El Ibis de Darío: indagación de un poema

James Irby, Princeton University

A la memoria de Antonio Alatorre (1922-2010), maestro y amigo.

 

     Propongo comentar aquí en detalle, verso por verso y palabra por palabra, el extraordinario poema de Rubén Darío titulado "Ibis," que forma parte de Cantos de vida y esperanza. Lo componen sólo cuatro versos, treinta palabras y una sola oración gramatical que dicen así:

Cuidadoso estoy siempre ante el Ibis de Ovidio,
enigma humano tan ponzoñoso y süave
que casi no pretende su condición de ave
cuando se ha conquistado sus terrores de ofidio.

     Poema extraordinario no tanto por su concisión, sino más bien por los intrigantes y concentrados efectos de su construcción semántico-gramatical. Para iniciar nuestro comentario, examinemos dos aspectos del primer verso: la referencia a "el Ibis de Ovidio" y el énfasis logrado por el adverbio "siempre."
     ¿Qué o quién es "el Ibis de Ovidio"? Puede ser un poema, un hombre o un ave.  Ya en su destierro a Tomis, a orillas del Mar Negro, el poeta romano Publio Ovidio Nasón (43 a. de C. - 17 ó 18 d. de C.) compuso un extenso poema de violenta invectiva y oscuras alusiones mitológicas dirigido a un falso amigo quien, aprovechándose de la ausencia del poeta de Roma, lo había traicionado al apropiarse de sus bienes. El poema identifica al traidor sólo como "Ibis," que es de donde toma su título. Según declara en el propio poema, Ovidio designa a su enemigo como "Ibis" siguiendo el modelo de un poema imprecatorio del mismo título del poeta griego Calímaco (c. 305 - c. 240 a. de C.), cuyo texto no ha llegado a nosotros. Los eruditos no parecen ponerse de acuerdo acerca del sentido simbólico de dicha ave para un poeta y otro (véanse, por ejemplo, las opiniones de André [xxviii], La Penna [xxxvi] y Williams [26]). En cambio, a los efectos del presente comentario, y tomando en cuenta que el poema de Darío atribuye a su "enigma humano" aspectos tanto de "ave" como de "ofidio," me parece importante recordar el hecho de que tradicionalmente el ibis posee, entre otros rasgos, el de atacar y devorar serpientes, como atestiguaron ya, por ejemplo, Plinio y Flavio Josefo. Es decir, como veremos más adelante en mayor detalle, el "enigma humano" del poema de Darío reúne atributos antagónicos. 
     El énfasis efectuado por el adverbio "siempre" – o sea, "todo el tiempo," "en todo momento" – es reforzado por su colocación al final del primer hemistiquio del verso alejandrino, ya que su sílaba acentuada "siem-" coincide con la sexta sílaba que obligatoriamente lleva un fuerte acento tónico. El lector, por lo tanto, bien puede  preguntarse cuál sería el motivo de tanto y tan persistente "cuidado" o, más precisamente, cuál sería la naturaleza del peligro o amenaza que representa este "Ibis de Ovidio." Y en efecto, dicha duda o perplejidad por parte del lector se refleja luego en el sustantivo "enigma" que encabeza el segundo verso, con lo cual el poema va cobrando el doble carácter de una advertencia seguida de una especie de adivinanza. Es como si dijera: cuidado tú también, lector, ante este "Ibis de Ovidio," pero a ver si descifras en qué consiste semejante criatura, tal y como yo la evoco.
     Por otra parte, este "siempre" es sólo el primero de una serie de énfasis que van intensificando el efecto enigmático del poema entero. Veamos ahora el segundo verso:

