Tanto
como los negros
Pedro
L. Marqués de Armas
Tanto como los negros, los chinos han estado vinculados a cantidades; existencia
numérica, imaginario
de masa rara vez singularizable. Son dominados por cómputos: el
garrote, el suicidio, la cárcel, Mazorra, etc. Pero es como si todo
ese desastre no pudiera ser narrado. Sus héroes son apenas residuales.
Se les tabula hasta la muerte.
En algunos viajeros la demanda de información - censos, etc - conduce
a ficciones donde biodeseo y biopolítica se intercalan. Por ejemplo,
para conjurar sus temores, el reverendo Abbot entrevera colonias de hormigas
- ora ordenadas/ora revueltas - con plantaciones y palenques, cafetales
y trochas. Sin embargo, nunca desquician sus alteridades. Para no hablar
ya de relatos en que unos cuantos monteros reducen tribus enteras, vueltas
al trabajo(1).
A los chinos se les conecta al ritmo eficaz de las fábricas, las
cuadrillas devienen piezas, correas de transmisión. Lo mismo si
hacen cigarrillos que ataúdes, aparecen siempre acoplados. Se les
regulariza según la imagen del péndulo, el tiempo de la producción.
Se trata en todo momento de contener el azar - lo proliferativo. Es la
etnia como estirpe mala, contagio, peste bubónica; y es, además
- desde un marxismo no menos deudor de aquella epísteme de
cálculo que el negocio amarillo supuso(2) -, la etnia
para el significante pueblo: cifras que, si bien denuncian - no cabe dudas
- podrían igualmente callar, y que - por esto mismo - recortan el
quantum
de horror.
Presentamos según este hilo tres textos: Los chinos en Cuba,
de Saco; un breve fragmento del Informe
de la comisión enviada para comprobar las condiciones de los culíes
chinos en Cuba,* encargado al mandarín Chin Lan-pin;
y Los chinos, cuento de Alfonso
Hernández Catá(3).
Digámoslo en pocas palabras: Saco deriva una economía
de los cuerpos. Allí donde cree oponer lo moral a lo material,
se trata de otra articulación. (También el negocio amarillo
impulsó la estadística criminal; y, en consecuencia, una
serie de debates como los que tienen lugar - según cálculo
nacionalista - a partir del reporte de 1862.)(4) No se trata tanto
del crimen como recurso para refutar la trata, como sí de un uso
de él: la criminalización. Saco - que ya ha empleado números
a propósito del cólera - es el criminalizador por excelencia:
ora negros, ora asiáticos. Así, su temor de ver convertida
a Cuba en una “pequeña China”, es otro recurso en este mismo sentido.
Del texto de Chan Lin-pin se ha dicho que dramatiza (o desvirtúa)
las condiciones de los colonos; y es cierto. No podía ser otro modo
trantádose de un documento político - legal -, escrito a
nombre de una nación, que habla por ellos. Pero se deja leer, también,
como un relato aparte. Ni simple colofón - Pérez de la Riva
lo usa como apéndice a su historia económica -, (5)
ni tampoco indomable encuesta. Y es que, a fuerza de repetirse, estas declaraciones
calan diferentes nódulos, cierto festín de muerte - o dolor
de la historia - que disemina el orden propuesto por el documento. La repetición,
aquí, es lo incontenible, el exceso como fuga - incluso - frente
a lo testimonial.
Por último, en Los Chinos Hernádez Catá capta
a la masa en vías de singularizarse(6). Si una vez la liga
al ciclo de producción - como muerte -, luego la desata para agitar
un delirio que puebla la escritura; los jornaleros de Catá brotan
del sueño, de la percepción. Son el delirium, y por
tanto, implican un índice de resurección. Si bien se trata
- dentro del registro naturalista del texto, con sus estratos de clase
y etnia - de un fragmento apenas, ello basta para derivar una alegoría
que alienta - escapada - a través de la historia. Cargas deseantes,
improductivas, no están menos impregnadas de catexis social - del
desastre; y religan, sin duda, una comunidad propia, cuyo campo de consistencia
es sólo escritura.
