Carlos
Pintado: intimidad del fuego
Félix Lizárraga
Pues la poesía es la combustión espontánea de la
escritura, no es de extrañar que los poetas entreguen muchas
veces al fuego sus manuscritos, ya sea por encontrarlos indignos, ya
(como el esteta de Wilde que los escribía en papel de
cigarrillos y se los fumaba) por encontrar al mundo indigno de ellos.
Salvados, más de una vez, de esa otra hoguera, estos poemas de
Carlos Pintado han sobrevivido para incendiar la página que
habitan.
La modestia, en esta época de pavos
reales, es virtud rara entre escritores, por lo mismo que es rara en
cualquier parte. Muchos de los amigos de Pintado se enteraron de que
escribe poesía cuando ganó, el año pasado, el Premio Internacional de Poesía Sant
Jordi.
Ese silencio sobre algo tan central a su vida
se transmite de la persona al poeta, cuyos lujos verbales enmascaran y
aluden, aún cuando fingen declarar. Aquí el poeta se
oculta tras otras caras, otras voces, tras los rigores del metro
clásico y las arquitecturas del soneto, tras un laberinto de
alusiones y citas; se oculta tras el poema como tras una máscara.
Recuerdo que la primera vez que me dio a leer
algo suyo, yo (tan ignorante de sus dones como el resto) pensé
que me había dado a leer por broma un poema de Eliseo Diego.
Pero los ecos de Eliseo y de Borges que resuenan en sus versos son
menos influencias que reverberaciones, máscaras en suma.
La aventura
De ser ya Nadie es ser acaso
todos.
La modestia extraña, uncanny, del poeta se manifiesta en
la ligereza del encabalgamiento, que disfraza la música
inevitable del metro, y en la manera que entreteje sencilleces
coloquiales para amortiguar las súbitas suntuosidades
metafóricas, como cuando susurra:
Ni aquella aldaba de
soñados bronces
Que oscura casa abría y
encerraba
Y en la que yo esperaba y
esperaba.
La repetición conversacional del
“esperaba” contrasta y aminora el centelleo de los “soñados
bronces”.
En alguna ocasión, empero, se impone la
oriflama de epifanías como:
Ave
de luz en sombras fulgurando.
Trae a la memoria aquella “sierpe de fuego con
escamas de oro” en que se transmuta una lanza en un poema de
Julián del Casal, tocada por la luz que ciega a Saulo.
Los mejores momentos de Pintado son aquellos
en los que, más allá de la metáfora, logra
líneas que encarnan lo que expresan, o que encarnan más
que expresan, como este alejandrino:
Y sonoras tinieblas retumbando
en lo oscuro.
Calentarse las manos en la llama secreta,
viva, áurea, de estos poemas es una fiesta inesperada e
íntima.
Coral Gables, febrero y 2007
Selección de
poemas
de Carlos Pintado
1824
Yo pienso como Byron: me arrepiento
de los pecados que no he cometido,
de las violentas lunas del pasado,
de la huella terrible de mi sombra,
de los rostros que tuve y que desdeño,
de la carne fugaz y adolescente,
del láudano y el vino de la boca
que besé por placer y por locura,
del santo Grial que puebla mi memoria,
de los himnos cantados por las Parcas,
de un hermoso dibujo de Leonardo,
del alba que persigue a mis amantes,
y de aquella penumbra en que concibo
mi rostro frente al agua condenándome.
De Habitación a oscuras
La
Belleza
De nuevo amo y no amo
y deliro y no deliro
Anacreonte
La belleza que pasa como el sueño,
Fugaz, inabarcable, sin destino,
Se detiene un instante sobre el labio,
Descubre la mirada o el cabello,
Vuelve en oro la sombra, los ocasos,
Una frase de amor, un cuerpo amado,
Una rosa que enciende las tinieblas,
Un fuego que desciende de la noche,
Un alba silenciosa y ya lejana,
Un parque en donde estamos tan unidos,
Una calle de Roma o Inglaterra,
Un muchacho o muchacha que me aguarda,
Y este verso que escribo ya sin suerte:
"La belleza que pasa como el sueño".
Habitación
de Arlés
Nada conmueve más que aquella silla
Que el pintor ha dejado ya inconclusa,
Quizás imaginando la difusa
Maraña de la luz, la pesadilla
De vivir nada más con una oreja.
