Memorias del silencio: literaturas en el Caribe y en Centroamérica

Graciela Salto (compilación y prólogo), (2010)
Buenos Aires, Editorial Corregidor, 352 p.

Teresa Basile, Universidad Nacional de la Plata

 

     ¿Qué perspectivas y aportes nos ofrece una compilación de diversos artículos críticos, qué ventajas frente a un trabajo de autor? ¿Cómo desafiamos cierta reticencia que nos provoca leer una compilación aun cuando ésta responda a un eje? En Memorias del silencio: literaturas en el Caribe y en Centroamérica, podemos censar los intereses sobre las literaturas del Caribe por parte de la crítica académica dedicada a los estudios literarios latinoamericanos, en especial la argentina, podemos palpar las tendencias, tanto aquellas que hacen a los marcos teóricos como a los focos temáticos, y avizorar lo que está emergiendo, lo que pugna por un espacio mayor, lo que falta hacer. En este sentido la primera parte del libro reúne, bajo el título “Traducciones y difracciones en el Caribe”, una serie de aportes provenientes del Caribe anglófono y francófono, toda una zona de investigación que está presionando con fuerza las fronteras de los estudios latinoamericanos en Argentina, que ha ingresado preferentemente a través de los departamentos de lenguas extranjeras o de literaturas comparadas, y que ya exige mayor protagonismo en el área latinoamericana y demanda el armado de redes interdepartamentales.
     Este apartado se inicia con una estupenda conversación que tuvieron el barbadiense Kamau Brathwaite y el martiniqueño Édouard Glissant (“El lenguaje-Nación y la poética del acriollamiento”) en la Universidad de Maryland en 1991 y que ahora Carolina Benavente Morales traduce, anota y comenta para este volumen. Si bien uno de ellos, Brathwaite, se exhibe como poeta, y el otro, Glissant, como intelectual, ambos hablan como políticos discurriendo sobre las posibles estrategias de descolonización de la cultura por un lado, y por el otro, sobre las tácticas de comunicación necesarias para interconectar los diversos caribes. La búsqueda de una “memoria volcánica” inscripta en una catástrofe geológica y en un genocidio histórico (KB); una reflexión sobre la lengua (la propuesta del lenguaje-nación frente a la lengua oficial en KB, y las posibilidades del creole como lengua de mezcla “impredecible” para EG); la recuperación del “paisaje” caribeño en sus particularidades; la defensa de una “poética del acriollamiento” que deconstruya los discursos radicales (de raíz) de la identidad (EG), trazan vías para la fragua de una cultura caribeña descolonizada pero no centrada en su raíz, una y a la vez múltiple, abierta al afuera, difractante. La especulación sobre el lugar que ocupa y los vínculos que instituye el Caribe anglófono y el francófono respecto del Caribe hispanohablante y de América Latina, alumbra la situación de aislamiento que padece y la necesidad de establecer comunicaciones, “convergencias”, una “especie de liga” o una “relación que se teje como una red” como vías para interconectar los diversos Caribes sin obturar las diferencias.
     El texto de Carolina Benavente Morales (“Traducir en el espacio criollo…”) como traductora del diálogo Brathwaite- Glissant no solo reflexiona sobre los desafíos de la tarea de traducción que debió enfrentar en el “espacio criollo” caracterizado por la hibridación lingüística y cultural, sino que va un poco más allá para aportar datos, clarificar conceptos, situar los debates y dar algunas claves para comprender mejor el diálogo entre los dos escritores caribeños.
