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La más verbosa | ||
Vigencia
de Los siervos Duanel Díaz Iniciada a fines de los ochenta, la
rehabilitación pública de Virgilio Piñera en Cuba
tiene aun pendiente la publicación de una pequeña obra
maestra: la pieza en un acto Los
siervos, aparecida en 1955 en el segundo número de Ciclón. Si El muñeco, excluido de los Cuentos (1965), aparece en
la
más reciente edición cubana de los Cuentos completos, el Teatro completo de Piñera,
preparado por Rine Leal en el segunda mitad de la década de
1980, y finalmente publicado por Letras Cubanas en 2002,
continúa excluyendo aquella aguda sátira anticomunista,
con el argumento de que la misma fue “eliminada por el autor”.
Por
el retorno de Los siervos En
octubre de 1992, harto de la pobrísima vida cultural de mi
ciudad de origen, aproveché una oportunidad que ya me
parecía única y regresé a la Habana. Tenía
apenas unos días para recorrer la capital, esta ciudad en la
cual había estudiado durante tres abrumadores años, antes
de volver penosamente a Santa Clara. Conmigo, entre los papeles que
llevo a todo viaje, arrastré un pesado volumen que hizo
más penoso el trayecto. Pero ese libro, grueso y tantas veces
releído, tenía en ese instante un valor fundamental, era
la pieza clave en una especie de ardid que me permitiría conocer
a uno de esos hombres a cuya puerta debí haber tocado mucho
antes, sin atreverme nunca a hacerlo. Ahora, con el presentimiento de
que estaba jugándome la última posibilidad, traía
ese ejemplar de Paradiso como pretexto sutilísimo, arma o
as que me permitiría presentarme ante José
Rodríguez Feo. II Si se preguntara a algún
estudioso del género por la obra teatral cubana más
relevante de cuantas publicó en su corta pero febril vida la
revista Ciclón, la
respuesta casi sería siempre -con las naturales excepciones de
rigor- a favor de Los Siervos.
Apenas leída o fabulada, sepultada por el propio Piñera
(que ni siquiera la menciona al prologar su Teatro Completo); y capaz de
arrebatar esplendor a las obras de Arrufat, Malaret y demás que
publicó la revista -más preocupada por el teatro que su
antecesora Orígenes; Los
Siervos ha conseguido ese envidiable prodigio que marca la
propia naturaleza del mito. Un mito prohibido, negado; un mito negador
al cual hay que volver los ojos con más suspicacia que
inocencia, a riesgo de una magnífica patada en el trasero.
Publicada en el número 6 de la revista, en noviembre de 1955,
bajo carátula que recuerdo de color apropiadamente negro,
aquella obra maldita no ha llegado a nuestros escenarios ni siquiera
hoy día, cuando otras zonas del teatro de Virgilio Piñera
ya han recibido justo homenaje con los estrenos que nunca se les
debió negar. PIÑERA: Comenzaré por desacreditarla, y con ello no haré sino seguir a aquellos que, con harta razón, la desacreditaron. A pesar de ser un hijo de la miseria, me daba el vano lujo de vivir en una nube. Por otra parte, el ejemplo de la Revolución Rusa seguía siendo para mí un ejemplo teórico. Fue preciso que la Revolución se diera en Cuba para que yo la comprendiera. Por supuesto, esta falla no abona nada en favor mío. Cuando los estudiantes dicen que la mayoría de los intelectuales no nos comprometimos, tengo que bajar la cabeza; cuando lo comunistas ponen a Los siervos en la picota, la bajo igualmente. Pero no crea... Todo escritor tiene en su haber un Roquentin más o menos. Curiosa respuesta de un hombre
entregado a una nueva circunstancia, un escritor cuya fe única
había sido, hasta ese momento, la Literatura. Respuesta que, por
demás, dota a la pieza de una importancia distinta, al
permitirnos constatar en su autor la naturaleza de un cambio que
podría parecer impensable, más allá de la altura o
medianía de su logro. Otras palabras suyas dan fe de esta
entrega. En el imprescindible "Piñera teatral", prólogo a
su Teatro Completo, y tras
declarar enfáticamente que "mi teatro soy yo, soy yo mismo
teatralizado", afirma que si un escritor surgido de la
Revolución se propusiera reescribir la Electra de Sófocles,
partiría de una afirmación; no como él, que
realizó tal esfuerzo a partir de una negación. Y al
referirse a Jesús, declara que el protagonista de la obra es el
anti-Fidel, aunque, a pesar de ello, "siente la nostalgia de no haber
podido ser Fidel". Héroes los suyos a los que califica de
"rebeldes sin causa", tan distintos a los nuevos rostros que marcaban
el triunfo revolucionario, hazaña a la cual Virgilio
recibió con júbilo pleno. Un júbilo que,
lamentablemente, estaba condenado a desaparecer. En 1993 había vuelto yo a la Habana, definitivamente harto de la provincia. Un día, a punto de salir a la calle, una noticia me detuvo: el cadáver de Rodríguez Feo estaba expuesto en Calzada y K. Ya había tenido noticias de la enfermedad que lo aquejaba, del largo delirio que precedió a su muerte. Sin dudarlo, como no había hecho nunca antes en casos parecidos, me dirigí a la funeraria. Allí encontré su mortaja, en un rincón donde César López y algunos vecinos esperaban en sillones de recia madera. Los demás fieles no habían llegado; algunos estaban aún en una premiación programada para esa tarde. Poco a poco, sin embargo, fueron apareciendo. Recuerdo a Cintio Vitier y Fina García Marruz ante el sarcófago, detenidos ante el cuerpo inerte, supongo que rezando. A Senel Paz, a otros. Por fin, cuando llegó la hora prevista, el cortejo salió hacia el cementerio. Yo me había acercado al ataúd poco antes, cosa que no acostumbro, a detenerme en el rostro del difunto. Estaba desfigurado, casi nada quedaba en esa faz del hermoso adolescente que creara Orígenes, que animara Ciclón; pocas veces he tenido frente a mí pruebas tan rotundas de la destrucción que es la Muerte. César López me instó a que fuera al entierro. Llegué a la necrópolis y allí encontré a Rafael Alcides. Abel Prieto dijo las palabras de duelo; yo esperaba que las dijese Arrufat. Esa tumba modesta, bajo la cual yacen sus restos, es la única que podría encontrar con certeza en todo el cementerio, cada vez que lo atravieso para llegar al otro extremo de la ciudad. No me gustan los entierros, la formalidad que representan. Sin embargo, debía ir a este como también fueron otros -no muchos- jóvenes escritores. No era una deuda, sino un gesto de puro agradecimiento lo que me llevaba a ese ceremonial, a la despedida que se le tributaba a ese hombre que también, a su modo, me había iluminado. Ahora la biblioteca de la UNEAC, la
misma que él mejoró con sus propios libros, lleva su
nombre. La edición facsimilar de Orígenes ha
desaparecido; los ejemplares de Ciclón y Sur también. Una
tarde, el pasado año, al entrar en una librería de
segunda mano, hallé un estante lleno de magníficos
volúmenes, editados por casas inglesas y norteamericanas. En ese
estante se agrupaban la Biographia
Literaria, de Coleridge, una recopilación
espléndida de ensayos shakesperianos, una novela de Tennessee
Williams, y -¡ah, prodigio!- The
way of all flesh, la novela de Buttler que tanto leyó
Piñera. Mi sorpresa fue mayor al abrirlos y hallar, en la
primera página de cada tomo, una firma aún legible y
conocida. La mano de José Rodríguez Feo había
trazado en esas hojas su rúbrica. Comprendí que eran sus
libros, parte de una espléndida biblioteca que ahora estaba
siendo despedazada, destruida por gentes que no sabían
conservarla, personas para las cuales esos libros carecían de
valor. Entre el montón de magníficos libros,
escogí un ensayo de Harry Levin sobre Christopher Marlowe, que
conservo celosamente, junto al ejemplar de Mi correspondencia con Lezama Lima
que aquella misma mano, tanto tiempo después, firmara para
mí. Yo conservo esos libros, tal y como quiero conservar estos
recuerdos en mi memoria. Todo es parte de un mismo agradecimiento, de
un humilde homenaje al hombre que puso en mis manos el mito del que
ahora puedo hablar; esas revistas que vuelven a ocuparnos. Un pretexto
de homenaje; estas líneas, estos apuntes no quieren ser otra
cosa. El homenaje de aquel silencioso lector que todavía sigo
siendo. Virgilio Piñera Lunes de Revolución,
21 de marzo, de 1960 PIÑERA: Confieso que de modo bien vago. Por ejemplo,
no he
leído El Ser y la Nada.
Sólo a través de sus comentaristas tengo una idea de esa
obra. Pero una idea sacada de los comentaristas resulta muy dudosa. Le
diré que cuando cursaba mis estudios de Letras y Humanidades,
nunca pude profundizar en los estudios filosóficos. Achaco tal
falla a una virtud: la de mi fantasía. Así recuerdo que
en ocasión de explicar el profesor la filosofía de
Empédocles antes hizo referencia a la leyenda que dice que
Empédocles se tiró de cabeza al Etna. Pues bien: de toda
su exposición fue el salto mortal en el Etna lo que retuve. A
medida que el profesor iba desarrollando la filosofía de
Empédocles, yo, por mi parte, trataba de visualizar ese
suicidio, me veía asimismo tirándome, también de
cabeza, en cualquier zanja. En una palabra, me volaban mundos por la
cabeza. Decididamente no estoy en condiciones de asimilar un tratado de
filosofía. Por otra parte, se dicen muchas idioteces: que si
Latinoamérica “no es apta” para la filosofía, que si el
cubano tiene la cabeza a pájaros, que si Hegel dijo...Yo
sé que usted no concede ningún crédito a esos
profetas de feria. Ya ve: contra esas negaciones in petto surgió Fidel
Castro. ¿Qué nos asegura entonces que de nuestra nada
filosófica no pueda surgir un gran filósofo? SARTRE: Pero, al menos, conocerá usted los
fundamentos de mi
sistema filosófico. PIÑERA: Si voy a contestar honestamente, lejos de mi
ánimo cualquier salida de tono, le diré exactamente lo
que conozco: sé que usted afirma que la existencia precede a la
esencia; que el hombre elige; que el hombre es una pasión
inútil. Acaso haya leído dos o tres cosas más.