enigma humano tan ponzoñoso y süave

     Aquí de nuevo se observa un peculiar efecto sintáctico-métrico:  el adverbio "tan," que de por sí señala un cierto grado de intensidad, también coincide con la acentuada sexta sílaba del verso, creando, en este caso, un hemistiquio "agudo" que pone de relieve la combinación, en un plano de igualdad, de "ponzoñoso" con "suave." Combinación que en un principio puede parecernos paradójica y suscitar otra duda: ¿cómo es posible que coexistan en un solo ser atributos tan contradictorios? Sin embargo, dado el hecho de que este "enigma" es también calificado de "humano," uno no tarda en reconocer cómo se refuerzan entre sí determinadas acepciones de los adjetivos "ponzoñoso" y "suave" al aplicarse éstos a formas de conducta humana. Según María Moliner, "ponzoñoso," con referencia a críticas, escritos, etc., "se dice de lo que contiene un ataque muy mal intencionado y, generalmente, solapado, contra alguien." Y esta idea de una maldad solapada no es nada incompatible con "suave," que, según la misma María Moliner, significa, con referencia a personas o a su carácter, maneras, etc., "de movimientos reposados, exento de brusquedad o violencia." Lo cual deja abierta la posibilidad de una "ponzoña" que por lo menos exteriormente – o inicialmente – sea "suave."
     Veamos ahora el tercer verso:

que casi no pretende su condición de ave

     Aquí se revela que el "tan" del verso anterior iniciaba una construcción sintáctica del tipo "tan" + adjetivo + "que" + verbo, cuyo propósito es declarar la consecuencia del grado de intensidad marcado por dicho adverbio. Un ser tan ponzoñoso y suave que... ¿qué?  ¿Cuál es, entonces, el resultado de tanta ponzoña y suavidad? Pues que el "enigma humano" en cuestión "casi no pretende su condición de ave," declaración de veras sorprendente, por cuando menos tres motivos: 1) que el grado de intensidad señalado por "tan" conduzca a un "casi no" – es decir, a un grado mínimo, casi inexistente –, 2) que una "condición de ave" – es decir, una condición natural – pueda ser "pretendida", y 3) que un "enigma humano" posea también "su condición de ave."
     Lo que más llama la atención aquí tal vez sea el empleo de "pretender" con "condición" como complemento directo. ¿Cómo se entiende esto? Normalmente, "pretender" con un complemento como "puesto" o "empleo" significa (acudiendo de nuevo a María Moliner) "solicitar" o "aspirar a." Pero ¿cómo es posible que un individuo solicite o aspire a una "condición" que ya es suya? Para no hablar de la complicación creada por la extraña expresión "su condición de ave," donde el sustantivo "condición" es atribuido simultáneamente a dos posesores, a un "enigma humano" y a un "ave." Lo cual incluso nos lleva a cuestionar el sentido en que se emplea aquí el sustantivo "condición," cuya primera acepción normalmente es (citando de nuevo a María Moliner) "modo de ser naturalmente una cosa o un género de cosas." Pero ¿cuál es, al fin y al cabo, la naturaleza o índole de este "enigma humano"? ¿A qué género o especie pertenece? ¿Y cuáles serían sus rasgos distintivos? Y volviendo ahora al empleo de "pretender": es verdad que dicho verbo seguido de una cláusula también puede significar "afirmar alguien cierta cosa de cuya realidad se duda" (citando una vez más a María Moliner), como cuando se dice "él pretende que sus medios son limitados" (ejemplo que no es ya de Moliner, sino mío).  Pero esta posibilidad, en lugar de resolver nuestra duda, la complica, introduciendo la idea de una pretensión falsa.
     Consideremos, por fin, el cuarto y último verso:

cuando se ha conquistado sus terrores de ofidio.

