Relaciones de lo entrevisto: Sobre La vigilia cubana. Sobre Antonio José Ponte
Teresa Basile (compiladora)
Rosario, Argentina: Beatriz Viterbo Editora, 294 p.
Juan Carlos Quintero-Herencia, University of Maryland
Para un lector encontrar, en estos días, un cuerpo de textos que sirva de motivo para mejores conversaciones es una prenda cada vez más escasa. Que el editor o la compiladora de esos textos tenga, además, el talento para no hacer del autor sobre el que convergen sus lectores, la plataforma de un narcisismo primario es además una oportunidad que merodea la delicia. Hoy, cuando la mediocridad es, sin empacho alguno, insignia de mercadeo y acicate luminoso para la sananería, la desaparición del autor como origen auroral de una conversación literaria encuentra en la compilación de ensayos La vigilia cubana. Sobre Antonio José Ponte su demostración. No quiere esto decir que el volumen preparado por Teresa Basile contenga entre sus páginas textos que todavía saluden el potens del Autor o paguen sus remesas ante esa aduana discursiva, sin embargo, el arrastre de problemas y situaciones que teje la obra de Ponte termina desalojando lo predecible de los adjetivos y el reino de las mayúsculas. Imagino que esta compilación de trabajos fue pensada como el comienzo posible para una serie de intercambios sazonados por el gusto y por otros modos de pensar la vigente cultura del poder cubana.
Entre el insomnio, la víspera o aquel trabajo que se lleva a fruición en las altas horas de la noche, la vigilia cubana que nombra el título de la colección es más una vigilia latinoamericana en torno a lo que justo pasa antes o después del derrumbamiento de una utopía latinoamericana en bancarrota. “El presente en ruinas”, título del ensayo de la profesora Esther Whitfield, como pocos elabora lo que es un ofrecimiento simbólico de Ponte en más de uno de sus textos: la constatación en el carácter arruinado de La Habana de una guerra civil imaginada o la fantasía apocalíptica que sobre la ciudad desata el régimen castrista. Las ruinas, lo que supuestamente el abandono y, por supuesto, el deterioro civil condensa sobre el casco de la ciudad serían el rastro imposible de sus batallas. Lo latinoamericano de esta vigilia ante lo ruinoso de la utopía guerrillera se dice sin aspavientos ni genuflexiones propias de clérigo nacionalista. Insiste y se inscribe lo americano en esta colección gracias a la heterogeneidad biográfica y poética de los colaboradores, y al lugar de impresión de esta editorial argentina que cada día se nos vuelve un espacio de reflexión necesario para ciertos lectores. La vigilia cubana. Sobre Antonio José Ponte enhebra temas y poéticas, desde los textos de Ponte, consciente del fenómeno de época que conforman una serie de escrituras latinoamericanas de fin de siglo XX y comienzos del XXI. En el espíritu de los volúmenes dedicados a autores cuya obra todavía está en proceso de escribirse pero se intuye ya decisiva, el libro compilado por Basile sabe de la valoración sostenida que estos textos de Ponte reciben y recibirán en el futuro. La compiladora ha sabido reunir una serie de lecturas que si bien a primera vista devela, tal vez, una selección en términos de los géneros que ha trabajado Ponte: poesía, cuento, novela y ensayo, la compilación, sin embargo, aspira a recortar un espacio para aquilatar la condición contemporánea de una lectura literaria y política en América Latina. La contemporaneidad de esta lectura de los textos de Ponte es también un avatar de las lecturas que del presente sostienen más de un texto del autor cubano.