Más valdrá, antes de caer en la mentira, que le diga:
sería inútil que usted me explicase todo eso. Usted
sabrá por qué usted entiende su filosofía; yo no
sabría por qué yo la entendería. SARTRE: Usted resulta ingenioso, usted se defiende con el
ingenio. PIÑERA: No se lo niego. Pero veamos: yo no aplico mi
ingenio a una pretendida explicación de su obra
filosófica. Está bien claro que no la conozco. Es
después de decir que no la conozco que pongo en marcha el
ingenio. Pero de todo esto que estamos hablando me parece que
está en claro lo que se refiere a la honestidad. Por más
que yo me ingeniase seguiría sin comprender su filosofía.
Es cuestión de naturaleza. Mire: yo, como usted, he escrito una
pieza de teatro basada en una tragedia de Esquilo. Usted utiliza el
mito griego para “existencializar”; yo, para “banalizar”. Y aunque
Electra haga esfuerzos sobrehumanos, a través de un largo
Monólogo, por desarrollar una teoría de los hechos, el
público sale con la impresión de haber asistido a una
demostración de pirotecnia. Electra no es otra cosa que un
sucesivo estallido de cohetes. Tales estallidos tienen su razón
de ser en el principio de que nada hay absolutamente doloroso o
verdaderamente placentero. SARTRE: Veo que usted nunca escribiría mis piezas de
teatro. PIÑERA: Ni usted las mías. SARTRE: A propósito, ¿qué piensa de mi
teatro? PIÑERA: No es el caso decir que su teatro, una vez
superados los
problemas que el mismo plantea, será retirado de la
circulación, y semejante a esas píldoras que nos han
curado, pero de las que queda una buena cantidad en el frasco que las
contiene, las tendremos en reserva por si el mal que nos aquejaba
vuelve a hacer de las suyas. Este tipo de generalizaciones suele
hacerlo esa gente a la que falta el tiempo para coger el
tranvía... Por el contrario, me parece que su teatro encierra la
suficiente emoción para no ser tomado como una simple receta. No
por ello deja de ser un teatro “montado” de pies a cabeza, es decir,
algo así como un mecanismo de relojería. Teatro al
servicio de la filosofía. Esto no es un reproche. Si usted es un
filósofo y si tiene una concepción del mundo precisa
(hasta donde se pueda), los casos a plantear en escena estarán
regidos por la misma. En tal teatro el azar no tiene su parte. Esto
explica que los surrealistas no lo puedan ver a usted ni en pintura. Y,
por supuesto, usted a ellos. Usted mismo ha declarado: “Muchos autores
vuelven al teatro de situación. Ya no hay caracteres: los
héroes son libertades cogidas en la trampa, como todos nosotros.
Cada personaje será solamente la elección de una
solución y tampoco valdrá más que la
solución elegida. Es de desear que toda literatura sea moral y
problemática, como este nuevo teatro”. (¿Qué es la
Literatura?, Situaciones, II). Sería de desear, por ejemplo que
Jarry hubiera vivido para leer tal declaración. Consecuencia de
dicha lectura: apoplejía fulminante. Y aunque Jarry es
también y como usted un moralista, rechaza cualquier tipo de
conclusiones. La noche del estreno de Ubú
Rey, Jarry se encargó de poner en el programa estas
palabras: “Como el señor Ubú es un ser innoble, se
asemeja (por lo bajo), a todos nosotros. Asesina al rey de Polonia
(derrota al tirano –el asesinato parece justo a la gente, pues es un
aparato acto de justicia); luego, ya rey, mata a los nobles, luego a
los funcionarios, luego a los campesinos. Y así, habiendo matado
a todo el mundo, ha expurgado con seguridad a algunos culpables, y se
manifiesta como hombre moral y normal. Por fin, semejante a un
anarquista, ejecuta él mismo sus decretos, destroza a la gente
porque así le place y ruega a los soldados rusos que no tiren
contra él, porque eso no le gusta. Es un poco niño
terrible y nada lo contraría tanto como no herir al Zar, que es
lo que todos respetamos. El Zar hace justicia: le quita el trono del
que ha abusado, restablece a Brugelao (¿valía la pena?),
y expulsa a Ubú de Polonia”. SARTRE: Pero después vino la Revolución rusa,
y hemos
visto que Jarry se pasó de anarquista, que el Zar está
muerto y enterrado, que los Bugrelaos no han vuelto a Polonia, que se
mata a los culpables sin tener necesidad de matar a todo el mundo, que
a la Revolución rusa ha seguido la china y después la
cubana. Si Jarry viera todo esto, esa apoplejía de que usted
hablaba hace un minuto. PIÑERA: Eso se llama estar a la recíproca. Las
apoplejías, como todos en la vida, pueden desencadenarse en
varios sentidos. Estoy contra Jarry, y, por ende, con usted, por esa
protesta basada en la fatalidad, el anarquismo o como se le quiera
llamar. Toda denuncia se auto-destruye si se empieza por reducir al
absurdo la denuncia misma. Aunque Jarry está lejos de cualquier
bizantinismo, con todo, si millones de seres humanos viven bajo la
explotación, si el capitalismo sigue haciendo de las suyas, si
la bomba atómica puede reducirnos a mero polvo, “jugar”
con los problemas sin aportar soluciones; ser, por una parte,
revolucionario (Ubú es la encarnación del burgués
de su tiempo y Jarry lo planta valientemente en escena), y por otra,
plantar al Zar haciendo justicia, es tan ineficaz y contraproducente
como extirpar el apéndice a un enfermo y de paso extraerle el
corazón. SARTRE: Sin embargo, parece usted estar más cerca de
Jarry que
de mí. PIÑERA: Le diré: en el teatro de usted falta
un
elemento sin el cual las cosas resultan demasiado serias, demasiado
dogmáticas. Me refiero al humor –de cualquier color que
éste sea. Fíjese que en sus piezas hay ironía- por
cierto, de muy buena ley y que apunta recto a su objetivo-. Mas
sólo con ironía no basta. Si ella no está
balanceada por el humor resultará negativa a la postre. Los
hombres merecen más compasión que la impiedad en que la
ironía los sume. El artista está obligado, aunque no
más sea para desalojar la tensión, a procurar al
espectador la ilusión de que sus problemas no son tan
catastróficos como en el fondo resultan. Yo diría que el
humor es un anestésico necesario para el dolor de la verdad. SARTRE: Entonces, ¿estima usted que en mi obra falta
la
alegría? PIÑERA: ¿Y cómo podría haberla?
Sartre, es
usted el escritor más terriblemente serio de nuestra
época seria. Nada menos que es usted juez y reo al mismo tiempo.
Vea, no sé gran cosa sobre épocas, pero ésta que
nos ha tocado vivir, como ha puesto patas arriba los valores
establecidos, como se ha visto precisada a destruir para construir
(perdone lo fácil de la contraposición), y como no puede
dejar de seguir sacando esos “trapos sucios” que durante siglos la
gente se ha empeñado en ocultar, es por sí misma
dramática. En este sentido su teatro resulta el más
lúcido y el más conveniente para la época. Y
volviendo a Jarry, él no entró en el jueguito sucio de
Dumas, hijo de Labiche, de Augier y de Sardou, con su falsa
alegría de la belle
époque, pero tampoco entró en la ola
revolucionaria que ya se oía mugir. Todo el mundo sabía
que no bastaba con “el desorden sagrado del espíritu”. Y en eso
se quedaron los surrealistas. SARTRE: Usted emplaza a Jarry, pero olvida de emplazarse
usted mismo.
¿Cómo justificaría a su pieza Los Siervos? PIÑERA: Comenzaré por desacreditarla, y con
ello no
haré sino seguir a aquéllos, que con harta razón,
la desacreditaron. A pesar de ser un hijo de la miseria, me daba el
vano lujo de vivir en una nube... Por otra parte, el ejemplo de la
Revolución rusa seguía siendo para mí un ejemplo
teórico. Fue preciso que la Revolución se diera en Cuba
para que yo la comprendiese. Por supuesto, esta falla no abona nada a
favor mío. Cuando los estudiantes dicen que la mayoría de
los intelectuales no nos comprometimos, tengo que bajar la cabeza;
cuando los comunistas ponen a Los
Siervos en la picota, la bajo igualmente. Pero no crea...Todo
escritor tiene en su haber un Roquentín más o menos. SARTRE: ¿Qué piensa de mi Roquentín? PIÑERA: Aunque él tiene la ventaja sobre los
Cochinos de ser, entre otras cosas, una “conciencia lúcida”;
aunque él trata de justificar su existencia y aunque diga: “No
necesito hacer frases. Escribo para aclarar ciertas circunstancias. Hay
que desconfiar de la literatura. Hay que escribir al correr de la
pluma, sin buscar las palabras”, es, no obstante, una reducción
al absurdo. Para decirlo en otras palabras: Frente a un tribunal
revolucionario Roquentín sería fusilado en el acto. Es
tan negativo y anarquizante como el Pere Ubú de Jarry. Creo que
esta negatividad usted la sintió cuando hizo el viraje de La Náusea a Los Caminos de la Libertad, es
decir: de lo individual a lo colectivo. A partir de dicha obra usted se
liga verdaderamente con el hombre. Hay una escena en su Nekrasof que me conmueve
particularmente, y tanto más me conmueve particularmente, y
tanto más me conmueve porque esa obra es un alucinante torneo de
sarcasmos. Me refiero a la escena en que el Vagabundo salva a Jorge.
Vagabundo: “¿Ves? No sólo hay malas gentes en la vida. Si
yo hubiera encontrado a alguien como yo mismo para sacarme de la
mierda...” Y es inútil que Jorge, una vez salvado, trate de
invalidar con sarcasmos el acto del Vagabundo. Una vez más a
solidaridad entre los hombres se ha puesto de manifiesto. SARTRE: Hace un momento hablaba usted de Los Caminos de la Libertad.
¿Cree que puedo aplicarme el calificativo de novelista? SARTRE: ¿Cómo me ve usted finalmente? PIÑERA: Cierta gente ha dicho que usted no es
artista, y
añadían que ello se debe a la sombra gigantesca del
filósofo. Dejemos a esa gente con sus “sensatas” opiniones. No
se puede escribir los cuentos de El
Muro o A Puerta Cerrada
sin ser, antes que filósofo o pedagogo, un artista. Otra cosa es
que su condición de filósofo y su propensión
pedagógica lo lleven a una constante explicación y
elucidación de los problemas. En última instancia, lo que
importa es que la obra se muestre “al rojo blanco”, que queme. Usted no
nos dará mucha “música de las esferas”
(¿quién querría escucharla todo el tiempo?), pero,
en cambio nos recuerda, minuto a minuto, que somos hijos de nuestra
época. Esto es una hazaña y es también un
testimonio, hasta ahora el más completo de los años que
nos tocó vivir en este mundo.
Virgilio Piñera Revista Ciclón,
no. 6, vol I, noviembre 1955. PERSONAJES POR ORDEN DE APARICIÓN: Orloff .