El cual, lejos de establecer cualquier tipo de clausura aclaratoria, problematiza aún más el sentido del poema entero, abriendo otras perspectivas ambiguas o conflictivas, siendo notable también cómo cada uno de los vocablos empleados en este verso final va añadiendo un grado mayor de complejidad al efecto del conjunto.
     Empecemos con el adverbio "cuando," el cual introduce una perspectiva temporal que antes faltaba en el poema. O mejor dicho, una perspectiva secuencial de causa y efecto. Porque ahora resulta que aquel acto mínimo de "casi no pretende[r] su condición de ave" declarado en el verso anterior es visto aquí como consecuencia de este otro acto de "[haberse] conquistado sus terrores de ofidio." Acto éste, por otra parte, señalado (y subrayado) por el único empleo en el poema de un verbo en tiempo perfecto. Pero ¿en qué consiste este proceso cronológico-causal? ¿Cómo conduce un acto al otro? Porque aquí de lo que se trata, entre otras cosas, son los actos sucesivos de dos tipos de animal, ave y ofidio, ambos actos también atribuidos, no lo olvidemos, a un mismo "enigma humano".
     Para empezar a desentrañar ciertos aspectos de dicho proceso, examinemos ahora el verbo de este verso, "conquistarse", en su combinación con el complemento "sus terrores de ofidio." Según la misma María Moliner a quien venimos consultando, la forma reflexiva de "conquistar" con complementos como "simpatía", "cariño" o "amor" significa "atraer," "ganar" o "inspirar" dichos afectos en otras personas hacia uno mismo.  En cambio, aquí lo que "se ha conquistado" no es ningún tipo de amor o simpatía sino todo lo contrario: nada menos que el horror de unos "terrores de ofidio." Pero ¿debe leerse el reflexivo aquí sólo en el sentido que tiene cuando se habla de alguien que "se ha conquistado" el afecto de los demás, o sea, en el sentido de haber atraído dicho afecto hacia uno mismo? ¿No adquiere este reflexivo también algún sentido de autosuperación, o sea, el de que este mismo "enigma humano" haya conseguido vencer sus propios "terrores de ofidio"? ¿O incluso, tal vez, que éstos los haya alcanzado como un objetivo deseado, no sólo en los demás sino también en sí mismo?
     Me parece que esta ambigüedad cuyas vertientes acabo de esbozar gira en torno al problema de distinguir entre lo que es propio y lo que es ajeno, el cual también involucra la cuestión de cómo los límites entre un ser y otro determinan la naturaleza de éstos. Y que lo que yo he llamado "la perspectiva secuencial de causa y efecto" introducida por el empleo del adverbio "cuando" plantea dicha ambigüedad como un proceso dinámico en  el tiempo, o sea, que la concibe como la progresiva transformación o metamorfosis de un ser en otro. Para apreciar en mayor detalle cómo el poema va configurando dicho proceso, conviene que volvamos ahora sobre su empleo de los verbos "pretender" y "conquistarse."
     Dichos verbos forman parte de sintagmas simétricos, a saber: "[pretender] su condición de ave" --› "[conquistarse] sus terrores de ofidio", de acuerdo al esquema verbo + "su(s)" + sustantivo + "de" + sustantivo, que traza un marcado paralelismo entre un acto y otro e incluso sugiere que son como variantes el uno del otro. Actos mediante los cuales un mismo "enigma humano" alcanza otras formas, otros atributos, que no son humanos. Y actos que también, al aludirse de esta manera y en este orden dentro del texto del poema, apuntan hacia alguna capacidad más amplia y más compleja que encubre la verdadera índole de dicho "enigma humano." Hay una relación lógica de causa y efecto entre los actos de "pretender" y "conquistarse" en el orden en que aparecen aquí, en el plano del significante: un "pretender" seguido de un "conquistarse," lo cual constituye una progresión "natural" o "plausible," como, por ejemplo, en términos de una "conquista" amorosa. Pero en el plano del significado, gracias al empleo del adverbio "cuando," aquí se declara que el acto de "conquistarse" es previo al de "pretender," lo cual parece más bien una paradoja o contrasentido.