*
Tanto
los fragmentos del texto propiamente dicho como los de su introducción,
fueron tomados de la versión (bilingüe: chino e inglés)
que publicó The Johns Hopkins University Press (1993) bajo el título:
The
Cuba Commission Report / A Hidden History of the Chinese in Cuba.
La introducción estuvo a cargo de Denise Helly. Selecciones y traducción
al español de Francisco Morán.
Notas:
(1)
Abott, Abiel: Cartas escritas en el interior de Cuba. La Habana,
Consejo Nacional de Cultura, 1965.
(2)
El carácter típicamente capitalista de la empresa de inmigración
china significó un impulso sin precedente de los sistemas de registro.
A zaga de la estadística económica se desarrollaron la sanitaria
y la criminal. Estas últimas, larvarias en la década de 1840,
ahora se extienden - ocasionalmente - a todo el país, si bien continuaron
siendo, por diversas razones, documentos poco confiables. Lo importante
a destacar, desde el punto de vista que asumimos, es que surge, o por lo
menos se afianza, una economía política de los cuerpos. La
“estadística moral”, como se la llamaba en la época, engrosa
entonces el arsenal tecnológico de los pro-hombres cubanos. Por
demás una gestión histórica como la de Pérez
de la Riva (él mismo lo declara) se inserta en esta epísteme
de cálculo.
(3)
Saco, José Antonio: “Los chinos en Cuba”, La América, Madrid,
12 de marzo de 1864.
(4)
La
Estadística Criminal de 1862, divulgada ampliamente dos años
más tarde, no fue la primera en incluir datos de criminalidad en
la raza asiática; pero como fue la más conocida generó
una cola de comentaristas. Además de Saco, Pezuela, Dumont, Bona
y Labra. Establecen entre ellos todo una polémica virtual que se
extiende por casi una década.
(5)
Informe
de la comisión enviada para comprobar las condiciones de los culíes
chinos en Cuba, ver Pérez de la Riva, Juan:
Los culíes
chinos en Cuba (Apéndice, pp. 321-437), Editorial Ciencias Sociales,
La Habana, 2000.
(6)
Hernández Catá, Alfonso: “Los chinos”, Cuentos y novelas,
Editorial Letras Cubanas, 1983, pp. 47-50. (Un análisis detenido
del cuento en el marco del nacionalismo étnico de las primeras del
XX aportaría, sin duda, interesantes consideraciones).
Los
chinos en Cuba (*)
José Antonio Saco
En el artículo titulado “Estadística criminal de Cuba en
1862”, hablé de chinos en Cuba. ¿Pero cómo y cuándo
se introdujeron en ella? ¿Son libres o esclavos los introducidos,
u ocupan una posición
intermedia entre esas dos clases? ¿Existen esclavos en China o individuos
que tengan con ellos alguna analogía en su condición social?
La respuesta a estas preguntas está enlazada con la historia futura
de Cuba y con la antigua de China.
Así como los primeros negros se introdujeron en Cuba para llenar
el vacío que dejaba en los trabajos de la colonia la mortandad de
los indios, así también en nuestros días se han importado
chinos para suplir la insuficiencia de los negros, pues entrando éstos
allí de algunos años acá en menor número que
antes, y no bastando para las grandes necesidades de la isla, llamóse
en auxilio a los hijos del celeste imperio. Formóse expediente,
como es costumbre en España formarlo para todo, y según dijo
el Sr. Ulloa, ex-director de Ultramar, en la sesión del Congreso
de 10 de abril de 1863, “este expediente tiene la información más
amplia. Han informado en él todos los capitanes generales, segundos
cabos, corporaciones y autoridades de Cuba; han informado el Consejo Real
y el Consejo de Estado; y además el decreto que fue resultado de
tantos informes, suprime todo privilegio que es precisamente su gran ventaja”.