. . . Primer
Ministro Un despacho. Óleo de Lenin al fondo. A la izquierda,
óleo de Stalin. A la derecha, gran mapamundi. Debajo del cuadro
de Lenin, mesa de trabajo. Al centro de la escena, cuatro butacas de
cuero rojo. Junto a una de las butacas, una lámpara de pie,
encendida. Orloff, Kirianin y Fiodor están sentados en las
butacas. Orloff, Kirianin y Fiodor. Fiodor: Puede ser una conspiración. Kirianin: Imposible, camarada. El miedo te hace ver fantasmas. Toda la tierra y todos los hombres están comunizados. (Pausa.) Parece que el camarada olvida el triunfo de la revolución mundial. ¡Y en toda la línea! Orloff: Camarada Kirianin, no perdamos el tiempo relatando lo que ha hecho el comunismo en un siglo. Discutamos sobre las medidas a tomar con el camarada Nikita. Kirianin: ¡Nikita! ¡Nikita! De Nikita a nikitismo sólo hay un paso. Y entonces... ¡la debacle! Fiodor: Pues bien, ese es el paso que Nikita no debe dar. Parémosle en seco. Kirianin: Muy fácil decirlo, pero... hacerlo. (Pausa.) Camarada Orloff, propongo la desaparición del camarada Nikita. Orloff: Nada de desapariciones por ahora. Los mártires son peligrosos. Que Nikita siga viviendo ignorado. Kirianin: Todo esto me sorprende en Nikita. Es el filósofo oficial del Partido. Ahí están sus libros: cuarenta tomos escritos martillando sobre el igualamiento del género humano, y todo eso para declararse siervo de la noche a la mañana. (Pausa.) Sin duda, hay algo podrido en Nikita. Orloff: Cuando un hombre se convierte en acción no puede hacer otra cosa que actuar. Si Nikita luchó para subir, ahora tiene que luchar para bajar. Kirianin: Eso es lo que vamos a impedir que haga. Si el Partido ha subido hasta su punto más alto, si de ahí en adelante no hay más altura, no veo por qué tengamos que empezar el descenso. (Pausa.) Si Nikita quiere bajar, que baje las escaleras de su casa... Orloff: El momento es bien grave para gastar bromas. (Pausa.) No olviden ustedes que Nikita ha lanzado un manifiesto preconizando el servilismo, declarándose siervo y pidiendo entrar al servicio de un señor. Kirianin: Pero ni en Rusia ni en todo el planeta quedan señores. Fiodor: Eso quisiera saber: ¿siervo de qué señor? Orloff: Nada de esto tiene importancia. Lo esencial es que Nikita se ha declarado siervo. (Pausa.) Y esa declaración ha sido publicada en Pravda por el propio Nikita. ¡Qué descaro! Fiodor: ¿Y cuál ha sido la reacción de las masas? Orloff: Bien, para decir verdad no han reaccionado en ningún sentido. Cuando se ha llegado a la cima del mejor de los mundos, es difícil reaccionar. (Pausa.) Las masas han leído el manifiesto sin leerlo. Kirianin: Entonces no veo la razón de esta conferencia. He suspendido mi cacería. (Se levanta.) Creo que estoy a tiempo todavía... Orloff: (Haciéndole sentar de nuevo.) Me extraña, camarada Kirianin, tanta ligereza. Si es cierto que las masas, ebrias de felicidad, leen sin leer, no es menos cierto que Nikita pueda empeñarse en hacer que las masas lean leyendo. Fiodor: ¡Formidable! Así empezó el Partido y así puede acabar el Partido. (Pausa.) Sin duda, el momento es grave. Kirianin: Podríamos reeducar a Nikita. Orloff: ¡Cuándo se ha visto que un comunista pueda ser reeducado! Kirianin: Nikita es comunista, Nikita se declara siervo. Nikita se reeduca, por tanto, un comunista puede ser reeducado. Fiodor: Eso es precisamente el clavo ardiente en este asunto. Teóricamente, un comunista no puede descomunizarse. Digo teóricamente pensando en los viejos tiempos del capitalismo. En esos tiempos, un comunista débilmente comunizado, podía pasarse al campo capitalista. Pero camaradas, ¡hoy! Hoy los cientos de millones del planeta Tierra son todos comunistas. Si no hay capitalismo, si sólo hay comunismo, ¿a qué campo pretende pasarse Nikita? Orloff: Muy claro: al campo del servilismo. (Pausa.) Nikita quiere empezar de nuevo. Kirianin: ¡Es un viejo romántico! (Da un puñetazo sobre el brazo de la butaca.) ¡Chochea, sí, chochea! Orloff: ¡Calma, mucha calma! Nada resolveremos gritando y gesticulando. (Pausa.) El problema es este: encontrar una solución al caso Nikita. Kirianin: ¿Cuál es la solución? Orloff: Por el momento, ninguna. Fiodor: Yo propongo una desaparición discreta. Orloff: Nada de desapariciones. Mientras Nikita esté visible para todo el mundo nadie lo verá, pero si Nikita se hace invisible para todo el mundo, todo el mundo arderá en deseos de verlo. Kirianin: Pero Nikita podría morir de "muerte natural"... Orloff: Entonces el pueblo, al enterarse de la muerte natural de Nikita, leerá, leyéndolo, el manifiesto. De ahí a elevarle un sepulcro frente al sepulcro del Antisiervo, no hay más que un paso. Kirianin: ¡Uf! Eso sí sería grave: masas servilizadas desfilan en silencio ante la tumba de Nikita, el gran servilista. Orloff: Te ríes, pero eso sería, prácticamente, la situación. (Pausa.) No, nada de desapariciones. Fiodor: Entonces dejémoslo al tiempo. El tiempo se encarga de todo. Es con el tiempo con lo que hemos llegado a la dominación mundial. Orloff: Pero también tiene Nikita su parte en el festín del tiempo. Kirianin: Nikita es una bomba de tiempo. Orloff: Justo eso: una bomba de tiempo. (Pausa, se pone de pie.) El Partido nunca supo de una situación como esta. Estamos inmovilizados. Kirianin: ¡Movilicémonos! (Camina a grandes pasos.) Fiodor: ¡Movilicémonos! (Camina a grandes pasos.) Orloff: (Desplomándose en la butaca.) ¡Inmovilicémonos! (Pausa.) Debemos lograr a toda costa que siga Nikita pasando desapercibido a las masas. Fiodor: ¿Cómo lograrlo? Camarada Orloff, no apruebas la "muerte natural" de Nikita, tampoco un gran proceso público... Orloff: ¡No, ni hablar de eso! Sería una hecatombe. Fiodor: Bien, no proceso público, no proceso secreto, no ejecución pública ni privada. Y entretanto, Nikita amenazando... Kirianin: El camarada Orloff dice que no habrá peligro en tanto el servilismo de Nikita siga pasando desapercibido a las masas. (A Orloff.) ¿Me he expresado bien? Orloff: Sí, ¿y qué más? Kirianin: Pues bien; empecemos nosotros mismos por hacernos los desapercibidos. Orloff: No es mala idea. (Reflexionando.) Aunque tiene un pero: Nikita sabe que nosotros sabemos... Kirianin: No se lo demostraremos. Hagamos la comedia. Es un modo de ganar tiempo. Fiodor: También Nikita hará su comedia, también ganará tiempo. (Pausa.) Yo estoy por los procedimientos sumarísimos. Orloff: Si al menos quedaran en el mundo unos cuantos capitalistas... Kirianin: (Estupefacto.) ¿Capitalistas? Orloff: Así como suena: ¡capitalistas! Si todavía existiera un reducto del capitalismo el servilismo de Nikita estaría liquidado. Fiodor: No entiendo. Orloff: Muy sencillo; diríamos esto: Nikita es un traidor, Nikita se ha pasado al bando de los perros capitalistas. A la semana nadie se ocuparía de Nikita. Kirianin: ¡Qué tiempos aquellos! ¡Era la Edad de Oro! Entonces se podía gritar: ¡Abajo el capitalismo! En cambio, hoy no contamos con un solo enemigo. Orloff: Nikita es un enemigo. Kirianin: Un enemigo intocable. Nos impide gritar contra él, escribir contra él, y meterle unas balas en el pellejo. Orloff: He ahí el problema: Nikita es un enemigo contra el cual nada pueden nuestras viejas consignas y nuestras gastadas técnicas. (Pausa.) Será cuestión de empezar de nuevo. Fiodor: Juguemos su juego. Kirianin: Caeríamos de lleno en el nikitismo. Orloff: He ahí la broma: Nikita tiene juego y nosotros no tenemos juego. Nosotros somos comunistas y nada más; él es comunista y también es nikitista. Fiodor: ¿Qué sabemos del nikitismo? Nada de nada. Kirianin: Bueno, sabemos que Nikita se ha declarado siervo. Orloff: ¿Y qué hay con eso? (Pausa.) Camarada, te reto a que encuentres el manual comunista que trata del nikitismo. ¿Con qué se come eso? Kirianin: Estamos perdiendo el tiempo con exquisiteces intelectuales. Menos palabras y más acción. Fiodor: ¡Ja, ja! Más acción. (Pausa.) ¿Y quién la vende? ¡Nikita! Orloff: ¡Triste verdad! Nikita tiene todas las acciones en su mano. Fiodor: No hemos adelantado un paso. En pocos minutos Nikita entrará en este despacho y todavía no tenemos un plan de acción definido. Kirianin: Finjamos que el servilismo nos resulta indiferente. (Pausa.) Al menos, el servilismo declarado, porque en cuanto al otro... ¡Ja, ja, ja! Orloff: ¿Qué dejas entrever, camarada? Kirianin: Hablo muy claramente: somos señores encubiertos pero señores al fin y al cabo. Fiodor: No lo podemos negar. Orloff: Pero sí se lo negaremos a Nikita hasta tanto no podamos pulverizar a Nikita. Kirianin: Interroguémosle encubiertamente. Fiodor: De todos modos será un interrogatorio, y Nikita sabrá que lo estamos interrogando. Kirianin: ¿Con qué pretexto lo llamaremos? Orloff: Para discutir simples procedimientos de forma. Por ejemplo, ese discurso sobre la felicidad del mayor número sería un excelente pretexto. Kirianin: Nos exponemos a que nos diga que, visto que la felicidad del mayor número es un hecho consumado, él desea empezar a ser el primer infeliz de la infelicidad del mayor número... (Pausa.) No, no despertemos a la fiera. Orloff: En cuanto a eso, vive tranquilo. Nikita es un viejo zorro. Dudo mucho que asome la oreja en esta entrevista. Kirianin: ¡Qué eufemismo! Orloff: Bueno, en este interrogatorio. (Pausa.) ¿Lo llamamos? Kirianin: Manos a la obra. Fiodor: Mucha prudencia. Comportémonos como iguales
de Nikita. No dejemos ver nuestro señorío. El mismo decorado. Orloff, Fiodor, Kirianin: (A coro.) ¡Salud! Nikita: ¿Alguna novedad, camaradas? He llegado ayer del Cáucaso y no he tenido tiempo para leer nuestra venerable Pravda. Orloff: (Llegando junto a Nikita.) No hay novedades, camarada. Todo marcha perfectamente. (Pausa.) ¿No tomas asiento? Nikita: Gracias, prefiero estar un rato de pie. Llevo dos horas sentado en mi despacho... Orloff: (Hojeando los papeles.) Te hemos llamado para discutir unas cuestiones de forma. Nikita: ¿Sobre qué asunto? Orloff: Sobre la felicidad del mayor número posible. Nikita: Veamos. Orloff: (Leyendo.) "La felicidad del mayor número, habiendo sido felizmente alcanzada, no podrá existir necesariamente otra felicidad mayor que la felicidad alcanzada por el mayor número". (Pausa.) ¿Encuentras en este párrafo, Nikita, algún vicio de forma? Nikita: La forma es perfecta, inobjetable. Orloff: ¿Y en cuanto al fondo? Nikita: Habiendo alcanzado la felicidad de mayor
número –cuestión de fondo que ya no se plantea, puesto
que hemos alcanzado la felicidad del mayor número– sólo
nos quedan por ventilar puras cuestiones de forma sobre la felicidad
alcanzada por el mayor número. Fiodor: (A Kirianin.)