     Es verdad que lo que "se conquista" por un lado ("terrores de ofidio") no es lo mismo que lo que "se pretende" por el otro ("condición de ave"). Pero, como ya hemos visto, la simetría sintagmática señalada arriba sugiere algún tipo de reciprocidad entre un objetivo y otro. Y es notable aquí también otro efecto sorpresivo creado por el orden de presentación en el plano del significante: se habla primero de una "condición de ave," algo que en sí podría ser más bien inofensivo, para luego hablar del espanto de unos "terrores de ofidio." Es decir, el poema va revelando diversas facetas de su "enigma humano" para terminar con el impacto de dicho espanto. El cual, sin embargo, de ninguna manera devela todo el secreto de este "enigma humano," dejándole al lector en suspenso ante el otro enigma que es el poema entero, un poco como al viandante ante lo que otro gran poeta ha llamado "la Esfinge preguntona del Desierto."(1). Con la diferencia, claro está, de que la enunciación enigmática de este poema presupone otro escenario, otra distribución de roles. Quien habla aquí no es el monstruo sino un cuidadoso observador suyo cuyas palabras de prevención son, al mismo tiempo, palabras de una rara y misteriosa eficacia poética y no un simple acertijo como el que adivinó Edipo.
     Repito ahora la pregunta que formulé al comienzo de este comentario: ¿qué o quién es "el Ibis de Ovidio"? Pero esta vez no para identificar su referente histórico, sino  para definir con mayor precisión su sentido tal y como va siendo elaborado en este poema. Un ser de múltiples formas o aspectos: un "Ibis de Ovidio" que es también un "enigma humano" que, además, al actuar de tal o cual modo, exhibe rasgos tanto de "ave" como de "ofidio," provocando en el sujeto lírico una actitud de sumo cuidado, de suma cautela, expresada en palabras sumamente oblicuas. Un ser, por otra parte, movido por una decidida voluntad que se manifiesta al pretender (leve y transitoriamente) su "condición de ave", una vez que se ha conquistado (definitivamente) "sus terrores de ofidio," siendo éstos tal vez el motivo más inmediato del cuidado declarado por el sujeto lírico. Pero no el único motivo, ya que, sin duda, la inquietante mutabilidad de este ser inspira buena parte de dicho cuidado, que el poema transmite al lector.
     Al comienzo de mi comentario también observé que uno de los posibles referentes  para "el Ibis de Ovidio" podría ser el poema del propio Ovidio titulado "Ibis." De ser así, ¿qué tipo de cuidado sería el que el sujeto lírico de Darío mantiene "siempre" ante este "Ibis de Ovidio"? He aquí dos poemas titulados "Ibis": el de Ovidio y el de Darío. Ambos empeñados en evocar a un individuo temible, traidor, nocivo; uno de ellos explícitamente reconoce al otro como su punto de partida, su antecesor. Pero, en cuanto a extensión, lenguaje y tono, imposible imaginar dos poemas más dispares. El "Ibis" de Ovidio abarca más de seiscientos versos que forman un extenso catálogo de denuncias, venganzas, suplicios y castigos de una enorme violencia, al lado del cual los cuatro versos del "Ibis" de Darío forman un brevísimo epigrama de una extraña reserva y reticencia. En este sentido, pues, el poema de Darío podría leerse como una especie de arte poético, en el que el "yo" declara su invariable "cuidado" de no caer en cualquier empleo de invectiva u otra violencia verbal del tipo del "Ibis" del poeta romano, notorio ejemplo de desmesura que de algún modo ha chocado a todos sus comentaristas a lo largo de los siglos.
     Antes de poner fin a mi comentario y con el propósito de aclarar un poco más la índole del "enigma humano" que venimos examinando, quiero vincular este "Ibis" de Darío a otros dos textos suyos, uno en prosa, el otro en verso. El primero es un pasaje que evoca a José Martí, hacia el final de la semblanza de éste en Los raros