     Irmtrud König (“La creación literaria de Aimé Césaire en la década de 1960. Una aproximación a su teatro”) se pregunta por las razones que condujeron a Aimé Césaire a escribir teatro entre 1963 y 1968 dejando de lado la poesía –que parecía ser el medio más adecuado hasta entonces para dar expresión a la negritud- por un lapso de doce años. Explica este giro “sorprendente” hacia el teatro por la capacidad de este género para vehiculizar una serie de debates que los procesos de descolonización en el Caribe y en África suscitaron, marcando el orden cultural de la década de los 60 en el “Tercer Mundo”. Así, la narratividad y la visibilidad del teatro resultan terrenos más adecuadas que la poesía para la reflexión en torno a los vínculos entre colonialismo y racismo, para la exposición de procesos históricos y colectivos, para la expresión de las contradicciones sociales y los intereses políticos y económicos que desestabilizan las naciones poscoloniales, cuestiones que Aimé Césaire recoge en La tragedia del rey Christophe, la obra analizada en este artículo por König.
     En “Jamaica Kincaid y la literatura caribeña anglófona actual: el microrrelato como crítica”, Alejandra Olivares explora dos estupendos microrrelatos (que además traduce y coloca como apéndices): “Girl” de Jamaica Kincaid y “Girldfriend” de Michael Thomas Martin, quien reescribe desde un juego paródico el texto de Kincaid. Ambos relatos ponen en escena el “dilema del escritor caribeño” atrapado entre una escritura que se postula como crítica a los sistemas de dominio colonial (a través de las metáforas de la familia) por un lado, y por el otro un mercado editorial que, junto con las instituciones académicas extranjeras dedicadas al estudio del Caribe, terminan por imponer una visión sobre el Caribe a la medida del paladar de los centros hegemónicos del saber, diseñando entonces un “caribeñismo” como un nuevo modo de exotismo puesto a circular en la aldea global.
     ¿Cuáles son las voces emergentes de la literatura latinoamericana? ¿Cuáles son los textos actuales  que estos trabajos nos invitan a leer, aquellos que interesan, aquellos que dejan entrever las imagos de una América Latina compleja, desigual, centrífuga, diaspórica? ¿Quiénes son los “nuevos”, acaso los “novísimos”? La segunda parte (“Cuba: las ficciones de la tradición”) nos convoca a tantear la Cuba de las últimas décadas de los 80 y los 90 desde la emergencia de nuevas voces y proyectos alternativos a la hegemonía cultural de una revolución que ya cumplió más de cincuenta años.
     En “La ‘suave risa’ cubana en la crítica cultural: del choteo al camp”, Graciela Salto recorre con envidiable erudición la travesía conceptual del “choteo” y de la “suave risa” considerados como rasgos característicos de las prácticas culturales cubanas: desde los textos seminales de Jorge Mañach (1928) y Fernando Ortiz (1923), haciendo escala en las propuestas de Cintio Vitier (1957) y Severo Sarduy (1968) para arribar a las reapropiaciones de las últimas décadas en la créolisation del choteo de Gustavo Pérez Firmat (1984-1986) y en su empleo como estrategia camp en José Esteban Muñoz. En este trayecto lo que se pone en escena son diversas matrices articulatorias de los discursos identitarios de lo “cubano” en diferentes contextos, entre los cuales Salto privilegia dos escalas. En primer lugar describe el pasaje desde la concepción origenista de Cintio Vitier quien sustituye el “choteo” como “inclinación psíquica viciosa” del positivista Mañach por la “suave risa” en tanto principio poético vertebrador de la tradición literaria cubana, hacia las propuestas de Sarduy quien descoloca la “suave risa” de la trama esencialista y de la unidad trascendente del origenismo vitierano, para reinterpretarlo como una “yuxtaposición barroca” de fragmentos culturales realizada mediante el collage para acrecentar la potencialidad plurisémica y estereofónica de los textos. La segunda escala parte del potencial corrosivo de categorías trascendentes esgrimido por Sarduy para señalar su profundización como herramienta para la deconstrucción de las epistemes totalitarias y esencialistas de lo cubano acuñadas en el marco de la revolución: tanto  el “choteo créole” de Pérez Firmat que ahonda los mecanismos de desautorización, reconecta el vínculo del choteo con lo abyecto, lo vuelve sólo sonido desligado de toda referencia, onda en movimiento, oscilante, inestable, multivocal; como la redefinición que hace José Esteban Muñoz en términos de una estrategia camp recolocando el choteo en el cruce actual de los estudios de género y subalternidades queer (lo que supone activar el potencial crítico de Ortiz) ejercen su poder cáustico.