El viejo zorro no caerá en la trampa. (A Nikita.) ¡Bravo, Nikita!
¡Dialécticamente irrefutable! (Pausa.) Se me ha ocurrido, en vista
de que el Partido ha salvado todas las etapas de las cuestiones de
fondo, que ha llegado el momento de desarrollar hasta sus
últimas posibilidades todas las cuestiones de forma... Nikita: Me hago cargo, camarada Fiodor. Fiodor: Pues bien, nos parecería una gran cosa que el
camarada Nikita se dedicara, de hoy en adelante, a redactar los cientos
de miles de cuestiones de forma, que son el resultado de los cientos de
miles de cuestiones de fondo. Nikita: Quiere decir, que el Partido, habiendo superado la
fase activa, está ahora en fase contemplativa. Orloff: El Partido repitió la hazaña del
Creador. Es el único Partido que haya logrado semejante tour de
fource. (Se repantiga en la butaca,
se frota las manos.) Y bien, Nikita, después de recrear
el mundo a nuestra imagen y semejanza, nos hemos dedicado a contemplar
el mundo. Nikita: También nos parecemos al Creador, que duerme
con un ojo abierto... y el fusil al hombro. Al menor asomo de
rebelión: ¡pin, pan, pum! Orloff: En el mejor de los mundos las posibilidades de
rebelarse son mínimas. Kirianin: (Mirando
fijamente a Nikita.) ¿Rebelarse? ¿Pero
quién tomaría las armas contra la felicidad? Orloff: No sigo bien tu pensamiento, Nikita. Hablas de
rebelión. El Partido ha hecho tan bien las cosas que no tiene
necesidad de mantener abierto ninguno de los dos ojos. Puede dormir a
pierna suelta. (Pausa.) Me
extraña sobremanera que el camarada Nikita, comunista de pies a
cabeza, plantee la posibilidad de una rebelión armada. Nikita: Me extraña sobremanera que el camarada Orloff
tome mis palabras al pie de la letra y se retrotraiga a los tiempos
heroicos de las barricadas. He sido llamado aquí, si no me
equivoco, para departir sobre puras cuestiones de forma. Una de ellas,
y en ella se me ocurrió pensar por pura cuestión de
forma, fue la pura cuestión de forma del ojo abierto mientras se
duerme en previsión de... Porque, así como no hay cosa
más dulce –y cito a Dante– que acordarse del tiempo feliz en la
desgracia, no hay igualmente, cosa más dulce que acordarse del
tiempo desgraciado en la felicidad... Y esto, por supuesto, en pro del
desarrollo intensivo de las puras cuestiones de forma. Orloff: Yo quisiera hacer comprender al camarada Nikita, que
cuando se habla del desarrollo intensivo de las puras cuestiones de
forma, es sólo con vista al presente feliz que vive el Partido,
y no con vista al pasado azaroso que ha vivido el Partido. Kirianin: El pasado del Partido está muerto y
enterrado. Nikita: No me opongo a ello, pero como aquí estamos
tratando del desarrollo intensivo de las puras cuestiones formales, yo
quiero poner mi grano de arena. Propongo que la brillante frase del
camarada Kirianin –"el pasado del Partido está muerto y
enterrado"– sea cambiada por esta otra: "El Partido del pasado
está muerto y enterrado". Orloff: ¿Estarías dispuesto a firmar esa
proposición? Nikita: Aunque el camarada Orloff sabe de sobra que las
publicaciones en nuestra república son anónimas, yo
acepto sin embargo poner mi firma al pie de mi proposición
formal, pero con una condición. Orloff, Kirianin, Fiodor: (A
coro.) ¿Cuál? Nikita: Que se especifique muy claramente que si he firmado
dicha proposición ha sido para cooperar con mayor eficacia al
desarrollo intensivo de las puras cuestiones de formas y que, por lo
tanto, mi firma es sólo una pura, inocente cuestión de
forma. Orloff, Kirianin, Fiodor: (A
coro.) ¡Traidor! Nikita: (Flemático.)
De acuerdo. Soy un traidor, pero... formal. Aunque lo quisiera no
podría ser un traidor real. No existe otro estado al que yo
pueda revelar secretos de estado que, por otra parte, serían
sólo secretos sobre puras cuestiones de forma. Orloff: (Sombrío.)
Dejemos ya las puras cuestiones de forma y vayamos al grano... Nikita: (Interrumpiéndole.)
Bueno, al grano formal... Orloff: (Se acerca a
Nikita hasta tocar la frente de este con su dedo.) ¡Ese
grano –grano cochino, grano infeccioso, grano renegado– eres tú,
Nikita! (Pausa.) ¡Te has
declarado siervo! Nikita: (Hace una
reverencia, besa a Orloff la mano, cae de rodillas.) Siervo soy,
señor. (Camina de rodillas y
besa los pies de Kirianin y Fiodor.) Orloff: Levántate, Nikita. Nos repugna tu pantomima. Nikita: (Trata de pararse,
pero vuelve a caer de rodillas.) No puedo, señor, no
puedo pararme, sólo puedo prosternarme. (Continúa arrodillado con la cabeza
en el suelo.) Kirianin: (A Orloff.)
Buena la hemos hecho. Ahora no podremos seguir en el desapercibimiento. Fiodor: (Sacando su pistola.)
Voy a matar a ese perro inmundo. Orloff: (Le quita la
pistola.) ¡Estás loco! Eso sería la chispa.
Mañana tendríamos miles de siervos arrodillados en la
plaza Roja. Localicemos la peste. Kirianin: Exacto: localicemos la peste. Aislemos al apestado. Orloff: (A Nikita.)
Escucha bien, Nikita. Nikita: (Agarrando el pie
calzado con bota de Orloff y poniéndolo sobre su cabeza.)
Escucho, mi amo. Orloff: Supongo que te has declarado siervo por una
cuestión formal. (Mira
ansiosamente a Kirianin y a Fiodor.) Nikita: (Incorporándose.)
Nada de cuestiones formales, señor. Sólo sé que
soy un siervo, humildísimo siervo de cualquier amo. Kirianin: ¿No estás contento con la felicidad
colectiva? Nikita: ...Excelentísimo señor, no me place la
felicidad colectiva. Prefiero la felicidad personal de ser el
humildísimo siervo de tan grandes señores. Orloff: Bien sabes que un comunista sólo puede ser
comunista y no otra cosa. (Agarra a
Nikita por los hombros y lo sienta en la butaca.) Un comunista
jamás se arrodilla ante nadie. Por eso suprimimos a Dios. Nikita: (Se desliza de la
butaca y cae nuevamente de rodillas.) No puedo, señor, no
puedo sino arrodillarme. (Pausa.)
Además, señor, no soy comunista, soy servilista. (Vuelve a poner la cabeza en el suelo.) Orloff: (A Kirianin.)
Tiene el siervo metido en el cuerpo. Kirianin: Torturémosle. Fiodor: Nikita te lo pediría de rodillas.
¡Qué mejor cosa para un siervo que ser torturado por su
señor! Orloff: Di mejor a este siervo. Su servilismo nos domina. Kirianin: Se me ocurre algo formidable. Vamos a obligarle a
hacer el señor. Orloff: ¡Magnífica idea! Será la
única tortura acertada. (Pausa.)
¡Manos a la obra! Fiodor: No entiendo bien la cosa. Orloff: Ustedes caerán de rodillas, en tanto que yo,
pistola en mano, exigiré a Nikita daros de puntapiés en
el trasero. (Pausa.) Esto lo
haremos a título de ensayo. Los días siguientes
turnaremos nuestros traseros a fin de repartir comunistamente sus
patadas, y así proseguiremos hasta que Nikita quede
completamente desintoxicado. (Pausa.)
Caed ahora de rodillas. Orloff: (A Nikita.)
Camarada Nikita. Orloff: Siervo Nikita. Nikita: (Incorporándose.) ¿Qué quiere,
mi señor? Orloff: (Le apunta con la
pistola.) Te ordeno ser el señor de estos dos siervos.
Dales en el trasero unas cuantas patadas de desprecio. Nikita: (Poniéndose
de pie.) ¡Oh, señor, qué alegría! Ya
tengo partidarios. (Se arrodilla
junto a Kirianin y Fiodor.) Ahora somos tres siervos. Pidamos a
este magnífico señor que nos dé unas cuantas
patadas en el trasero. Orloff: (Violento.)
¡Nikita, poneos de pie! Nikita: (Lloroso.)
¡Oh, señor, no puedo sino arrodillarme! Orloff: (Le apunta de
nuevo con la pistola.) ¡Te voy a matar como a un perro!
¡Levántate! (Nikita se
pone de pie.) Orloff: (Le pone el
cañón de la pistola en la sien.)
¡Insúltalos! Nikita: (Balbuceando.)
Señor... Orloff: El señor eres tú, ¿me
entiendes? ¡Adelante! Nikita: (Haciendo un gran
esfuerzo.) Perros siervos... (Pausa.) ¡Oh, no puedo,
señor, no puedo, soy también un perro siervo! Orloff: ¡Adelante! He dicho. Nikita: Perros siervos... (Pausa.)