Lejos de acriminar yo la intención de los promovedores y primeros
ejecutores de un proyecto que va llenando de chinos nuestra tierra, creo
que procedieron de buena fe y movidos únicamente del deseo de fomentar
la agricultura cubana. Pero este asunto, sencillo a primera vista, es muy
grave en sus consecuencias, pues debe considerarse bajo de tres aspectos
distintos, a saber: el de los intereses puramente materiales, el de la
moral pública y el de los peligros políticos que encierra
el porvenir. Por desgracia ni en Cuba ni en la metrópoli se atendió
a más que a los intereses materiales, y sacrificando a éstos
los morales y políticos, se ha complicado nuestra situación
aumentándose los males con que hace algún tiempo nos amenaza
la raza africana. Cuba empieza ya a sentir el veneno que en las costumbres
públicas están derramando esos corrompidos asiáticos,
y a seguir las cosas como van, no tardarán muchos años sin
que se nuble nuestro horizonte y descargue alguna tempestad.
Los primeros chinos introducidos en Cuba en 1847, fueron los que en número
de 600 contrató por vía de ensayo con un empresario particular
la ya extinguida Junta de Fomento. No era libre su importación,
y todo introductor necesitaba de un permiso especial del Jefe Superior
de la isla. En 1852 concedióse uno tan extenso, que autorizaba llevar
a ella 6000 chinos. La ordenanza provisional que regía en la materia
fue abolida, cuando el real decreto de 22 de marzo de 1854 aprobó
el reglamento formado para la introducción y régimen de los
chinos en Cuba. La facultad de importarlos sólo se concedió
por dos años, debiendo el introductor obtener previa licencia del
gobierno y someterse a otras condiciones que se le imponían. Es
de advertirse, que aquel reglamento no se le limitó a permitir la
introducción de chinos, sino que se extendió a la de indios
de Yucatán y colonos españoles; pero sucedió lo que
era de esperar; sucedió que el espíritu de especulación,
desatendiendo a éstos completamente, dirigió todos sus esfuerzos
a la inmigración de aquéllos.
Continuó la introducción de chinos en los años posteriores;
y tan lucrativo era el negocio, que en 1860 había ante el gobierno
supremo 40 peticiones solicitando el privilegio de llevarlos a Cuba; una
de ellas ofrecía al Tesoro público por la concesión,
la suma considerable de 900 000 pesos. El Consejo de Estado rechazó
esta proposición, y consultó que la introducción de
chinos confiada hasta entonces a ciertas compañías, debía
dejarse a la industria privada. Conformóse el gobierno con este
dictamen, y de aquí nació el nuevo reglamento, que, revocando
el de 22 de marzo de 1854 y todas las demás disposiciones anteriores,
fue comunicado al Capitán General de Cuba por el real decreto de
7 de julio de 1860.
Cuando se compara la conducta del gobierno en la importación de
los chinos con la que él siguió en otro tiempo en la introducción
de los negros, se notan tres grandes diferencias.
1. El gobierno nunca ha introducido de su cuenta chinos en Cuba; mas en
cuanto a negros, él mismo los importó muchas veces, no sólo
en aquella isla, sino en las demás colonias américo-hispanas.
Esto hizo en los primeros tiempos de la conquista; esto en varios años
posteriores, y esto también desde 1639 a 1662.
2. El período de las previas licencias para introducir chinos ha
sido de muy corta duración, pues habiendo empezado en 1847, año
de la primera importación, cesó con el reglamento de 1860.
No sucedió así con la importación de negros; y yo
pudiera demostrar con documentos oficiales, que el sistema de previas licencias
y de contratas privilegiadas, prevaleció por el largo espacio de
tres centurias.
3. Las licencias para introducir chinos siempre han sido gratuitas; mas
las concedidas para los negros fueron siempre pagadas y bien pagadas. A
los pocos años de haberse descubierto la América, el gobierno
convirtió en objeto de lucro el tráfico de esclavos que en
ella se empezaba a hacer. Estableció el sistema de vender licencias
para introducirlos a razón de dos ducados por cabeza, y la primera
cédula se despachó en 22 de julio de 1513. Con la necesidad
de negros en América se fue aumentando su valor y con su valor creció
el precio de cada licencia. “Pagaban por ella1 a razón de
30 ducados por cabeza, y más 20 reales del derecho que llamaban
de aduanilla, y los que no podían pagar en Sevilla al tiempo de
despacharlos, se obligaban en lugar de 30 ducados en contado a pagar 40
en las Indias, y 30 reales por los 20 que llamaban de aduanilla... Y es
de advertir, que estos derechos eran por lo tocante a la corona de Castilla,
además de los cuales por lo que miraba a la de Portugal, se cobraba
otro derecho, y también por la entrada en las Indias”.