Como si el susurro que el viento y la desolación dejan correr por tantas ruinas, en este caso, habaneras, encuentre en el tono de la obra de Ponte una de sus reverberaciones literarias. Los énfasis, los temas que recorren su obra habilitan una teoría del desplazamiento y de lo sucinto como intervención ética ante un régimen tiránico como el regentado aún por los hermanos Castro. La ausencia de genuflexiones retóricas, la distancia ante las afectaciones propias de la melcocha son una decisión en Ponte. Eso que ante su aliento, una poeta en plenos poderes como Reina María Rodríguez, de la mano de una cita, nombra como un saber: “Él sabe, como dijera Ezra Pound, que el ‘estilo es limpidez como opuesto a la retórica’.” (15)
Ponte, además, no desea ser puente, a menos que por éste se entienda puro tránsito, el estar de paso. De este modo, la compilación se abre con la lectura intensa e íntima de los poemas de Ponte gracias a la mirada de Reina María Rodríguez, pasa por las citas célebres que Daniel Balderston arrima a la modernidad irrecusable de la poesía del autor para anotar cómo esta voz se cuida de darle el beneficio de la duda al pathos sacrificial del guerrero y apuesta por la revelación menor, de baja intensidad de un paseo textual que ya se ha despedido de lo titánico y habita las mejores promesas de lo vivo. En el tránsito de los ensayos que compila Basile, resalta la meditación de Jacqueline Loss en torno al “skitalietz” como figura de la vergüenza y la contradicción que el ethos comunitario en la isla quisiera olvidar como marca de su subordinación imperial a lo peor de la cultura burocrática y totalitaria de la extinta USSR, allí también desfila la pasión casaliana de Francisco Morán que densifica la imagen y categoría de la ruina, de lo arruinado más allá de una consideración arquitectónica para sumergirla en una reflexión erudita en torno al uso y tiempo de los objetos cotidianos. La lectura que lleva a cabo Gonzalo Oyola del imaginario homoerótico y homosexual en Contrabando de sombras transita por otra marginal. Para Oyola Contrabando de sombras es ilegible sin abrirse a un recorrido por un imaginario mortuorio, lleno sueños que no escamotean el regreso premonitorio de atávicas atrocidades coloniales contra los “amujerados”. Re-localizado ahora en la frontera de los vivos y los muertos, el sujeto en el cementerio, se regodea entonces en su goce ante la familiaridad ominosa de algunas cicatrices. La vigilia cubana recoge también la reseña de Rafael Rojas de Un arte de hacer ruinas y otros cuentos en donde, además de señalar la peculiar alegoría imperial que los textos de Ponte le dedican al Estado cubano como un estridente imperio que dispersa a sus ciudadanos, el ensayista sagazmente polemiza con la rápida aceptación y circulación entre sectores de la crítica de la frase “literatura del período especial” (en específico anota su uso “inapropiado” (125) en el prólogo de Esther Whitfield a la edición del Fondo de Cultura Económica de los cuentos de Ponte) sin considerar la filiación estatal que de inmediato se instala una vez la frase es usada para identificar momentos de la producción literaria o cultural en la isla.
La compiladora cierra el volumen con su extenso e importante trabajo que toma la producción ensayística de Ponte como muestra de las transformaciones que ha vivido el ensayo latinoamericano en la década de los años noventa. Parece ser el plato fuerte del libro, no sólo por su extensión y atención detenida a la obra ensayística del cubano, sino por el arco de tradiciones y diálogos que Basile establece entre los ensayos de Ponte y los textos que conforman la teoría-práctica del ensayo en Occidente. Dicho sea de paso, Basile anota una paradoja productiva en los modos de figuración del canon cubano según algunos de sus más recientes puestas en debate. Basile percibe aún entre aquellos que abogan por descentrar el canon cubano o celebran el escape ante las domesticaciones estatales, la elaboración de un contra-canon, la reposición de otra lista de clásicos sin pensar en los modos constitución de “lo clásico” en la cultura cubana o sin preguntar por los rituales de legitimación y autoridad literarios que los acompaña fuera o dentro de los mandatos marciales o académicos.
El postre es la reveladora ciber-entrevista a Ponte por Mónica Bernabé. En ella no sólo el escritor confirma las preguntas y lecturas de algunos de sus lectores, sino que también se ofrecen otros materiales y temarios para el diálogo y por qué no, el debate a partir de los textos de Ponte. A propósito del señalamiento descalificador a la “Isla en peso” de Virgilio Piñera hecho por Cintio Vitier y luego, en otro registro genealógico, re-editado por Fina García Marruz en La familia de Orígenes, aquello de que el poema piñeriano hacia de Cuba una isla antillana, otra isla caribeña más, y como parte de una pregunta de Bernabé sobre la función, si alguna, del mito de la insularidad en su obra, Ponte no puede esconder su inteligencia como su incomodidad ante esta mitologización de lo insular detrás de lo que él denomina el posible agrado o absorción de las teorías sobre el Caribe de un Edouard Glissant o Antonio Benítez Rojo en un “lector residente en La Habana” a diferencia de un “lector residente en Santiago de Cuba” (261). Con agudeza Ponte reconoce el encierro y la incomunicación de las islas caribeñas y sus relaciones más intensas, tal vez, con Europa o el Japón. De igual modo calibra la reacción de Vitier al poema piñeriano como una suerte de alarma racializadora ante el ennegrecimiento de la isla que el poema sustentaría o la negatividad premonitoria de su imaginario insular. De todos modos, leída y compartida su duda ante las mitificaciones y espiritualizaciones insular-céntricas de tantos apólogos de la Isla, todavía falta una consideración de ese aislamiento y fragmentación que no remita ni a idealizaciones ni a alharacas identitarias o panfleteras de cualquier tipo. Me refiero a una meditación en torno a otro tipo de sentido comunidad caribeña a partir de sus pérdidas, ahogos e incomprensiones, más allá de cualquier trascendencia u ontología beata.
La vigilia cubana. Sobre Antonio José Ponte es un texto que nos merecíamos todos los que esperamos por lecturas compartidas fuera de los cierres, alejados de los golpes de pechos ante los muros deshechos, aquellos que intentan no volver a saber de penurias e ineptitudes por decreto.