     María Virginia González y María Fernanda Pampín insisten en la Cuba que se inicia en los noventa del “período especial”, posoviética, posmoderna a su modo, sumida en el “naufragio”, desbordada en sus exilios, para traer al análisis dos excelentes textos, dos guías para internarnos en las escrituras del derrumbe. En “La transgresión del ensayo: Ella escribía poscrítica de Margarita Mateo Palmer”, María Virginia González aborda el análisis del ensayo de Margarita Mateo Palmer publicado en 1995 para examinar la ruptura que despliega en la extensa tradición del ensayo cubano, dominada por la presencia de voces masculinas. Ella escribía poscrítica resulta un texto que no sólo reflexiona sobre la posmodernidad, sino que él mismo es posmoderno, intensamente híbrido, en el cruce entre diversos géneros y subgéneros literarios como el testimonio, la ficción, la autobiografía, las epístolas; en la interferencia entre dos líneas discursivas: una académica y otra ficcional; en los juegos entre la cultura letrada y la popular (de las citas en latín a los grafitis, los tatuajes, las canciones); en el trabajo intertextual con varios textos de la tradición literaria cubana; en el concierto de voces que se desprenden del yo, así la presencia de Surligneur-2, Dulce Azucena, Siemprenvela, la Mitopoyética Intertextual, la Feministadesatada y la Abanderada Roja terminan por desbaratar la integridad del sujeto de enunciación, ahora disgregado en un sinnúmero de roles y pulsiones. Este ensayo de Mateo Palmer, además, permite asomarnos a la serie de proyectos alternativos de arte que asomaron en la década de los 80 para cuestionar los valores dominantes, abriendo espacios por afuera de las políticas culturales del estado revolucionario y de sus instituciones, tales como el Grupo Ballet Teatro de La Habana, el teatro Obstáculo, el movimiento de poesía joven, Arte Calle, Hacer, Castillo de la Fuerza, entre otros.
     María Fernanda Pampín (“Nuevas versiones de La Habana. La invención de la ciudad según Abilio Estévez) indaga Inventario secreto de La Habana (2004) de Abilio Estévez como parte de lo que Jorge Fornet ha denominado “narrativas del desencanto”, vinculadas a cierta precepción del fracaso de la revolución, y además, en el caso de Abilio Estévez, a su exilio en España. A la metáfora del “naufragio” como derrumbe de los ideales revolucionarios, se suma la nostalgia del exilio: ambos configuran el lugar desde el que Estévez inicia su recorrido por La Habana, aunque no hace de la Revolución Cubana el eje de su texto. No sólo se trata de una nueva mirada múltiple sobre La Habana –un “inventario” que colecta diversas versiones sobre la ciudad tomadas tanto de relatos de escritores cubanos clásicos y novísimos, como de los recuerdos personales del narrador que conforman una ciudad secreta y personal-; además el texto se constituye desde un cruce de géneros que incluye la literatura de viajes, las memorias y la ficción. El desfile de diversas perspectivas sobre la ciudad y sus espacios se inicia con las imágenes de La Habana como “la gran ciudad caribeña” por parte de los viajeros europeos y escritores cubanos del siglo XIX, para arribar a las actuales miradas que se detienen en revelar su decadencia.
     Varios trabajos regresan con insistencia a la configuración de los imaginarios nacionales en los orígenes de los Estados latinoamericanos, desde una perspectiva atenta a las heterogeneidades contenciosas que desafían sus umbrales, y alerta ante las complejidades y contradicciones (las paradojas de la letra, diría Julio Ramos) que las fraguas de proyectos identitarios procuraban suturar en su intento por negociar los espacios subalternos, ya sea el “negro”, el “guajiro”, el “indio” o la “mujer” en los artículos de María Pía Bruno y Ariela Schnirmajer.