No puedo, amo mío. No puedo hacer el papel de vuestra
señoría. Prefiero la muerte. Orloff: (Le da un
empujón.) ¡Anda! Da de patadas a tus siervos. (A Fiodor y Kirianin.)
¡Presentad el trasero a Nikita! Nikita: No podría patear el trasero a un señor
y estos son señores disfrazados de siervos. Sería un
crimen de leso trasero. Por menos que eso el difunto Zar ejecutaba a
millones de siervos. Orloff: Esos siervos son los santos de nuestra
religión. Murieron para que no hubiese más siervos sobre
la tierra. Nikita: Y yo voy a morir para que hayan siervos en la
tierra. Es una fatalidad. Tengo la plena seguridad que voy a encontrar
un amo, aunque ese amo me envíe al patíbulo. Ese amo
está ahí, ya lo veo, lo oigo, lo toco casi, es mi
verdugo, pero lo adoro porque mi trasero no puede hacer el siervo si no
tiene su patada. (Pausa.)
¡Señor, matadme, pero no patearé esos traseros!
Haría traición a la sociedad de los traseros. Orloff: (Cambiando de tono.)
Fiodor, Kirianin, ¿qué quiere decir esa posición?
Estamos aquí con el camarada Nikita para discutir cuestiones de
pura forma, y francamente, no veo ningún vicio de forma en
vuestros traseros. Orloff: (Guardando la
pistola.) Camarada Nikita, ¿de modo que la frase "la
felicidad del mayor número, habiendo sido felizmente alcanzada,
y no pudiendo existir otra felicidad que la felicidad alcanzada por el
mayor número", no adolece de ningún vicio de forma? Nikita: La forma es perfecta, inobjetable. Orloff: ¡Magnífico! Entonces pasemos a la frase
siguiente. Nikita: Pasemos, camarada, a la frase siguiente. Orloff: "Si la religión es el opio de los pueblos, no
habiendo religión no hay opio, debido a la felicidad alcanzada
por el mayor número..."
Casa de Nikita. Sala pequeña. Al centro, un
sillón de tapicería con respaldo alto. Frente al
sillón, una sillita de pino. Puerta a la derecha del actor.
Puerta al fondo. Suena el timbre. Aparece Nikita por la puerta del
fondo. Camina entre las dos sillas, las mira un momento y se dirige a
la puerta. Nikita, Stepachenko. Stepachenko: (Siempre con
el sombrero puesto abre el diario.) Me llamo Sergio Stepachenko.
(Pausa.) Dice aquí en Pravda que el camarada Nikita se
declara siervo. Nikita: En efecto, me he declarado siervo. Stepachenko: También dice el manifiesto que el
camarada Nikita busca un amo. Nikita: En efecto, busco un amo. (Pausa.) Pero será mejor que
nos sentemos. Perdone la pobreza de esta vivienda, pero está a
tono con mi nueva condición. Tome asiento. Nikita: (Aparte.)
Buen comienzo. Parece conocer sus derechos. (Pausa.) ¿Qué negocio
me viene a proponer? Stepachenko: (Arrellanándose.)
Creo ser, sin vanidad personal alguna, el único camarada que ha
leído tu manifiesto leyéndolo realmente. (Pausa.) ¿Sabes por
qué? Estaba a punto de declararme amo cuando me cayó tu
manifiesto bajo los ojos. Me dije: Pues si alguien pide un amo,
¿qué mejor amo que yo? Nikita: Bueno, no hay que precipitarse. (Pausa.) Soy exigente. Stepachenko: Yo también soy exigente. Así como
así no se es siervo de este señor. Nikita: Lo mismo digo yo: así como así no se
es señor de este siervo. Stepachenko: Perfecto. (Pausa.)
¿Puedo saber tus exigencias? Nikita: En primer lugar, no acepto ser siervo de un ruso
blanco teñido de rojo. ¿Lo eres tú? Stepachenko: (Dando un
puñetazo y soltando la risa.) ¡Formidable! Es
también esa mi primera exigencia: no acepto ser señor de
un ruso blanco teñido de rojo. ¿Lo eres tú? Nikita: Parece que ni tú ni yo lo somos, y eso es un
buen comienzo. Sería traicionar nuestro credo revolucionario si
aceptásemos contubernio con un ruso blanco teñido de
rojo. Nos tacharían de reaccionarios, y a fe mía, con
harta razón. (Pausa.)
La segunda condición que pongo es que deberás darme
patadas en el trasero. Stepachenko: (Dando un
puñetazo y riendo a carcajadas atronadoras.) ¡Por
las barbas de Lenin! Parece que lees en mi alma. Si quieres que sea tu
señor deberás dejar patearte el trasero. Nikita: Vayamos a la tercera y último. Si te la
expongo es por pura cuestión de forma. Esa condición
está en la masa de la sangre del amo. Stepachenko: Te escucho. Nikita: Me entregarás al verdugo si me rebelo. Stepachenko: (Serio.)
¡Perro sarnoso! Claro que te pondré en manos del verdugo
si llegaras a rebelarte. (Pausa.)
Pero, ¿por qué te rebelarías? ¿No has
escogido tú mismo el servilismo? Nikita: Sí, pero podría suceder que me llegase
a cansar de tus patadas en el trasero. Además, puede llegar a
ser peligroso un siervo declarado. Hay que preverlo todo. Stepachenko: Una golondrina no hace verano y un siervo solo
no puede fomentar una revolución. En cambio, me parece
más lógico que pueda denunciarte como siervo declarado si
esto conviene a mis intereses cerca del Estado. Nikita: Sí, me decapitarían a mí solo
porque aún cuando te hayas declarado señor, los
señores acabarán por entenderse con los señores. Stepachenko: Lo más malo que podría ocurrirme
sería tener que volver a mi encubrimiento. Pero no por ello
dejaría de ser señor. (Pausa.)
Si tuvieras cerebro como los señores podrías entender
esto. Nikita: Hay un momento en que el señor puede pensar
que su siervo tiene cerebro. Stepachenko: ¿Qué momento es ese? Nikita: El de la rebelión del siervo. En ese momento
el señor se entera que el siervo posee un cerebro, pero como en
casa del señor no puede haber dos cabezas, el señor llama
al verdugo para que este corte la del siervo. Stepachenko: Escucha, Nikita, todo eso está muy bien,
pero si llegamos a entendernos prefiero menos dialéctica y
más servilismo. Nikita: Comprenderás que si utilizo muchos argumentos
para defender mi causa, es porque un buen siervo debe asegurarse de que
ha escogido un amo bien cruel. Stepachenko: En cuanto a eso, vive tranquilo. Te aseguro que
mis órdenes y mis patadas son terribles. Nikita: He leído en no sé qué libro que
un gran señor propinó tal patada al trasero de su siervo
que lo lanzó a dos metros de distancia. He ahí una prueba
contundente del desprecio humano. (Pausa.)
Pero, dime algo a título de simple curiosidad. Stepachenko: Estás preguntando muchas cosas y
diciendo muchas otras, Nikita. Eso no está bien en un siervo. Nikita: Todavía no eres mi señor ni
todavía soy tu siervo. Todavía no he caído de
hinojos a tus plantas. Tengo que estar seguro de que eres digno
señor de este siervo. Stepachenko: (Nervioso.)
¿Es que no llegaremos a un acuerdo? Sería una
lástima. Eres el servilismo hecho carne. Nikita: Eres demasiado impaciente. La autoridad se te ve en
la punta de los dedos. Confiesa que estás loco por darme una
patada. Por supuesto, una patada en el trasero. (Pausa.) Pero, dime:
¿Qué te movió a declararte amo? Stepachenko: Quiero darte patadas, quiero mandarte al
infierno. Además, quiero mandar. Nikita: ¿Sobre uno solo? Stepachenko: Por el momento. Después, sobre muchos. Nikita: Sin embargo, te arriesgas demasiado. Puedes cortar
la cabeza a un siervo pero muchos siervos acabarán por cortarte
la cabeza. Los historiadores llaman a eso la rebelión de los
siervos. Stepachenko: Ahora estamos en la etapa de la
declaración de los siervos. Nikita: Después de la declaración viene la
rebelión. Stepachenko: Hace un momento decías que la tercera
condición para entrar a mi servicio era, que si te rebelabas, yo
debía ponerte en manos del verdugo. Nikita: Condición sine
qua non. Stepachenko: Bien, dale la vuelta a esa condición y
pon al amo pidiendo que corten su cabeza al menor asomo de
sumisión a sus siervos. Nikita: Si yo digo que el siervo pide horca al menor intento
de rebelión, lo hago para poner de manifiesto el profundo
servilismo del siervo, pero nunca olvides que un siervo que se rebela
no es más un siervo. Su acto de rebeldía lo convierte
automáticamente en un rebelde. Stepachenko: Se plantea una contradicción: en nuestro
contrato tú estableces una cláusula categórica:
"mi cabeza será cortada al menor acto de rebeldía". (Pausa.) Sin embargo, te contradices
al afirmar que tus actos de rebeldía te convierten
automáticamente en un rebelde. Nikita: Contradicción aparente, fácilmente
salvable. El siervo en frío dice una cosa, el siervo en
caliente, otra. Stepachenko: En ese caso, no tendré la ocasión
de cortarte la cabeza. Por el contrario, será el siervo en
caliente quien trate de cortar la mía. Nikita: Escucha: yo no puedo acelerar el curso de la
historia. Es el siervo en frío, sumiso a su amo, servil con su
amo, quien en este momento pide a su amo que su cabeza sea entregada al
verdugo al menor acto de rebeldía. Nada debe poner en peligro el
buen servilismo del siervo. Stepachenko: Entonces... Nikita: Pero si algo pone en peligro el buen servilismo del
siervo, si ese algo lleva al siervo de lo frío a lo caliente,
entonces esa cláusula se convierte en papel mojado. (Pausa.) ¿Recuerdas a los
extintos sacerdotes católicos? Algunos de ellos juraban y
después abjuraban. Stepachenko: (Riendo.)
De todos modos puedes morir en la horca. Nikita: No por ello dejaré de ser una cuestión
candente. Chispazo para la hoguera que te abrasará en su momento. Stepachenko: No aceleres el curso de la historia...
Disfrutemos la nueva situación. (Pausa.) ¿Qué te
parece si te doy la primera patada? (Se
pone de pie.) Nikita: Antes déjame lustrar tus botas. El servilismo
tiene sus grados. (Saca un pedazo de
franela.) Stepachenko: Quiero saber cuándo puedo empezar a ser
el amo. No vas a ser tú quien dé las órdenes.