...aquel hombre que aborreció el mal y el dolor, aquel amable león, de pecho colombino, que, pudiendo desjarretar, aplastar, herir, morder, desgarrar, fue siempre seda y miel hasta con sus enemigos (Darío, Los raros, 194).(2)

     Me parece que esta caracterización de Martí también corresponde al comportamiento del propio Darío, quien, por más que se sintiera ofendido por traiciones o envidias, siempre se abstuvo de ataques violentos en sus escritos. Pero es fácil detectar en este mismo pasaje los indicios de un fuerte afán agresivo en su insistencia en multiplicar verbos de mutilación física ("desjarretar, aplastar, herir, morder, desgarrar"), como si sólo uno o dos no bastaran para dar la necesaria nota de violencia. O como si por detrás o por debajo de tan ejemplar decoro verbal siempre latiera un impulso feroz.
     El otro texto de Darío es el breve poema titulado "Filosofía," que también forma parte de Cantos de vida y esperanza:

Saluda al sol, araña, no seas rencorosa.
Da tus gracias a Dios, oh sapo, pues que eres.
El peludo cangrejo tiene espinas de rosa
y los moluscos reminiscencias de mujeres.

Sabed ser lo que sois, enigmas siendo formas;
dejad la responsabilidad a las Normas,
que a su vez la enviarán al Todopoderoso...
(Toca, grillo, a la luz de la luna, y dance el oso.)

     Yuxtapongamos este poema al "Ibis" de Darío para observar las simpatías y diferencias.  Primero, vemos aquí de nuevo aquel sustantivo clave de "Ibis," "enigma," ahora en plural y como equivalente a "formas." Luego, en lugar del apóstrofe implícito al lector de "Ibis," se destacan aquí diversos apóstrofes explícitos: unos "enigmas siendo formas" son, al igual que la araña y el sapo, invocados e instruídos a renunciar la "responsabilidad" por sus diversos tipos de animalidad, por más repugnantes que sean, ya que éstos tienen, en último término, dentro de una jerarquía de "Normas," un origen divino que los justifica.
     De nuevo, pues, un poema que enfatiza el tema de lo animal y lo variable de sus formas, pero ¡con qué diferencia de tono y énfasis! Un tono categórico y celebratorio en lugar del tono misteriosamente reservado de "Ibis." Una jubilosa exhortación en lugar de una sigilosa advertencia. Y parecería inconcebible semejante tipo de apóstrofe al "enigma humano" de "Ibis," semejante llamada a que éste considerara su propósito maligno como la forma de un bien superior. Diferencias que parecerían indicar que se trata de dos poemas irreconciliables en cuanto a su orientación temática. O, más particularmente, en cuanto a sus respectivos conceptos del mal.
     No obstante, sospecho que ambos poemas presuponen, cada uno a su manera, algo que podríamos llamar un amplio proceso metamórfico entre cuyas posibilidades se incluye la de que un "bien" pueda transformarse en un "mal" o vice versa. ¿Un mero relativismo, entonces? Volvamos a mis consideraciones arriba (pp. 5-6) sobre las implicaciones del reflexivo "conquistarse" cuando el "Ibis" de Darío habla de un momento en que el "enigma humano" se ha conquistado ya "sus terrores de ofidio." Para elaborar un poco más sobre dichas consideraciones, formulo ahora las siguientes preguntas. ¿Dónde se sitúan estos "terrores de ofidio"? ¿Sólo en la víctima del tal "enigma humano"? ¿El objetivo de éste es sólo aterrorizar a otros seres? ¿No podría ser que su objetivo también fuese superar sus propios "terrores de ofidio" para transformarse en ofidio él mismo, como un paso previo a lograr ese efecto sobre los demás? Las respuestas a estas preguntas también afectarían nuestra manera de interpretar el sentido del persistente "cuidado" expresado por el sujeto lírico. ¿Dicho sujeto sólo querría precaverse de los ataques del "enigma humano"? ¿No querría también evitar el peligro de transformarse él mismo en semejante agresor? Visto de esta manera, además de leerse como una advertencia indirecta al lector (como sugerí arriba, p. 2), el poema también podría leerse como un conjuro apotropaico enunciado por el sujeto lírico para prevenirse contra males tanto internos como externos.
     Por otra parte, arriba en la misma p. 2, observé también que, en vista del hecho de que el ibis tradicionalmente es conocido como devorador de serpientes, el "enigma humano" evocado en nuestro poema, con sus atributos de ave y de ofidio, viene a ser una criatura que incorpora tendencias antagónicas entre sí. A esa observación debo añadir ahora la de que tanto el ibis como la serpiente son considerados por ciertas religiones como animales sagrados. En el antiguo Egipto, el dios Thoth a menudo se representaba en la forma de un hombre con cabeza de ibis o incluso enteramente como ibis. En cuanto a la serpiente, son muchas las religiones o mitologías en que desempeña una función determinante, ya sea maligna o benéfica. A este respecto, son iluminadoras ciertas conclusiones a que llega Roberto Calasso en su análisis del motivo de la serpiente en los enigmáticos grabados denominados Scherzi y Capricci del pintor Giambattista Tiepolo (1696-1770). Después de señalar cómo, primero en el Antiguo Testamento y luego en la mitología griega, la serpiente asume toda una gama de poderes que van de lo más malvado a lo más liberador, Calasso afirma lo siguiente, que me parece particularmente pertinente a nuestro examen del poema de Darío:

The deeper you go into the stories about snakes in ancient Greece, the more pointless – and inapplicable – becomes the usual division between benign and malign. The snake obviously transcends this – indeed it is the emblem of that which generally transcends this opposition. The serpent is power, in its undifferentiated and indistinct state. Or at least in that state that seems undifferentiated and indistinct to our eyes, when we draw near it and discover it, in uncertainty and terror. As a permanent reminder of that state, the snake creeps into every story and over every body. The divine is that which has not lost contact with the serpent. Which may even kill it or condemn it, but recognizes it. And sometimes may use it as an ally or an accomplice. We catch a glimpse of the nature of a civilization from its ability to deal with serpents and its willingness to welcome them (Calasso, 164-165).

     En el poema de Darío que venimos examinando, la serpiente tiene la última palabra. Mejor dicho, es la última palabra: el poema termina con el sustantivo "ofidio", que encierra su brevísima serie de semi-revelaciones enigmáticas. Y aquí cabe señalar algunos efectos de la rima en este "Ibis,” que se organiza en torno a las combinaciones "Ovidio" / "ofidio" y "suave" / "ave." Es significativo que el nombre del gran poeta romano, dueño de las metamorfosis, acabe rimando con la designación del animal terrible del poema. Y también notable que "Ovidio" y "ofidio" sean casi homófonos, cuya mínima diferencia en español resulta particularmente suave: una "efe" sustituye a la siempre leve y ambigua "uve" cuyo sonido también reaparece en la "be" de "Ibis." Correspondencias que por cierto pueden verse como otras tantas manifestaciones de aquel extraño "casi no."

Notas

1. Palabras de César Vallejo en su poema "Espergesia" al final de Los heraldos negros.

2. Este extraño animal de formas mixtas, "amable león, de pecho colombino," alude a un artefacto elaborado por Leonardo da Vinci. Cf. Vasari, 265: "...when during his lifetime the king of France came to Milan, Leonardo was asked to devise some unusual entertainment, and so he constructed a lion which after walking a few steps opened its breast to reveal a cluster of lilies." Darío menciona este mismo artefacto más tarde en su crónica "El modernismo" (1899): "...fracasa solamente el que no entra con pie firme en la jaula de ese divino león: el Arte, que, como aquel que al gran rey Francisco fabricara el mismo Vinci, tiene el pecho lleno de lirios" (Obras completas, III, 306).

Obras Citadas

André, Jacques. Ovide: Contre Ibis. Texte établi et traduit par Jacques André.  Paris:                                            Société d'Édition "Les Belles Lettres", 1963.

Calasso, Roberto. Tiepolo Pink. Trans. Alastair McEwen. New York: Alfred A. Knopf,   2009.

Darío, Rubén. Los raros. Buenos Aires-México: Colección Austral, 1952.

___________. Obras completas.  Vol. 3. Madrid: Afrodisio Aguado, 1950.

___________. Poesías completas. Eds. Alfonso Méndez Plancarte y Antonio Oliver        Belmás. 10a ed. Madrid: Aguilar, 1967.

La Penna, Antonio. Publi Ovidi Nasonis: Ibis. Prolegomeni, testo, apparato critico e comento a cura di Antonio La Penna. Firenze: "La Nuova Italia" Editrice, 1957.

Moliner, María. Diccionario del uso del español. Madrid: Editorial Gredos, 1981.

Vallejo, César. Obra poética. Coord. Américo Ferrari. Madrid:  Colección Archivos,         1988.

Vasari, Giorgio. Lives of the Artists. A selection translated by George Bull.          Harmondsworth:  Penguin Books, 1972.

Williams, Gareth D. The Curse of Exile: A Study of Ovid's Ibis. Cambridge: Cambridge University Press, 1996.