     María Pía Bruno (“Imágenes de la patria en el romancero cubano (1830-1880)”) bucea en las configuraciones imaginarias de lo cubano delineadas, bajo el impacto del boom de la industria azucarera en la isla, en el romancero escrito entre 1830 y 1880 al calor del proyecto cultural y literario de Domingo del Monte (1804-1853) y su círculo literario, cuyos miembros adherían al ideario ilustrado y reformista del momento. Bruno hace especial hincapié en la complejidad y las contradicciones que tensan las imágenes de la patria en un intento por configurar una nación que articule las diversas heterogeneidades (el “negro”, el “guajiro”, el “siboney”), en un contexto en que Cuba se encuentra sacudida entre los aires de modernidad que la producción de azúcar traía y el incremento de mano de obra esclava y, con ello, la atención al “problema del negro”. Además, presta atención a la arquitectura del “romance de tema patriótico” y sus capacidades como género para organizar la imagen de la cubanidad (la oralidad, los vínculos entre tradición y renovación, la tendencia narrativa y explicativa).
     En “El rol cívico femenino en De Cabo Haitiano a Dos Ríos”, Ariela Schnirmajer analiza la presencia en ciertos textos martianos (en especial en De Cabo Haitiano a Dos Ríos, pero también en algunos poemas de Versos sencillos y en algunas crónicas de las Escenas norteamericanas) de figuras femeninas que intervienen en la construcción del imaginario nacional que Martí articula en sus textos: así la mambisa, las madres heroicas, la matrona, las mujeres patriotas; o figuras emparentadas como la de la mulata Lucy Parsons, esposa de uno de los siete anarquistas condenados en Chicago que desafía con su prédica al Estado norteamericano, poniendo en escena el vínculo entre mujer y política. Martí, entonces, privilegia aquellas mujeres que adoptan un “rol cívico importante asociado al refugio y sustento del soldado fatigado, o al rol de matrona fuerte dispuesta a matar o a ofrendar a sus hijos a la causa independentista” (193). En contraste con esta galería femenina, se encuentra la figura de Eva en los Versos sencillos que remite a una erótica.
     Bajo el subtítulo de “Centroamérica: repertorios, archivos y desvíos”, la tercer parte del libro, se reúnen diversos trabajos que vuelven a tensarse entre las sólidas arquitecturas de los orígenes nacionales imaginados, y las inestabilidades, derrumbes y violencias de este presente crepuscular.
     En “Entre padres, legisladores y desaforados. Las guerras y la nación en narrativas venezolanas del siglo XX”, Mónica Marinone regresa al origen de la Nación y a los héroes de la independencia para luego auscultar el desarme de aquella épica en la literatura del presente. Recorre, entonces, el trayecto que va desde los “legisladores” (Andrés Bello, Simón Bolívar), aquellos letrados del siglo XIX que fundaron una literatura de ideas como vía para configurar los destinos nacionales, que volvieron a la historia -en especial a la gesta de la independencia- como fuente de valores nacionales, que inscribieron la ley en la letra, hasta los “desaforados” (fuera del foro, fuera de la ley) que hacen de la escritura literaria una herramienta contenciosa para desestabilizar aquella ley. Este recorrido, cuyo protagonismo lo ocupa la figura de Bolívar, se puntualiza en dos textos venezolanos: mientras en Las lanzas coloradas (1931), Arturo Uslar Pietri vuelca la ficción en la historia de las guerras de independencia para reafirmar la identidad nacional -empleando una perspectiva mimética, estabilizadora de los sentidos, fundada en la “veracidad”- y para ello destaca la figura de Bolívar como un héroe; en cambio La carujada (1990) de Denzil Romero centra su mirada en el anti-héroe Pedro Carujo y descompone la mitología heroica de Bolívar empleando una serie de prácticas perturbadoras: convierte a la historia en fuente de relatos inestables, la atraviesa con las pulsiones del deseo, le inscribe la moral del fracaso, disloca la estabilidad del sentido, exacerba una retórica barroca del exceso, y con ello escapa al logos de la letra fundacional, encuentra en las “raíces de la nacionalidad” el ultraje a la ley y da cuenta de “los gemidos de un mundo agonizante”.