¿Soy o no soy tu señor? Nikita: (Prosternándose.)
Tú mandas, mi señor. Tus deseos son órdenes. Stepachenko: Tráeme un vaso de vino. Nikita: (Se pone de pie,
tiembla.) No hay vino en casa, señor. Stepachenko: ¡Cómo! Perro inmundo, ¿te
has bebido el vino? (Le da una patada
en el trasero.) Nikita: ¡Oh dioses del panteón rojo!
Cuánta dicha. Mi trasero os agradece. Stepachenko: ¿Qué estás mascullando,
vil gusano? Lustra mis botas. Nikita: (Lustra las botas
a Stepachenko.) ¡Oh siervos sacrificados de nuestra vasta
Rusia, haced que mi amo sea cruel, duro, autoritario, tiránico y
gran pateador de traseros! Stepachenko: (Enojado.)
¿Sigues murmurando? (Pausa.)
¿Dónde está el knut? ¿Es que no hay knut en
esta casa? Nikita: (Poniéndose
de pie.) No, Stepachenko. El señor rojo no
pronunciará esa palabra infamante, triste recuerdo de la Rusia
blanca. El nuevo señor debe estar a tono con los tiempos
modernos. Stepachenko: ¿Qué se te ocurre entonces? Pero,
¡pronto! Ardo en deseos de flagelarte. Cada momento que pasa me
siento más señor. Nikita: ¡Y yo más siervo! (Se queda pensativo.) ¡Ah, ya
lo tengo! El knut se llama Pravda. Stepachenko: ¿Pravda? Nikita: Pravda es una palabra roja. Pone los traseros al
rojo. Stepachenko: Ahora mismo salgo a comprar una Pravda de siete colas. (Pausa.) Y
ya sabes, perro sarnoso, quiero tener vino esta noche. Además,
velarás mi sueño. Nikita: (Prosternándose
de nuevo.) Tus deseos son órdenes, señor. (Pausa.) ¿Puedo decirte algo
de la mayor importancia? Stepachenko: Te escucho, pero que sea de la mayor
importancia. Nikita: Estoy vigilado. Ya deben saber que tengo un amo. Por
mi parte, estoy dispuesto al sacrificio. Antes la muerte: no
renunciaré a mi condición de siervo. Stepachenko: Sé muy bien que estás vigilado.
Acabarás en la horca, pero mientras tengas vida te daré
buenas patadas en el trasero. (Le da
dos patadas.) Nikita: Entonces, amo mío, si te parece bien
comenzaré a servir desde mañana en tu casa. (Solemne.) Sólo la muerte
podrá separarnos. (Pausa.)
¿Sería mucho pedir, señor, que me recibieras con
la Pravda en la mano? Stepachenko: Concedido. Te obsequiaré con una lluvia
de vergajazos rojos. Nikita: Esos vergajazos serán los primeros heraldos
de la rebelión de los siervos. Stepachenko: Pero, ¿cómo osas expresarte con
ese lenguaje? Nikita: Las manos de mis hermanos cortarán la cabeza
de tus nietos. Stepachenko: ¿Te has vuelto loco? (Pausa.) ¡Y no tener
aquí mi Pravda para
darte unos buenos vergajazos! Nikita: Puedes darme una patada en el trasero. Es un
magnífico aperitivo para tu pie y para mi trasero. Entre la
patada y el vergajazo hay diferencias de grado, pero no de substancia. Stepachenko: Cuando seamos miles de señores
poderosos, tú y tus siervos, hermanos, cerraréis la boca
y abriréis el trasero. (Le da
una patada.) Nikita: Tu oráculo no puede fallar. Será la
rebelión de los traseros.
Escena Segunda Decorado: Lujoso dormitorio en casa de Stepachenko. Cama con dosel y
colgaduras. Piel de oso blanco al centro. Tapices en las paredes.
Butaca junto a la cama. Stepachenko está acostado. Ronca. Stepachenko: (Despertando
sobresaltado.) ¡Nikita! ¡Nikita! Nikita: (Pantalón
negro, casaca blanca con botones rojos.) ¿Llamaba el
señor? Stepachenko: (Juntando las
manos.) Nikita, ¿sabes? Soñé que te
cortaban la cabeza. (Pausa.)
Era muy chistoso. Nikita: Después de todo, señor, no tiene gran
importancia. Una cabeza más o menos. Stepachenko: Claro que no tiene importancia la cabeza de un
cochino siervo como tú. Además, ¿de qué
sirve la cabeza a un siervo? Con tal que tenga un trasero. Nikita: Señor, está demostrado que los
sueños no quieren decir nada. Stepachenko: No dirás lo mismo cuando veas tu cabeza
en el tajo. (Pausa.)
¿Qué hora es? Nikita: Las doce pasadas. Stepachenko: ¡Diablo! Tengo que salir. (Pausa.) ¿Ha venido alguien? Nikita: Sí, señor. En la sala aguarda un
señor. Stepachenko: ...¿un señor? ¿No te
equivocas? ¿No soy yo el único señor? Nikita: Parece que no, porque me dijo que estaba dispuesto a
pagar un buen precio por mi cabeza. Stepachenko: ¿Oigo bien? ¿Por tu cabeza ha
dicho? (Pausa.) ¿Y por
qué pretende tu cabeza? Nikita: Lo ignoro, señor. Acto seguido me dio una
patada en el trasero. Stepachenko: (Asombrado.)
¿Te dio una patada en el trasero? Nikita: Y dijo que no había duda alguna en cuanto a
mi trasero. Stepachenko: ¿Qué crees que quiso decir? Nikita: Que yo tenía trasero de siervo. Stepachenko: No te venderé por todo el oro del mundo.
Tu cabeza me pertenece. Que se busque otra cabeza y otro trasero. (Pausa.) Despídelo. Nikita: ¡Oh señor! Le he dicho que su
señoría no podía recibirle y me ha dado una
terrible patada en el trasero. Stepachenko: (Salta de la
cama y da a Nikita una patada.) Despídelo. Nikita: Me ha propinado, señor, otra patada. Dice que
él es tan señor como el señor. Stepachenko: Eso lo veremos. (Pausa.) Dile que pase. (Se acuesta de nuevo.) Adamov: (Entra y saluda
con extremada cortesía.) ¿Tengo el honor de
conocer al grandísimo señor Sergio Stepachenko? Stepachenko: (Seco y
cortante.) ¿Cómo os llamáis?
¿Qué os trae por mi casa? Adamov: Mi nombre es Basilio Adamov. Vivo en los Urales.
Tengo muchas almas bajo mi férula. Estas almas han leído
el manifiesto de Nikita y en consecuencia han declarado su servidumbre.
Pido la cabeza de Nikita. Stepachenko: No la venderé por todo el oro del mundo.
(Pausa.) En cambio, os
sugeriré algo muy interesante. Adamov: (Impaciente.)
¡Bah!... Stepachenko: Cortad todas esas cabezas. Adamov: Son ochocientos brazos que trabajan para mí y
cuatrocientos traseros a los que doy patadas. Lo menos que puedo hacer
por ellos es perdonarles la cabeza. Manera de preservar la
productividad. (Pausa.) En
cambio, vos tenéis un solo siervo. Os pago bien su cabeza. Stepachenko: No me pidáis tal cosa. No me puedo pasar
sin siervo. Adamov: Tomad un siervo provisionalmente. Es la misma cara y
el mismo trasero. Necesito a Nikita para hacer un escarmiento. Stepachenko: No puedo. Requerid los servicios de la
autoridad. Adamov: El gobierno cortaría las cabezas de mis
siervos. No me conviene vuestro consejo. Stepachenko: ¿Se han rebelado vuestros siervos? Adamov: No se han rebelado, pero han declarado su
servidumbre. Stepachenko: ¿Cómo traducen en la vida
práctica esa declaración? Adamov: Me dijeron: ya que el señor nos patea el
trasero, no queremos una igualdad teórica. Stepachenko: No les falta razón. Adamov: Uno de esos hijos de perra tuvo la osadía de
decirme: la igualdad debe ser igual para todos: si el señor
puede patearme el trasero, yo también puedo patear el trasero al
señor. Stepachenko: Acá entre nosotros, Adamov, esa es la
verdadera camaradería. Claro, que tal camaradería no es
posible, ya que es muy agradable dar patadas en el trasero y muy
desagradable dejar darse patadas en el trasero. Adamov: En tiempos de los Zares la cosa estaba más
definida. Cada parte sabía su papel y cada parte tenía su
nombre bien especificado. Stepachenko: Al menos, el siervo tenía derecho a
llamarse siervo. Era su único derecho. Adamov: Y el señor a llamarse señor. Tampoco
nosotros podemos llamarnos señores. Stepachenko: Cosa que no tiene la mayor importancia ya que
somos los opresores. Adamov: De acuerdo. Uno puede seguir siendo señor
aunque tenga que serlo encubiertamente. Eso no molesta. Pero a un
siervo le molesta que le hagan pasar por camarada con todos lo
derechos, siendo en realidad siervo sin ninguno de los derechos. Stepachenko: La igualdad condicionada es una píldora
muy difícil de tragar. Adamov: Mal que bien la iban tragando, pero ese cochino de
Nikita ha echado todo por tierra. Dadme su cabeza. Stepachenko: No está en mi poder daros la cabeza de
Nikita. Adamov: ¿No sois el dueño de sus actos y de su
vida? Stepachenko: Si os concediera la cabeza de Nikita
querría decir que me he declarado señor, y entonces el
Partido pediría mi cabeza. No olvidéis que sólo
podemos ser señores encubiertos. (Pausa.) Pedid consejo al Partido. Adamov: La actitud política del Partido es que la
explotación deberá ser practicada bajo cuerda...
¿Cómo queréis que el Partido permita la
declaración de servilismo de cuatrocientos camaradas? Stepachenko: Por supuesto que no. El Partido no puede
traicionar sus ideales. Adamov: ¡Ja, ja! En apariencia, porque en el fondo... Stepachenko: ¡Cómo, Adamov! Hay que guardar las
formas. Adamov: Estoy de acuerdo. Cara de ángel y pata de
demonio con pezuña y todo... Para que el fondo no se vea hay que
tapar el hoyo con la hojarasca de la forma. Stepachenko: Pero ya veis que los camaradas del fondo
están empujando las hojas con la forma de sus cabezas. Adamov: Esta es la broma pesada. (Pausa.) Por eso os digo: una cabeza
cortada a tiempo siembra el terror. Stepachenko: Aparte de que yo no puedo cederos la cabeza de
Nikita sin que la mía corra grave riesgo, creo que será
contraproducente decapitarlo a presencia de vuestros cuatrocientos
siervos. Stepachenko: Los siervos declarados, hasta ahora sumisos, se
convertirían en feroces leones. Adamov: ¡Diablos, diablos! (Pausa.) Decidme, ese Nikita,
¿no es el filósofo del régimen? Stepachenko: El filósofo oficial del régimen.