De las licencias particulares se pasó a los asientos, y en los que
se ajustaron de 1586 a 1631, los asentistas se comprometieron a pagar a
la Real Hacienda por el privilegio concedido, 5 63 240 ducados, o sea casi
2 800 000 pesos fuertes.
En los asientos celebrados de 1662 a 1713, el derecho más bajo que
debía pagarse al gobierno por cada negro introducido, era de 33
l/3 pesos; mientras que hubo caso en que subió a ll2 1/2 pesos y
aun a más. Yo soy tan enemigo del tráfico de negros como
del de chinos; pero ya que éste existe, prefiero verlo libre de
todo tributo, pues el que se impusiera por cada chino que entrase en Cuba,
agravaría la situación del hacendado y de las demás
personas que los tomasen.
Aunque incompleto, tengo un estado de las importaciones anuales de chinos
en Cuba; pero habiéndoseme
traspapelado, no puedo hacer ahora uso de él. Limitaréme
pues a decir, que en los siete años, de 1853 a 1859, se introdujeron
42 501 chinos, y que éstos no figuraron en el censo que se hizo
en enero de 1861, sino por 34 825, de cuyo número solamente hubo
57 mujeres. No es extraño que éstas fuesen tan pocas, aunque
es permitida la introducción de familias chinas, porque no teniendo
las mujeres, y particularmente los niños, la aptitud para el trabajo
que los hombres y los muchachos de corta edad, no hallan colocación
en Cuba; y empresario que a ella los llevase sufriría un gran quebranto.
¡Quiera Dios que este estado sea por siempre durable, porque si la
importación de esas familias llegara a ser lucrativa, Cuba se convertiría
en una pequeña China!
He dicho que el censo de 1861 presentó 34 825 chinos. Corto es este
número comparado con el que habrá en los años venideros;
pero así corto ¿no se ven ya estallar insurrecciones en muchos
ingenios, acompañadas de sangre y de muerte? ¿No han difundido
a veces la alarma en los campos, temiéndose que se levanten en todo
un distrito? De los temores que hubo en el de Cárdenas, testigo
fui cuando en enero de 1861 recibía yo del Sr. D. Domingo Aldama
una honrosa hospitalidad en su ingenio Santa Rosa. Y si esto acontece hoy,
¿qué no será cuando el torrente de la inmigración
los acumule en aquella isla en número formidable?
Si las cosas siguen como van, es seguro que los chinos se aumentarán
rápidamente. El tráfico de negros, sobre ser ilegal encuentra
cada día nuevos obstáculos, así dentro como fuera
de Cuba. El de los chinos al contrario, es lícito y libre, y tan
exento está de cruceros como de la intervención y reclamaciones
de los gobiernos extranjeros. En estas circunstancias, y exigiendo el desarrollo
de la agricultura y de otros trabajos cubanos un incremento considerable
de brazos, es claro que Cuba los pedirá de preferencia a la China,
cuya inmensa población se los proporcionará a precios relativamente
más baratos que otros países. Nada, pues, exagero al decir,
bajo la perspectiva que se presenta, que la actual generación podrá
encontrarse en breves años con 200 000 o más chinos, no compuestos
de mujeres, niños ni ancianos, sino de hombres jóvenes y
robustos en su inmensa mayoría, y dispuestos ya por sí, ya
por ajeno impulso, a acometer las empresas más funestas y criminales
contra Cuba.