Nada perturba el cuadro; la agonía
La sentimos nosotros; la agonía
De él no existe. La silla tan perpleja
Sigue en su tiempo inconmovible y sola.
Poco importa la pipa que figura
Inaccesible al humo que no puede
Alzarse del dibujo. Triste y sola
Ha de quedar por siempre en la pintura,
La silla que otra suerte ya no puede.
De Las Fuentes vivas
El
triskel
Sin belleza persisto con la noche,
y sufro ante el espejo que destruye,
poco a poco, el contorno de mi rostro.
Me estremece saber que un perro ladra,
confinado en mi miedo, a las pequeñas
salvaciones que azotan mi destino.
Y ahora dime quién pudiera amarme;
sobre qué tentación estoy erguido;
sobre qué cuerpo tiemblo como un pájaro,
sobre qué muerte muerdo ya mi muerte;
sobre qué corazón estoy muriendo.
Sin belleza persisto con la noche.
Un símbolo de magia ya me nombra.
De Los bosques de Mortefontaine
Las
noches en Mortefontaine
Noches de amantes breves como cirios ardiendo,
y cetros y fortunas y reyes y palacios.
Noches de espejos hondos, aguas de un río mágico.
Noches de altas torres perdiéndose en la noche,
y sonoras tinieblas retumbando en lo oscuro.
Noches de laberintos como hojas cayendo
sobre el pozo abismal donde mi sed enjoya
en música sus cantos, sus noches tan eternas.
Noches de verjas altas y jardines y estatuas.
Noches en donde todo parece que se escapa
a domeñar la forma terrible de mi sombra.
Noches en que me pierdo sin saberlo en la noche,
bajo gotas finísimas como cristal soñado,
por senderos de nieblas, por bosques de unicornios.
Noches en que las cosas que amamos se despiden
agitando en el aire una espantosa mano.
Noches para soñarnos la mano que retira
la nieve de la espada, la espada de la piedra,
y el mágico rocío sobre el agua del lago,
agua lustral fluyendo, agua de plata y luna.
Noches de hondos espejos en sombras desvelados,
y rostros que se asoman hacia un fondo de sombras.
Noches que son el sueño del cuerno y del marfil.
Noches de puertas altas, de interiores sagrados,
y paisajes mostrando el nácar de algún rostro.
Noches para olvidar quién por mi sombra avanza,
bajo qué estrellas quedo sosteniendo mi cuerpo
insomne y solitario, como una luz temblando.
Noches de islas lejanas, de bajeles sombríos
y puertos ideales para agitar pañuelos.
Noches para sentarnos a hablar junto a la noche.
Noches de torvos pájaros y tigres en penumbras,
y dedos sobre el vidrio, y cítaras tocando.
Noches en que no somos sino la noche misma,
reconociendo el paso ruinoso de sus muertos.
Acaso
ni la luz puede salvarme
Lejos de toda luz nombro mis sombras.
Me abrazo a mi dolor como quien sabe
Que ningún reino tendré. Sólo
olvido.
No habrá sino las huellas que otros dejan
Sobre mi huella. Lejos ya de todos,
Por las tranquilas tardes de algún pueblo,
Alguien descubrirá mi rostro acaso
En el rostro sin vida de una estatua.
Alguna vez sentí todo ese horror.
Debí soñar la muerte como sueña
Secretamente un niño algún juguete
Alto para sus manos. Me he abrazado
A mi propio dolor, a todo el miedo,
A mi imprevista sombra me he abrazado.
Nadie puede salvarme de la noche
Ni de esas playas breves donde fuimos
De algún modo el amado y el amante.
He sentido espectral la espuma alzándose
Desde mis pies al rostro, todo el frío
del agua, sus cuchillos devorando,
Ardiendo en la tiniebla de las aguas.
Nada puede salvarme de esa espuma,
De sus cisnes de muerte recorriéndome.
Acaso ya sin gloria; despojado
De toda luz y brillo, silencioso
Como un hombre que sabe va a su muerte,
Recorro las estancias donde he puesto
A beber a mi sombra de tu sombra,
Para después sentarme y ver tranquilo
Cómo es que alzan torres en mi nombre,
Cómo es que nadie escucha cuando digo
Soy mínimo, soy mínimo, y confieso
Soy yo quien toca, a veces, con sosiego
El corazón secreto de los hombres.