A la altura en que se encuentra el Partido, con todas las
contradicciones salvadas, ¡ejem!, el cargo de filósofo es
un cargo de pura forma. Ahora bien, Nikita, mediante una jugada
maestra, lo convirtió en un cargo a fondo. Adamov: Bueno, un filósofo es siempre, y ante todo un
siervo. Stepachenko: Sí, para ser un filósofo hay que
ser un descontento. Condición sine
qua non de la filosofía. Adamov: Yo diría, si es que no va a asustaros el
fondo de la cuestión, que Nikita es un revolucionario. Stepachenko: ¡En toda la línea! No va a quedar
contento con su servidumbre declarada. Irá más
allá. Stepachenko: (Sonríe
socarronamente.) Todo filósofo debe ser vigilado de cerca. Adamov: Comprendo. Stepachenko: Escuchad, mi querido Adamov:
¿queréis realmente que la cabeza de Nikita ruede por el
suelo? Adamov: Daría toda mi fortuna. Stepachenko: Pues bien, seguid mis consejos. (Pausa.) Llamaré ahora mismo
a Nikita y le diré todo cuanto me habéis propuesto. Adamov: ¿Vais a decirle que quiero su cabeza? No
olvidéis que para un filósofo es la cabeza lo más
preciado. Stepachenko: No pronunciaré esa palabra. En cambio,
diré a Nikita que vos queréis llevarlo ante vuestros
siervos para que estos aprendan a presentar dignamente el trasero al
señor. En una palabra, que Nikita enseñe a vuestros
siervos tener conciencia de sus traseros. Adamov: No entiendo ni jota de todo esto. (Pausa.) Nikita nunca hará
este viaje. Stepachenko: Nikita aceptará con alma y vida. Nikita
firmará un documento ante nosotros declarando el objeto de su
viaje. Desde ese momento, Nikita estará perdido. Adamov: ¿Queréis decir que será
decapitado? Stepachenko: ¡Descabezado! (Pausa.) (Grita.) ¡Nikita!
¡Nikita! Nikita: (Entra y se
arrodilla.) Presente, señor. Stepachenko: Escucha, Nikita, el magnífico
señor Basilio Adamov ha venido desde los montes Urales para
suplicarme... Adamov: (Interrumpiendo.)
Sí, para suplicarle... Stepachenko: ...Para suplicarme que tú le
acompañes hasta ese lejano lugar. Adamov: Viajarás como un príncipe. Nikita: Viajaré como un siervo. Stepachenko: Bien, Nikita, el objeto de ese viaje es el
siguiente: el magnífico señor Basilio Adamov tiene bajo
su férula a cuatrocientos siervos no declarados. (Aparte, a Adamov.) Si supiera que
están declarados y vueltos a declarar... (A Nikita.) Adamov confía que
si tú les ofreces una demostración de tu trasero en
funciones de tu servilismo, esos cuatrocientos camaradas
declararán su servilismo. (Pausa.)
¿Aceptas? Nikita: Todo sea por el triunfo de los traseros serviles.
Acepto. Stepachenko: (Coge un
papel y se lo pone bajo la nariz.) Firma esta declaración. Nikita: (Firmando.)
Aunque deben estar ya declarados, son cuatrocientos traseros... yo,
maestro de cuatrocientos traseros. (Se
vuelve y besa las manos de Adamov.) Adamov: Nikita, eres un siervo obediente. ¡Pide lo que
quieras! Nikita: (Mirando a
Stepachenko.) No me atrevo, señor, sería demasiada
felicidad. Stepachenko: ¡Ánimo, Nikita! El señor te
concede de antemano cualquier petición. ¡Anda! Pide lo que
quieras. Nikita: ¡Traseros, patadas, traseros!
Escena Primera Decorado: El mismo decorado de la Escena II, Cuadro II. Stepachenko: (Entrando.)
¡Nikita, mis zapatos, mi traje! Nikita: (Entra con los
zapatos y el traje de Stepachenko.) Acá los tiene,
señor. Stepachenko: ¿Qué te pareció Adamov? Nikita: Tiene madera de amo, señor. Me ha dado una
patada soberbia. Stepachenko: Vendrá por ti a las doce. Nikita: Estoy preparado, señor. Stepachenko: Voy a dar un paseo. Regresaré a las
doce. (Pausa.) ¿Te
gusta declarar a los siervos, no? Nikita: Me gusta declararlos, señor. Stepachenko: ¿Crees de veras eso de los siervos? Nikita: Creo en lo que veo, señor, y veo millones de
siervos. Stepachenko: ¿Quiénes son ellos para declarar
nada o para que tú declares su servilismo? Ya el Estado los ha
condicionado. Nikita: Perdone el señor, pero ha sido el
señor quien me ha ordenado declare el servilismo de los siervos
del magnífico señor Basilio Adamov. Stepachenko: ¿Estimas que hay mucha gente que piensa
como tú? Nikita: Señor, yo pienso lo que pienso, y lo que yo
pienso está escrito. Puede ocurrir que mucha gente acepte mis
escritos. Stepachenko: También puede ocurrir que rechacen tus
escritos. Nikita: Muy posible, señor. Stepachenko: También puede ocurrir que el Estado
rechace tus escritos. Nikita: También el Estado, señor. Stepachenko: En ese caso... Nikita: Se cumplirá vuestro sueño,
señor. Rodaría mi cabeza. Stepachenko: ¿Piensas que hay explotadores y
explotados? Nikita: Pienso que hay explotadores y explotados encubiertos. Stepachenko: ¿Y por qué te empeñas en
hacer pública esa condición encubierta de unos y otros? Nikita: Es un modo de protestar. Stepachenko: Los criados y los filósofos siempre
andan protestando. Nikita: Queremos que el Estado nos conceda un status. Stepachenko: ¿Qué status? Nikita: El de siervos. Estamos dispuestos a servir en tanto
que siervos que puedan propalar que son siervos. Si es una fatalidad
histórica que haya señores y siervos, al menos que uno
sepa a qué atenerse. Stepachenko: Pero ya has visto que ningún
señor encubierto se ha visto en la necesidad de declararse. Nikita: Terminarán por hacerlo. Stepachenko: ¿Cuándo? Nikita: Cuando los siervos se definan, los señores se
verán obligados a quitarse la máscara. Stepachenko: No te entiendo. Nikita: Un siervo declarado declara implícitamente a
su señor. El señor no puede negar su condición de
señor. (Pausa.) El
opresor arriba, el oprimido debajo. Entonces todo marcha como sobre
ruedas. Stepachenko: ¿No se rebelan, pues, los siervos? Nikita: El siervo declarado puede pasar a la segunda fase. Stepachenko: ¿Cuya es? Nikita: El siervo rebelado. Stepachenko: Hay otra fase. Nikita: (Con sorna.)
¿Cuya es, señor? Stepachenko: El siervo decapitado. Nikita: Hay una cuarta fase, señor. Stepachenko: ¿Cuya es, Nikita? Nikita: El señor decapitado. Stepachenko: ¿Quieres decir que el siervo puede
triunfar? Nikita: El siervo puede convertirse en señor y el
señor en siervo. Stepachenko: Es muy chistoso. Nikita: Sí, señor. Es muy chistoso. Es el
eterno retorno. Stepachenko: (Se pone el
sombrero.) Te pierdes por las grandes frases, Nikita. Ten
cuidado que las grandes frases no pierdan tu pobre cabeza. (Sale.) Nikita: (Se toca la cabeza.)
Te queda poco, cabeza. (Se toca el
trasero.) Trasero, te queda poco. Nikita: ¡Hola, Kolia! ¿Qué ocurre? Kolia: (Asustado.)
Stepachenko es un espía. Nikita: Querido Kolia, ¿y vienes a decirme eso? Lo
sé mejor que tú. Kolia: Tienes que salvarte. Nikita: Kolia, sabes la consigna: cada uno su parte.
Limítate a la tuya. Kolia: Nos quedaremos sin jefe, camarada siervo. Nikita: Lo he previsto todo, camarada siervo. Tengo un
sucesor y ese sucesor tiene otro sucesor. Kolia: Puedo matar a ese perro espía de Stepachenko.
Está parado en la esquina. Nikita: Limítate a tu parte. No eres tú su
verdugo. (Pausa.)
¿Alguna novedad? Kolia: En el club de la siderúrgica Taiga han
retirado discretamente los ejemplares de Pravda que contienen tu manifiesto.
Nikita: La cosa marcha. (Pausa.)
Escucha: mañana seré juzgado sumariamente y decapitado o
algo por el estilo. Hay que dar un golpe de efecto. (Reflexionando.) Contamos con los
camaradas de la siderúrgica, con los del ferrocarril
subterráneo... Kolia: Los camaradas panaderos son buena gente. Nikita: Aún no han despertado del todo. Quedan muchos
indecisos. (Pausa.) Así
que contamos con los de la siderúrgica, el ferrocarril
subterráneo y con los zapateros... (Pausa.) Mañana a las dos de
la tarde, hora en que supongo que mi proceso marchará a velas
desplegadas, que esos veinticinco mil camaradas siervos se declaren. Kolia: ¿Cuál será la
demostración? Nikita: Huelga de brazos caídos hasta tanto no se les
reconozca el derecho al servilismo declarado. Kolia: Acaso eso evite tu muerte. Nikita: Por el contrario, va a apresurarla, pero es un buen
golpe de efecto que mis jueces se enteren que hay veinticinco mil
camaradas que leen leyendo de verdad. Kolia: También pueden cortar esas veinticinco mil
cabezas. Nikita: Mejor que mejor. El doble de esas cabezas, el triple
de esas cabezas declarará su servilismo a paso de carga. No hay
como los ejemplos sangrientos. (Pausa.)
Ahora, márchate. Kolia: Eres nuestro salvador, Nikita. Nikita: No, Kolia, no soy un salvador, soy un declarador. Ni
me salvo ni salvo a los siervos; sólo declaro el servilismo. Kolia: Pero una vez que seamos siervos declarados podremos
rebelarnos y triunfar. Nikita: Entonces seremos señores y otro Nikita
será el declarador de turno. No hay otra verdad. (Pausa.) Márchate. Stepachenko: (Entrando.)