     Diana Moro (“Sergio Ramírez: ruptura y construcción del archivo”) parte de una reflexión sobre el concepto de  “archivo” en diálogo con las propuestas de Michel Foucault, Jacques Derrida y, en nuestro ámbito, Roberto González Echevarría, para abordar el análisis de la novela del nicaragüense Sergio Ramírez Castigo divino (1988). En esta línea, la novela se centra en la apertura de un archivo judicial, estatal, para revelar el “secreto” que se oculta en su interior, pero además la revelación de este secreto se articula desde un cruce de géneros que interpela diversas tradiciones “popular e ilustrada”, “moderna y arcaica”: así junto al discurso judicial, a la lengua forense, se encuentra el cine (la cita al film “Castigo divino” como usurpación), y el periodismo, frente a una narratividad propia del género policial de enigma, de la novela de suspenso, de la novela de la Serie negra, se hallan marcas del melodrama y del folletín, ya que el “secreto” incumbe tanto a las políticas autoritarias de la Guardia Nacional en los inicios de la dictadura de Somoza, como a los amoríos del “reo” con las mujeres de una familia respetable de la ciudad de León. La literatura, entonces, a través de la apertura del archivo, salda una cuenta pendiente, hace justicia diferida.
     María Teresa Sánchez (“Augusto Monterroso. Desplazamiento, tradición y transgresión”) propone analizar en un amplio corpus de textos (en particular La palabra mágica (1983), La vaca (1999), Pájaros de Hispanoamérica (2001), Literatura y vida (2003)) del guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003) los mecanismos de autorreferencialidad vinculados con la configuración del sujeto. A través de los diversos modos de autorreferencialidad, Monterroso va diseñando un lugar propio en las rearticulaciones del yo con la tradición literaria guatemalteca y latinoamericana, con diversos géneros literarios en especial la fábula, el ensayo, la autobiografía y el microrrelato, con el canon estatuido, con el campo intelectual y literario; y en el ejercicio de diversos roles tales como el de escritor, crítico literario, ensayista, lector de su propia obra, traductor, entre otros. De este modo, el escritor guatemalteco logra, por medio del ejercicio de diversas rupturas y transgresiones -de la mano del humor, la parodia y la ironía- posicionarse en un “no canon”.
     María del Pilar Vila (“Escritura de la violencia. La narrativa de Horacio Castellanos Moya”) nos introduce en la “nueva narrativa centroamericana” de los años 90 que exhibe los avatares de un territorio –El Salvador, Honduras y Guatemala- convulsionado, sometido a vaivenes políticos, económicos, sacudido por la violencia, con las heridas de las recientes guerras aún abiertas, gobernado por poderes corruptos, para explorar los textos ficcionales de Horacio Castellanos Moya (1957). La “violencia” entonces se convierte en centro de sus relatos en tanto impregna diversos tipos de representaciones (desde las ciudades a los espacios privados), y también en matriz de una escritura que violenta las palabras, la sintaxis, las voces, la narratividad, dando lugar a una “estética del cinismo”, a una escritura “crepuscular” que es posible leer en algunas de sus novelas: El asco. Thomas Bernhard en San Salvador (1997), Insensatez (2004), Desmoranamiento (2006) y Tirana memoria (2008).
    La publicación de Memorias del silencio: literaturas en el Caribe y en Centroamérica y el anuncio de un próximo volumen coordinado también por Graciela Salto, constituyen toques de reunión de la crítica argentina dedicada al Caribe, ya que congregan trabajos de los principales centros, departamentos, grupos de investigación de diversas universidades argentinas (aunque no sólo argentinas). Esta reunión es tanto una práctica que este volumen auspicia como un índice del peso y la extensión del interés sobre el Caribe en los últimos años en el Cono Sur.