suerte del pobre esclavo africano en Cuba es horrible, la del
desventurado asiático que está atado por un contrato, me
pareció más lastimosa aún. El semblante pálido,
el cuerpo débil y el aspecto abatido de los infelices chinos eran
penosos a la vista. Habiendo disfrutado de libertad hasta el momento en
que un destino fatal le hizo dejar su país nativo, el infeliz chino
es maltratado a bordo del barco de manera atroz, y al llegar a Cuba se
le compra, vende, azota y se le obliga a trabajar de igual modo que a los
esclavos negros. Su inteligencia natural y su inclinación innata
a la libertad se rebela y, o bien se escapa y busca trabajo en la ciudad,
o se convierte en un ser miserable y desventurado.
Sostuve una larga conversación con un español, dueño
de esclavos negros y amarillos sobre los
sirvientes chinos. Me explicó que se les contrata para que sirvan
durante siete años, recibiendo una cantidad convenida de alimento
y dinero, y admitiéndose que se enferman cada tres meses, pero si
se enferman por más de cuatro meses al año tienen que servir
un tiempo extra equivalente a la duración de la enfermedad. La ley
prohibe que se les someta a latigazos, o al traspaso de sus contratos,
pero en ambos casos se burla la ley, y los cubanos compran y azotan a sus
esclavos chinos abierta e impunemente.
Pregunté qué le sucedía al chino al terminar su contrato
de siete años. Me respondieron que el gobierno se hacía cargo
de ellos, de manera que ni después de siete años o más
recuperaba el desdichado su libertad. La opinión de mi informante
sobre su carácter no fue nada encomiástica; me dijo que eran
mentirosos, deshonestos, holgazanes e inclinados a los crímenes
más atroces. Estimaba el precio del contrato por siete años
del sirviente chino en quinientos pesos oro, y se lamentaba de que uno
de sus criados, por el que había pagado esta suma, estuvo al comienzo
enfermo durante tres meses de seis y que entonces se escapó, sin
que pudiera lograr que su hermano que estaba también a su servicio,
le dijese adonde había ido a parar, aunque había tratado
por todos los medios a su alcance que lo hiciera. ¡Infeliz! pensé,
al observar la expresión del rostro del español.
Mientras me encontraba en la Habana llegó un comisionado del gobierno
chino para investigar la condición de los culíes contratados,
por haber llegado al Celeste Imperio las quejas del cruel tratamiento a
que eran sometidos. Conocí al comisionado en una recepción
nocturna, un mandarín rollizo y corpulento con su trenza, aparentemente
no muy enérgico, pero acompañado de un secretario listo y
bien educado. No había nadie, entre las personas más aptas
para formar un juicio, que pensara en la posibilidad de una medida eficaz
para beneficio de los pobres chinos que no fuera la prohibición
absoluta de exportar culíes a las Antillas Españolas y la
prevención del tráfico por la flota inglesa (368 -- 9).
Cuban
Sketches (1881)
James
W. Steele
Cuando
llegó a Cuba por primera vez, un miserable extranjero en una tierra
inhóspita, reducido casi a la condición de esclavo, su trenza
fue cortada, y fue bautizado con un nuevo nombre del santoral como José,
o Crispín o Diego. De alguna forma se le hizo renunciar a su paganismo,
y adaptándosele para una residencia en un país más
pío que China, puede decirse que ha sido fumigado rudamente. Sin
embargo, si usted entra hasta el último cuarto de su tienda, encontrará
allí, entronada en su urna roja, la deidad en la cual continúa
creyendo, con cada una de las minucias propias del servicio religioso.
Desde luego que es reprobable esta isla de paganismo no converso ni regenerado
en un país devoto de la verdadera iglesia. Sin embargo, ¿dónde,
en nuestro país o en Cuba, encontrará usted otro hombre que
mantenga a su dios tan cerca de su negocio, y que sea lo suficientemente
religioso como para hacer de su tienda un templo? (382) |