Dime, Nikita, ¿qué hace un amo cuando pierde a un siervo? Nikita: Toma otro siervo. Hay grandes reservas, señor. Stepachenko: ¿Declarados o encubiertos? Nikita: Eso depende de los siervos, señor. Stepachenko: O de los señores. Estimo que el
servilismo encubierto da un mayor margen de explotación. Nikita: Sigo diciendo al señor que todo depende, en
definitiva, de los siervos. Los siervos elegirán el servilismo
declarado, pese a los señores. Stepachenko: Vienen por ti a las doce. Parece que me quedo
sin siervo declarado. (Pausa.)
¿Buscarás nuevo amo? Nikita: Un siervo no se comprende sin un amo. Stepachenko: ¿Será acaso el verdugo tu nuevo
señor?
CUADRO
TERCERO Escena segunda Decorado: el mismo del cuadro I, escena I. Orloff: (Dando lectura a
un panfleto.) "¡Camaradas! En vista de que la igualdad
social no es tan igual como parece, en vista de que el comunismo se
compone de partes desiguales de señores y siervos –mayor
número de partes serviles, menor número de partes
señoriales– y en vista de que las partes serviles están
obligadas por la razón del Estado a no manifestar su verdadera
condición, en vista de todo eso, nos, siervos encubiertos, nos
declaramos siervos serviles y juramos defender el servilismo hasta la
muerte". (Pone la hoja sobre la mesa.)
¿Qué les parece el panfleto? Kirianin: Parece que la igualdad aparente está a
punto de entonar su canto de cisne... Fiodor: La broma pesada en todo este asunto es que no se
trata de puras cuestiones de forma. Estos siervos plantean un problema
real. Orloff: Vaya usted a meterles en la cabeza que la
contradicción está en la base de todos los actos. La
igualdad supone la desigualdad. Un comunista es igual a otro comunista
aunque uno sea señor y el otro siervo. Kirianin: (Irónico.)
Nadie como los señores para comprender las contradicciones de la
naturaleza del hombre. Es la parte del león. Fiodor: Fundemos un Estado compuesto exclusivamente de
señores. Orloff: ¿Es posible eso, querido Fiodor? Fiodor: Muy posible: hagamos señores a los siervos. Orloff: El Estado señorial presupone buena cantidad
de siervos. Ahora bien, esos siervos, convertidos en señores,
buscarán siervos. El nuevo status quedaría
automáticamente desvirtuado. Kirianin: Entonces fundemos un Estado de siervos. Orloff: Una vez instaurada la república de los
siervos, estos por puro espíritu de emulación se
esforzarán por devenir señores. (Pausa.) No, nada de eso sirve de
nada. La única verdad es la que tenemos nosotros: un Estado
comunista con absoluta nivelación social, pero también
con siervos y señores, se entiende, unos y otros encubiertos, a
fin de salvar la contradicción. He ahí la verdadera
igualdad. Fiodor: Nuestra igualdad. Kirianin: Nuestra igualdad. Orloff: Nuestra igualdad. (Pausa.)
No hay otra. Todo aquel que no acepte la desigualdad de nuestra
igualdad será pasado por las armas. Kirianin: Y la igualdad de nuestra desigualdad... (se anima.) Porque lo igual y la
igualdad, los iguales y los iguales, la igualación y el
igualamiento se abrazan en la igualdad y en la igualdad desigual y en
la desigualdad igual tienen su fin... Porque... Orloff: Muy bien por el camarada Kirianin. Es una tirada
brillante. (Pausa.) Con
discursos tan iguales el igualitario Estado está salvado. (Pausa.) Ahora llamemos a nuestro
desigual. (Toca el timbre.) Orloff: (A Nikita.)
Nikita Smirnov, se le acusa de haberse levantado contra el Estado. (Pausa.) ¿Por qué se
levanta? Nikita: Para caer. Orloff: ¿Por qué quiere caer? Nikita: Para levantarme. Orloff: ¿Por qué quiere levantarse? Nikita: Para caer. Orloff: Se le acusa de haber escrito un manifiesto contra la
seguridad del Estado. (Pausa.)
¿Por qué lo escribió? Nikita: Para manifestarme. Orloff: ¿Por qué se manifestó? Nikita: Para caer. Orloff: ¿Por qué quiere caer? Nikita: Para levantarme. Orloff: ¿Por qué quiere levantarse? Nikita: Para caer. Orloff: Se le acusa de poner en duda la igualdad desigual de
clases. ¿Por qué duda? Nikita: Para clasificarme. Orloff: ¿Por qué se clasifica? Nikita: Para caer. Orloff: ¿Por qué cae? Nikita: Para levantarme. Orloff: ¿Por qué se levanta? Nikita: Para caer. Kirianin: (A Stepachenko.)
Haga su deposición, camarada Stepachenko. Stepachenko: Cuando leí el manifiesto... Orloff: ¿Leyó usted, leyéndolo, el
manifiesto? Stepachenko: (Pálido.)
¿De qué otro modo podía enterarme que este perro
sarnoso pedía un amo, y se declaraba siervo? Orloff: Tenía que enterarse, leyendo sin leer el
manifiesto, que el perro sarnoso pedía en el manifiesto un amo. Stepachenko: Confieso que lo leí leyéndolo. Orloff: Para desintoxicarse leerá otra vez, sin
leerlo, ese manifiesto. (Pausa.)
Prosiga. Stepachenko: Cuando leí, ejem, leyéndolo el
manifiesto de Nikita Smirnov ardí en santa cólera. Yo soy
un señor encubierto que, por supuesto, sabe que es un
señor encubierto sin confesarlo, y no podía permitir que
un cochino siervo encubierto se manifestase en términos de
siervo declarado. (Pausa.)
Decidí amarrarlo corto. Toqué a su puerta y me
ofrecí como señor declarado al siervo declarado. Le di
unas cuantas patadas declaradas. Orloff: ...¿declaradas? Stepachenko: Confieso que declaradas. Orloff: Tiene que desintoxicar esa pata declarada. Dé
a Nikita una patada de igual a igual. Stepachenko: ¿No es la misma patada? Orloff: No, es una patada encubierta. Proceda. Stepachenko: (Se dirige
donde Nikita y al tiempo que le da una patada, le da un apretón
de manos.) ¡Salud! Orloff: Bien, continúe. Stepachenko: Mas no estaba satisfecho con patear el trasero
declarado de Nikita Smirnov. Tenía que conseguir su cabeza.
Entonces vino a casa el señor encubierto Adamov a pedirme la
cabeza de Nikita. No se la di, pero Nikita firmó este papel (muestra un papel) donde se
compromete a enseñar a los siervos declarados del poderoso
señor Basilio Adamov a presentar el trasero declaradamente. Orloff: ¿Esos cochinos siervos declarados no saben
todavía presentar el trasero? Stepachenko: Todavía. Orloff: ¡Qué felicidad! Podrán volver al
encubrimiento. (Pausa.)
Prosiga. Stepachenko: Nikita aceptó encantado, y va a perder,
encantado, la cabeza. Orloff: Nikita, ¿acepta esta firma por suya? Nikita: La acepto por mía. Orloff: ¿Por qué firmó? Nikita: Para caer encantado. Orloff: ¿Por qué cae encantado? Nikita: Para levantarme encantado. Orloff: ¿Por qué se levanta encantado? Nikita: Para caer encantado. Orloff: Nikita, declárese siervo encubierto. Nikita: No puedo, me he declarado siervo declarado. Orloff: ¿Prefiere perder la cabeza? Nikita: Prefiero perder la cabeza encantado. Y por
añadidura, encantado, el trasero. Orloff: (Lo tutea.)
¿No dices que para un siervo es el trasero lo más
preciado? Nikita: Sí, cuando puede exhibirlo. Un trasero
encubierto es vergonzante. Un trasero encubierto parece un mendigo que
dé aires de gran señor. Orloff: Es una filosofía basada en el trasero. Nikita: Exacto. El nikitismo es la filosofía del
trasero. Fiodor: Estalló la bomba. (A Nikita.) ¿Nikitismo?
¿Qué es eso? Nikita: Un sistema filosófico-político basado
en las relaciones existentes entre la pata del señor declarado y
el trasero del siervo declarado. Orloff: Me cuesta trabajo comprender tal filosofía.
El sistema filosófico denominado nikitismo puede ser
válido aunque el señor, el siervo, la pata y el trasero
actúen encubiertamente. Nikita: El sistema sólo recibirá el nombre de
nikitismo si el señor, el siervo, la pata y el trasero han
declarado su señorazgo y su servilismo. Orloff: Pero... ¿si el señor, siervo, pata y
trasero persisten en su encubrimiento, no puede el sistema seguir
denominándose nikitismo? Nikita: En ese caso recibirá el nombre de comunismo. Orloff: Escucha, ¿cuál de los dos sistemas
acabará por triunfar? Nikita: El comunismo. Orloff: (Jubiloso.)
¡Cómo! Entonces, ¿te retractas? Nikita: Nada de retractaciones. (Pausa.) Los nikitistas o
"declarados" después de luchas cruentas pasan a ser comunistas
encubiertos. Orloff: ¿También tú? Nikita: Si no me cortan la cabeza, también yo. (Pausa.) El final de todo, es el
comunismo encubierto, siempre en jaque por el comunismo declarado. Orloff: Supongo que habrá un término en todo
eso. Nikita: No hay nunca un final. Es el eterno retorno. Orloff: Eres anticuado. No crees en el progreso. Nikita: Creo en el progreso de las patas y en el progreso de
los traseros. Orloff: En ese caso te cortaremos la cabeza. (Pausa.) Será la única
cabeza. Nikita: ¿Y las cabezas de los siervos del poderoso
señor Basilio Adamov? Orloff: Cuando vean la tuya en el cesto, meterán las
suyas en un cesto de seguridad y presentarán furtivamente el
trasero. Nikita: (Mira su reloj.)
Las dos de la tarde. Orloff: Unos minutos más y ya no tendrás
cabeza. Nikita: En este momento acaban de declarar su servidumbre
veinticinco mil camaradas. (Pausa.)
Podéis cortar sus cabezas. Orloff: (Nervioso,
descuelga, vuelve a colgar.) ¡Veinticinco mil siervos! (Al oficial.) Llévese a
Nikita. Tráigame su cabeza. Llévese a Stepachenko. Oficial: ¿También la cabeza de Stepachenko? Orloff: No. Ponga a Stepachenko a desintoxicar la pata
apestada. Orloff: (A Fiodor y a
Kirianin.) El nikitismo está en marcha. Fiodor, Kirianin: (A coro.)
Pero, ¿por qué tiene que marchar? Paralicémoslo. Orloff: Está en marcha. (Pausa.) Vamos a almorzar,
después a cenar... después a almorzar, después a
cenar... Es el eterno retorno. |
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