Si los chinos que van entrando fuesen también saliendo al paso que
cumplen sus contratas, los peligros no serían tan inminentes; pero
su exportación de la isla, lejos de ser obligatoria, depende enteramente
de su voluntad; y el único caso en que se les puede compeler, es
una eventualidad tan remota, que yo no sé si se ha realizado aún
una sola vez. Entrarán, pues, y seguirán entrando chinos
a millares y millares; y cuando nuestra tierra se halle henchida de ellos,
¿podremos gloriarnos de haber asegurado nosotros y nuestros hijos
los materiales intereses en pos de los cuales habremos corrido con tanto
afán? ¿No bastan ya los inmensos peligros de la raza africana,
para que también los aumentemos con los de otra todavía más
perniciosa?
En un informe que a nombre de un opulento hacendado extendí en La
Habana en junio de 1861 sobre el proyecto de introducción de colonos
africanos en Cuba, dije lo que ahora trascribo:
Si la raza africana
ha comprometido en estos últimos tiempos el feliz porvenir de Cuba,
la raza china, que se ha comenzado a introducir, complica más nuestra
situación, pues que en vez de dos razas inconciliables que antes
teníamos, ahora viene a juntarse una tercera parte que no puede
amalgamarse con ninguna de las dos, por ser del todo diferente en su lengua
y su color, en sus ideas y sentimientos, en sus usos y costumbres, y en
sus opiniones religiosas.
Política
muy aventurada es la que se empeñe en mantener la tranquilidad de
Cuba introduciendo varias razas y contraponiendo unas a otras. Este equilibrio
no puede ser de larga
duración, y por más
esfuerzos que se hagan por mantenerlo, día vendrá en que
forzosamente se
rompa, ora juntándose
todas las razas contra los blancos, ora dividiéndose entre sí
y auxiliando a alguna de ellas o haciéndose mutua guerra. Nunca
se olvide que al negro esclavo se le incitará a la revolución
ofreciéndole la libertad, y que al negro libre y al asiático
se les convidará con los mismos derechos que disfruta el blanco.
En nuestra peligrosa situación, vale más una prosperidad
lenta, pero segura, con brazos blancos, que no un rápido engrandecimiento
con negros y con chinos, para caer después en la sima insondable
que ya se abre a nuestros pies.
Esto se dijo en aquel informe en 1861. ¿Pero es fácil que
Cuba se resigne a entrar por esa nueva senda? Ella forzó desmesuradamente
su producción desde fines del pasado siglo; y la forzó no
con brazos de su propio suelo, sino con ajenos, introducidos del continente
africano. ¿Continuará importándolos para satisfacer
con ellos todas sus necesidades? Esto sería su perdición.
¿Pediralos y recibiralos exclusivamente de China? Su ruina futura
sería inevitable. ¿Volverá la vista a Europa para
que ella le envíe sus labradores y artesanos? He aquí su
única salvación. ¿Pero cómo inducirlos a que
emigren bajo el peso de las instituciones que rigen a Cuba? Aquí
se presenta con toda su fuerza la cuestión de libertad, esa cuestión
pendiente de tantos años ha, y que nunca se resuelve. Repítense
las promesas, caen y se levantan los partidos, suben y bajan ministerios,
y Cuba siempre sumisa sigue arrastrando su cadena. Llámasenos hermanos;
pero esta dulce palabra que pronuncian todos los labios, los hechos la
desmienten. Cuba tiene derecho a pedir su libertad, no una libertad de
embuste o de aparato, sino una libertad franca, verdadera y digna del pueblo
que la recibe. Entonces, y sólo entonces, Cuba hallará remedio
a los profundos males que la aquejan; y entonces, y sólo entonces,
restablecida la unidad en los principios y en los hechos, se podrá
decir sin mentira que España es Cuba y que Cuba es España.
* Publicado en La América,
Madrid, 12 de febrero de 1864
Nota
1. D. José Veitía
Linage, del consejo de S. M. y juez oficial de la real Audiencia de la
Casa de la Contratación de las Indias, en el lib. 10., cap. 35 de
su obra, Norte de la Contratación de las Indias Occidentales,
impresa en Sevilla en 1672. |