Haikus
Árbol oscuro:
Sostienes ya la noche,
Sombra en las ramas.
***
Mano en la noche.
Un pájaro sombrío,
Sombra de pájaro.
***
La muerte bebe
Su oscuro vino amargo,
Y luego sigue.
***
Bajo la luna,
Eterno, fluye el río
Sobre guijarros.
***
Sigo las sombras;
Mis pasos ya resuenan
En otro tiempo.
***
Canto en la noche.
Las sirenas me llaman,
Sueñan mi muerte.
***
Sueño mi muerte:
Los clavos, la madera.
Cuelgo del sueño.
***
Piedra o espada.
Excalibur soñado.
Mano que duda.
***
La primavera
Descansa en una hoja
Del árbol rojo.
Finales
de Diciembre, 1989
Cansancio de la tarde en oro vuelto,
Antiguas soledades, muros grises,
Penumbras innombrables, dioses, ángeles,
El amor y el dolor en todo unido.
Nada ajeno me exalta. Vivo sólo
De andar por las tinieblas como un loco.
La sombra de una rosa ha de matarme.
Mi rostro me persigue en los espejos.
Soy como un rey dormido en alta torre.
La tarde me acontece con sus bestias.
Pequeñas perversiones me reclaman.
Los años me desgastan. Soy la estatua
Que de arena y de sal sueña otro tiempo
Y ante el agua sucumbe sin belleza.
Por
las puertas de cuerno y de marfil
Por las puertas de cuerno y de marfil
He adivinado un rostro. Sigo un sueño.
La penumbra me envuelve con empeño.
Pienso en Homero y en el torvo alfil
Que, sin saberlo, borra mi memoria
Y que mi mano sigue sosteniendo.
¿Acaso quien me juzga va sintiendo
El increíble peso de mi historia?
¿Qué puerta he de tomar para que siga
La sombra urdiendo el sueño que prodiga
La honda nieve y la luz en la mañana?
De cuerno y de marfil dos puertas veo.
La indecisión me invade. Ya no creo.
Nadie pregunta. La respuesta es vana.
Retrato
de Hans Christian Andersen
Puedo mirar el puente y la tiniebla
Alzarse en la distancia como un sueño;
Demorar ya mis ojos en el agua
Que fluye silenciosa, eterna, triste,
E imaginar que escribe con la pluma
Alguna página inconclusa y breve
Como la tarde que fugaz escapa
Y que él no nombra y que quizás yo miro.
Carpe
Diem
El mañana no existe, ni el futuro,
Que es el mañana del mañana. Juego
A no creerme estas cosas. Miro el juego
Que los niños comienzan y procuro
El difícil trasfondo de ese juego.
Por más que me sorprenda es siempre duro
Repetirse uno mismo en el oscuro
Espejo de los días. Como el fuego
Silencioso que abraza y me devora,
El instante me pierde en cada instante,
Y al final sólo queda el breve humo
Perdiéndose en la sombra. Cada hora
Me acontece fatal y muy distante:
Cada hora en que ardo y me consumo.
De El azar y los tesoros
A
punto de perderme salgo a escena
Yo también soy ya otro; y otro mira
por estos ojos verdes medio chinos;
otro por mí convive con la asfixia
clavada en la garganta como un pájaro;
otro por mí me sueña y va negándome
y me despierta y lleva de las manos;
otro por mí presiente ese contorno
con que se enhebra el miedo en mi locura;
otro por mí se cruza ya de brazos,
bebe el láudano, el opio, la cicuta;
otro por mí blasfema de su carne,
y a solas ya repite todo un salmo;
otro por mí concluye que ha fallado,
a la familia, al héroe, a los amigos;
otro por mí desciende a los infiernos
y al paraíso acaso en una tarde,
y regresa diciendo que la historia
es el único infierno y paraíso;
otro por mí se aleja silencioso;
otro se mata siempre en una esquina,
y en otra esquina nace como nuevo;
otro adivina un canto de sirenas
y tapa sus oídos y enloquece.
Otro por mí revela los secretos
que rigen a este mundo; otro percibe
esa solemnidad que a mí me falta..
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